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A favor o en contra de la "globalización" o "mundialización", tranquilizadores o alarmantes, los discursos sobre la situación internacional y sus perspectivas son unánimes en una cosa: la democracia sería el único sistema que permitiría hacer progresar y prosperar a la sociedad, y el capitalismo sería la forma acabada de la organización económica, política y social de la humanidad: "El 2000 no ha sido el verdadero primer año del siglo XX. En términos sustanciales, el siglo XXI empezó en 1991 con la caída del comunismo soviético, el hundimiento del orden bipolar y el esplendor del capitalismo global como ideología incuestionable de nuestra era" (1).¿Y qué ocurre con la multiplicación de las guerras locales y de las matanzas? ¿Por qué aumenta incuestionablemente, por qué se generaliza la miseria en el mundo? ¿Por qué se incrementa el desempleo y la degradación de las condiciones de existencia del proletariado? ¿Cómo habrán de entenderse las hambrunas, el incremento de las epidemias, la corrupción y la inseguridad crecientes? ¿A qué se deben las catástrofes "naturales" y las amenazas sobre el medio ambiente a escala planetaria? Todo ello se debe a que el capitalismo sigue ahí, por las relaciones sociales y las relaciones de producción que impone, en las que las necesidades humanas importan un comino y que solo persiguen un único objetivo: la ganancia y "no simplemente la obtención de ganancias en oro contante y sonante, sino la obtención de ganancias en una progresión cada vez mayor" (2).
A estas objeciones nos encontramos con varias respuestas.
La "mundialización" o la fábula de la "democracia" para ocultar el caos capitalista
Todo eso no serían más que exageraciones de plañideras que se niegan a ver el bienestar que proporciona el sistema actual. Esta es en general la respuesta de los aduladores del capitalismo liberal. Para éstos, las consecuencias desastrosas de la perpetuación del capitalismo son el precio normal que hay que pagar en este sistema social, el resultado inevitable de una ley natural que implica la eliminación de los más débiles y la salvación únicamente para los más fuertes.
O también que esas plagas del mundo moderno en los albores del siglo XXI son reales, pero deben considerarse ante todo como excesos o imperfecciones resultantes de errores cometidos por dirigentes demasiado codiciosos y poco preocupados por el bien común. Sería el resultado del capitalismo "salvaje". Según estas ideas, se necesitaría un control, una regulación bien planteada, organizada por los gobiernos, por los Estados, por organismos locales, nacionales o internacionales idóneos (por ejemplo, a la manera de las célebres ONG, organizaciones pretendidamente no gubernamentales). Ese control podría amortiguar los efectos devastadores del sistema, transformándolo en una verdadera organización de "ciudadanos", convirtiéndolo en un paraíso de paz y prosperidad para todos o casi. Esta respuesta, con variantes, es en general la de la izquierda del aparato político de la burguesía, de la socialdemocracia y de los ex partidos estalinistas, de los ecologistas. Esas son las ideas del ámbito "antiglobalización". También hay en él corrientes izquierdistas que ponen en sordina su fraseología revolucionaria tradicional para aportar una contribución radical al concierto de la defensa de la democracia. Así ocurre con toda clase de camarillas trotskistas o ex maoístas, anarquistas o libertarias, corrientes todas ellas más o menos retoños del izquierdismo socialista, comunista, libertario de los años 70-80. Más allá de las diferencias, todo el mundo se reivindica hoy de la democracia, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda.
Los contestatarios que en el pasado criticaban el circo parlamentario se han quitado la careta desvelando su naturaleza de fervientes defensores de la democracia burguesa que antaño despreciaban. Muchos de ellos son hoy, en casi todos los países, dirigentes del Estado, están en puestos de responsabilidad, en honorables instituciones, organismos y empresas, muy bien integrados en el sistema. Los demás, los que se han mantenido en una oposición más o menos radical a los gobiernos y a esas instituciones (3) denuncian los excesos y errores del sistema, pero en el fondo nunca se plantean cuál es su verdadera naturaleza.
