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El artículo precedente daba una idea de los esfuerzos de la corriente sindicalista revolucionaria en Alemania por defender una posición internacionalista contra la guerra de 1914-18. La Unión Libre de los Sindicatos Alemanes (Freie Vereinigung Deutscher Gewerkschaften – FVDG) había sobrevivido a la guerra con unos cuantos cientos de miembros en la clandestinidad y, en las tremendas condiciones de represión brutal durante la guerra, quedaron casi siempre condenados al silencio. A finales de 1918, se precipitan los acontecimientos en Alemania. Con la activación de las luchas en noviembre de 1918, el estallido de la Revolución Rusa de Octubre de 1917 acabó prendiendo en el proletariado de Alemania.
La reorganización de la FVDG en 1918
Durante la primera semana de noviembre de 1918, la revuelta de los marinos de la flota de Kiel pone de rodillas al militarismo alemán. La FCDG escribe: “El gobierno imperial ha sido derribado, no por la vía parlamentaria y legal, sino por la acción directa; no por la papeleta sino por la fuerza de las armas de los obreros en huelga y de los soldados amotinados. Sin esperar las consignas de los jefes, han aparecido consejos obreros y consejos de soldados por doquier espontáneamente y de inmediato han empezado a quitar de en medio a las antiguas autoridades. ¡Todo el poder a los consejos de obreros y de soldados! Esta es ahora la consigna” ([1]).
Con el estallido de la oleada revolucionaria se abre para el movimiento sindicalista alemán un periodo turbulento de afluencia rápida de militantes. Eran unos 60 000 entre la revolución de noviembre de 1918 y mediados de 1919, son más de 110 000 al acabar el año. La gran radicalización política de la clase obrera a finales de la guerra empuja hacia el movimiento sindicalista revolucionario a muchos obreros que se separan de los grandes sindicatos socialdemócratas por el apoyo que éstos dieron a la política de guerra. El movimiento sindicalista revolucionario es incontestablemente el lugar de agrupación de los trabajadores íntegros y combativos.
La FVDG hace de nuevo oír su voz con la publicación de su nuevo periódico, Der Syndikalist, a partir del 14 de diciembre de 1918: “Desde primeros de agosto [de 1914] nuestra prensa fue prohibida, nuestros compañeros más destacados puestos “en detención preventiva”, fue imposible para los agitadores y uniones locales tener cualquier tipo de actividad pública. Y sin embargo, las armas del sindicalismo revolucionario son utilizadas hoy en cualquier rincón del Imperio alemán, las masas sienten instintivamente que se acabaron los tiempos de las reivindicaciones y de las peticiones para dejar paso a los tiempos en los que nosotros somos los que arrebatamos” ([2]).
Los días 26 y 27 de diciembre, Fritz Kater organiza en Berlín una conferencia en la que participan 43 sindicatos locales de la FVDG que se reorganizan tras el periodo de clandestinidad de la guerra.
La FVDG conoce su crecimiento numérico más importante en las aglomeraciones industriales y mineras de la región del Ruhr. La influencia de los sindicalistas revolucionarios es particularmente fuerte en Mülheim, obligando a los sindicatos socialdemócratas a retirarse de los consejos de obreros y de soldados el 13 de diciembre de 1918, cuando éstos rechazaron claramente su papel de representantes de los obreros para tomarlo directamente en sus manos. Partiendo de las minas de la región de Hamborn, estallan huelgas masivas de mineros dirigidas por el movimiento sindicalista revolucionario entre noviembre del 18 y febrero del 19 ([3]).
¿Consejos obreros o sindicatos?
Frente a la guerra de 1914, el movimiento sindicalista revolucionario en Alemania pasó la prueba histórica: defender el internacionalismo contra la guerra a la inversa de la gran mayoría de los sindicatos que se alistaron tras los objetivos bélicos de la clase dirigente. El estallido de la revolución en 1918 plantea entonces un reto enorme: ¿cómo se organiza la clase obrera para echar abajo a la burguesía y pasar a la acción revolucionaria?
Como ya lo había hecho en Rusia en 1905 y en 1917, la clase obrera hace surgir los consejos obreros en Alemania en noviembre de 1918, marcando el nacimiento de una situación revolucionaria. El periodo que va desde la constitución de los “Localistas” en 1892 y la fundación formal de la FVDG en 1901 no se caracterizó por levantamientos revolucionarios. Contrariamente a Rusia en donde nacieron los primeros consejos obreros en 1905, la reflexión sobre los consejos fue muy abstracta en Alemania hasta 1918. Durante el entusiasmante pero breve “invierno de los consejos” de 1918-19 en Alemania, la FVDG seguía considerándose como un sindicato y como sindicato aparece en la escena de la historia. La FVDG responde sin embargo con gran entusiasmo a la situación inédita de surgimiento de los consejos. El corazón revolucionario de la mayoría de los miembros de la FVDG palpita por los consejos obreros, hasta tal punto que Der Syndikalist no 2 (21/12/1918) reivindica claramente: “¡Todo el poder a los consejos obreros y de soldados revolucionarios!”.
Pero a menudo la conciencia teórica va atrasada respecto a la intuición proletaria. A pesar de la emergencia de los consejos obreros y como si nada nuevo hubiera ocurrido, Der Syndikalist no 4 escribe que la FVDG es la única organización obrera “cuyos representantes y órganos no necesitan ponerse al día”, expresión que resume la presunción de la conferencia de reorganización de la FVDG en diciembre de 1918 y que se convirtió en lema de la corriente sindicalista revolucionaria en Alemania. Se había abierto sin embargo una era de grandes cambios en la que precisamente había muchas cosas que poner al día, ¡particularmente en lo que se refiere a las formas de organización!
Para explicar las vergonzosas políticas de los principales sindicatos en apoyo a la guerra y de oposición a los consejos obreros, la FVDG tenía tendencia a satisfacerse con una media verdad y a ignorar la otra mitad. Sólo se cuestionaba la “educación socialdemócrata”. En cambio, se dejaban de lado las diferencias fundamentales entre la forma sindical y la de los consejos obreros.
