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A propósito de un “balance consejista” de la Revolución de octubre de 1917
¿Cómo abordar “el enigma ruso”?
Publicamos aquí una respuesta a uno de nuestros contactos que nos ha escrito para defender lo que este camarada llama “balance consejista de la revolución rusa”. Después de la desaparición del grupo holandés Daad en Gedachte, dejó de existir toda expresión organizada de la corriente consejista en el medio político proletario. Sin embargo, la posición consejista sigue teniendo un fuerte impacto en el movimiento revolucionario actual.
El consejismo pretende rechazar a la vez las posiciones liberales, anarquistas y socialdemócratas por un lado, y, por el otro la posición “leninista”, estalinista y trotskista. Eso lo hace, en un primer momento, enormemente atractivo.
Lo central de la posición consejista, o sea lo que se ha llamado el “enigma ruso”, es muy importante para el movimiento obrero actual y futuro. Se trata de dilucidar si constituye una experiencia que, enfocada de manera crítica –como siempre lo ha hecho el marxismo– servirá de base para una próxima tentativa revolucionaria, o bien –como señala la burguesía, secundada por el anarquismo e indirectamente por el consejismo– sería algo absolutamente rechazable ya que el monstruo del estalinismo tendría sus larvas en el “leninismo” ([1]).
Contestar a la carta tiene el mayor interés, pues este debate nos permite rebatir la posición consejista, contribuyendo así en la clarificación del movimiento revolucionario.
Querido camarada,
Tu texto comienza con un planteamiento de la cuestión que compartimos plenamente: “La comprensión de la derrota de la revolución rusa es una cuestión fundamental para la clase obrera, porque aún vivimos bajo el peso de las consecuencias del fracaso del ciclo revolucionario iniciado por la revolución rusa, sobre todo por el hecho de que la contrarrevolución no asumió la forma clásica de una restauración militar de las relaciones de producción capitalistas clásicas sino la forma de un poder, el estalinismo, que se autodenominaba a sí mismo ‘comunista’, causando un golpe terrible a la clase obrera mundial, que la burguesía aprovecha para causar confusión y desmoralización entre los trabajadores y negar el comunismo como perspectiva histórica de la humanidad. Para lo cual nos hace falta realizar un balance histórico a partir de la experiencia histórica de la clase obrera y del método científico del marxismo, así como de las aportaciones de las fracciones de izquierda comunista que supieron ir a contracorriente durante 50 años de contrarrevolución. Balance que podemos retransmitir a las nuevas generaciones proletarias”.
¡Efectivamente!. La contrarrevolución no se hizo en nombre de la “restauración del capitalismo” sino bajo la bandera del “comunismo”. No fue un ejército blanco el que impuso en Rusia el orden capitalista sino el mismo partido que había estado a la vanguardia de la revolución.
Este desenlace ha traumatizado a las actuales generaciones de proletarios y revolucionarios llevándoles a dudar de las capacidades de su clase y de la validez de sus tradiciones revolucionarias. ¿Lenin y Marx no habrían contribuido, incluso involuntariamente, a la barbarie estalinista? ¿Hubo en Rusia una auténtica revolución? ¿No existe el peligro de que los “planteamientos políticos” destruyan lo que construyen los obreros?
La burguesía ha alimentado estos temores con su campaña permanente de denigración de la revolución rusa, el bolchevismo y Lenin, la cual ha sido reforzada por las mentiras estalinistas. La ideología democrática que la burguesía ha propagado hasta extremos increíbles a lo largo del siglo XX ha fortalecido esos sentimientos con sus insistencias sobre la soberanía del individuo, el “respeto a todas las opiniones” y el rechazo del “dogmatismo” y la “burocracia”.
Centralización, partido de clase, dictadura del proletariado…, todas esas nociones que han sido el fruto de encarnizados combates, de enormes esfuerzos de clarificación teórica y política, están marcados por estigma infamante de la sospecha. ¡No hablemos de Lenin a quien se le niega el pan y la sal y cuya contribución es sometida al más tenaz ostracismo echando mano de cuatro frases sacadas de contexto, entre ellas la famosa sobre la “conciencia importada desde fuera” ([2])!
La combinación de los temores y dudas por un lado y de la presión ideológica de la burguesía por otro, encierra el peligro de que perdamos el lazo con la continuidad histórica de nuestra clase, con su programa y su método científico sin los cuales una nueva revolución es imposible.
El consejismo es la expresión de ese peso ideológico que se concreta en un agarrarse a lo inmediato, lo local, lo económico, considerados como “más próximos y controlables” y en un rechazo visceral a todo lo que huela a político o centralizado, vistos siempre como abstractos, lejanos y hostiles.
Hablas de apropiarse de las aportaciones de las fracciones de izquierda comunista que supieron ir a contracorriente durante 50 años de contrarrevolución. ¡Estamos totalmente de acuerdo! Sin embargo, el consejismo no forma parte de esas aportaciones sino que se sitúa fuera de ellas. Es necesario diferenciar entre el comunismo de los consejos y el consejismo ([3]). El consejismo es la expresión extrema y degenerada de los errores que empiezan a teorizarse en los años 30 dentro de un movimiento vivo como es el comunismo de los consejos. El consejismo es una tentativa abiertamente oportunista de dar una forma “marxista” a las posiciones machacadas mil veces por la burguesía –y repetidas por el anarquismo- sobre la revolución rusa, la dictadura del proletariado, el Partido, la centralización etc.
