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En la primera parte de este artículo, contestábamos a la acusación de que nos habríamos vuelto “leninistas” y que habríamos cambiado de posición sobre la cuestión de la organización. Demostrábamos que el “leninismo” no sólo se opone a nuestros principios y posiciones políticas, sino que además tiene como objetivo la destrucción de la unidad histórica del movimiento obrero. El “leninismo” niega, en particular, la lucha de las izquierdas marxistas primero dentro y después fuera de la Segunda y Tercera Internacionales, oponiendo Lenin a Rosa Luxemburg, Pannekoek, etc. El “leninismo” es la negación del militante comunista Lenin. Es la expresión de la contrarrevolución estalinista de los años 1920.
Afirmábamos también que siempre nos hemos reivindicado del combate de Lenin por la construcción del partido contra la oposición del economicismo y de los mencheviques. Recordábamos, además, que mantenemos nuestro rechazo a sus errores sobre la cuestión de la organización, en especial sobre el carácter jerárquico y “militar” de la organización, así como, en el plano teórico, sobre la cuestión de la conciencia de clase que se habría de llevar al proletariado desde afuera, sin por ello dejar de situar estos errores en su marco histórico para poder comprender su dimensión y significado verdaderos.
¿Cuál es la posición de la CCI sobre ¿Qué hacer? y sobre Un paso hacia adelante, dos pasos atrás. ¿Por qué afirmamos que estas dos obras de Lenin representan experiencias teóricas, políticas y organizativas insustituibles? Nuestras criticas sobre puntos que no tienen nada de secundario – en particular sobre la cuestión de la conciencia tal y como la desarrolla en ¿Qué hacer? – ¿pondrían en entredicho nuestro acuerdo fundamental con Lenin?
La posición de la CCI sobre «¿Qué hacer?»
“Resultaría falso y caricaturesco oponer el ¿Qué hacer? sustitucionista de Lenin a una visión sana y clara de Rosa Luxemburg y de Trotski (señalemos que éste será, en los años 20, un ardoroso defensor de la militarización del trabajo y de la todopoderosa dictadura del partido…).” ([1]). Como se puede ver, nuestra posición sobre ¿Qué hacer? lo primero que hace es basarse en nuestro método de comprensión de la historia del movimiento obrero. Este método se apoya en la unidad y la continuidad de este movimiento tal y como lo hemos presentado en la primera parte de este artículo. No es algo nuevo y ya estaba presente cuando la fundación de la CCI.
¿Qué hacer? (1902) consta de dos grandes partes. La primera se dedica a la cuestión de la conciencia de clase y del papel de los revolucionarios. La segunda se dedica directamente a las cuestiones de organización. El conjunto representa una crítica implacable de los “economicistas” que sólo consideran posible un desarrollo de la conciencia en el seno de la clase obrera a partir de sus luchas inmediatas. Tienden, así, a subestimar y a negar cualquier papel político activo de las organizaciones revolucionarias, cuya tarea se limitaría a “ayudar” en las luchas económicas. Como consecuencia natural de esta subestimación del papel de los revolucionarios, el economicismo se opone a la constitución de una organización centralizada y unida capaz de intervenir a gran escala y con una sola voz sobre todas las cuestiones, tanto económicas como políticas.
El texto de Lenin, Un paso hacia adelante, dos pasos atrás (1903), que es un complemento a ¿Qué hacer? en el plano histórico, da cuenta de la ruptura entre los bolcheviques y los mencheviques en el IIº congreso del POSDR que acaba de verificarse.
La principal debilidad – ya lo hemos dicho – de ¿Qué hacer? se encuentra en la cuestión de la conciencia de clase. ¿Cuál es la posición de los demás revolucionarios sobre esta cuestión? Hasta el II° congreso, sólo el “economicista” Martínov se opone. Es sólo después del congreso cuando Plejánov y Trotski critican la concepción errónea de Lenin sobre la conciencia aportada del exterior a la clase obrera. Son los únicos en rechazar explícitamente la posición de Kautsky retomada por Lenin según la cual “el socialismo y la lucha de clases surgen paralelamente y no se engendran mutuamente (y que) los portadores de la ciencia no es el proletariado, sino los intelectuales burgueses” ([2]).
La respuesta de Trotski sobre esta cuestión de la conciencia resulta bastante justa, aunque también quede muy limitada. No olvidemos que estamos en 1903 y Trotski escribió su respuesta, Nuestras tareas políticas, en 1904. El debate sobre la huelga de masas apenas ha empezado en Alemania y se va a desarrollar verdaderamente a raíz de la experiencia de 1905 en Rusia. Trotski rechaza claramente la posición de Kautsky y señala el peligro del sustitucionismo que conlleva. Sin embargo, aún siendo muy virulento en contra de Lenin sobre las cuestiones de organización, no se separa por completo sobre este aspecto particular. Comprende y explica las razones de esa posición:
“Cuando Lenin retomó de Kautsky la idea absurda de la relación entre el elemento “espontáneo” y el elemento “consciente” en el movimiento revolucionario del proletariado, lo único que hacía era definir a grandes rasgos las tareas de su época” ([3]).
Además de la clemencia de Trotski en esto, hay que señalar que ninguno de los nuevos oponentes a Lenin se levantó en contra de la posición de Kautsky sobre la conciencia antes del 2° Congreso del POSDR cuando estaban unidos en la lucha contra el economicismo. En el congreso, Martov, líder de los mencheviques, retoma exactamente la misma posición que Kautsky y Lenin: “Somos la expresión consciente de un proceso inconsciente” ([4]). Después del congreso, esta cuestión parece tan poco importante que los mencheviques siguen negando toda divergencia programática y atribuyen la división a las “elucubraciones” de Lenin sobre la organización: “Con mi débil inteligencia, no soy capaz de comprender lo que puede ser “el oportunismo sobre los problemas de organización”, planteado en el terreno como algo autónomo, fuera de un vínculo orgánico con las ideas programáticas y tácticas” ([5]).
La crítica de Plejánov, si bien es justa, es bastante general y se contenta con restablecer la posición marxista sobre la cuestión. La principal argumentación consiste en decir que no es verdad que “los intelectuales [han] “elaborado” sus propias teorías socialistas “de manera completamente independiente del crecimiento espontáneo del movimiento obrero” – esto jamás ha ocurrido y no podía ocurrir” ([6]).
Antes del congreso y en su transcurso, cuando aun sigue de acuerdo con Lenin, Plejánov se limita a nivel teórico a la cuestión de la conciencia. No aborda los debates del II° Congreso. No responde a la cuestión central: ¿qué partido y qué papel para este partido? Sólo Lenin da una respuesta.
