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Varios jóvenes compañeros nos han escrito pidiendo algún documento que recogiera aportaciones sobre el periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo y más concretamente sobre cómo debe abordar el proletariado la cuestión del Estado. Con objeto de satisfacer esa demanda que muestra un gran profundidad en las preocupaciones publicamos un debate entre militantes nuestros que tuvo lugar en los años 70. Animamos a que prosiga el debate con contribuciones de grupos y lectores interesados.
I.- Introducción
Antes de la experiencia de la Revolución en Rusia, los marxistas tenían una concepción de la relación entre proletariado y Estado durante el período de transición del capitalismo al comunismo que era relativamente simple en su esencia.
Se sabía que esta transición debía comenzar con la destrucción del poder político de la burguesía y que esta fase no hacía más que preceder, preparándola, a la sociedad comunista la cual, por su parte no tendría ni clases, ni poder político, ni Estado; se sabía que en el curso de ese movimiento, la clase obrera tendría que instaurar su dictadura sobre el resto de la sociedad; se sabía también que durante este período que contiene todavía todos los estigmas del capitalismo, en particular por la subsistencia de la penuria material y de las divisiones de la sociedad en clases, subsistiría inevitablemente un aparato de tipo estatal; se sabía en fin, sobre todo gracias a la experiencia de la Comuna de París de 1871, que este aparato no podría ser el Estado burgués "conquistado" por los obreros, sino que sería, en forma y contenido, una institución transitoria, esencialmente diferente de todos los Estados que hubieran existido hasta entonces.
Pero, con respecto al problema de la relación entre la dictadura del proletariado y este Estado, entre la clase obrera y esta institución producto de las herencias del pasado, se creía que se podía resolver el problema con una idea sencilla: dictadura del proletariado y Estado del período de transición son una única y misma cosa, clase obrera y Estado son idénticos. En cierto modo, se creía que, durante el período de su dictadura, el proletariado podría hacer suya la célebre fórmula de Luís XIV: "El Estado soy yo".
Así pues, en el Manifiesto Comunista se describe a este Estado como "el proletariado organizado en clase dominante"; asimismo, en la crítica del Programa de Gotha, Marx escribía:
"Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista, se sitúa el período de transformación revolucionaria de aquella a ésta. A este período corresponde igualmente, una fase de transición política en la cual el Estado no puede ser otra cosa que la dictadura del proletariado."
Más tarde, en vísperas de Octubre del 17, Lenin, en pleno combate contra la social democracia que se arrastraba en el fango de la primera carnicería mundial al participar en los gobiernos de los Estados burgueses beligerantes, volvía a defender con fuerza esta idea en "El Estado y la Revolución":
"(Los marxistas) proclaman la necesidad para el proletariado, después de haber conquistado el poder político, de destruir completamente la vieja máquina Estatal y substituirla por una nueva, que consiste en la organización de obreros armados..."
O también:
"La Revolución consiste en esto: el proletariado destruye el aparato administrativo y el aparato de Estado completamente para reemplazarlo por uno nuevo constituido por obreros armados."
De esta visión resultaba naturalmente que el Estado del período de transición no podía ser otra cosa que la expresión más acabada, más eficaz de la clase obrera y de su poder. Todo parecía bastante sencillo en la relación entre Estado y proletariado puesto que era una única y misma cosa.
¿La burocracia estatal?
No existiría o sería un problema sin mayor importancia puesto que los obreros mismos (hasta una cocinera, decía Lenin) asumirán su función.
¿Imaginar seriamente la posibilidad de un antagonismo, de una oposición entre clase obrera y Estado sobre el terreno económico? ¡Imposible!
¿Cómo podría el proletariado hacer huelga contra el Estado puesto que el Estado sería él mismo? ¿Cómo podría el Estado, por su parte, tratar de imponer algo contrario a los intereses económicos de la clase obrera puesto que es su emanación directa? Imaginar un antagonismo a nivel político parecía aún más inverosímil: ¿No debía el Estado ser el instrumento más acabado de la dictadura del proletariado? ¿Cómo podría expresar fuerzas contrarrevolucionarias puesto que, por definición, debía ser la punta de la lanza del combate del proletariado contra la contrarrevolución?
La Revolución Rusa desmiente mordazmente esta visión demasiado simple pero que inevitablemente predominaba en el movimiento obrero internacional que, con la excepción de la Comuna de París, no había enfrentado nunca realmente los problemas del período de transición con toda su complejidad.
Así pues, justo después de la toma del poder en Octubre del 17, se proclama el "Estado proletario"; los mejores obreros, los combatientes más experimentados fueron puestos a la cabeza de los principales órganos del Estado; se prohibieron las huelgas; se prometió aceptar todas las decisiones de los órganos del Estado como expresión de las necesidades globales del combate revolucionario; total, se inscribió en las leyes y en la carne propia de la revolución naciente la identidad tan proclamada entre Estado y clase obrera.
Pero de desde los primeros momentos, los imperativos de la subsistencia social empezaron a contradecir sistemáticamente los fundamentos de tal identificación. Ante las dificultades que tenía que enfrentar la revolución rusa progresivamente ahogada por su aislamiento internacional, el aparato de Estado resultó ser, no un cuerpo idéntico a los "obreros armados" ni la encarnación más global de la dictadura del proletariado, sino al contrario, un cuerpo de funcionarios muy distinto del proletariado, y una fuerza cuyas tendencias innatas no iban hacia la revolución comunista sino, al contrario, hacia el conservadurismo. La burocratización de los funcionarios encargados de la organización de la producción, la distribución, el mantenimiento del orden, etc. se desarrolló desde los primeros meses sin que nadie, ni aún los primeros responsables del partido Bolchevique a la cabeza del Estado -que sin embargo la combatieron-pudieran hacer algo contra ella, y, sobre todo, sin que se pudiera reconocer en esta burocracia estatal una fuerza contrarrevolucionaria puesto que era "el estado proletario".
A nivel económico como político se fue creando progresivamente una separación entre la clase obrera y lo que se suponía que era "su" Estado. Ya a finales del año 17, estallan huelgas económicas en Petrogrado, en 1919 corrientes obreras comunistas de izquierda empiezan a denunciar a la burocracia estatal y su oposición a los intereses de la clase obrera; en 1920, 1921, a finales de la guerra civil, esos antagonismos estallaron abiertamente en las huelgas de Petrogrado de 1920 y en la insurrección de Krondstadt de 1921, reprimida por el Ejército Rojo. Total, en el combate por el mantenimiento de su poder, el proletariado en Rusia no encontró en el Estado el instrumento que esperaba sino al contrario una fuerza de resistencia que se transformó rápidamente en el principal protagonista de la contrarrevolución.
La derrota de la revolución rusa fue, en última instancia, producto de la derrota de la revolución mundial y no de la acción del Estado. Pero en ese combate contra la contrarrevolución, la experiencia puso en evidencia que el aparato de Estado y su burocracia no eran ni el proletariado ni aún la punta de la lanza de su dictadura... aún menos una institución a la cual la clase obrera en armas tenía que someterse en nombre de una supuesta "naturaleza proletaria".
Es cierto que la experiencia del proletariado en Rusia se vio condenada a la derrota a partir del momento en que no logró extenderse mundialmente. Es justo decir que la potencia del antagonismo Estado-proletariado fue una manifestación de la debilidad del proletariado mundial y de la inexistencia de las condiciones naturales para un desarrollo verdadero de la dictadura del proletariado. Pero sería de nuevo hacerse ilusiones el creer que sólo la amplitud de esas dificultades explica este antagonismo y que, en mejores condiciones, la identificación: dictadura del proletariado-Estado del período de transición, sigue siendo válida. El período de transición es una fase en la cual el proletariado enfrenta una dificultad fundamental: la de establecer nuevas relaciones sociales a la vez que, por definición, las condiciones materiales para el desarrollo de aquellas se están solamente instaurando bajo la acción revolucionaria de los obreros en armas. Esta dificultad se desarrolló en Rusia bajo sus formas más extremas pero no por ello deja de ser esencialmente la misma que la que encontrará el proletariado mañana. La importancia de las barreras que encontró la dictadura del proletariado en Rusia no hace de esta experiencia una excepción que invalidaría la regla de la identidad proletariado-Estado del período de transición, sino al contrario, un factor que permitió poner en evidencia, bajo sus formas más agudas, la inevitabilidad y la naturaleza del antagonismo que opone la fuerza revolucionaria proletaria a la institución de mantenimiento del orden durante el período de transición.
