Los anarquistas y la guerra (I): La traición al internacionalismo en 1914 por parte de la Socialdemocracia y los anarquistas

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En el actual medio anarquista, y sobre todo en Francia y en Rusia, se está produciendo un debate entre dos concepciones opuestas: la de quienes tratan de desmarcarse y la de los que asumen la postura nacionalista que subyace en la defensa de los regionalismos, de la "identidad étnica", o de las luchas de liberación nacional, cuestiones estas que, muy frecuentemente, resultan características de este medio y que en muchos casos representan una de sus principales debilidades. Hay que decir que el curso catastrófico en el que cada vez más se adentra la sociedad capitalista empuja a quienes desean de todo corazón ser partícipes de la revolución social a examinar, con todo rigor, las perspectivas que se abren ante el proletariado. Estas pueden ser favorables al desarrollo de las luchas obreras pero también han de verse en la oposición al desarrollo de la barbarie  de la guerra imperialista, un fenómeno que dada la evolución que toma la situación del capitalismo decadente, está cada vez más presente, y con efectos también más destructivos, alcanzando, prácticamente, a todos los continentes.

La única actitud que, de acuerdo a sus intereses, puede adoptar el proletariado ante la guerra imperialista es, en primer lugar, la de rechazar completamente cualquier participación al lado de ninguno de los contendientes, y, en segundo lugar, la denuncia de toda fuerza de la burguesía que, con la excusa que sea, llame a los trabajadores a dar su vida por uno u otro de los bandos imperialistas. Ante una situación de guerra imperialista, la clase obrera debe anteponer la única salida posible: el desarrollo de la lucha más consciente y más intransigente para poder derribar el capitalismo. Por ello, la cuestión del internacionalismo constituye el criterio decisivo para afirmar o negar la pertenencia de una organización, o de una corriente política, al terreno del proletariado.

La base de este internacionalismo es el carácter universal de las condiciones de brutal explotación de su fuerza de trabajo que se imponen a los trabajadores sea en el país o en el continente que sea, Fue precisamente ese internacionalismo lo que hizo surgir en el movimiento obrero la Primera Internacional. La justificación del internacionalismo reside en el hecho de que las condiciones de emancipación del proletariado son, asimismo, internacionales: por encima de fronteras y los frentes militares; más allá de los distintos orígenes y las diferentes culturas de los trabajadores, la clase obrera forja su unidad en la lucha común contra las condiciones de explotación y en el interés, también común, en la abolición del asalariado y la construcción del comunismo. Este terreno común es el fundamento de su naturaleza como clase.

Sin embargo, para el anarquismo, el internacionalismo se desprende más bien de  "principios" abstractos tales como el antiautoritarismo y el rechazo del poder, venga de donde venga, del anti-estatismo, de la libertad, etc., y no de una comprensión clara de que el internacionalismo constituye una frontera, intangible pero fehaciente, que delimita el terreno de clase del proletariado del campo del capital. Esto es lo que explica que, como iremos viendo, la historia del anarquismo se ha visto atravesada por continuas oscilaciones entre tomas de posición claramente internacionalistas, pero también posiciones pacifistas y humanistas estériles, cuando no abiertamente belicistas.

En la serie de artículos que ahora iniciamos, vamos a tratar de entender por qué ante las principales confrontaciones imperialistas - por ejemplo las dos Guerras Mundiales - la gran mayoría del medio anarquista no ha llegado a defender el interés de la clase obrera y sí, en cambio, se ha dejado ganar por el nacionalismo burgués, mientras que, por el contrario, una pequeña minoría sí se mantenía firme en la defensa del internacionalismo proletario.

La traición al internacionalismo por parte de la Social Democracia y el anarquismo en 1914.