Sin la menor duda, la FVDG y la organización que la sucedió, la FAUD, fueron organizaciones revolucionarias. Pero no veían que su organización procedía de gérmenes idénticos a los de los consejos obreros: la espontaneidad, la aspiración a la extensión y el espíritu revolucionario –características que van mucho más allá de la tradición sindical.
En las publicaciones de 1919 de la FVDG, resulta imposible encontrar un intento de tratar la contradicción fundamental entre tradición sindical y consejos obreros, instrumentos de la revolución. Por el contrario, veía los “sindicatos revolucionarios” como la base del movimiento de consejos: “Los sindicatos revolucionarios han de expropiar a los expropiadores […] Los consejos de obreros y los consejos de fábrica han de hacerse cargo de la dirección socialista de la producción. El poder a los consejos obreros; los medios de producción y los bienes producidos al cuerpo social. Ese es el objetivo de la revolución proletaria: el movimiento sindicalista revolucionario es el medio para lograrlo.”
Pero ¿surgía efectivamente el movimiento de los consejos en Alemania del movimiento sindical?
“Eran obreros que se habían reunido en “comités de fábrica” que actuaban como los comités de fábrica de las grandes empresas de Petrogrado en 1905, sin conocer la actividad de éstos. En julio de 1916, la lucha política no podía hacerse con los partidos políticos ni los sindicatos. Los dirigentes de esos aparatos eran enemigos de esa lucha; tras la lucha, incluso contribuyeron en la entrega a la represión de las autoridades militares de los líderes de esa huelga política. Esos ‘comités de fábrica’, aunque el término no sea totalmente exacto, pueden ser considerados como los precursores de los consejos obreros revolucionarios actuales en Alemania […] Esas luchas no fueron apoyadas ni dirigidas por los partidos y sindicatos existentes. Ahí estaban las primicias de un tercer tipo de organización, los consejos obreros” ([4]).
Así describe Richard Müller, miembro de los “Revolutionäre Obleute” (hombres de confianza revolucionarios) el “medio para lograrlo”.
Los sindicalistas de la FVDG no eran los únicos en no cuestionar la forma sindical de organización. En aquel entonces, resultaba muy difícil a la clase obrera sacar plenamente y con toda claridad todas las consecuencias que implicaba la irrupción del periodo de guerras y revoluciones. Las ilusiones sobre la forma de organización sindical, su descalabro ante la revolución habrían de ser todavía inevitable, dolorosa y concretamente sometidas a la experiencia práctica. Richard Müller, que acabamos de citar, escribía poco después, cuando los consejos obreros fueron desposeídos de su poder: “Si reconocemos la necesidad de la lucha reivindicativa cotidiana –y nadie puede ponerla en entredicho– entonces también tenemos que reconocer la necesidad de preservar a las organizaciones cuya función es llevar a cabo esas luchas, los sindicatos […] Si reconocemos la necesidad de los sindicatos existentes […] entonces hemos de examinar más adelante si los sindicatos pueden ocupar un lugar en el sistema de los consejos. En el periodo en que se pone en marcha el sistema de consejos, se ha de responder incondicional y positivamente a esa pregunta” ([5]).
Los sindicatos socialdemócratas se habían desprestigiado ante amplias masas de trabajadores y crecían las dudas sobre si podían seguir representando los intereses de la clase obrera. En la lógica de la FVDG, el dilema de la capitulación y de la quiebra histórica de la vieja forma de organización sindical se resolvía en la perspectiva de un “sindicalismo revolucionario”.
Al iniciarse la era de la decadencia del capitalismo, la imposibilidad de la lucha por reformas acaba planteando la siguiente alternativa a las organizaciones permanentes de masas de la clase obrera: o el capitalismo de Estado las integra en su aparato (como así fue tanto para las organizaciones socialdemócratas como también para sindicatos sindicalistas revolucionarios como la CGT en Francia) o las destruye (como así fue para la FAUD sindicalista revolucionaria). Entonces se plantea la cuestión de saber si la revolución proletaria no exige otras formas de organización. Con la experiencia de que hoy disponemos, sabemos que es imposible dar nuevos contenidos a formas antiguas como los sindicatos. La revolución no es únicamente una cuestión de contenido, sino también de forma. Es lo que formulaba muy justamente en diciembre de 1919 el teórico de la FAUD, Rudolf Rocker, en su aproximación contra las falsas visiones del “Estado revolucionario”: “La expresión ‘Estado revolucionario’ no puede satisfacernos. El Estado siempre es reaccionario y quien no lo entiende no ha entendido la profundidad del principio revolucionario. Cada instrumento posee una forma adaptada al fin que contiene, y así es también para las instituciones. Las pinzas del herrero no sirven para arrancar dientes y con las pinzas del dentista no se pueden fabricar herraduras” ([6]).
Es exactamente lo que, por desgracia, no puso en práctica de forma consecuente el movimiento sindicalista revolucionario sobre la forma de organización.
Contra la trampa de los “comités de fábrica”
Para castrar políticamente el espíritu del sistema de los consejos obreros, los socialdemócratas y sus sindicatos al servicio de la burguesía empezaron hábilmente a socavar desde el interior los principios de organización autónoma de la clase obrera. Eso fue posible porque los consejos obreros, que habían surgido de las luchas de noviembre de 1918, ya habían perdido su fuerza y su dinamismo con el primer reflujo de la revolución. El primer Congreso de los Consejos del 16 al 20 de diciembre de 1918, influenciado hábilmente por el SPD que se apoyaba en las ilusiones persistentes de la clase obrera sobre la democracia, se desarmó totalmente al abandonar su poder proponiendo la elección de una Asamblea Nacional.
Tras la oleada de huelgas en el Ruhr durante la primavera de 1919, se propuso, a iniciativa del gobierno SPD, instaurar “comités de empresa” en las fábricas –representantes de hecho de la mano de obra que cumplían ni más ni menos las misma función de negociación y de colaboración con el Capital que los sindicatos tradicionales. Con el apoyo de los responsables del Partido Socialdemócrata y de los sindicatos, Gustav Bauer y Alexander Schlicke, los comités de empresa fueron definitivamente legalizados por la constitución burguesa del Estado alemán en febrero de 1920.
