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El conflicto judeo-árabe La posición de los internacionalistas en los años 30‑: Bilan nº 30 y 31 (1936)
los artículos que vienen a continuación fueron publicados en 1936 en los números 30 y 31 de la revista Bilan, órgano de la Fracción italiana de la Izquierda comunista. Era vital que la Fracción expresara la posición marxista sobre el conflicto judeo-árabe en Palestina, tras la huelga general árabe contra la inmigración judía que había degenerado en una serie de pogromos sangrientos. Aunque desde aquel entonces hayan cambiado algunos aspectos específicos, es de señalar hasta qué punto estos artículos pueden hoy aplicarse a la situación de la región. Demuestran en particular con notable precisión cómo los movimientos “nacionales”, sean judíos o árabes, por mucho que estén engendrados por la opresión y la persecución, se mezclan inextricablemente con los conflictos de los imperialismos rivales, y cómo fueron ambos utilizados para ocultar los intereses de clase comunes a los proletarios árabes y judíos, lanzándolos a mutuo degüello en nombre de los intereses de sus explotadores. Estos dos artículos demuestran que :
– el movimiento sionista llagó a ser un proyecto realista sólo tras haber recibido el apoyo del imperialismo británico, el cual intentaba crear lo que él llamaba una “pequeña Irlanda” en Oriente Medio, zona de importancia estratégica creciente con el desarrollo de la industria petrolera ;
– Gran Bretaña, aun apoyando el proyecto sionista, jugaba sin embargo doble juego ; debía tener en cuenta la muy importante componente arabo-musulmana de su imperio colonial ; ya había utilizado cínicamente las aspiraciones nacionales árabes con ocasión de la Primera Guerra mundial, cuando su mayor preocupación era acabar con el imperio otomano que se desmoronaba. Había entonces hecho toda clase de promesas a la población árabe de Palestina y de la región. Esta política clásica de”divide y vencerás” tenía dos objetivos : mantener el equilibrio entre las diferentes aspiraciones imperialistas nacionales en conflicto en esa área bajo su dominación, e impedir que las masas explotadas de la zona tomaran conciencia de sus intereses materiales comunes;
– el movimiento de “liberación árabe”, a pesar de su oposición al apoyo de Gran Bretaña al sionismo, no tenía entonces nada de antiimperialista –como tampoco lo eran los elementos sionistas dispuestos a tomar las armas contra Gran Bretaña. Ambos movimientos nacionalistas se situaban totalmente en el marco del juego imperialista global. Si una fracción nacionalista se volvía en contra de su antiguo “padrino” imperialista, no tenía más remedio que buscar el apoyo de otro imperialismo. Cuando la guerra de independencia de Israel en 1948, prácticamente todo el movimiento sionista se había vuelto antiinglés, pero al hacerlo se convertían en instrumento del nuevo imperialismo triunfante, Estados Unidos, dispuesto a utilizar lo que le cayera entre las manos para quitar de en medio a los viejos imperios coloniales. También pone en evidencia Bilan cómo, cuando entró en conflicto abierto el nacionalismo árabe contra Gran Bretaña, se le abrieron las puertas a las ambiciones del imperialismo italiano y alemán ; después de la guerra, habríamos de ver a la burguesía palestina acercarse al bloque ruso, más tarde a Francia y a otras potencias europeas en su conflicto con Estados Unidos.
Los cambios principales que se han producido desde que se escribieron estos artículos están en el que el sionismo logró construir un Estado, lo que ha cambiado fundamentalmente la relación de fuerzas en la región, y en que ya no es Gran Bretaña sino Estados Unidos quien domina esta región. Pero la esencia misma del problema sigue siendo la misma : la creación del Estado israelí, que expulsó decenas de miles de palestinos, no hizo sino llevar a su extremo la tendencia a la expropiación de los campesinos palestinos, tendencia inherente al proyecto sionista, como lo anota Bilan. A su vez, EE.UU está obligado a mantener un equilibrio contradictorio apoyando por un lado el Estado sionista y por el otro intentando mantener a toda costa bajo su influencia al “mundo árabe”. Mientras tanto, los rivales de EE.UU siguen haciendo todo lo que pueden para utilizar a su favor los antagonismos que tiene éste con los paises de la región.