Desde su constitución, la CCI, siguiendo los trabajos de la Izquierda Italiana ("Bilan") entre las dos guerras y los del grupo "Internationalisme" en los años 40, ha emprendido la compleja e indispensable tarea de reanudar, revisar y completar la comprensión revolucionaria de la relación entre Estado y proletariado durante el período de transición, a la luz de la experiencia rusa (ver los números 1, 2, 3, y 6 de la Revista Internacional).
Dentro del marco de este esfuerzo publicamos aquí, por una parte, la carta de un compañero que reacciona críticamente a las tesis desarrolladas sobre este tema en la resolución adoptada por el II Congreso de "Revolution Internationale", sección en Francia de la CCI (ver la Revista Internacional no. 6) y, por otra parte, una respuesta a las críticas de la carta.
II.- Carta del compañero E.
El marxismo, en la medida en que es conocimiento científico de la sucesión de los modos y las formas sociales de producción en el pasado, es también previsión de las etapas y de las características fundamentales e imprescindibles de la última forma social -el comunismo- que sucederá a la que hoy vivimos.
Las formas económicas se transforman según un proceso ininterrumpido en la historia de la sociedad humana. Pero este proceso se traduce en períodos de convulsiones y de luchas, durante las cuales el enfrentamiento político y armado de las clases rompe las barreras que impiden el nacimiento y el desarrollo acelerado de la nueva forma; es el período de lucha por el poder, cuyo fin es una dictadura de la fuerza de mañana sobre la de hoy (o a la inversa, hasta una nueva crisis).
El revisionismo socialista de la penúltima guerra pretendía borrar la teoría de Marx y Engels sobre la dictadura. A Lenin le corresponde el mérito de haber vuelto a enderezarla en el "Estado y la Revolución", en donde, al restaurar completamente el marxismo, lleva hasta sus últimas consecuencias el deber teórico de la destrucción del Estado burgués. Lenin, en perfecta conformidad con la doctrina marxista, plantea, pues, el marco que permite distinguir las fases sucesivas en la transición del capitalismo al comunismo.
FASE INTERMEDIA
El proletariado ha conquistado el poder político y, como todas las demás clases en el pasado, impone su propia dictadura. Al no poder abolir de golpe a las demás clases, el proletariado las pone fuera de la ley. Lo cual quiere decir que el Estado proletario controla una economía que contiene, aunque en constante disminución, no sólo una distribución mercantil sino también formas de apropiación privada de los productos y de los medios de producción tanto individuales como asociados. A la vez, con sus intervenciones despóticas, abre el camino que lleva a la fase inferior del comunismo. Se puede, pues, comprobar que, contrariamente a lo que decía R. sobre una pretendida complejidad de la concepción del Estado y de su papel en la teoría de Lenin, la esencia de esta concepción es muy sencilla: el proletariado, al erigirse en clase dominante, crea su propio órgano de Estado, diferente de los precedentes por la forma, pero que conserva esencialmente la misma función: opresión de las demás clases, violencia concentrada contra ellas para que triunfen sus intereses históricos en tanto que clase dominante, aunque éstos coinciden a largo plazo con los de la humanidad.
COMUNISMO INFERIOR
En esta fase, la sociedad dispone ya de productos en general repartiéndolos entre sus miembros según un plan establecido. Para esto, ya no se necesita intercambio de equivalentes. En esta fase, el trabajo no solo es obligatorio, hay que contabilizar también el tiempo efectivamente realizado con certificados que lo comprueben: los conocidos "bonos de trabajo" tan discutidos que tienen la característica de no poder ser acumulados, de manera que cualquier intento de acumulación sólo pueda ser una pérdida, al no recibir una parte de trabajo equivalente. La ley del valor deja de existir porque "la sociedad no le atribuye ningún valor a los productos" (Engels). A esta segunda fase sucede el COMUNISMO SUPERIOR, sobre el cual no vamos a extendernos.
Como ya hemos visto, el marxismo plantea, al principio de la fase de transición y como premisa necesaria, la revolución política violenta de la que surge inevitablemente la dictadura de clase. Será ejerciendo esta dictadura con la intervención despótica y el monopolio de las fuerzas armadas, la manera como el proletariado actualizará las profundas "reformas" que destruirán hasta el último vestigio de la forma capitalista.
Hasta aquí, me parece que no hay ninguna divergencia. Las dificultades empiezan cuando se afirma que "el Estado tiene una naturaleza histórica anticomunista y antiproletaria" y "esencialmente conservadora". Que su "dictadura (la del proletariado) no puede encontrar en una institución conservadora por excelencia su propia expresión auténtica y total". (RI no. 17 p. 33).
Aquí el anarquismo (y perdonadme la brutalidad de las palabras), después de haber sido expulsado por la puerta, entra por la ventana. De hecho, se acepta la dictadura del proletariado, pero se olvida que Estado y dictadura, o poder exclusivo de una clase, son sinónimos. Antes de criticar más específicamente algunas afirmaciones del texto a que nos referimos, quiero recordar las líneas fundamentales de la teoría marxista sobre el Estado. Cada Estado se define, según Engels, por un territorio preciso y por la naturaleza de la clase dominante. Se define, pues, por un lugar, la capital en donde se reúne el gobierno, que para el marxismo, es el "comité de administración de los intereses de la clase dominante". En la fase que va del poder feudal al poder burgués, se forma la típica teoría de la mistificación burguesa que en todas las revoluciones históricas, ha disimulado la naturaleza del paso entre feudalismo y capitalismo. La burguesía en su conciencia mistificada afirma que destruye el poder de una clase no para substituirlo por el de otra clase, sino para construir un Estado que funda su propio poder sobre el orden y la armonía entre las exigencias de "todo un pueblo". Pero en todas las revoluciones, una serie de hechos han evidenciado la robustez de la dinámica revolucionaria marxista basada en las clases, puesto que la dictadura de una clase viene siempre acompañada de la violación de la libertad de las demás y también de violencias exacerbadas contra sus partidos, hasta llegar al terror, hecho que es también inseparable de las revoluciones puramente burguesas.
Uno de los primeros actos que hay que cumplir es la demolición del antiguo aparato de Estado que la clase que ha tomado el poder debe emprender sin titubeos. Son ésas las lecciones que sacó Marx de la Comuna de París, la cual, al instalarse en el "Hotel del Ville", opuso el Estado al Estado armado, ahogó en el terror -antes de que la ahogaran a ella a su vez- hasta a los individuos de la clase enemiga. Y "si hubo error no fue el de haber sido demasiado feroces, fue el de no haberlo sido lo suficiente".
De esta importante experiencia del proletariado, Marx sacó la enseñanza fundamental, a la que no podemos renunciar, de que las clases explotadoras necesitan la dominación política para mantener la explotación: y que el proletariado la necesita para suprimirla por completo. La destrucción de la burguesía no es realizable más que a través de la transformación del proletariado en clase dominante. Esto quiere decir que la emancipación de la clase trabajadora es imposible dentro de los límites del Estado burgués. Éste tiene que ser derrotado en la guerra civil, y su mecanismo destruído. Tras la victoria revolucionaria, tiene que surgir otra forma histórica, la dictadura del proletariado, que abrirá el camino al período histórico en el que surge la sociedad socialista y se extingue el Estado.
Después de esta breve reafirmación de las que son para mí las bases de la doctrina marxista del Estado y del paso de un sistema social a otro, y, más específicamente del capitalismo al comunismo, voy a detenerme en el texto de la resolución relativo al período de transición. Lo que salta a la vista de tal documento es ante todo el carácter contradictorio de ciertas afirmaciones.
Si por una parte se afirma (Parr. 2) "que la toma del poder político general en la sociedad por parte del proletariado precede, condiciona y garantiza la continuación de la transformación económica y social", no se tiene en cuenta el hecho de que tomar el poder político significa instaurar una dictadura sobre las demás clases y que el Estado es y fue siempre el órgano (con diferencias en sus características: funcionamiento, división de los poderes, representación, según el modo de producción y las clases cuyo dominio representa) de la dictadura de una clase sobre las demás.