Había que inculcar en la clase obrera la ilusión de que su espíritu combativo dirigido hacia los consejos se podía encarnar en esa forma de representación directa de los intereses obreros.
“Los comités de empresa están concebidos para gestionar cualquier problema relacionado con el empleo y los asalariados. Les incumbe asegurar el crecimiento de la producción en la empresa y eliminar cualquier obstáculo que pueda impedirlo […] Los comités de distrito, en colaboración con las direcciones, rigen y supervisan la productividad del trabajo en el distrito, así como el reparto de las materias primas” ([7]).
Después de la represión sangrienta contra la clase, la integración democrática en el Estado debía rematar la faena de la contrarrevolución. De forma aún más directa que con los sindicatos y vinculados más estrechamente a las empresas, esos comités venían a completar in situ la colaboración con el Capital.
Durante la primavera de 1919, la prensa de la FVDG tomó posición con valentía y claridad contra esa maniobra de comités de empresa: “El Capital y el Estado ya sólo admiten a los comités obreros que ahora se llaman comités de empresa. El comité de empresa no pretende representar únicamente los intereses de los trabajadores, sino también los de la empresa. Y como esas empresas son la propiedad de capital privado o de Estado, los intereses de los trabajadores deben someterse a los intereses de los explotadores. O sea que el comité de empresa defiende la explotación de los trabajadores, los anima a proseguir dócilmente el trabajo como esclavos asalariados […] Los medios de lucha de los sindicalistas revolucionarios son incompatibles con las funciones de los comités de empresa” ([8]).
Esa actitud la comparten ampliamente los sindicalistas revolucionarios, porque por un lado los comités de empresa aparecen de forma evidente por lo que son, o sea instrumentos de la socialdemocracia, y por otra parte porque la combatividad del movimiento sindicalista revolucionario en Alemania todavía no había sido quebrantada. La ilusión de “haber ganado algo” y de “haber superado una etapa concreta” tenía poco peso en 1919 en las fracciones mas determinadas del proletariado, ya que la clase obrera todavía no había sido derrotada ([9]).
Más adelante, tras el declive del movimiento revolucionario a partir de 1921, no es sorprendente, por lo tanto, que surgieran, en la FAUD sindicalista revolucionaria, debates animados durante todo un año sobre la participación en las elecciones de los comités de empresa. Una minoría defendió que ya era hora de establecer “un vínculo con las masas laboriosas para provocar luchas masivas en las situaciones más favorables” ([10]) participando en los comités de empresa legalizados. La FVDG, como organización, se negó a comprometerse en “la vía muerta de los comités de empresa destinados a neutralizar la idea revolucionaria de los consejos”, según la expresión del militante August Beil. Es la posición que predominó hasta noviembre de 1922 cuando, debido a la impotencia nacida de la derrota de la revolución, el XIV Congreso de la FAUD la atenuó, dándoles a sus miembros el derecho de participar en las elecciones de los comités de empresa.
La dinámica de la revolución
acerca los sindicalistas revolucionarios a la Liga Espartaco
El levantamiento de la clase obrera en Alemania provocó espontáneamente un impulso solidario en la clase obrera, como en Octubre de 1917. La solidaridad con la lucha de la clase obrera en Rusia había sido, sin lugar a dudas, una referencia importante para el movimiento sindicalista revolucionario en Alemania, compartida internacionalmente con otros revolucionarios. La Revolución Rusa, debido a los levantamientos revolucionarios en otros países, todavía contenía una perspectiva revolucionaria en 1918-19 y no había sucumbido a su degeneración interior. Para defender a sus hermanos de clase en Rusia y en contra de la política del SPD y de los sindicatos socialdemócratas, la FVDG denunció en su segundo número de Der Syndikalist, “que ningún medio les era demasiado asqueroso, ningun arma demasiado innoble para seguir calumniando a la Revolución Rusa y sus consejos de obreros y de soldados” ([11]).
A pesar de las muchas reservas sobre las ideas de los bolcheviques, muchas de ellas con fundamento, los sindicalistas revolucionarios seguían siendo solidarios con la Revolución Rusa. Hasta el mismo Rudolf Rocker, teórico influyente en la FVDG y crítico vehemente de los bolcheviques, llamó en diciembre de 1919, en su famoso discurso pronunciado cuando la presentación de la declaración de principios de la FAUD, a manifestar la solidaridad con la Revolución Rusa: “Apoyamos unánimes a la Rusia soviética en su defensa heroica contra las potencias Aliadas y los contrarrevolucionarios, y eso no porque seríamos bolcheviques, sino porque somos revolucionarios”.
A pesar de que los sindicalistas revolucionarios en Alemania tuvieran sus reservas tradicionales con respecto al “marxismo” que “quiere conquistar el poder político”, cosa que también sospechaban de la Liga Espartaco, defendían claramente, sin embargo, la acción común con todas las organizaciones revolucionarias: “El sindicalismo revolucionario considera entonces inútil la división del movimiento obrero, quiere la concentración de las fuerzas. De momento, recomendamos a nuestros miembros actuar en común sobre las cuestiones económicas y políticas con los grupos más de izquierdas del movimiento obrero: los Independientes y la Liga Espartaco. Advertimos sin embargo contra cualquier tipo de participación en el circo de las elecciones en la Asamblea Nacional” ([12]).
La revolución de noviembre de 1918 no fue obra de una organización política particular, como la Liga Espartaco o los Revolutionnäre Obleute (los delgados sindicales revolucionarios), a pesar de que éstos adoptaron en las jornadas de noviembre la posición más clara y la mayor voluntad de acción. Fue un levantamiento del conjunto de la clase obrera que expresó, durante un corto tiempo, su unidad potencial. Una de las expresiones de esa unidad fue el fenómeno bastante corriente de la doble afiliación a la Liga Espartaco y a la FVDG: “En Wuppertal, los militantes de la FVDG se afiliaron en un primer tiempo al Partido Comunista. Una lista hecha en abril 1919 por la policía sobre los comunistas de Wuppertal contiene los apellidos de todos los futuros miembros principales de la FAUD” ([13]).