La cuestión central de « ¿Qué hacer? »: elevar la conciencia
Lenin tiene una preocupación central en su polémica contra el economicismo en el plano teórico: la cuestión de la conciencia de clase y su desarrollo en el seno de la clase obrera. Se sabe que Lenin abandonaría rápidamente la posición de Kautsky. Particularmente con la experiencia de la huelga de masas rusa de 1905 y la aparición de los primeros soviets. En enero del 1917, es decir antes del principio de la revolución en Rusia, en medio de los estragos de la guerra imperialista, Lenin vuelve a la huelga de masas de 1905. Pasajes enteros sobre “el enmarañamiento de las huelgas económicas y las huelgas políticas” pueden parecer escritos por Rosa Luxemburg o Trotski ([7]). Y dan una idea del rechazo por parte de Lenin de su error inicial en gran parte provocado por sus “torceduras de timón” ([8]).
“La verdadera educación de las masas jamás puede separarse de una lucha política independiente, y sobre todo de la lucha revolucionaria de las masas mismas. Sólo la acción educa a la clase explotada, sólo ella le da la medida de sus fuerzas, amplía su horizonte, desarrolla sus capacidades, ilumina su inteligencia y templa su voluntad” ([9]).
Lejos estamos de lo que dice Kautsky.
Pero ya en ¿Qué hacer? lo que se dice sobre la conciencia resulta contradictorio. Junto a la posición errónea, Lenin afirma por ejemplo: “Esto nos demuestra que el “elemento espontáneo” no es sino, en el fondo, la forma embrionaria de lo consciente” ([10]).
Estas contradicciones son la manifestación de que Lenin, como el resto del movimiento obrero en 1902, no tiene una posición muy precisa ni muy clara sobre la cuestión de la conciencia de clase ([11]). Las contradicciones de ¿Qué hacer? y las tomas de posición ulteriores demuestran que no está particularmente atado a la posición de Kautsky. Además, sólo hay tres pasajes bien delimitados en ¿Qué hacer? en los cuales escribe que “la conciencia ha de ser llevada desde el exterior”. Y de los tres, hay uno que no tiene nada que ver con lo que dice Kautsky.
Rechazando que fuera posible “desarrollar la conciencia política de clase de los obreros, por decirlo así, desde el interior de su lucha económica, es decir partiendo únicamente (o al menos, principalmente) de esta lucha, basándose únicamente (o al menos principalmente) en esta lucha ... (Lenin contesta que) ...la conciencia política de clase sólo se puede aportar al obrero del exterior, es decir del exterior de la lucha económica, del exterior de la esfera de las relaciones entre obreros y patronos” ([12]). La fórmula es confusa, pero la idea es justa. Y no corresponde a lo que defiende en los otros dos usos del término “exterior” cuando habla de la conciencia. Su pensamiento resulta aun más preciso en otro pasaje: “La lucha política de la socialdemocracia resulta mucho más amplia y compleja que la lucha económica de los obreros contra la patronal y el gobierno” ([13]).
Lenin rechaza muy claramente la posición desarrollada por los economicistas sobre la conciencia de clase en tanto que producto inmediato, directo, mecánico y exclusivo de las luchas económicas.
Nosotros estamos del lado de ¿Qué hacer? en el combate contra el economicismo. También estamos de acuerdo con los argumentos críticos usados contra el economicismo y decimos que aun hoy siguen siendo de actualidad en cuanto a su contenido teórico y político.
“La idea según la cual la conciencia de clase no surge de manera mecánica de las luchas económicas es completamente correcta. Pero el error de Lenin consiste en creer que no se puede desarrollar la conciencia de clase a partir de las luchas económicas y que ésta ha de ser introducida desde el exterior por un partido” ([14]).
¿Es ésa una nueva apreciación de la CCI? Son citas de ¿Qué hacer? que hacíamos nuestras, en 1989, en un articulo de polémica ([15]) con el BIPR, insistiendo ya entonces sobre lo que decimos hoy: “La conciencia socialista de las masas obreras es la única base que pueda garantizarnos el triunfo (...). El partido siempre ha de tener la posibilidad de revelar a la clase obrera el antagonismo hostil entre sus intereses y los de la burguesía. (La conciencia de clase a la que ha llegado el partido) ha de ser propalada en el seno de las masas obreras con un celo creciente. (...) hay que esforzarse al máximo por elevar el nivel de conciencia de los obreros en general. (La tarea del partido consiste en) sacar provecho de los destellos de conciencia política que la lucha económica ha hecho penetrar en la mente de los obreros para elevar a éstos al nivel de la conciencia socialdemócrata” ([16]).
Para los detractores de Lenin, las ideas de ¿Qué hacer? anuncian el estalinismo. Así pues, un vínculo uniría a Lenin y a Stalin incluso sobre la cuestión de organización ([17]). Ya hemos denunciado semejante patraña en la primera parte de este artículo a nivel histórico. Y también lo rechazamos en el ámbito político, incluidas las cuestiones de la conciencia de clase y de la organización política.
Hay una unidad y una continuidad entre ¿Qué hacer? y la Revolución rusa, pero ninguna en absoluto con la contrarrevolución estalinista. Esa unidad y continuidad existen con todo el proceso revolucionario que enlaza las huelgas de masas de 1905 con las de 1917, que va de febrero de 1917 hasta la insurrección de octubre de 1917. Para nosotros, ¿Qué hacer? anuncia las Tesis de abril en 1917: “Las masas engañadas por la burguesía son de buena fe. Resulta importante informarlas con cuidado, perseverancia, con paciencia sobre su error, enseñarles el vínculo indisoluble entre el capital y la guerra imperialista (...). Explicar a las masas que los soviets representan la única forma posible de gobierno obrero” ([18]). Para nosotros, ¿Qué hacer? anuncia la insurrección de octubre y el poder de los soviets.
Nuestros actuales detractores “antileninistas” dejan en silencio la preocupación central de ¿Qué hacer? sobre la conciencia, y de esta manera toman a cuenta propia uno de los elementos del método estalinista que hemos denunciado el la primera parte de este articulo. De la misma manera como Stalin hacía desaparecer de las fotos a los viejos militantes bolcheviques, hacen desaparecer lo esencial de lo que dijo Lenin y nos acusan con habernos vuelto “leninistas”, es decir estalinistas.
Para los que alaban a Lenin sin crítica, como la corriente bordiguista, nosotros seríamos idealistas incorregibles con nuestra insistencia sobre el papel y la importancia de “la conciencia de clase en la clase obrera” en la lucha histórica y revolucionaria del proletariado. Para quien se esfuerza en leer lo que escribió Lenin y para quien quiere sumergirse en el proceso real de discusiones y confrontaciones políticas de aquellos tiempos, ambas acusaciones resultan falsas.