Además cuando afirmais (Parr. 7, punto C.) que "toda esta organización estatal excluye categóricamente cualquier participación de las clases y las capas sociales explotadoras que se ven privadas de todo derecho político y cívico", no os dais cuenta de que todas las características justas de este Estado, expresadas en los demás puntos del mismo párrafo, y sobre todo, las características ya citadas sobre la representación política de una sola clase, no son simples diferencias formales, sino que destruyen todas las afirmaciones que sirven para identificar al Estado de la burguesía y, por eso, dan una base a la identidad "que tanto se trata de combatir" entre Estado y dictadura del proletariado.
Pero ¿sobre qué bases se llega a afirmar la necesidad absoluta para el proletariado de no identificar su propia dictadura y el Estado del período de transición? Ante todo porque se afirma (Parr. 8) que el Estado es una institución conservadora por excelencia. Esto raya en el anti-historicismo del anarquismo y su oposición de principio al Estado. Los anarquistas sacan su conclusión de la necesidad de liberarse de su Señoría "la autoridad". "Revolution Internationale" claro que no llega a ese punto, pero, exactamente como los anarquistas, juzga al Estado conservador y reaccionario en cualquier época social, en cualquier área geográfica, cualquiera que sea la dirección hacia la que se orienta, y por lo tanto, cualquiera que sea la dominación de clase, de que es expresión, independientemente del período histórico durante el cual esa dominación se ejerce.
Nada tiene que ver eso con el marxismo. Para el marxismo, el Estado es ante todo una institución diferente según las épocas históricas, tanto por sus características formales como por sus funciones propias. De hecho, el materialismo del marxismo nos enseña, si nos referimos a la historia, que en el pasado, durante las fases revolucionarias, inmediatamente después de que una clase había conquistado el poder, ésta estabilizaba el tipo de organización estatal que correspondía mejor a la defensa de sus intereses de clase: el Estado asumía entonces la función revolucionara que tenía la clase -entonces revolucionaria- que le había instituido. Es decir: facilitar, con sus intervenciones despóticas -despues de haber destruido por el terror la resistencia de las viejas clases- el desarrollo de las fuerzas productivas, barriendo los obstáculos que entorpecen su camino, estabilizando e imponiendo con el monopolio de las fuerzas armadas un marco de leyes y de relaciones de producción que favorecen ese desarrollo y responden a los intereses de la nueva clase en el poder. Por ejemplo, para citar solo uno, el Estado francés de 1793 asumió una función eminentemente revolucionaria.
Se expresa otra razón en el mismo párrafo del punto C: "el estado del período de transición conserva todavía todas las estigmas de una sociedad dividida en clases". Es esta una razón muy extraña, puesto que todo lo que sale de la sociedad capitalista conserva sus estigmas. No solamente el Estado, sino también el proletariado organizado en los Soviets, puesto que ha crecido y fue educado bajo la pesada influencia de la ideología conservadora del sistema capitalista. Sólo el partido, aunque no constituye una isla de comunismo dentro del capitalismo, está menos marcado por esos estigmas puesto que en él se funden "voluntad y conciencia que se convierten en premisas de la acción, como resultado de una elaboración general histórica" (Bordiga).
(Estas afirmaciones pueden parecer sumarias, pero las aclararé en otra ocasión.)
Para concluir quiero detenerme sobre la profunda contradicción a que conduce vuestra visión. En realidad, afirmais (Parr. 8, punto C): "su dominación (del proletariado) sobre la sociedad es tambien dominación sobre él".
III.- Respuesta al compañero E.
Dos ideas sostienen esencialmente la crítica formulada por el compañero E.: la primera consiste en el rechazo de la afirmación de que "el Estado es una institución conservadora por excelencia"; la segunda, en la reafirmación de la identidad Estado y dictadura del proletariado durante el período de transición, puesto que el Estado es siempre Estado de la clase dominante. Veamos pues de más cerca el contenido de esos dos argumentos.
E. escribe: "...se afirma (en la resolución de RI) que el Estado es una institución conservadora por excelencia. Se toca aquí el anti-historicismo del anarquismo y sus oposiciones de principio al Estado. Los anarquistas sacan su conclusión de la necesidad de liberarse de su señoría "la autoridad". RI no llega hasta ese punto, claro, pero exactamente como los anarquistas, juzgan el Estado conservador y reaccionario en toda época social, en cualquier área geográfica, cualquiera que sea la dirección hacia la cual se oriente, y, por lo tanto, cualquiera que sea la dominación de clase de la que es expresión, independientemente del período histórico durante el cual esta dominación se ejerce".
Antes de ver por qué el Estado es efectivamente "una institución conservadora por excelencia" contestemos a este argumento polémico que consiste en asimilar nuestra posición a la de los anarquistas.
Nuestra concepción sufriría pues de un "anti-historicismo anarquista" porque destaca una característica de la institución estatal (su caracter conservador) independientemente del "área geográfica", "de la dominación de clase de la cual es la expresión", y "del período histórico durante el cual esta dominación se ejerce". Pero ¿en qué el destacar las características generales de una institución o de un fenómeno a través de la historia, independientemente de las formas específicas que ésta pueda conocer según el período, revelaría signos de un "anti-historicismo"? ¿Qué es pues saber utilizar la historia para comprender la realidad si no es ante todo saber destacar las leyes generales que se verifican a través de diferentes períodos y condiciones específicas? ¿Es acaso el marxismo "anti-histórico" cuando dice que desde que la sociedad esta dividida en clases "la lucha de clases es el motor de la historia", cualquiera que sea el período histórico y cuales quiera que sean las clases?
Se puede hacer resaltar la necesidad de distinguir en cada Estado de la historia (Estado feudal, Estado burgués, Estado del período de transición, etc.) lo que les es particular, específico. Pero ¿cómo se pueden comprender esas particularidades si no se sabe con respecto a qué generalidades se definen? El hecho de destacar las características generales de un fenómeno en el curso de la historia, a través de todas las formas particulares -por diferentes que sean- que haya podido tomar según los períodos, es no sólo el fundamento mismo de un análisis histórico sino también la condición principal para poder comprender en qué consisten las especificidades de cada expresión particular del fenómeno.
Desde un punto de vista Marxista se puede tener la tentación de poner en tela de juicio la veracidad de la ley general que destacamos sobre la naturaleza conservadora del Estado, pero de ningún modo atacar el hecho en sí de querer reconocer la característica histórica general de una institución. De lo contrario se niega la posibilidad de todo análisis histórico.
Se nos dice luego que nuestra posición se asimila a la del anarquismo por el hecho que constituye una "oposición de principio al Estado". Recordemos en qué consiste esta oposición de principio de los anarquistas al Estado: rechazando el análisis de la historia en términos de clase y el determinismo económico, los anarquistas no han comprendido jamás el Estado como producto de las necesidades de una sociedad dividida en clases, sino como un mal en sí que, al igual que la religión y el autoritarismo, está en la base de todos los males de la sociedad ("Estoy contra el Estado porque el estado es maldito", decía Louise Michel). Por las mismas razones, consideran que entre el capitalismo y el comunismo, no hay ninguna necesidad de período de transición y aún menos, de Estado: el Estado podrá y deberá ser "abolido", "prohibido" por decreto al día siguiente de la insurrección general.
¿Qué hay de común entre esta visión y la que afirma que el Estado, producto de la división en clases de la sociedad, tiene una esencia conservadora puesto que tiene como función el frenar y mantener el conflicto entre las clases dentro del orden y la estabilidad social? Si subrayamos el carácter conservador de esta institución no es para preconizar una indiferencia "apolítica" del proletariado con respecto a él o para propagar ilusiones sobre la posibilidad de hacer desaparecer la institución estatal con un decreto de prohibición mientas la división en clases subsista, sino para hacer resaltar por qué el proletariado, lejos de someterse incondicionalmente a la autoridad de ese Estado durante el período de transición como lo preconiza la idea que en el Estado ve la encarnación de la dictadura del proletariado, debe, al contrario, someter a ese aparato, en una relación de fuerza permanente, a su propia dictadura de clase. ¿Qué hay de común entre esta visión y la de los anarquistas que rechazan en bloque Estado, período de transición y sobre todo, la necesidad de la dictadura del proletariado?
Asimilar este análisis a la visión anarquista es hablar por hablar con argumentos de polémica irrisorios.
Pero lleguemos al problema de fondo: ¿Por qué el Estado es una institución conservadora por excelencia?