En Mülheim se publicó a partir del primero de diciembre de 1918 el periódico Die Freheit, “Órgano de defensa de los intereses del conjunto del pueblo del trabajo. Órgano de publicación de los Consejos de obreros y de soldados”, editado en común por sindicalistas revolucionarios y miembros de la Liga Espartaco.
En el movimiento sindicalista revolucionario existía desde principios de 1919 una tendencia pronunciada a la unión con otras organizaciones de la clase obrera: “No están siempre unidos, siguen divididos, no son todos todavía verdaderos socialistas en pensamiento y actitud honrada y siguen sin estar unitaria e indisociablemente asociados por la maravillosa cadena de solidaridad proletaria. Siguen divididos entre socialistas de derechas y de izquierdas, espartaquistas y demás. La clase obrera ha de acabar con la grosera absurdez del particularismo político” ([14]).
Esta amplitud de miras reflejaba la situación de gran heterogeneidad política, cuando no de confusión, que reinaba en una FVDG que acababa de conocer un crecimiento numérico muy rápido. Su cohesión interna reposaba más sobre las bases de la solidaridad obrera, como lo ilustra la caracterización que hace sin discriminación de todos los “socialistas”, que sobre una clarificación programática o una demarcación con respecto a las demás organizaciones proletarias.
La actitud solidaria con la Liga Espartaco se desarrolló en las filas de los sindicalistas revolucionarios tras el asesinato de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburg durante la guerra y prosiguió hasta el otoño de 1919. Pero no permitió sin embargo asentar una historia común. Más bien predominó una desconfianza recíproca hasta el periodo de la Conferencia de Zimmerwald en 1915. Lo que favoreció principalmente el acercamiento fue la clarificación política, madurada en el seno de la clase obrera en su conjunto y en sus organizaciones revolucionarias durante la revolución de noviembre, sobre el rechazo de la democracia burguesa y del parlamentarismo. El movimiento sindicalista revolucionario en Alemania, que ya había rechazado desde hacía mucho tiempo el sistema parlamentario, consideraba esa posición como su patrimonio propio. La Liga Espartaco, que tomó muy claramente posición contra las ilusiones de la democracia, consideraba por su parte a la FVDG como la organización más cercana a ella en Alemania.
De vuelta del internamiento en Inglaterra durante la guerra, Rudolf Rocker, anarquista sindicalista revolucionario fuertemente influido por las ideas de Kropotkin, se afilió a la FVDG en marzo de 1919. Él fue quien iba a encargarse de la orientación política del movimiento sindicalista revolucionario en Alemania después de diciembre de 1919, y desde un principio “no compartía los llamamientos lanzados a los camaradas para apoyar el ala izquierda del movimiento socialista, los independientes, los espartaquistas, como tampoco la intervención del periódico en favor de la ‘dictadura del proletariado’” ([15]).
A pesar de las divergencias respecto a la Liga Espartaco entre Rocker y la tendencia en torno a Fritz Kater, Carl Windhoff y Karl Roche, tendencia que tenia la mayor influencia en la FVDG durante los primeros meses de la Revolución de 1918-19, no sería exacto hablar de lucha de tendencias en la FVDG en aquel entonces como sí que las habrá en el futuro, particularmente en la FAUD a partir de 1920, como síntoma de la derrota de la Revolución alemana. En aquel entonces no existía ninguna tendencia significativa entre los sindicalistas revolucionarios que quisiera a priori desmarcarse del KPD. Al contrario, la búsqueda de una unidad de acción con los espartaquistas es el fruto de la dinámica hacia la unidad de las luchas obreras y de la “presión de la base” de ambas corrientes durante las semanas y los meses durante los cuales la revolución parecía estar al alcance de la mano. Fueron las dolorosas derrotas del levantamiento prematuro de enero del 19 en Berlín y el aplastamiento consecutivo de la oleada de huelgas de abril en el Ruhr, apoyada por los sindicalistas revolucionarios, el KPD y el USPD que, debido al sentimiento inducido de frustración, provocó recriminaciones mutuas y emocionales que expresaban la inmadurez en ambos lados.
La “alianza formal” con Espartaco y el Partido Comunista acabaría pues rompiéndose a partir del verano de 1919. La responsabilidad la tuvo menos la FVDG que la actitud agresiva que empezó a adoptar el KPD con respecto a los sindicalistas revolucionarios.
El “programa provisional”
de los sindicalistas revolucionarios durante la primavera de 1919
La FVDG publicó durante la primavera de 1919 un folleto redactado por Roche, ¿Qué quieren los sindicalistas revolucionarios?, que sirvió de programa y de texto de orientación hasta diciembre. Resulta difícil juzgar el movimiento sindicalista revolucionario considerando un solo texto, debido a la coexistencia de ideas diferentes en su seno. No obstante, ese programa es de por sí un jalón, y en varios aspectos una de las tomas de posición más acabadas del movimiento sindicalista revolucionario en Alemania. A pesar de las dolorosas experiencias pasadas en su historia con los socialdemócratas y de la consiguiente y permanente demonización de la política ([16]), acaba concluyendo: “La clase obrera ha de hacerse dueña de la economía y de la política” ([17]).
La fuerza de las posiciones defendidas por la FVDG con ese programa en la clase obrera de Alemania durante esa primavera está en otro aspecto: su actitud respecto al Estado, a la democracia burguesa y al parlamentarismo. Hace específicamente referencia a la descripción que hace Friedrich Engels del Estado como producto de la sociedad dividida en clases: “Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; […] es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables […]. Así pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad”, ni un instrumento de la clase dirigente creado arbitrariamente por ella. La FVDG llama consecuentemente a la destrucción del Estado burgués.
Al tomar esa posición en una época en que la socialdemocracia era el arma más insidiosa de la contrarrevolución, la FVDG ponía el dedo en un punto neurálgico. En contra de la farsa del SPD que quería someter a los consejos obreros integrándolos en el parlamento burgués, su programa afirmaba: “El socialismo socialdemócrata sí necesita un Estado. Y un Estado que podría utilizar otros medios contra la clase obrera que los del Estado capitalista […] Será fruto de una revolución proletaria hecha a medias y el blanco de la revolución proletaria total. Porque hemos entendido el carácter del Estado y porque sabemos que la dominación política de las clases poseedoras tiene sus raíces en su potencia económica también sabemos que no hemos de luchar para conquistar el Estado, sino para eliminarlo”.