Uno de los mejores ejemplos de esa ideología nos lo da regularmente el mensual francés le Monde diplomatique. Así, el su número de enero del 2001, se puede leer: que "el nuevo siglo empieza en Porto Alegre [Brasil, donde se organiza el primer Foro social mundial a finales de enero 2001]. Todos aquellos que de una manera o de otra, cuestionan o critican la mundialización neoliberal van a reunirse [?] No ya para protestar como en Seattle, Washington, Praga u otros lugares, contra las injusticias, las desigualdades y los desastres que provocan por todas las partes del mundo los excesos del neoliberalismo. Sino para intentar, con ánimo positivo y constructivo esta vez, proponer un marco teórico y práctico que permita considerar una mundialización de nuevo tipo, afirmando que otro mundo, menos inhumano y más solidario, es posible" (4).
En el mismo número hay un artículo de Toni Negri, figura de Potere operaio (5), el cual explica la idea de que hoy ya no hay imperialismo, sino? ¡un "Imperio" capitalista!. Lo expuesto parece mantenerse fiel a la "lucha de clases" y a la "batalla de los explotados contra el poder del capital". Pero solo es apariencia. El artículo pretende sobre todo inventar una especie de nueva perspectiva para la lucha de clases. Y así acaba cayendo de cabeza en lo mismo de siempre: la necesidad de defender no se sabe qué democracia en lugar de la "revolución" e identificarse como ciudadanos en el lugar de la identidad de clase del proletariado. "Esas luchas exigen, además de un salario garantizado, una nueva expresión de la democracia en el control de las condiciones políticas de reproducción de la vida. [?] La mayoría de esas ideas nacieron durante las manifestaciones parisinas del invierno de 1995, aquella "Comuna de París bajo la nieve" [¡] que exaltaba [?] el auto-reconocimiento subversivo de los ciudadanos de las grandes ciudades".
Cualesquiera que sean las intenciones subjetivas de esos protagonistas de la contestación del sistema capitalista, de esos defensores de la perspectiva de la democracia, lo único para lo que sirve objetivamente todo eso, es para mantener las ilusiones de que se puede reformar el sistema o transformarlo gradualmente.
Lo que la clase obrera necesita comprender, en contra de esas viejas ideas reformistas que se han vuelto a poner de moda, es que el imperialismo esa "etapa suprema del capitalismo" como decía Lenin, sigue dominando el mundo, afectando a "todos los Estados, desde el más pequeño al más grande" como decía Rosa Luxemburg, causa básica de la multiplicación de las guerras locales y de la proliferación de las matanzas por el ancho mundo, en cantidad de regiones con conflictos militares. Ante las numerosas preguntas e inquietudes que se hacen frente la vacuidad y lo absurdo del mundo actual, ante la ausencia cada día más patente de perspectiva que impregna toda la sociedad, ante este ambiente abrumador de un vivir día a día, frente a la tendencia a "cada uno para sí", la descomposición del tejido social, la desintegración de la solidaridad colectiva, la clase obrera necesita comprender que la perspectiva del capitalismo no es la de un mundo de ciudadanos que una bonita democracia haría vivir en paz, en medio de la abundancia y la prosperidad. Lo que la clase obrera necesita entender es que la sociedad actual es y sigue siendo una sociedad de clases, un sistema de explotación del hombre cuyo motor es la ganancia y el funcionamiento dictado por la acumulación del capital; entender que la democracia es una democracia burguesa, la forma más elaborada de la dictadura de la clase capitalista.
Lo que ha cambiado desde 1991 no es que el capitalismo haya triunfado sobre el comunismo y que se habría impuesto como único sistema social viable. Lo que cambió fue que el régimen capitalista e imperialista del bloque soviético se desmoronó por los golpes de la crisis económica y frente a la presión militar de su enemigo, el bloque occidental. Lo que cambió fue la configuración imperialista del planeta que dominaba el mundo desde la Segunda Guerra mundial. No fue el comunismo o un sistema en transición hacia él lo que se desmoronó en el Este. En verdadero comunismo, que no ha existido nunca todavía, sigue estando al orden del día. Y no podrá ser instaurado más que mediante el derrocamiento revolucionario de la dominación capitalista por la clase obrera internacional. Es la única alternativa contra lo que augura la supervivencia de la sociedad capitalista: el hundimiento en un caos sin nombre que podría acarrear la destrucción definitiva de la humanidad.