La palabra conservador significa por definición lo que -o aquel que- se opone a toda innovación, lo que -o aquel que- se resiste a todo cambio o trastorno del estado de cosas existente. Ahora bien, el Estado, cualquiera que sea, es una institución cuya función esencial no es más que la de mantener el orden, mantener el orden existente. Es el resultado de la necesidad en toda sociedad dividida en clases de dotarse de un órgano capaz de mantener por la fuerza un orden que no es capaz de existir de manera espontánea, armoniosa, por el hecho mismo de su propia división en grupos sociales, con intereses económicos antagonistas. Por eso constituye la fuerza a la cual tiene que oponerse toda acción que tiende a trastornar el orden social, y por lo tanto, toda acción revolucionaria.
"Así, pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera a la sociedad: tampoco es "la realidad" "de la idea moral", "ni la imagen y la realidad de la razón", como afirma Hegel. Es más bien un producto de la sociedad "cuando llega a un grado de desarrollo determinado"; es la confesión de que "esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma" y "está dividida por antagonismos irreconciliables", que es impotente para conjurar. Pero "a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del "orden". Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es "El Estado"". (Engels, subrayado por nosotros).
En la famosa Fórmula de Engels en "El Origen de la Familia, de la Propiedad privada y del Estado". Explicando a qué necesidad corresponde el Estado y la función que ella acarrea, se encuentra claramente afirmado este aspecto esencial del papel de esta institución: amortiguar el choque entre clases, mantenerlo en los límites del orden. Y, algunas páginas más lejos: "el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase".
Cuando se sabe que la fuerza que crea los trastornos revolucionarios no es otra que la lucha de clases, es decir, ese "conflicto", esa "oposición" que el Estado tiene como función "amortiguar", es fácil comprender por qué el Estado es una institución esencialmente conservadora. En las sociedades de explotación en donde el Estado es abiertamente el guardián de los intereses de la clase económicamente dominante el papel conservador del Estado frente a todo movimiento que tienda a amenazar el orden económico existente y del cual el Estado es siempre, junto con la clase dominante, beneficiario, aparece bastante claro.
Sin embargo, esta característica conservadora no está menos presente en el Estado del período de transición al comunismo.
A cada paso dado por la revolución comunista (destrucción del poder político de la burguesía en uno o varios países, luego en el mundo entero, colectivización de nuevos sectores de la producción, desarrollo de la colectivización de la distribución en los centros industriales y luego en regiones agrícolas avanzadas, luego en las atrasadas etc.), a cada una de esas etapas, y mientras el desarrollo de las fuerzas productivas no haya alcanzado un grado de desarrollo suficiente como para permitir que cada ser humano pueda participar realmente en una producción colectivizada a escala mundial y recibir de la sociedad "según sus necesidades", mientras la humanidad no haya logrado ese estadio de riqueza que podrá permitirle deshacerse por fin de todos los sistemas de racionamiento de la distribución de los productos y unificarse en una comunidad humano sin divisiones, a cada paso pues, la sociedad deberá dotarse de reglas de vida, de leyes sociales estables y uniformes que le permitan vivir en acuerdo con las condiciones de producción existentes, sin verse por ello desgarrada por conflictos internos entre las clases que subsisten, mientras se espera el paso siguiente hacia adelante.
Por el hecho de que se trata de leyes que expresan todavía un estadio de penuria, es decir, un estadio en el cual el bienestar de unos tiende a hacerse a expensas de los demás se trata de leyes que -aún instaurando "la igualdad en la penuria" exigen, para ser aplicadas, un aparato de coerción y de administración que las imponga y las haga respetar por el conjunto de la sociedad. Este aparato es el Estado.
Si durante el período de transición, decidiéramos, por ejemplo, distribuír gratuitamente los bienes de consumo en lo que serían centros de distribución, mientras la penuria siguiera aún azotando a la sociedad, habría quizás algunos millares de personas que podrían, el primer día, servirse según sus necesidades, -los primeros que llegaran a los centros- pero, por lo menos otras tantas personas se verían reducidas a sufrir hambre. En período de escasez, distribuír, aunque sea de manera igualitaria, impone el instaurar reglas de racionamiento y, con ellas, lo "funcionario": El estado de "vigilantes y de contables" del que hablaba Lenin.
La Función de este Estado no es una función revolucionaria aunque el orden político existente sea el de la dictadura del proletariado. Su función intrínseca es en el mejor de los casos, la de estabilizar, regularizar, institucionalizar las relaciones sociales existentes. La mentalidad del burócrata del período de transición (pues no hay Estado sin burócratas) no se caracteriza por su audacia revolucionaria ni mucho menos. Su mentalidad tiende inevitablemente a ser la de todos los funcionarios. El mantenimiento del orden y la estabilidad de las leyes que se encarga de hacer aplicar... y, en la medida de lo posible, la defensa de sus intereses de privilegiado. Mientras más dure la penuria que vuelve indispensable la existencia de ese Estado, más aumentará la fuerza conservadora de ese aparato y asimismo la tendencia hacia un resurgimiento de todas las características de la vieja sociedad.
En el Manifiesto Comunista, Marx escribía:
"El desarrollo de las fuerzas productivas es prácticamente la primera condición absolutamente necesaria (del comunismo) por la razón que sin él, se socializaría la indigencia y con ésta volvería a empezar la lucha por lo necesario y, por consiguiente, resucitaría todo el viejo fárrago..."
La revolución rusa en donde el poder del proletariado se quedó aislado, condenado a la peor penuria, fue la trágica demostración por la práctica, de esta visión. Pero al mismo tiempo mostró que el "viejo fárrago" resucitaba primero y ante todo en el mismo lugar en donde se creía que se encontraba la encarnación de la dictadura del proletariado: en el Estado y su burocracia.
Citemos a un testigo de lo más significativo, puesto que fue uno de los principales defensores de la identidad entre dictadura revolucionaria del proletariado y Estado del período de transición: León Trotsky:
"La autoridad burocrática tiene como base la escasez de artículos de consumo y la lucha contra todo lo que resulta de ella. Cuando hay suficientes mercancías en una tienda, los clientes pueden venir en cualquier momento. Cuando hay poca Mercancía, los compradores se ven obligados a hacer cola a la puerta. Cuando la cola se vuelve muy larga, la presencia de un agente de policía se impone para mantener el orden. Ese es el punto de partida de la burocracia soviética. "Sabe" a quién darle y quién debe esperar..."
"(La burocracia) surge al principio como el órgano burgués de la clase obrera. Estableciendo y manteniendo los privilegios de la minoría, se atribuye naturalmente la mejor parte: aquel que distribuye los bienes no se ha perjudicado nunca a sí mismo. Así nace de la sociedad un órgano que, sobrepasando mucho su función social necesaria, se convierte en un factor autónomo y al mismo tiempo en la fuente de grandes peligros para todo el organismo social."
("La Revolución traicionada")
Claro, el próximo movimiento revolucionario no conocerá seguramente condiciones materiales tan desastrosas como fueron las de Rusia. Pero la necesidad de un período de transición, un periodo de lucha contra la indigencia y la penuria a escala mundial no será menos inevitable que la subsistencia de una estructura estatal. El hecho de disponer de un mayor potencial de fuerzas productivas para emprender la creación de las condiciones materiales de la sociedad comunista constituye un elemento fundamental para la debilitación del Estado y por lo tanto de su fuerza conservadora bajo la dictadura del proletariado. Pero no por ello se elimina esta característica. Así pues, sigue siendo de primordial importancia que el proletariado haya sabido asimilar las lecciones de la experiencia rusa y sepa ver en el Estado de este período no la encarnación suprema de su dictadura sino un órgano que deberá someter a su dictadura y con respecto al cual deberá mantener su autonomía organizativa.
UNA FUERZA DE ESTABILIZACIÓN, NO DE CAMBIO
Pero, se nos dice, la historia muestra que el Estado tiene una función revolucionaria cuando la clase que lo establece es también revolucionaria:
"En el pasado y en las fases revolucionarias apenas la clase se ha hecho con el poder, estabiliza el tipo de organización estatal que corresponde mejor a la defensa de sus intereses de clase: el Estado asumía entonces la función revolucionaria que tenía la clase entonces revolucionaria que lo había constituído. Es decir: facilitar con sus intervenciones despóticas -despues de haber destruido con el terror la resistencia de las viejas clases- el desarrollo de las fuerzas productivas, barriendo los obstáculos que se interponen en su camino, estableciendo e imponiendo con el monopolio de las fuerzas armadas un marco de leyes y de relaciones de producción que favorecen ese desarrollo y responden a los intereses de la nueva clase en el poder. Por ejemplo, para citar solo uno, el Estado francés de 1793 asumió una función eminentemente revolucionaria."
