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Nada ha ganado la clase obrera en Francia participando en el circo electoral del referéndum del 20 de mayo de 2005. Ha sido más bien la burguesía, su enemigo de clase, quien ha conseguido encarrilar a la mayoría de obreros hacia las cabinas de los colegios electorales. Es verdad que este voto no conseguirá frenar por mucho tiempo ni la cólera ni la combatividad obreras frente a los redoblados ataques de nuestros explotadores. Sin embargo, la mistificación electoral y toda la sarta de ilusiones democráticas que ésta introduce en las filas obreras dificulta, y mucho, el proceso de reflexión y de desarrollo de la conciencia que ha surgido en el proletariado sobre la verdadera naturaleza del capitalismo en nuestros días.
La burguesía ha logrado dar crédito a la idea de que la clase obrera podría utilizar el voto como medio de expresión de su descontento, de su cólera, de su indignación, de sentirse verdaderamente hartos,... Pero en realidad es todo lo contrario. Tales ilusiones sólo pueden inhibir en la clase obrera el desarrollo de su combate cuando en su seno aún predominan los sentimientos de duda, de desconfianza, de temor e incluso angustia ante el futuro ante una falta de perspectivas claras.
La trampa electoral y democrática
Mediante la victoria del “No” la burguesía ha conseguido inocular insidiosamente la ilusión de que los trabajadores podemos “sacar algo” yendo a votar, utilizando las elecciones democráticas para, al menos, hacernos oir. Las fracciones de izquierdas defensoras del “No” (desde la izquierda del PS a los trotskistas pasando por los estalinistas) han sido quienes más han imbuido a los trabajadores la idea de que se “han vengado” de Chirac y su gobierno. El Sr. Besancenot se ufanaba la tarde del 29 de Mayo de “la bofetada que el pueblo le ha dado a Chirac”. Si el dimitido primer ministró Raffarin acuñó, cuando las manifestaciones de la primavera de 2003 contra la “reforma” del plan de pensiones, la fórmula: “la calle no gobierna”, ahora son las fracciones de izquierda las que cultivan el sentimiento de que ha sido precisamente el “voto popular” lo que ha hecho saltar a Raffarin. Por lo visto de lo que ahora se trata es de “nominar” a tal o cual político, a esta o aquella fracción de la burguesía, para concentrar sobre ella la “venganza popular”; para que, cual pararrayos, atraiga sobre ella la ira y sirva para “descargar” el descontento de los trabajadores.
Repitiendo eso de “la derecha no respeta la voluntad del pueblo”, la izquierda propaga machaconamente en realidad la criminal ilusión de que, gracias a las urnas, “el pueblo sí puede gobernar”. Con ello intentan que los trabajadores se dejen llevar por la ideología anti-liberal tan en boga, y para ello le dan el máximo de publicidad a esa “otra izquierda que sí escucha al pueblo”, tan altermundialista y ciudadana ella. Esa “tercera izquierda”, tan falsaria como las anteriores, ya ha avanzado que su alternativa consiste en: “trasladar a las urnas del 2007 la victoria del No en el referéndum del 2005”. La burguesía trata de aprovechar pues este trampolín para las próximas campañas electorales, y todo ello con un único objetivo: mistificar a la clase obrera, enturbiar y oscurecer su comprensión del mundo tratando de privarle de una visión global de lo que verdaderamente es hoy la sociedad capitalista. Lo que pretenden es sobre todo cegarle cualquier perspectiva e impedirle que tome conciencia de que sí hay un futuro posible si acabamos con esta sociedad de explotación, y que además la clase obrera es precisamente la única fuerza social que puede hacer posible ese porvenir.
La burguesía ha empleado en Alemania esa misma receta contra el proletariado. Las elecciones en la región de mayor concentración industrial, Renania del Norte-Westfalia, fueron ganadas por el partido demócrata cristiano (CDU) a expensas de la candidatura socialdemócrata, aunque el partido de derechas postulaba un programa de austeridad más riguroso incluso que el defendido por el SPD. Esto ha sido sesgadamente analizado por los medios de comunicación para avalar la idea de que “la población comprende que los sacrificios son necesarios”. Pero un sondeo de opinión ha desmentido categóricamente esa “interpretación”: los obreros sabían a ciencia cierta que con la derecha no iba a irles; pero su voto al CDU era el resultado de su animosidad, de sus ganas de “hacerle la puñeta”, de “castigar” al SPD por su política antiobrera. Pero este “voto de castigo” no le sirve de nada a los trabajadores, ni les abre perspectiva alguna.