Lo más pertinente es la clara denuncia por Bilan de la forma con la que ambos chovinismos fueron utilizados para mantener el conflicto entre los obreros ; a pesar de ello, o mejor dicho debido a ello, la Fracción italiana se negó a hacer cualquier tipo de concesión en la defensa del auténtico internacionalismo : “No existe una cuestión ‘palestina’ para el verdadero revolucionario, sino únicamente la lucha de todos los explotados de Oriente Próximo, árabes o judíos, parte de la lucha más general de los explotados del mundo entero por la revuelta comunista”. Rechazó entonces totalmente la política estalinista de apoyo al nacionalismo árabe so pretexto de combatir el imperialismo. La política de los partidos estalinistas de aquel entonces es hoy la de los partidos trotskistas y demás izquierdistas que se hacen portavoces de la “Resistencia” palestina. Semejantes políticas son tan contrarrevolucionarias hoy como lo eran en 1936.
Hoy en día, cuando las masas de ambas partes son más que nunca aguijoneadas por un odio mutuo rabioso, cuando las víctimas de las matanzas son infinitamente más numerosas que durante los años 30, el internacionalismo más intransigente sigue siendo el único antídoto contra el veneno nacionalista.
CCI, junio de 2002
Bilan nº 30
La agravación del conflicto judeo- árabe en Palestina, la acentuación de la orientación antibritánica del mundo árabe –el cual, durante la Primera Guerra mundial, había sido un peón del imperialismo inglés– nos han determinado a analizar el problema judío y el del nacionalismo panárabe. Intentaremos en este primer artículo tratar del primero de ambos problemas.
Ya se sabe que tras la destrucción de Jerusalén por los romanos y la dispersión del pueblo judío, todos los países a los que fueron, cuando no se les expulsaba del territorio (menos por las razones religiosas invocadas por las autoridades católicas que por razones económicas, en particular para incautarse de sus bienes y anular los créditos), ordenaron sus condiciones de existencia según la bula papal de mediados del siglo XVI que fue una regla para todos países, que les obligaba a vivir encerrados en barrios cerrados (ghettos, juderías) y a llevar una insignia infamante.
Expulsados de Inglaterra en 1290, de Francia en 1394, emigraron a Alemania, Italia y Polonia; expulsados de España en 1492 y de Portugal en 1498, se refugiaron en Holanda, Italia y sobre todo en el Imperio Otomano que entonces dominaba África del Norte y la mayor parte del sureste de Europa, países en donde formaron esta comunidad, que sigue hoy existiendo, que habla un dialecto judeo-español, mientras que los que emigraron a Polonia, Rusia o Hungría, etc., hablan un dialecto judeo-alemán. La lengua hebraica, que durante aquellos tiempos siguió siendo la lengua de los rabinos, ha dejado de ser lengua muerta para convertirse en lengua de los judíos de Palestina con el movimiento nacionalista judío actual.
Mientras los judíos occidentales– los menos numerosos– y parcialmente los de Estados Unidos han logrado alcanzar una influencia económica y política gracias a su influencia bursátil, como también une influencia intelectual gracias a que muchos ejercían profesiones liberales, la gran masa se concentró en Europa oriental en donde, ya a finales del siglo XVIII, se agrupaba el 80 % de los judíos de Europa. Cuando el reparto de Polonia y a la anexión de Besarabia, pasaron bajo la dominación de los zares que tuvieron en sus territorios, a principios del siglo XIX, las dos terceras partes de los judíos. El gobierno ruso ejerció desde Catalina II una política represiva que alcanzó su punto más álgido con Alejandro III quien consideraba en estos términos el problema judío: “una tercera parte ha de ser convertida, otra ha de emigrar y la última debe ser exterminada”. Estaban encerrados en una serie de distritos en provincias del Noroeste (Rusia blanca), del Sureste (Ucrania y Besarabia) y en Polonia. Éstas fueron sus áreas de residencia. No tenían derecho a vivir fuera de las ciudades como tampoco, y sobre todo, en las regiones industrializadas (cuencas mineras o regiones metalúrgicas). Sin embargo fue sobre todo entre los judíos donde apareció el capitalismo durante el siglo XIX y se diferenciaron las clases sociales.
