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En las últimas dos semanas hemos asistido a una sucesión de escenas sobrecogedoras en la frontera Sur de la Unión Europea. Primero fueron los asaltos masivos a las alambradas puestas por el gobierno español en las que miles de emigrantes lograron cruzar no sin dejarse en el camino jirones de ropa y sangre. Después vinieron las ráfagas de balas que segaron la vida de 5 emigrantes disparadas con toda la probabilidad, pese a las maniobras de tergiversación informativa, por las fuerzas del “muy democrático” y “muy pacifista” gobierno del Señor Zapatero que gusta presentarse con la imagen de un Bambi, un inofensivo cervatillo. A continuación llegó el despliegue masivo de tropas de la Legión y la Guardia Civil con la consigna de repeler “de forma humana” (sic) a los emigrantes. El 6 de octubre, tras oscuras negociaciones entre los gobiernos español y marroquí, los acontecimientos dan un giro: 6 emigrantes mueren ametrallados en territorio marroquí. Estas muertes constituyen el desencadenante de una serie de actos a cual más brutal: emigrantes abandonados en el desierto al Sur de Uxda el 7 de octubre, redadas masivas en las ciudades marroquíes donde se concentran los emigrantes; vuelos de repatriación hacia Mali y Senegal con los hombres y mujeres amontonados y esposados y la noticia de un nuevo abandono masivo de emigrantes, en autobuses de la muerte, en el desierto del Sahara.
A partir del 6 de octubre, el gobierno Zapatero recupera el papel de “campeón del talante”. “Protesta” ruidosamente ante Marruecos por el trato “inhumano” que dispensa a los emigrantes y presenta con gran despliegue mediático su proyecto de una alambrada “ultra-moderna” (en realidad 3 alambradas superpuestas) que impediría toda penetración “sin causar el más mínimo rasguño” a los emigrantes. Sus colegas de la Unión Europea se unen presurosos al coro de la “protesta democrática” frente a los desmanes marroquíes, “exigen” un “trato respetuoso a los emigrantes” y lanzan sus habituales chácharas sobre la Unión Europea “tierra de acogida” y sobre la necesidad del “desarrollo” de los países africanos. El ministro español de Exteriores, un experto en sonrisas beatíficas, saca los colmillos y anuncia muy serio que “España no va tolerar ninguna emigración ilegal aunque eso es compatible con el respeto a los emigrantes” (sic).
En esta crisis estamos viendo las dos caras con las que se nos presentan los Estados democráticos. Desde el 6 de octubre, el Gobierno Zapatero, con la guerra sucia contra los emigrantes, hábilmente subcontratada a Marruecos, exhibe su máscara habitual de angelical promotor de la “paz”, los “derechos humanos” y el “respeto a las personas”. Es la cara del cinismo, la mentira y la maniobra, el manto habitual con el que se rodean las “grandes democracias”, el de la hipocresía más repugnante.
Porque en los días anteriores, el Gobierno Zapatero, apareció con la otra cara: la del ametrallamiento masivo, la del guardia civil ensañándose con un emigrante, la de las alambradas y los helicópteros sobrevolando, la de las deportaciones a los países africanos… Una cara que rasga el velo hipócrita de los discursos sobre los “derechos” y las “libertades” y deja entrever la realidad pura y dura: el “socialista” Zapatero hace, frente a los emigrantes, exactamente lo mismo que el tan denostado Sharon con su muro en Cisjordania y Gaza o que los estalinistas este alemanes Ulbrich y Honnecker que levantaron el muro de Berlín.
Las dos caras, la de la hipocresía democrática y la del perro sangriento, no son en realidad opuestas sino complementarias. Forman una unidad imprescindible en el método de dominación del capitalismo, un sistema social que sustenta una clase minoritaria y explotadora, la burguesía, cuya supervivencia choca cada vez más frontalmente con los intereses y las necesidades del proletariado y de la gran mayoría de la población.
En el problema trágico de la emigración vemos cómo el capitalismo, abocado a una crisis cada vez más aguda –y que toma la forma más extrema en continentes como África- ya no es capaz de asegurar un mínimo de supervivencia a masas cada vez más ingentes de seres humanos que huyen del infierno del hambre, las guerras, las epidemias más mortíferas.
En su huida, son apaleados y robados por las policías y las mafias de los países que atraviesan, que cuentan siempre con el beneplácito interesado de sus Estados respectivos, y cuando llegan a la ansiada meta se topan con un nuevo muro de la vergüenza, con las alambradas, las balas, las deportaciones… Sometidos a una crisis cada vez más severa, los países de la Unión Europea son cada vez menos ese “refugio de paz y prosperidad” con el que pretenden deslumbrarnos. Sus economías solo pueden absorber pequeñas gotas de esa inmensa marea humana y en unas condiciones de explotación cada vez más infamantes que progresivamente se van asemejando a las de los países de los que huyen.
Esa situación se acompaña de un contexto creciente de tensiones imperialistas entre los diferentes Estados cada cual tratando de buscar cómo golpear al rival o tener armas para chantajearlo. Eso hace de los emigrantes una apetitosa masa de maniobra utilizada por los diferentes gobiernos. Marruecos trata de chantajear a España dando toda clase de facilidades a las mafias especializadas en la trata de emigrantes para realizar sus “saltos” al otro lado. Pero a su vez, España, por su condición de puerta de entrada desde el Sur en la Unión Europea trata de cobrar al más alto precio sus servicios de cancerbero sangriento.
Este juego sangriento de farsantes y timadores se hace a costa de las vidas de cientos de miles de seres humanos condenados a una trágica odisea. Los Estados más fuertes se presentan ante el mundo como “los más humanos y solidarios” sencillamente porque en la trastienda han logrado que sus colegas más débiles se encarguen de las tareas sucias. Marruecos aparece como el malo de la película (la tradición de brutalidad más salvaje de sus fuerzas policiales y militares le permiten interpretar a la perfección ese papel) mientras que España y los “socios” de la UE, sus descarados arrendadores[1], tienen la desfachatez de darle lecciones de “democracia” y “derechos humanos”.
Sin embargo, las crecientes contradicciones del capitalismo, la profundización de su crisis histórica, el proceso de descomposición que paulatinamente lo corroe, la agudización progresiva de la lucha de clases, hacen que esos grandes Estados, virtuosos consumados del concierto democrático, aparezcan cada vez más directamente bajo el rostro de perros sangrientos. Hace 3 meses vimos como la policía británica, la “más democrática del mundo”, asesinaba a sangre fría a un joven brasileño[2], hace menos de un mes vimos como el ejército y la policía norteamericanos repartía palos en lugar de alimentos y auxilios a las víctimas del huracán Katrina, hoy vemos al Gobierno Zapatero asesinar emigrantes, desplegar tropas y levantar un muro de la vergüenza.
No es posible un capitalismo de rostro humano. Los intereses de la humanidad son incompatibles con las necesidades de este sistema. Para que la humanidad pueda vivir el capitalismo debe morir. Destruir el Estado capitalista en todos los países, abolir las fronteras y la explotación del hombre por el hombre, tal es la orientación que el proletariado debe dar a su lucha para que la humanidad pueda, sencillamente, empezar a vivir.
Corriente Comunista Internacional 11-10-05
[1] En los últimos días, las autoridades de la Unión Europea han recordado abiertamente a sus cofrades marroquíes los cuantiosos créditos que se les había concedido para que hicieran su papel de gendarmes, cosa que habían eludido hasta la fecha.
[2] Ver artículo en nuestra Web: “Asesinato a sangre fría del joven brasileño: la burguesía democrática prepara sus escuadrones de la muerte”.