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Tras la invasión de Irak, Afganistán se ha convertido en un foco central de las confrontaciones imperialistas por su posición geoestratégica y todas las potencias que aspiran a jugar un papel en el escenario mundial envían tropas para tener una presencia militar en el país; incluso potencias de tercer orden como España. El gobierno Zapatero, que anunció con trompetas y tambores su orden de retirada de las tropas españolas de Irak, puso sin embargo la sordina para colar, "por lo bajini", su implicación en el despliegue de un dispositivo militar mayor en otras misiones, entre otras en Afganistán, donde además acaba de anunciar el envío de un refuerzo de 220 soldados. Claro que, mientras en Irak se trataba de una "invasión ilegal", en Afganistán las tropas están en una "misión de paz", como nos recuerda machaconamente la ministra Chacón. Visiblemente una "paz"... ¡de los cementerios! Como confirman los "daños colaterales" de los bombardeos repetidos (protagonizados por distintas fuerzas militares) a la población civil, o los atentados contra las tropas de la OTAN, en medio de una confrontación con los Talibanes, con los Señores de la guerra, y de las distintas potencias entre sí, como ha podido verse últimamente en la tentativa de debilitar la posición de Alemania en la región descubriendo su responsabilidad en la masacre de inocentes, o en la denuncia particularmente de la burguesía italiana tras el atentado a sus tropas, de la inactividad de las tropas españolas.
« La guerra marcha mal. Gran parte del sur del país está fuera del control del Gobierno. Una insurgencia multiforme y dispersa se ha hecho fuerte y amenaza con desencadenar una insurrección generalizada contra las tropas occidentales y el gobierno respaldado por ellas. En Gran Bretaña, la población, cada vez más escéptica, querría saber por qué están muriendo sus soldados. Y a medida que sigan aumentando los costes y las bajas, los americanos empezarán también a hacerse esta pregunta cada vez más en voz alta ». (The Economist 22/8/2009).
Que una publicación tan sesuda como The Economist, se plantee estas cuestiones sobre la guerra de Afganistán es un síntoma inequívoco de que las excusas oficiales de esa aventura militar se van agotando.
Muchas fueron las justificaciones que se esgrimieron para esta guerra. La primera y principal, al calor de los atentados del 11-S en Nueva York y Washington, radicaba en que, supuestamente, el gobierno de los talibanes en Afganistán había estado implicado en los ataques, o que, como mínimo, constituía un "santuario de terroristas" como Osama Bin Laden o el grupo Al-Qaeda que sí habían participado directamente.
La "guerra contra el terror" - culminada con las invasiones de Afganistán en 2001, y más tarde la de Irak en 2003 - estaba presuntamente destinada a erradicar o, al menos, a combatir el terrorismo. Pero ¿qué es lo que ha sucedido verdaderamente?: Pues exactamente todo lo contrario: una masiva exacerbación del terrorismo en todo el mundo. Y tampoco puede decirse que se haya detenido la beligerancia de las fuerzas islamistas "radicales", sino al revés: Afganistán e Irak se han convertido en el foco de atención y el polo de atracción, de multitud de bandas estilo Al- Qaeda y similares.
De hecho sus repercusiones se han hecho sentir en todos los rincones del planeta, como se pudo comprobar con los atentados de Madrid en 2004 (entonces España bajo el gobierno de José María Aznar participaba en la invasión de Irak), o los de Londres en el año 2005.
Y si bien los talibanes fueron en efecto desalojados del poder en Afganistán, se han visto en cambio reforzados por otras vías, sirviendo, por ejemplo, como factor aglutinador de un sinfín de fuerzas dispersas en Pakistán. Por otro lado siguen controlando el comercio del opio de amplias zonas de Afganistán. Es verdad que los talibanes utilizan el terror y el asesinato para imponer su autoridad en esas regiones, pero también es cierto que la creciente impopularidad del gobierno y de las fuerzas de ocupación de la OTAN, empujan cada vez más adeptos a sus filas. Las matanzas de civiles por los bombardeos aéreos que son cada día más frecuentes, como se puso de manifiesto con la masacre de Kunduz a principios de Septiembre, contribuye también sin duda a alimentar ese aflujo de nuevos combatientes talibanes.