Mientras los obreros se queden encerrados en los “instrumentos” que les propone la burguesía para expresarse, seguirán atenazados y se hundirán progresivamente en el infierno de una explotación cada vez más insoportable, ya que esto es lo único que el capitalismo puede ofrecerles.
El capitalismo está metido en un callejón sin salida
Cuando ya han transcurrido varias semanas desde el triunfo del “No” en los referéndum en Francia y Holanda, ¿qué es lo que ha cambiado en cuanto a las condiciones de explotación de la clase obrera? Nada. Los ataques antiobreros no sólo no conocen tregua sino que empeoran día tras día, y tanto en los países que han rechazado la Constitución, como en aquellos, caso de Alemania por ejemplo, en que sus gobiernos la han aprobado. Razón de más para pensar que el referéndum sobre Europa es un asunto de la burguesía y en absoluto del proletariado. Pero es que además esos ataques son ejecutados tanto por la izquierda (el gobierno “socialista”-“ecologista” alemán), como por la derecha. El recién estrenado ministerio Villepin-Sarkozy en Francia apenas ha tardado en dejar claro que nada bueno pueden esperar los trabajadores del cambio de gobierno. Tras prometer solemnemente dedicarse en cuerpo y alma al problema prioritario del paro y la situación social, “acometiendo una batalla por el empleo”; sus primeras medidas constituyen de hecho un ataque en toda regla contra toda la clase obrera, acompañado además de un discurso en un tono insultante que no deja lugar a dudas sobre lo que les espera a los trabajadores. El atildado y “pacifista” Villepin se ha dirigido a los trabajadores condenados al desempleo del siguiente modo: “es inaceptable que haya gente que rechace el empleo que se le propone”. Así que ha puesto en marcha una “reforma” (en realidad preparada desde hace meses), para coordinar mejor las oficinas de empleo y las cajas de pago de los subsidios de paro, con lo que espera tener un control cuasi-policial de los trabajadores y privar de prestaciones a quienes rechacen una oferta de empleo. Eso permitirá desde luego al gobierno proclamar triunfalmente, dentro de unos meses, un descenso significativo del número de parados… A eso le llama la burguesía: “tratamiento social del desempleo”. No es de extrañar ya que no tiene ninguna solución al problema del paro que es, al fin y al cabo, una manifestación de la quiebra misma del capitalismo. En cuanto a los “contratos de nueva creación” que se implementan, suponen, pura y simplemente, un bestial acelerón a la precariedad del empleo, ya que prolongan los periodos de prácticas de tres meses a dos años; lo que, de entrada, va a permitir a las pequeñas y medianas empresas (es decir, la mayoría de de los empleadores) poner en la calle, de hoy a mañana, a decenas de miles de asalariados con contratos indefinidos. Para más “inri” acaban de adoptarse otras medidas, sobre todo beneficios físcales, para incentivar que los patronos se deshagan de trabajadores de más de 50 años,... La burguesía tira a la calle y precipita en la miseria a todos aquellos a los que no puede explotar al menor coste posible. Paralelamente a esto, el gobierno ha anunciado una “política de emigración acorde a las necesidades del mercado”. Esta lógica implacable del capitalismo conduce a “seleccionar” la cantidad de trabajadores emigrantes admitidos en base a cuotas preestablecidas y a duplicar, por tanto, el número de “clandestinos” puestos de “patitas” en la frontera. Y mientras, invocando la “seguridad ciudadana”, el aparato represivo del Estado muestra cada vez más claramente su verdadero rostro, blindándose y reforzándose, frente a la amenaza que atemoriza a la burguesía de que puedan surgir explosiones de verdadera cólera obrera, esta vez no desvíada o “encauzada” al terreno electoral y democrático, sino demostrativas de una fuerza de clase colectiva a través de la movilización y el desarrollo de luchas masivas en un terreno de clase.