La distinción en « ¿Qué hacer? » entre organización política y organización unitaria
En el plano político y organizativo, hay más aportaciones fundamentales en ¿Qué hacer?. Se trata particularmente de la distinción clara y precisa hecha por Lenin entre las organizaciones con las que se dota la clase obrera en sus luchas cotidianas, las organizaciones unitarias, y las organizaciones políticas. Veamos primero lo adquirido a nivel político.
“Estos círculos, asociaciones profesionales de los obreros y organizaciones resultan necesarias en todas partes; han de ser lo más numerosos posible y sus funciones lo más variadas posible; Pero resulta absurdo y nocivo confundirlos con la organización de los revolucionarios, borrar la demarcación que entre ellos existe (...) La organización de un partido socialdemócrata revolucionario ha de ser necesariamente de otro tipo que la organización de los obreros para la lucha económica” ([19]).
Esta distinción no es un descubrimiento para el movimiento obrero. La socialdemocracia internacional, particularmente la alemana, tenía clara esta cuestión. Pero ¿Qué hacer?, en su lucha contra la variante rusa del oportunismo en aquella época, el economicismo, y teniendo en cuenta las condiciones particulares, concretas, de la lucha de clases en la Rusia zarista, va más allá y avanza una idea nueva. “La organización de los revolucionarios ha de englobar ante todo y principalmente a hombres cuya profesión es la acción revolucionaria. Ante esta característica común a los miembros de una organización así, cualquier distinción entre obreros e intelectuales, y menos todavía entre las diferentes profesiones de unos y otros, ha de desaparecer. Necesariamente esta organización no debe ser muy extensa, y ha de ser lo más clandestina posible” ([20]).
Examinemos esto. Resultaría erróneo ver en este pasaje consideraciones tan sólo relacionadas con las condiciones históricas en las que los revolucionarios rusos debían actuar, particularmente las condiciones de ilegalidad, de clandestinidad y de represión. Lenin avanza tres puntos que tienen un valor universal e histórico. Y cuya validez no ha dejado de ir confirmándose hasta hoy. Primero, que el militantismo comunista es un acto voluntario y serio (utiliza la palabra “profesional” que también utilizan los mencheviques en los debates del congreso) que compromete al militante y determina su vida. Siempre hemos estado de acuerdo con ese concepto del compromiso militante que combate y niega toda visión o actitud diletante.
Segundo, Lenin defiende una visión de las relaciones entre militantes comunistas que supera la división obrero/intelectual ([21]), dirigente/dirigido diríamos hoy, una visión que supera toda idea jerárquica o de superioridad individual, en una comunidad de lucha en el seno del partido, en el seno de la organización revolucionaria. Y se opone a cualquier división en oficios o corporaciones entre los militantes. Rechaza de antemano las células de empresa que sí se organizarán, en cambio, con la bolchevización en nombre del leninismo ([22]).
Y, último punto, Lenin define una organización que “no debe ser muy extensa”. Es el primero en percibir que el período de los partidos obreros de masas está acabándose ([23]). Seguramente las condiciones de Rusia favorecían esa clarividencia. Pero son las nuevas condiciones de vida y de lucha del proletariado, que se manifiestan particularmente con la “huelga de masas”, las que determinan también las nuevas condiciones de la actividad de los revolucionarios, muy en particular el carácter “menos extenso”, minoritario, de las organizaciones revolucionarias en el período de decadencia del capitalismo que se está abriendo paso a principios de siglo.
“Pero sería (...) “seguidismo” pensar que bajo el capitalismo casi toda la clase o la clase entera pueda encontrarse un día en condiciones de elevarse hasta el punto de adquirir el grado de conciencia y de actividad de su destacamento de vanguardia, de su Partido socialdemócrata” ([24]).
Si bien en esa misma época, Rosa Luxemburg, Pannekoek o Trotski son entre los primeros que sacan las lecciones de la aparición de las huelgas de masas y de los consejos obreros, siguen prisioneros de una visión de los partidos como organizaciones políticas de masas. Rosa Luxemburg critica a Lenin desde el punto de vista de un partido de masas ([25]). Hasta el punto en que ella también acaba desbarrando como cuando escribe que “en verdad, la socialdemocracia no está vinculada a la organización de la clase obrera, es el movimiento propio de la clase obrera” ([26]). Víctima ella también de la “torcedura de timón” en la polémica, víctima de su adhesión a los mencheviques en lo que está en juego durante el II° congreso del POSDR, se desliza inoportunamente a su vez hacia el terreno de los mencheviques y de los economistas, anegando la organización de los revolucionarios en la clase ([27]). Pero conseguirá volver más tarde – y con qué ímpetu – a una posición más clara. Sin embargo, sobre la distinción entre organización del conjunto de la clase y organización de los revolucionarios, las fórmulas de Lenin siguen siendo las más claras. Son las que más lejos van.
¿Quién es miembro del partido?
¿Qué hacer? y Un paso hacia adelante, dos pasos atrás son pues otros tantos pasos políticos esenciales en la historia del movimiento obrero. Estas dos obras fueron experiencias políticas “prácticas” a nivel organizativo. Al igual que Lenin, la CCI siempre ha considerado la cuestión de organización como una cuestión política plena. La organización política de la clase se diferencia de su organización unitaria, y esto tiene implicaciones prácticas. Entre ellas, la definición estricta de la adhesión y de la pertenencia al partido, es decir la definición del militante, de sus tareas, de sus obligaciones, de sus derechos, o sea de sus relaciones con la organización, resulta esencial. Bien se conoce la batalla del II° Congreso del POSDR en torno al artículo primero de los estatutos: es el primer enfrentamiento, en el mismo seno del congreso, entre bolcheviques y mencheviques. La diferencia entre las fórmulas propuestas por Lenin y Martov puede parecer completamente insignificante. Para Lenin, “es miembro del Partido aquél que reconoce el programa y defiende el Partido tanto con medios materiales como con su participación personal en una de las organizaciones del Partido.” Para Mártov, “se considera como perteneciente al Partido obrero socialdemócrata de Rusia, aquél que, reconociendo su programa, obra activamente para poner en aplicación sus tareas bajo el control y la dirección de los organismos del Partido”.
La divergencia se concentra en el reconocimiento de la calidad de miembro ya sea únicamente a los militantes que pertenecen al Partido y que éste reconoce como tales - la posición de Lenin –, ya sea a aquellos militantes que no pertenecen formalmente al Partido, pero que en tal o cual momento, en tal o cual actividad, dan su apoyo al Partido, o se declaran ellos mismos socialdemócratas. Así pues, la posición de Mártov y de los mencheviques resulta mucho más amplia, más “flexible”, menos restrictiva y menos precisa que la de Lenin.
