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Estimados compañeros:
Nos han pedido para su clarificación una exposición sobre la cuestión religiosa. Hemos expuesto unas reflexiones sobre qué es la religión y qué papel juega contra la toma de conciencia del proletariado en un artículo sobre el islamismo de la REVISTA INTERNACIONAL nº 109:rint/2002/109_islamismo.htm
No podemos abarcar todos los aspectos de esta cuestión. El debate es vital para que podamos hacerlo y en él confiamos por lo que estáis invitados a exponer todas las cuestiones que os preocupen sobre el tema.
El capitalismo y la religión
El capitalismo tiende a abolir las bases de la religión. La religión ha jugado un papel central en todas las sociedades de clase que han precedido al capitalismo: esclavismo, feudalismo, despotismo asiático / incaico…El capitalismo, con el fantástico desarrollo de las fuerzas productivas que supone, pone las bases para la superación y erradicación definitiva de la religión. ¿Por qué? Por que la religión tiene dos pilares para mantener su influencia sobre los hombres. El primer pilar es la larga época de la historia humana en el que los hombres tenían un control extremadamente limitado del medio natural que les rodea. Ello hace al hombre dependiente de fuerzas de la naturaleza imponentes frente a las cuales se siente absolutamente impotente. Por ejemplo: el campesino que se afana durante meses en un primoroso cuidado de su cultivo y ve que todo ese esfuerzo se derrumba ante una granizada, unas inundaciones o simplemente una helada repentina… La mayoría de fenómenos de la vida natural permanecieron durante muchos siglos como secretos inexplicables frente a los cuales el hombre se sentía impotente y desamparado. Esa ha sido durante una larga época de la historia humana la base de la fuerza de la religión: la explicación sobrenatural, la idea de que hay fuerzas superiores que comandarían el movimiento de las sociedades y de la naturaleza en general.
A este primer pilar de la religión el capitalismo le dio un golpe decisivo. Al desarrollar de forma fantástica las fuerzas productivas de la humanidad, al dar a la producción un carácter mundial, el capitalismo puso las bases para que el hombre se emancipara de su dependencia del medio natural. Los ideólogos de la burguesía revolucionaria pusieron el acento en este aspecto: consideraban la religión como la defensora del oscurantismo, de las explicaciones mágicas y sobrenaturales. Opusieron el ateismo como palanca contra la religión. Tenían parcialmente razón y en ello el movimiento marxista les apoyó.
Los límites de la lucha burguesa contra la religión
Desde un punto de vista mecánico, de un materialismo vulgar, la lucha contra la religión se resumiría en una simple prédica del ateismo, en la abolición por decreto de la religión, en la persecución “intransigente” de la religión. Sin embargo, la realidad no es tan simplista
¿Por qué a pesar de haber sido erradicadas las bases económico – sociales que daban pábulo a la religión, ésta ha seguido atenazando las mentes y los corazones de los hombres?
Hay 2 razones:1ª La burguesía ante el ascenso del proletariado tiende a aliarse con los sectores reaccionarios que antes había combatido. Utiliza a los clérigos y las iglesias como armas para mantener a las masas obreras y oprimidas en la ignorancia y el embrutecimiento.
Este aspecto es real y por eso Lenin dijo que «El marxismo considera siempre que todas las religiones e iglesias modernas, todas y cada una de las organizaciones religiosas, son órganos de la reacción burguesa llamados a defender la explotación y a embrutecer a la clase obrera».
2ª Con la entrada del capitalismo en su época histórica de decadencia, la burguesía empieza a perder confianza en sí misma, tiende a refugiarse en la religión ante un mundo que no va por el camino que ella habría deseado sino que se hunde en toda clase de cataclismos: guerras imperialistas, crisis económicas devastadoras, hambrunas, catástrofes ecológicas…
Esta segunda razón es muy importante y es completamente justa. El libro El ABC del comunismo (escrito en 1919 por Bujarin y Preobrahenski por mandato de la Internacional Comunista) señala muy justamente que «si la clase burguesa empieza a creer en Dios y en la vida eterna será sencillamente porque empieza a darse cuenta de que su vida en este mundo está llegando a su fin».