No se trata aquí de hacer juegos de palabras. "Asumir una función revolucionaria" por un lado y "estabilizar un marco de leyes y de relaciones que respondan a los intereses de la nueva clase en el poder" por el otro, no describen lo mismo. A partir del momento en que la lucha de una clase revolucionaria logra establecer una relación de fuerza en la sociedad en su favor, es evidente que el marco legal, la institución estatal que tiene como función la de estabilizar las relaciones de fuerza existentes en la sociedad, traduce obligatoriamente este nuevo estado de hecho en leyes y en intervenciones del ejecutivo para hacerlas aplicar. Toda acción política de envergadura en una sociedad dividida en clases tiene, pues, como corolario una estructura estatal y solo puede lograr su meta si tarde o temprano consigue concretizarse a nivel de leyes y de la acción del Estado, etc. Es así que el Estado de 1793 en Francia por ejemplo, legalizó medidas revolucionarias impuestas en los hechos por las fuerzas revolucionarias: ejecución del rey, ley sobre los sospechosos e instauración del Terror contra los elementos reaccionarios, requisiciones y racionamientos, confiscación y venta de los bienes de los emigrados, impuesto sobre los ricos, "descristianización" y cierre de las iglesias, etc... Asimismo, el Estado de los Soviets en Rusia tomó medidas revolucionarias tales como la instauración del poder de los Soviets y de la destrucción del poder político de la vieja clase, organización de la guerra civil contra los ejércitos blancos, etc.
Pero ¿se puede decir por esto que el Estado haya asumido la función revolucionaria de las clases que lo instauraron?
El problema que se plantea es el de saber si esos hechos demuestran que el Estado no es conservador más que cuando la clase dominante lo es también, y, a la inversa, revolucionario cuando esta última es revolucionaria. En otras palabras, el Estado no tendría ninguna tendencia conservadora o revolucionaria intríseca. Sería simplemente la encarnacion institucional de la voluntad de la clase dominante políticamente o, para repetir una fórmula de Bujarin sobre el Estado y el proletariado durante el peróodo de transición:
"La razón colectiva de la clase obrera (...) encuentra su encarnación material en la organización suprema y universal, la del aparato de Estado".
(Economía del período de transición).
Miremos, pues, esos acontecimientos de más cerca. Y comencemos por:
"El Estado francés de 93, el más radical por sus medidas, de todos los Estados burgueses de la historia" (trataremos de la Revolución Rusa en el punto siguiente).
El Estado de 93 es el de la Convención Nacional, instaurada a fines del 92 después de la destitución de la Monarquía por la Comuna Insurreccional de París y el terror impuesto por ésta; la Convencion sucedía al Estado de la Asamblea Legislativa que había "organizado" las guerras revolucionarias, pero cuya existencia se vio amenazada por la caída del trono y por el poder real de la Comuna Insurreccional a la que trató en vano de disolver (el 1º de Septiembre, la Legislativa proclamó la disolución de la Comuna pero tuvo que revisar su decisión esa misma noche).
La Legislativa por su parte sucedía a la Constituyente que, después de haber declarado abolidos los derechos señoriales y adoptado la declaración universal de los derechos humanos, se había negado a pronunciar la deposición del rey.
Antes de ver como fueron tomadas las famosas medidas radicales de 93, notemos ya que los acontecimientos que van desde la conquista del poder por la burguesía en 89 al advenimiento de la Convención tres años después (Septiembre del 92) no tienen nada que ver con la descripción simplista que nos ofrece el camarada E.
"En el pasado y en las fases revolucionarias, apenas una clase ha conquistado el poder, estabiliza (sic) el tipo de organización estatal que responde mejor a la defensa de sus intereses de clase".
En la realidad, apenas la burguesía ha conquistado el poder político en 89, comienza un proceso largo y complejo durante el cual la clase revolucionaria lejos de "estabilizar" el Estado que acaba de instaurar, se ve obligada a ponerlo constantemente en tela de juicio para poder llevar a cabo su misión revolucionaria.
Apenas que el Estado ha consagrado una nueva relación de fuerza instaurando por las fuerzas vivas de la sociedad (la abolición de los derechos señoriales por la Constituyente después de los acontecimientos de Julio del 89 en París, por ejemplo) que en seguida el marco institucional que se encuentra estabilizado por ese acto aparece insuficiente y se transforma en freno para los nuevos acontecimientos del cambio revolucionario (negativa de la Constituyente a pronunciar la deposición del rey y represión por ésta de los movimientos populares en este sentido).
Si de 89 a 93, la Revolución necesitó tres formas estatales (habiendo conocido cada una, diferentes gobiernos), es precisamente porque ninguno de esos Estados logró "asumir la función revolucionaria de la clase que lo instituyó". Cada nuevo paso adelante de la Revolución toma así la forma de una lucha, no sólo contra las clases del viejo régimen, sino también contra el Estado "Revolucionario" y su inercia legalista y conservadora.
Ni siquiera el año 93 marcó una "estabilización" del tipo de organización estatal que responde mejor a la defensa de los intereses de la burguesía. Corresponde, al contrario, el apogeo de la desestabilización de la institución estatal. Hay que esperar a Napoleón, a sus códigos jurídicos, a su reorganización de la administración y a sus "ciudadanos", para que la revolución quede fijada en los principios que la iniciaron; y ésta sea terminada para que verdaderamente se pueda empezar a hablar de estabilización.
¿Y cómo hubiera podido ser de otro modo? ¿Cómo una clase verdaderamente revolucionaria podría tratar, en el momento mismo del combate, al representante del "mantenimiento del orden" (aunque sea el suyo) sino a patadas para sacarlo de sus preocupaciones administrativas y sus formalidades jurídicas con que intenta, según la expresión de Engels, "amortiguar el choque (entre clases), mantenerlo dentro de los límites del orden"?
Creer que la institución estatal puede ser "la encarnación material" de la voluntad revolucionaria de una clase es tan absurdo como imaginarse que una revolución puede desarrollarse de manera ordenada. Es pedirle a un órgano cuya función esencial es la de asumir la estabilidad de la vida social, que encarne el espíritu de subversión al cual tiene precisamente como tarea ahogar en las fuerzas vivas de la sociedad; es pedirle a un cuerpo de burócratas que tengan el espíritu de una clase revolucionaria. Una revolución es la explosión formidable de las fuerzas vivas de la sociedad que toman directamente en mano el destino del cuerpo social, trastornando sin respeto ni titubeos toda institución (aún creada por ella) que frene su movimiento. La potencia de una revolución se mide así, en primer lugar, en la capacidad de la clase revolucionaria de no dejarse encerrar en la picota legal de sus primeras conquistas, en saber ser tan despiadada con las insuficiencias de sus propios primeros pasos como con las fuerzas del viejo régimen. La superioridad política de la revolución burguesa en Francia con respecto a la de la burguesía inglesa residió precisamente en su capacidad de no dejarse paralizar por el fetichismo del Estado y haber logrado trastornar incesantemente y sin piedad su propia institución estatal hasta sus últimas consecuencias.
Pero, lleguemos al famoso Estado Francés de 93 y a sus medidas, puesto que constituye precisamente, por un lado, el ejemplo propuesto por el camarada E. para demostrar las llamadas capacidades revolucionarias de la institución estatal y, por otro, una de las más evidentes ilustraciones de la impotencia de esta institución en ese terreno.
En realidad, las grandes medidas revolucionarias del período del 93 no fueron tomadas por iniciativa del Estado, sino contra él. Su realización se debe a la acción directa de las fracciones más radicales de la burguesía parisina, apoyadas y a menudo arrastradas por la enorme presión del proletariado de los suburbios de la capital.