Detrás de esta diferencia, se esconde una cuestión de fondo que rápidamente apareció durante el congreso y que las organizaciones revolucionarias siguen planteándose hoy: ¿quién es miembro del partido, y, aún más difícil de definir, quién no lo es? Para Mártov, resulta claro: “Cuanto más se generalice la apelación de miembro del partido, mejor. Hemos de alegrarnos si cada huelguista, cada manifestante, al hacerse responsable de sus actos, puede declararse miembro del Partido” ([28]).
La posición de Mártov tiende a diluir, a disolver la organización de los revolucionarios, el partido, en la clase. Se une al economicismo que anteriormente combatía junto a Lenin. La argumentación con la que defiende su propuesta de Estatutos equivale a liquidar la idea misma de partido de vanguardia, unido, centralizado y disciplinado en torno a un Programa político bien definido, bien preciso y con una voluntad de acción militante y colectiva aún más definida, precisa, rigurosa. También abre la puerta a políticas oportunistas de “reclutamiento” sin principios de militantes que hipotecan el desarrollo del partido a largo plazo en beneficio de resultados inmediatos. Quien tiene razón es Lenin: “Al contrario, cuanto más fuertes sean nuestras organizaciones del Partido que engloben a verdaderos socialdemócratas, menos vacilación e instabilidad tendremos en el seno del Partido, y más amplia, más variada, más rica y fecunda será la influencia del Partido sobre los elementos de la masa obrera que lo rodean y a los que dirige. Efectivamente, no se puede confundir el Partido, vanguardia de la clase obrera, con el conjunto de la clase” ([29]).
El gran peligro de la posición oportunista de Mártov sobre organización, reclutamiento, adhesión y pertenencia al partido aparece muy rápidamente en el mismo congreso con la intervención de Axelrod: “Uno puede ser un miembro sincero y fiel del partido socialdemócrata, pero resultar completamente inadaptado para la organización de combate rigurosamente centralizada” ([30]).
¿Cómo puede uno ser miembro del partido, militante comunista, y “resultar inadaptado para la organización de combate centralizada”? Aceptar semejante idea es tan absurdo como aceptar la idea de un obrero combativo y revolucionario pero “incapaz” de cualquier acción colectiva de clase. Cualquier organización comunista no ha de aceptar en su seno más que a los militantes capaces de la disciplina y la centralización que necesita su combate. ¿Cómo podría ser posible otra cosa? A no ser que se acepte que los militantes no respeten imperativamente las relaciones en la organización y las decisiones que ella adopta, así como de la necesidad del combate. A no ser, también, que se quiere ridiculizar la noción misma de organización comunista que ha de ser “la fracción más resuelta de todos los partidos obreros de todos los países, la fracción que impulsa a todas las demás” ([31]). La lucha histórica del proletariado es un combate de clase unido a escala histórica e internacional, colectivo y centralizado. Y, al igual que su clase, los comunistas llevan a cabo un combate histórico, internacional, permanente, unido, colectivo y centralizado que se opone a cualquier visión individualista. “La conciencia crítica y la iniciativa voluntaria tienen un valor muy escaso para los individuos, pero, en cambio, sí que se realizan plenamente en la colectividad del Partido” ([32]). Quien sea incapaz de involucrarse en ese combate centralizado es incapaz de actividad militante y no puede ser reconocido en tanto que miembro del partido. “Que el Partido admita únicamente a elementos capaces de al menos un mínimo de organización” ([33]). Esa “capacidad” es el fruto de la convicción política y militante de los comunistas. Se adquiere y se desarrolla participando en la lucha histórica del proletariado, particularmente en el seno de sus minorías políticas organizadas. Para cualquier organización comunista consecuente, la convicción y la capacidad “práctica” – no platónica – para “la organización de combate rigurosamente centralizada” de cualquier nuevo militante son a la vez condiciones indispensables para su adhesión y expresiones concretas de su acuerdo político con el Programa comunista.
La definición del militante, de la calidad de miembro de una organización comunista sigue siendo hoy día una cuestión esencial. ¿Qué hacer? y Un paso hacia adelante, dos pasos atrás ponen los fundamentos y las respuestas a cantidad de preguntas en materia de organización. Por eso es por lo que la CCI siempre se ha apoyado en la lucha de los bolcheviques en el II° Congreso para diferenciar con claridad, rigor y firmeza, a un militante, es decir a “quien participa personalmente en una de las organizaciones del Partido”, como lo defiende Lenin, y un simpatizante, un compañero de andadura, aquel que “adopta el programa, apoya al Partido con medios materiales y le aporta una ayuda personal regular (o irregular, añadiremos) bajo la dirección de una de sus organizaciones”, tal como lo expresa la definición del militante de Martov que fue finalmente adoptada en el II° Congreso. Igualmente, siempre hemos defendido que “en cuanto quieras ser miembro del Partido, has de reconocer también las relaciones de organización, y no sólo platónicamente” ([34]).
Nada de esto resulta nuevo para la CCI. Es la base misma de su constitución como lo demuestra la adopción de sus Estatutos ya en su primer congreso internacional en enero del 1976. Y sería un error pensar que esta cuestión ya no plantearía ningún problema hoy. Primero, la corriente consejista, aunque sus últimas expresiones políticas sean silenciosas, por no decir que están a punto de desaparecer ([35]) sigue siendo hoy una especie de heredero del economicismo y del menchevismo en materia de organización. En un período de mayor actividad de la clase obrera, no cabe duda de que las presiones consejistas para “engañarse a sí mismos, taparse los ojos ante la inmensidad de nuestras tareas, restringir esas tareas (olvidando) la diferencia entre el destacamento de vanguardia y las masas que en su torno gravitan” ([36]) cobrarán un nuevo vigor. Pero también en el medio que se reivindica exclusivamente de la corriente bordiguista y el BIPR, la puesta en práctica del método de Lenin y de su pensamiento político en materia de organización dista mucho de ser algo asquierido. Basta con observar la práctica de reclutamiento sin principios del PCI bordiguista en los años 70. Su política activista e inmediatista acabó llevándolo a la explosión en 1982. No hay más que ver la ausencia de rigor del BIPR (que agrupa Battaglia communista en Italia y la CWO en Gran Bretaña) que a veces parece costarle decidir quién es militante ([37]) de la organización y quién es un simpatizante o contacto cercano; y eso a pesar de todos los riesgos que tal imprecisión organizativa conlleva. El oportunismo en temas de organización es hoy uno de los venenos más peligrosos para el medio político proletario. Y de nada sirven las cantinelas sobre Lenin y la necesidad del “Partido compacto y potente”.