En el mismo sentido, Pannehoek (miembro de la Izquierda Comunista germano-holandesa) escribe en 1938 en su libro Lenin filósofo: «Mientras la burguesía pudo creer que su sociedad de propiedad privada, de libertad personal, de libre competencia, podía resolver, mediante el desarrollo de la industria, de las ciencias y la técnica, todos los problemas materiales de la humanidad, podía también creer de igual modo que los problemas teóricos podrían resolverse con la ciencia, sin necesidad de plantear hipótesis sobre la existencia de poderes sobrenaturales y espirituales. Por eso, en cuanto se comprobó que el capitalismo ya no podía resolver los problemas materiales de las masas, como lo demostró el auge de la lucha de clase del proletariado, desapareció la confianza en la filosofía racionalista. El mundo volvió a verse lleno de insolubles contradicciones e incertidumbres, fuerzas siniestras que amenazaban la civilización. Entonces la burguesía se volvió hacia diferentes creencias religiosas, y sus intelectuales y sabios se vieron sometidos a la influencia de tendencias místicas. No tardaron demasiado en descubrir las debilidades y los defectos de la filosofía materialista y a disertar sobre los límites de la ciencia y los enigmas insolubles del mundo».
En la decadencia del capitalismo la ideología burguesa sufre una importante transformación: ha perdido su fe en la ciencia y en la razón y tiende cada vez más al misticismo, naufraga en toda clase de filosofías irracionales. Ahí se está mostrando el fracaso histórico del capitalismo. La burguesía es cómo el hijo pródigo. Tras haber combatido al padre religioso, del hogar feudal de donde salió, vuelve al cabo del tiempo, amargado y cabizbajo, a la casa paterna.
La pretensión capitalista de desarrollo de las fuerzas productivas se ha convertido en la decadencia de este sistema en una pesadilla. Como decía el Manifiesto Comunista la burguesía es como el aprendiz de brujo. Las enormes fuerzas productivas que ha sido capaz de desarrollar –y que todavía logra desarrollar- se convierten en la decadencia del capitalismo en gran medida en poderosas fuerzas de destrucción.
El capitalismo es incapaz de realizar una transformación revolucionaria, armoniosa y coherente, del medio natural que rodea a los seres humanos. El desarrollo de las fuerzas productivas tiene lugar en su seno dentro de un marco contradictorio y caótico, de feroz competencia, de cada cual a la suya, de guerras imperialistas. En semejante marco el medio natural se descontrola, se liberan en su seno fuerzas destructivas que el capitalismo es incapaz de dominar o, peor aún, tiende a estimular con su caótico proceder.
Dos tendencias generales caracterizan la relación del capitalismo con el medio natural terráqueo: por un lado, la depredación de los recursos con consecuencias imprevisibles; por otro lado, la alteración de los equilibrios internos de las fuerzas de la naturaleza desencadenando procesos destructivos con consecuencias igualmente imprevisibles.
Estos fenómenos que son evidentes en la decadencia del capitalismo hunden a los ideólogos de la burguesía en el pesimismo. La burguesía ya no puede presumir de haber “vencido la naturaleza” y, por ello, de haber superado el primer pilar de la ideología religiosa –la existencia de fuerzas sobrenaturales-. En realidad, se ve perdida e indefensa frente a potencias extrañas e incontrolables, lo que le arroja todavía más a los brazos de toda clase de dioses.
El ateismo no es la alternativa a la religión
Durante el siglo XX, una parte de la burguesía –concretamente, los regímenes que se dicen “comunistas” desde el chino al cubano- se han proclamado oficialmente ateos y eso lo han exhibido como una forma de “fidelidad” al marxismo.
Frente a esta pretensión Lenin recuerda que «Engels condenó al mismo tiempo más de una vez los intentos de quienes, con el deseo de ser "más izquierdistas" o "más revolucionarios" que la socialdemocracia, pretendían introducir en el programa del partido obrero el reconocimiento categórico del ateísmo como una declaración de guerra a la religión. Al referirse en 1874 al célebre manifiesto de los comuneros blanquistas emigrados en Londres, Engels calificaba de estupidez su vocinglera declaración de guerra a la religión, afirmando que semejante actitud era el medio mejor de avivar el interés por la religión y de dificultar la verdadera extinción de la misma».
