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El reciente conflicto entre Israel y Hezbola en el Líbano ha brindado una nueva ocasión, a un buen número de países, para levantar la voz contra el “imperialismo americano” como el principal causante, el único según todos ellos, en sembrar la guerra y la desestabilización. Todos los grupos izquierdistas del mundo se destacan por no perder ni una sola ocasión de tildar al imperialismo americano y, en este caso a su aliado israelí también conocido como el “expansionismo sionista”, de ser los únicos responsables de masacrar, destruir, ocupar y explotar a los “pueblos” y “naciones” oprimidas.
Sin embargo, debe quedar claro que la primera potencia mundial no detenta el monopolio del imperialismo. Muy al contrario, esta es una condición vital para la supervivencia de todas y cada una de las naciones en el capitalismo.
El periodo de decadencia del capitalismo, que comenzó hace algo más de un siglo, marca la entrada de este sistema social en la era del imperialismo generalizado fenómeno al que ninguna nación puede sustraerse. Este permanente enfrentamiento entre naciones implica que el horizonte es la guerra como perspectiva y el militarismo como modo de vida de todos los Estados, sean estos grandes, pequeños, fuertes, débiles, agresores o agredidos.
Para poder comprender el fenómeno histórico del imperialismo, es necesario dar una definición general de lo que representa. El imperialismo es la política de un país que intenta conservar o extender su dominación política, económica o militar sobre otros países o territorios, hecho que nos retrotrae a numerosos momentos en la historia de la Humanidad (véanse los ejemplos de los imperios asirios, romano u otomano ó las conquistas de Alejandro el Grande hasta nuestros días). Pero, únicamente en la sociedad capitalista, el fenómeno del imperialismo, tiene un sentido muy particular y concreto. Como escribió Rosa Luxemburgo “…la tendencia del capitalismo a la expansión constituye el elemento más importante, el trazo más significativo de la evolución de la sociedad moderna; de hecho la expansión ha acompañado todo el desarrollo histórico del capital, sin embargo en su fase final actual, el imperialismo, despliega una energía de destrucción impetuosa, capaz de poner en cuestión la existencia civilizada de la humanidad…” [1]. Es por tanto, muy importante, comprender que es el imperialismo en un sistema capitalista decadente, lo que engendra desde hace décadas conflictos bélicos por todo el planeta, lo que “…en su fase final actual (…) es capaz de poner en cuestión la existencia civilizada de la humanidad…” (ídem).
Desde que el mercado mundial se constituyo a principios del siglo XX y se repartieron las zonas comerciales y de influencia entre los Estados capitalistas avanzados, la intensificación y el desencadenamiento de la concurrencia que acarreó, condujo a la agravación de las tensiones militares y, a un desarrollo sin precedentes del armamento y la sumisión creciente del conjunto de la vida económica y social a los imperativos militares de la preparación permanente de la guerra.
Rosa Luxemburgo denuncio y demostró la mentira de la mistificación que hacia creer que solo un Estado, o un grupo particular de Estados que disponían de una cierta pujanza militar, eran los únicos responsables de la barbarie guerrera. Si bien es cierto que todos los Estados no disponen de los mismos medios, la realidad es que todos los Estados desarrollan la misma política. Si efectivamente las ambiciones de dominación mundial no pueden que estar en manos de unos pocos Estados, lo más potentes, no es menos cierto que también los pequeños Estados tienen los mismos apetitos imperialistas. Como sucede en las organizaciones mafiosas, solo un gran padrino puede dominar una ciudad entera, mientras que los matones de barrio, no pueden aspirar más que a dominar una pequeña parte de una calle. Es evidente que a nivel de aspiraciones y métodos en nada se distingue la mafia de los Estados capitalistas. Es por ello, por lo que los pequeños Estados ponen todas sus energías y medios para convertirse en una gran nación a costa de sus vecinos. En ese sentido, es imposible realizar una distinción entre Estados opresores y Estados oprimidos. En la relación de fuerzas que se establecen entre los Estados capitalistas, todos son concurrentes y enemigos en la arena mundial. El mito burgués del Estado agresor o el bloque de “agresores” y su militarismo visceral sirve para justificar la defensa de la guerra “defensiva”. La estigmatización del imperialismo más agresivo sirve para reforzar y desarrollar la propaganda de cada adversario para implicar a las diferentes poblaciones en la guerra.
