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Desde agosto, con el hundimiento de las hipotecas llamadas "subprime" estamos asistiendo a un nuevo episodio de convulsiones que afectan al conjunto del capitalismo mundial[1].
Las malas noticias económicas se suceden: los índices de inflación se disparan (en Estados Unidos 2007 ha visto el peor dato desde 1990), el desempleo vuelve a remontar, los bancos anuncian pérdidas multimillonarias, las Bolsas se pegan un batacazo tras otro, los indicadores de crecimiento para 2008 son revisados a la baja...
Estos datos negativos tienen una traducción concreta en la vida cotidiana de los trabajadores: se plasman en tragedias como quedarse sin empleo, en desahucios por no poder hacer frente a las hipotecas, en nuevas presiones y amenazas en el trabajo, en pensiones que se desvalorizan y hacen de la vejez una etapa de nuevos sufrimientos... Millones de seres anónimos cuyos sentimientos, preocupaciones y angustias no son materia de noticia periodística, se ven duramente afectados.
¿En qué época estamos dentro de la evolución histórica del capitalismo?
Ante la nueva erupción de la crisis ¿qué nos dicen los personajes e instituciones oficialmente presentadas como "expertos"?. Hay para todos los gustos: los hay catastrofistas que ven una debacle apocalíptica a la vuelta de la esquina; los hay optimistas que dicen que son cosas de la especulación, que la economía real va bien..., sin embargo, la explicación más extendida es que estaríamos ante una "crisis cíclica" de las muchas por las que ha pasado el capitalismo a lo largo de su historia. Por ello -nos aconsejan- deberíamos estar tranquilos, capear el temporal hasta que vengan las vacas gordas de una nueva prosperidad...
Esta "explicación" se basa una fotografía amarillenta que refleja de manera deformada lo que sucedía en el siglo XIX y principios del XX pero que no tiene ninguna aplicación en la realidad y las condiciones del capitalismo de la mayor parte del siglo XX y del siglo XXI.
El siglo XIX es la época de expansión y crecimiento del capitalismo que se extiende como mancha de aceite por todo el globo terráqueo. Sin embargo, periódicamente entraba en crisis como ya lo puso en evidencia el Manifiesto Comunista: « En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmado, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo».
La entrada periódica de la sociedad capitalista en fases de colapso, tenía dos causas principales que actualmente no han desaparecido: por un lado, la tendencia a la sobreproducción -como dice el Manifiesto- que provoca hambre, desempleo y miseria no tanto porque se ocasione una penuria de bienes (como sucedía en sociedades anteriores) sino ¡por todo lo contrario! ¡Por exceso de producción! ¡Por -cómo recuerda el Manifiesto- porque sobra demasiada industria, demasiado comercio, demasiados recursos! Por otro lado, el capitalismo funciona de manera anárquica a través de una competencia feroz que lanza a todos contra todos. Eso lleva necesariamente a la recurrencia de momentos de desorden y descontrol.
Sin embargo, esas crisis cíclicas, como había nuevos territorios por conquistar para el trabajo asalariado y la producción mercantil, se superaban más pronto o más tarde, mediante una nueva expansión de la producción que llevaba a una extensión y profundización de las relaciones capitalistas, especialmente en los países centrales de Europa y Norteamérica.
En esa época los momentos de crisis eran como los latidos de un corazón sano y las vacas flacas daban paso a una nueva etapa de prosperidad. Sin embargo, ya entonces Marx vio en esas crisis periódicas algo más que un ciclo eterno que siempre lleva a la prosperidad. Vio en ellas las manifestaciones de las contradicciones profundas que socavan al capitalismo en su propia raíz y lo precipitan en la ruina.
Con la llegada del siglo XX, el capitalismo llega a su apogeo, se ha extendido a toda la superficie de la Tierra, prácticamente todos los países se hallan bajo las leyes del trabajo asalariado y el intercambio mercantil. Con ello entró en su periodo de decadencia, « El origen de esta decadencia, como sucedió para otros sistemas económicos, es la creciente inadecuación entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Concretamente, en el caso del capitalismo cuyo desarrollo está condicionado por la conquista de los mercados extra capitalistas, la Primera Guerra mundial fue la primera manifestación significativa de su decadencia. En efecto, con el fin de la conquista colonial y económica del mundo por las metrópolis capitalistas, éstas se vieron obligadas a enfrentarse entre sí para disputarse sus respectivos mercados. El capitalismo entró desde entonces en un nuevo período de su historia, período que la Internacional comunista, en 1919, calificó como el de las guerras y las revoluciones»[2].
