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Conflictos imperialistas
La progresión inexorable del caos y del militarismo
Como lo vimos en diciembre de 1995 con la maniobra dirigida contra la clase obrera en Francia y más ampliamente contra el proletariado europeo, la burguesía siembre acaba uniéndose a escala internacional para enfrentarse al proletariado. No ocurre lo mismo, ni mucho menos, en el plano de las relaciones interimperialistas, en las que la ley de la jungla vuelve por sus fueros. Las «victorias de la paz» que a finales de 1995 fueron celebradas por los obedientes medios de comunicación no son sino otras tantas siniestras mentiras y no son sino otros tantos capítulos de la lucha a muerte que enfrenta a las grandes potencias imperialistas, a veces abiertamente, y las más de las veces tras la careta de las pretendidas fuerzas de interposición como la IFOR en la antigua Yugoslavia. En efecto, la fase final de la decadencia del sistema capitalista que estamos viviendo, la de su descomposición, se caracteriza, ante todo, a escala de las relaciones interimperialistas, por la tendencia a la guerra de todos contra todos y cada uno para sí. Esta tendencia es tan fuerte que, desde la guerra del Golfo, ha neutralizado la tendencia inherente al imperialismo en la decadencia, la de la formación de nuevos bloques imperialistas. De ahí:
- una agudización de esas expresiones típicas de la crisis histórica del modo de producción capitalista como lo es el militarismo, el recurso sistemático a la fuerza bruta para dirimir los problemas con sus rivales imperialistas y el horror cotidiano de la guerra para una parte cada vez mayor de la población del mundo, impotentes víctimas de las peleas mortales del imperialismo. Si la superpotencia militar norteamericana, para defender su hegemonía, es la primera en usar la fuerza, las demás «grandes democracias» como Gran Bretaña, Francia, y -hecho de importancia histórica-, Alemania le siguen los pasos dentro de sus capacidades ([1]).
- un cada vez mayor cuestionamiento del liderazgo de la primera potencia mundial por parte de la mayoría de sus ex aliados y vasallos.
- puesta en entredicho o debilitamiento de las alianzas imperialistas más firmes, como así lo demuestra la ruptura histórica de la alianza anglo-norteamericana, así como el evidente enfriamiento de las relaciones entre Francia y Alemania.
- la incapacidad de la Unión Europea para formar un polo alternativo contra la superpotencia americana, como ha quedado patente en las divisiones que han opuesto a diferentes Estados europeos en un conflicto, el de la antigua Yugoslavia, ocurrido en sus propias puertas.
En ese marco puede entenderse la evolución de una situación imperialista mucho más compleja e inestable que cuando había dos grandes bloques imperialistas y de él podremos sacar los rasgos principales:
- el origen y el éxito de la contraofensiva americana centrada en la ex Yugoslavia;
- los límites, sin embargo, de esa contraofensiva, muy bien plasmados en la voluntad persistente de Gran Bretaña de poner en tela de juicio su alianza con el padrino americano;
- el acercamiento franco-británico, al mismo tiempo que se produce un distanciamiento de Francia con respecto a su aliado alemán.
El éxito de la contraofensiva de Estados Unidos
En la Resolución sobre la situación internacional del XIº Congreso de la CCI (Revista Internacional, nº 82) subrayábamos: «(...) el fracaso que representa para los Estados Unidos la evolución de la situación en la ex-Yugoslavia, donde la ocupación directa del terreno por tropas británicas y francesas bajo el uniforme de UNPROFOR, ha contribuido en gran medida a frustrar las tentativas norteamericanas de tomar posición firme en esta región, a través de su aliado bosnio. Muestra también que la primera potencia mundial, encuentra cada vez mayores dificultades para jugar su papel de “gendarme” mundial, papel éste que cada vez soportan menos las demás burguesías que tratan, por su parte, de exorcizar un pasado en el que la amenaza soviética les forzaba a someterse a los dictados de Washington.
Asistimos hoy a un importante debilitamiento, casi una crisis, del liderazgo de USA, que se va confirmando poco a poco en todas partes». Explicábamos ese debilitamiento del liderazgo estadounidense por el hecho de que «la tendencia dominante, hoy por hoy, no es tanto la constitución de un nuevo bloque sino más bien el «cada uno a la suya».