El militarismo y el imperialismo constituyen una de las manifestaciones más abiertas y evidentes de la entrada del sistema capitalista en su época histórica de decadencia. Tal es así que, a principios del siglo XX provocaron un intenso y apasionado debate entre los revolucionarios.
La explicación materialista del imperialismo
Ante el fenómeno del imperialismo, se desarrollaron diferentes teorías en el seno del movimiento obrero para poder comprenderlo y explicarlo, en particular las de Lenin y Rosa Luxemburgo. Sus análisis se forjaron en los albores de la Primera Guerra Mundial contra la visión de Kaustky que defendía que el imperialismo era una opción entre las varias que podían elegir los Estados capitalistas. Una teoría que llevó a afirmar a Kaustky que podría llegar “…una fase de superimperialismo, de unión y no de lucha entre los imperialismos del mundo, una fase de fin de las guerras entre los Estados capitalistas y, una fase de explotación en común del universo por parte del capital financiero unido a escala internacional…” [2].
En el lado opuesto a esta teoría, el planteamiento marxista del fenómeno del imperialismo consideraba a este no solo como un producto de las leyes capitalistas, sino además como una necesidad histórica inherente a su época de declive. La teoría de Lenin reviste una importancia particular ya que permitió defender una política internacionalista intransigente ante la primera carnicería mundial, política que se convirtió rápidamente en la posición oficial de la Internacional Comunista. Sin embargo, Lenin abordó la cuestión del imperialismo de una forma excesivamente descriptiva sin llegar a explicar en profundidad el origen de la expansión imperialista. Para Lenin, esta se debe esencialmente a un movimiento de los países desarrollados que tiene como característica principal la explotación del capital de los países desarrollados en las colonias de las metrópolis, para conseguir “superbeneficios” aprovechándose del hecho de la existencia de mano de obra barata y materias primas abundantes.
En esta concepción, los países capitalistas avanzados son los parásitos de las colonias; la obtención de “superbeneficios” imprescindible para su supervivencia, explicaría el enfrentamiento mundial desencadenado para conservar o conquistar colonias. Tal visión tiene como consecuencia inevitable dividir el mundo entre países opresores de un lado y países oprimidos en las colonias de otro lado.
“…La insistencia de Lenin sobre el hecho de que las posesiones coloniales eran un elemento distintivo e incluso indispensable del imperialismo no ha soportado la prueba del tiempo. La hipótesis de que la perdida de colonias, precipitada por las revueltas nacionales en esas regiones, removería al imperialismo en sus fundamentos, no se ha verificado ya que de hecho, el imperialismo se ha adaptado muy fácilmente a la “descolonización”…(…). La descolonización (tras el año 1.945) ha expresado a las claras el declive de las antiguas potencias imperialistas y el triunfo de nuevos gigantes capitalistas que no estaban implicados en la explotación de un gran número de colonias en el momento de la Primera Guerra Mundial. Así, los Estados Unidos y la URSS pudieron desarrollar una cínica política “anti-colonial” para desarrollar sus propios intereses y objetivos imperialistas, apoyándose sobre los movimientos nacionales y transformarlos en guerra inter-imperialistas por medio de “pueblos” interpuestos…” [3].