La "nueva economía", el descalabro de la crisis que no cesa
Mientras que los festejos del año 2000 ce organizaron con los mejores auspicios en la euforia de la "nueva economía", el año 2001 ha empezado con una inquietud claramente afirmada en cuanto a la salud económica del capitalismo mundial. Las nuevas ganancias prodigiosas se han desvanecido. Al contrario, después de un año de sinsabores y desilusiones, los ases del e-business y de la net-economía han multiplicado las quiebras y despedido a mansalva en un contexto general apático. Unos ejemplos: "Con el enfriamiento de la nueva economía, ha habido un torbellino de anuncios de despidos. Más de 36000 empleos han sido suprimidos en los "puntocom" en la segunda mitad del año pasado, incluidos los 10000 del mes último" (6).
Ya hemos analizado en varias ocasiones la situación de la crisis económica (7). No vamos a volver a detallar esos análisis, cuyas conclusiones se han vuelto a confirmar hoy. En diciembre pasado, algunas revistas de la prensa internacional titulaban cosas como "Caos" (8), o "¿Aterrizaje brutal?" (9). Por detrás de una fraseología hueca y tranquilizadora, la burguesía necesita saber qué hay de las ganancias que puede esperar de sus inversiones; tiene que rendirse ante lo evidente: la "nueva economía" no es más que otro collar del mismo perro de la "vieja economía", o sea, no un producto del crecimiento sino de la crisis de la economía capitalista. El desarrollo de las comunicaciones por Internet no es la "revolución" prometida. El uso a gran escala de Internet, tanto en los flujos comerciales y las transacciones financieras y bancarias como en el seno de las empresas y las administraciones, en nada cambia las leyes inevitables de la acumulación del capital que exigen el beneficio neto, la rentabilidad y la competitividad en el mercado.
Como cualquier otra innovación técnica, la ventaja competitiva que otorga el uso de Internet desaparece muy rápidamente en cuanto se generaliza ese uso. Y, además, en el ámbito de la comunicación y de las transacciones, para que la técnica funcione y sea eficaz implica que todas las empresas estén conectadas, lo cual significa que la innovación que representa el uso de esa red destruye las ventajas que supuestamente proporciona.
Al principio, la gran "revolución tecnológica" de Internet iba a permitir un desarrollo colosal del "modelo B2C", siglas que significan "business to consumer", o sea una relación directa entre productor y consumidor. De hecho se trata simplemente de consultar catálogos y hacer pedidos por correspondencia electrónica por Internet y no por correo. ¡Vaya novedad! ¿Revolución tecnológica? Muy rápidamente el B2C ha sido abandonada en beneficio del B2B el "business to business", la relación directa entre las empresas mismas. El primer "modelo" apostaba por unas ganancias obtenidas mediante la correspondencia por correo electrónico, poco rentable en fin de cuentas al estar esencialmente dedicada al consumo de las familias. El segundo debía servir para poner en relación directa a las empresas. Las ganancias debían entonces venir de dos "salidas mercantiles". Por un lado las empresas podían ganar dinero, o más bien reducir sus gastos, mediante la reducción de los intermediarios en sus relaciones. ¡No es ya un verdadero mercado, sino una simple reducción de gastos! Por otro lado, íbamos a asistir a la apertura de un "mercado" fabuloso, el de la necesidad de proporcionar mediante Internet los servicios idóneos (anuarios, listas, catálogos, aplicaciones informáticas, medios de pago, etc.); o sea, vuelven a entrar por la ventana los? intermediarios expulsados por la puerta. ¡Gracias Internet!.
Es evidente que tampoco aquí las ganancias se han presentado y se han abandonado rápidamente esos "modelos" económicos. Ha desaparecido el 98% de las starts up de estos últimos años, esas empresas de la "nueva economía" que iban a ser el ejemplo del radiante porvenir del desarrollo capitalista. Y en las que han sobrevivido, a los asalariados les abruma la decepción después de la euforia del enriquecimiento (¡virtual!) de los dividendos de las stocks options generosamente regaladas, trabajando durante horas y horas. Es significativo que los sindicatos, que hasta ahora han dejado esa mano de obra de lado, estén ahora entrando con fuerza en el sector. Y no porque el sindicalismo se haya convertido como por ensalmo en defensor de los trabajadores(10), sino porque sería peligroso dejar que se desarrollara la libre reflexión entre unos trabajadores brutalmente despertados de sus dorados sueños.