En la primavera de 1995 la situación estaba efectivamente dominada por el debilitamiento de la primera potencia mundial. Pero, desde entonces, se ha modificado, marcada a partir del verano del 95 por una contraofensiva de Clinton y su administración. La creación de la FFR por los franco-británicos, dejando a EEUU como mero comparsa en el ruedo yugoslavo y, más importante todavía, la traición de su más antiguo y fiel teniente, Gran Bretaña, habían debilitado sensiblemente las posiciones de EEUU en Europa, haciendo indispensable una amplia respuesta para atajar el declive del liderazgo de la primera potencia mundial. Esa contraofensiva la ha llevado a cabo EEUU basándose en dos bazas principales. La primera, la de ser la única superpotencia militar, capaz de movilizar rápidamente múltiples fuerzas armadas a un nivel que ninguno de sus rivales podría pretender alcanzar para enfrentarse a ellas. Y así ha sido con la creación de la IFOR, quitando de en medio a la Unprofor, con todo el apoyo logístico con que cuentan los norteamericanos: medios de transporte, fuerza aeronaval de enorme potencia de fuego, satélites militares de observación. Esa demostración de fuerza ha sido lo que obligó a los europeos a firmar los acuerdos de Dayton. Después, apoyándose en tal fuerza militar, Clinton, se ha dedicado, en lo diplomático, a jugar con las rivalidades entre las potencias europeas más comprometidas en Yugoslavia, usando muy especialmente y con habilidad la oposición entre Francia y Alemania, que ha venido a añadirse al antagonismo tradicional entre Gran Bretaña y Alemania([2]).
La presencia directa en la ex Yugoslavia, y más ampliamente en el Mediterráneo, de un fuerte contingente estadounidense ha sido un duro golpe para dos Estados, que son la avanzadilla del cuestionamiento del liderazgo norteamericano, Francia y Gran Bretaña. Tanto más por cuanto ambos países reivindican un estatuto imperialista de primer plano en el Mediterráneo y, además, para preservar su estatuto, se habían empeñado desde que se inició la guerra en Yugoslavia, en impedir una intervención de EEUU que no haría sino debilitar su posición en aquel mar.
Desde entonces, EEUU se ha afirmado claramente como el dueño del cotarro en la antigua Yugoslavia. Alternando una de cal y otra de arena, los norteamericanos presionan con cierto éxito sobre Milosevic para que éste rompa los vínculos estrechos que lo unen a sus padrinos anglo-franceses. Mantienen firmemente en su puño a sus «protegidos» bosnios, llamándoles al orden cuando éstos expresan la menor veleidad de independencia, como hemos visto con el montaje americano de dar una repentina publicidad a ciertos lazos existentes entre Bosnia e Irán. Preparan el porvenir acercándose a Zagreb, pues Croacia es, en la zona, la única fuerza capaz de oponerse eficazmente a Serbia. Incluso han sido capaces de utilizar en provecho propio las agudas tensiones que agitan a su «obra», o sea la federación croato-musulmana, en la ciudad de Mostar. Parece incluso evidente que han dejado, cuando no animado, a los nacionalistas croatas a atacar al administrador alemán de la ciudad, lo que dio como resultado que éste se marchara precipitadamente y fuera sustituido por un mediador norteamericano, sustitución pedida tanto por los croatas como por los musulmanes. Al trabar buenas relaciones con Croacia, a quien apunta EEUU es a Alemania, gran padrino protector de Croacia. Pero, aunque así ejercen cierta presión sobre Alemania, EEUU sigue procurando tratarla con cuidado para así mantener y agudizar las graves tensiones ocurridas en la alianza franco-alemana sobre Yugoslavia. Además, al mantener una alianza táctica y de circunstancias con Alemania en la antigua Yugoslavia, EEUU puede esperar controlar tanto mejor la actividad de Alemania, la cual sigue siendo el más peligroso de sus rivales imperialistas. La presencia masiva de EEUU en el terreno, limita de hecho el margen de maniobra del imperialismo alemán.
Así, tres meses después de la instalación de la IFOR, la burguesía americana con trola sólidamente la situación y es eficaz, por el momento, contra las zancadillas que le ponen Francia y Gran Bretaña para sabotear el montaje estadounidense. Después de haber sido el centro de la puesta en entredicho de la supremacía de la primera potencia mundial, la antigua Yugoslavia se ha transformado en trampolín de la defensa de esa supremacía en Europa y el Mediterráneo, que es la zona central en el campo de batalla de las rivalidades interimperialistas. También, la presencia militar americana en un país como Hungría no puede ser sino una amenaza más en la zona tradicional de influencia del imperialismo alemán, el Este de Europa. No es desde luego una casualidad si surgen tensiones importantes al mismo tiempo entre Praga y Bonn sobre los Sudetes, apoyando EEUU claramente las posiciones checas en este asunto. Igualmente, un país como Rumanía, aliado tradicional de Francia, acabará sufriendo los efectos de la presencia norteamericana.