Karl Roche también intentó formular en el programa de la FVDG las lecciones fundamentales de las jornadas de noviembre y diciembre de 1918, que fueron mucho más lejos que el rechazo rebelde o individualista del Estado que se presta equivocadamente a los sindicalistas revolucionarios, desenmascarando claramente en su esencia el sistema de la democracia burguesa: “La democracia no es la igualdad, sino la utilización demagógica de una comedia de igualdad […] Cuando enfrentan a los obreros, los poseedores siempre tienen los mismos intereses […] Los trabajadores sólo tienen intereses comunes entre ellos, nunca con la burguesía. En eso, la democracia es un absurdo total […] La democracia es una de las consignas más peligrosas en boca de los demagogos que cuentan con la pereza y la ignorancia de los asalariados […] Las democracias modernas en Suiza, Francia y Norteamérica no son sino una hipocresía capitalista democrática bajo su forma más repugnante”. Frente a las trampas de la democracia, esa formulación sigue siendo tan pertinente hoy como entonces.
Podemos hacer muchas críticas al programa del FVDG de la primavera de 1919, en particular varias ideas sindicalistas revolucionarias clásicas que no compartimos tales como “la autodeterminación entera” o “el federalismo”. Pero en cuanto a puntos que en aquel entonces fueron cruciales, como el rechazo del parlamentarismo, el programa redactado por Roche fue sin concesiones: “Pasa con el parlamentarismo lo mismo que con la socialdemocracia: si la clase obrera quiere luchar por el socialismo, ha de rechazar la burguesía como clase. No ha de dejarle ningún derecho al poder, no ha de votar ni tratar con ella. Los consejos obreros son los parlamentos de la clase obrera […] No son parlamentos burgueses, sino la dictadura del proletariado que impondrá el socialismo”.
Y era en aquel momento en que el Partido Comunista retrocedía en sus claras posiciones iniciales contra el parlamentarismo y el trabajo en los sindicatos socialdemócratas, empezando a irse dramáticamente hacia posiciones anteriores a su congreso fundador.
Unos meses después, en diciembre de 1919, la declaración de principios de la FAUD insistía en puntos diferentes. Karl Roche, que había influido determinantemente en el programa de la FVDG desde principios de la guerra, se afiliaba a la AAU en diciembre de 1919.
La ruptura con el Partido Comunista
Durante la revolución de noviembre de 1918, muchos puntos comunes acercaron a los revolucionarios de la FVDG sindicalista revolucionaria con la Liga Espartaco: la referencia al levantamiento de la clase obrera en Rusia del 17, la reivindicación de todo el poder a los consejos obreros, el rechazo de la democracia y el parlamentarismo, así como un evidente rechazo de la socialdemocracia y de sus sindicatos. ¿Cómo explicar entonces que durante el verano de 1919 empezara un ajuste de cuentas entre ambas corrientes que habían compartido tantas cosas?
Varios factores pueden determinar el fracaso de una revolución: la debilidad de la clase obrera y el peso de sus ilusiones o el aislamiento de la revolución. En Alemania de 1918-19, fue sobre todo su experiencia lo que permitió a la burguesía, mediante la socialdemocracia, sabotear el movimiento desde el interior, fomentar ilusiones democráticas, precipitar a la clase obrera en la trampa de sublevaciones aisladas y prematuras como en enero del 19 y eliminar, asesinándolos, tanto a sus revolucionarios más esclarecidos como a miles de sus miembros más comprometidos.
Tras el aplastamiento de la huelga de abril de 1919 en el Ruhr, las polémicas entre sindicalistas revolucionarios y KPD muestran de ambos lados el mismo intento de buscar las razones del fracaso de la revolución en los demás revolucionarios. Roche ya había caído en esa tendencia desde abril cuando, en la conclusión del programa de la FVDG, afirmaba “… no dejar a los espartaquistas dividir a la clase obrera”, metiéndolos confusamente en el mismo saco que los “socialistas de derechas”. A partir del verano de 1919, en un ambiente de frustración debido a los fracasos de la lucha de clases, se vuelve de moda en la FVDG hablar de los “tres partidos socialdemócratas” –o sea el SPD, el USPD y el KPD–, ataque polémico que ya no hacía la menor distinción entre las organizaciones contrarrevolucionarias y las organizaciones proletarias.
El Partido Comunista (KPD) publicó en agosto un folleto sobre los sindicalistas revolucionarios cuya argumentación es igual de lamentable. Ahora consideraba la presencia de sindicalistas revolucionarios en sus filas como una amenaza para la revolución: “Los sindicalistas -revolucionarios empedernidos han de entender por fin que no comparten con nosotros lo fundamental. Ya no podemos consentir que nuestro partido se convierta en campo de juego para gente que propaga todo tipo de ideas ajenas a las del partido” ([18]).
La crítica del Partido Comunista de los sindicalistas revolucionarios tiene tres ejes: la cuestión del Estado y de la organización económica tras la revolución, la táctica y la forma de organización –o sea retoma los debates clásicos con la corriente sindicalista revolucionaria–. Aunque el Partido Comunista tenga razón cuando concluye: “Durante la revolución, la importancia de los sindicatos para la lucha de clases va decayendo. Los consejos obreros y los partidos políticos se convierten en los protagonistas y dirigentes exclusivos de la lucha”.
La polémica con los sindicalistas revolucionarios saca sobre todo a la luz las debilidades del Partido Comunista dirigido por Levi, o sea tanto una fijación sobre la conquista del Estado: “pensamos que necesariamente utilizaremos el Estado tras la revolución. La revolución significa precisamente en primer lugar la toma de poder en el Estado”, como la idea errónea que la coerción puede ser un medio para llevar a cabo la revolución: “Repitamos con la Biblia y los rusos: quienes no trabajan no comen. Los que no trabajan sólo recibirán lo que los activos no necesiten”, el coqueteo con la actividad parlamentaria: “nuestra actitud hacia el parlamentarismo demuestra que planteamos la cuestión de la táctica de forma diferente que los sindicalistas revolucionarios […] Y como la vida del pueblo existe, cambia, o sea que es un proceso que toma en permanencia nuevas formas, toda nuestra estrategia también ha de adaptarse permanentemente a las nuevas condiciones”, para acabar considerando el debate político permanente, en particular sobre cuestiones fundamentales, como algo que no tiene nada de positivo: “Hemos de tomar medidas contra los que dificultan la planificación de la vida del partido. El partido es una comunidad unida de lucha y no un club de discusiones. No podemos continuamente tener discusiones sobre las formas de organización y demás.”