La ideología de la net-economy es una clara ilustración del atolladero en que está la economía burguesa, del declive histórico de las relaciones capitalistas de producción. En esa ideología, la ganancia debía ahora obtenerse del desarrollo del comercio y ya no directamente de la producción. El comerciante debía, en cierto modo, cobrar más importancia que el productor. Pero ¿qué ideología es ésa, sino una especie de aspiración a volver a un capitalismo mercantil como el que existía a finales de? la Edad Media?. En aquel entonces, el capitalismo empezaba a desarrollarse gracias al auge del comercio, el cual iba a romper las trabas de las relaciones feudales de producción que encerraban las fuerzas productivas en la prisión del sistema de servidumbre. Hoy, y desde hace más de un siglo, el mercado mundial ha sido conquistado por el capitalismo y el mercado mundial rebosa de una sobreproducción generalizada incapaz de encontrar salidas suficientes. La salvación del capitalismo no vendrá de un nuevo auge del comercio, lo cual es imposible en las condiciones históricas de la época actual.
Hasta ahora solo hemos considerado en este artículo la net-economy, debido a que su hundimiento durante el año 2000 fue lo más comentado de la crisis de la economía capitalista. Pero como lo dice la revista citada arriba: "las supresiones de empleo fueron mucho más allá que el planeta "puntocom". Hubo más de 480000 despidos en noviem-bre. General Motors ha despedido a 15000 obreros con el cierre de Oldsmobile. Whirlpool ha reducido su plantilla en 6300 obreros y Aetna ha puesto en la calle a 5000" (11). En efecto, el año 2001 se ha abierto con una aceleración considerable de la crisis. En Estados Unidos, Greenspan, director de la Reserva federal, ha tomado medias de urgencia para intentar atajar el espectro de la recesión. La "nueva economía" está naufragando y la crisis de la "vieja economía" prosigue sin descanso. Endeudamiento gigantesco a todos los niveles, ataques cada día más duros contra las condiciones de vida del proletariado a escala internacional, incapacidad de integrar en las relaciones de producción capitalistas a masas crecientes de desocupados etc., ésas son las consecuencias principales de la economía capitalista. Los Estados, los bancos centrales, las Bolsas, el FMI, en general todas las instituciones financieras y bancarias y todos los "actores" de la política mundial no cesan de esforzarse por regular el funcionamiento caótico de esta "economía de casino" (12), pero los hechos son testarudos y las leyes del capitalismo acaban siempre imponiéndose.
Así como en el ámbito económico en el que los diferentes discursos sirven sobre todo para ocultar el declive histórico del capitalismo y la profundidad de la crisis, en el del imperialismo los discursos sobre la paz sirven para ocultar el caos y los antagonismos crecientes a todos los niveles. La situación actual en Oriente Medio es una clara ilustración de ello.
La paz encallada en Oriente Medio
Cuando salga esta Revista internacional, el plan que Clinton quería imponer a toda costa antes de abandonar la presidencia de Estados Unidos será papel mojado como era de prever.
Ni siquiera los propios protagonistas de ese "proceso de paz" saben cómo hacer frente a la situación. Cada uno procura defender lo mejor posible sus posiciones sin que ninguna de las partes sea capaz de proponer una salida estable y un mínimo viable al embrollo de la situación de guerra endémica que no ha cesado nunca en esta parte del mundo. El Estado de Israel está dispuesto a soltar lo menos posible de sus prerrogativas y la Autoridad palestina bajo el mando de Arafat no podrá ceder nada que aparezca como una capitulación de sus ambiciones.
El Estado de Israel defiende una posición de fuerza adquirida desde su fundación en 1947 a través de varias guerras contra los Estados árabes vecinos (Jordania, Siria, Líbano, Egipto) con el apoyo indefectible de Estados Unidos. El Estado de Israel, baluarte de la resistencia del bloque imperialista occidental ante la ofensiva llevada a cabo por el bloque imperialista ruso desde los años 50 (mediante los Estados árabes que se sometieron a la URSS), se ha forjado un puesto de gendarme en la región que no está dispuesto a que se le discuta.
Pero la situación ha cambiado desde el desmoronamiento del bloque imperialista ruso hace diez años. Estados Unidos ha cambiado de orientación a su política en Oriente Medio. El objetivo de la guerra del Golfo de 1991 fue que se reconociera el estatuto de superpotencia mundial a Estados Unidos frente las pretensiones de sus aliados del bloque occidental, Gran Bretaña, Francia y, sobre todo, Alemania, de marcar distancias con un padrino percibido ahora como demasiado omnipresente. La disciplina de bloque ya no era necesaria, puesto que la amenaza adversa había desaparecido. La guerra del Golfo también tuvo otro objetivo, el de imponer el dominio total de Estados Unidos sobre Oriente Medio.
