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El verano ha estado marcado por un nuevo desencadenamiento de la barbarie guerrera del capitalismo. En Georgia, en Afganistán, en Líbano, en Argelia, en Pakistán, la población civil ha sido salvajemente masacrada en los conflictos armados entre diferentes bandas imperialistas. Muchachos apenas salidos de la adolescencia han sido descerebrados para servir de carne de cañón en los atentados terroristas y las intervenciones militares de las pequeñas y grandes potencias. ¡Por todas partes el capitalismo siembra la muerte! ¡En todas partes la clase dominante se revuelca día tras día en el lodo y la sangre!
Y una vez más, tanto la burguesía de los países europeos como la de EEUU, participa en el despliegue de este caos sangriento en nombre de "la paz", de la lucha contra el "terrorismo", de la defensa de la "civilización" y los "derechos humanos", y de la democracia. Pretendiendo jugar a hacer de justicieros en Georgia, en Irak o en Afganistán, las grandes potencias no intentan en realidad mas que defender sus propios intereses de alimañas imperialistas en la escena internacional.
Las promesas de Bush padre de un «nuevo orden mundial» que abriría una nueva era de "paz y de "prosperidad" tras el hundimiento del bloque del Este, aparecen ahora cada vez más claramente como lo que eran en realidad: ¡Una enorme mentira! En nombre de este «orden mundial» se desencadenó la primera cruzada del Occidente "civilizado" contra la "barbarie" del régimen de Saddam Hussein: la operación «Tormenta del desierto» en 1991, que permitió al Estado americano experimentar sus nuevos armamentos (y particularmente las bombas de implosión o termobáricas, que volvían del revés, como guantes, a los soldados iraquíes). En realidad esta intervención masiva de las grandes potencias "democráticas no ha hecho sino abrir una caja de Pandora y agravar el caos mundial.
La locura asesina del capitalismo sólo puede continuar desarrollándose; puesto que este sistema decadente se basa en la división del mundo en naciones concurrentes, con intereses antagónicos, lleva consigo la guerra. El único medio de acabar con la barbarie guerrera es acabar con el capitalismo. Y esta perspectiva de derrocar el capitalismo no es una tarea imposible de realizar.
La guerra no es una fatalidad frente a la que la humanidad sería impotente. El capitalismo no es un sistema eterno. No lleva únicamente en su seno la guerra. También lleva las condiciones de su superación, los gérmenes de una nueva sociedad sin fronteras nacionales, y así pues sin guerra.
Al crear una clase obrera mundial, el capitalismo ha alumbrado a su propio enterrador. Porque la clase explotada, contrariamente a la burguesía, no tiene intereses antagónicos que defender, es la única fuerza de la sociedad que puede unificar a la humanidad. Es la única fuerza que puede edificar un mundo basado, no en la concurrencia, la explotación y la búsqueda de beneficios, sino en la solidaridad y la satisfacción de las necesidades de toda la especie humana. ¡Y esta perspectiva no es una utopía!
Contrariamente a lo que pretenden los escépticos de todo tipo y los ideólogos de la clase dominante, la clase obrera puede acabar con la guerra y abrir las puertas del porvenir. Y así lo mostró cuando acabó con la primera carnicería mundial gracias a la revolución de Octubre 1917 en Rusia, y a la revolución en Alemania en 1918.
Desde finales de los años 60, el desarrollo de las luchas obreras contra los efectos de la crisis ha impedido a la clase dominante alistar a los proletarios de los países centrales en una tercera guerra mundial.
Hoy, frente a la agravación de la crisis económica y a los ataques contra todas sus condiciones de vida, frente al callejón sin salida del sistema capitalista, los proletarios no están dispuestos a aceptar pasivamente el refuerzo de la miseria y de la explotación, como testimonian las luchas obreras que han surgido por todos los confines del mundo estos últimos años.
Aún queda mucho camino antes de que el proletariado mundial pueda elevar sus combates a la altura de los desafíos que plantea la gravedad de la situación actual. Pero la dinámica de las luchas obreras actuales, marcadas por la búsqueda de la solidaridad, así como la entrada de nuevas generaciones al combate de clase, muestran que el proletariado está en el buen camino.
Frente a la barbarie guerrera, los obreros de los países centrales no puedan quedar indiferentes. Son sus hermanos de clase los que caen cada día en los campos de batalla. Es la población civil (hombres, mujeres, niños, ancianos) la que se ve diezmada en cada conflicto por los peores actos de barbarie que el capitalismo acorralado secreta por todos sus poros.
Frente a los horrores de la guerra, el proletariado sólo puede adoptar una actitud: la solidaridad.
Esta solidaridad con las víctimas de los baños de sangre tiene que manifestarla en primer lugar rechazando elegir un campo beligerante contra otro. Tiene que manifestarla desarrollando sus luchas contra los ataques del capital, contra sus explotadores y sus masacradotes. Tiene que desarrollar su unidad y su solidaridad de clase internacional haciendo vivir su vieja consigna «Los proletarios no tienen patria. Proletarios de todos los países, ¡Uníos!»
Silvestre (26 de Agosto)