La posición de fuerza adquirida por EEUU a partir de Yugoslavia se ha concretado también en el mar Egeo entre Grecia y Turquía. Inmediatamente, Washington se puso a hablar fuerte y ambos países se doblegaron inmediatamente ante sus órdenes, aunque siga habiendo rescoldos encendidos. Pero, más allá de la advertencia a esos dos países, EEUU se ha aprovechado del acontecimiento para poner de relieve la impotencia de la Unión Europea frente a tensiones en su propio suelo, poniendo también de relieve quién es el mandamás del Mediterráneo.
Aunque Europa es lugar central en la preservación del liderazgo estadounidense, EEUU debe defenderlo a escala mundial. Y en este marco, Oriente Medio sigue siendo un campo de maniobras privilegiado del imperialismo americano. A pesar de la cumbre de Barcelona iniciada por Francia y sus intentos de volverse a introducir en el escenario medio-oriental, a pesar del éxito que ha sido para el imperialismo francés la elección de Zerual en Argelia y las zancadillas de Alemania y Gran Bretaña queriendo meterse en los cotos privado del Tío Sam, EEUU ha reforzado su presión marcando tantos importantes durante el año pasado. Haciendo progresar los acuerdos entre israelíes y palestinos, con el remate de la elección triunfal de Arafat en los territorios, sacando provecho de la dinámica creada tras el asesinato de Rabin para acelerar las negociaciones entre Siria e Israel, la primera potencia mundial refuerza su control de la región tras la careta de la «pax americana» y sus medios de presión respecto a Estados como Irán, el cual sigue poniendo en entredicho la supremacía americana en Oriente Medio ([3]). Cabe decir también que tras una efímera y parcial estabilidad de la situación en Argelia en torno a la elección de Zerual, la fracción de la burguesía argelina vinculada al imperialismo francés vuelve a estar enfrentada a atentados y ataques en serie tras los cuales, con «islamistas» interpuestos, está sin duda la mano de Estados Unidos.
La primera potencia mundial se enfrenta a las tendencias centrífugas
La vigorosa contraofensiva de la burguesía estadounidense ha modificado la superficie imperialista pero no la ha afectado en profundidad. Estados Unidos ha logrado claramente demostrar que sigue siendo la única superpotencia y que no vacila en poner en marcha su impresionante máquina militar para defender su liderazgo allí donde pueda estar amenazado, de modo que cualquier potencia imperialista que discuta esa supremacía podría verse expuesta al palo norteamericano. En este aspecto, el éxito ha sido total y el mensaje ha sido perfectamente oído. Sin embargo, a pesar de las importantes batallas ganadas por EEUU, no por ello ha conseguido acabar de una vez por todas con el fenómeno que necesitó precisamente ese despliegue de fuerzas: la tendencia centrífuga de «cada uno para sí» que domina el ruedo imperialista. Momentánea y parcialmente frenada, pero en absoluto destruida, esa tendencia sigue sacudiendo todo el escenario imperialista, alimentada permanentemente por la descomposición que afecta al conjunto del sistema imperialista. Sigue siendo la tendencia dominante en todas las relaciones interimperialistas, obligando a cada rival de EEUU a cuestionar abiertamente o de manera solapada su supremacía, aunque no haya ninguna igualdad entre las fuerzas en presencia. La descomposición y su monstruosa descendencia que es la guerra de todos contra todos ponen al rojo vivo ese rasgo típico de la decadencia del capitalismo que es la irracionalidad de la guerra en su fase imperialista. Ése es el obstáculo principal contra el que choca la superpotencia mundial, obstáculo que no puede sino generar nuevas y mayores dificultades para quien aspira a ser el «gendarme del mundo».