Los rasgos esenciales de este periodo son, por un lado, la explosión de guerras imperialistas que manifiestan la lucha a muerte entre los diferentes Estados Capitalistas por repartirse la influencia y el control de un mercado mundial que se ha hecho cada vez más estrecho, que no puede dar salida a los apetitos de una plétora de rivales. Por otro lado, se ve una tendencia más o menos crónica a la sobreproducción multiplicándose las convulsiones y catástrofes económicas. Dicho de otra forma, lo que caracteriza globalmente el siglo XX y XXI es que la tendencia a la sobreproducción -que en el siglo XIX era temporal y se podía superar con relativa facilidad- se vuelve crónica, sometiendo con ello a la economía mundial a un riesgo más o menos permanente de inestabilidad y destrucción. De otro lado, la competencia -rasgo congénito del capitalismo- se hace extrema y al toparse con un mercado mundial que tiende constantemente a la saturación pierde su carácter de estimulo a la expansión para desarrollar únicamente su carácter negativo y destructivo de caos y enfrentamiento.
La guerra mundial de 1914-18 y la Gran Depresión de 1929 son las dos manifestaciones más espectaculares de la nueva época. La primera acarreó más de 20 millones de muertos, causó horribles sufrimientos y provoca un trauma moral y psicológico que marcó a generaciones enteras. La segunda se expresó en un hundimiento brutal con tasas de desempleo del 20-30% y una miseria atroz que golpeó a las masas trabajadoras de los países llamados "ricos" con Estados Unidos a la cabeza.
La nueva situación del capitalismo en el terreno económico e imperialista trajo consigo cambios importantes en el terreno político. Para sujetar a una sociedad golpeada por la tendencia crónica a la sobreproducción y por asaltada por violentos conflictos imperialistas, el Estado, baluarte último de sistema, interviene masivamente en todos los aspectos de la vida social y especialmente en los más sensibles: la economía, la guerra y la lucha de clases. Todos los países se orientan hacia un Capitalismo de Estado que toma dos formas: la que se llama engañosamente "socialista" consistente en la estatización más o menos completa de la economía y la denominada "liberal" cuyo fundamento es una combinación más o menos abierta entre la burguesía privada clásica y la burocracia del Estado.
Este breve y esquemático recordatorio de las características generales de la actual época histórica del capitalismo debe servirnos para situar la crisis actual analizándola de manera reflexiva, lejos por igual del catastrofismo alarmista e inmediatista y, muy especialmente, de la demagogia optimista de la "crisis cíclica"[3].
40 años de crisis
Tras la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo, al menos en las grandes metrópolis, logró una etapa más o menos larga de prosperidad. No es objeto de este breve artículo analizar sus causas[4], lo bien cierto es que esa fase -en contra de las prédicas de gobernantes, sindicalistas, economistas e incluso elementos que se llamaban "marxistas", que hablaban de un capitalismo que había superado definitivamente las crisis- se fue cerrando a partir de 1967. Primero con la devaluación de la libra esterlina, después con la crisis del dólar en 1971 y la primera crisis llamada "del petróleo" en 1973. A partir de la recesión de 1974-75 se abre una etapa donde las convulsiones se multiplican. Por hacer un resumen, podemos citar la crisis inflacionaria de 1979 afectando a los principales países industriales, la crisis de la deuda en 1982, el desplome de Wall Street de 1987 seguido de la recesión de 1989, la nueva recesión de 1992-93 que conlleva una desbandada de las monedas europeas, la crisis de los tigres y dragones asiáticos de 1997 y la crisis de la "Nueva Economía" de 2000-2001.
Esta sucesión de episodios convulsos ¿podemos explicarla metiéndole con calzador el esquema de las "crisis cíclicas"?