Lenin recuerda que un príncipe feudal, Bismarck –el canciller de hierro que impulsó el desarrollo del capitalismo en Alemania- había organizado una furiosa guerra contra la religión –el famoso “kulturkampf”, lucha por la cultura-llegando hasta persecuciones religiosas: «Declarar como misión política del partido obrero la guerra a la religión es una frase anarquista. Y en 1877, al condenar sin piedad en el Anti-Dühring las más mínimas concesiones del filósofo Dühring al idealismo y a la religión, Engels condenaba con no menor energía la idea seudo revolucionaria de aquél sobre la prohibición de la religión en la sociedad socialista. Declarar semejante guerra a la religión, decía Engels, significaría "ser más bismarckista que Bismarck", es decir, repetir la necedad de su lucha contra los clericales Lo único que consiguió Bismarck con esta lucha fue fortalecer el clericalismo militante de los católicos y perjudicar a la causa de la verdadera cultura, pues colocó en primer plano las divisiones religiosas en lugar de las divisiones políticas, distrayendo así la atención de algunos sectores de la
clase obrera y de la democracia de las tareas esenciales de la lucha de clase y revolucionaria para orientarlos hacia el anticlericalismo burgués más superficial y engañoso. Al acusar a Dühring, que pretendía aparecer como ultra revolucionario, de querer repetir en otra forma la misma necedad de Bismarck, Engels requería del partido obrero que supiese trabajar con paciencia para organizar e ilustrar al proletariado, para realizar una obra que conduce a la extinción de la religión, y no lanzarse a las aventuras de una guerra política contra la religión».
Los regímenes “socialistas” en la exURSS y en otros países declararon nuevas “kulturkampf” bismarkianas y hoy vemos los resultados: en todos los países del Este, en la propia China, florecen como hongos toda clase de creencias religiosas cada cual más absurda e irracional.
La verdadera lucha contra la religión es la lucha por la acción masiva y consciente de la clase obrera.
Ateismo y religión no son sino dos conceptos simétricos que hunden sus raíces en el mismo sentimiento de impotencia, de desamparo, de miedo irracional ante un mundo, que el individuo percibe como extraño, hostil e incontrolable. Esto nos lleva a considerar el segundo pilar de la influencia de la ideología religiosa que es el decisivo y esencial. Este segundo pilar es el que ha descubierto el marxismo, superando y llevando al verdadero nivel de planteamiento, el enfoque todavía muy limitado de los ideólogos revolucionarios de la burguesía del siglo XVIII, los materialistas burgueses.
«El marxismo es materialismo. En calidad de tal, es tan implacable enemigo de la religión como el materialismo de los enciclopedistas del siglo XVIII o el materialismo de Feuerbach. Esto es indudable. Pero el materialismo dialéctico de Marx y Engels va más lejos que los enciclopedistas y que Feuerbach al aplicar la filosofía materialista a la historia y a las ciencias sociales. Debemos luchar contra la religión. Esto es el abecé de todo materialismo y, por tanto, del marxismo. Pero el marxismo no es un materialismo que se detenga en el abecé. El marxismo va más allá. Afirma: hay que saber luchar contra la religión, y para ello es necesario explicar desde el punto de vista materialista los orígenes de la fe y de la religión entre las masas. La lucha contra la religión no puede limitarse ni reducirse a la prédica ideológica abstracta; hay que vincular esta lucha a la actividad práctica concreta del movimiento de clases, que tiende a eliminar las raíces sociales de la religión. ¿Por qué persiste la religión entre los sectores atrasados del proletariado urbano, entre las vastas capas semi proletarias y entre la masa campesina? Por la ignorancia del pueblo, responderán el progresista burgués, el radical o el materialista burgués. En consecuencia, ¡abajo la religión y viva el ateísmo!, la difusión de las concepciones ateístas es nuestra tarea principal. El marxista dice: No es cierto. Semejante opinión es una ficción cultural superficial, burguesa, limitada. Semejante opinión no es profunda y explica las raíces de la religión de un modo no materialista, sino idealista» (Lenin)En la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Marx señala que la religión es «la conciencia y el sentimiento propio del hombre que o no se ha encontrado todavía a sí mismo o se ha vuelto ya a perder a sí mismo», la religión es «una conciencia errónea del mundo… la realización fantasmagórica de la conciencia humana, al no tener la esencia humana una realidad verdadera». Es una falsa respuesta a un problema verdadero: «El desamparo religioso es, por un lado, la expresión del desamparo real y por otro, la protesta contra el desamparo real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, a la vez que es el espíritu de unas condiciones sociales de las que el espíritu está excluido. Es el opio del pueblo».