En la época de reparto del mundo en dos grandes bloques imperialistas, la administración de Estados Unidos toleraba que sus aliados ocuparan posiciones influyentes en el ruedo imperialista en ciertas partes del mundo. Incluso delegó en algunos de ellos la labor de llevar a cabo una política exterior que, aunque a veces apareciera como opuesta a a los intereses estadounidenses, estaba de todos modos obligada a insertarse en la órbita del bloque occidental. En Oriente Medio, Gran Bretaña pudo así gozar de una influencia preponderante en Kuwait, Francia en Líbano y Siria, Alemania y Francia en Irak, etc. En 1991, la guerra del Golfo dio la señal de la voluntad de Estados Unidos de encargarse por cuenta propia de la "pax americana". La Conferencia de Madrid de 1991, las negociaciones de Oslo a partir de 1993, desembocaron en la firma de la declaración de principio israelo-palestina en Washington de septiembre de 1993, bajo la autoridad única de Estados Unidos. En mayo de 1994, Arafat y Rabin firmaron en El Cairo el acuerdo de autonomía de Gaza - Jericó, iniciando el ejército israelí una retirada que iba a permitir la llegada triunfal a Gaza de Yasir Arafat en julio de 1994.
Pero esta evolución provocó en una parte de la burguesía israelí una verdadera ruptura con la política de Estados Unidos por primera vez en la corta historia de Israel. En noviembre de 1995, Rabin fue asesinado por "un extremista". La llegada al poder del Likud de Netanyahu empezó a entorpecer seriamente los planes de la diplomacia norteamericana. Estados Unidos volverían a coger las riendas en mayo de 1999 con la vuelta del partido Laborista y Ehud Barak de Primer ministro, rematándose en el acuerdo de Sharm el Sheij entre Arafat y Barak en noviembre de 1999. La cumbre de Camp David de julio de 2000, sin embargo, que supuestamente iba a ser la culminación de la capacidad estadounidense para imponer su paz en Oriente Medio, se torció y acabó sin acuerdo. En este episodio, la política de uno de sus antiguos aliados, Francia, fue claramente un intento de sabotaje de la de Estados Unidos, quien así la denunció sin rodeos. En Israel mismo se refuerza la resistencia al "proceso de paz" a la americana con la ya tan conocida visita de Ariel Sharon, viejo halcón del Likud, a la explanada de las Mezquitas en septiembre de 2000, lo que va a dar la señal de nuevos enfrentamientos violentos que se extienden rápidamente por Cisjordania y Gaza. En octubre de 2000, una nueva cumbre en Sharm El Sheij, que preveía el cese de las violencias, la creación de una comisión de encuesta y la reanudación de las negociaciones no llegó a nada en el terreno en donde siguen la Intifada y la represión.
Hoy la situación no es la misma que la de las guerras abiertas como la guerra de los Seis Días de 1967 o la del Kippur de 1973 cuando los ejércitos israelíes se enfrentaron directamente con los de los Estados árabes, en cuyo seno participaban los diferentes Frentes de liberación de Palestina. Tampoco es la misma situación que la de 1982, cuando Israel invadió Líbano e inspiró las matanzas en masa de refugiados en los campos palestinos de Sabra y Chatila a manos de las milicias cristianas, aliadas suyas (más de 20000 víctimas en unos cuantos días). Era entonces una situación en la que predominaba el corte fundamental entre los dos grandes bloques imperialistas, por encima de alguna que otra oposición circunstancial en el seno de un mismo bloque. E incluso si Yasir Arafat, desde que acudió por vez primera a la tribuna de Naciones Unidas en 1976, procuraba granjearse las simpatías de la diplomacia de Estados Unidos, seguía siendo para ésta sospechoso de connivencia con el "Imperio del Mal", según la expresión del presidente americano de entonces, Reagan, para calificar a la URSS.