¡Rotundamente no! La enfermedad incurable del capitalismo es la escasez dramática de mercados solventes, problema que no ha cesado de agravarse a lo largo del siglo XX y que se ha puesto de manifiesto con una virulencia inusitada a partir de 1967. Pero, a diferencia de 1929, el capitalismo actual ha afrontado la situación armado con el mecanismo de la intervención masiva del Estado que trata de acompañar la crisis para evitar un hundimiento descontrolado.
¿Cuál es la principal herramienta que emplea el Estado para acompañar el caballo desbocado de la crisis que lo arrastra bajo sus pies e intentar suavizarla, aplazarla, evitar -al menos en los países centrales- sus efectos más catastróficos?
La experiencia nos ha mostrado que dicha herramienta es el recurso al crédito. Mediante un endeudamiento que, al cabo de los años se ha convertido en astronómico, los Estados capitalistas crean un mercado artificial para dar salida, mal que bien, a una sobreproducción que no cesa de aumentar.
Durante 40 años la economía mundial ha evitado un derrumbe estrepitoso recurriendo a dosis cada vez más masivas de endeudamiento. El endeudamiento es al capitalismo lo que la heroína es a un drogadicto. La droga del endeudamiento hace que el capitalismo siga en pie, apoyado en los brazos del monstruo Estado -sea éste "liberal" o "socialista"-. Con la droga alcanza momentos de euforia donde parece que estuviéramos en el mejor de los mundos posibles[5], sin embargo, cada vez con mayor frecuencia, surgen los periodos contrarios de convulsión y crisis, como lo estamos viendo ahora desde agosto.
A medida que se elevan las dosis, la droga tiene un efecto menor sobre el drogadicto. Hace falta una dosis cada vez más grande para lograr un estímulo cada vez más pequeño. ¡Eso mismo está pasando con el capitalismo actual! Tras 40 años de inyecciones de la droga crediticia sobre un cuerpo perforado por los pinchazos, la economía capitalista mundial tiene cada vez mayores dificultades para reaccionar y remontar el vuelo hacia una nueva euforia.
Es lo que está pasando actualmente. En agosto dijeron que todo estaría controlado con los préstamos de los bancos centrales a las entidades financieras. Desde entonces, se ha llegado a inyectar MEDIO BILLON de euros en 3 meses sin que se haya visto efecto alguno. La ineficacia de estas medidas ha acabado por sembrar el pánico y enero 2008 ha nacido con una caída permanente de las Bolsas mundiales[6]. Para cortar la hemorragia, en Estados Unidos, Gobierno y Oposición mano a mano con la Reserva Federal anuncian el 17 de enero el "remedio milagro" de dar a todos los hogares un cheque de 800 dólares. Sin embargo, semejante medida -que en 1991 fue muy eficaz- provoca el lunes 21 de enero un batacazo de las bolsas mundiales tan grave como el colapso de 1987. El 21, de manera urgente y precipitada, la Reserva Federal reduce ¾ de punto el interés realizando la mayor reducción desde 1984. Sin embargo, el 23 -cuando escribimos este artículo- las bolsas mundiales, salvo Wall Street, vuelven a sufrir un nuevo desmoronamiento.
¿Cuál es la causa de esta prolongación de las convulsiones pese al enorme esfuerzo crediticio realizado por los principales Estados desplegando todos los instrumentos de que disponen: los préstamos a los bancos entre agosto y noviembre, las reducciones de los tipos de interés, las bonificaciones fiscales? Los bancos -utilizados masivamente por los Estados como reclamos para comprometer a empresas y hogares en una espiral de deudas- se hallan en un estado lamentable, uno tras otro -empezando por los más grandes, como el Citigroup- anuncian pérdidas gigantescas. Se habla un fenómeno que puede agravar mucho más la situación: una serie de entidades aseguradoras que tienen como función especializada rembolsar a los bancos los créditos "malos" ligados a las subprime, parece ser que tienen grandes dificultades para poder hacerlo.