En este sentido la promesa de Sarkozy de hacer una “limpieza a fondo” de ciudades y suburbios debe entenderse no únicamente como la única respuesta del Estado burgués a manifestaciones de la descomposición de la sociedad capitalista, sino también como una especie de advertencia al proletariado para intimidarle y disuadirle de entrar en lucha. La clase obrera debe sacar las verdaderas conclusiones: Nada puede esperarse del Estado burgués.
Lo que pretende sobre todo la burguesía es enmascarar a los ojos de la clase obrera la quiebra declarada del capitalismo. Para eso despliega una auténtica cortina de humo ideológico que impida que los trabajadores vean que los ataques a sus condiciones de vida y trabajo no son el resultado de tal o cual tipo de política, de esta o aquella fracción de la burguesía nacional, sino de la supervivencia de un modo de producción que desde hace un siglo se encuentra en plena decadencia.
La clase obrera no puede tener la más mínima ilusión en que el sistema sea capaz de mejorar su situación. Todo aquello a lo que la burguesía llama “reformas” (sean de la sanidad, de las pensiones, del seguro de desempleo,...) constituyen, más bien, instrumentos para llevar a cabo hachazos cada vez más brutales y masivos que acarrean una pauperización absoluta de los proletarios, y que muestran la cada vez más evidente incapacidad de la burguesía para asegurar las condiciones mínimas de supervivencia de sus explotados.
Todo esto demuestra la crisis irreversible del capitalismo mundial, un sistema cuyas contradicciones suponen no sólo un obstáculo cada vez mayor para el desarrollo de las fuerzas productivas, sino que empuja a la humanidad entera a un callejón sin salida.
La
verdadera disyuntiva de la situación: Revolución
proletaria
o destrucción de la humanidad
La situación actual del capitalismo refleja la descomposición de un modo de producción agonizante que engendra autodestrucción, permanente mutilación de vidas humanas, de recursos productivos, de la naturaleza,... y que precipita al planeta entero en un océano de miseria, caos y barbarie.
Desde la Segunda Guerra Mundial asistimos a una marcha hacia el abismo de la más espantosa de las barbaries, sintomática de la amenaza de aniquilación del género humano que representa la pervivencia de este modo de producción. Es ese mismo sistema decadente quien arroja a la calle a millones de proletarios a los que es incapaz de integrar en el proceso productivo ni en los países del corazón del sistema ni en los de su periferia. Es ese sistema el que en los países subdesarrollados masacra a las poblaciones civiles en interminables conflictos, como los que vemos diariamente en Irak, en Oriente Medio, en todo el continente africano, y por todo el perímetro de Asia central, antaño bajo el dominio del imperio estalinista.
La clase obrera podrá afirmarse en su propio terreno de clase y resistir así a la degradación de sus condiciones de vida, si comprende que es ella quien debe combatir contra la raíz de sus males, la explotación capitalista, frente a una crisis económica mundial sin salida y a sus devastadores efectos. Para ello no puede dejarse adormecer por los “arrullos” de la propaganda ideológica de la burguesía, cuyos discursos sobre las bondades de la democracia y el civismo son otras tantas cadenas que atan a los proletarios a una explotación capitalista cada vez más insoportable. La clase obrera debe entender que la evolución del capitalismo no deja más alternativa que la revolución proletaria o el hundimiento en la barbarie.
El proletariado no tiene otro camino que tomar conciencia de que el desarrollo de su lucha de clase es la única alternativa a la miseria y a la guerra engendradas por el capitalismo, y de que el futuro de la humanidad está en sus manos. La clase obrera tiene en el desarrollo de sus luchas el medio para acabar con el capitalismo antes de que el capitalismo destruya la humanidad. Inversamente, la lógica de la decadencia de este sistema sólo puede conducir a la destrucción y a la aniquilación del planeta, si la clase obrera carece de la fuerza suficiente y de la conciencia necesaria para oponerse a ello.
Wim (24 junio).
Traducido de Révolution Internationale, órgano de la CCI en Francia, número 359.