Hoy lo que impera por todas partes es la división. La burguesía israelí ya no se considera indefectiblemente vinculada a la tutela de Estados Unidos. Ya cuando la guerra del Golfo, una parte significativa de ella, sobre todo en el ejército, se rebeló contra la prohibición a Israel de replicar militarmente a los misiles iraquíes lanzados sobre su territorio. Para el ejército israelí que era y sigue siendo el más eficaz y operativo de la zona fue una píldora amarga y humillante el verse obligado a quedar pasivo y dejar su defensa en manos del estado mayor norteamericano. Después, el "proceso de paz", que ha puesto en casi igualdad a israelíes y palestinos, que impone la retirada del ejército israelí del sur de Líbano, que prevé la cesión de del Golan, etc. no es un plato que aprecie la fracción más "radical" de la burguesía israelí. Y ese "proceso de paz" tampoco es aceptable tal como está para el partido Laborista de Barak. Aunque este partido es más cercano a Estados Unidos que el Likud y tiene, sobre todo, una visión a largo plazo más realista sobre la situación en Oriente Medio, no por ello deja de ser el partido de la guerra, el que ha dirigido los ejércitos y las campañas militares principales. Es, además, el partido bajo cuya autoridad se han desarrollado las famosas implantaciones de colonos en territorio palestino. Contrariamente a bastantes tópicos y mentiras, la izquierda, el partido Laborista, no tiene más inclinación hacia "la paz" que la derecha, el Likud. Matices habrá, pero divergencias fundamentales no hay entre esas dos fracciones de la burguesía israelí. Siempre ha habido unidad nacional en la guerra como en "la paz" (los acuerdos de paz con Egipto los firmó la derecha a finales de los años 70).
Pero no es Israel el único país que podría tener tendencias a hacer su propio papel, intentando quitarse de encima la tutela norteamericana. Siria pudo echar mano de Líbano vendiendo su comportamiento "neutral" hacia Israel en la guerra del Golfo de 1991. Sin embargo, desde su punto de vista, la anexión del Golan conquistado por Israel en 1967 es impensable. Otro asunto suplementario para alimentar la tensión. Y en el propio seno de la burguesía palestina, la organización Fatah de Arafat y las más radicales no están ni mucho menos de acuerdo entre ellas. Toda la región, a imagen de la situación mundial, es presa de la tendencia a que cada cual intente ir "por su cuenta". La influencia muy preponderante de la diplomacia estadounidense es, en realidad, muy superficial, sirviendo para tapar una gran cantidad de polvorines siempre listos para estallar en un contexto de sobrearmamento de todos los protagonistas de la región.
En cuanto a las demás potencias imperialistas, aunque no puedan abiertamente sabotear las iniciativas de Estados Unidos a riesgo de encontrarse fuera de juego, como ahora está ocurriendo con la diplomacia francesa, por mucho que todas ellas hayan aceptado apoyar el "proceso de paz", eso no quita de que, bajo mano, no emprendan acciones para hacer zozobrar el plan Clinton, o cualquier otro plan de la diplomacia norteamericana. El propio Arafat llama a veces a la Unión Europea para que se implique en las negociaciones, pues le gustaría no depender únicamente de Estados Unidos para su supervivencia política. Aunque, eso sí, a la hora de discutir, no acude a la Unión Europea, sino al poder estadounidense.
En esa tendencia "cada uno para sí" que hoy predomina, excepto Estados Unidos que lo hace todo por mantener su estatuto de única superpotencia militar del planeta y Alemania, la cual, en segundo plano, prosigue discretamente una disimulada política imperialista para incrementar su influencia, totalmente paralizada desde la Segunda Guerra mundial y durante la "guerra fría", ninguna otra de las grandes potencias puede tener una visión a largo plazo. Y todavía menos otros Estados menos poderosos. Cada cual procura defender sus intereses nacionales, defenderse donde lo atacan, sobre todo minando y sembrando el desorden en las posiciones del adversario. Ninguno de ellos es hoy capaz de instaurar una política constructiva y duradera. En Oriente Medio, la hora no es la de la estabilización de la situación. Ni siquiera una "paz armada" como la que pudo perdurar en Europa del Este durante la guerra fría es hoy posible.
