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Como desenmascaró el Marxismo a mediados del siglo XIX los términos nación o estado nacional sirven a la burguesía para ocultar sus intereses de clase explotadora bajo una bandera tras la que trata de arrastrar al proletariado y a otras capas sociales. Aunque también hay que decir que el movimiento obrero durante el período ascendente del capitalismo (que acaba en 1914 con la Primera Guerra Mundial) apoyó puntualmente la constitución de los grandes estados nacionales para acabar con los restos del feudalismo y acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas que pudieran crear las bases de la revolución comunista.
Todo este período acaba con la Primera Guerra Mundial, ya que se abre la etapa de decadencia del capitalismo y la era de guerras imperialistas que llevan a la humanidad a la barbarie más absoluta, pero también se abre el período de las revoluciones proletarias como demostró la oleada revolucionaria de 1917 a 1923. A partir de 1914 ya no hay posibilidades de verdaderas revoluciones burguesas y de liberaciones nacionales, y el principio de autodeterminación nacional deja de tener sentido, teniendo razón Rosa Luxemburgo frente a Lenin: «La política imperialista no es obra de un país o de un grupo de países. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración. Es un fenómeno natural por naturaleza, un todo inseparable que no se puede comprender más que en sus relaciones recíprocas y al cual ningún estado podría sustraerse» (Rosa Luxemburgo: La crisis de la socialdemocracia, página 134. Editorial Anagrama. Barcelona 1976, el subrayado es nuestro). Y también "La primera tarea del socialismo es la liberación espiritual del proletariado de la tutela de la burguesía, tutela que se manifiesta por la influencia de la ideología nacionalista. La acción de las secciones nacionales, tanto en el parlamento como en la prensa, debe tener por objetivo la denuncia del hecho de que la fraseología tradicional del nacionalismo es el instrumento de la dominación burguesa" (ídem, páginas 170 y 171).
Actualmente asistimos a una auténtica campaña nacionalista por parte de la burguesía española que pretende intoxicar a la clase trabajadora. Es verdad que esa campaña se apoya efectivamente en las querellas entre sectores de la burguesía española aquejada de problemas de mala soldadura del Estado nacional, problemas estos que en el período de descomposición del capitalismo tienden a agravarse con la imposición "del cada uno a la suya". Así sectores de las burguesías regionales vasca y catalana pujan por la soberanía y la independencia, y otras, a la chita callando, se enquistan en sus gobiernos autonómicos que se han convertido en verdaderos reinos de Taifas contemporáneos. Pero más allá de esas eternas disputas, lo cierto es que el objetivo de esta campaña es dificultar la toma de conciencia por parte del proletariado ante un capitalismo en descomposición y en quiebra económica que nos lleva a la barbarie en los cinco continentes.
El capitalismo español se ve asolado por crecientes dificultades tanto en el terreno económico (en el que está perdiendo competitividad a marchas forzadas) como en el de la defensa de sus intereses imperialistas, como se pone de manifiesto en su creciente pérdida de autoridad en zonas que le son especialmente sensibles. Por un lado el Magreb, donde tras el desaire que hace unos meses le propinó la burguesía argelina en materia energética; hemos visto recientemente la acentuación de las reivindicaciones de Marruecos, a las que la burguesía española ha debido responder en solitario. Por otro lado la reciente Cumbre Iberoamericana amén de poner de manifiesto lo obsoleto de los convencionalismos diplomáticos en el caos de peleas barriobajeras en que se ha convertido el escenario imperialista actual, ha puesto de manifiesto igualmente el creciente aislamiento de la posición española incluso entre sus hasta hace poco aliados más "leales".
En este contexto de dificultades para el capitalismo español, exacerbado por el inicio de una recesión económica cuyas consecuencias y efectos de paro y miseria padecerá el proletariado, nos encontramos con esta ofensiva nacionalista desde las dos vertientes: tanto la españolista, con los viajes de los reyes a Ceuta y Melilla, como la regionalista a través del referéndum soberanista de Ibarretxe y los envites independentistas del nacionalismo catalán. La clase obrera al contrario que en los años treinta del siglo pasado no está derrotada, y por tanto no se deja arrastrar por la clase dominante detrás de la bandera nacionalista y de la guerra imperialista. Los ejércitos nacionales no son capaces de cubrir sus vacantes de soldados profesionales, y la debacle del ejército norteamericano en la guerra de Irak tiene sus motivos profundos en esta repugnancia y rechazo del proletariado a la ideología nacionalista y a la guerra.
Pero si la burguesía española no es capaz de ilusionar a la clase obrera con la "gran nación española" ni con las "nacioncillas" vasca y catalana, no va a renunciar a utilizar la ideología nacionalista como medio de fragmentar, de dividir la lucha de su enemigo histórico que es el proletariado. Frente a la creciente desesperación en que se van a sumir muchas familias obreras, las ideologías xenófobas, de buscar en los trabajadores de otras regiones u otros países, el chivo expiatorio al que culpabilizar del paro, del deterioro de las infraestructuras, de los recortes de las prestaciones sociales,... puede dificultar el desarrollo de una creciente solidaridad, de una lucha unida como clase, de una toma de conciencia de que a diferencia de la clase explotadora que por su propia naturaleza está dividida en intereses encontrados y no puede hallar más terreno común que la nación; la clase explotada, también por ese mismo carácter, porque no tiene más propiedad que su fuerza de trabajo, ni más tierra que la que le cubre en los cementerios,... por esa misma naturaleza, decimos, es capaz de llevar a cabo la verdadera unificación de la sociedad humana. Los trabajadores no tienen ninguna patria ni bandera nacional que defender, su auténtica misión en la historia como crisol de la humanidad explotada y sufriente es acabar mediante la revolución comunista con la explotación del hombre por el hombre: "Todas las clases anteriores que conquistaban la hegemonía trataban de asegurarse su posición existencial ya conquistada sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios solo pueden conquistar las fuerzas productivas sociales aboliendo su propio modo de apropiación en vigencia hasta el presente, aboliendo con ello todo el modo de apropiación vigente hasta la fecha. Los proletarios no tienen nada propio que consolidar; sólo tienen que destruir todo cuanto, hasta el presente, ha asegurado y garantizado la propiedad privada.
Todos los movimientos existentes hasta la actualidad han sido movimientos de minorías o en el interés de minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente de una ingente mayoría. El proletariado, estrato inferior de la sociedad actual, no puede alzarse, no puede erguirse sin hacer saltar por los aires toda la superestructura de los estratos que conforman la sociedad oficial...(Marx y Engels: El Manifiesto Comunista, página 147. Editorial Crítica, Barcelona 1978).
Frente al mundo burgués del nacionalismo y la confrontación entre naciones que lleva al género humano a las guerras y la barbarie, opongamos los valores del proletariado: la solidaridad y el internacionalismo en un mundo sin clases.
Pel/ET 8 de Noviembre de 2007.