Ciñéndonos concretamente a la experiencia rusa, el consejismo ataca dos pilares básicos del marxismo: el carácter internacional de la revolución proletaria y el carácter fundamentalmente político de la misma.
Nos vamos a centrar únicamente en esas dos cuestiones. Hay muchas más que abordar –¿Cómo se forma la conciencia de clase?, ¿Cuál es el papel del partido y sus lazos con la clase?, etc., pero creemos que no hay espacio para tratarlas y, sobre todo, esas dos cuestiones –sobre las cuales tú insistes especialmente– nos parecen cruciales para aclarar el “enigma ruso”.
¿Revolución mundial o “socialismo en un solo país”?
En diversos pasajes de tu texto insistes en el peligro de tomar la “revolución mundial” como una excusa para retrasar sine die la lucha por el comunismo y justificar la dictadura del partido.
“Hay quien atribuye todas las deformaciones burocráticas de la revolución a la guerra civil y a sus devastaciones, al aislamiento de ésta por la falta de la revolución mundial y al carácter atrasado de la economía rusa, pero eso no explica en nada la degeneración interna de la revolución y por qué ésta no fue derrotada en el campo de batalla y sí lo fue desde dentro. Esta explicación la única perspectiva que nos da es que formulemos votos para que las próximas revoluciones tengan lugar en países desarrollados y no se queden aisladas”.
Unas páginas más adelante remachas:
“la revolución no puede limitarse a gestionar el capitalismo hasta la época de las calendas griegas del triunfo mundial de la revolución, debe abolir las relaciones capitalistas de producción (trabajo asalariado, mercancías)”.
Las revoluciones burguesas fueron revoluciones nacionales. El capitalismo se desarrolló primero en las ciudades y durante largo tiempo convivió con un mundo agrario dominado por el feudalismo; sus relaciones sociales se pudieron construir dentro de un país, aislado de los demás. Así, en Inglaterra la revolución burguesa triunfó en 1640 mientras que en el resto del continente imperaba el régimen feudal.
Pero ¿puede seguir el proletariado el mismo camino? ¿Puede empezar el proletariado a “abolir las relaciones capitalistas de producción” en un país sin tener que esperar a “las calendas griegas de la revolución mundial”?
Estamos seguros de que tú estás en contra de la posición estalinista del “socialismo en un solo país”, sin embargo, al aceptar que el proletariado “empiece la abolición del salariado y la mercancía sin esperar a la revolución mundial” estás reintroduciendo por la ventana esa posición que tiras por la puerta. No existe un camino intermedio entre la construcción mundial del comunismo y la construcción del socialismo en un solo país.
Existe una diferencia fundamental entre las revoluciones burguesas y la revolución proletaria: aquellas son nacionales en sus medios y sus fines, en cambio, la revolución proletaria es la primera revolución mundial de la historia tanto en su fin (el comunismo) como en sus medios (el carácter mundial tanto de la revolución como de la construcción de la nueva sociedad).
En primer lugar, porque «la gran industria ha creado una clase que en todas las naciones se mueve por el mismo interés y en la que ha quedado destruida toda nacionalidad» (Ideología alemana) de tal forma que los proletarios no tienen patria y no pueden perder lo que nunca han poseído. En segundo lugar, porque esa misma gran industria
“al crear el mercado mundial, ha unido tan estrechamente todos los pueblos del globo terrestre, sobre todo los pueblos civilizados, que cada uno depende de lo que ocurre en la tierra del otro. Además, ha nivelado en todos los países civilizados el desarrollo social a tal punto que en todos estos países la burguesía y el proletariado se han erigido en las dos clases decisivas de la sociedad, y en la lucha entre ellas se ha convertido en la principal lucha de nuestros días. Por consiguiente, la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en Estados Unidos, en Francia y en Alemania” (Principios del comunismo, Engels, 1847).
Frente a este planteamiento internacionalista, el estalinismo en 1926-27 impuso la tesis del “socialismo en un solo país”. Trotski y todas las tendencias de la Izquierda comunista (incluidos los comunistas germano-holandeses) consideraron semejante posición como una traición y Bilan la vio como la muerte de la IC.
Por su parte, el anarquismo razona en el fondo igual que el estalinismo. Su visión contra la centralización le hace aborrecer la fórmula “socialismo en un solo país”, pero, sobre la base de la “autonomía” y la “autogestión” propugna el “socialismo en una sola aldea” o en “una sola fábrica”. Estas fórmulas parecen más “democráticas” y más “respetuosas de la iniciativa de las masas” pero conducen a lo mismo que el estalinismo: la defensa de la explotación capitalista y del Estado burgués ([4]). El camino es desde luego diferente: en el caso del estalinismo es el método brutal de una burocracia abiertamente jerarquizada; por su parte, el anarquismo explota y desarrolla los prejuicios democráticos sobre la “soberanía” y la “autonomía” de los individuos “libres” y les propone gestionar su propia miseria por medio de organismos locales o sectoriales.