Francia, Gran Bretaña y también Alemania, tras comprobar los límites de su margen de maniobra en la ex Yugoslavia, van a trasladar otro sitio sus esfuerzos por intentar debilitar el liderazgo americano. En esto, el imperialismo francés es muy activo. Expulsado casi por completo de Oriente Medio, intenta por todos los medios volver a una región de alto valor estratégico. Apoyándose en sus relaciones tradicionales con Irak, hace de mediador entre ese país y la ONU, derramando lágrimas de cocodrilo por las terribles consecuencias para la población del embargo impuesto a Irak por EEUU, y, a la vez, procura reforzar su influencia en Yemen y Qatar. No duda en meterse en los dominios de EEUU, pretendiendo desempeñar un papel en las negociaciones sirio-israelíes, ofreciendo de nuevo sus servicios a Líbano. Sigue intentando preservar sus cotos de caza en el Magreb, siendo muy directo con Marruecos y Túnez, y, a la vez, procura defender sus zonas de influencia tradicionales en el África negra. Y aquí, ayudado ahora por su nuevo cómplice británico (al cual, en agradecimiento, ha permitido que integre a Camerún en la Commonwealth, algo inconcebible hace algunos años), el imperialismo francés se dedica a maniobrar en todas direcciones, desde Costa de Marfil y Níger (donde ha apoyado el reciente golpe de Estado) hasta Ruanda. Expulsado de este país por EEUU, utiliza ahora cínicamente a las masas de refugiados hutus de Zaire para desestabilizar a la camarilla proamericana que dirige hoy Ruanda.
Pero las dos manifestaciones más significativas de la determinación de la burguesía francesa para resistir a toda costa al buldózer estadounidense han sido, primero, el viaje reciente del Presidente francés, Chirac, a EEUU y, segundo, la decisión de transformar radicalmente las fuerzas armadas de Francia. Ir a visitar al gran patrón americano, era para el Presidente francés una manera de indicar que había entendido la nueva situación imperialista creada por la manifestación de fuerza de la primera potencia mundial, pero no por ello iba allí a declararse sumiso. Chirac afirmó claramente en su viaje la voluntad de autonomía del imperialismo francés exaltando la defensa europea. Y tomando nota del hecho que muy difícilmente puede oponerse alguien abiertamente a la potencia militar americana, inauguró una nueva estrategia, la más eficaz del caballo de Troya. Es el sentido de la integración casi total de Francia en la OTAN. Desde ahora, será desde dentro desde donde el imperialismo francés intentará seguir saboteando el «orden americano». La decisión de transformar el ejército francés en un ejército profesional, capaz de alinear en todo momento a sesenta mil hombres para operaciones fuera de sus fronteras, es el otro aspecto de esa nueva estrategia y expresa la firme voluntad de la burguesía francesa de defender sus intereses imperialistas, incluso contra el gendarme USA si falta hiciera. Cabe señalar aquí un hecho de importancia: en la práctica de esa táctica de caballo de Troya, al igual que en la reorganización de sus fuerzas militares, Francia sigue resueltamente el «ejemplo inglés». Gran Bretaña tiene, en efecto, una larga experiencia en esa estrategia del rodeo. Por ejemplo, su adhesión a la CEE (Comunidad económica europea) no tuvo más finalidad que la de sabotearla desde dentro. De igual modo, el ejército profesional británico ha demostrado con creces su eficacia, pues, con un efectivo bastante inferior al de Francia, pudo, sin embargo, movilizar más rápidamente fuerzas superiores en cantidad tanto en la guerra del Golfo como en la de Yugoslavia. Así, hoy, por detrás del activismo chiraquiano en el ruedo imperialista, puede a menudo verse la oreja de Gran Bretaña entre bastidores. La relativa eficacia de la burguesía francesa para defender su rango en el ruedo imperialista le debe mucho, sin duda, a los consejos de la burguesía más experimentada del mundo y a la estrecha colaboración que se ha desarrollado entre ambos Estados durante el año pasado.