Lenin y la CCI: una misma idea del militantismo
¿Qué dice Rosa Luxemburg en su polémica con Lenin respecto al militante y a su pertenencia al partido?
“La idea expresada en el libro [Un paso adelante, dos pasos atrás] de una manera penetrante y exhaustiva es la de un centralismo aplastante; su principio vital exige, por un lado, que las falanges organizadas de revolucionarios declarados y activos salgan y se separen decididamente del medio que los rodea y que, aunque no organizado, no por eso deja de ser revolucionario; en él se defiende, por otra parte, una disciplina rígida” ([38]).
Sin pronunciarse explícitamente contra la definición precisa del militante que hace Lenin, el tono irónico que Rosa emplea cuando evoca “las falanges organizadas que salen y se separan del medio que las rodea” y… su silencio total sobre la batalla política en el congreso en torno al artículo primero de los estatutos, ponen de relieve la visión errónea de Rosa Luxemburg en ese momento, y su alineamiento con los mencheviques. Sigue estando presa de la visión del partido de masas, del que servía de ejemplo entonces la socialdemocracia alemana. No ve el problema o lo evita, equivocándose de combate. El que ella no diga nada sobre el debate en el congreso en torno al artículo primero de los estatutos acaba dando la razón a Lenin cuando éste afirma que aquélla “se limita a repetir frases vacuas sin procurar darles un sentido. Agita espantajos sin ir al fondo del debate. Me hace decir lugares comunes, ideas generales, verdades absolutas y se esfuerza en no decir nada sobre las verdades relativas que se apoyan en hechos precisos” ([39]).
Como en el caso de Plejánov y muchos otros, las consideraciones generales avanzadas por Rosa Luxemburg – incluso cuando son justas en sí – no contestan a las verdaderas cuestiones políticas planteadas por Lenin. “Es así como una preocupación correcta: insistir en el carácter colectivo del movimiento obrero, en que la «emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos» desemboca en conclusiones prácticas falsas”, como decíamos nosotros respecto a Rosa Luxemburg en 1979 ([40]). Rosa no se enteró de las conquistas políticas del combate de los bolcheviques. Y, de hecho, si no hubiera habido un debate en torno al artículo 1 de los Estatutos, la cuestión del partido claramente definido y diferenciado organizativa y políticamente, del conjunto de la clase obrera, no hubiera quedado definitivamente zanjado. Sin el combate llevado a cabo por Lenin sobre el artículo 1, la cuestión no sería una adquisición política de la primera importancia en materia de organización, base en la que deben apoyarse los comunistas de hoy para constituir su organización, no sólo para la adhesión de nuevos militantes, sino también y sobre todo para el esclarecimiento preciso y riguroso de las relaciones entre militante y organización revolucionaria.
¿Es esta defensa de la posición de Lenin sobre el artículo 1 de los estatutos algo nuevo para la CCI? ¿Habremos cambiado de postura?. “Para ser miembro de la CCI, hay que (…) integrarse en la organización, participar activamente en su trabajo y cumplir las tareas que se le confían” afirma el artículo de nuestros estatutos que trata de la cuestión de la pertenencia militante a la CCI. Está claro que recogemos, sin la menor ambigüedad, la idea de Lenin, el espíritu y hasta la letra del estatuto que él propuso en el IIº Congreso de POSDR y en absoluto la de Mártov o Trotski. Parece mentira que los ex miembros de la CCI que hoy nos acusan de habernos vuelto “leninistas” se hayan olvidado de lo que también ellos votaron hace años. Sin duda lo hicieron con la ligereza y la despreocupación del entusiasmo estudiantil de los años posteriores al 68.
Sea como sea, no son un dechado de honradez cuando acusan a la CCI de haber cambiado de posición como para dar a entender que serían ellos los fieles a la verdadera CCI de los orígenes.
La CCI con Lenin sobre los Estatutos
Ya hemos presentado rápidamente nuestra concepción del militante revolucionario. Ya hemos mostrado por qué es heredera en buena parte del combate y de los aportes del Lenin de ¿Qué hacer? y Un paso adelante, dos pasos atrás. Ya hemos subrayado la importancia de plasmar lo más fiel y más rigurosamente posible en la práctica militante cotidiana, gracias a los estatutos de la organización, esa definición de militante. Y en esto también nos mantenemos fieles al método y las enseñanzas de Lenin en materia de organización. El combate político por establecer reglas precisas en las relaciones organizativas, o sea los estatutos, es algo fundamental. Al igual que el combate por que se respeten, claro está. Sin éste, las grandes declaraciones sobre el partido no son más que fantasmadas.
Por los propios límites de este artículo, no podremos presentar nuestra concepción sobre la unidad de la organización política y mostrar en qué la lucha de Lenin contra la pervivencia de los círculos, en el IIº Congreso del POSDR, fue un aporte teórico y político de la primera importancia. En lo que sí queremos insistir es en la importancia práctica que tiene el plasmar esa unidad en los estatutos de la organización: “El carácter unitario de la CCI se plasma también en estos estatutos”, como así se dice en éstos. Lenin expresa muy bien el porqué de esa la necesidad:
“El anarquismo señorial no comprende que hacen falta unos Estatutos formales precisamente para sustituir el estrecho nexo de los círculos con un amplio nexo del Partido. No se precisaba ni era posible revestir de una forma definida el nexo existente en el interior de un círculo, pues dicho nexo estaba basado en la amistad personal o en una “confianza” incontrolada y no motivada. El nexo del Partido no puede ni debe descansar ni en la una ni en la otra; es indispensable basarlo precisamente en unos estatutos formales, redactados “burocráticamente” ([41]) (desde el punto de vista del intelectual relajado), y cuya estricta observancia es lo único que nos garantiza de la arbitrariedad y de los caprichos de los círculos y calificado de libre «proceso» de la lucha ideológica” ([42]).
Y es lo mismo en cuanto a la centralización de la organización contra toda visión federalista, localista, o visión de la organización como una suma de partes y hasta de individuos revolucionarios, autónomos. “El congreso internacional es el órgano soberano de la CCI”, dicen nuestros Estatutos. También en este aspecto nos reivindicamos nosotros del combate de Lenin y de su necesaria concreción práctica en los Estatutos de la organización, tanto para el POSDR de entonces como para las organizaciones de hoy. “En una época de restablecimiento de la unidad efectiva del partido y de dilución de los círculos anticuados en esa unidad, esa cima es inevitablemente el Congreso del partido, como órgano supremo del mismo” ([43]).