Con el estallido de la Primera Guerra mundial, asistimos a la vergonzosa quiebra de la Internacional Socialista, con el sometimiento de la gran mayoría de sus partidos al capitalismo, declarando sin tapujos una Unión Sagrada con las respectivas burguesías nacionales de cada país, y fomentando la movilización del proletariado para la guerra imperialista. También vimos a las componentes más importantes del movimiento anarquista trocarse en pro-belicista en provecho del Estado burgués. Así, los Kropotkin,  Tcherkesoff, o Jean Grave se convirtieron en los defensores más encarnizados de Francia: «No permitáis que esos atroces conquistadores aplasten otra vez la civilización  latina y el pueblo francés... No les dejéis que impongan a Europa un siglo de militarismo» [1] . E, invocando precisamente esa defensa de la democracia contra el militarismo prusiano, se volcaron en defensa de la Unión Sagrada: «La agresión alemana constituía una amenaza - ya consumada - no sólo contra nuestros anhelos de emancipación sino contra toda la evolución humana. Y por eso, nosotros los  anarquistas, nosotros los antimilitaristas, nosotros enemigos de la guerra, nosotros defensores fervientes de la paz y la fraternidad entre los pueblos, nosotros hoy nos sumamos a las filas de la resistencia y creemos que nuestro deber es no distinguir nuestra suerte de la del resto de la población»[2]. En Francia la CGT anarco-sindicalista echó por tierra sus propias resoluciones que le imponían que en caso de guerra debía desencadenar una huelga general, y en cambio se convirtió en propagandista histérico del acarreo de la carne de cañón a la matanza imperialista. «Contra el derecho basado en los puños, contra el militarismo germánico, ¡salvemos la tradición democrática y revolucionaria de Francia!», «partid sin vacilar, camaradas obreros a los que se os llama para defender, en las fronteras, la tierra francesa.»[3]. En Italia, por su parte, grupos anarquistas y anarcosindicalistas, crearon los "fasci" «contra la barbarie, el militarismo germánico, y la pérfida Austria católica y romana».

Y, sin embargo esta convergencia de la mayoría de la Socialdemocracia y del anarquismo en pro del apoyo a la guerra imperialista y el Estado burgués, obedecía a dinámicas fundamentalmente diferentes.

En el caso de la Socialdemocracia, su posición en 1914 ante la guerra constituye una traición al marxismo, la teoría del proletariado internacional y revolucionario cuyo principio básico es que los proletarios no tienen patria. En cambio, la adhesión a la guerra imperialista y a la burguesía, por parte de la gran mayoría de los dirigentes anarquistas del mundo ante la Primera Guerra Mundial no constituye un paso en falso, sino la consecuencia lógica de su anarquismo, es decir de sus posiciones políticas esenciales.

Así en 1914, la invocación del antiautoritarismo, es decir de lo intolerable que resultaba «que un país sea violentado por otro»[4], fue lo que sirvió a Koprotkin para justificar su posición chauvinista pro-francesa. De igual forma, al basar el internacionalismo en la "autodeterminación", es decir en «el derecho absoluto de todo individuo, toda agrupación, toda municipalidad, toda provincia, toda región, toda nación, a decidir por ellos mismos, de asociarse o no asociarse, de aliarse con quien ellos quieran o de romper tales alianzas»[5]; los anarquistas no hacen más que hacer suyas las divisiones que el capitalismo impone al proletariado. En última instancia la posición chauvinista se enraíza en el federalismo que constituye la base misma de toda la concepción anarquista. Al contemplar la nación como un "fenómeno natural", y por tanto también "el derecho de toda nación a su existencia y a su libre desarrollo", el anarquismo no advierte "más peligro en la existencia de las naciones que la propensión a ceder al ‘nacionalismo' inculcado por la clase dirigente para enfrentar a unos pueblos con otros". Por ello, ante la guerra imperialista, el anarquismo se ve impelido a distinguir entre "agresores" y "agredidos", o entre "opresores" y "oprimidos", etc., lo que le conduce a ponerse del lado del "más débil" o del que ve "sus derechos pisoteados",... Pero esa tentativa de basar el rechazo de la guerra en algo que no sean las posiciones de clase del proletariado deja el campo libre a las justificaciones de apoyo a uno u otro beligerante, es decir, en la práctica, a tomar partido por uno u otro bando imperialista.