Partiendo del análisis de conjunto del período histórico y de la evolución del capitalismo como sistema global, Rosa Luxemburgo llego a una comprensión más completa y profunda del fenómeno del imperialismo. Particularmente puso en evidencia la base histórica del imperialismo comprendiendo las contradicciones profundas del sistema capitalita. Mientras Lenin se polarizaba en destacar el fenómeno de la explotación de las colonias, Rosa Luxemburgo analizaba como las conquistas coloniales han acompañado constantemente el desarrollo capitalista alimentado la insaciable necesidad de expansión capitalista y, subrayaba al tiempo, la introducción de las relaciones capitalistas en zonas en las que aún no existían con la penetración en nuevos mercados: “…La acumulación capitalista es imposible en un medio exclusivamente capitalista. De ello resulta la necesidad perentoria del capital de desarrollar su expansión en países y capas no capitalistas, la ruina de los artesanos y los campesinos, la proletarización de las capas medias, al política colonial (es decir, la política de “apertura de mercados”), la exportación de capitales, entre otros medios. La existencia y el desarrollo del capitalismo desde sus orígenes ha sido posible por una expansión constante en los terrenos de la producción y de los nuevos países…” [4]. Por ello, el imperialismo se ha desarrollado sensiblemente en el primer cuarto del siglo XIX. “…El capitalismo, en su desenfrenada búsqueda de materias primas y compradores solventes que no fueran capitalistas o asalariados, ha diezmado y asesinado a las poblaciones coloniales. Hablamos de la época de penetración y de extensión de Inglaterra en Egipto, de Francia en Marruecos, en Túnez o Tonkin, de Italia en el Este de África, sobre las fronteras de Abisinia, de la Rusia zarista en Asia Central y Manchuria, de Alemania en África y Asia, de los Estados Unidos en Filipinas y en Cuba, en fin del Japón sobre el continente asiático…” [5].
Pero esta evolución del capitalismo lo encerrará, a término, en su contradicción fundamental: cuanto más extiende la producción capitalista su dominio sobre el conjunto del planeta, más estrechos son los límites del mercado creado para conseguir la realización del beneficio, en relación con las necesidades de la expansión capitalista. Más allá de la concurrencia por las colonias, Rosa Luxemburgo identificó en la saturación del mercado mundial y en la disminución de los mercados no capitalistas un giro crucial en la vida del capitalismo: la quiebra y el callejón sin salida en un sentido histórico de este sistema que “…no puede ya cumplir su función de vehículo histórico de desarrollo de las fuerzas productivas…”[6]. Esta es también, en última instancia, la causa de las guerras que caracterizan desde entonces el modo de vida del capitalismo decadente.
El imperialismo, modo de vida del capitalismo en decadencia
Una vez alcanzados los límites del globo terrestre por el mercado capitalista, la reducción de los mercados solventes y de los nuevos mercados abre la crisis permanente del sistema capitalista, en tanto que la necesidad de la expansión sigue siendo una cuestión vital para cada uno de los Estados. Sin embargo, esta expansión no puede realizarse más que en detrimento de los otros Estados en una lucha sin tregua por la repartición por medio de las armas del mercado mundial.
“…En la época del capitalismo ascendente las guerras (nacionales, coloniales y de conquistas imperialistas) expresaban la marcha ascendente, de fermentación, de extensión y expansión del sistema económico capitalista. La producción capitalista encontró en la guerra la continuación de su política económica por otros medios. Cada guerra se justificaba y pagaba sus gastos abriendo un nuevo campo de expansión, asegurando el desarrollo de una mayor producción capitalista (…). La guerra era el medio indispensable del capitalismo al abrirle posibilidades de un desarrollo ulterior, en la época en la que existían estas posibilidades y no podían ser más que desarrolladas por la violencia…” [7].
Desde entonces “…la guerra se ha convertido en un medio no para la solución a la crisis internacional, sino en el único medio por el cual cada imperialismo nacional intenta deshacerse de las dificultades que sufre, en detrimento de los Estados imperialistas rivales…” [8].
Esta nueva situación histórica impone a todos los países del mundo el desarrollo del capitalismo de Estado. Cada capital nacional esta condenado a la concurrencia imperialista y encuentra en la maquinaria del Estado la única estructura lo suficientemente fuerte para movilizar a toda la sociedad con el fin de enfrentar a sus rivales económicos en el plano militar. “…La crisis permanente plantea ineluctablemente, la inevitabilidad del ajuste de cuentas de los diferentes imperialismos por la lucha armada. La guerra y la amenaza de guerra son aspectos latentes o manifiestos de una situación de guerra permanente en la sociedad. La guerra moderna es una guerra material. En vistas de la guerra es necesaria una movilización monstruosa de todos los recursos técnicos y económicos de los países concernidos. La producción de guerra se convierte en el eje de la producción industrial y el principal campo económico del desarrollo de la sociedad…” [9]. Por ello, los progresos técnicos están enteramente condicionados por lo militar: la aviación es el resultado del desarrollo de este medio durante la Primera Guerra Mundial, el átomo utilizado como bomba en 1.945, la informática o Internet concebidos como útiles militares por la OTAN. El peso del sector militar en todos los países absorbe todas las fuerzas vivas de la economía nacional para poder desarrollar un armamento que utilizar contra las otras naciones.
