Submitted by CCI Online on
Hemos visto con satisfacción que habéis publicado en vuestra Web el balance de nuestra reunión pública en Buenos Aires de Agosto 2005. Como se plantea en este texto, en la reunión se discutió la imposibilidad de «crear un espacio anticapitalista dentro del propio capitalismo» y se desarrolló igualmente una crítica de todo el movimiento en torno a las fábricas ocupadas, MTD´s, los piqueteros, etc. que se presenta como «alternativa al capitalismo».
Lógicamente no se pudieron agotar todas las discusiones ni apurar bien todos los matices de lo que se dijo entonces; hemos leído el documento que llevasteis: «Empresas recuperadas, la autonomía empantanada» donde se desarrolla una crítica de la recuperación como cooperativas de las empresas ocupadas, y también el documento «Red de Redes», donde se expone “en positivo” lo que entendéis por «una red material, política y social anticapitalista».[1]
En el primer documento dejáis muy claro en qué se han convertido (o van camino de convertirse) realmente las empresas ocupadas: «Las propias ilusiones operarias de que siendo dueños de su unidad productiva se acabó con la explotación, van a resultar contrastadas con su propia práctica. No hay un mercado “bueno” del capitalismo obrero, contrapuesto a un mercado “malo” patronal. (…) Por supuesto algunos integrantes de empresas recuperadas ganarán más, porque sencillamente se explotarán más. Se reimplanta la ley del cambio del trabajo por su valor monetario; la “conquista del salario digno” y la lógica de producción de mercancías; en desmedro de la ley del uso sin valor de lo producido y la autogestión generalizada»...
...«Producto de la compraventa, el jugo de la energía obrera va a volver al capital dando un rodeo previo a través del comercio. Una nueva enajenación se cierne sobre los trabajadores: la ilusión de un mercado popular y solidario»..., etc., etc.
Sin embargo, en este mismo documento, y sobre todo en «Red de redes», se considera que en lugar de eso, sí podrían convertirse potencialmente en un área autónoma anticapitalista: «La lucha capital-trabajo precisa superar las dicotomías parciales del tipo: patrón fugado-obrero okupa. La oposición irreductible resulta: empresa okupada, locales asamblearios recuperados y piqueteros que producen, prefigurando la potencia material y subjetiva del poder constituyente de la multitud. Un entrelazamiento y mixtura de un conjunto de prácticas irreconciliables con el mercado. Territorios liberados de las condiciones del trabajo asalariado. Un contrapoder integrado por diferentes poderes populares. Un área autónoma material y subjetiva, del conjunto del movimiento. Y no el aislamiento de las empresas recuperadas, los talleres piqueteros y los locales asamblearios. Todos estos espacios “liberados” necesitan ser entendidos por el movimiento, no como exclusivas conquistas personales y grupales sino, como conquistas sociales» (“Empresas recuperadas: la autonomía empantanada”)
«Si esta red de redes se transforma en la forma de sociabilidad contrahegemónica, unificando autoorganización asamblearia con anticapitalismo, llegará el momento de confrontar definitivamente con el mundo del capital. Antes de esto y, si las masas no irrumpen en escena cambiando el rumbo de la historia, hay que resistir desarrollando nuevas iniciativas, o lo que es igual, ampliando la resistencia con una poderosa red que debe ser y, a un mismo tiempo: económica, política y afectiva. Es a esto a lo que denominamos gérmenes de un poder constituyente biopolítico afectivo, anti-poderes creados por lazos fraternales[2]. El descubrirse y reconocerse mutuamente en las diferentes experiencias antisistémicas: fábricas reapropiadas, MTD´s y asambleas. La rebeldía que reclama por la dignidad humana, permanentemente puesta en discusión por el capital y la potencia del hacer y hacer-[se] de los insumisos» (“Red de Redes”).
¿Qué es lo que convertiría, según las citas anteriores, unas experiencias “autogestionarias” en un medio potencialmente anticapitalista?