Pero hay un problema mucho más inquietante y que está recorriendo como un tsunami la economía mundial: el despertar de la inflación. Esta, que durante los años 70 golpeó duramente los hogares humildes, vuelve hoy con una fuerza inusitada. En realidad, las trampas con el crédito, las acciones del capitalismo de Estado, no la habían eliminado, la habían simplemente aplazado. Todo el mundo teme que ahora se desboque y que los préstamos gigantescos de los bancos centrales, las bonificaciones fiscales y las reducciones de los tipos de interés no logren otro efecto que dispararla sin conseguir el relanzamiento de la producción. El temor generalizado es que la economía mundial entre en una fase llamada de "estanflación", o sea, la peligrosa combinación de recesión e inflación, lo cual para la clase obrera y para la mayoría de las capas trabajadoras significa desempleo y miseria combinados con la carestía de los artículos básicos. A este drama se añade el de, por ejemplo, más de 2 millones de hogares en USA se han hundido en la insolvencia.
Como la droga, el recurso desesperado al crédito va minando y destruyendo paulatinamente las bases de la economía, haciéndola más frágil, provocando en su seno procesos de pudrimiento y descomposición cada vez más agudos.
De este breve análisis de la situación en los últimos meses, podemos deducir que estamos ante la peor y más prolongada convulsión del capitalismo en los últimos 40 años. Todo esto lo podemos comprobar si analizamos los últimos 4 meses no en si mismos -como suelen hacer los "experto" que no ven más allá de sus narices- sino en el marco de los últimos 40 años. En los años 70 el endeudamiento se cargó sobre todo a los países llamados del "Tercer Mundo" a los que se prestó dinero a manos llenas para que dieran una salida a las mercancías de los principales países industrializados. El sueño duró muy poco, en 1982 México y Argentina se declaraban insolventes. Una vía se cerraba para el capitalismo.
¿Cuál fue la nueva huida hacia delante? ¡El endeudamiento de Estados Unidos! Este, de ser un país acreedor pasó a partir de 1985 a ser un país deudor para acabar convirtiéndose en el primer deudor del mundo, desbancando de ese dudoso ranking a Argentina y México. Con esta maniobra el capitalismo logró de nuevo sobrevivir pero pagó por ello un alto precio: minar la solvencia y las bases económicas de la principal potencia del mundo.
Esa estrategia se reveló insostenible con las convulsiones que se sucedieron entre 1987 y 1991. Desde entonces la economía mundial se orientó hacia lo que se llamó la "deslocalización": para aliviar los elevados costes que ahogaban a las principales economías, partes enteras de la producción se trasladaron a los famosos "tigres y dragones asiáticos" con China a la cabeza. Las fuertes convulsiones de 1997-98 se saldaron con el hundimiento de esos países asiáticos que nos presentaban como la demostración de la prosperidad capitalista[7]. Solo China logró salvar los muebles emprendiendo una alocada carrera de crecimiento que le ha llevado no solo a fagocitar mediante sus salarios de hambre una multitud de producciones sino a convertirse en un competidor descarado de los principales países capitalistas. Esta carrera fulgurante de China "resolvió" una contradicción de la economía mundial -el peso de los costes que se había hecho insoportable- pero ha elevado la competencia a unos niveles de brutalidad aún más insoportables.
Durante los últimos años el capitalismo ha logrado darse un nuevo amago de "prosperidad" a través de una descomunal especulación inmobiliaria que ha afectado a Estados Unidos, Gran Bretaña, España y unos 40 países más. El boom del ladrillo es una expresión clamorosa del grado de aberración al que está llegando el sistema en su desesperado intento por mantenerse a flote. La finalidad de la construcción de viviendas no ha sido la de dar alojamiento a las personas. ¡Al contrario!, crecen sin cesar los llamados Sin Techo empezando por Estados Unidos. El objetivo es especular con las viviendas, con edificios que estropean el paisaje, alteran irreversiblemente el medio ambiente y no tienen más destino que quedarse vacíos. En Dubai, el desierto ha sido sembrado de rascacielos, jardines artificiales, autopistas etc., sin más fin que dar rienda suelta a los apetitos de los inversores intencionales desesperados por obtener altos beneficios comprando una vivienda y vendiéndola a los 3 meses. En España, las costas que estaban todavía vacías han sido pobladas de urbanizaciones, rascacielos y campos de golf, en un intento de mantener a flote los negocios del capital y cubrir el déficit de los ayuntamientos. Todo esto ha podido poblar los bolsillos de una minoría pero la mayoría de esas construcciones están dramáticamente despobladas. Una consecuencia canallesca de esta locura especulativa es que esta se ha hecho astronómicamente inaccesible para la mayoría de los jóvenes y no tan jóvenes. Millones de seres humanos han tenido que escoger entre la hipotecas que tienen duraciones de hasta 50 años para así acceder a la "dichosa" "propiedad privada" de la vivienda o echar ingentes cantidades de dinero al pozo sin fondo de los alquileres. En Gran Bretaña, en USA, en España y en otros países, el problema de la vivienda que nos decían que estaba definitivamente resuelto ha vuelto con una fuerza jamás vista: cientos de miles de parejas jóvenes tienen que vivir realquilados en un cuartucho o hacinados en la casa de sus padres.