En cuanto a la posibilidad de crear hoy un Estado palestino, el inconmensurable absurdo de la configuración del proyecto mismo haría casi aparecer la organización de los bantustanes de la Sudáfrica de la época del Apartheid como una estructura social racional. Están los territorios bajo el control exclusivo de la autoridad palestina: son, en el mapa, unas cuantas manchas en Cisjordania junto con la franja de Gaza, pero no entera. Después están los territorios bajo control mixto, en los que Israel es responsable de la seguridad: una cuantas manchas más en Cisjordania. Y todo ello rodeado de los Territorios de Cisjordania bajo control exclusivo de Israel, con carreteras específicas para proteger a los colonos israelíes? ¿Cómo podría hacerse creer que semejante aberración contiene el menor ápice de progreso, lo mínimo de satisfacción de las necesidades de la población, algo que tenga que ver con el pretendido "derecho de los pueblos a la autodeterminación"?
Toda la historia de la decadencia del capitalismo ya ha demostrado hasta qué punto los Estados nacionales que no lograron alcanzar su madurez durante la fase ascendente del modo de producción capitalista, no han podido constituir un marco económico y político sólido y viable a largo plazo, como la URSS y Yugoslavia lo han demostrado haciéndose añicos. Los Estados heredados de la colonización se hacen trizas en Africa. La guerra está infectando toda Indonesia. El terrorismo se ceba en el sur de India, en Sri Lanka. La tensión es extrema en las fronteras indo-pakistaníes, entre Tailandia y Birmania. En Sudamérica, en Colombia impera la inestabilidad. La guerra entre Perú y Ecuador vuelve una y otra vez. Por todas partes se discuten las fronteras, al carecer de la mínima solidez por no haber existido o no haber sido verdaderamente aceptadas y reconocidas desde el siglo XIX.
En el contexto actual, no solo "la patria palestina no será nunca más que un Estado burgués al servicio de la clase explotadora y opresora de esas mismas masas, con sus policías y sus cárceles" (13), sino que además ese Estado no podrá ser más que una aberración, un especie de Estado tampón, un símbolo no ya de la formación de una nación, sino de la descomposición que lleva en sí la persistencia del capitalismo en el período histórico actual. El reparto de soberanías en un entramado indescriptible de zonas, ciudades, pueblos, carreteras, atribuidos a unos u a otros, eso no es un "proceso de paz", sino un campo minado para hoy y para mañana en el cual cualquier conflicto puede estallar en cualquier momento. En una situación en la que la irracionalidad del mundo actual es llevada a su extremo.
oOo
El siglo XXI ha empezado con una nueva aceleración de las consecuencias dramáticas para la humanidad de la persistencia del modo de producción capitalista. La prosperidad prometida por la "nueva economía" al igual que la paz prometida en Oriente Medio no llegan nunca. Y nunca llegarán, pues el capitalismo es un sistema decadente, un cuerpo enfermo con perfusión, que no puede llevar en su descomposición actual más que al caos, a la miseria y la barbarie.
MG
1) "Ideas: No, Economics Isn't King", F. Zakaria, Newsweek, enero de 2001.
2) Rosa Luxemburg, La acumulación del capital, "Apéndice. En qué han convertido los epígonos la teoría de Marx. Una anticrítica", Grijalbo, 1978, p. 369.
3) En realidad, muchos de ellos ocupan puestos "oficiosos" , como, en Francia, por ejemplo, Krivine de la Ligue communiste révolutionnaire, trotskista, o Aguiton, fundador del sindicato "de base" SUD-PTT, e incluso funciones de consejeros ocultos en las administraciones de la izquierda de la burguesía.
4) Le Monde diplomatique, enero de 2001, "Porto Alegre", I. Ramonet.
5) Grupo extraparlamentario italiano de extrema izquierda de los años 1960-70.
6) Time, 10 de enero de 2001, "This Time It´s Different".
7) Ver los artículos de la Revista internacional de los últimos años: "La nueva economía: una nueva justificación del capitalismo" (no 102), "La falsa buena salud del capitalismo" (no 100) "Detrás del 'crecimiento ininterrumpido', el abismo" (no 99), la serie de artículos "Treinta años de crisis abierta del capitalismo" (nos 96, 97 y 98).
8) Newsweek, 18/12/2000.
9) The Economist, 9-15/12/2000.
10) Ver nuestro folleto Los sindicatos contra la clase obrera.
11) Time, íbidem.
12) Ver "Una economía de casino", en Revista internacional nº 87.
13) "Ni Israel, ni Palestina, los proletarios no tienen patria", toma de posición publicada en toda la prensa territorial de la CCI.