1º Que supondrían la abolición de los salarios, introducción de bonos de trabajo y producción de valores de uso, suprimiendo igualmente el intercambio mercantil;
2º Que darían lugar a una lucha permanente para extender el “área de la autonomía” y resistir a las presiones del capital;
3º Que en el “área autogestionaria” tendría que desarrollarse una claridad sobre los fines revolucionarios del movimiento.
Vamos a ver sí esas expectativas se cumplen realmente.
¿Es posible la abolición de los salarios y la producción exclusiva de valores de uso en las “áreas de autogestión”?
Decís que «Si la clase asalariada quiere dejar de ser dominada por la clase empresaria debe concluir con todo tipo de “asalariamiento” de su trabajo. Evitando reeditar la condena salarial desde la empresa tomada. Impidiendo quedar subsumida su energía del hacer en una nueva acumulación del capital» (“Empresas recuperadas”...). Para lograr esto preconizáis: «El ordenador colectivo de la red será el trabajo antisalarial. La abolición de la compraventa de saberes, cosas y servicios. La dignidad de una sociabilidad que no explota trabajo humano, no paga por producir, sino que devuelve, en medios de uso y consumo, en la misma proporción en que se brindó el trabajador al conjunto de la red»... «... mientras que el anticapitalismo no sea la forma dominante en toda la sociedad, cada uno de sus integrantes, recibirá para su consumo, una cantidad de bienes en función al tiempo de trabajo que le dedicó a la red» (“red de redes”)
En otras palabras, proponéis una comunidad de producción para el consumo, donde cada productor recibe de la comunidad una cantidad de bienes y servicios equivalente a lo que ha producido para ella. Es decir, se instituirían unos bonos de trabajo que sustituirían al dinero.
No es la primera vez que se plantea algo semejante, y no únicamente desde una perspectiva de “alternativa al capitalismo” (como Proudhom), sino incluso desde la filas de los mismos economistas burgueses, con la intención de “facilitar el intercambio”. Fue John Gray, un economista inglés, el primero en desarrollar sistemáticamente la teoría del tiempo de trabajo como unidad de medida inmediata de la moneda[3] que Rosa Luxemburgo critica así en su Introducción a la Economía política.
«El dinero oculta el verdadero origen de todas las riquezas, su procedencia del trabajo, provoca permanentes oscilaciones de precios y otorga de este modo, la posibilidad de los precios arbitrarios, de estafas y acumulación de riquezas a costa de otros. Así pues, ¡fuera el dinero! Este socialismo dirigido a la abolición del dinero surgió inicialmente en Inglaterra, siendo sus representantes en ese país, ya en los años veinte y treinta del siglo pasado, escritores muy talentosos como Thompson, Bray y otros; luego el junker conservador pomeranio y brillante economista Rodbertus reinventó esta suerte de socialismo en Prusia y, en tercer lugar, Proudhon reinventó este socialismo en Francia en 1849. Inclusive se emprendieron experiencias prácticas en esta dirección. Bajo la influencia del mencionado Gray se fundaron en Londres y en muchas otras ciudades de Inglaterra lo que se llamó “bazares para el intercambio equitativo”, a los cuales se llevaban las mercancías para ser intercambiadas sin la mediación del dinero, estrictamente según el tiempo de trabajo contenido en ellas. Proudhon propuso la fundación de su llamado “banco popular”, también con esta finalidad. Estos intentos, como la teoría misma, entraron pronto en bancarrota. En realidad, el intercambio es impensable sin dinero, y las oscilaciones de precios que se pretendía abolir son el único medio de indicar a los productores de mercancías si están produciendo demasiado o demasiado poco de una mercancía, si emplean en su producción menos o más trabajo que el necesario, si producen o no, las mercancías que deben. Si se elimina este único medio de entenderse que existe entre los aislados productores de mercancías en la economía anárquica, ellos quedan completamente perdidos, pues ya no son solamente sordomudos, sino además ciegos. Entonces la producción tiene que detenerse y la Torre de Babel capitalista se derrumba. Así pues, no hay más que una utopía en los planes socialistas que pretendían hacer de la producción mercantil capitalista, una socialista, por la simple eliminación del dinero.»