El Partido Comunista intentaba de esta forma librarse de los sindicalistas revolucionarios miembros de sus filas. En junio de 1919, en su ¡Llamamiento a los sindicalistas revolucionarios del Partido Comunista!, a pesar de presentarlos como gente “con aspiraciones revolucionarias honradas”, define sin embargo su combatividad como un peligro de tendencia al golpismo y les plantea un ultimátum: o se organizan en partido estrictamente centralizado, o “el Partido Comunista de Alemania –que no puede tolerar en sus filas miembros que, en su propaganda por la palabra, lo escrito y la acción, actúan contrariamente a sus principios– se verá obligado de excluirlos.” Habida cuenta que las confusiones y la dilución de las posiciones del Congreso de fundación del Partido Comunista se estaban abriendo paso en su seno, ese ultimátum sectario revela más bien la impotencia ante el reflujo de la oleada revolucionaria en Alemania, un ultimátum que alejó al Partido Comunista del contacto vivo con las partes más combativas del proletariado. La pugna entre el KPD y los sindicalistas revolucionarios durante el verano de 1919 también pone de relieve que la atmosfera de derrota y las tendencias reforzadas al activismo forman una mezcla desfavorable para la clarificación política.
Una breve andadura común con las Uniones
El ambiente del verano de 1919 en Alemania se caracterizaba tanto por la gran desilusión debida a la derrota como por la radicalización de ciertas partes de la clase obrera. Los sindicatos socialdemócratas sufrieron la deserción de masas de obreros que iban hacia la FVDG, que por su parte duplicó el número de sus miembros.
También empezó a desarrollarse, además del sindicalismo revolucionario, otra corriente en contra de los sindicatos tradicionales. En la región del Ruhr nacieron la Allgemeine Arbeiter Union-Essen (AAU-E : Unión General de Trabajadores – Essen) y la Allgemeine Bergarbeiter Union (Unión General de Mineros), influidos por fracciones de Radicales de izquierda del Partido Comunista de Hamburgo, y apoyados por la propaganda activa de grupos cercanos a los International Workers of the World (IWW) norteamericanos en torno a Karl Dannenberg, en Brunswick. Contrariamente a la FVDG sindicalista revolucionaria, las Uniones querían abandonar el principio mismo de organización sindical por ramas de industria para agrupar a la clase obrera por empresas enteras en “organizaciones de lucha”. Desde su punto de vista, eran ahora las empresas las que ejercían su fuerza y poseían un poder en la sociedad, de modo que era de las fábricas de donde podía sacar la clase obrera su fuerza cuando se organiza adecuadamente según esa realidad. Las Uniones buscaban entonces una mayor unidad y consideraban a los sindicatos como una forma históricamente obsoleta de la organización de la clase obrera. Se puede decir que las Uniones eran en cierto modo una respuesta de la clase obrera a la pregunta sobre las nuevas formas de organización: precisamente la misma pregunta que la corriente sindicalista revolucionaria en Alemania procuraba y sigue procurando no hacerse hoy ([19]).
Resulta imposible en este texto desarrollar debidamente la naturaleza de las Uniones, que no eran ni consejos obreros, ni sindicatos, ni partidos. Habrá que hacer un texto específico sobre el tema.
Durante esa fase, resulta a menudo difícil distinguir precisamente las corrientes unionista y sindicalista revolucionaria. En ambas corrientes existen reticencias con respecto a los “partidos políticos”, a pesar de que las Uniones estaban en resumidas cuentas mucho más cerca del Partido Comunista. Ambas tendencias eran expresión directa de las fracciones más combativas de la clase obrera en Alemania, luchaban contra la socialdemocracia y preconizaron, por lo menos hasta finales de 1919, el sistema de consejos obreros.
Durante la primera fase, que va desde el invierno 1919-20, la corriente unionista en la región del Ruhr se incorporó al movimiento sindicalista revolucionario, más potente, en la Conferencia “de fusión” de los 15-16 de septiembre en Dusseldorf. Fue así como los Unionistas participaron en la fundación de la Freie Arbeiter Union (FAU) de Renania-Westfalia. Esa Conferencia fue la primera etapa hacia la creación de la FAUD, que se concretó tres meses después. La FAU Renania-Westfalia, en su contenido, era una mezcla de sindicalismo revolucionario y de unionismo. Las líneas directrices adoptadas afirmaban que: “… la lucha económica y política ha de ser asumida con firmeza y decisión por los trabajadores” y que: “como organización económica, la FAU no tolera la menor política de partido en sus reuniones, dejando a cada uno de sus miembros la apreciación de alistarse en los partidos de izquierdas y de comprometerse en ellos si lo consideran necesario” ([20]).
La Allgemeine Arbeiter Union-Essen y la Allgemeine Bergarbeiter Union se saldrán en gran parte de la alianza con los sindicalistas revolucionarios poco antes de la fundación de la FAUD en diciembre.
La fundación de la FAUD y su Declaración de principios
El crecimiento rápido de la FVDG durante el verano y el otoño de 1919, la propagación del movimiento sindicalista revolucionario por Turingia, Sajonia, Silesia, Sur de Alemania, las regiones costeras de los mares del Norte y Báltico, exigían una estructuración del movimiento a nivel nacional. El XIIº Congreso de la FVDG, que se celebró del 27 al 30 de diciembre en Berlín y en el que participaron 109 delegados, se transformó en Congreso de fundación de la FAUD.