Pero en donde la fuerza centrífuga de cada uno para sí y a la vez los límites de la demostración de fuerza de Estados Unidos son más patentes, es sin duda alguna en la ruptura de la alianza imperialista que unía Gran Bretaña a Estados Unidos desde hace más de un siglo. A pesar de la enorme presión ejercida por EEUU para castigar la traición de la «pérfida Albión» y obligarla a mejores sentimientos respecto a su ex aliado y ex jefe de bloque, la burguesía británica mantiene su política de distanciamiento respecto a Washington, como lo demuestra sobre todo el acercamiento creciente a Francia, aunque también es verdad que, mediante esta alianza, Gran Bretaña también intenta oponerse a Alemania. Esta política no tiene la unanimidad de toda la burguesía inglesa. La fracción que lidera Thatcher –que propugna el mantenimiento de la alianza con Estados Unidos–, es por el momento minoritaria, y Major en ese plano tiene el apoyo total de los laboristas. La ruptura entre Londres y Washington es reveladora de la gran diferencia que hay hoy con la situación de la guerra del Golfo en la que Gran Bretaña era todavía el más fiel teniente de EEUU. La defección del aliado más antiguo y sólido es una profunda espina clavada en la primera potencia mundial, la cual no podrá seguir soportando tal grave cuestionamiento de su supremacía. Por eso Clinton ha utilizado la vieja cuestión irlandesa para hacer volver al traidor al redil. A finales del 95, Clinton, en su gira triunfal por Irlanda, no dudó en tratar a la más vieja democracia del mundo cual simple «república bananera» tomando abiertamente partido por los nacionalistas irlandeses e imponiendo a Londres un mediador norteamericano, el senador M. Mitchell. Al haber sido rechazado por el gobierno de Major el plan de Mitchell, Washington pasó a una etapa superior utilizando el arma del terrorismo, a través de los atentados del IRA, que se ha convertido en brazo armado de Estados Unidos para sus golpes bajos en suelo británico. Esto pone de relieve la determinación de la burguesía estadounidense para no retroceder ante ningún medio para doblegar a su antiguo teniente. Pero el uso del terrorismo también es expresión de la profundidad del divorcio entre los dos ex aliados y el caos que hoy rige las relaciones imperialistas entre los miembros de lo que fue bloque occidental y todo ello tras la careta de la «amistad indefectible» que uniría a las grandes potencias democráticas de ambas orillas del Atlántico. Por ahora, las múltiples presiones por parte del ex jefe de bloque parecen no haber tenido otro resultado que el de fortalecer la voluntad de resistencia del imperialismo británico, aunque EEUU no ha dicho su última palabra, ni mucho menos, y lo hará todo por modificar la situación.
El fortalecimiento de la tendencia de cada uno para sí a la que se enfrenta el «gendarme» ha conocido en los últimos meses un desarrollo espectacular en Asia, hasta el punto de que se puede decir que un nuevo frente se le está abriendo en esa zona a Estados Unidos. Japón se está volviendo un aliado cada vez menos dócil, pues, liberado de la armadura de los bloques, ahora aspira a obtener un rango imperialista mucho más acorde con su poderío económico. Por eso exige que se le otorgue un escaño permanente en el Consejo de seguridad de la ONU.
Las manifestaciones en contra de la presencia militar americana en el archipiélago de Okinawa, el nombramiento de un nuevo Primer ministro japonés conocido por sus diatribas antiamericanas y su nacionalismo intransigente, son testimonio de que Japón soporta cada vez menos la tutela norteamericana, queriendo afirmar sus prerrogativas imperialistas. Las consecuencias serán las de una mayor inestabilidad en una región en la que los conflictos de soberanía son latentes como el que enfrenta Corea del Sur y Japón a propósito del pequeño archipiélago de Tokdo. Pero lo que es más revelador del desarrollo de las tensiones imperialistas en esta parte del mundo es la nueva agresividad de China para con Taiwan. Más allá de las motivaciones internas de la burguesía china, enfrentada a la delicada sucesión de Deng Tsiao Ping y de la cuestión de Taiwan, la actitud bélica del imperialismo chino significa sobre todo que está dispuesto a plantarle cara a su ex jefe de bloque, Estados Unidos, para defender sus propias prerrogativas imperialistas. China ha rechazado claramente las numerosas advertencias de Washington, aflojándose los estrechos lazos que la unían a EEUU hasta el punto de obligar a este país a hacer alarde de su fuerza con el envío de navíos de guerra al estrecho de Formosa. En este contexto de acumulación de tensiones imperialistas y de cuestionamiento, abierto u oculto, del liderazgo de la primera potencia mundial en Asia, el acercamiento entre París y Pekín con el viaje del ministro francés de Exteriores y la invitación a París de Li Peng, así como la celebración de la primera cumbre euroasiática, son acontecimientos muy relevantes. Si las motivaciones económicas de ese tipo de reuniones son evidentes, ésta ha sido sobre todo la ocasión para la Unión europea de meterse en el terreno del tío Sam, pretendiendo, sean cuales sean las graves divisiones que la animan, formar el «tercer vértice de un triángulo Europa-Asia-América».