Y lo mismo en cuanto a la vida política interna: el aporte de Lenin concierne también y especialmente los debates internos, el deber – y no sólo el simple derecho – de expresión de toda divergencia en el marco de la organización ante la organización en su conjunto; y una vez zanjados los debates y tomadas las decisiones por el congreso (órgano soberano, verdadera asamblea general de la organización) las partes y los militantes se subordinan al todo. Contrariamente a la idea, extendida a mansalva, de un Lenin dictatorial, que habría intentado a toda costa ahogar los debates y la vida política en la organización, en realidad no cesa de oponerse a la idea menchevique que veía el congreso como “un registrador, un controlador, pero no un creador” ([44]).
Para Lenin y la CCI, el congreso es “creador”. Entre otras cosas, rechazamos radicalmente toda idea de mandatos imperativos de los delegados por parte de sus mandatarios al congreso, lo cual es contrario a los debates más amplios, dinámicos y fructíferos. Lo cual reduciría los congresos a no ser más que “registradores” como lo quería Trotski en 1903. Un congreso “registrador” consagraría la supremacía de las partes sobre el todo, el imperio de la mentalidad de “cada uno en su casa”, del federalismo y del localismo. Un congreso “registrador y controlador” es la negación del carácter soberano del congreso. Con Lenin, estamos a favor de congresos “organismo supremo” del partido, con poder de decisión y de “creación”. El congreso “creador” implica que los delegados no estén “imperativamente” limitados, con las manos atadas, prisioneros del mandato que sus mandatarios le han dado ([45]).
El congreso “órgano supremo” significa también precisamente “supremacía” en términos programático, político y de organización, sobre las diferentes partes de la organización comunista. “«El congreso es la instancia suprema del Partido» y, por tanto, falta a la disciplina del partido y al reglamento del Congreso precisamente todo el que en cualquier forma ponga obstáculos a que cualquiera de los delegados apele, directamente ante el Congreso, sobre todas las cuestiones de la vida del partido, sin excepción alguna. El problema en discusión se reduce de este modo a un dilema: ¿círculos o partido? O se limitan los derechos de los delegados al Congreso, en virtud de imaginarios derechos o estatutos de toda suerte de grupos y círculos, o se disuelven totalmente antes del Congreso, y no sólo de palabra, sino de hecho, todas las instancias inferiores y los viejos grupitos…” ([46]).
Sobre esos puntos también no sólo nos reivindicamos del combate de Lenin, sino que además los hemos plasmado en las reglas organizativas, o sea en los estatutos de nuestra organización, conceptos de los que somos herederos y de los que nos consideramos como verdaderos continuadores.
Los estatutos no son medidas excepcionales
Ya vimos que ni Rosa Luxemburg ni Trotski, por no citar a otros, no contestan a Lenin sobre el artículo 1 de los estatutos. Desdeñan totalmente esta cuestión, así como también descuidan la de los estatutos en general. En esto también prefieren limitarse a generalidades abstractas. Y cuando se dignan evocar esa cuestión, es para subestimarla por completo. En el mejor de los casos, consideran los estatutos de la organización política como una protección, como límites que no se han de traspasar. En el peor de los casos, no los consideran sino como armas represivas que se han de utilizar en casos excepcionales y con muchas precauciones. Aquí se ha de notar que esta concepción de los estatutos también es la de los estalinistas, que también no ven en ellos más que medidas represivas, con la única diferencia de que éstos no andan con “precauciones”.
Para Trotski, la fórmula de Lenin en el artículo 1 habría dejado “la satisfacción platónica de haber descubierto el remedio estatutario en contra del oportunismo (...). No hay duda: se trata de una forma simplista, típicamente administrativa de resolver una cuestión práctica muy grave” ([47]).
La misma Rosa Luxemburgo le contesta sin saberlo a Trotski, al afirmar que en el caso de un partido ya constituido (caso de un partido socialdemócrata de masas como en Alemania), “una aplicación más severa de la idea centralista en el estatuto de organización y una formulación más estricta de
los puntos sobre la disciplina de partido son muy apropiados para servir de barrera contra la corriente oportunista” ([48]). O sea que ella está de acuerdo con Lenin en el caso de Alemania, es decir en general. Sin embargo, en lo que concierne a Rusia, empieza diciendo “verdades abstractas” (“Las desviaciones oportunistas no pueden ser prevenidas a priori, sino que han de ser superadas por el propio movimiento”) que no significan nada sino es justificar “a priori” la renuncia a luchar contra el oportunismo en materia de organización. Lo que ella acaba haciendo, siempre para el caso ruso, o sea en lo concreto, burlándose de los estatutos “párrafos de papel”, del “puro papeleo”, y considerándolos como medidas excepcionales: “El estatuto del Partido no habría de ser una arma en contra del oportunismo, sino un medio de autoridad externa para ejercer la influencia preponderante de la mayoría revolucionaria proletaria realmente existente en el Partido” ([49]).
Nunca hemos estado de acuerdo con Rosa Luxemburg sobre este punto: “Rosa sigue repitiendo que es el mismo movimiento de las masas el que ha de superar el oportunismo. (...) Lo que no logra entender Rosa Luxemburg, es que el carácter colectivo de la acción revolucionaria es algo que se ha de forjar” ([50]). En cuanto a la cuestión de los estatutos, estábamos y seguimos estando de acuerdo con Lenin.
Los estatutos como regla de vida y arma de combate
Los estatutos son para Lenin mucho más que simples reglas formales de funcionamiento, algo al que referirse en caso de situaciones excepcionales. Contrariamente a Rosa Luxemburg o a los mencheviques, Lenin define los estatutos como una línea de conducta, el espíritu que anima la organización y sus militantes día a día. Contrariamente a la comprensión de los estatutos como medios de coerción o de represión, Lenin entiende los estatutos en tanto que armas que imponen la responsabilidad de las diferentes partes de la organización y de los militantes, con respecto al conjunto de la organización política; armas que imponen el deber de expresión abierta, pública, ante el conjunto de la organización, de las divergencias y dificultades políticas.
Lenin no considera la expresión de los puntos de vista, de los matices, discusiones, divergencias, como un derecho de los militantes, sino como un deber y una responsabilidad con respecto al conjunto del partido y de sus miembros. Los estatutos son herramientas al servicio de la unidad y de la centralización de la organización, o sea armas contra el federalismo, contra el espíritu de circulo, el “amiguismo”, contra la vida política y la discusión paralelas. Más que límites exteriores, más aún que reglas, los estatutos son para Lenin como un modo de vida político, organizativo y militante.