A menos que se considere que el “área autogestionada” permanece totalmente al margen del resto de la sociedad, la división del trabajo y la competencia obligan a un intercambio con el conjunto de la producción capitalista, que por otra parte determina las necesidades (en un sentido amplio y no estrictamente de supervivencia) del conjunto de la sociedad; como vosotros mismos reconocéis: «El desafío, de la red de redes, se compone por la tensión que provoca la mixtura, por un lado, entre un circuito donde se quiere instituir el valor de uso colectivo y superar el trabajo asalariado y por el otro, el dinero necesario para proveerse de los medios productivos de los que se carece» (Red de redes)
Ese intercambio inevitable con la producción capitalista permite al capitalismo recuperar las “áreas autogestionadas”. La competencia de sus bajos costes y la capacidad de abastecer las mercancías para las que existe una necesidad, es la fuente de la recuperación de las empresas ocupadas, igual que, en el siglo XIX, fueron las armas del capitalismo para transformar la economía precapitalista de las colonias integrándola a la producción capitalista: «Los bajos precios de sus productos son la artillería pesada con la que derriba todas las murallas chinas, con la que doblega la más terca xenofobia de los bárbaros hasta su capitulación. La burguesía obliga a todas las naciones a apropiarse del modo de producción burgués si no quieren sucumbir; las obliga a incorporar ellas mismas la llamada civilización, esto es, a convertirse en burguesas. En una palabra, crea un mundo a su imagen y semejanza» (El Manifiesto Comunista). Las empresas del “área autogestionada” se ven obligadas, sí quieren sobrevivir, a adoptar todas las prácticas propias del capitalismo (reducción de costes, aumento de la explotación, competencia desaforada) con lo cual la “Red de Redes” queda atrapada en las redes de la producción capitalista[4].
La única solución sería evitar todo intercambio con el capitalismo, y que se organizara una producción social, de valores de uso, al servicio de la comunidad, dirigida conscientemente por la participación colectiva de sus miembros; eso implicaría necesariamente una reorganización de todos los centros de producción “ocupados”, y la reorientación a una economía de subsistencia, que efectivamente no sería capitalista, sino anterior al capitalismo, y por tanto haría surgir relaciones de clase correspondiente a modos de producción previos. No sería pues, una superación del capitalismo, sino una vuelta atrás.
En las condiciones actuales de decadencia del capitalismo, de deshumanización, de irracionalidad y signos crecientes de barbarie, podría parecer que “una vuelta atrás”, a relaciones naturales, aunque sea sobre la base de autoexcluirse del conjunto de la sociedad, sería algo positivo, un paso adelante; pero es una falsa visión:
«Así la concepción de la antigüedad, en la que el hombre siempre aparece (cualquiera que sea su estrecha definición nacional, religiosa o política) como el fin de la producción, parece mucho más engrandecida que la del mundo moderno, en el que la producción es el fin del hombre, y la riqueza el fin de la producción. De hecho sin embargo, cuando se desconcha el caparazón burgués, ¿Qué es la riqueza sino la universalidad de las necesidades, capacidades, disfrutes, fuerzas productivas, etc. de los individuos, producto del intercambio universal? ¿Qué sino el pleno desarrollo del control humano sobre las fuerzas de la naturaleza -tanto las de su propia naturaleza humana como las de la llamada en general “naturaleza”-? ¿ Qué sino la absoluta elaboración de sus disposiciones creativas sin ninguna precondición más que la evolución histórica antecedente, que hace de la totalidad de esta evolución -es decir, de la evolución de todas las potencialidades humanas como tales, sin ninguna cortapisa de medida previamente establecida- un fin en sí mismo? ¿Y qué es esto sino una situación en la que el ser humano no se reproduce en una forma determinada, sino que produce su totalidad; que no busca conservar algo formado por el pasado, sino que es el movimiento absoluto del devenir? En la economía política burguesa, -y en la época de la producción a la que corresponde- esta completa elaboración de lo que yace en el ser humano, aparece como la alienación total, y la destrucción de todos los propósitos unilaterales que se plantea el ser humano, como el sacrificio del fin mismo a una compulsión externa. De ahí que, en cierto sentido, el mundo infantil de la antigüedad parece ser superior...» (Marx: Grudisse.).