¿Cuál es la posición del consejismo? Como hemos dicho al principio hay una evolución en los diferentes componentes de esta corriente. Las Tesis sobre el Bolchevismo ([5]) adoptadas por el GIK abren las puertas a las peores confusiones ([6]). Sin embargo, el GIK no pondrá jamás abiertamente en cuestión la naturaleza mundial de la revolución proletaria. Ahora bien, su insistencia sobre su carácter “fundamentalmente económico” y su rechazo del partido, le llevarán implícitamente a ese terreno pantanoso. Grupos consejistas posteriores –particularmente en los años 70– teorizarán abiertamente las tesis sobre la construcción “local y nacional” del socialismo. Esto es lo que combatimos en diferentes artículos de nuestra Revista internacional que polemizan contra el tercermundismo y las visiones autogestionarias de varios grupos consejistas ([7]).
Contrariamente a lo que das a entender, el internacionalismo proletario no es un deseo piadoso o una opción entre otras, sino la respuesta concreta a la evolución histórica del capitalismo. Desde 1914, todos los revolucionarios coinciden en que la única revolución que se plantea es la socialista, internacional y proletaria:
“No es nuestra impaciencia, no son nuestros deseos, sino las condiciones objetivas creadas por la guerra imperialista las que han conducido a toda la humanidad a un atolladero y la han colocado ante un dilema: o permitir que perezcan nuevos millones de hombres y que se destruya hasta el fin toda la cultura europea, o entregar el poder en todos los países civilizados al proletariado revolucionario, realizar la revolución socialista. Al proletariado ruso le ha correspondido el gran honor de empezar una serie de revoluciones, engendradas de manera ineluctable y objetiva por la guerra imperialista” (Lenin, “Carta de despedida a los obreros suizos”, abril 1917, Obras completas).
Pero no es solo la madurez de la situación histórica la que plantea la revolución mundial. Es también el análisis de la relación de fuerzas entre las clases vista igualmente a escala mundial. La constitución lo antes posible del Partido Internacional del proletariado es un elemento crucial para inclinar a su favor la balanza de fuerzas con el enemigo. Cuanto antes se constituya la Internacional más difícil le será a la burguesía aislar los focos revolucionarios. Lenin luchó para que ya en 1917, antes de la toma del poder, la izquierda de Zimmerwald constituyera inmediatamente una nueva Internacional:
“Estamos obligados, nosotros precisamente, y ahora mismo, sin pérdida de tiempo, a fundar una nueva Internacional revolucionaria, proletaria; mejor dicho, debemos reconocer sin temor, abiertamente, que esa Internacional ya ha sido fundada y actúa” (Tesis de Abril, 1917).
En septiembre de 1917, Lenin planteó la necesidad de la toma del poder, basándose en un análisis de la situación internacional del proletariado y la burguesía: en una carta al Congreso bolchevique de la región Norte (8 octubre 1917) señala:
“Nuestra revolución vive momentos críticos en extremo. Esta crisis ha coincidido con la gran crisis de crecimiento de la revolución socialista mundial y de la lucha del imperialismo mundial contra ella (…) [la toma del poder] salvará tanto la revolución mundial como la Revolución rusa”.
La revolución en Rusia –tras abortar el golpe de Kornilov– pasaba por un momento delicado: si los Soviets no se lanzaban a la ofensiva (toma del poder), Kerenski y sus amigos repetirían nuevas tentativas para paralizarlos y posteriormente liquidarlos acabando con la revolución. Pero eso mismo pasaba a otro nivel en Alemania, Austria, Francia, Gran Bretaña, etc.: la agitación obrera podía recibir un poderoso impulso con el ejemplo ruso o por el contrario corría el riesgo de diluirse en una multiplicación de luchas dispersas.
La toma del poder en Rusia fue concebida siempre como una contribución a la revolución mundial y no como una tarea de gestión económica nacional. Varios meses después de octubre, Lenin se dirige a una Conferencia de Comités de fábrica de la zona de Moscú en estos términos:
“la Revolución rusa no es más que un destacamento avanzado del ejército socialista mundial y el éxito y el triunfo de la revolución que hemos realizado dependen de la acción de este ejército. Es algo que ninguno de nosotros olvidamos (…) El proletariado ruso se da cuenta de su aislamiento revolucionario y ve claramente que su victoria tiene como condición indispensable y premisa fundamental, la intervención unida de los obreros del mundo entero”.
¿Revolución económica o revolución política?
Siguiendo la posición consejista, tú piensas que el motor desde el primer día de la revolución proletaria es la adopción de medidas económicas comunistas. Esto lo desarrollas en numerosos pasajes de tu texto:
“en abril de 1918 Lenin publicó Las tareas inmediatas del poder soviético en donde ahonda en la idea de construir un capitalismo de Estado bajo control del partido, desarrollando la productividad, la contabilidad y la disciplina en el trabajo, acabando con la mentalidad pequeño burguesa y la influencia anarquista, y sin dudar en propugnar métodos burgueses: como el uso de especialistas burgueses, el trabajo por piezas, la adopción del taylorismo, la dirección unipersonal ([8])… Como si los métodos de producción capitalistas fuesen neutros y su uso por un partido ‘obrero’ garantizase su carácter socialista. El fin de la construcción socialista justifica los medios”.
Como alternativa proclamas que “la revolución no puede limitarse a gestionar el capitalismo hasta la época de las calendas griegas del triunfo mundial de la revolución, debe abolir las relaciones capitalistas de producción (trabajo asalariado, mercancías)”, desarrollando “la comunistización de las relaciones de producción, con el cálculo del trabajo social necesario para la producción de bienes”.