“Las cuestiones en litigio, en el seno de los círculos, no se resolvían según unos Estatutos, «sino luchando y amenazando con marcharse» […] Cuando yo era únicamente miembro de un círculo (…) tenía derecho a justificar, por ejemplo, mi negativa a trabajar con X., alegando sólo la falta de confianza, sin tener que dar explicaciones ni motivos. Una vez miembro del partido, no tengo derecho a invocar sólo una vaga falta de confianza, porque ello equivaldría a abrir de par en par las puertas a todas las extravagancias y a todas las arbitrariedades de los antiguos círculos; estoy obligado a motivar mi “confianza” o mi “desconfianza” con un argumento formal, es decir, a referirme a esta o a la otra disposición formalmente fijada de nuestro Programa, de nuestra táctica, de nuestros Estatutos; estoy obligado a no limitarme a un “tengo confianza” o “no tengo confianza” sin más control, sino a reconocer que debo responder de mis decisiones, como en general toda parte integrante del partido debe responder de las suyas ante el conjunto del mismo; estoy obligado a seguir la vía formalmente prescrita para expresar mi “desconfianza”, para hacer triunfar las ideas y los deseos que emanan de esta desconfianza. Nos hemos elevado ya de la “confianza” incontrolada, propia de los círculos, al punto de vista de un partido, que exige la observancia de procedimientos controlados y formalmente determinados para expresar y comprobar la confianza” ([51]).
Los estatutos de la organización revolucionaria no son meras medidas excepcionales o protecciones. Son la concreción de los principios organizativos propios a las vanguardias políticas del proletariado. Producto de estos principios, son a la vez un arma de combate contra el oportunismo en materia de organización y los fundamentos en los que va a construirse y levantarse la organización revolucionaria. Son la expresión de su unidad, de su centralización, de su vida política y organizativa, como también de su carácter de clase. Son la regla y el espíritu que han de guiar cotidianamente a los militantes en su relación con la organización, en su relación con los demás militantes, en las tareas que les son confiadas, en sus derechos y deberes, en su vida cotidiana personal que no puede estar en contradicción ni con su actividad militante ni tampoco con los principios comunistas.
Para nosotros como para Lenin, la cuestión organizativa es una cuestión totalmente política y fundamental. La adopción de estatutos y el combate permanente para su respeto y aplicación está en el centro mismo de la comprensión y la lucha por la construcción de la organización política. También los estatutos son una cuestión teórica y totalmente política. ¿Será un descubrimiento de nuestra organización? ¿un cambio de posición?. “El carácter unitario de la CCI se expresa en estos estatutos, que son válidos para toda la organización (...). Estos estatutos son una aplicación concreta de la concepción de la CCI en materia de organización. Como tales, forman parte íntegra de la plataforma de la CCI” (Estatutos de la CCI).
El Partido comunista se construirá basándose
en las lecciones políticas organizativas aportadas por Lenin
En la lucha del proletariado, este combate de Lenin fue uno de los momentos esenciales para la constitución de su órgano político, que finalmente se concretó con la fundación de la Internacional comunista en marzo del 19. Antes de Lenin, la Primera internacional (AIT) había sido un momento tan importante. Después de Lenin, el combate de la Fracción italiana de la Izquierda comunista por su propia supervivencia fue otro momento también importante. Entre estas diversas experiencias hay un hilo rojo, una continuidad de principios, teórica y política, en materia de organización. Los revolucionarios de hoy deben integrar su acción en esa continuidad y unidad históricas.
Ya hemos citado ampliamente nuestros propios textos, que recuerdan claramente y sin ninguna ambigüedad nuestra filiación y patrimonio en cuestiones de organización. Nuestro “método” de reapropiación de las lecciones políticas y teóricas del movimiento obrero no es para nada un invento de la CCI. Lo hemos heredado de la Fracción italiana de la Izquierda comunista y de su publicación Bilan en los años 30, así como de la Izquierda comunista de Francia y de su revista Internationalisme en los 40. Es el método del que siempre nos hemos reivindicado y sin el que la CCI no existiría en su forma actual.
“La expresión más acabada de la solución al problema del papel que ha de desempeñar el elemento consciente, el partido, para la victoria del socialismo, fue realizada por el grupo de marxistas rusos de la antigua Iskra, y más particularmente por Lenin que le dio una definición principial ya en 1902 al problema del partido en su destacada obra ¿Qué hacer?. La noción que tenía Lenin del partido iba a servir de espinazo al Partido bolchevique y será uno de los aportes mayores de éste en la lucha internacional del proletariado” ([52]).
Efectivamente y sin la menor duda, el partido comunista mundial de mañana no podrá constituirse sin las principios adquiridos, teóricos, políticos y organizativos legados por Lenin. La recuperación real, y no declamatoria, de estas adquisiciones, así como su aplicación rigurosa y sistemática a las condiciones de hoy en día, son una de las mayores tareas que han de asumir los pequeños grupos comunistas hoy si realmente quieren contribuir al proceso de formación de dicho partido.
RL
[1] Organisation communiste et conscience de classe (Folleto de la CCI en francés), 1979.
[2] Kautsky, citado por Lenin en ¿Qué hacer?.
[3] Trotski, Nos tâches politiques, cap. “Au nom du marxisme!”, Belfond, 1970, París.
[4] Actas del IIº Congreso del POSDR, ediciones Era.
[5] P. Axelrod, “Sobre el origen y el significado de nuestras divergencias en cuanto a organización”, carta a Kautsky, idem.
[6] G. Plejánov, “La clase obrera y los intelectuales socialdemócratas”, 1904, idem.
[7] Ver Rosa Luxemburg: Huelga de masas, partido y sindicatos (1906) y Trotski, 1905 (1908-1909).
[8] Ver la primera parte de este artículo en la Revista nº 96.
[9] Lenin, Informe sobre 1905 (enero de 1917).
[10] Lenin, ¿Qué hacer?.
[11] Karl Marx es mucho más claro sobre este tema en algunas de sus obras. Pero éstas son en gran parte desconocidas entre los revolucionarios de entonces, pues no estaban disponibles o sin publicar. Obra fundamental sobre el tema de la conciencia, La Ideología alemana, por ejemplo, sólo se publicará por vez primera en…1932.
[12] Lenin, ¿Qué hacer?
[13] Idem.
[14] Organisations communistes et conscience de classe, folleto (en francés) de la CCI, 1979, p. 37.
[15] Ese artículo no es de la CCI, sino de los camaradas del Grupo proletario internacionalista (GPI) que luego formarían la sección de la CCI en México. El objeto del artículo “antes de criticar a Lenin [hay que] defenderlo, procurar restituir su pensamiento, expresar claramente cuáles eran sus preocupaciones y sus intenciones en el combate contra la corriente «economicista»” contra la comprensión parcial de ¿Qué hacer? por parte del BIPR. El artículo opone los pasajes citados, “la preocupación, las intenciones” de Lenin a la posición del BIPR que considera que “admitir que toda o incluso la mayoría de la clase obrera, habida cuenta del dominio del capital, pueda adquirir una conciencia comunista antes de la toma del poder y la instauración de la dictadura del proletariado, es sencillamente idealismo” («La conciencia de clase en la perspectiva comunista», en Revista comunista nº 2, publicada por el BIPR).