La fidelidad a los principios internacionalistas afirmada por el movimiento de Zimmerwald y el desarrollo de la lucha de clases.

Y sin embargo algunos anarquistas sí consiguieron defender una posición netamente internacionalista. De hecho una minoría de 35 libertarios (entre los que figuraban A. Berkman, E. Goldmann. E. Malatesta, y D. Nieuwenhuis), publicaron en febrero de 1915, un manifiesto contra la guerra que señalaba: «Así pues resulta ingenuo y pueril que, tras haberse multiplicado las causas y las ocasiones de conflicto, se busque establecer las responsabilidades de tal o cual gobierno. No hay distinción posible entre guerras ofensivas y defensivas (...) Ninguno de los contendientes tiene el menor derecho a reivindicar para sí la civilización, como tampoco ninguno puede invocar el derecho a actuar en legítima defensa. (...) Sea cual sea la forma que revista el Estado, éste no es más que la opresión organizada en provecho de la minoría de privilegiados. Y el conflicto actual pone esto de manifiesto de manera tajante: todas las formas del Estado aparecen implicadas en esta guerra: el absolutismo de Rusia, el absolutismo mitigado con parlamentarismo de Alemania, el Estado que reina sobre pueblos de distintas razas como es el caso de Austria, el régimen democrático constitucional de Inglaterra, y el régimen democrático republicano francés. (...) El papel de los anarquistas ante la tragedia actual, sea cual sea su situación o su emplazamiento, es el de continuar proclamando que no existe más que una única guerra de liberación: aquellas que, en todos los países, libran los oprimidos contra los opresores, los explotados contra los explotadores» (6) . Esta capacidad para mantenerse fiel a las posiciones de clase fue aún más clara en las organizaciones proletarias de masas que reaccionaron contra el abandono progresivo de toda perspectiva revolucionaria por parte de la Socialdemocracia ya antes de la guerra, y que se orientaron hacia el sindicalismo revolucionario. En España, A Lorenzo, que ya militara en la Primera Internacional y que fundase la CNT, denunció inmediatamente la traición de la socialdemocracia alemana, de la CGT francesa y de los sindicatos ingleses, acusándolos de «haber sacrificado sus ideales en los altares de sus respectivas patrias, negando el carácter fundamentalmente internacional del problema social». En Noviembre de 1914 ya había aparecido otro Manifiesto firmado por grupos anarquistas, sindicatos y sociedades obreras de toda España y que insistía en esas mismas ideas: denuncia de la guerra, denuncia de todos los bandos beligerantes, reivindicación de la necesidad de una paz que «sólo podrá estar garantizada por la revolución social» (7). La reacción fue, en cambio, más débil, en el caso de los anarcosindicalistas que sufrían un peso mayor de la ideología anarquista. Pero aún así surgió, tras la traición de la CGT, una minoría opuesta a la guerra y que se reagrupó en el pequeño grupo La Vida Obrera de Monatte y Rosmer. (8)

Tras estallar, la nebulosa anarquista se escindió pues entre anarco-patriotas e internacionalistas. A partir de 1915, la reanudación de las luchas por parte del proletariado, y la creciente resonancia de la consigna. "transformar la guerra imperialista en guerra civil" lanzada por las Conferencias celebradas en Zimmerwald y Kienthal (9) , permitió a los anarquistas anclar su oposición a la guerra en la lucha de clases.

En Hungría, tras 1914, fueron militantes anarquistas los que se pusieron a la cabeza del movimiento contra la guerra imperialista. Entre ellos hay que destacar a Ilona Duczynska y Tivadar Lukacs que introdujeron y dieron a conocer en Hungría el Manifiesto de Zimmerwald. Con el impulso de esta conferencia internacionalista, el Círculo Galileo que se había fundado en 1908, y que se componía de una amalgama de anarquistas, socialistas excluidos de la socialdemocracia, pacifistas,... fue progresivamente decantándose y radicalizándose, pasando del antimilitarismo y el anticlericalismo al socialismo, y de una actividad propia de un círculo de discusión, a una actividad de propaganda más decidida contra la guerra y una presencia más activa en las luchas obreras que iban desarrollándose. Sus hojas contra la guerra aparecían firmadas por el «Grupo de Socialistas húngaros afiliados a Zimmerwald».