Al comienzo de la decadencia, la guerra se concebía como un medio de reparto de los mercados. Pero con el paso del tiempo, la guerra imperialista pierde cada vez más su racionalidad económica. Desde el inicio de la decadencia, la dimensión estratégica toma el paso a las cuestiones estrictamente económicas. Se trata de conseguir las posiciones estratégicas en contra de todos los otros imperialismos en la lucha por la hegemonía, con el objetivo de imponerse como potencia y defender su rango y posición. En este periodo de decadencia del capitalismo, la guerra representa cada vez más un desastre económico y social. Esta ausencia de la racionalidad económica de la guerra no significa que cada capital nacional se abstenga de hacerse cargo de los pilares de las fuerzas productivas del capital nacional vencido. Pero esta “rapiña”, contrariamente a lo que pensaba Lenin, no constituye el principal objetivo de la guerra. Mientras que algunos siguen imaginándose, oficialmente por una supuesta fidelidad a Lenin, que la guerra puede estar motivada por apetitos económicos (el petróleo esta en primer lugar de la lista de objetivos en esta cuestión), la realidad se encarga de responderles. El balance económico de la guerra en Irak desarrollada por los Estados Unidos desde el 2.003 no tiene el aspecto de haber sido en absoluto “rentable”. Los ingresos por el petróleo iraquí, incluso los previstos para los próximos 100 años, van a compensar en una exigua parte los gastos colosales que ha efectuado el Estado americano para desarrollar esta guerra, sin que se vea cuando va a acabar este pozo sin fondo.
La entrada del capitalismo en su fase de descomposición lleva al paroxismo la gravedad de las contradicciones contenidas en el período de decadencia. Para todos los países, cada conflicto en el que se ven implicados supone costos mayores de los beneficios que eventualmente pueda conseguir. Las guerras, no tiene como resultado (sin entrar el desarrollar el coste de las masacres), más que destrucciones masivas que dejan exhaustos y prácticamente en ruinas a los países en los que se desarrollan y que, probablemente jamás serán reconstruidos. Pero ninguno de estos cálculos de perdidas o ganancias impiden que los Estados, todos los Estados, desarrollen incesantemente una política orientada a defender su posición imperialista en el mundo, una acción constante para sabotear las ambiciones de sus rivales o de incrementar sus presupuestos militares. Todos los Estados están encadenados en un engranaje irracional desde el punto de vista de la vida económica y la rentabilidad capitalista. Subestimar la irracionalidad de la burguesía supone subestimar la amenaza real de destrucción pura y simple que pesa sobre el futuro de la Humanidad.
Articulo publicado en el número 372 de Revolution Internationale, Octubre 2.006, publicación en Francia de la Corriente Comunista Internacional.
Notas:
[1]Rosa Luxemburgo, “La Acumulación del Capital”.
[2]Lenin, “El imperialismo estado superior del capitalismo”.
[3]Revista Internacional nº 19.
[4]Rosa Luxemburgo, “Crítica de las críticas, la Acumulación del Capital”. En este texto se demuestra que la totalidad de la plusvalía extraída a la clase obrera y no realizada en el seno de las relaciones capitalistas, ya que los obreros tienen un salario inferior a el valor creado por su fuerza de trabajo, no pueden comprar todas las mercancías que producen. La clase capitalista no puede consumir toda la plusvalía puesto que una parte de ella debe destinarse a la reproducción ampliada del capital y debe ser intercambiada. Por tanto, el capitalismo, considerado desde un punto de vista global, esta constantemente obligado a buscar compradores para sus mercancías fuera de las relaciones sociales capitalistas.
[5]Revista Internacional nº 19, “El problema de la guerra, Jehan, Izquierda Comunista Internacional, 1.935”.