Fue la presión del terrorismo gubernamental ruso lo que dio su primer impulso a la colonización palestina. Sin embargo, tras su expulsión de España, ya habían vuelto a Palestina los primeros judíos a finales del siglo XV. La primera colonia agrícola se fundó en Jaffa en 1870. Pero la primera emigración importante no empezaría hasta 1880, cuando la persecución policiaca y los primeros pogromos (1) provocaron una emigración hacia América y hacia Palestina.
Esa primera “Aliya” (inmigración judía) de 1882, llamada de los “Biluimes”, estaba en su mayoría compuesta de estudiantes rusos, a quienes se puede considerar como los pioneros de la colonización judía de Palestina. La segunda “Aliya” se produjo en 1904-1905, y fue la consecuencia del aplastamiento de la primera revolución en Rusia. El número de judíos en Palestina pasó de 12‑000 en 1850 a 35 000 en 1882, para alcanzar 90 000 en 1914.
Todos eran judíos de Rusia o de Rumania, intelectuales y proletarios, puesto que los capitalistas judíos de Occidente, los Rothschild y los Hisch, se limitaron a proporcionar un apoyo financiero, lo cual les procuraba una fama de filántropos sin tener que arriesgar sus tan valiosas personas.
Entre los “Biluimes” de 1882, los socialistas eran poco numerosos, pues en las controversias sobre si la emigración judía debía dirigirse hacia Palestina o América, la mayoría eran favorables a Estados Unidos. En cambio, con la primera emigración judía a Estados Unidos los socialistas eran ya muy numerosos y allí formaron rápidamente organizaciones, periódicos y hasta intentos de colonias comunistas.
La segunda vez que se planteó la cuestión de saber hacia dónde dirigir la emigración judía fue, como ya hemos dicho, tras la derrota de la primera revolución rusa, y la consiguiente agravación de los pogromos, como el ocurrido en Kichinev.
El sionismo, que intentaba darle al pueblo judío un lugar en Palestina y que había constituido un Fondo nacional para comprar tierras, se dividió en el VIIº Congreso sionista entre la corriente tradicionalista que se mantenía fiel a la constitución de un Estado judío en Palestina y la corriente territorialista favorable a la colonización, incluso en cualquier otro lugar, y más concretamente en Uganda, ofrecida por Inglaterra.
Sólo una minoría de socialistas judíos, los “Poales” sionistas de Ber Borochov, se mantuvieron fieles al “tradicionalismo”, mientras que la mayoría de los demás partidos socialistas judíos del aquel entonces, tales como el Partido de los socialistas sionistas y los “Serpistas” – algo así como una copia en el ámbito judío de los SR rusos –, se declararon favorables al territorialismo. Como es sabido, la más fuerte y antigua organización judía de entonces, el Bund, era todavía, al menos en aquel tiempo, totalmente contraria a la cuestión nacional.
Un momento decisivo para el movimiento de renacimiento nacional fue la guerra mundial de 1914, cuando a consecuencia de la ocupación por las tropas británicas de Palestina, a las que se había unido la Legión judía de Jabotinsky, se promulgó la Declaración de Balfour de 1917 que prometía la formación de un Hogar nacional judío en Palestina.
Esta promesa quedó confirmada cuando la Conferencia de San Remo de 1920, en la que se puso a Palestina bajo mandato inglés.