Por una parte, esa vuelta atrás no significa otra cosa que la restauración de antiguas fuentes de explotación y, en consecuencia, de sufrimiento y enfrentamiento entre seres humanos, pero, por otro lado, lo que muestra la historia de la humanidad es que todo modo de producción social transforma de tal forma la relación del hombre con el medio natural que hace imposible una vuelta atrás a anteriores formas sociales. El dilema es o cambio revolucionario creando un nuevo modo de producción o hundimiento en la descomposición y la destrucción generalizada. Por eso, el Manifiesto Comunista habla de «Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes».
Este dilema entre Revolución o hundimiento en la Barbarie es aún más claro bajo el capitalismo, el primer sistema social que es verdaderamente mundial, que tiene todo el planeta como teatro de operaciones[5]. El desarrollo de la producción a escala universal significa, de un lado, la universalización de las relaciones humanas “en extensión” (si puede decirse así); pero también “en profundidad” la liberación de los individuos de sus ataduras con la naturaleza y la comunidad natural; aunque ambas cuestiones aparezcan como negación en el seno del capitalismo, como “patriotismo” y “defensa de la nación”, y esclavitud asalariada. La superación de las relaciones de producción capitalistas sólo puede hacerse a escala igualmente universal, y no de forma unilateral, negando parcialmente algunos de los efectos más nocivos del capitalismo dentro de áreas sociales autónomas o independientes.
Por eso la revolución proletaria es el primer acto de la transformación de la sociedad, que no puede comenzar realmente más que a escala internacional. El proletariado es el enterrador del capitalismo precisamente porque no tiene ningún interés particular ni ningún área parcial que defender en su interior. A diferencia del sistema feudal, que pudo ir desarrollándose en el seno de la sociedad esclavista, e igualmente de la producción capitalista, que se desarrolló en el seno de la sociedad feudal, pues se trataba de la substitución de una clase explotadora por otra, el primer acto de la revolución contra el capitalismo es político y a partir de la toma del poder se va organizando la destrucción sistemática de las relaciones de producción capitalista.
«Todas las clases hasta hoy no han hecho mas que sustituir, en interés de sus privilegios, la dominación de otras clases por la suya propia. El desarrollo económico de las nuevas clases se hacía lentamente y durante mucho tiempo antes de instaurar su dominación política en el seno de la vieja sociedad. Puesto que sus intereses económicos coincidentes con el desarrollo de las fuerzas productivas no eran más que los intereses de una minoría, de una clase, su fuerza crecía en primer lugar económicamente en el seno de la vieja sociedad. Únicamente tras un cierto grado de desarrollo económico, después de haber suplantado económicamente y en parte reabsorbido a la antigua clase dominante, el poder político, el Estado, la dominación jurídica, viene a consagrar el nuevo estado de las cosas.
... El proletariado, a diferencia de las otras clases de la historia, no posee ninguna riqueza, ninguna propiedad material. No puede edificar ninguna economía, ningún punto de apoyo económico, en el seno de la sociedad capitalista... La necesidad objetiva de la sociedad socialista en tanto que solución dialéctica a las contradicciones internas del sistema capitalista, encuentra en el proletariado la única clase cuyos intereses se identifican con la evolución histórica. “El último de la fila” de la sociedad, la clase que no posee nada, que no tiene ningún privilegio que defender, se encuentra con la necesidad histórica de suprimir todos los privilegios. El proletariado es la única clase que puede cumplir esa tarea revolucionaria de suprimir todos los privilegios, la propiedad privada, permitiendo que se desarrollen las fuerzas productivas liberadas de las trabas del sistema capitalista en beneficio del interés de toda la humanidad...
