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El desafuero de Andrés Manuel López Obrador provocó en el 2005 un revuelo entre los intelectuales que vaticinaban un “fraude electoral anticipado”. La Convención Nacional Democrática tomó como consigna el 16 de septiembre del 2006 en “rechazo al fraude electoral, rechazo del fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la federación”. En nuestro número anterior denunciábamos también como el guerrillero Marcos, se lanzó en su “otra campaña” en una cruzada por “elecciones limpias”. Tenemos la obligación de denunciar toda esa trampa ideológica que se esconde detrás de la lucha contra el “fraude electoral”.
Corrupción y fraude: rasgos que acompañan a los sistemas que viven de la explotación
Desde que existe la sociedad dividida en clases donde los privilegios de una minoría están por encima de una mayoría oprimida, es decir, desde que una minoría de la sociedad se ha hecho cargo de los mecanismos jurídicos y administrativos de un Estado que representa los intereses de una clase explotadora, desde entonces, ha habido necesidad de mentir, de justificar la explotación y, por ende, de generar todo un medio propicio para la corrupción, las prebendas, las intrigas y los fraudes de todo tipo.
Esta realidad ha atravesado los sistemas antiguo, feudal y capitalista. Nos detendremos un poco en el capitalismo. Cuando el capitalismo iba en ascenso, cuando la burguesía estaba en plena expansión y el mercado mundial parecía no tener límites, estos fenómenos se mantenían en un segundo término. La burguesía y sus filósofos lograron consolidar una moral que encajaba perfectamente con sus intereses: la moral del respeto a la propiedad privada, el no robarás, la igualdad, la libertad y la fraternidad. Cuando el capitalismo estaba en expansión, los niveles de ganancias garantizaban un reparto de los beneficios de tal forma que la clase explotadora mantenía su recato y más o menos respetaba las reglas jurídicas y morales de funcionamiento de la sociedad. Incluso fracciones de la burguesía más desarrolladas (Alemania y después en EUA) fundaron su ética en la lucha contra el despilfarro y los lujos adoptando una vida austera más productiva (Max Weber es su expresión más acabada). Sin embargo, esa moral siguió edificada sobre un régimen que vivía de la explotación del trabajo asalariado, que acumulaba riqueza usando las más brutales formas de esclavización que haya conocido la humanidad. A ello hay que agregar que el capitalismo alcanzó su “esplendor” a finales del siglo XIX y su decadencia trajo aparejada una competencia feroz entre fracciones de la clase dominante y entre los Estados. La I Guerra Mundial es la expresión abierta de que el capitalismo había dejado de ser progresista para la humanidad. Una característica fundamental del periodo decadente es la emergencia del capitalismo de estado, el Estado asume el control total de la vida económica y política para poder asumir una competencia despiadada a nivel mundial; para enfrentar las luchas el interior de la nación, especialmente contra el proletariado, y para enfrentar a las burguesías de otros países. En la decadencia el estado de la burguesía va también a mostrar los límites de su moral. El uso de la trampa, el engaño y el fraude se empiezan a convertir en moneda corriente en la sociedad. Mentiras “oficiales” descaradas, funcionamiento de las fracciones burguesas como bandas delictivas que no dudan en recurrir al asesinado, al chantaje y a la manipulación con tal de avanzar sus objetivos. Se trata ahora de acumular riqueza sin importar el precio, el “fin justifica los medios”, tal es la divisa de una sociedad que nació, como diría Marx, “chorreando lodo y sangre” y que hoy está sumida en un una descomposición que amenaza con arrastrar al género humano al abismo.
Lucha contra el “fraude electoral”, un falso camino
La burguesía se ve enfrentada a una lucha encarnizada entre fracciones que intentan hacerse del poder político, la tendencia actual es a la pérdida del control político, sobre todo en regiones donde la burguesía cuenta con aparatos políticos débiles. En este marco, el uso del “fraude electoral” es un recurso que usan para afianzar a una fracción en el poder en detrimento de otra. La misma burguesía norteamericana ha tenido que hacer malabares para mantener a Bush en el poder. Recordemos simplemente que en México durante las elecciones federales de 1988, Cuauhtémoc Cárdenas barrió prácticamente con el PRI, sin embargo la burguesía optó por una “caída del sistema” y aprobó la llegada de Salinas de Gortari al poder. Las trampas electorales no son ajenas al modo democrático de funcionar de la burguesía, en ese terreno es donde más se notan las dificultades del estado. La burguesía se ve obligada a hacernos tragar el cuento de la democracia y sus elecciones como forma de “decidir” y, al mismo tiempo, más escándalos de corrupción se hacen públicos en medios de las luchas intestinas entre fracciones. Los discursos insulsos sobre legalidad y transparencia chocan con la realidad de sobornos, impunidad y trampas por todos lados.
La lucha contra el fraude electoral es un barril sin fondo. Primero porque el capitalismo en plena descomposición se acompaña siempre de este flagelo. Es una utopía el tratar de hacer honesto lo que ha nacido y se mantiene gracias a la mentira y al engaño. La democracia misma es una mentira ideológica que sólo sirve para justificar la explotación de los trabajadores. Segundo, porque la defensa del terreno electoral no aporta ningún beneficio a los explotados. Sabemos que las elecciones son un mecanismo que los Estados usan para mantener la ilusión de que la dictadura del capital sería un “gobierno de todos”, sin elecciones la democracia perdería su quinta columna.
Puntualicemos:
- la defensa de la noción de “fraude electoral” conlleva a la defensa explícita de las instituciones democráticas que oprimen y engañan. Es como Marcos que pide “elecciones limpias” pero que no cuestiona jamás el engaño de la democracia.
- involucrarse en una lucha por la “defensa del voto” y contra el “fraude electoral” es mantener atados a los trabajadores a la defensa de la ideología que tendrán que destruir. Gane quien gane, derecha o izquierda, todos por igual tendrán que aplicar planes contra la clase obrera.
- los seguidores de la consigna de “no al fraude” pretenden defender un capitalismo sin trampas, pretenden edificar una “democracia perfecta”. La misión de los trabajadores no es “perfeccionar” la democracia, sino acabar con ella ya que es el manto ideológico que cubre la explotación asalariada.
El uso cada vez más indiscriminado de las trampas electorales para favorece a esta o aquella fracción de la burguesía no se puede explicar arguyendo a la llevada y traída “globalización”, debemos analizar el momento histórico de la descomposición de la sociedad burguesa, del enconamiento agudo de las pugnas entre fracciones de l capital en medio de una tendencia a la pérdida de control del aparato político.
Los trabajadores nada tenemos que ganar en ese terreno de la “lucha contra el fraude” y sí en cambio, mucho que perder.
Marsan/20-04-07