Ese Congreso es a menudo citado como el Congreso del “giro” del sindicalismo revolucionario alemán hacia el anarcosindicalismo, o como el inicio de la era Rudolf Rocker –etiqueta que utilizan en particular los adversarios categóricos del sindicalismo revolucionario que ven en él un “paso adelante en sentido negativo”. Se tiende a señalar con el dedo ese Congreso de fundación de la FAUD como el de la apología del federalismo, de la despedida a la política, del rechazo de la dictadura del proletariado y del retorno al pacifismo. Esa visión no hace sin embargo justicia a la FAUD de diciembre del 19. “Alemania es El Dorado de las consignas políticas. Se echan discursos a bombo y platillo, emborrachándose con el ruido sin darse cuenta de lo que significan”, comenta Rocker (que citamos más abajo) en su discurso sobre la Declaración de Principios hablando de las acusaciones contra los sindicalistas revolucionarios.
Es evidente que las ideas de Rocker, anarquista que se mantuvo en su internacionalismo durante la guerra y fue redactor de la Declaración de Principios, tuvieron una notable influencia en la FAUD, reforzadas por su presencia física en sus filas. Pero la fundación de la FAUD expresa ante todo la popularidad de las ideas sindicalistas revolucionarias en la clase obrera en Alemania e indican una clara demarcación con respecto al Partido Comunista y al unionismo recién nacido. Las posiciones fuertes que había propagado la FVDG desde finales de la guerra, la expresión de su solidaridad con la Revolución Rusa, el rechazo explícito de la democracia burguesa y de cualquier forma de actividad parlamentaria, el rechazo de todas “las fronteras políticas y nacionales trazadas arbitrariamente”, estaban reafirmadas en la Declaración de Principios. La FAUD se situaba así en el terreno de las posiciones revolucionarias.
Si se compara con el programa de la FVDG de la primavera de 1919, el Congreso toma más distancia crítica respecto al entusiasmo de la perspectiva de los consejos obreros. El debilitamiento de los consejos obreros en Rusia era para el Congreso la marca del peligro global latente contenido en los “partidos políticos” y era la prueba de que la forma de organización sindical era más resistente y defendía mejor la idea de los consejos ([21]). La pérdida de su poder por parte de los consejos obreros en Rusia en aquel entonces era efectivamente una realidad y los bolcheviques habían contribuido trágicamente en ello. Pero lo que no veía la FAUD en su análisis, era sencillamente el obstáculo del aislamiento internacional de Rusia que iba a conducir inevitablemente a la asfixia de la vida de la clase obrera.
“Se nos combate principalmente, a nosotros los sindicalistas revolucionarios, porque somos partidarios declarados del federalismo. Se nos dice que los federalistas crean división en las luchas obreras”, dice Rocker. La aversión de la FAUD al centralismo y su compromiso en favor del federalismo no se fundaban en una visión fragmentada de la lucha de clases. La realidad y la vida del movimiento sindicalista revolucionario tras la guerra muestran con creces su compromiso en favor de la unidad y la coordinación de la lucha. El rechazo exagerado de la centralización tenía sus raíces en el traumatismo provocado por la capitulación de la socialdemocracia: “Los comités centrales mandaban desde arriba, las masas obedecían. Luego vino la guerra. El partido y los sindicatos se confrontaron a un hecho consumado: debían defender la guerra para salvar a la patria. Desde entonces, la defensa de la patria fue un deber socialista, y las mismas masas que protestaban contra la guerra una semana antes estaban ahora a favor de la guerra, obedeciendo a sus comités centrales. Eso demuestra las consecuencias morales del sistema de la centralización. La centralización, es la extirpación de la conciencia del cerebro del hombre, y nada más. Es la muerte del sentimiento de independencia”.
Para muchos compañeros de la FAUD, el centralismo era en su esencia un método heredado de la burguesía en “la organización de la sociedad de arriba hacia abajo, para mantener los intereses de la clase dominante”. Estamos totalmente de acuerdo con la FAUD de 1919 cuando dice que son la vida política y la iniciativa de la clase obrera “desde abajo” las portadoras de la revolución proletaria. La lucha de la clase obrera ha de ser llevada de forma solidaria, y en ese sentido siempre engendra espontáneamente una dinámica a la unificación del movimiento, o sea a su centralización por medio de delegados elegidos y revocables. “El Dorado de las consignas políticas” llevó a la mayoría de los sindicalistas revolucionarios de la FAUD a adoptar la consigna del federalismo, una etiqueta que no representaba la verdadera tendencia existente cuando se fundó.
¿Rechazó efectivamente el Congreso de fundación de la FAUD la idea de “dictadura del proletariado”?: “Si cuando se habla de dictadura del proletariado se entiende el control de la máquina estatal por un partido, si sólo se entiende la aparición de un nuevo Estado, entonces los sindicalistas revolucionarios son los enemigos declarados de semejante dictadura. Si al contrario significa que la clase obrera va a obligar a las clases dominantes a renunciar a sus privilegios, si no se trata de una dictadura de arriba abajo sino de la repercusión de la revolución de abajo hacia arriba, entonces los sindicalistas revolucionarios son partidarios y representantes de la dictadura del proletariado” ([22]).
¡Estamos totalmente de acuerdo! La reflexión crítica sobre la dictadura del proletariado, asociada entonces a la situación dramática en Rusia, era una cuestión legítima a causa de los riesgos de degeneración interna de la revolución en Rusia. Todavía no era posible sacar el balance de la Revolución Rusa en diciembre del 19. Las aserciones de Rocker fueron como un indicador de las contradicciones ya perceptibles y el inicio de un debate que durará años en el movimiento obrero sobre las razones del fracaso de la oleada revolucionaria mundial tras la Primera Guerra Mundial. Esas dudas no aparecieron por casualidad en una organización como la FAUD, que iba a fluctuar con los altibajos de la vida misma “en la base” de la clase obrera.