...No hay ninguna economía de clase que edificar antes o después de la revolución. A diferencia de otras clases, y por primera vez en la historia, una revolución política precede y crea las condiciones de una transformación social y económica. La liberación económica del proletariado es la liberación de toda traba de interés de clase, la desaparición de las clases. Se libera, liberando a toda la humanidad, y disolviéndose en su seno...
... El Estado, principio de dominación y de opresión económica de clase, no puede ser conquistado en el sentido clásico por el proletariado. Al contrario, los primeros pasos hacia su emancipación consisten en la destrucción revolucionaria del Estado...» (“Tesis sobre la naturaleza del Estado y la revolución proletaria”, adoptadas por la Izquierda Comunista de Francia en 1946, publicadas en francés e inglés en nuestro folleto: El periodo de transición del capitalismo al socialismo)
¿Es posible una lucha permanente para ampliar el “área de la autonomía” y resistir desde ella a las presiones del capital?
Puesto que no puede tener ningún punto de apoyo en el capitalismo, la lucha de la clase explotada no puede mantenerse permanentemente y desarrollarse de manera gradual, como sí pudo hacerlo al interior del feudalismo el crecimiento de la producción mercantil sobre bases cada vez más capitalistas. Esta naturaleza de la lucha obrera ya fue reconocida por los comunistas del siglo XIX: «Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos diamantinos, el éxtasis es el estado permanente de la sociedad; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan en seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilar serenamente los resultados de su período impetuoso y turbulento. En cambio, las revoluciones proletarias, como las del s XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodas, hic salta[6]» (Marx, “El 18 Brumario de Luis Bonaparte»)
Sin embargo es cierto que durante el periodo de desarrollo del capitalismo, particularmente a finales del siglo XIX, la clase obrera contaba con organizaciones permanentes de masa, partidos socialdemócratas y sindicatos (y también cooperativas de producción y de consumo, universidades obreras, centros de recreo, organizaciones juveniles, femeninas etc.) que había ido construyendo fruto de sus combates contra el capital, y que expresaban una continuidad de su lucha. Aunque estas organizaciones eran “escuelas de comunismo”, donde se practicaba una solidaridad y una moral proletaria, y se adquiría una formación política de las posiciones de clase, no eran en absoluto “áreas de producción comunista” (en el sentido que se da en vuestros textos a las “áreas autónomas”), que se planteaban como una alternativa al capital que iba creciendo y desarrollándose en su seno (como el capitalismo en el régimen feudal).
Estas organizaciones podían existir por dos razones: por una parte, porque el capitalismo podía expandirse y desarrollar las fuerzas productivas; por otro lado, porque en el Estado burgués existía una lucha real entre fracciones progresistas, interesadas en llevar adelante la producción capitalista, y fracciones conservadoras o reaccionarias que ponían toda clase de trabas a su desarrollo. Sí el proletariado se organizaba al interior de la sociedad burguesa no era con el objetivo de desarrollar un poder autónomo o una sociedad “alternativa”, sino para empujar el desarrollo capitalista hasta sus últimas consecuencias, de tal forma que se crearan las condiciones para la lucha revolucionaria decisiva, la destrucción del capitalismo.
Desde el momento en que, con la entrada en decadencia del capitalismo, la perspectiva revolucionaria del proletariado se presenta como su sentencia de muerte, en que como decía Lenin, «cada huelga esconde la hidra de la revolución», las estructuras sindicales junto con todas las tentativas más o menos radicales de crear organizaciones de masas permanentes son recuperadas por el Estado burgués que se hace más y más totalitario.