Hoy, la burbuja ha estallado y una economía fragilizada donde todo estaba prendido con los alfileres de la especulación, los fraudes contables, el aplazamiento sine die de los pagos apalancados en un esotérico "mercado de futuros", se ha precipitado en convulsiones impredecibles.
La única respuesta del capitalismo: descargar la crisis sobre los trabajadores
Hace 10 años en el artículo antes citado de 30 años de crisis abierta del capitalismo trazábamos un balance de esta continua huida hacia delante, de este permanente encadenamiento a la droga del crédito con el que el capitalismo logra sobrevivir al precio de fragilizarse y pudrirse cada vez más: «Esa intervención del Estado para acompañar la crisis, tratar de adaptarse a ella y buscar su ralentización y aplazamiento, ha logrado evitar en los grandes países industrializados un hundimiento brutal, una desbandada general del aparato económico. Sin embargo, no ha conseguido ni solucionar la crisis ni solventar al menos algunas de sus expresiones más agudas como el desempleo o la inflación. Tras 30 años de esas políticas de paliativos su único logro es una especie de descenso organizado hacia el abismo, una suerte de caída planificada cuyo único resultado real ha sido prolongar de forma indefinida los sufrimientos, la incertidumbre y la desesperación de la clase obrera y de la inmensa mayoría de la población mundial. De un lado, la clase obrera de los grandes centros industriales ha sido sometida a un tratamiento sistemático de recorte sucesivo y gradual de sus salarios, sus empleos, sus condiciones de vida, su estabilidad laboral, su supervivencia misma. Por otra parte, la gran mayoría de la población mundial, la que malvive en la enorme periferia que rodea a los centros neurálgicos del capitalismo, ha sido, en su gran mayoría, sumida en una situación de barbarie, hambre y mortalidad que bien se puede calificar del mayor genocidio que jamás haya sufrido la humanidad».
Son los trabajadores del mundo entero los que están pagando los platos rotos de esta política que trata de prolongar desesperadamente la vida de un sistema en bancarrota.
¿Qué ha pasado en estos últimos 40 años a nivel de las condiciones laborales y de vida de todos los trabajadores? Cuando se miran las cosas con distancia y perspectiva el balance es aterrador. Hace 40 años la mayoría de los trabajadores, incluso los de los países menos ricos, tenían el puesto de trabajo fijo, hoy la tendencia dominante es la precariedad. Desde hace más de 20 años los salarios reales de los trabajadores de los países más ricos no hacen sino decrecer o como mucho estar estancados. ¡No digamos el de los países menos favorecidos donde el salario medio apenas llega a 100 dólares![8]. El desempleo se ha convertido en crónico. Lo más que han logrado los estados es estabilizarlo o, mejor aún, hacerlo invisible socialmente. A base de campañas sistemáticas sobre la "reducción del desempleo" y una política feroz de atomización e individualización de los desempleados han conseguido que estos vivan su situación como un estigma horrible, se encierren en su casa hundidos en la depresión, escondan su condición pues la prédica oficial es que son unos vagos, unos inútiles o unos fracasados incapaces de beneficiarse de las maravillosas oportunidades de empleo que según la propaganda les corresponderían. ¿Y qué podemos decir de las pensiones? Hoy la generación de trabajadores que tiene 50-60 años no sabe si cobrará la pensión y en todo caso ya no será de la cuantía -no demasiado lucida- de la de sus padres. En cambio la siguiente generación -la que está entre 25 y 35 años- es prácticamente seguro que no cobrará ninguna pensión.