La Comuna Insurreccional de París, ese cuerpo constituído durante los acontecimientos del 9-10 de Agosto del 92 por los elementos más radicales de la burguesía que disponían de la fuerza de burgueses armados de los suburbios, y que se apoyaban sobre todo en el impulso de las masas populares, ese cuerpo, pues, expresión directa del movimiento revolucionario que impuso a la Legislativa y luego a la Convención (cuya instauración provocó las elecciones de sufragio universal indirecto y 90% de abstenciones por parte de electores aterrorizados), provocó las medidas más radicales de la revolución. Fue ella quien provoco la caída del rey el 10 de Agosto del 92, quien metió presa a la familia real en el templo el 13, fue ella quien impidió su propia disolución por el Estado de la Legislativa, ella quien instauró directamente los tribunales revolucionarios y el Terror de los días de Septiembre del 92; fue ella quien, en 93, impone a la Convención la ejecución del rey, la ley sobre los sospechosos, la proscripción de los Girondinos, el cierre de las iglesias, la instauración oficial del Terror, etc. Y, como para poner en evidencia su carácter de fuerza viva distinta del Estado, impuso aún a la Convención la preeminencia de París como guía de la Nación y tutor de la Asamblea, el derecho de intervención directa del pueblo, si fuera necesario, contra "sus representantes" y, en fin, "el derecho a la insurrección".
El ejemplo de Cromwell en Inglaterra que disuelve por la fuerza a la Asamblea y manda poner un pasquín sobre la puerta de entrada: "Se alquila", traduce la misma necesidad.
Si los acontecimientos de 92-93 demuestran algo, no es, pues, que la institución estatal es tan revolucionaria como lo es la clase que la domina, sino al contrario que:
1º.) Cuanto más revolucionaria es esta clase, más se ve obligada a chocar con el carácter conservador del Estado.
2º.) Cuantas más medidas radicales necesita tomar, tanto más se ve obligada a negarse a someterse a la autoridad estatal para someter al contrario, esta institución a su dictadura.
Como dijimos al principio de este punto "asumir una función revolucionaria" y "estabilizar un marco de leyes y de relaciones que responden a los intereses de la nueva clase al poder" no quiere decir lo mismo. La diferencia entre ambas cosas, en las fases revolucionarias, la historia la resuelve con una relación de fuerza entre la verdadera fuerza revolucionaria, la clase real misma y su expresión jurídica, el Estado.
***
Hasta ahora hemos tratado la naturaleza conservadora del Estado quedándonos sobre un terreno del período de transición al comunismo, veremos hasta qué punto este antagonismo entre revolución e institución estatal, larvado o episódico en las revoluciones del pasado, toma en la revolución comunista un carácter mucho más profundo e irreconciliable.
El compañero E. nos dice:
"Las dificultades comienzan cuando se afirma que el Estado tiene una naturaleza histórica anti-comunista o anti-proletaria y esencialmente conservadora" y que por lo tanto "su dictadura (la del proletariado) no puede encontrar en una institución conservadora por excelencia su propia expresión auténtica y total" y que "el anarquismo (perdonadme la brutalidad de las palabras) echado por la puerta, vuelve a entrar por la ventana".
Dejemos a un lado el argumento polémico que consiste en tratar nuestra posición como anarquista: ya hemos hablado de eso. Y veamos por qué el proletariado no puede encontrar en una institución conservadora su "expresión auténtica y total".
Hemos visto cómo durante el curso de la revolución burguesa hay momentos en que, por la tendencia conservadora que se expresaba en las primeras formas de su propio Estado, la burguesía se vio obligada, a través de sus fracciones más radicales, a tomar una distancia real con respecto a esa institución e imponer su dictadura "despótica" no sólo sobre las otras clases de la sociedad sino también sobre el Estado que acababa de instaurar.
Sin embargo, esta oposición entre burguesía y Estado no podía ser más que momentánea. La meta de las revoluciones burguesas, por muy radicales y populares que sean, no puede jamás ser otra cosa que el refuerzo y la estabilización de un orden social del cual ella es la beneficiaria. Por grande que pueda ser su oposición a la vieja clase dominante, no desestabiliza a la sociedad y a la institución estatal sino para fijarla mejor más tarde, una vez afirmado su poder político en un nuevo orden estable en el cual pueda sin frenos desarrollar su fuerza de clase explotadora. Por eso al huracán revolucionario de 93 le siguió la sumisión de la Comuna Insurreccional de París al gobierno del Comité de Salud Pública de Robespierre; más tarde tuvo lugar la ejecución del mismo Robespierre por la "reacción de Thermidor" para acabar en el Estado fuerte de Napoleón, en el cual Estado y burguesía se volverán a encontrar fraternalmente enlazados en un deseo absoluto de orden y estabilidad.
De hecho, mientras más se consolida y se desarrolla el sistema de la burguesía. Más esta última se reconoce enteramente en su Estado, que le da absolutas garantías y le conserva sus privilegios. Cuanto más conservadora se vuelve la burguesía, más se identifica con su gendarme y administrador.
Muy diferentemente sucede con el proletariado. La meta de la clase obrera en el poder no es ni mantener su existencia como clase ni conservar el Estado, producto de la división de la sociedad en clases. Su objetivo declarado es la desaparición de las clases y, por consiguiente, del Estado. El período de transición al comunismo no es un movimiento hacia la estabilización del poder proletario, sino, al contrario, hacia su desaparición. De ello resulta, no que el proletariado no deba afirmar su dictadura sobre el conjunto de la sociedad, sino que utiliza esta dictadura para trastornar permanentemente el estado de cosas existente. Ese movimiento de trastorno lo quiere permanente hasta el comunismo: toda estabilización de la revolución proletaria constituye para él un retroceso y una amenaza de muerte. La famosa sentencia de Saint-Just: "los que hacen una revolución a medias, cavan su propia tumba" se aplica al proletariado por el hecho de su naturaleza de clase explotada, más que a toda clase revolucionaria de la historia.
Contrariamente a la idea de Trotsky quien -incapaz de reconocer en el desarrollo de la burocracia después de 17 la fuerza de la contrarrevolución- hablaba de un "Thermidor proletario", no hay "Thermidor" para la revolución proletaria. Thermidor fue para la burguesía una necesidad que correspondía a la búsqueda de una estabilización de su poder. Para el proletariado, toda estabilización constituye no una meta, un éxito, sino una debilidad, y a medio plazo, un retroceso de su obra revolucionaria.
El único momento en el cual la estabilización de las relaciones sociales podría corresponder con los intereses del proletariado, sería el de la sociedad sin clases, el Comunismo. Pero entonces ya no habrá ni proletariado, ni dictadura del proletariado, ni Estado. Es por esto que el proletariado no podrá encontrar jamás en esta institución, cuya función es la de "amortiguar el conflicto entre clases" y estabilizar el estado de cosas existentes, "su expresión auténtica y total".
Al contrario de lo que sucedía para la burguesía, el desarrollo de la revolución proletaria se mide no con el refuerzo de la institución estatal, sino al contrario con la disolución de ésta en la sociedad civil, la sociedad de productores.
Pero la actitud del proletariado en el curso de su dictadura con respecto al Estado -no identificación, organización autónoma con respecto a él y ejercicio de su dictadura sobre él- se distingue de la burguesía instalada, no sólo porque para el proletariado la disolución del aparato estatal es una necesidad sino también -y de otro modo esta necesidad no sería más que un deseo irrealizable- porque es una posibilidad.
Dividida por la propiedad privada y la competencia sobre las cuales funda su dominación económica, la burguesía no puede engendrar por mucho tiempo cuerpos organizados que encarnen sus intereses de clase fuera del Estado. El Estado es para la burguesía no sólo el defensor de su dominación con respecto a las demás clases, es también el único lazo de unificación de sus intereses. En la división en mil intereses privados y antagonistas de la burguesía, sólo el Estado constituye una fuerza capaz de expresar los intereses del conjunto de la clase. Es por esto que, si no podía evitar en ciertos momentos, la acción autónoma de sus fracciones más radicales contra el Estado -tanto en Francia como en Inglaterra-, no podía tampoco prolongar mucho tiempo este Estado de cosas sin toda la unidad politica y por consiguiente toda la fuerza (ver la suerte reservada a la Comuna Insurreccional de París y a sus dirigentes una vez que hubieron terminado su fulgurante acción revolucionaria).