El capitalismo ha formado el mercado mundial desde principios del siglo XX. Ello significa que la ley del valor opera sobre toda la economía internacional y a ella no puede escapar ningún país ni grupo de países. El bastión proletario (el país o grupo de países donde triunfa la revolución) no es ninguna excepción. La toma de poder en el bastión proletario no significa un “territorio liberado”. Todo lo contrario, ese territorio sigue perteneciendo al enemigo pues está sometido enteramente a la ley del valor del capitalismo mundial ([9]). El poder del proletariado es esencialmente político y el papel esencial del territorio que ha ganado es servir de cabeza de puente de la revolución mundial.
Los dos principales legados del capitalismo a la historia de la humanidad han sido la formación del proletariado y el carácter objetivamente mundial que ha dado a las fuerzas productivas. Esos dos legados son atacados en la raíz por la teoría de la “comunistización inmediata de las relaciones de producción”: “abolir” el trabajo asalariado y la mercancía a nivel de cada fábrica, localidad o país supone, por una parte, despedazar la producción en un amasijo de pequeñas piezas autónomas, y hacerla prisionera de la tendencia al estallido y el cisma que encierra el capitalismo en su periodo histórico de decadencia y que se concreta de forma dramática en su fase terminal de descomposición ([10]). Por otro lado, significa dividir al proletariado al atarlo a los intereses y necesidades de cada una de las unidades de producción local, sectorial o nacional en las que se ha “liberado” de las relaciones capitalistas de producción.
Dices que “Rusia en 1917 abrió un ciclo revolucionario que se cerró el 37. Los obreros rusos fueron capaces de tomar el poder, pero no de usarlo para una transformación comunista. Atraso, guerra y colapso económico y aislamiento internacional no explican por sí mismos la involución. La explicación está en una política que hace del poder un fetiche y lo separa de las transformaciones económicas que deben realizar los órganos de clase: asambleas y consejos donde se superan la división entre funciones políticas y sindicales, la concepción leninista privilegia la cuestión del poder político en detrimento de la socialización de la economía y de la transformación de las relaciones de producción. El leninismo como enfermedad burocrática del comunismo. Si la revolución es primero política, se limita a gestionar el capitalismo a la espera de la revolución mundial, se crea un poder que no tiene otra función que la represión y la lucha contra la burguesía, que se acaba auto perpetuando a toda costa, primero en la perspectiva de la revolución mundial, y después por si mismo”.
Lo que te hace agarrarte al clavo ardiendo de las “medidas económicas comunistas” es el temor a que la revolución proletaria “se quede bloqueada a nivel político” convirtiéndose en una cáscara vacía que no produzca ningún cambio significativo en las condiciones de vida de la clase obrera.
Las revoluciones burguesas fueron primero económicas y remataron la faena arrancando el poder político a la vieja clase feudal o llegando a algún tipo de componenda con ella.
“Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente progreso político. Estamento oprimido bajo la dominación de los señores feudales: asociación armada u autónoma en la comuna, en unos sitios República urbana independiente, en otros, tercer estado tributario de la monarquía; después, durante el periodo de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales o absolutas, y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el estado representativo moderno” (el Manifiesto comunista).
Durante más de 3 siglos, la burguesía va conquistando una posición tras otra en el terreno económico (comercio, préstamos, manufactura, gran industria) hasta que logra conquistar el poder político en revoluciones cuyo paradigma es la francesa de 1789.
Ese esquema de su evolución histórica responde a su naturaleza de clase explotadora (aspira a instaurar una nueva forma de explotación, el trabajo asalariado “libre” frente a la servidumbre feudal) y a las propias características de su régimen de producción: apropiación privada y nacional de la plusvalía.
¿Puede el proletariado seguir la misma trayectoria en su lucha por el comunismo? Su objetivo no es crear una nueva forma de explotación sino abolir toda explotación. Eso significa que no puede aspirar a levantar en la vieja sociedad un poder económico previo desde cuya plataforma lanzarse a la conquista del poder político sino que tiene que seguir justamente el trayecto contrario: tomar el poder político a escala mundial y desde ahí construir la nueva sociedad.
Economía significa sometimiento de los hombres a leyes objetivas independientes de su voluntad. Quien dice economía dice explotación y alienación. Marx no habló de una “economía comunista” sino de la crítica de la economía política. El comunismo significa el reino de la libertad frente al reino de la necesidad que ha dominado la historia de la humanidad bajo la explotación y la penuria. El principal error de los Principios de la producción y la distribución comunista ([11]), texto clave de la corriente consejista, es que pretende establecer el tiempo de trabajo como automatismo económico neutro e impersonal que regularía la producción. Marx critica esta visión en la Crítica del Programa de Ghota donde señala que la propuesta de “a igual trabajo igual salario” se mueve todavía en los parámetros del derecho burgués. Mucho antes, en la Miseria de la filosofía, había subrayado que :
“En una sociedad futura, donde habrá cesado el antagonismo de clases y donde no habrá clases, el consumo no será determinado por el mínimo de tiempo necesario para la producción; al contrario, la cantidad de tiempo que ha de consagrarse a la producción de los diferentes objetos estará determinada por el grado de utilidad social de cada uno de ellos” anotando que “la competencia realiza la ley según la cual el valor relativo de un producto es determinado por el tiempo de trabajo necesario para crearlo. El hecho de que el tiempo de trabajo sirva de medida de valor de cambio, se convierte así en una ley de desvalorización continua del trabajo” (ídem) ([12]).