A pesar de la fuerte afirmación de su supremacía, el «gendarme» del mundo ve cómo las tendencias centrífugas lo ponen constantemente en entredicho. Ante esa situación, la permanente amenaza de su liderazgo, EEUU se verá obligado a recurrir cada vez más a la fuerza bruta y al hacerlo, el gendarme se convierte en uno de los principales propagadores de caos que pretende combatir. Ese caos, generado por la descomposición del sistema capitalista a escala mundial, seguirá abriendo un surco cada vez más destructor por el planeta entero.
La alianza franco-alemana puesta a prueba
El mando de la primera potencia mundial está amenazado por la agudización de la guerra de todos contra todos que afecta al conjunto de las relaciones imperialistas. Pero, también, el caos que caracteriza de manera creciente esas relaciones hace cada día más imposible la concreción de la tendencia a que se formen nuevos bloques imperialistas. De esto son prueba patente las turbulencias en las que ha entrado la alianza franco-alemana.
El marxismo siempre ha puesto de relieve que una alianza interimperialista no tiene nada que ver con un matrimonio por amor o con una verdadera amistad entre los pueblos. Sólo el interés guía esa alianza y cada miembro de una constelación imperialista procura ante todo defender sus propios intereses y sacar la mayor tajada. Todo eso se aplica perfectamente al «motor de Europa», la pareja franco-alemana, y explica por qué ha sido fundamentalmente Francia quien ha iniciado la distensión de lazos entre ambos aliados. En efecto, la visión de esa alianza no ha sido nunca la misma de un lado y de otro del Rin. Para Alemania las cosas son sencillas. Potencia económica dominante en Europa, con la desventaja de su debilidad en el plano militar, a Alemania le interesa una alianza con una potencia nuclear europea. Sólo es posible con Francia, pues Gran Bretaña, a pesar de su ruptura con Estados Unidos, es su enemigo irreducible. Históricamente, Inglaterra siempre ha luchado contra el dominio de Europa por Alemania, y la reunificación, el peso creciente del imperialismo alemán en Europa no pueden sino reforzar su determinación para oponerse a cualquier tipo de liderazgo germánico en el continente. Aunque Francia haya podido vacilar para oponerse al imperialismo alemán, ya en los años 30 algunas fracciones de la burguesía francesa eran más bien favorables a la alianza con Berlín. Gran Bretaña siempre se ha opuesto a toda constelación imperialista dominada por Alemania. Frente a este antagonismo histórico, a la burguesía alemana no le queda otra posibilidad en Europa occidental y se siente tanto más a gusto en su alianza con Francia porque sabe que en ella, por muchas pretensiones que tenga el «gallo galo», está en posición de fuerza. Por eso, las presiones que está ejerciendo sobre un aliado cada vez más recalcitrante no tienen otro objetivo que obligarlo a mantenerse fiel.
Muy diferente es el asunto para la burguesía francesa. Para ésta, aliarse con Alemania era ante todo un medio de controlarla, esperando ejercer una especie de mando conjunto en Europa. La guerra en la antigua Yugoslavia y, más generalmente, el poderío en auge de una Alemania resueltamente dominadora ha acabado con las esperanzas de una utopía mantenida por una mayoría de la burguesía francesa, la cual ha visto resurgir el temible espectro de la «Gran Alemania» reavivado por el recuerdo de tres guerras perdidas frente al tan poderoso vecino.
Puede decirse que en cierto modo la burguesía francesa se ha sentido defraudada y, a partir de entonces, se ha dedicado a aflojar unos vínculos que sólo servían para poner más de relieve sus debilidades de potencia históricamente declinante. Mientras Gran Bretaña se mantuvo fiel a Estados Unidos, el margen de maniobra del imperialismo francés era muy limitado, reducido a intentar frenar la expansión imperialista de su poderoso aliado, procurando mantenerlo encerrado en su mutua alianza.
