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"Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), cada año en el mundo más de 270 millones de trabajadores sufren accidentes laborales, mientras que aproximadamente 160 millones contraen enfermedades profesionales. De ellos, más de 2 millones pierden su vida, de manera tal que el trabajo asalariado mata a casi 5.500 personas por día. Y, agrega el informe, los datos son parciales y están por debajo de la realidad, ya que no hay estadísticas de los siniestros ocurridos entre los trabajadores del sector informal de la economía.
Para tener una idea de la magnitud de esta verdadera masacre que sufren los trabajadores, hay que tener en cuenta que las muertes causadas por el trabajo dependiente superan holgadamente las originadas en accidentes de tránsito (1.000.000), guerras (500.000), hechos de violencia (563.000) y sida (312.000). Otro dato alarmante es que del total de trabajadores muertos anualmente en siniestros laborales, 12.000 son niños que trabajan en condiciones peligrosas. Este canon que pagan los trabajadores para poder obtener los medios económicos para su subsistencia y la de sus familias, es un auténtico "impuesto de sangre" que desnuda las lacras y miserias del sistema social y económico en el que viven.
Si proyectamos estos números a todos los años de vigencia del sistema capitalista, podremos afirmar que estamos en presencia de un verdadero genocidio de la clase trabajadora".
Hasta los organismos de la burguesía (ONU, OIT, OMS, etc) tienen que dar cuenta de las condiciones deplorables de vida y de trabajo que sufre el conjunto de la clase obrera mundial. Todo ello no es una "mala voluntad" o un "azar del destino". Los compañeros del CACI dicen y lo compartimos plenamente, se debe a "un sistema que se apoya en valores perversos, que privilegia la defensa del lucro y la tasa de ganancia".
El CACI denuncia justamente que después de la caída del Muro de Berlín el "pacto social" entre la burguesía y los sindicatos se puso al desnudo mostrando que "la internacionalización de la economía se transforma en globalización, que en el mundo laboral se traduce en desregulación, flexibilización, precarización, competitividad, polivalencia funcional, y demás palabras paridas por la matriz ideológica del neoliberalismo, que los trabajadores conocen más por sus consecuencias que por su significado literal". En efecto, el hundimiento de toda esta parte del mundo que mentirosamente se llamó socialista, no significó otra cosa que una paso más del capitalismo en el abismo de su quiebra, en el empeoramiento de la vida de los trabajadores y en la reducción de toda posibilidad por alcanzar una "vida digna" bajo este modo de producción.
Otro aspecto que el CACI denuncia correctamente es la forma que toma la explotación bajo el aguijón de la crisis: empresas menos ligadas al estado (para evitar que los obreros identifique al Estado-Patrón), subcontratación en todas las ramas industriales (ello obstaculiza inmediatamente la unidad y la solidaridad de una huelga: el patrón no es el mismo y una empresa puede decirle a los obreros que el otro patrón es el "malo"...¡la división pura y simple!). Así lo dicen los compañeros: "El progreso tecnológico de la humanidad no se refleja en una disminución de los siniestros laborales. Por el contrario, hay un sostenido incremento al compás de las nuevas reglas de juego del capitalismo. Se impone un nuevo concepto de empresa, supuestamente más apta para adaptarse a las fluctuaciones del mercado. Sólo conserva un núcleo de trabajadores permanentes y externaliza muchas funciones y tareas. En la periferia de ese núcleo aparecen empresas contratistas y subcontratistas que hacen el "trabajo sucio" de la flexibilización laboral y el abaratamiento de la mano de obra, generalmente mediante procedimientos reñidos con la legalidad. Los trabajadores entran y salen gracias a las empresas o agencias de servicios eventuales y a los contratos temporales, siguiendo el flujo y reflujo de la demanda de los bienes o servicios que produce la empresa principal. Entre los trabajadores que tienen una inserción precaria en la empresa la siniestralidad es elevadísima. Su capacitación implica un costo que los empleadores no están dispuestos a asumir". Recordemos de paso que el capitalismo no le interesa la suerte de los explotados, lo único que lo mueve es la ganancia. No se trata de la voluntad de los capitalistas tomados individualmente, tampoco de sus deseos o intenciones, como diría Marx, "el capitalismo es una fuerza social", y como los comunistas sabemos, el capitalismo no existe para satisfacer necesidades humanas, vive para la reproducción del capital.