En tu texto das a entender que el “leninismo” caería en una “fetichización” de la política. En realidad, es todo el movimiento obrero empezando por el propio Marx el que sería culpable de semejante “falta”. Fue Marx quien en la polémica con Proudhon (el libro antes citado) señaló que:
“El antagonismo entre el proletariado y la burguesía es la lucha de una clase contra otra clase, lucha que llevada a su más alta expresión, implica una revolución total. Por cierto, ¿puede causar extrañeza que una sociedad basada en la oposición de las clases llegue, como último desenlace, a la contradicción brutal, al choque cuerpo a cuerpo? No digáis que el movimiento social excluye el movimiento político. No hay movimiento político que no sea, al mismo tiempo, movimiento social. Sólo en un orden de cosas en el que no existan clases y antagonismo de clases, las evoluciones sociales dejarán de ser revoluciones políticas. Hasta que ese momento llegue, en vísperas de toda reorganización general de la sociedad, la última palabra de la ciencia social será siempre: “luchar o morir; la lucha sangrienta o la nada. Es el dilema inexorable” (ídem).
El consejismo fundamenta su defensa del carácter económico de la revolución proletaria en el siguiente silogismo: como la base de la explotación del proletariado es económica, para abolirla hay que tomar medidas económicas comunistas.
Para responder a este sofisma hemos de abandonar el terreno resbaladizo de la lógica formal y situarnos en el terreno sólido del análisis histórico. En la evolución histórica de la humanidad intervienen dos factores íntimamente relacionados pero que cada uno tiene su propia entidad: por un lado, el desarrollo de las fuerzas productivas y la configuración de las relaciones de producción (el factor económico); por otra parte, la lucha de clases (el factor político). La acción de las clases se basa ciertamente en la evolución del factor económico pero no es un mero reflejo del mismo, un simple resorte que actúa ante los impulsos económicos como el perro de Pavlov. En la evolución histórica de la humanidad registramos una tendencia hacia un peso cada vez mayor del factor político (la lucha de clases): la desintegración del viejo comunismo primitivo y su reemplazo por las sociedades esclavistas fue un proceso esencialmente objetivo, violento, producto de muchos siglos de evolución. El paso del esclavismo al feudalismo surgió de un proceso gradual de desmoronamiento del viejo orden y de recomposición del nuevo donde el factor consciente tuvo un peso muy limitado. En cambio, en las revoluciones burguesas la acción de las clases tiene mayor peso aunque “el movimiento de la inmensa mayoría se realiza en provecho de una minoría”. Sin embargo, como antes hemos señalado, la burguesía cabalga sobre la fuerza arrolladora de enormes transformaciones económicas en gran medida fruto de un proceso objetivo e ineluctable. El peso del factor económico es todavía abrumador.
En cambio, la revolución proletaria es el resultado final de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía que requiere un alto grado de conciencia y la participación activa de aquél. Esa dimensión fundamental y prioritaria del factor subjetivo (conciencia, unidad, solidaridad, confianza, de las masas proletarias) significa primacía del carácter político de la revolución proletaria que es la primera revolución masiva y consciente de la historia.
Estarás a favor de una revolución proletaria hecha mediante la participación activa y consciente de la gran mayoría de los trabajadores, donde se exprese el máximo de unidad, solidaridad, conciencia, heroísmo, voluntad creadora. Pues bien, en ello reside el denostado carácter político de la revolución proletaria.
La “revolución económica” del consejismo en la práctica
Tu balance de la revolución rusa se puede reducir a esto: sí en lugar de “fetichizar” la política y esperar a las “calendas griegas de la revolución mundial” se hubieran adoptado medidas inmediatas de entrega de las fábricas a los trabajadores, de abolición en éstas del trabajo asalariado y los intercambios mercantiles, entonces no se hubiera producido la “burocratización” y la revolución habría seguido adelante. Es una lección que tentó al comunismo de los consejos y que el consejismo ha vulgarizado en nuestros días.
Al sacar esta lección, el consejismo rompe con la tradición del marxismo y se vincula a otra tradición: la del anarquismo y el economicismo. La fórmula del consejismo no tiene nada de original: la defendió Proudhon siendo severamente desmontada por la crítica de Marx; fue retomada posteriormente por las teorías cooperativistas; después por el anarcosindicalismo y el sindicalismo revolucionario y en Rusia por el economicismo. En 1917-23 resurgió con el austro-marxismo ([13]), con Gramsci y su “teoría” de los Consejos de fábrica ([14]); Otto Rühle y ciertos teóricos de las AUUD siguieron el mismo camino. En Rusia, pese a que desarrollaron constataciones justas, tanto el grupo Centralismo democrático como la Oposición obrera de Kollontai cayeron en las mismas ideas. En 1936, el anarquismo hizo de las “colectividades” españolas la gran alternativa al “comunismo burocrático y estatalizador” de los bolcheviques ([15]).
Lo que es común a todas estas visiones –y que está en la raíz igualmente del consejismo– es una concepción de la clase obrera como una mera categoría económica y sociológica. No ve a la clase obrera como una clase histórica, dotada de una continuidad en su lucha y su conciencia, sino como una suma de individuos que se moverían por los más estrechos intereses economicistas ([16]).