El avance realizado por Alemania en Yugoslavia hacia el Mediterráneo, gracias a Croacia y sus puertos, ha significado el fracaso de esa política defendida por Mitterrand. En cuanto Gran Bretaña rompió su alianza privilegiada con Washington, la burguesía francesa se aprovechó de la ocasión para tomar claras distancias con Alemania. El acercamiento a Londres, iniciado por Balladur (Primer ministro francés de 93-94) y acentuado por Chirac, hace esperar al imperialismo francés el poder frenar con mayor eficacia la expansión imperialista alemana, a la vez que puede resistir con mayor fuerza a las presiones del «gendarme» americano. Aunque esta nueva versión de la «Entente cordiale» es la unión de los pequeños contra los dos grandes (EEUU y Alemania), no por ello hay que subestimarla. En el plano militar, ambos países son una potencia significativa en lo convencional y más todavía en lo nuclear. Y también lo son en lo político, pues la temible experiencia de la burguesía inglesa (herencia del dominio que ejerció durante largo tiempo sobre el mundo) incrementará, como hemos visto, la capacidad de esos dos «segundones» para defender cara su piel tanto contra Washington como contra Bonn. Además, incluso si por ahora es difícil juzgar la perennidad de esa nueva alianza imperialista (duramente expuesta a las presiones de EEUU y de Alemania), una serie de factores aboga en favor de cierta duración y solidez del acercamiento franco-británico. Ambos Estados son dos potencias imperialistas históricamente en declive, antiguas grandes potencias coloniales amenazadas tanto por la primera potencia mundial como por la primera potencia europea, todo lo cual crea un sólido interés común. Por eso se ha podido ver a Londres y París desarrollar una cooperación en África y también Oriente Medio, cuando hasta hace poco eran rivales, y eso por no hablar de su concertación total en la antigua Yugoslavia. Pero el factor que da más solidez a ese eje franco-británico es que ambas potencias son de una fuerza más o menos equivalente, tanto en lo económico como en lo militar, de modo que ninguna de las dos temerá ser devorada por la otra, consideración que siempre ha sido de la mayor importancia en las alianzas que traban los tiburones imperialistas.
El desarrollo de una concertación estrecha entre Francia y Gran Bretaña significa obligatoriamente que se debilitará notablemente la alianza franco-alemana. Este debilitamiento que en parte le puede venir bien a EEUU, al alejar la perspectiva de un nuevo bloque dominado por Alemania, es evidentemente contrario a los intereses de ésta. La reorientación radical de los ejércitos y de la industria militar francesas decidida por Chirac expresa, primero, la capacidad de la burguesía francesa para sacar lecciones de la guerra del Golfo y de los reveses sufridos en Yugoslavia y para responder a las necesidades generales a las que se enfrenta el imperialismo francés en la defensa de sus posiciones a escala mundial. Pero, también, esa reorientación va dirigida directamente contra Alemania y ello en varios aspectos:
- a pesar de las proclamas de Chirac de que nada se haría sin una estrecha concertación con Bonn, la burguesía alemana se ha visto ante el hecho consumado, limitándose el gobierno francés con comunicarle unas decisiones sin vuelta atrás;
- se trata sin lugar a dudas de una profunda reorientación de la política imperialista francesa, como lo ha entendido muy bien el ministro alemán de Defensa, el cual declaraba que «si Francia estima que su prioridad es el exterior del núcleo duro de Europa, hay entonces ahí una diferencia patente con Alemania»([4]);
- con la instauración de un ejército profesional y al privilegiar las fuerzas de operaciones exteriores, Francia da a entender claramente su voluntad de autonomía respecto a Alemania y facilita las condiciones de intervenciones comunes con Gran Bretaña. Mientras que el ejército alemán se basa esencialmente en el reclutamiento, el francés, en cambio, va a seguir el modelo inglés, basado en cuerpos profesionales;
- en fin, el Eurocorps, símbolo por excelencia de la alianza franco-alemana, está directamente amenazado por esa reorganización. El grupo encargado de la defensa en el partido dominante de la burguesía francesa, el RPR, ha pedido su supresión pura y simple.