La Declaración de Balfour favoreció una tercera “Aliya”, pero la más numerosa fue sobre todo la cuarta, la que coincidió con la entrega del mandato palestino a Inglaterra. En esta “Aliya” ya había muchas capas de pequeño burgueses. Es sabido que la última inmigración a Palestina, tras el advenimiento de Hitler al poder, fue la de mayor importancia y en ella había un alto porcentaje de capitalistas.
Si un primer censo hecho en 1922 en Palestina, no registró, habida cuenta los estragos de la guerra mundial, más que 84 000 judíos, o sea el 11 % de la población total, el de 1931 registró ya 175 000. En 1934, las estadísticas dan el resultado de unos 307‑000 en una población total de 1 171 000. Ahora se habla de 400 000 judíos.
El 80‑% de judíos se ha establecido en las ciudades, cuyo desarrollo queda ilustrado en la rápida aparición de la ciudad de Tel Aviv; el desarrollo de la industria judía es rápido: se contaban en 1928 a 3505 fábricas de las que 782 contaban con más de 4 obreros, o sea 18‑000 obreros con un capital invertido de 3,5 millones de libras esterlinas.
Los judíos establecidos en el campo no representan sino el 20‑%, mientras que los árabes son el 65‑% de la población agrícola. Pero los fellah (campesino árabe) trabajan la tierra con medios primitivos, cuando los judíos en sus colonias y plantaciones trabajan aplicando los métodos intensivos del capitalismo, explotando una mano de obra árabe muy barata.
Las cifras dadas aquí explican ya un aspecto del conflicto actual. Desde hace 20 siglos, los judíos abandonaron Palestina y otras poblaciones se instalaron en las orillas del Jordán. Aunque la declaración de Balfour y las decisiones de la Sociedad de Naciones pretendan asegurar el respeto a los derechos de los ocupantes de Palestina, en realidad el incremento de la inmigración judía implica la expulsión de los árabes de sus tierras, por mucho que éstas sean compradas a muy bajo precio por el Fondo Nacional Judío.
No es por humanidad hacia “el pueblo perseguido y sin patria” si Gran Bretaña ha optado por una política projudía. Son los intereses de la alta finanza inglesa, en la que los judíos tienen una influencia predominante, lo que ha sido determinante en esa política. Por otro lado, desde el inicio de la colonización judía, se observa un contraste entre los proletarios árabes y los judíos. Al principio, los colonos judíos empleaban a obreros judíos, explotando su fervor nacional para defenderse de las incursiones de los árabes. Después, una vez consolidada la situación, los industriales y propietarios judíos empezaron a preferir una mano de obra árabe, menos exigente, a la judía.
Los obreros judíos, al formar sus sindicatos, se dedicaron, no ya a la lucha de clases, sino y sobre todo a organizar la competencia contra los bajos salarios de los árabes. Esto es lo que explica el carácter patriotero del movimiento obrero judío, explotado por el nacionalismo judío y el imperialismo británico.
Hay evidentemente en la base del conflicto actual, razones de naturaleza política. El imperialismo inglés, a pesar de la hostilidad de las dos razas, quisiera hacer convivir bajo el mismo techo dos Estados diferentes, creando incluso un doble parlamentarismo con una cámara diferente para judíos y árabes.
Del lado judío, junto a la dirección contemporizadora de Weizmann, están los revisionistas de Jabotinsky que combaten el sionismo oficial, acusan a Gran Bretaña de ausentismo, incluso de no cumplir sus compromisos, y que quisieran que Transjordania, Siria y la península de Sinaí se abrieran a la emigración judía.
Los primeros conflictos surgidos en agosto de 1929, en torno al Muro de Lamentaciones, provocaron, según las estadísticas oficiales, la muerte de doscientos árabes y ciento treinta judíos, cifras sin duda inferiores a la realidad, pues aunque en las instalaciones modernas los judíos consiguieron repeler los ataques, en Hebrón, Safit y en algunos arrabales de Jerusalén, los árabes organizaron auténticos pogromos.
