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Día tras día se suceden las muestras del horror que alcanza la «civilización» capitalista. A las terribles imágenes de los atentados y las matanzas que cotidianamente asolan Irak, Pakistán, Líbano, etc. les siguen las de las víctimas de todo tipo de catástrofes como el “accidente” que le ha costado la vida a cerca de 200 personas en un aeropuerto de Sao Paulo (Brasil), o la “fatalidad” que ha hecho volcar el cayuco que transportaba más de un centenar de emigrantes subsaharianos y que ha hecho que perezcan ahogados cerca de 80 de ellos, en lo que constituye ya la mayor de esas tragedias sucedida en aguas territoriales españolas.
Ante cada una de esas desgracias los media ofrecen solícitos una “explicación” circunstancial, una media verdad (la imprevisión de los gobernantes en el primer caso, la “temeridad” de los explotados en el segundo,...) que supone en realidad la peor de las patrañas, la que intenta ocultar a las víctimas de esas calamidades cual es la verdadera raíz de sus sufrimientos. Las matanzas, las hambrunas, los desastres ecológicos, el deterioro de las infraestructuras, etc., no son “fallos” del sistema capitalista sino el resultado inevitable de la dominación de las leyes de este sistema sobre la especie humana y el planeta entero. Y hoy asistimos a una acentuación de la frecuencia y de la intensidad de tales catástrofes, a una considerable agravación de la situación de barbarie, miseria y caos que vive la humanidad, como hemos analizado en nuestro último Congreso Internacional (ver reseña en este mismo número de AP).
En el frente de las matanzas, los atentados terroristas, las operaciones de “limpieza”,... en definitiva de las diferentes manifestaciones del fenómeno criminal de la guerra imperialista, la realidad desautoriza cada vez más tajantemente las patrañas que explicaban el caos y las masacres, por ejemplo en Irak, por el carácter forajido del imperialismo yanqui o por la ceguera sanguinaria de su presidente. No negamos la “media verdad” que contiene tal afirmación. Lo que denunciamos es que se utilice para ocultar la auténtica realidad de que tales características no son exclusivas del capitalismo yanqui, sino rasgos esenciales de todos los imperialismos, es decir de todos los capitales nacionales. Y, en segundo, que el caos y la irracionalidad que se manifiestan hoy en todos los focos de conflicto no proviene de la “obcecación” particular de tal o cual gobernante, sino del pozo ciego en que se adentra todo el capitalismo mundial, como analizamos en la editorial de nuestra Revista Internacional nº 129..
Así puede verse analizando los telediarios más recientes en los que junto a las cotidianas imágenes de los atentados y de los bombardeos en cualquier ciudad iraquí, han venido a sumarse las no menos dramáticas imágenes de esos atentados y esas matanzas en Afganistán, Pakistán, Líbano. En Afganistán, estamos viendo como la intervención militar con tropas de países que, como Alemania, Francia o España, se presentan como verdaderos “valedores de la paz”; ocasiona igualmente daños “colaterales” con miles de víctimas, bombardeadas (como el reciente ataque “erróneo” a una escuela en la que murieron decenas de criaturas), desplazadas de su residencia y sometidas al terror de señores de la guerra locales, a los que los 37 mil soldados de la OTAN avalan con el marchamo de “autoridades democráticas”. Es verdad, “media verdad”, que el “estilo Bush” de gestión de la postguerra en Irak ha dado como resultado un total desastre un creciente caos de pugnas y matanzas cotidianas y un poderoso fermento para la extensión de los conflictos a otras áreas geográficas, pero la auténtica realidad es que el modelo «multilateral y respetuoso con las resoluciones de la ONU» puesto en práctica en Afganistán lleva,..., ¡al mismo mortífero lodazal de terror y barbarie!
Y si es verdad que el fracaso norteamericano en Irak ha supuesto el epicentro de una sacudida de guerras y atentados en todo Oriente medio, no es menos cierto que el “impasse” de la intervención en Afganistán, amenaza con desestabilizar aún más toda la zona, y en particular al vecino Pakistán, donde cada vez aflora más el enfrentamiento del régimen del general Musharraf con los talibanes afrentados a la par que enardecidos por lo que sucede en Afganistán. No es de extrañar que, en tal tesitura, las “grandes potencias democráticas” hayan decidido con el supino cinismo que les caracteriza, mirar para otro lado cuando este mandamás decidió responder con un baño de sangre (se calculan cerca de 300 muertes) el desafío que le lanzaron los talibanes que se habían adueñado de la Mezquita Roja de Islamabad. Ya hace tres años vimos como estos campeones mundiales de los “derechos humanos” que son las democracias occidentales respondían con suma tibieza a la matanza de Beslán perpetrada por la policía de Putin en una escuela de Osetia del Norte. Pero ahora se han superado en hipocresía y desfachatez, al justificar las atrocidades cometidas por el ejercito pakistaní porque los talibanes... ¡¡ «han tomado a la población civil como rehén»!!, lo que, a pesar de su apesadumbrado fingimiento, supone el proceder habitual de todas las fracciones en la guerra imperialista ¿O no es eso mismo lo que están haciendo Hamás y Al Fatah con la atribulada población palestina? Resulta desde luego repugnante que todos los actores de esa auténtica “limpieza” esta vez no étnica sino sectaria como en Irak, se llenen la boca con el “pueblo palestino”, cuando este es en realidad el rehén, el que pone los muertos y la miseria de una pelea que enfrenta a los gángsters de Hamás armados y pertrechados por el imperialismo iraní, con los no menos gangsteriles milicianos de Al Fatah esta vez respaldados por Egipto y Jordania, e incluso por el propio gobierno israelí. Por su parte las “civilizadas” democracias occidentales no han dudado en utilizar la “ayuda humanitaria” como chantaje para doblegar al gobierno de Hamás, lo que estos han endosado a la población, que ha visto por ejemplo como los trabajadores públicos no han recibido sus salarios durante meses.
A pesar de las patrañas y las mistificaciones, lo cierto es que una de las consecuencias más evidentes de la agravación de la guerra imperialista es que cada vez hay mayor proporción de la población mundial directamente amenazada por tales conflictos, sea en el cinturón de barbarie que recorre el vientre del mundo (desde el Líbano en el Mediterráneo hasta el Océano Indico), sea en las principales metrópolis donde millones de seres humanos somos objetivos potenciales, como se ha visto en Nueva York, Madrid o Londres, de atentados terroristas.
El avance de la crisis histórica del capitalismo supone un peligro mortal para la humanidad. Cada vez mayor cantidad de seres humanos debe abandonar regiones enteras para intentar sobrevivir en los cada vez más escuálidos reductos donde aún se puede encontrar trabajo (cada vez más precario), vivienda (cada vez más inasequible e indigna) y un mínimo de prestaciones sociales como sanidad, educación, aunque cada vez peor dotadas. Esa búsqueda desesperada de la supervivencia es lo que explica que cientos de miles de personas arriesguen sus vidas, y en muchos casos las pierdan, en la búsqueda no de un paraíso sino de un infierno menos candente. Y no nos estamos refiriendo únicamente a los centenares de miles de emigrantes que tratan de llegar a Europa desde Africa, o de alcanzar Estados Unidos desde Centroamérica. Hablamos también, por ejemplo de los millones de arruinados campesinos chinos que emigran a las ciudades de la costa y que, aceptando unas condiciones de vida infames, rayanas en la esclavitud, constituyen la base esencial del llamado “milagro chino”. Así pues, el trasfondo de este verdadero icono propagandístico de la pujanza del capitalismo, no es el descubrimiento de un nuevo territorio ignoto, ni un hallazgo tecnológico que aumente la productividad del trabajo, sino la degradación a unos niveles bestiales de los costes salariales, es decir el empobrecimiento de la clase obrera mundial. A lo largo de sus más de 250 años de existencia la clase proletaria ha conocido indudablemente momentos de deterioro de sus condiciones de vida,... pero a diferencia de lo que sucedió en aquellos momentos del pasado; los sacrificios y la miseria actual no traerán ningún futuro mejor ni para nuestros hijos ni para la humanidad en sucesivas generaciones.
Lo único que precisamente puede ofrecer un porvenir es la lucha contra esos sacrificios, la defensa de las necesidades como seres humanos contra la lógica de este sistema explotador basada en la acumulación de capital. Por eso resultan tan importantes las luchas obreras contra la explotación que se están desarrollando en estos últimos años (y de cuyas ultimas manifestaciones informamos en este mismo número de AP). Por eso son igualmente trascendentales para el futuro de la humanidad, los esfuerzos de toma de conciencia que se desarrollan en minorías de la clase explotada sobre el futuro que puede depararnos el capitalismo, y que alternativa de organización social puede eliminar definitivamente de la faz de la tierra la guerra, la miseria y la barbarie.
Etsoem 21 julio de 2007