En España, la lucha contra la guerra íntimamente relacionada con el apoyo vehemente a las luchas reivindicativas que se multiplicaban desde 1915, constituyó la actividad fundamental de la CNT. Esta organización mostró una clara voluntad de debate y estar sumamente interesado en las posiciones de las Conferencias de Zimmerwald y Kienthal a las que saludó con todo entusiasmo.  De hecho discutió y colaboró con los grupos socialistas minoritarios que, en España, se oponían a la guerra. Se implicó además en un enorme esfuerzo de reflexión para tratar de comprender las verdaderas causas de la guerra y de los medios para luchar contra ella. Digamos, por último, que se alineó con las posiciones de la Izquierda de Zimmerwald, defendiendo que «como todos los trabajadores, deseamos que el final de la guerra sea el resultado del levantamiento del proletariado de los países en guerra» (10) .

Octubre de 1917, faro de la Revolución Proletaria.

El estallido de la Revolución en Rusia suscita un entusiasmo enorme. El movimiento revolucionario de la clase obrera y la insurrección victoriosa de Octubre de 1917 impulsan a las corrientes proletarias en el seno del anarquismo a situarse en su verdadero lugar. La aportación más fructífera de los anarquistas al proceso revolucionario se concretizó en su colaboración con los bolcheviques. La proximidad política y la convergencia de puntos de vista de los medios anarquistas internacionalistas con el comunismo y los bolcheviques se reforzaron más aún a escala internacional.

Así, por ejemplo, en la CNT, Octubre de 1917 se percibe como una verdadera victoria para el proletariado. La publicación Tierra y Libertad considera que «las ideas anarquistas han triunfado»(11) , y que el régimen bolchevique «está guiado por el espíritu anarquista y el maximalismo»(12) . Por su parte Solidaridad Obrera señala que «los rusos nos muestran el camino a seguir». El Manifiesto de la CNT proclama: «miremos a Rusia, miremos a Alemania, imitemos a esos campeones de la Revolución proletaria».

En cuanto a los militantes anarquistas húngaros, Octubre de 1917 determinó que su acción contra la guerra se orientara cada vez más nítidamente hacia la revolución. Por ello, y con objeto de apoyar el movimiento obrero que se encontraba en plena ebullición, se fundó en Octubre de 1918, y a partir del Círculo Galileo, la llamada Unión Socialista Revolucionaria, que en su gran mayoría estaba compuesta por libertarios, pero donde se agrupaban corrientes que se reivindicaban tanto del marxismo como del anarquismo.

En ese momento cabe señalar como ejemplo de la contribución a la revolución por parte de una parte del medio anarquista, la más comprometida con la causa del proletariado, la trayectoria de Tibor Szamuely, que se declaró anarquista durante toda su vida. Fue movilizado para combatir en el frente ruso, donde cayó prisionero en 1915. Tras Febrero de 1917 tomó contacto con los bolcheviques, y contribuyó a la organización de  un grupo comunista de prisioneros proletarios. Posteriormente se destacó por su participación en los combates que, durante el verano de 1918, tuvieron lugar en los Urales entre el Ejército Rojo y los Blancos. Cuando, en Hungría, se gestó una situación prerrevolucionaria, decidió regresar en Noviembre de 1918, para llamar con todas sus fuerzas a la creación de un partido comunista que fuera capaz de dar una dirección a las acciones de masas, y en el que pudieran agruparse todos los elementos revolucionarios. El reconocimiento de las imperiosas necesidades de la lucha de clases y de la revolución, llevó a muchos militantes anarquistas a superar su aversión por cualquier tipo de organización política, y sus prejuicios en contra de que el proletariado ejerza el poder político. Finalmente, a últimos de Noviembre de 1918, tuvo lugar la constitución del Partido Comunista, en el que participaron anarquistas tales como O. Korvin, o K. Krausz que editaba el diario anarquista Tarsadalmi Forrdalom. Este Congreso adoptó un programa en el que se defendía la validez de la dictadura del proletariado.