El proletariado no conoce esta impotencia. Como no tiene intereses antagonistas en su seno y como encuentra en su unidad autónoma la principal fuerza de su acción, el proletariado puede existir unificado y potente sin tener que recurrir a un árbitro armado por encima de él. Su representación como clase la encuentra en sí mismo, en sus propios órganos unitarios: los Consejos Obreros.
Son esos consejos los que deben y pueden constituir el único y verdadero órgano de la dictadura del proletariado. Es en ellos y sólo en ellos en donde la clase obrera encuentra "su expresión auténtica y total".
EL PROLETARIADO COMO CLASE DOMINANTE
El compañero E. hace suyas las posiciones de Lenin en "El Estado y la Revolución", basadas, a su vez, en los escritos y la experiencia práctica pasada del movimiento proletario. Pero lo hace simplificando al extremo esta posición, olvidando el contexto político en el cual fue definida y evidentemente, dejando a un lado la experiencia más importante de la dictadura del proletariado: la Revolución Rusa.
Según E., el mayor y más rico momento de la historia del combate proletario no ha puesto en absoluto en entredicho las teorías de los revolucionarios de antes de Octubre. El resultado es una simplificación grosera de las inevitables insuficiencias de la teoría revolucionaria antes de 1917, en un terreno en donde la única experiencia existente hasta entonces había sido la de la Comuna de París.
E. escribe:
"La esencia de esta concepción (la concepción del Estado y de su papel según Lenin) es muy sencilla: el proletariado, al erigirse en clase dominante crea su propio órgano de Estado diferente de los precedentes (...), especialmente la misma función: opresión de las otras clases, violencia concentrada contra ellas para el triunfo de sus intereses históricos como clase dominante aunque éstos coincidan a largo plazo con los de la humanidad".
Es cierto que la esencia de la función del Estado ha sido siempre el mantenimiento de la opresión de las clases explotadas por la clase explotadora. Pero, cuando se trata de transponer esta idea al análisis del período de transición al Comunismo, esta simplicidad es más que insuficiente. Y esto por dos razones principales:
- Primero, porque la clase que ejerce la dictadura no es una clase explotadora sino explotada.
- Segundo, porque, por eso, así como por las razones que ya hemos visto, la relación entre proletariado y Estado no puede ser la misma que la que caracterizaba la dominación de las clases explotadoras.
En "El Estado y la Revolución", Lenin puso en primer plano esta concepción simple del Estado a causa de la polémica que tenía con la socialdemocracia. Esta última, para justificar su participación en el gobierno del Estado burgués, pretendía ver en el Estado (en el Estado burgués en particular) solamente un órgano de conciliación entre las clases: de ello deducía que al participar y al desarrollar la influencia electoral de los partidos obreros, podría convertirse en herramienta del proletariado para el advenimiento del socialismo. Lenin recordó con fuerza que el Estado en una sociedad dividida en clases había sido siempre el Estado de la clase dominante, el aparato del mantenimiento del poder de esta última, su fuerza armada contra las demás clases.
El pensamiento de una clase revolucionaria y, con mayor razón, la de una clase revolucionaria explotada, no puede desarrollarse nunca en un ambiente de investigación científica apacible. Como es el arma de un combate global, sólo puede expresarse en oposición violenta a la ideología dominante cuya falsedad trata, por lo que no se encontrará nunca un texto revolucionario que no tenga, de una u otra manera, la forma de una crítica o de una polémica. Aún los pasajes más "científicos" del Capital están redactados con ánimo de combate crítico contra las teorías económicas de la clase dominante. Por eso hay que saber, cuando se leen escritos revolucionarios, situarlos permanentemente dentro del combate en que se integran. Si es viva, la polémica conduce inevitablemente a polarizar el pensamiento sobre aspectos más importantes en tal o cual combate en particular. Pero lo que es esencial en una discusión no lo es automáticamente en otra. Repetir de manera idéntica las fórmulas y las preocupaciones expresadas en textos que tratan de un problema particular para aplicarlas, tal cual, sin volverlas a poner dentro de su contexto, a otros problemas fundamentalmente diferentes, conduce la mayoria de las veces, a cometer aberraciones; lo que podía ser una simplificación necesaria en una polémica, se transforma, transpuesta en otro contexto, en un absurdo teórico. Por eso, la exégesis es siempre un freno para la teoría revolucionaria.
Transponer tal cuales las lecciones sacadas del combate contra la participación de la Socialdemocracia en el Estado burgués y su rechazo de la dictadura del proletariado, a los problemas planteados por la relación entre la clase obrera y el Estado del período de transición hacia el comunismo, es un ejemplo de ese tipo de error. Error a menudo cometido tanto por Marx y Engels como por Lenin y todos los revolucionarios que forjaron su unión en el fuego del combate contra la traición de la socialdemocracia durante la primera guerra mundial. Si este error era comprensible antes de octubre del 17, hoy ya no lo es.
La experiencia de la revolución rusa puso en evidencia hasta qué punto la relación entre el proletariado en el poder y el Estado es diferente de la relación que existía con las clases explotadoras.
Al ejercer su dictadura, el proletariado se afirma como clase dominante en la sociedad. Pero, aquí, dominante no tiene nada que ver con el contenido que tenía este término en las sociedades. (...) Es clase dominante politicamente, pero no económicamente.
No sólo la clase obrera no puede explotar ninguna otra clase de la sociedad, sino que sigue siendo hasta cierto punto, clase explotada.
Explotar económicamente una clase, es sacar un provecho de su trabajo, en detrimento de su propia satisfacción. Es amputarle a una clase una parte del fruto de su trabajo, privándola asimismo de la posibilidad de gozarlo. Ahora bien, después de la toma del poder por el proletariado, la situación económica de la sociedad conoce las dos características siguientes:
1) Con respecto a las necesidades humanas (aún consideradas en su definición mínima: no sufrir de hambre ni de frío, ni de enfermedades curables) la penuria reina como dueña absoluta de casi dos tercios de la humanidad.
2) Lo esencial de la producción mundial está realizado en las regiones industrializadas por una fracción minoritaria de la poblacion: el proletariado.
En esas condiciones, la marcha hacia el comunismo implica un esfuerzo de producción enorme, de manera que se permita, por una parte, la mayor satisfacción posible de las necesidades humanas, y por otra parte (y en relación con la primera necesidad) la integración al proceso productivo (a sus niveles de tecnicidad más elevados) de la inmensa masa de la población que es improductiva, ya sea (en los países desarrollados) porque ocupaba funciones improductivas bajo el capitalismo, ya sea (y es el caso de la gran mayoría en el tercer mundo) porque el capitalismo no había podido integrarlas a la producción social. Ya se trate de aumentar la producción de bienes de consumo o de producir medios de producción que permitan integrar a las masas improductivas (el campesino indigente del Tercer Mundo no será integrado a la producción socializada con arados de madera o de acero sino con los medios industriales más avanzados... que habrá que crear), este esfuerzo, pues, recae esencialmente sobre el proletariado.
Mientras subsista la penuria en el mundo y mientras el proletariado siga siendo una fracción de la sociedad (es decir mientras su condición no se haya extendido a toda la población del planeta); el proletariado producirá un excedente de bienes (de consumo y de producción) del cual sólo se beneficiará a largo plazo, desde ese punto de vista, pues, el proletariado no sólo no es clase explotadora, sino que sigue siendo clase explotada.
En las sociedades pasadas, el Estado tendía a identificarse con la clase dominante y la defensa de sus privilegios en la medida en que esta clase era económicamente dominante, es decir que se beneficiaba del mantenimiento de las relaciones de producción existentes. La tarea del Estado de mantenimiento del orden es, en una sociedad de explotación, inevitablemente el mantenimiento de la explotación y por lo tanto de los privilegios del explotador.
Pero durante el período de transición al Comunismo, el mantenimiento de las relaciones económicas existentes, si puede constituir, en ciertos aspectos y a corto plazo, un medio para impedir un retroceso con respecto a los pasos ya dados por el proletariado (y en ese aspecto es que el Estado es inevitable durante el período de transición), representa al mismo tiempo el mantenimiento de una situación económica en la cual el proletariado soporta el peso de la subsistencia y del desarrollo del conjunto de la sociedad.
Al contrario de lo que sucedía en las sociedades en las cuales la clase políticamente dominante era una clase que se beneficiaba directamente del orden económico existente, en el curso de la dictadura del proletariado, la convergencia entre Estado y clase políticamente dominante pierde todo fundamento económico. Es más, como órgano que expresa las necesidades de coherencia de la sociedad y la necesidad de impedir que los antagonismos entre clases se desarrollen, el Estado tiende inevitablemente a oponerse, a nivel económico, a los intereses inmediatos de la clase obrera.