El cálculo del consejista es el siguiente: para que los obreros defiendan la revolución han de “comprobar” que da resultados inmediatos, han de tocar con sus propias manos los frutos de la revolución. Esto se consigue dándoles el “control” de las fábricas, permitiendo que las puedan gestionar pos sí mismos ([17]).
¿El “control de la fábrica”? ¿Qué control se puede tener de ella cuando lo que produce ha de someterse a los costes y al margen de beneficio que le marca la concurrencia en el mercado mundial? De dos cosas una: o se declara la autarquía y con ello se produce una regresión de proporciones incalculables que aniquilaría toda revolución; o se trabaja en el mercado mundial viéndose sometido a sus leyes.
El consejista proclama la “abolición del trabajo asalariado” a través de la eliminación del salario y su sustitución por el “bono según el tiempo de trabajo”. Esto es eludir la cuestión con palabras bien sonantes: hay que trabajar unas determinadas horas y por muy justo que sea el bono habrá siempre unas horas retribuidas y otras no retribuidas que significan la plusvalía. El eslogan “a trabajo igual salario igual” forma parte del derecho burgués y encierra la peor de las injusticias, como señaló Marx.
El consejista proclama la “abolición de la mercancía” al reemplazarla por “la contabilidad entre fábricas”. Pero estamos en las mismas: lo que se produzca tendrá que ajustarse al valor de cambio impuesto por la concurrencia dentro del mercado mundial.
El consejismo intenta resolver el problema de la transformación revolucionaria de la sociedad con “formas y nombres” eludiendo la raíz del problema.
“El señor Bray no ve que esta relación igualitaria, este ideal correctivo, que él quisiera aplicar en el mundo, no es sino el reflejo del mundo actual, y que, por tanto, es totalmente imposible reconstruir la sociedad sobre una base que no es más que la sombra embellecida de esta misma sociedad. A medida que la sombra toma cuerpo, se comprueba que este cuerpo, lejos de ser la transfiguración soñada, es el cuerpo de la actual sociedad” (Marx, Miseria de la filosofía).
A las propuestas del anarquismo y el consejismo sobre la “revolución económica” les pasa lo mismo que a Mister Bray: cuando la sombra toma cuerpo se comprueba que no es sino el cuerpo de la actual sociedad. El anarquismo en 1936 con sus colectividades lo que hizo no fue sino implantar un régimen de explotación extrema, al servicio de la economía de guerra, todo ello embellecido con la “autogestión”, la “abolición del dinero” y demás pamplinas.
Sin embargo, hay una consecuencia mucho más grave en las propuestas consejistas: conducen a que la clase obrera renuncie a su misión histórica por el plato de lentejas de la “toma inmediata de las fábricas”.
En tu texto señalas que “clase y partido no tenían intenciones idénticas. Las aspiraciones de los obreros iban en el sentido de apoderarse de la dirección de las fábricas y de dirigir la producción por sí mismos”. “Apoderarse de la dirección de las fábricas” significa que cada sector de la clase obrera tome su parte en el botín recién arrancado al capitalismo y se lo gestione en su propio beneficio, y, todo lo más, se “coordine” con los obreros de las demás fábricas. Es decir, pasamos de la propiedad de los capitalistas a la propiedad de los individuos obreros. ¡No hemos salido del capitalismo!
Pero, peor aún, significa que la generación obrera que hace la revolución tiene que consumir en su propio beneficio y sin pensar para nada en el porvenir, las riquezas recién tomadas al capitalismo. Esto lleva a que la clase obrera renuncie a su misión histórica de construir el comunismo a escala mundial cediendo al espejismo de “tenerlo todo y enseguida”.
Esta tentación de caer en “el reparto de las fábricas” constituye un peligro real para la próxima tentativa revolucionaria. Hoy el capitalismo ha entrado en su fase terminal: la descomposición ([18]). Descomposición significa caos, disgregación, implosión de las estructuras económicas y sociales en un mosaico desarticulado de fragmentos y a nivel ideológico una pérdida de la visión histórica, global y unitaria que la ideología democrática se encarga de demonizar sistemáticamente como “totalitaria” y “burocrática”. Las fuerzas de la burguesía empujarán decididamente en esa dirección en nombre del “control democrático”, la “autogestión” y otras frases semejantes. El riesgo es que la clase se vea derrotada al perder toda perspectiva histórica y encerrarse en cada fábrica y en cada localidad. Pero no será únicamente una derrota casi definitiva sino que significará que la clase obrera se deja arrastrar por la falta de perspectiva histórica, por el egoísmo, el inmediatismo y la ausencia absoluta de miras que propaga por todas partes la ideología de la burguesía en la situación actual de descomposición.
Las verdaderas lecciones de la Revolución rusa
El bastión proletario nace sometido a una brutal y angustiosa contradicción: por un lado, vive bajo el capitalismo atacado a muerte por sus leyes económicas, militares e imperialistas (invasión militar, bloqueo, necesidad de intercambios comerciales en condiciones desfavorables para sobrevivir, etc.); de otro lado, tiene que romper ese nudo corredizo alrededor de su cuello a través de las únicas armas que posee: la unidad y la conciencia de toda la clase proletaria y la extensión internacional de la revolución.
Ello le obliga a una política compleja y, en ocasiones contradictoria, para mantener a flote la sociedad amenazada de desintegración (abastecimiento, funcionamiento mínimo del aparato productivo, la defensa militar etc.) y, simultáneamente, volcar el grueso de sus fuerzas hacia la extensión de la revolución, el estallido de nuevos movimientos de insurrección proletaria.