Fenómenos como el crecimiento de China o la India tienen una explicación no local sino mundial: "Los capitales se trasladan con asombrosa facilidad a aquellos países con menor costo laboral, fomentando entre los gobiernos una competencia para ver quien es más eficaz en abatir los niveles de protección que los trabajadores de ese país pudieron conseguir. Se busca desarticular toda la estructura que tutela sus derechos, para mejorar la competitividad empresaria. Es así que se exportan los riesgos a poblaciones más vulnerables, de países en los que no hay mayores exigencias en materia ambiental y laboral, y de gestión de la seguridad y la higiene en el trabajo en particular". Todos esos ejemplos de "progreso capitalista" están en realidad edificados sobre una casi esclavización de millones de trabajadores...lo demás son cuentos!
Un punto sobre el cual podemos y debemos reflexionar es sobre si los Estados, los patrones y sus leyes pueden "cambiar" su actitud (siempre a favor de los explotadores) a partir de una presión de los obreros. Lo que estamos viendo por todo el mundo es una eliminación brutal de los gastos sociales de los estados (ataque a las pensiones, congelamientos salariales, retiros miserables, más años para la jubilación, más impuestos, etc.), pensamos que ello expresa que, ante la agudización de una crisis brutal e inédita del capitalismo como la actual que lleva más de 40 años profundizándose, el capital no tiene opción, debe atacar a las condiciones de los trabajadores si quiere sobrevivir en el mercado mundial. Es justamente en ese terreno donde la lucha de los trabajadores debe reflexionar sobre el fondo del problema, no se trata ya de "un salario justo por una jornada justa" (Marx), sino de la lucha por la abolición del trabajo asalariado. Es por ello que justamente los camaradas del CACI perciben así el fondo de la cuestión: "La legislación interna de los países que firmen la Carta Sociolaboral Latinoamericana debería también incriminar penalmente los actos de los empleadores que supongan un atentado contra la vida o la salud de los trabajadores. Ya hemos dicho que la inmensa mayoría de los siniestros laborales son evitables. Por lo tanto llamarlos "accidentes" constituye una inaceptable concesión del lenguaje. Siempre serán, en el mejor de los casos, lesiones u homicidios culposos".
Más la crisis golpea y se extiende, más los capitalistas "ahorran" en lo menos necesario, más "abaratan costos de producción" (pomposa manera como el capital llama a reducir costos de mantenimiento), con ellos los riesgos de accidentes y muerte se disparan (aumentaron los accidentes aéreos y de trenes los cuales son disfrazados por el capital como "accidentes humanos"). Ya que, como acertadamente lo dicen los compañeros del CACI: "El fin de lucro es absolutamente incompatible con la gestión de los subsistemas de la Seguridad Social en general, y con el de riesgos del trabajo en particular. El operador privado tiene un interés contradictorio con el de la víctima de un siniestro laboral. Con el agravante de que el natural conflicto que se plantea entre ambos, se resuelve en el marco de una abismal diferencia en la correlación de fuerzas".
Finalmente, no podemos sino apoyar en todas sus letras y en todo su contenido la única perspectiva que se puede proponer, a nivel histórico, a esta situación: "Los obreros de todo el mundo deben luchar no por una seguridad social dentro del capitalismo, sino por destruir este maldito sistema y sus instituciones sindicales y reformista, hoy más que nunca, ¡proletarios de todos los países Uníos contra el impuesto de sangre!".