Esos acontecimientos marcaron el punto final de la política filojudía por parte de Inglaterra, pues el imperio colonial británico comprendía muchos pueblos musulmanes, incluida India, otras tantas buenas razones de ser prudente.
Como consecuencia de la actitud del gobierno británico hacia el Hogar nacional judío, la mayoría de los partidos judíos (los sionistas ortodoxos, los sionistas generales y los revisionistas) se pasaron a la oposición, mientras que el puntal más firme de la política inglesa, que entonces estaba dirigida por el Partido laborista, fue el movimiento laborista judío, expresión política de la Confederación general del trabajo, la cual encuadraba a la práctica totalidad de los obreros judíos de Palestina.
Se ha expresado últimamente, pero solo superficialmente, una lucha común de movimientos judíos y árabe contra la potencia mandataria. Pero quedaban rescoldos en un fuego que acabó estallando en los acontecimientos del mes de mayo último.
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La prensa fascista italiana se ha soliviantado contra la acusación de la prensa “sancionista” de que las revueltas en Palestina habrían sido fomentadas por agentes fascistas, acusación que ya se hizo a propósito de los recientes acontecimientos de Egipto. Nadie puede negar que el fascismo tiene el mayor interés en echar leña al fuego. El imperialismo italiano no ha ocultado nunca sus intenciones hacia Oriente Próximo, es decir su deseo de sustituir a las potencias mandatarias en Palestina y Siria. Ya posee además en el Mediterráneo una potente base naval y militar con la isla de Rodas y las demás islas del Dodecaneso. El imperialismo inglés, por su parte, aunque encuentre ventajas en el conflicto entre árabes y judíos, siguiendo la máxima romana “divide y vencerás”, está obligado a tener en cuenta el poderío financiero de los judíos y de la amenaza del movimiento nacionalista árabe.
Este último movimiento, del que hablaremos más ampliamente en otra ocasión, es una consecuencia de la guerra mundial (2), la cual fue determinante en cierta industrialización en India, en Palestina y en Siria y en el fortalecimiento de la burguesía nativa, la cual “presentaba su candidatura” para gobernar, o sea, para explotar a las masas locales.
Los árabes acusan a Gran Bretaña de querer hacer de Palestina el Hogar Nacional Judío, lo cual significaría el robo de tierras a las poblaciones indígenas. Han enviado emisarios a Egipto, Siria, Marruecos para decidir una agitación del mundo musulmán en favor de los árabes de Palestina, para así intensificar el movimiento, hacia una unión nacional panislámica. Todo ello se ha visto activado por los recientes acontecimientos de Siria, en los que se obligó a la potencia mandataria, Francia, a capitular ante la huelga general así como los acontecimientos de Egipto en donde la agitación y la formación de un frente nacional único han obligado a Londres a tratar con toda igualdad con el gobierno de El Cairo. No sabemos si la huelga general de los árabes de Palestina obtendrá un éxito así. En un próximo artículo examinaremos ese movimiento así como el problema árabe en general.
Gatto MAMMONE
1) Esta palabra viene del ruso pogrom, que significa “matanzas organizadas con el consentimiento de las autoridades contra los judíos en Rusia”.
2) Se trata, evidentemente, de la Primera y hasta entonces única Guerra mundial.
Como vimos en la parte anterior de este artículo, cuando, tras cien años de exilio, los “Biluimes” adquirieron una franja de territorio arenoso en el sur de Jaffa, se encontraron a otros pueblos, árabes, que habían ocupado su lugar en Palestina. Estos eran unos cuantos cientos de miles, fellah (campesinos árabes) o nómadas beduinos; los campesinos trabajaban con medios muy primitivos y la tierra pertenecía a latifundistas. El imperialismo inglés, como ya vimos, al animar a esos latifundistas y a la burguesía árabe a entrar en la guerra mundial a su lado, les prometió la constitución de un Estado nacional árabe. La revuelta árabe fue, en efecto, un factor decisivo en el desmoronamiento del frente turco-alemán en Oriente Próximo, pues anuló por completo el llamamiento a la Guerra Santa lanzado por el Califa otomano e hizo fracasar a muchas tropas turcas en Siria, sin hablar de la destrucción de las tropas turcas en Mesopotamia.