En los primeros años del poder soviético, los bolcheviques se atuvieron firmemente a esa política. En su estudio crítico de la revolución rusa, Rosa Luxemburg señala de forma concluyente:
“El destino de la Revolución rusa depende totalmente de los acontecimientos internacionales. Lo que demuestra la visión política de los bolcheviques, su firmeza de principios y su amplia perspectiva es que hayan basado toda su política en la revolución proletaria mundial”.
Como decía una Resolución del Buró territorial de Moscú del Partido bolchevique adoptada en febrero 1918 a propósito del debate sobre Brest-Litovsk:
“En el interés de la revolución internacional aceptaremos el riesgo de perder el poder de los Soviets, que se convierte en puramente formal; hoy como ayer, la tarea principal que tenemos es extender la revolución a todos los países” ([19]).
En esa política, los bolcheviques cometieron toda una serie de errores. Sin embargo, estos errores se podían corregir mientras la fuerza de revolución mundial siguiera todavía viva. Solamente, cuando desde 1923, la revolución recibe un golpe mortal en Alemania, la tendencia creciente de los bolcheviques a hacerse prisioneros del Estado del territorio ruso y de dicho Estado a entrar en una contradicción cada vez más irreconciliable con los intereses del proletariado mundial, se impone definitiva e implacablemente. El Partido bolchevique deja de ser lo que era y se convierte en un mero gestor del capital.
Una crítica marxista de dichos errores no tiene nada que ver con la crítica que hace el consejismo. La “crítica” consejista empuja hacia el anarquismo y la burguesía, la crítica marxista permite reforzar las posiciones proletarias. Muchos de los errores cometidos por los bolcheviques eran compartidos por el resto del movimiento obrero internacional (Rosa Luxemburg, Bordiga, Pannehoek). Con esto no queremos “lavar las culpas” de los bolcheviques sino simplemente señalar que se trataba de un problema de toda la clase obrera internacional y no el producto de la “maldad”, el “maquiavelismo” y el “carácter burgués oculto” de los bolcheviques como piensa el consejismo.
No tenemos tiempo para abordar la crítica marxista de los errores bolcheviques. Hemos trabajado en ello ampliamente en nuestra Corriente. Particularmente queremos destacar los siguientes documentos:
– serie sobre el comunismo, artículos de la Revista internacional números 99 y 100;
– folleto (en francés) sobre el Periodo de transición;
– folleto (en francés) sobre la Revolución rusa.
Estos documentos pueden servir de base para proseguir la discusión. Esperando haber contribuido a un debate claro y fraternal recibe nuestros saludos comunistas.
Acción proletaria – Corriente comunista internacional
[1] Los consejistas más extremos no se detienen en la puesta en cuestión de Lenin. Siguen la ruta y acaban cuestionando a Marx y abrazando a Prudhon y Bakunin. En realidad lo que hacen es aplicar la lógica implacable de la posición según la cual existe una continuidad entre Lenin y Stalin. Ver para ello el artículo “En defensa del carácter proletario de Octubre 1917” en Revista internacional nos 12 y 13, un artículo fundamental para discutir sobre la cuestión rusa.
[2] Nuestro rechazo de la campaña de la burguesía contra Lenin no significa en absoluto que aceptemos a pies juntillas todas sus posiciones. Al contrario, en diferentes documentos hemos dado buena cuenta de sus errores o confusiones sobre el imperialismo, la relación entre el partido y la clase etc. La crítica forma parte de la tradición revolucionaria (como decía Rosa Luxemburgo es como el aire que necesitamos para respirar). Pero la crítica revolucionaria tiene un método y una orientación que está en los antípodas de la denigración y la calumnia burguesa o parásita.
[3] No podemos desarrollar aquí esta cuestión. Te remitimos al libro que hemos publicado en francés e inglés sobre la Izquierda comunista germano-holandesa.
[4] Ver al respecto el artículo “El mito de las colectividades anarquistas”, publicado en la Revista internacional nº 15 e incluido en nuestro libro: 1936, Franco y la República aplastan al proletariado.
Evidentemente, aquí no podemos desarrollar esta cuestión: frente al “modelo” ruso, supuestamente burocrático y autoritario, estaría el “modelo” español de 1936 que sería “democrático”, “autogestionario” y “basado en la iniciativa autónoma de las masas”.
[5] No podemos abordar en el marco de esta respuesta la principal afirmación de las Tesis del Bolchevismo –la naturaleza burguesa de la revolución rusa. Es un punto que hemos rebatido ampliamente en la Revista internacional nos 12 y 13 (ver nota 1) y en la “Respuesta a Lenin filósofo” de Pannehoek en la Revista internacional nos 25, 27, 28 y 30. En todo caso, esa teorización supuso una ruptura con lo que defendieron anteriormente muchos miembros de la corriente del comunismo de los consejos: en 1921 Pannehoek afirmaba “La acción de los bolcheviques es inconmensurablemente grande para la revolución en Europa Occidental. Con la toma del poder han dado un ejemplo al proletariado del mundo entero… Con su praxis han planteado los grandes principios del comunismo: dictadura del proletariado y sistema de Soviets o consejos” (citado en libro sobre la historia de la Izquierda comunista germano-holandesa).