En efecto, no se trata de reformar un sistema moribundo, se trata de derribarlo desde su raíz para empezar una verdadera historia de la humanidad. En ese esfuerzo estamos con el CACI.
CCI. 15 de marzo de 2010.
Para tener una idea de la magnitud de esta verdadera masacre que sufren los trabajadores, hay que tener en cuenta que las muertes causadas por el trabajo dependiente superan holgadamente las originadas en accidentes de tránsito (1.000.000), guerras (500.000), hechos de violencia (563.000) y sida (312.000). Otro dato alarmante es que del total de trabajadores muertos anualmente en siniestros laborales, 12.000 son niños que trabajan en condiciones peligrosas. Este canon que pagan los trabajadores para poder obtener los medios económicos para su subsistencia y la de sus familias, es un auténtico "impuesto de sangre" que desnuda las lacras y miserias del sistema social y económico en el que viven.
Si proyectamos estos números a todos los años de vigencia del sistema capitalista, podremos afirmar que estamos en presencia de un verdadero genocidio de la clase trabajadora".
Hasta los organismos de la burguesía (ONU, OIT, OMS, etc) tienen que dar cuenta de las condiciones deplorables de vida y de trabajo que sufre el conjunto de la clase obrera mundial. Todo ello no es una "mala voluntad" o un "azar del destino". Los compañeros del CACI dicen y lo compartimos plenamente, se debe a "un sistema que se apoya en valores perversos, que privilegia la defensa del lucro y la tasa de ganancia".
El CACI denuncia justamente que después de la caída del Muro de Berlín el "pacto social" entre la burguesía y los sindicatos se puso al desnudo mostrando que "la internacionalización de la economía se transforma en globalización, que en el mundo laboral se traduce en desregulación, flexibilización, precarización, competitividad, polivalencia funcional, y demás palabras paridas por la matriz ideológica del neoliberalismo, que los trabajadores conocen más por sus consecuencias que por su significado literal". En efecto, el hundimiento de toda esta parte del mundo que mentirosamente se llamó socialista, no significó otra cosa que una paso más del capitalismo en el abismo de su quiebra, en el empeoramiento de la vida de los trabajadores y en la reducción de toda posibilidad por alcanzar una "vida digna" bajo este modo de producción.
Otro aspecto que el CACI denuncia correctamente es la forma que toma la explotación bajo el aguijón de la crisis: empresas menos ligadas al estado (para evitar que los obreros identifique al Estado-Patrón), subcontratación en todas las ramas industriales (ello obstaculiza inmediatamente la unidad y la solidaridad de una huelga: el patrón no es el mismo y una empresa puede decirle a los obreros que el otro patrón es el "malo"...¡la división pura y simple!). Así lo dicen los compañeros: "El progreso tecnológico de la humanidad no se refleja en una disminución de los siniestros laborales. Por el contrario, hay un sostenido incremento al compás de las nuevas reglas de juego del capitalismo. Se impone un nuevo concepto de empresa, supuestamente más apta para adaptarse a las fluctuaciones del mercado. Sólo conserva un núcleo de trabajadores permanentes y externaliza muchas funciones y tareas. En la periferia de ese núcleo aparecen empresas contratistas y subcontratistas que hacen el "trabajo sucio" de la flexibilización laboral y el abaratamiento de la mano de obra, generalmente mediante procedimientos reñidos con la legalidad. Los trabajadores entran y salen gracias a las empresas o agencias de servicios eventuales y a los contratos temporales, siguiendo el flujo y reflujo de la demanda de los bienes o servicios que produce la empresa principal. Entre los trabajadores que tienen una inserción precaria en la empresa la siniestralidad es elevadísima. Su capacitación implica un costo que los empleadores no están dispuestos a asumir". Recordemos de paso que el capitalismo no le interesa la suerte de los explotados, lo único que lo mueve es la ganancia. No se trata de la voluntad de los capitalistas tomados individualmente, tampoco de sus deseos o intenciones, como diría Marx, "el capitalismo es una fuerza social", y como los comunistas sabemos, el capitalismo no existe para satisfacer necesidades humanas, vive para la reproducción del capital.