Tampoco corresponde a la realidad la acusación que se hace del Congreso de fundación de la FAUD como “etapa hacia el pacifismo”, lo que sí hubiera significado sin duda alguna un sabotaje de la determinación de la clase obrera. Al igual que en la discusión sobre la dictadura del proletariado, los debates sobre la violencia en la lucha de clases fue más bien el indicador de un verdadero problema al que se enfrentaba la clase obrera a nivel internacional. ¿Cómo se puede mantener el impulso de la oleada revolucionaria cuando ésta marca el paso y cómo romper el aislamiento de la clase obrera en Rusia? Tanto en Rusia como en Alemania, fue inevitable para la clase obrera la necesidad de tomar las armas para defenderse contra los ataques de la clase dominante. Pero la extensión de la revolución por medios militares, incluso la famosa “guerra revolucionaria” era imposible, si no absurda. En Alemania particularmente, la burguesía intentaba con perfidia provocar militarmente al proletariado. Rocker argumenta, contra Krohn, un defensor del Partido Comunista: “La esencia de la revolución no reside en la utilización de la violencia, sino en la transformación de las instituciones económicas y políticas. En sí, la violencia no tiene nada de revolucionario sino que es reaccionaria al grado más álgido […] Las revoluciones son la consecuencia de una gran transformación espiritual en las opiniones de los seres humanos. No pueden realizarse arbitrariamente por la fuerza de las armas […] Sin embargo se ha de reconocer que la violencia es un medio de defensa, cuando las mismas condiciones nos niegan las demás posibilidades”.
Los acontecimientos trágicos de Kronstadt en 1921 confirmaron que la actitud crítica contra la idea de que las armas podrían salvar la revolución no tiene nada que ver con el pacifismo. La FAUD, tras su Congreso fundador, no tuvo nada que ver con el pacifismo. Los sindicalistas revolucionarios componían una gran parte del Ejército Rojo del Ruhr que se levantó contra el golpe de Kapp durante la primavera de 1920.
Hemos hecho resaltar en este artículo los puntos fuertes de los sindicalistas revolucionarios en Alemania en 1918-19 dejando de lado deliberadamente las críticas. La historia del movimiento sindicalista revolucionario durante la Revolución Alemana muestra que del destino de las organizaciones proletarias no depende fundamentalmente de la influencia de miembros carismáticos, sino del curso de la lucha de clases del que es producto. Es lo que nos mostrará el periodo que va desde finales de los años 20 hasta el triunfo de Hitler en 1933 y la destrucción de la FAUD.
Mario, 16 de junio del 2012
[1]) Der Syndikalist no 1: “Was wollen die Syndikalisten? Der Syndikalismus lebt!”, 14 de diciembre de 1918.
[2]) Ibídem.
[3]) Véase Ulrich Klan, Dieter Nelles, Es lebt noch eine Flamme, Ed. Trotzdem Verlag.
[4]) Richard Müller, 1918: Räte in Deutschland.
[5]) Richard Müller, Hie Gewerkschaft, hie Betriebsorganisation!‘, 1919.
[6]) R. Rocker, Discurso de presentación de la Declaración de Principios de la FAUD.
[7]) Protokoll der Ersten Generalversammlung des Deutschen Eisenbahnerverbandes en Jena, 25-31 de mayo de 1919, p. 244.
[8]) Der Syndikalist no 36, “Betriebsräte und Syndikalismus“, 1919.
[9]) Además de que seguía existiendo la ilusión de que los comités de fabrica podían ser “socios de negociación” con el capital, también existía la de la posibilidad de “socialización” inmediata, o sea la nacionalización de las minas y de las fabricas, que emanaba del Ruhr en Essen y que también estaba presente en las filas de los sindicalistas revolucionarios. Esa debilidad, común en el conjunto de la clase obrera en Alemania, era ante todo la expresión de su impaciencia. El gobierno Ebert creó a nivel nacional el 4 de diciembre 1918 una comisión para la socialización compuesta por representantes del Capital y conocidos socialdemócratas como Kautsky e Hilferding. Su objetivo declarado era el mantenimiento de la producción mediante las nacionalizaciones.
[10]) Véase sobre el tema los debates del XV Congreso de la FAUD en 1915.
[11]) Der Syndikalist no 2, “Verschandelung der Revolution“, 21 diciembre 1918.
[12]) Der Syndikalist no 1, “Was wollen die Syndikalisten? Der Syndikalismus lebt!”, 14 diciembre 1918.
[13]) Ulrich Klan, Dieter Nelles, Es lebt noch eine Flamme, Ed Trotzdem Verlag, p. 70.
[14]) Karl Roche, in Der Syndikalist no 13, “Syndikalismus und Revolution”, 29 marzo 1919
[15]) Rudolf Rocker, Aus den Memoiren eines deutschen Anarchisten, Ed Suhrkamp, p. 287.
[16]) Roche escribe: “La política de partido es el método burgués de lucha para acapararse el producto del trabajo arrebatado a los obreros […] Los partidos políticos burgueses y los parlamentos son complementarios, ambos son una traba para la lucha de clase del proletariado y generan confusión”, como si no fuera posible la existencia de partidos revolucionarios de la clase obrera. ¿Qué pasa entonces con el compañero de lucha, la Liga Espartaco, que era un partido político?
[17]) Was wollen die Syndikalisten? Programm, Ziele und Wege der “Freien Vereinigung deutscher Gewerkschaften”, marzo de 1919.
[18]) Syndikalismus und Kommunismus, F. Brandt, KPD-Spartakusbund, agosto de 1919.
[19]) En realidad, las secciones de la FAU en Alemania tal como existen hoy desempeñan más bien desde hace décadas un papel de grupo político que de sindicato, expresándose sobre cantidad de cuestiones políticas sin limitarse para nada a la “lucha económica”, lo que nos parece muy positivo mas allá de saber si estamos o no de acuerdo con el contenido de sus tomas de posición.
[20]) Der Syndikalist, no 42, 1919.
[21]) A pesar de su desconfianza con respecto a los partidos políticos existentes, Rocker afirmaba claramente que “la lucha no es únicamente económica, sino que ha de ser una lucha política. Decimos lo mismo. Solo rechazamos la actividad parlamentaria, de ninguna forma la lucha política en general […] Hasta la huelga general es una arma política así como la propaganda antimilitarista de los sindicalistas revolucionarios, etc.”. El rechazo teorizado de la lucha política no predominaba en la FAUD de entonces, a pesar de que su forma de organización estuviese claramente concebida para la lucha económica.
[22]) Rocker, Der Syndikalist, no 2, 1920.