Pero si, por un lado, el imperialismo británico impulsó esa revuelta árabe contra Turquía gracias a las promesas de creación de un Estado árabe compuesto por todas aquellas provincias del antiguo imperio otomano (incluida Palestina), por otro lado, no iba a tardar en solicitar el apoyo de los sionistas judíos si éstos, en contrapartida, defendían los intereses británicos, diciéndoles que se les entregaría Palestina tanto en lo administrativo como en lo colonial.
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Lord Balfour dirigió una carta el 2 de noviembre de 1917 a Rothschild, presidente de la Federación Sionista de Inglaterra, en la que le comunicaba que el gobierno inglés consideraba favorable el establecimiento, en Palestina, de un hogar nacional para el pueblo judío y que a ello dedicaría todos sus esfuerzos. Añadía que nada se haría que pudiera mermar ni los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías que vivían en Palestina, ni los derechos y el estatuto político que poseen los judíos en los demás países.
A pesar de las ambigüedades de esa declaración, que permitía a un pueblo nuevo instalarse en su suelo, el conjunto de la población árabe se mantuvo neutral al principio cuando no favorable a la instalación de un hogar nacional judío. Los propietarios árabes, bajo el temor de que iba a instaurarse una ley agraria, se mostraron dispuestos a vender tierras. Los jefes sionistas, por preocupaciones exclusivamente políticas, no se aprovecharon de esas ofertas e incluso llegaron a aprobar la prohibición del gobierno Albany de venta de tierras.
Pronto la burguesía manifestó tendencias a ocupar Palestina, tanto territorial como políticamente, despojando a la población autóctona y alejándola hacia el desierto. Esta tendencia se manifiesta hoy en los sionistas revisionistas, o sea en esa corriente filofascista del movimiento nacionalista judío.
La superficie de las tierras de labranza de Palestina es de unos 12 millones de “dunam” (= 1/10 de hectárea), de los que se cultivan hoy entre 5 y 6 millones
Ésta es la superficie de las tierras cultivadas por los judíos en Palestina desde 1899:
– 1899 : 22 colonias, 5 000 habitantes, 300 000 dunam.
– 1914 : 43 colonias, 12 000 habitantes, 400 010 dunam.
– 1922 : 73 colonias, 15 000 habitantes, 600 000 dunam.
– 1931 : 160 colonias, 70 000 habitantes, 1 120 000 dunam.
Para estimar el valor real de esa progresión y de la influencia que de ella se deduce, no debe olvidarse que los árabes cultivan la tierra de un modo arcaico, mientras que las colonias emplean los métodos más modernos de cultivo.
Los capitales judíos invertidos en las empresas agrícolas son estimados en varios millones de dólares/oro, y de ellos el 65 % en las plantaciones. Aunque los judíos sólo poseen el 14 % de las tierras cultivadas, el valor de sus productos alcanza la cuarta parte de la producción total.
En lo que a producción de naranjas se refiere, los judíos alcanzan el 55 % de la cosecha total.
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Fue en abril de 1920, en Jerusalén, y en mayo de 1921 en Jaffa donde se produjeron, en forma de pogromos, los primeros síntomas de la reacción árabe. Sir Herbert Samuel, alto comisario en Palestina hasta 1925 intentó calmar a los árabes haciendo cesar la inmigración judía, a la vez que prometía a los árabes un gobierno representativo y les atribuía las mejores tierras estatales del dominio público.