En tales condiciones, podemos declarar una zona autónoma liberada de las relaciones capitalistas, pero inmediatamente estas penetran por diferentes canales: por un lado, la ideología dominante reproduce sin cesar el individualismo, la lucha de todos contra todos, la moral del “todo vale”, la atomización y la incomunicación; por otra parte, los imperativos del intercambio mercantil se acaban imponiendo en el seno mismo de las estructuras “liberadas”; en fin, el Estado burgués, omnipresente y totalitario, utiliza sucesivamente el palo y zanahoria, ora la seducción, ora la amenaza, ora la indiferencia, para acabar absorbiendo ese territorio inicialmente fuera de su control. El resultado no es la ampliación del “área de la autonomía” sino su progresivo aislamiento; no es la creación de una relación de fuerzas con el Estado y el Capital sino su absorción por estos a través de mecanismos “radicales” que confunden y desvían a la mayoría. No podemos analizar aquí las numerosas experiencias que desde hace mucho tiempo se han pretendido realizar, con la mejor voluntad, de crear “islotes liberados” en el océano del capitalismo: desde las colectividades anarquistas de 1936 -a las que ya nos hemos referido- a las numerosas comunidades “liberadas” que proliferaron al calor de una falsa interpretación del movimiento de 1968. Sin embargo, las lecciones de estas experiencias son vitales para no volver a caer en los mismos callejones sin salida.
¿Es la conciencia de los fines revolucionarios de las “áreas autónomas” una garantía de que funcionen según criterios de producción alternativos el capitalismo?
El “proyecto autogestionario” es, en el mejor de los casos, una utopía. El concepto de utopía no tiene necesariamente una connotación negativa, algo que ahora no existe no significa que no pueda acabar existiendo, es ajeno al marxismo un materialismo vulgar que sólo reconoce como “real” aquello que se puede ver y tocar en el presente. El marxismo reconoció en los escritores utopistas que le precedieron, elementos positivos en su crítica del capitalismo: «Los inventores de estos sistemas ven, ciertamente, el antagonismo de las clases, al igual que la efectividad de los elementos disolventes contenidos en la misma sociedad dominante» (Manifiesto Comunista); e intuiciones sobre la perspectiva de una nueva sociedad, «sus tesis positivas sobre la sociedad futura, por ejemplo supresión del contraste entre la ciudad y el campo, supresión de la familia, de la ganancia privada,, del trabajo asalariado, o el anuncio de la armonía social, la transformación del Estado en mera administración de la producción» (Ídem). Pero al mismo tiempo, desveló su impotencia para descubrir las condiciones materiales que presiden y dirigen el antagonismo social: «no vislumbran ninguna acción histórica independiente por parte del proletariado, ningún movimiento político peculiarmente suyo. Como el desarrollo del antagonismo de clases va parejo al de la industria, no encuentran tampoco las condiciones materiales para la liberación del proletariado, y buscan una ciencia social, leyes sociales, que creen esas condiciones. En lugar de la actividad social, tiene que intervenir su personal actividad inventiva; en lugar de las condiciones históricas de la liberación, una organización fantástica, en lugar de la gradual organización del proletariado en clase, una organización de la sociedad imaginada para el caso. La futura historia mundial se reduce para ellos a la propaganda y la realización práctica de sus proyectos de sociedad...» (Ídem)
Esta actitud podía comprenderse en los albores del capitalismo, cuando los antagonismos de clase apenas estaban desarrollados, cuando costaba ver al proletariado como sujeto social revolucionario; hoy, la campaña del “fin de la lucha de clases”, del “fin del proletariado”, de la “globalización”, etc., presenta un capitalismo rejuvenecido y un proletariado que poco menos que está integrado y forma parte de él. Esto puede tener un impacto en compañeros que se plantean un combate revolucionario, llevándoles a buscar un “nuevo sujeto revolucionario” distinto del proletariado. No podemos desarrollar aquí nuestra argumentación de por qué el proletariado es la clase revolucionaria y lo sigue siendo[7], la cuestión es la siguiente ¿puede todo ese conjunto de organizaciones que podrían conformar según vosotros la “Red de Redes” constituir un vehículo de toma de conciencia y erigirse en cierta forma en un “nuevo sujeto revolucionario” vehículo de la multitud?