[16] “Conciencia de clase y Partido”, Revista internacional nº 57, 1989.
[17] En medio de las mentiras de la burguesía, conviene resaltar la pequeña contribución de RV, ex militante de la CCI, el cual declara que “hay una verdadera continuidad y coherencia entre las ideas de 1903 y acciones como la prohibición de fracciones en el seno del partido bolchevique o el aplastamiento de los insurrectos de Cronstadt” (RV, “Prise de position sur l’évolution récente du CCI”, cuya publicación corrió a nuestro cargo en nuestro folleto, en francés, La prétendue paranoïa du CCI.
[18] Lenin, Tesis de Abril, 1917.
[19] Lenin, ¿Qué hacer?.
[20] Idem, subrayado por Lenin.
[21] No hace falta recordar aquí el bajo nivel “escolar” y el analfabetismo dominante entre los obreros rusos. Ello no impidió que Lenin pensara que podían y debían integrarse en la actividad del partido de igual modo que los “intelectuales”.
[22] Ver la primera parte de este artículo en la Revista nº 96.
[23] “También llevará a cabo una ruptura con la visión socialdemócrata del partido de masas. Para Lenin, las condiciones nuevas de la lucha hacían necesario un partido minoritario de vanguardia que debía laborar por la transformación de las luchas económicas en luchas políticas” (Organisation communiste et conscience de classe, CCI, 1979)
[24] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, parte i) “artículo primero de los Estatutos”.
[25] “Esta militante, que había pasado por las “escuelas” del partido socialdemócrata, expresa un apego incondicional al carácter de masas del movimiento revolucionario” (Organisation communiste et conscience de classe, CCI, 1979).
[26] Rosa Luxemburg, Cuestiones de organización en la socialdemocracia rusa.
[27] El lector habrá notado que esa visión deja la puerta totalmente abierta a la postura sustitucionista del partido – el partido que sustituye la acción de la clase obrera… hasta ejercer el poder de Estado en nombre de ella o a realizar acciones “golpistas” como las que harían los estalinistas.
[28] Martov, citado por Lenin en Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, parte i) “artículo primero de los Estatutos”.
[29] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, parte i) “artículo primero de los Estatutos”.
[30] Actas del IIº congreso del POSDR, ediciones Era, 1977.
[31] K. Marx, Manifiesto del partido comunista.
[32] «Tesis sobre la táctica del Partido comunista de Italia», Tesis de Roma, 1922.
[33] Lénine, Un pas en avant, deux pas en arrière, souligné par Lénine, i) paragraphe premier.
[34] El bolchevique Pavlóvich, citado por Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás.
[35] Ver en nuestra prensa territorial los artículos contra el cese de la publicación de Daad en Gedachte, revista del grupo consejista holandés del mismo nombre.
[36] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás.
[37] Ya hemos criticado la imprecisión y el oportunismo de BC en Italia sobre esta cuestión a propósito de los militantes del GPL (ver, por ejemplo, en Révolution internationale, publicación territorial de la CCI en Francia, nº 285, diciembre de 1998). No es algo aislado: en el sitio Internet del BIPR ha aparecido un artículo titulado “¿Deben trabajar los revolucionarios en los sindicatos reaccionarios?”. En este artículo, sin firma, y en el que el autor parece ser miembro de la CWO, se responde a la pregunta del título: “los materialistas, no los idealistas, deben contestar que sí”, con dos argumentos principales: “Muchos obreros combativos están en los sindicatos” y “los comunistas no deben despreciar a esas organizaciones que agru-pan a los trabajadores en masa (sic)”. Esta posición está en total contradicción con la de BC – y por lo tanto, suponemos, con la del BIPR –, reafirmada en el último congreso en la que se dice que “no puede haber defensa real de los intereses obreros, ni los más inmediatos siquiera, si no es fuera y en contra de la línea sindical”. Y sobre todo, el problema es que no se sabe quién ha escrito el artículo: ¿un militante o un simpatizante del BIPR? Y en uno u otro caso, ¿por qué no hay ninguna toma de postura, ninguna crítica? ¿Es un olvido?, ¿Es oportunismo para reclutar un nuevo militante al que le siguen colgando los harapos del izquierdismo? ¿O es sencillamente subestimación de la cuestión organizativa? Una vez más, en los grupos del BIPR todo esto suena a Martov… Por lo que sabemos, desde entonces esta parte el texto ha sido retirado de Internet sin más explicaciones.
[38] Rosa Luxemburg, Cuestiones de organización de la socialdemocracia rusa.
[39] Lenin, «Respuesta a Rosa Luxemburg», publicada en Nos tâches politiques de Troski (Ediciones Belfond, Paris).
[40] Organisations communistes et conscience de classe, folleto de la CCI, en francés, p.40.
[41] Es otro ejemplo del método polémico de Lenin, el cual recoge las acusaciones de sus adversarios para volverlas contra ellos (ver la primera parte de este artículo en el número anterior de esta Revista).
[42] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, “La nueva Iskra”.
[43] Ibídem.
[44] Trotski, Informe de la delegación siberiana.
[45] El delegado del Partido comunista alemán, Eberlein a lo que al principio no iba a ser sino una conferencia internacional en marzo de 1919, tenía el mandato de oponerse a la constitución de la IIIª Internacional, la Internacional comunista (IC). Estaba claro para todos los participantes, en particular Lenin, Trotski, Zinoviev y los dirigentes bolcheviques que la fundación de la IC no podía llevarse a cabo sin la adhesión del PC alemán. Si Eberlein hubiera quedado “prisionero” de su mandato imperativo, sordo a los debates y a la dinámica misma de la conferencia, la Internacional, como Partido mundial del proletariado, no habría sido fundada.
[46] Lenin, Una paso adelante, dos pasos atrás, “Comienza el Congreso…”.
[47] Trotski, Informe de la delegación siberiana.
[48] Rosa Luxemburg, Cuestiones de organización de la socialdemocracia rusa.
[49] Idem, subrayado por nosotros.
[50] Organizaciones comunistas y conciencia de clase, folleto de la CCI, 1979.
[51] Lenin, Un paso hacia adelante, dos pasos atrás, “o). El oportunismo en materia de organización”.
[52] Internationalisme, nº 4, 1945.