Fenómenos como el crecimiento de China o la India tienen una explicación no local sino mundial: "Los capitales se trasladan con asombrosa facilidad a aquellos países con menor costo laboral, fomentando entre los gobiernos una competencia para ver quien es más eficaz en abatir los niveles de protección que los trabajadores de ese país pudieron conseguir. Se busca desarticular toda la estructura que tutela sus derechos, para mejorar la competitividad empresaria. Es así que se exportan los riesgos a poblaciones más vulnerables, de países en los que no hay mayores exigencias en materia ambiental y laboral, y de gestión de la seguridad y la higiene en el trabajo en particular". Todos esos ejemplos de "progreso capitalista" están en realidad edificados sobre una casi esclavización de millones de trabajadores...lo demás son cuentos!
Un punto sobre el cual podemos y debemos reflexionar es sobre si los Estados, los patrones y sus leyes pueden "cambiar" su actitud (siempre a favor de los explotadores) a partir de una presión de los obreros. Lo que estamos viendo por todo el mundo es una eliminación brutal de los gastos sociales de los estados (ataque a las pensiones, congelamientos salariales, retiros miserables, más años para la jubilación, más impuestos, etc.), pensamos que ello expresa que, ante la agudización de una crisis brutal e inédita del capitalismo como la actual que lleva más de 40 años profundizándose, el capital no tiene opción, debe atacar a las condiciones de los trabajadores si quiere sobrevivir en el mercado mundial. Es justamente en ese terreno donde la lucha de los trabajadores debe reflexionar sobre el fondo del problema, no se trata ya de "un salario justo por una jornada justa" (Marx), sino de la lucha por la abolición del trabajo asalariado. Es por ello que justamente los camaradas del CACI perciben así el fondo de la cuestión: "La legislación interna de los países que firmen la Carta Sociolaboral Latinoamericana debería también incriminar penalmente los actos de los empleadores que supongan un atentado contra la vida o la salud de los trabajadores. Ya hemos dicho que la inmensa mayoría de los siniestros laborales son evitables. Por lo tanto llamarlos "accidentes" constituye una inaceptable concesión del lenguaje. Siempre serán, en el mejor de los casos, lesiones u homicidios culposos".
Más la crisis golpea y se extiende, más los capitalistas "ahorran" en lo menos necesario, más "abaratan costos de producción" (pomposa manera como el capital llama a reducir costos de mantenimiento), con ellos los riesgos de accidentes y muerte se disparan (aumentaron los accidentes aéreos y de trenes los cuales son disfrazados por el capital como "accidentes humanos"). Ya que, como acertadamente lo dicen los compañeros del CACI: "El fin de lucro es absolutamente incompatible con la gestión de los subsistemas de la Seguridad Social en general, y con el de riesgos del trabajo en particular. El operador privado tiene un interés contradictorio con el de la víctima de un siniestro laboral. Con el agravante de que el natural conflicto que se plantea entre ambos, se resuelve en el marco de una abismal diferencia en la correlación de fuerzas".
Finalmente, no podemos sino apoyar en todas sus letras y en todo su contenido la única perspectiva que se puede proponer, a nivel histórico, a esta situación: "Los obreros de todo el mundo deben luchar no por una seguridad social dentro del capitalismo, sino por destruir este maldito sistema y sus instituciones sindicales y reformista, hoy más que nunca, ¡proletarios de todos los países Uníos contra el impuesto de sangre!".
En efecto, no se trata de reformar un sistema moribundo, se trata de derribarlo desde su raíz para empezar una verdadera historia de la humanidad. En ese esfuerzo estamos con el CACI.
CCI. 15 de marzo de 2010.