Podemos contribuir a la respuesta de esta pregunta con un pasaje de un reciente artículo de intervención en Argentina sobre los Comedores Populares[8]. En él señalamos: «Se podría decir que al menos la actividad del Comedor serviría para agrupar a la gente y plantearle los problemas que hay en la sociedad, cómo luchar contra ellos. En definitiva, serviría para ganar gente a la causa de la lucha revolucionaria. Compañeros que participan en esos organismos dan ese argumento: “la verdad es que lo que hacemos no sirve para nada, es reformista y le hace el caldo gordo al Estado, pero, al menos, logramos reunir a la gente, concienciarla y enseñarle a ser solidaria”. Actualmente en Argentina, en organizaciones de base (piqueteros, comedores, empresas autogestionadas, redes de economía solidaria etc.) hay muchos miles de personas “organizadas”, que supuestamente “se reúnen”, “se conciencian”, “hacen algo” etc. En apariencia, esto representa una fuerza imponente, pero en la realidad, hay miles y miles de personas paralizadas, atadas de pies y manos por el Capital y su Estado (…) La actividad que domina esas organizaciones es la asistencia, el mantenimiento de la miseria, su utilización por el Estado para perpetuar la explotación. Todo eso se hace contra la voluntad y los deseos de la mayoría de ellas. No se puede discutir de cómo salir de la miseria cuando todo lo que se está haciendo gira alrededor de cómo mantenerse dentro de ella. Por ello, por mucha buena voluntad que se le ponga, por muchos intentos de persuasión que se hagan, no se podrá desarrollar una discusión y una actividad dirigidas a la lucha revolucionaria».
Cada una de esas organizaciones no tiene como base atacar las causas de la miseria, de la explotación, de la atomización y el sufrimiento psicológico de los seres humanos, sino, en el mejor de los casos, proporcionar un paliativo más o menos temporal. De esta forma, la situación que ha motivado su surgimiento se perpetúa y se agrava. Esto no puede producir sino desilusión, desmoralización y conducir al abandono de cualquier actividad de lucha. Por otro lado, sí estas organizaciones no atacan las causas sino que, en el mejor de los casos, abordan tal o cual efecto, ¿qué conciencia pueden desarrollar? Realmente ninguna pues están desviando las energías, el entusiasmo, la entrega apasionada, de compañeros sinceramente revolucionarios hacia toda clase de cuestiones secundarias y de callejones sin salida.
Pero, al menos, ¿se podría desarrollar una solidaridad, una aptitud para la cooperación, en esos participantes? En estas organizaciones la experiencia muestra que si bien al principio hay un impulso sincero de solidaridad -lo que es muy laudable- este se va extinguiendo poco a poco, apagado por el agua de las actividades cotidianas dentro de esas organizaciones que no son otras que una acción encerrada de forma claustrofóbica en el barrio o la localidad, el desarrollo de una competencia, las maniobras y manipulaciones de los diversos “dirigentes”, “coordinadores” etc.
Sí hemos de organizarnos para la lucha contra la miseria física y moral que golpea a la gran mayoría de la humanidad hemos de darnos los principios, la organización y el tipo coherente de actividad que suponga una lucha real contra ella. Desarrollar esta cuestión nos llevaría mucho espacio por lo que preferimos referirnos al pasaje final del artículo antes citado: « Sólo la lucha de la clase obrera puede acabar con las causas de la miseria. Sin embargo, su lucha es todavía muy limitada y va a tardar tiempo en tomar una fuerza revolucionaria que le permita levantarse contra el capitalismo. Entretanto, hay que contribuir con una actividad de discusión, de intervención en las luchas, de reagrupamiento internacional de los revolucionarios, de animación de círculos de discusión en torno a las posiciones comunistas. Es una actividad que parece “abstracta”, desligada de todo lo inmediato que nos rodea, pero cada vez que hay una lucha masiva de la clase obrera vemos la utilidad de que haya un puñado de revolucionarios que contribuyan con análisis, propuestas y orientaciones al avance de su lucha».
Esperamos poder contribuir a la discusión que lleváis sobre estas cuestiones, y que se desarrolla igualmente en Argentina, a partir de las “empresas recuperadas” y la autogestión.