Todo eso es muestra de la determinación francesa de emanciparse de Alemania. Pero no puede ponerse en el mismo plano el divorcio de la alianza anglo-americana y lo que, por ahora, no es más que un importante debilitamiento entre ambos lados del Rin. Primero, Alemania no está dispuesta a quedarse sin reaccionar frente a su aliado rebelde. Y dispone de medios importantes para hacer presión sobre Francia, aunque sólo sea por la importancia de las relaciones económicas entre ambos países y la potencia económica considerable de que dispone el capitalismo alemán. Pero, más fundamentalmente, la posición particular en que se encuentra Francia le hace muy difícil una ruptura total con Alemania. El imperialismo francés está atenazado entre los dos grandes, EEUU y Alemania, y está sometido a esa doble presión. Como potencia media que es y a pesar del respiro que le da su alianza con Londres, Francia está obligada a intentar apoyarse, momentáneamente, en uno de los dos grandes para resistir mejor a la presión ejercida por el otro, viéndose obligada a jugar en varias mesas a la vez. En la situación de incremento del caos que provoca el desarrollo de la descomposición, ese doble o triple juego que consiste en apoyarse tácticamente en un enemigo o un rival para enfrentarse mejor a otro será cada vez más corriente. Así se comprende mejor el mantenimiento de ciertos lazos imperialistas entre Francia y Alemania como en Oriente Medio, en donde puede verse a esos dos tiburones apoyarse mutuamente para introducirse más fácilmente en los caladeros de EEUU, algo que también puede observarse en Asia. De esto es prueba también la firma de un acuerdo muy importante sobre construcción común de satélites de observación militar (proyecto Helios), cuyo objetivo es rivalizar con EEUU en la supremacía de ese ámbito esencial de la guerra moderna (Clinton lo entendió bien cuando mandó, en vano, al director de la CIA a Bonn para impedir ese acuerdo) o el propósito de producir ciertos misiles conjuntamente. Si el interés de Alemania en que prosiga la cooperación en el ámbito de la alta tecnología militar es evidente, también el imperialismo francés sale ganando, pues éste sabe que nunca podría lanzar él solo proyectos cada día más caros y aunque la cooperación con Inglaterra se está desarrollando activamente, es todavía limitada a causa de la dependencia que ésta sigue manteniendo respecto a EEUU, sobre todo en lo nuclear. Además, Francia sabe que en ese plano está en posición de fuerza frente a Alemania. Así, a propósito de Helios, ha ejercido un auténtico chantaje: si Bonn se niega a participar en el proyecto, Francia abandonará le producción de helicópteros en el marco de las actividades del grupo Eurocópter.
A medida que el sistema capitalista se hunde en la descomposición, el conjunto de las relaciones interimperialistas está cada día más marcado por el caos creciente, haciendo tambalearse las alianzas más sólidas y antiguas, desencadenando la guerra de todos contra todos. El recurso al uso de la fuerza bruta por parte de la primera potencia mundial aparece no sólo incapaz de frenar la progresión del caos, sino que además se vuelve factor suplementario de la propagación de esa lepra que corroe el imperialismo. Los únicos verdaderos ganadores de esa espiral abominable son el militarismo y la guerra, que, cual monstruos insaciables, exigen cada día más víctimas para satisfacer su apetito. Seis años después del hundimiento del bloque del Este, que iba a inaugurar una no se sabe qué «era de paz», la única alternativa sigue siendo, más que nunca, la que trazó la Internacional comunista en su primer Congreso: socialismo o barbarie.
RN, 10/3/96
[1] Las bajas de los presupuestos militares, que serían los «dividendos de la paz», no son ni mucho menos un verdadero desarme como así ocurrió después de la 1ª Guerra mundial. Son, al contrario, una enorme reorganización de las fuerzas militares para hacerlas más eficaces y mortíferas, ante la nueva situación imperialista caracterizada por las tendencias centrífugas de todos contra todos y cada uno para sí.
[2] Estados Unidos no ha dudado en apoyarse en Alemania, por medio de Croacia (ver Revista internacional nº 83).
[3] La reciente y sangrienta serie de atentados en Israel, sean quienes sean sus comanditarios, hacen perfectamente el juego de los rivales de Estados Unidos. Este país sabía lo que decía cuando acusó inmediatamente a Irán y conminó a los europeos para que rompan toda relación con ese «Estado terrorista», aunque ahí se ve lo que es tener cara dura cuando se sabe el uso que EEUU hace del terrorismo, desde Argelia hasta Londres, pasando por París. La respuesta europea no se anduvo por las ramas: no. En general, el terrorismo, arma por excelencia de los pequeños imperialismos, es hoy cada día más utilizada por las grandes potencias en la lucha a muerte que las enfrenta. Es ésa una expresión típica del aumento del caos que la descomposición genera.
[4] Del mismo modo, en lo referente al futuro de Europa, Francia se ha distanciado claramente del federalismo defendido por Alemania, acercándose al esquema que defiende Gran Bretaña.