Ya hemos visto que el capitalismo puso las bases para emancipar a la humanidad de un medio ambiente natural percibido durante siglos como hostil, extraño e incontrolable. Hemos visto que solamente ha sido capaz de “poner las bases”, es decir, ha planteado un problema real, pero la solución que ha dado es mucho peor que el problema. Domina las fuerzas de la naturaleza de manera anárquica y contradictoria, con lo cual ha llevado a desarrollar no sus mejores y más creativas capacidades sino, todo lo contrario, a liberar sus factores más destructivos y catastróficos (como vemos actualmente con el peligro de destruir el medio ambiente terráqueo).Pero esa “liberación” se ha acompañado con el peor encadenamiento y opresión del trabajo humano. Los obreros, la principal fuerza productiva, son sometidos al trabajo asalariado y al mecanismo del mercado, con lo cual son prisioneros de fuerzas imponentes, incontrolables, de naturaleza estrictamente social, mucho peores y más incomprensibles que las fuerzas de la naturaleza.
El campesino podía identificar en una tormenta o en una helada la causa de su desgracia, en cambio, el obrero que se afana por trabajar hasta la extenuación, que se comporta de la forma más profesional, ve inexplicablemente como es despedido, como es pagado en una cantidad que no cubre sus necesidades humanas y todo por extrañas y caprichosas leyes que no dependen siquiera de su patrón individual sino de lejanos y extraños mecanismos vinculados al mercado mundial. El campesino sabía que una mala cosecha fruto de circunstancias naturales inesperadas (una sequía, una plaga de langosta, una inundación) provocaba el hambre. Sin embargo, el obrero se encuentra ante lo más absurdo que imaginarse pueda: ¡es la sobreproducción lo que le arrojan al desempleo, la miseria y el hambre!, ¡Es la cosecha pletórica lo que siembra la ruina en los jornaleros agrícolas!
En la sociedad capitalista cada individuo ha sido llevado al extremo de su atomización, es un individuo solo y aislado que se enfrenta al capital y al mercado y en condiciones de competencia feroz con sus semejantes. Esto es muy diferente del campesino que sufría el yugo brutal del señor feudal pero que, al menos, podía atenuar sus bestialidades, apoyándose en los demás miembros de la comunidad aldeana. Estas condiciones generales de individuos que “se han perdido a sí mismos”, que no encuentran ninguna “esencia humana” en la realidad de su existencia, de “desamparo”, de vivir cotidianamente en un “mundo sin corazón”, es el segundo pilar, mucho más importante, de la religión y la ideología religiosa.
Lenin recuerda con una enorme claridad que «En los países capitalistas contemporáneos, estas raíces [de la religión] son, principalmente, sociales. La raíz más profunda de la religión en nuestros tiempos es la opresión social de las masas trabajadoras, su aparente impotencia total frente a las fuerzas ciegas del capitalismo, que cada día, cada hora causa a los trabajadores sufrimientos y martirios mil veces más horrorosos y salvajes que cualquier acontecimiento extraordinario, como las guerras, los terremotos, etc. "El miedo creó a los dioses". El miedo a la fuerza ciega del capital - ciega porque no puede ser prevista por las masas del pueblo --, que a cada paso amenaza con aportar y aporta al proletario o al pequeño propietario la perdición, la ruina "inesperada", "repentina", "casual", convirtiéndolo en mendigo, en indigente, arrojándole a la prostitución, acarreándole la muerte por hambre: he ahí la raíz de la religión contemporánea que el materialista debe tener en cuenta antes que nada, y más que nada, si no quiere quedarse en aprendiz de materialista».
El miedo crea a los dioses, recuerda Lenin. El miedo a una naturaleza hostil e incontrolable es el primer pilar de la religión. Pero el segundo pilar, el más importante, es el miedo a una sociedad donde cada ser humano se enfrenta “sólo ante el mundo”, atomizado, individualizado, obligado a una competencia feroz con los demás. Ese sentimiento de miedo, de desamparo, de búsqueda desesperada de un corazón en un mundo sin corazón, engendra con más fuerza aún que el primer pilar, las condiciones para el influjo de la ideología religiosa. Por esa razón, Lenin siguiendo a Engels y a Marx, insiste en que la mejor y más clara forma de superar el peso de la religión en las masas obreras es despertando su capacidad de unión, de solidaridad, de pensamiento y acción colectivos, de lucha masiva. En ese terreno de unidad, de sentirse capaces de influir sobre la vida social, de ser dueños colectivos de su propio destino, es cuando los individuos obreros ya no se ven como átomos perdidos en un universo despiadado, sino que comienzan a superar miedos ancestrales, comienzan a confiar en sí mismos y en los demás, comienzan a sentirse parte de la verdadera humanidad porque están empezando a construirla. En esas condiciones sociales generales que son las de la lucha comunista del proletariado, los pilares de la religión comienzan de verdad a tambalearse.
Saludos comunistas CCI 18-7-07