También se adujo como justificación de la guerra que llevaría la democracia a Afganistán, Irak y a todo Oriente Medio. Pues bien pocas cosas puede decirse que han cambiado en Afganistán. En primer lugar porque el gobierno de Karzai apenas extiende su control más allá de las fronteras de Kabul, y dado el aumento de los atentados en esta ciudad, cabe suponer que incluso ésta va menguando. Los "señores de la guerra" locales, como Abdul Rashid Dostum, no han cedido ni una pizca de su poder al gobierno de Kabul, sino que más bien han estrechado su control sobre sus dominios a pesar de los múltiples intentos por atraerlos al "proceso democrático".
Del propio gobierno de Karzai se ha señalado su patente corrupción y brutalidad hasta el extremo de que a los ojos de muchos afganos apenas puede diferenciarse de sus predecesores en el poder: «Durante su recorrido de campaña electoral, el presidente Hamid Karzai ha apelado a sus enemigos que acordaran la paz. Pero su gobierno - inepto, corrupto y criminal - no parece ser merecedor de confianza. En aquellas regiones de Afganistán de las que se ha expulsado a los insurgentes y se ha restaurado la autoridad del gobierno, sus habitantes añoran a menudo a los señores de la guerra que se mostraban menos inmorales y brutales que la banda de Mr. Karzai». (The Economist, op. cit.).
Este año ya se ha convertido en el más mortífero desde 2001. A fecha de 25 de Agosto ya son 295 los soldados de las fuerzas internacionales que han perdido la vida allí. Una parte de ellos lo ha sido a consecuencia del "mini-despliegue" ejecutado por esas tropas para proporcionar una imagen de una mínima "estabilidad" para que pudieran celebrarse las recientes elecciones generales. Y, sin embargo, ha vuelto a cosecharse otro estrepitoso fracaso, pues tal despliegue no sólo no ha conseguido debilitar a los talibanes, sino que ha contribuido a que dichas elecciones tuvieran lugar en un clima de miedo e intimidación. Antes de estas votaciones 10 soldados británicos murieron en una confrontación con los talibanes en el distrito de Babají, en una concienzuda preparación del terreno para unas elecciones "plenamente libres". ¿Y cuál fue el resultado?: «Las informaciones que señalan que en esa zona apenas votaron 150 personas, de un censo que alcanza las 55 mil, no han sido desmentidas por las autoridades afganas» (BBC, 27 de Agosto de 2009). Desde el mismo momento en que se cerraron las urnas no dejan de multiplicarse las evidencias del flagrante pucherazo electoral.
Y junto a la intención de instaurar las bondades de la democracia se proclamó igualmente la defensa de los derechos de la mujer en esas atrasadas sociedades patriarcales. Y también en esto, una vez más, la realidad dista mucho de las proclamas. La nueva Constitución afgana, aprobada hace ya cinco años, prometía igualdad y extensión de los derechos humanos a las mujeres, pero desde entonces los talibanes no han dejado de clausurar escuelas para chicas. En cuanto al Gobierno de Karzai, en lugar de proteger los derechos de la mujer, se ha dedicado a concertar alianzas con grupos religiosos, y consecuentemente a promulgar decretos que, efectivamente, legalizan la violación en el matrimonio.
Y, mientras tanto, la guerra de Afganistán se extiende cada vez más a Pakistán. La Administración Obama ha dejado claro que para ella Afganistán y Pakistán son estratégicamente más importantes que Irak. Desde los media se nos ha intentado persuadir de que la guerra de Irak estaba más o menos liquidada y que eso permitiría concentrarse ahora en otros focos de conflicto. Y, sin embargo, el reciente rebrote de mortíferos atentados suicidas en Irak basta para evidenciar la inestabilidad que verdaderamente se vive allí. Pero, de todas formas, el auge de la influencia de los talibanes en zonas de Pakistán que escapan ya del control del Gobierno, ha conducido a una escalada militar en la que cada vez se emplean más los bombardeos con aviones no tripulados y ofensivas del ejército pakistaní. En la última de estas se produjeron choques muy sangrientos (el ejército reconoció haber matado a más de 1600 combatientes) y se ocasionó la evacuación forzosa de más de 2 millones de personas.