Después de la gran oleada de colonización de 1925, que alcanzó su cota más alta con 33 000 inmigrantes, la situación empeoró y acabó desembocando en los movimientos de agosto de 1929. Fue entonces cuando vinieron a unirse a las poblaciones árabes de Palestina las tribus beduinas de Transjordania, convocadas por agitadores musulmanes.
Tras esos acontecimientos, la Comisión de Investigación parlamentaria enviada a Palestina, conocida por el nombre de Comisión Shaw, concluyó que lo sucedido se debía a la inmigración obrera judía y a la “escasez” de tierras, proponiendo al gobierno la compra de tierras para indemnizar al fellah expulsado de su suelo.
Después, cuando en mayo de 1930, el gobierno británico aceptó en su conjunto las conclusiones de la Comisión Shaw y volvió a suspender la inmigración judía a Palestina, el movimiento obrero judío –al que, por cierto, la Comisión Shaw se había negado incluso a escuchar– replicó con una huelga de protesta de 24 horas, mientras que el Poalezion en todos los países así como los grandes sindicatos judíos de Norteamérica protestaban contra esa medida con numerosas manifestaciones.
En octubre de 1930, apareció una nueva declaración sobre la política británica en Palestina, conocida con el nombre de Libro Blanco.
También era muy poco favorable a las tesis sionistas. Pero ante las protestas cada vez mayores de los judíos, el gobierno laborista respondió en febrero de 1931 con una carta de Mac Donald en la que reafirmaba el derecho al trabajo, a la inmigración y a la colonización judía, autorizando a los empresarios judíos a emplear mano de obra judía — cuando tenían preferencia por esta mano de obra antes que la árabe- sin tener en cuenta el aumento posible del desempleo entre los árabes.
El movimiento obrero palestino se apresuró a dar su confianza al gobierno laborista inglés, mientras que los demás partidos sionistas se mantenían en una desconfiada oposición.
Ya hemos demostrado en el artículo anterior las razones del carácter chovinista del movimiento obrero palestino.
En Histadrut –principal Central sindical palestina– sólo hay judíos (el 80 % de los obreros judíos están organizados). Ha sido la necesidad de subir el nivel de vida de las masas árabes únicamente para proteger los salarios más elevados de la mano de obra judía lo que ha decidido a aquella Central, en los últimos tiempos, a intentar construir organizaciones árabes. Pero los embriones de sindicatos agrupados en “La Alianza” se mantienen orgánicamente separados de Histadrut, con la única excepción del Sindicato de ferroviarios que engloba a representantes de ambas comunidades.
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La huelga general de los árabes en Palestina acaba de entrar en su cuarto mes. La guerrilla continúa, a pesar de que un decreto reciente condena a muerte a los autores de atentados: cada día hay emboscadas y ataques contra trenes y automóviles, sin contar las destrucciones e incendios de propiedades judías.
Esos sucesos han costado ya a la potencia mandataria cerca de medio millón de libras esterlinas para el mantenimiento de las fuerzas armadas y a causa de la disminución de ingresos presupuestarios a causa de la resistencia pasiva y del boicot económico de las masas árabes. Últimamente en los Comunes [Parlamento británico], el ministro de Colonias ha anunciado la cantidad de víctimas: 400 musulmanes, 200 judíos y 100 policías; hasta ahora, han sido juzgados 1800 árabes y judíos y 1200 han sido condenados, de entre los cuales 300 judíos. Según el ministro, se ha deportado a unos cien nacionalistas árabes a campos de concentración. Cuatro dirigentes comunistas (2 judíos y un armenio) han sido detenidos y 60 comunistas en libertad vigilada. Esas son cifras oficiales.
Es evidente que la política del imperialismo británico en Palestina se inspira naturalmente de una política colonial típica de todos los imperialismos. Consiste, por todas partes, en recabar el apoyo de ciertas capas de la población colonial (oponiendo a razas entre sí, o a confesiones religiosas diferentes o haciendo surgir inquinas entre clanes y jefes), lo cual permite al imperialismo asentar sólidamente su férrea opresión sobre las masas coloniales mismas, sin distinción de razas o confesiones.