Saludos Comunistas
Corriente Comunista Internacional 2-1-06
[1]Por necesidades del debate consideramos vuestra toma de posición como algo acabado. Sin embargo, somos conscientes de que estáis en evolución y sois muy abiertos a argumentos, análisis y hechos que os puedan aclarar las cosas. Por eso mismo estamos abiertos a toda aclaración, precisión o rectificación que estiméis oportuna.
[2]En este pasaje expresáis una preocupación muy justa: se insiste en la necesidad de crear lazos de fraternidad, se da importancia a la afectividad como un elemento de la lucha contra el Capital. Nosotros hemos respondido a esta preocupación -que forma parte de las necesidades subjetivas de la revolución social- en un texto sobre la Confianza y la Solidaridad aparecido en REVISTA INTERNACIONAL números 111 y 112. Sin embargo, sí la preocupación es justa la cuestión a plantearse es: ¿encuentra en la construcción de “áreas anticapitalistas” el contenido y la dinámica adecuados para realizarse? Es lo que vamos a abordar a continuación.
[3]Escribió en 1848 “The social system”, y después de la revolución de Febrero en Francia, envió al gobierno provisional una propuesta de “organización del cambio”
[4]Podemos referirnos al caso famoso de Lip en Francia ( en Révolution Internationale vieja serie -en francés-; disponibles fotocopias); o «El mito de las colectividades anarquistas» en España 1936, en la Revista Internacional nº 15, reeditado en el libro: Franco y la República masacran al proletariado
[5]Esta existencia universal del capital no es un fenómeno de la globalización, o del pos-fordismo, pues ya estaba claramente planteada en el Manifiesto Comunista en 1848: «La necesidad de dar salida cada vez más amplia a sus productos, empuja a la burguesía a moverse por el globo entero. En todas partes tiene que anidar, en todas partes ampliarse, en todas partes crear conexiones. La burguesía, con su explotación del marcado mundial, ha configurado la producción y el consumo de todos los países a escala cosmopolita. Con gran pesar de los reaccionarios, ha sustraído a la industria el suelo nacional bajo sus pies. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas, y lo siguen siendo a diario. Quedan desplazadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en una cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas del lugar, sino que las elaboran procedentes de las zonas más alejadas, y sus productos no se consumen ya en el propio país, sino simultáneamente en todos los continentes. En lugar de las viejas necesidades, satisfechas con productos del campo, aparecen otras nuevas necesidades que requieren ser satisfechas con productos de los países y climas más lejanos. En lugar de la antigua autarquía y aislamiento locales, surge un intercambio universal, una interdependencia universal entre todas las naciones. Y no sólo en la producción material, sino también en la intelectual. Los productos intelectuales de cada nación se convierten en propiedad común. La peculiaridad y limitación nacionales se van tornando imposibles de día en día y de las muchas literaturas nacionales y locales se forma una literatura mundial»
[6]De una fábula de Esopo, donde un fanfarrón afirmaba que en Rodas había dado un salto prodigioso, los que le escuchaban le dijeron: “Aquí esta Rodas, salta aquí” (demuéstranoslo)
[7]Ver en la REVISTA INTERNACIONAL los números 73 y 74 el artículo “¿Quién puede cambiar el mundo?”; en REVISTA INTERNACIONAL números 103 y 104 el artículo “¿Por qué el proletariado no ha hecho todavía la revolución?”; la Serie aparecida en ACCION PROLETARIA números 145 a 152 “Respuesta a las dudas sobre la clase obrera” así como 3 artículos de intervención en debates recientes también aparecidos en ACCION PROLETARIA: “Hablan de autonomía obrera para mejor colar el mensaje del fin del proletariado”;”Foro de discusión sobre la «autonomía obrera»: ¿Quien puede acabar con el capitalismo?” y “A propósito de la carta de un lector: ¿En qué consiste la lucha de clases del proletariado?”.
[8]Ver en nuestra Web: ccionline/comedores.htm