Este PC de Hungría «se dedicará, desde sus orígenes, a poner en práctica el poder de los Consejos Obreros» (13) . En el movimiento revolucionario que finalmente se desencadenó en Marzo de 1919, Szamuely asumió numerosas responsabilidades en las que destaca el Comisariado de Asuntos Militares que organizaba la lucha contra las  actividades contrarrevolucionarias. Muchos anarquistas, entre los que abundaban quienes habían participado en los motines de la flota en Cattaro en febrero de 1918, formaron, bajo la dirección de Cserny, las tropas de choque del Ejército rojo, que se destacaron especialmente en la defensa de Budapest que hizo fracasar la intentona franco-serbia de arrasar esa capital, así como en el apoyo a la efímera República de los Consejos que se declaró en Eslovaquia en mayo de 1919. A estas resueltas tropas se les conocía, dada su inquebrantable fidelidad a la revolución proletaria, como «los muchachos de Lenin».

En Rusia, durante la ofensiva blanca contra Petrogrado (octubre de 1919), también se puso de manifiesto la lealtad de los anarquistas a la revolución, cuando a pesar de sus muchos desacuerdos con los bolcheviques, declararon que: «La Federación Anarquista de Petrogrado, a pesar del escaso número de sus militantes por haber dado lo mejor de sus fuerzas en muchos frentes y al Partido Comunista bolchevique, se mantiene, en estos momentos de gravedad (...) enteramente del lado del Partido.» (14)

La puesta en cuestión de los dogmas anarquistas

La experiencia primero de la guerra mundial, y luego de la revolución, impuso a todos los revolucionarios un completo re-examen de las ideas y de los modos de actuación que mantenían antes de la guerra. Pero esta necesidad de adaptación no se planteaba en los mismos términos para todos. Ante la guerra, el ala izquierda de la Socialdemocracia, los comunistas (liderados por los bolcheviques y los espartaquistas), mantuvieron intransigentemente el internacionalismo. También pudieron - al comprender que el derrocamiento del sistema capitalista por parte del proletariado constituía la única vía para erradicar la barbarie guerrera de la faz de la tierra, y que eso ya era históricamente posible - jugar un papel decisivo estimulando y encarnando la voluntad de las masas obreras. Supieron pues asumir lo que correspondía hacer en aquel momento, situándose, esencialmente, en continuidad con su programa y analizando que dicha guerra inauguraba la fase de decadencia del capitalismo, y que, por tanto, el objetivo final del movimiento proletario, el comunismo, es decir el "programa máximo" de la social-democracia, constituía ya el objetivo inmediato por el que luchar.

No puede decirse lo mismo de los anarquistas, que no viendo más que "pueblos", debieron primeramente establecer su rechazo a la guerra y su internacionalismo, sobre unas bases diferentes a la retórica idealista del anarquismo y adoptar las posiciones de clase del proletariado para poder mantenerse fieles a la causa de la revolución social. Fue, precisamente, su apertura frente a las posiciones desarrolladas por los comunistas (sobre todo a través de los debates comunes que tuvieron lugar en las conferencias internacionales contra la guerra), lo que les permitió fortalecer su combate contra el capitalismo, superando, sobre todo, el peso del apoliticismo y del rechazo de toda lucha política, tan característicos de las concepciones inspiradas en el anarquismo. Así, por ejemplo, en el seno de la CNT, el libro de Lenin, "El Estado y la Revolución", fue recibido con mucho interés, y tras leerlo con toda atención se concluyó que ese folleto «establecía un punto de integración entre el marxismo y el anarquismo».