[6] Ver “Octubre del 17, comienzos de la revolución proletaria, en Revista internacional nos 12 y 13.
[7] Ver “Los epígonos del consejismo en la práctica” en Revista internacional no 2, “Carta a Arbetamarkt” en Revista internacional no 4 y “Respuesta a Solidarity sobre la cuestión nacional” en Revista internacional no 15, “El peligro consejista” en Revista internacional no 40, “La miseria del consejismo moderno” en Revista internacional no41 y “Debate sobre el consejismo” en Revista internacional no 42.
[8] Ha de quedar claro que nosotros siempre hemos criticado ciertos métodos de producción propugnados por Lenin y criticados por grupos dentro del partido como Centralismo Democrático. Ver la serie sobre el comunismo publicada en el artículo correspondiente de la Revista internacional no 99.
[9] El bastión proletario tendrá que adquirir alimentos, medicinas, materias primas, bienes industriales etc. a precios desventajosos, sometido a bloqueos y en condiciones de una más que probable desorganización de los transportes. Esto no es únicamente un problema de la atrasada Rusia; como demostramos en el folleto Octubre principio de la revolución mundial (publicado en francés) el problema sería más grave aún en un país central como Alemania o Gran Bretaña. A ello se une la guerra de la burguesía contra el bastión proletario: bloqueo comercial, guerra militar, sabotaje etc. Y finalmente, un futuro intento revolucionario del proletariado tendrá que cargar con el duro peso de las consecuencias del mantenimiento del capitalismo en las condiciones de su descomposición histórica: hundimiento de las infraestructuras, caos en comunicaciones y suministros, efectos devastadores de una interminable sucesión de guerras regionales, destrucciones ecológicas…
[10] Todas las peroratas actuales sobre la “mundialización” del capitalismo que comparten tanto el denostado “neoliberalismo” como su supuesto antagonista –el movimiento “antiglobalización”– ocultan el hecho de que el mercado mundial se formó hace más de un siglo y que hoy el problema que enfrenta el sistema es su tendencia irremediable al estallido y la autodestrucción brutal a través sobre todo de las guerras imperialistas.
[11] Aquí no podemos desarrollar una crítica detallada de los Principios. Te remitimos a la que realiza nuestro libro ya citado sobre la Historia de la Izquierda comunista germano-holandesa.
[12] Pannehoek formuló con toda razón grandes reservas a los Principios. Ver nuestro libro antes mencionado.
[13] Ver en Revista internacional no 2 “Del austro-marxismo al austro-fascismo”.
[14] Ver en el libro Debate sobre los Consejos de fábrica, la clara crítica que Bordiga dirige a las especulaciones de Gramsci.
[15] Ver nota 4.
[16] No es ninguna paradoja que adopten el mismo error en el que cayó Lenin en el ¿Qué hacer?, al torcer la barra y decir que “los obreros solo pueden alcanzar una conciencia tradeunionista”. Sin embargo, existe una diferencia abismal entre Lenin y los consejistas: mientras el primero fue capaz de corregir el error (y no por motivos tácticos como indicas) los consejistas no son capaces siquiera de reconocerlo.
[17] Guardando las distancias y sin querer exagerar la comparación, los consejistas conciben a los obreros en el mismo papel que los campesinos en la revolución francesa. Esta liberó a aquellos de ciertas cargas feudales sobre la propiedad agraria y ello hizo que fueran entusiastas soldados del ejército revolucionario y muy especialmente del ejército napoleónico. Aparte de que esta concepción revela una visión subordinada e inconsciente del proletariado que desmiente todas las protestas sobre la “participación” y la “iniciativa” de las masas que alega el consejismo, lo más grave es que olvida que mientras el campesino podía liberarse mediante el cambio de propiedad de la tierra, el proletariado jamás se liberará mediante el cambio de la propiedad en la fábrica. La revolución proletaria no consiste en un hecho puramente local y jurídico de liberar a los obreros de la opresión de un señor capitalista sino de liberar al proletariado y a toda la humanidad del yugo de unas relaciones sociales globales y objetivas que se imponen más allá de las relaciones personales o de propiedad: las relaciones de producción capitalistas basadas en la mercancía y el salariado.
[18] Ver en Revista internacional nº 62 las “Tesis sobre la Descomposición”.
[19] A propósito del Tratado de Brest-Litovsk dices que significó el “rechazo a una guerra revolucionaria que, aunque a corto plazo hubiera significado la pérdida temporal de las ciudades, habría permitido desarrollar una guerra popular con constitución de milicias en los campos y fusionar la revolución obrera con la campesina tal como proponía la izquierda bolchevique creando la posibilidad de iniciar la constitución del modo de producción comunista” (pag. 9). No podemos desarrollar esta cuestión (te remitimos al folleto en francés mencionado en la nota 8). Sin embargo, tu reflexión nos plantea algunas cuestiones. En primer lugar, ¿Qué es la “revolución campesina”? ¿Qué “revolución” puede hacer el campesinado que habría que fusionar con la “revolución obrera”? El campesinado no es una clase sino una categoría social en la que se confunden diversas clases sociales con intereses diametralmente opuestos: terratenientes, propietarios medios, pequeños propietarios, jornaleros… Por otra parte ¿cómo se puede iniciar “la constitución del modo de producción comunista” a base de guerrillas en el campo con las ciudades abandonadas al enemigo?