Las verdaderas razones de la aventura afgana
Y con el creciente desgaste de las coartadas oficiales de la guerra, se hace también más notorio para más gente su verdadero carácter imperialista.
Desde que los dos antiguos bloques imperialistas colapsaran a finales de los años 80, los Estados Unidos se han enfrentado a desafíos cada vez mayores a su posición de "gendarme mundial". Es verdad que no hay nadie que pueda discutirle su potencia militar, y que no hay ninguna nación - ni siquiera coaliciones de docenas de ellas - que pueda aspirar a competir directamente con ellos en ese terreno. Eso no quiere decir, sin embargo, que otras potencias no les discutan a los norteamericanos su dominio en varias regiones del orbe. Vemos hoy, sobre todo, el auge de China como un gigante económico que emplea profusamente el dinero obtenido de sus ventas para ir ganando disimuladamente influencia en regiones del globo que antes no despertaban su interés. Asistimos también a un resurgimiento de Rusia. Tampoco subestiman los gobernantes estadounidenses la amenaza de ver retada su autoridad en el corazón del capitalismo - Europa - por parte de Francia y, sobre todo, de Alemania.
Los Estados Unidos saben pues de sobra que si aspiran a mantener su "liderazgo" frente a tales desafíos, necesitan tener bajo su control las regiones estratégicas de Oriente medio y de Asia central, que resultan vitales tanto por las tradicionales razones geo-políticas que se remontan al "Gran Juego" imperialista del siglo XIX, como por su papel clave en la obtención y el suministro de cruciales fuentes de energía como el petróleo y el gas. Lo que está pues en juego son intereses imperialistas en el más amplio sentido de esta palabra: no es que las guerras de Irak y Afganistán estallen por orden de las compañías petroleras norteamericanas ávidas de beneficios inmediatos; sino porque corresponden a las necesidades a largo plazo del capitalismo de Estado norteamericano para poder frenar la decadencia de su dominación global.
Pero ¿Qué pinta Gran Bretaña en todo esto? Es verdad que tras el desmoronamiento de los bloques imperialistas Gran Bretaña empezó rápidamente a buscar una vía más independiente, como quedó de manifiesto cuando consintió el sabotaje de los esfuerzos estabilizadores de USA en los Balcanes en los años 90. Pero dado que la "independencia" de una potencia que, indiscutiblemente, está en una segunda categoría, es una especie de espejismo cada vez más desvaído, lo cierto es que desde 2001 y sobre todo con el desencadenamiento de la "guerra contra el terror", la burguesía británica se ha visto cada vez más enredada en los proyectos militares de USA tanto en Oriente medio como en Asia central. En Afganistán, además, se ve en la incomodísima posición de primera línea de las tropas de la OTAN a menudo escasamente equipadas, lo que deja a los soldados británicos cada vez más expuestos a la confrontación con los combatientes talibanes con una moral cada vez más reforzada.
Y si cada vez más gente, y no solo los familiares de las tropas allí enviadas, empiezan a interrogarse sobre las verdaderas razones de esta guerra, tampoco la clase dominante deja de exhibir su cinismo presentando falsas justificaciones. El primer ministro Brown, por ejemplo, sigue defendiendo que la guerra es un medio para prevenir las atrocidades terroristas en Londres o Glasgow. Y al mismo tiempo se quiere desviar nuestra atención con debates como si se debe o no gastar más dinero para comprar el equipamiento más moderno para las tropas, cuando las verdaderas cuestiones son: ¿Por qué vive esta sociedad en un estado de guerra permanente? ¿Cómo podemos luchar contra la guerra y contra el sistema que la engendra?
Graham 4/9/9.
Artículo traducido de World Revolution (publicación de la CCI en Gran Bretaña).