Deshaciéndose de los fardos del desprecio por la política o del antiautoritarismo, y basándose en su capacidad de aprender de la práctica de la clase obrera misma en su oposición a la guerra y en el proceso revolucionario en Rusia y Alemania, pudieron adoptar finalmente una actitud internacionalista consecuente. Así, en su Congreso de 1919, la CNT expresó su respaldo a la revolución rusa y reconoció la necesidad de la dictadura del proletariado. Subrayó, además, la identidad existente entre los principios y los ideales defendidos por la CNT, y los que encarnaba dicha revolución. Llegó incluso a plantearse y debatir sobre la adhesión a la Internacional Comunista. Por otro lado, el anarquista alemán E. Mühsam, tras haber participado en la República de los Consejos de Munich (en 1919), concluía que: «las tesis teóricas y prácticas de Lenin sobre la realización de la revolución y de las tareas comunistas del proletariado, dieron a nuestra acción una nueva base (...) Ya no hay obstáculos insuperables para una unificación de todo el proletariado revolucionario. Es verdad que los anarquistas comunistas han debido ceder sobre el punto más importante de desacuerdo entre las dos principales tendencias del socialismo: han debido reconocer la actitud negativa de Bakunin sobre la cuestión de la dictadura del proletariado, y hacer, en cambio, suyas, las tesis de Marx. La unidad del proletariado revolucionario es necesaria y no admite más demora. La única organización capaz de llevarla a cabo es el Partido Comunista alemán.» (15)

En el seno del medio anarquista existen, efectivamente, elementos sinceramente comprometidos con la revolución social y que, sin lugar a dudas, se muestran dispuestos a sumarse al combate de la clase obrera. La experiencia histórica deja claro que cada vez que han sido capaces de adoptar posiciones revolucionarias válidas, ha sido partiendo de las posiciones proletarias nacidas de la experiencia del movimiento real de la clase obrera, y acercándose a los comunistas para, precisamente, poder fructificarlas y hacerlas vivir en la práctica.

Scott.


 

[1] Carta de Koprotkin a Jean Grave, del 2 de Septiembre de 1914.

[2] Manifiesto de los Dieciséis (llamado así por ser ese el número de quienes lo firmaron) del 28 de Febrero de 1916

[3] La Batalla Sindicalista, órgano de la CGT, de Agosto de 1914.

[4] Carta a J. Grave.

[5] D. Guérin, El Anarquismo, publicado en francés en Idées Gallimard, p. 80. Hay edición en español en ED. Proyección, 1968, Buenos Aires

(6) La Internacional Anarquista y la guerra, febrero de 1915

(7) Véase nuestros artículos La CNT ante la guerra y la revolución (1914 - 1919) en nuestra Revista Internacional nº 129,  (/revista-internacional/200705/1903/historia-del-movimiento-obrero-la-cnt-ante-la-guerra-y-la-revoluci ) y en general toda la serie que hemos dedicado a la historia de la CNT desde la Revista Internacional nº 128 a la 133.

(8) Ver El anarcosindicalismo frente a un cambio de época: la CGT francesa hasta 1914 en Revista Internacional nº 120. ( /revista-internacional/200510/203/historia-del-movimiento-obrero-el-anarcosindicalismo-frente-al-camb)

(9) Ver sobre todo "La Conferencia de Zimmerwald en Septiembre de 1915: el combate de los revolucionarios contra la guerra", en francés en Revolution Internationale -órgano de la CCI en Francia - nº 361, octubre de 2005.

(10) Artículo "Sobre la paz, dos criterios", aparecido en Solidaridad Obrera en junio de 1917.

(11)  del 7 de Noviembre de 1917.

(12)  del 21 de Noviembre de 1917.

(13) R Bardy. 1919, la Commune de Budapest, en francés Ed. La Tête de Feuilles, 1972, p. 60.

(14) Víctor Serge, L'an I de la révolution russe, Ed la Découverte, p. 509. Hay edición en español en ED Siglo XXI, Madrid, 1972.

(15)  Carta de E. Mühsam a la Internacional Comunista, en septiembre de 1919 publicada en Bulletin Communiste nº 22, de julio de 1920.

Corrientes políticas y referencias: 

Cuestiones teóricas: