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Cada día que pasa, la inmensa mayoría de la humanidad sufre mayores padecimientos (guerras, epidemias y hambruna, desastres “naturales”, pero también despidos paro y precariedad, desmantelamiento del llamado Estado del “bienestar”, imposibilidad de conseguir una vivienda,...) que no tienen más “justificación” que la pervivencia del sistema de explotación capitalista. La única esperanza de liberarse de ese “futuro” de miseria y barbarie, que es el único que puede ofrecer el capitalismo, reside en el desarrollo de la lucha de la clase llamada a desterrarlo de la faz de la tierra.
Y esa lucha resurge hoy en todos los rincones del planeta, desde Bangla Desh (ver AP nº 190) a Gran Bretaña, de los trabajadores del Metro de Nueva York a los jóvenes destinados a ser futuros trabajadores que se movilizaron masivamente en Francia en la primavera pasada contra una condena a perpetuidad a la precariedad (ver AP nº 188 y 189), de los obreros de Dubai, a los trabajadores del metal de Vigo (AP nº 189). Esas movilizaciones obreras tienen un significado muy importante. Ya hemos analizado que evidencian que el retroceso de las luchas de los años 90 ha tocado fondo y que suponen, también la incorporación al combate de una nueva generación de jóvenes trabajadores (ver por ejemplo nuestros documentos «Un nuevo período de confrontación entre clases» y «Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera del 2006 en Francia» en Revista Internacional nº 125). Son además, y por “intrascendentes” que puedan parecer en lo inmediato, las fraguas donde se van forjando, con victorias pero también con derrotas, las armas de la lucha emancipadora de la clase obrera: su solidaridad, su autorganización, su conciencia de clase.
La solidaridad es el fundamento indispensable de la unidad de los trabajadores, de su sentimiento de pertenencia a una clase no dividida por intereses particulares, sino que, independientemente de la edad, el sexo, la condición (activo, parado, jubilado o precario,..), la empresa, la nacionalidad, etc., tiene un mismo objetivo común de lucha contra la explotación. Ya vimos hace dos años como los trabajadores de la Mercedes de Bremen en Alemania paraban en solidaridad con sus compañeros de Sttutgart, aunque aquellos eran los “beneficiarios” del traslado de la producción (ver AP n1 178). El verano siguiente vimos a los trabajadores de Heathrow paralizar el aeropuerto en solidaridad con los despedidos de una empresa de “catering”, y poco después a los trabajadores del Metro de Nueva York ponerse en lucha para impedir un plan de pensiones que no les afectaba directamente a ellos sino a quienes, en el futuro, les sucedieran en el puesto de trabajo (ver AP nº 187). Más recientemente hemos visto a los obreros de Dubai (ver AP nº 190) solidarizarse con la lucha de compañeros procedentes de otros países, o la huelga masiva de más de 2 millones de trabajadores en Bangla Desh, radicalizados, en muchos casos, por el trato vejatorio que reciben las trabajadoras de las empresas textiles. También esa misma generosa solidaridad la vimos en SEAT cuando los obreros no despedidos pararon la fábrica al ver a sus compañeros que acababan de recibir la carta de despido, o los trabajadores de los astilleros de Vigo se sumaron a los trabajadores del metal de la provincia que luchaban por un convenio colectivo que frenara la precariedad del empleo, aún cuando aquellos no están afectados por dicho convenio. Y lo hemos visto, sobre todo, en los estudiantes franceses que renunciaron conscientemente a cualquier reivindicación corporativa, para en cambio, enviar delegaciones a las fábricas, a las oficinas de desempleo, a los barrios periféricos para explicar que la lucha contra la precariedad es una lucha de toda la clase obrera. La solidaridad obrera se busca y se recibe. Por ello los estudiantes franceses recibieron una formidable solidaridad que se palpó en las manifestaciones masivas y también en aparentes “anécdotas” (como la de los enfermos que pidieron al personal de los hospitales que preferían que acudieran a las manifestaciones a que se quedaran a cuidarles), pero que ponen de manifiesto ese sentimiento de implicación en la lucha que sentimos como nuestra, aunque no seamos los destinatarios directos e inmediatos de las medidas que contra tal o cual condición obrera.
Pero si la lucha obrera necesita ese corazón solidario, necesita igualmente un pulmón que lo oxigene y lo nutra, con discusiones para clarificar el curso de la lucha, con la toma colectiva de decisiones sobre iniciativas y propuestas que implican a todos los trabajadores en lucha. Ese pulmón son las ASAMBLEAS: la única autorganización masiva de la clase obrera, y que constituyen no sólo el medio para impedir que los sindicatos se apoderen de la lucha y la conduzcan a la derrota, sino también como el medio vivo para palpar con todos los sentidos la fuerza o la debilidad, para trasmitir coraje a los indecisos, para ganar nuevas fuerzas, o, también, para constatar que no las tenemos y decidir colectiva y conscientemente para el combate. Por eso los obreros del metal de Vigo impulsaron asambleas generales en la plaza principal de esa ciudad a las que podía asistir quién quisiera aportar algo a la lucha. Por eso cuando los sindicatos les propusieron que cada trabajador votara en su centro de trabajo el preacuerdo alcanzado con la Patronal, los obreros se opusieron y convocaron una nueva asamblea general para decidir juntos, como juntos habían luchado, si había fuerzas para luchar por algo más de lo que concedía la Patronal. En ese sentido la lucha de los jóvenes franceses ha sido también modélica pues no sólo han querido, en muchos casos, abrir sus asambleas a cualquier trabajador (activo, parado o jubilado) que quisiera aportar ideas o propuestas para fortalecer la lucha, sino que, también en muchos casos, han hecho de ellas el crisol de un auténtico esfuerzo de reflexión sobre cuestiones que iban más allá de lo inmediato de su lucha, desde el verdadero porqué de la precariedad a ¿qué son los Consejos Obreros?.
Y es que las luchas obreras son un momento y un lugar privilegiado para el desarrollo de la conciencia de clase. En primer lugar de su identidad de clase, pues frente a la imagen que da la ideología burguesa de la sociedad como una suma de individuos con intereses enfrentados unos con otros, o de falsas identidades (la nación grande o chica, la empresa, etc.); la lucha común de los trabajadores nos hace comprender y sentir que todos los asalariados compartimos un interés común que nos opone precisamente al interés de los explotadores, de la empresa, de la región, o del capital nacional. En segundo lugar, las luchas constituyen también una formidable escuela de aprendizaje y de desarrollo de experiencias sobre lo que son los métodos proletarios de luchas (las Asambleas soberanas, las delegaciones para explicar las luchas a otros sectores, las manifestaciones para recabar la solidaridad,...) y sobre las trampas que plantea precisamente la burguesía para aislar y debilitar las luchas, como vimos en Francia, o en Vigo, donde los obreros fueron capaces de captar y evitar la trampa urdida por la burguesía para «pudrir» la lucha con enfrentamientos violentos. Las luchas son, por todo ello, un hogar fundamental para el desarrollo de la confianza del proletariado en sus propias fuerzas, en que sólo la lucha del proletariado representa una alternativa al progresivo hundimiento social en la miseria y la barbarie.
El contraataque de los explotadores contra estas armas del proletariado
No había pasado ni una semana desde la formidable lucha masiva en Vigo cuando los trabajadores de ese mismo sector en Sevilla se pusieron en huelga. Pero esta vez los sindicatos, con la lección bien aprendida, no dejaron que la situación «se les fuera de las manos», y en vez de asambleas masivas donde recabar la solidaridad activa y participativa de otros trabajadores como sucediera en Vigo, dispersaron a los trabajadores en múltiples cortes de carreteras. Esas acciones, aparentemente “radicales”, sirven más bien para entorpecer la solidaridad de otros trabajadores. Una de las artimañas con las que los sindicatos franceses intentaron precisamente de torpedear la solidaridad con los estudiantes la pasada primavera fue tratar de paralizar los transportes y generar un caos circulatorio durante las “jornadas de acción” que convocaron. Afortunadamente, los trabajadores en Francia no siguieron sus consignas y cientos de miles de obreros pudieron acercarse a las manifestaciones de las principales ciudades. Las luchas deben ganar la solidaridad y la participación activa de otros sectores obreros, y eso sólo se puede hacer a través de una movilización para hacerles comprender que la lucha es también su lucha. Como hicieron los estudiantes franceses con los jóvenes de los suburbios, con los parados o con los asalariados de los cinturones industriales de las grandes ciudades, mediante el envío de delegaciones, la apertura de las asambleas a la participación de otros obreros, mediante manifestaciones verdaderamente masivas. Estos son los auténticos métodos proletarios de lucha y de búsqueda de la solidaridad. Y, en lugar de esto, ¿cual es el menú de «acciones imaginativas» que proponen los sindicatos? : las consabidas acciones espectaculares para «llegar a la opinión pública». Hemos visto por ejemplo este verano como los trabajadores de Astilleros, también en Sevilla, se tiraban al río Guadalquivir impidiendo el paso de las embarcaciones, o como empleados del Centro Logístico de Mercadona en Barcelona se “crucificaban” en las puertas de los supermercados de esa cadena. Los sindicatos proponen estas acciones tan “imaginativas” precisamente para impedir que busquemos las formas propias del movimiento obrero para concitar la solidaridad del resto de trabajadores.
Lo de “salir en los medios” para dar a conocer la lucha, ya hemos visto a qué ha conducido, por ejemplo en la lucha de los trabajadores del aeropuerto del Prat en Barcelona (ver la toma de posición que publicamos en nuestra web) donde se han significado especialmente en el linchamiento moral de la lucha, haciendo incluso de portavoz de quienes exaltadamente reclamaban que «la Guardia Civil se liara a palos» o «ir ellos mismos a por los huelguistas». Lo más venenoso, sin embargo, de la campaña de los medios contra esta lucha ha sido machacar, una y otra vez la idea de que las luchas obreras son insolidarias con el resto de los trabajadores, que los intereses de unos se oponen a los de otros obreros o a los del conjunto de la población. Y para campanada final: que sólo el Estado democrático podría conciliar tan irreconciliables intereses. Esa patraña se ha repetido hasta la nausea con ocasión de la oleada de incendios que ha arrasado 80 mil hectáreas de Galicia este mes de Agosto. Aquí, los medios de comunicación, incluso los que se autoproclaman “progresistas”, no han dejado de acusar implícitamente a los trabajadores de las contratas de extinción, de ser cómplices de la quema de los bosques, y han aplaudido los llamamientos de las autoridades a la delación de quienes por acción o por “omisión del deber” pudieran cargar con las culpas, de lo que en última instancia es una manifestación más de la degradación medioambiental que en todo el mundo impone el capitalismo, y particularmente del desmantelamiento de las infraestructuras necesarias para frenarlo (p. ej. subcontratando el cuidado de los bosques a empresas donde prima el empleo precario de mano de obra barata y a menudo escasamente preparada, como pudo verse en el accidente que, en 2006, mató a 12 trabajadores de estas contratas en Guadalajara).
Pero si los explotadores tratan de desacreditar la idea misma de solidaridad obrera, no menos feroz es su campaña contra la autorganización de las luchas. Así se ha podido comprobar, una vez más, en la reciente “reconversión” de RTVE. Cuando ésta se anunció, los sindicatos prometieron “duras movilizaciones”, cuando, en realidad lo que han organizado ha sido la desmovilización y la apatía, con las consabidas pantomimas (las “rogativas” a las autoridades autonómicas para que protestaran por el cierre de los centros territoriales), y, sobre todo, desvirtuando las Asambleas, convirtiéndolas en meros auditorios pasivos donde se informaba, con mil tecnicismos, del curso de unas lejanas negociaciones en Madrid entre las cúpulas sindicales y RTVE. Todo ello para lograr que los trabajadores se mantuvieran aislados unos de otros en los diferentes centros de trabajo, y sobre todo en una situación de expectativa pasiva y resignada. Al final, como ya hicieran en SEAT en vísperas de Navidad, anunciaron unos días antes de las vacaciones de Agosto, un acuerdo que supone que más de 4000 compañeros se quedan en la calle. Esta vez, para cubrirse las espaldas y que no se repitiera los de SEAT (ver AP nº 186 y 187), postergaron la aplicación de dicho acuerdo a un referéndum tras las vacaciones, en el que los trabajadores votaron de manera individualizada, dispersos por centros de trabajo o por categorías. Es decir lo que los trabajadores no les habían dejado hacer en Vigo.
Lo de menos es el propio resultado de la “consulta democrática” (el acuerdo se ha aprobado con los votos de poco más de la mitad de la plantilla real), sino comprender como los sindicatos han organizado la atomización de los trabajadores. Podemos atestiguar que el ambiente en los centros de trabajo durante este interminable Agosto, no ha sido el de reunirse para ver, unidos y juntos, si se podía echar abajo el recorte de la plantilla, sino que cada trabajador se buscase la mejor salida personal (¿aceptar o no la prejubilación?, ¿aspirar a ser “recontratado” aunque sea en peores condiciones laborales?), mirando con recelo a los compañeros como competidores por el puesto de trabajo, reforzando la sumisión a los Sindicatos que deben poner “cara y ojos” a los que deben irse y a los que se quedan, etc.
Para la clase dominante de este sistema de miseria, destrucción y barbarie, los ejemplos de verdadera solidaridad obrera, de autorganización de la lucha del proletariado, son “malos ejemplos” que les interesa sobremanera contrarrestar para impedir que vayan madurando y expandiéndose. No tanto porque representen una amenaza inmediata que ponga en riesgo a corto plazo su dominación, sino porque sabe que si no impide su desarrollo, tales armas se convertirán en los instrumentos con que los explotados puedan enviarla definitivamente al basurero de la historia.
La revolución proletaria constituye la única esperanza de liberación de la humanidad de los sufrimientos acarreados por la pervivencia de este decrépito capitalismo. Por ello sus armas de lucha contra la explotación: la solidaridad, la organización colectiva, la toma de conciencia,... constituyen al mismo tiempo las premisas de la nueva sociedad comunista que aspira a instaurar.
Etsoem 18 de Septiembre de 2006.