La experiencia rusa en la cual se vió al Estado exigirle al proletariado un esfuerzo de producción siempre mayor en nombre de la necesidad de satisfacer las exigencias del intercambio con los campesinos o con las potencias extranjeras, puso en evidencia, a través de la represión de las huelgas obreras (desde los primeros meses de la revolución) hasta qué punto ese antagonismo podía ser determinante en las relaciones entre proletariado y Estado. Es por eso también que el proletariado en el poder no puede reconocer en el Estado, como afirmaba Bujarin, "la encarnación material de su razón colectiva", sino un instrumento de la sociedad que no se someterá a su poder "automáticamente" -como era el caso para las clases explotadoras una vez que habían asegurado su dominación política definitivamente- sino que tendrá al contrario que someter sin tregua a su control y a su dictadura, si no quiere encontrárselo en frente, como en Rusia.
UNA DICTADURA SOBRE EL ESTADO
Pero, en el último argumento del camarada E., se nos dice que un Estado sometido a una dictadura que le es exterior no puede tener los medios para hacer su papel. Olvidaríamos que, si Estado y dictadura de una clase no son idénticos, no hay dictadura real.
"De hecho, se acepta la dictadura del proletariado pero se olvida que Estado y dictadura, o poder exclusivo de una clase son sinónimos. (...) No tiene pues ningún sentido el hablar de un Estado que esté sometido a una dictadura que le es exterior y que no puede entonces intervenir despóticamente en la realidad económica y social para orientarla hacia cierta dirección de clase".
La situación de dualidad de poder (el de una clase por una parte, el del Estado por otra -el primero ejerciéndose sobre el segundo) se ha producido ya -como lo hemos visto- en la historia, en particular durante las grandes revoluciones burguesas. Y, por todas las razones que hemos visto, se impondrá como una necesidad durante el período de la dictadura del proletariado. Lo cierto es que tal dualidad no puede eternizarse sin arrastrar a la sociedad dentro de una contradicción inextricable en la cual se consumiría a sí misma. Constituye una contradicción viva que debe resolverse inevitablemente. Pero la manera como se resuelve difiere fundamentalmente según si se trata de la revolución burguesa o de la revolución proletaria.
En el primer caso, esta dualidad de poder se resuelve rápidamente con una identificación del poder de la clase dominante con el poder de Estado que surge del proceso revolucionario, reforzado e investido con un poder supremo sobre el conjunto de la sociedad, incluso sobre la clase dominante. En el caso de la revolución proletaria, al contrario, se resuelve en la disolución del Estado y el apoderamiento de todos los destinos de la vida social por la sociedad misma.
Es esta una oposición fundamental que se traduce por características, en la relación entre clase dominante y Estado en la revolución proletaria, diferentes de las de la revolución burguesa, no solo por la forma sino también por el contenido.
Para entender mejor esas diferencias, es necesario tratar de representarse las líneas generales de las formas del poder del proletariado durante el período de transición tales y como pueden ser esbozadas a partir de la experiencia histórica del proletariado. Sin querer empeñarse en definir los detalles institucionales de tal período -porque una de las mayores características de los períodos revolucionarios es que todas las formas institucionales tienden a aparecer como conchas vacías que las fuerzas vivas de la sociedad llenan y trastornan según la necesidad de sus enfrentamientos-, es sin embargo posible destacar los ejes muy generales siguientes:
El órgano del poder directo del proletariado será constituído por organizaciones unitarias de esta clase, los Consejos obreros, asambleas de delegados elegidos y revocables por el conjunto de los trabajadores que producen de manera colectiva en el sector socializado (obreros de la vieja sociedad y trabajadores integrados a medida que se desarrolla la revolución en el sector colectivilizado). Armados de manera autónoma, tales son los instrumentos auténticos de la dictadura del proletariado.
La institución estatal estará constituída en su base por consejos que existen sobre una base no de clase, es decir no en función del lugar que se ocupa en la producción (el proletariado debe impedir toda organización de clase que no sea la suya) sino geográfica: asambleas de consejos de delegados de la población, por barrios, ciudades, regiones, etc. Culminando éstas en un consejo central (que constituye el órgano central del Estado).
Como emanación de estas instituciones, se erige todo el aparato de Estado con, por un lado los que se encargan de mantener el orden: "vigilantes" y ejército durante la guerra civil y, por otro, el cuerpo de funcionarios encargados de la administración y de la gestión de la producción y la distribución.
Este aparato de gendarmes y de funcionarios podrá ser más o menos importante, más o menos fundido con la población misma a medida que avanza el proceso revolucionario; pero sería ilusorio ignorar la inevitabilidad de su existencia en una sociedad que conoce todavía las clases y la penuria.
La dictadura del proletariado sobre el Estado del período de transición, es la capacidad de la clase obrera para mantener el armamento y la autonomía de sus Consejos con respecto al Estado y para imponerle a éste (a sus órganos centrales y a sus funcionarios) su voluntad.
La dualidad de poder que resulta tenderá a resolverse a medida que el conjunto de la población sea integrada en el proletariado y sus consejos y que la abundancia se desarrolle; la función de los gendarmes y otros funcionarios desaparecerá, "la administración de los hombres irá cediéndole el puesto a la administración de las cosas" por los productores mismos. El poder del proletariado se va desarrollando en el mismo movimiento que la disminución del poder de los funcionarios del Estado, y la absorción por el proletariado del conjunto de la humanidad transforma su poder de clase en acción consciente de la comunidad humana.
Sin embargo, para que este proceso se lleve a cabo, es necesario no sólo que las condiciones materiales de su desarrollo se encuentren reunidas (en particular la extensión mundial de la revolución, el desarrollo de las fuerzas productivas) sino también que el proletariado, fuerza motriz esencial de este proceso, sepa conservar y desarrollar la autonomía y la fuerza de su poder sobre el Estado.
Lejos de ser un absurdo, esta dictadura de los consejos obreros a la que está sometido el Estado y que "le es exterior", representa, de hecho el movimiento mismo. (...)
La Revolución Rusa no conoció las condiciones materiales de tal desarrollo, pero por las dificultades enormes con que tropezó, puso en evidencia el contenido de las tendencias intrísecas del aparato estatal, puesto que el papel de este último se fue ampliando hasta sus máximos límites a causa de esas mismas dificultades.
Justo después de Octubre del 17, existían en Rusia tanto los Consejos Obreros, protagonistas de Octubre, como los consejos de Estado, los Soviets y su aparato estatal en desarrollo. Pero, convencidos de que el Estado no podía ser distinto de la dictadura del proletariado, los Consejos Obreros se transformaron en institución estatal integrándose en el aparato de Estado. Con el desarrollo del poder de la burocracia, provocado por la ausencia de todas las condiciones materiales para el desarrollo de la revolución, la oposición entre Estado y proletariado no tardó en aparecer a la luz del día. Se creyó poder resolver el antagonismo colocando en el aparato de Estado, en lugar de funcionarios, al mayor número de obreros más combativos y más experimentados, a los miembros del partido. El resultado no fue una proletarización del Estado sino una burocratización de los revolucionarios. Al final de la guerra civil, el desarrollo del antagonismo entre clase obrera y Estado desembocó en la represión por el Estado de las huelgas de Petrogrado en 1920, luego de la insurrección de Kronstadt que reivindicaba, entre otras cosas, medidas contra la burocracia y la revocación de los delegados a los Soviets.
No se trata de deducir aquí que si el proletariado hubiera conservado la autonomía de sus Consejos con respecto al Estado y hubiera sabido imponerle su dictadura al Estado en vez de ver en este su "encarnación material", la revolución hubiera triunfado definitivamente en Rusia. No fue la incapacidad de resolver los problemas de sus relaciones con el Estado lo que provocó el ahogo de la revolución en Rusia sino la derrota de la revolución en los otros países que la condenó al aislamiento. Sin embargo, su experiencia con respecto a este problema crucial no fue ni inútil ni "un caso particular" sin significado para el conjunto del movimiento histórico. La experiencia rusa fue fundamental para este problema complejo, particularmente confuso en la teoría revolucionaria.