Para que la humanidad pueda vivir el capitalismo debe morir
Esta perspectiva catastrófica se viene planteando desde hace 40 años. Sin embargo, la capacidad del capitalismo a través del Estado para acompañar la marcha hacia el abismo tratando de hacerla gradual y escalonada, ha sembrado unas ilusiones y una idea de que "esto es un ciclo eterno de crisis - prosperidad" que ha dificultado ver que detrás de esa espesa capa no había otra cosa que un agujero negro de miseria, guerra y destrucción.
Ahora bien, tras 40 años de convulsiones, el pudrimiento de las estructuras económicas, sociales y políticas es cada vez más agudo y la capacidad del Estado Capitalista para "acompañar y paliar" la crisis está cada vez más debilitada. Por ello, la nueva caída que se anuncia va a ser mucho más brutal y abrupta que las anteriores. Los ataques en los diferentes planos al proletariado y a la humanidad entera van a ser muchos más crueles y destructivos. Y eso tanto en el plano de la guerra imperialista, como en el de la destrucción medioambiental, como en el de los salarios, el desempleo, la precariedad, la miseria en suma.
Los gobernantes piden calma y dicen que todo está controlado, que tienen remedios para poner el vehículo de nuevo en marcha, la oposición participa del engaño pues aunque entone cantos de catástrofe -debida claro está a la pésima gestión del partido en el poder- promete una "nueva política" que cuando se analiza con un mínimo de seriedad resulta invariablemente anticuada y ridícula.
¡No podemos engañarnos! La experiencia de los últimos 4 meses es profundamente aleccionadora: los gobernantes mundiales -con toda su legión de expertos y magos de las finanzas- han ensayado todo el abanico de fórmulas para "salir de la crisis". Podemos afirmar que esos trapicheos están condenados al fracaso. El proletariado, los trabajadores de todo el mundo, no podemos confiar en ellos. ¡Sólo pueden confiar en sus propias fuerzas! Tenemos que desarrollar una experiencia de lucha, de solidaridad, de debate y conciencia, para lograr -en un esfuerzo que será muy duro y difícil- la capacidad para destruir el capitalismo que se ha convertido en el gran obstáculo para la supervivencia de la humanidad. Hoy es más actual que nunca el lema que acuñó la Internacional Comunista en 1919 ¡PARA QUE LA HUMANIDAD PUEDA VIVIR EL CAPITALISMO DEBE MORIR!
Smolni 23-1-08
[1] Ver para un análisis detallado la editorial de la Revista Internacional nº 131: /revista-internacional/200711/2091/crisis-financiera-de-la-crisis-de-liquidez-a-la-liquidacion-del-ca
[2] XVII Congreso Internacional de la CCI, 2007. Resolución sobre la Situación Internacional, publicada en Revista Internacional nº 130.
[3] En la campaña electoral que estamos sufriendo en España los dos grandes contendientes rivalizan cada cual adoptando un papel diferente ante la crisis: por un lado, el PP enarbola el estandarte del catastrofismo; por la otra parte, el PSOE se apunta al "tranquilos, aquí no pasa nada". Los dos mienten y engañan y, también, posiblemente no saben realmente lo que está pasando.
[4] Ver la Resolución sobre la situación internacional antes citada.
[5] Esa sensación de euforia es convenientemente amplificada por todos los defensores del capitalismo, no sólo por políticos, patronos y sindicatos, sino especialmente por los llamados "creadores de opinión" -los medios de comunicación-. Se ensalzan y se subrayan unilateralmente los rasgos positivos mientras que se subestiman o se relegan los negativos, todo lo cual contribuye a propagar el sentimiento de euforia.
[6] Para hacerse una idea, en España -según datos del IESE- se han evaporado 89.000 millones de € en 20 días. Se calcula una caída media de las bolsas mundiales durante el mes de enero del 15% según las cifras más optimistas.
[7] Se puede consultar en Revista Internacional nº 96, 97 y 98 la serie de artículos 30 años de crisis capitalista. Ver "Crisis económica (I) - Treinta años de crisis abierta del capitalismo" y siguientes.
[8] Ahí debemos incluir la situación de la inmensa mayoría de obreros supuestamente "beneficiados" por el "milagro chino".