Pero ese tipo de maniobras funcionó en Marruecos y África central, el movimiento nacionalista en Palestina y Siria presenta una resistencia muy compacta. Se apoya en los países más o menos independientes que le rodean: Turquía, Persia, Egipto, Irak, Estados de Arabia y, además, está vinculado al mundo musulmán que suma varios millones de personas.
A pesar de las disparidades existentes entre los diferentes Estados musulmanes, a pesar de la política anglófila de algunos de ellos, el gran peligro para el imperialismo sería la formación de un bloque oriental capaz de imponérsele (lo cual sería posible si el despertar y el fortalecimiento del sentimiento nacionalista de las burguesías locales lograra impedir el despertar y la revuelta de clase de los explotados de las colonias, los cuales tienen que acabar tanto con sus explotadores como con el imperialismo europeo) y que podría encontrar un punto de equilibrio en torno a Turquía, la cual acaba de volver a plantear sus derechos sobre Dardanelos y volver a su política panislámica.
Ahora bien, Palestina es de una importancia vital para el imperialismo inglés. Los sionistas creyeron obtener una Palestina “judía”: en realidad sólo acabarán obteniendo una Palestina “británica”, vía de tránsito terrestre entre Europa e India. Podría sustituir la vía marítima de Suez, cuya seguridad se ha visto debilitada con la implantación del imperialismo italiano en Etiopía. No debe olvidarse que el oleoducto de Mosul (área petrolífera) desemboca en el puerto palestino de Haifa.
En fin, la política inglesa deberá siempre tener en cuenta que son 100 millones los musulmanes que viven en el Imperio británico. Hasta ahora, el imperialismo británico ha logrado, en Palestina, contener la amenaza del movimiento árabe de independencia nacional. A éste le opuso el sionismo, el cual, al exhortar a las masas judías a emigrar a Palestina dislocó el movimiento de clase de sus países de origen en donde esas masas tenían su lugar y, en fin, se aseguró así un apoyo sólido para su política en Oriente Próximo.
La expropiación de tierras a precios de saldo ha hundido en la miseria más negra a los proletarios árabes, echándolos en brazos de los nacionalistas árabes, de los grandes latifundistas y de la naciente burguesía. Ésta se aprovecha, evidentemente, para ampliar su capacidad de explotación de las masas, dirigiendo el descontento de los fellah y de los proletarios contra los obreros judíos del mismo modo que los capitalistas sionistas dirigieron el descontento de los obreros judíos contra los árabes.
De esa oposición entre explotados judíos y árabes, el imperialismo británico y las clases dirigentes árabes y judías saldrán reforzadas.
El comunismo oficial ayuda a los árabes en su lucha contra el sionismo tildado de instrumento del imperialismo inglés.
Ya en 1929, la prensa nacionalista judía publicó una lista negra hecha por la policía en la que figuraban los agitadores comunistas junto al gran Mufti y los jefes nacionalistas árabes. Actualmente han sido arrestados muchos militantes comunistas.
Tras haber lanzado la consigna de “arabización” del partido (el palestino, como el PC de Siria e incluso el de Egipto, fue fundado por un grupo de intelectuales judíos a los que luego se combatió por “oportunismo”), los centristas (3) han lanzado hoy la consigna de “Arabia para los árabes”, lo cual no es más que una copia de la consigna de “Federación de todos los pueblos árabes”, que es la divisa de los nacionalistas árabes, o sea de los latifundistas y de los intelectuales, quienes, con el apoyo del clero musulmán, dirigen el congreso árabe y canalizan, para sus propios intereses, las reacciones de los explotados árabes.
Para el verdadero revolucionario, naturalmente, no existe una cuestión “palestina”, sino únicamente la lucha de todos los explotados de Oriente Próximo, árabes y judíos, que forma parte de la lucha más amplia de los explotados del mundo entero por la revuelta comunista.
Gatto MAMMONE