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Al contrario de las elucubraciones altermundistas «contra la mercantilización del mundo», he aquí que desde hace tiempo que bajo la égida del capitalismo las relaciones mercantiles rigen el conjunto de relaciones sociales y humanas de la sociedad. En la sociedad capitalista, producir y vender una mercancía, constituye, bajo pena de encontrarse privado de todo medio de subsistencia, el único medio de obtener una parte de los bienes producidos. Para los que no poseen ningún medio de producción, los proletarios y encontrándose de hecho en la imposibilidad material de producir mercancías, no le queda más que colocar en el mercado una mercancía particular, su fuerza de trabajo.
La explotación capitalista de la fuerza de trabajo
Como para todas las otras mercancías, el valor de la fuerza de trajo se traduce en el mercado por un precio y en dinero: el salario. La mercancía fuerza de trabajo no se distingue en nada de las otras mercancías en el mercado, salvo que esta es inseparable de su vendedor, el trabajador, y que ella no soporta esperar mucho tiempo al comprador, porque ella perecerá con su portador, el trabajador, por falta de medios de vida.
La fuerza de trabajo constituye para el comprador capitalista, el burgués que la consume, la fuente de su ganancia. Si el capitalista industrial no hace trabajar al obrero más allá del tiempo suficiente para crear el salario que a este le toca, el patrón no lograría ningún beneficio. Es necesario que el asalariado trabaje más de este tiempo. El tiempo de trabajo de todo obrero se compone, sin que este se de cuenta, de dos partes: una parte pagada, donde el obrero no hace más que restituir el valor de su salario, y de una parte no pagada, donde el ejecuta trabajo gratuito o plusvalía para el capitalista que se apropia la totalidad de la producción.
La condición de proletario se resume en la inseguridad de su existencia. «El proletario está desprovisto de todo; no puede vivir un solo día para sí. La burguesía se atribuye el monopolio de todos los medios de existencia en el sentido más amplio de la palabra. El proletario es por tanto, tanto legalmente como de hecho, esclavo de la burguesía; esta puede disponer de su vida y su muerte. Ella le ofrece los medios de vida pero solamente a cambio de un»equivalente», a cambio de su trabajo; hasta llega a concederle la ilusión de que es por su propia voluntad, que hace un contrato con libremente, sin coacción. Bella libertad, que no deja al proletariado otra opción que firmar bajo las condiciones que le impone la burguesía (...)».1
En el sistema capitalista, la sed de plusvalía no tiene límites. El capitalismo cuanto más obtiene del trabajo no pagado de los trabajadores, es mejor. Arranca plusvalía, y la arranca sin límites, tal es el objetivo, el papel de la compra de la mercancía fuerza de trabajo para el capitalista. «El capitalismo industrial no descansa en el fondo más que en una mercancía. Su actividad como capitalista (...) se reduce a la que ejerce una mercancía sobre el mercado. Su tarea consiste en comprar tan acertadamente y al más bajo precio posible, las materias primas y accesorios, las fuerzas de trabajo, etc, que le son necesarias, y a vender tan caro como sea posible las mercancías fabricadas en su casa. En el dominio de la producción, un solo punto le debe preocupar: debe hacer de tal manera que el obrero ejecute, por el salario más pequeño posible, el mayor trabajo posible, que rinda la mayor plusvalía posible».2
Esta explotación no encuentra su límite más que en el agotamiento del explotado y en la capacidad de resistencia que la clase obrera opone a su explotador. Para aumentar la parte del tiempo de trabajo gratuito, donde el proletario produce al capitalismo su plusvalía, el capital dispone de diferentes medios: la prolongación de la jornada de trabajo, la intensificación de los ritmos durante la duración del trabajo y la reducción de los salarios, y el mínimo necesario para el simple mantenimiento en vida del obrero.
Como todas las mercancías, la fuerza de trabajo está sometida a la competencia y a los riesgos del mercado capitalista. «Cuando hay más trabajadores que la burguesía no juzga bueno ocupar, cuando por consecuencia al termino de la lucha de los concurrentes, queda aún cierto número de desempleados, los que precisamente, deberán morir de hambree; la burguesía no les dará probablemente trabajo, si el no puede vender con beneficios el producto de su trabajo»3. La competencia, «la expresión más perfecta de la guerra de todos contra todos que hace estragos en la sociedad burguesa moderna» donde «todos los trabajadores compiten como los burgueses» oponen a activos y desempleados, autóctonos e inmigrantes o diferentes fracciones nacionales del proletariado constituyen «el arma más acerada de la burguesía en su lucha contra el proletariado»3.
Las deslocalizaciones, producto de la competencia capitalista
La deslocalización de los sitios de producción de los países industrializados hacia países con mano de obra barata constituye una evidente expresión de las leyes capitalistas y de la búsqueda de una taza máxima de ganancia. Bajo la presión de la competencia entre grandes países industrializados capitalistas por mercados cada vez más limitados, los salarios en promedio por hora de 18 euros en España, 4 en Polonia y República Checa, 2 en Brasil y México, 1 en Rumania, 0.7 en India o China contra 23 en Europa occidental o Estados Unidos, constituyen una infalible ganga para el capitalismo, vampiro de la fuerza de trabajo.
Desde el siglo XIX, la burguesía jamás ha dudado, cuando la técnica de producción lo permitía, en desmontar, por ejemplo, los telares, para ir a buscar en otra región mano de obra más barata o más dócil a la explotación.
Aunque las deslocalizaciones no son una novedad para la clase obrera, sino constituyen un fenómeno viejo e internacional, común a todos los países, después de los años 90, bajo el impulso de la crisis económica que dura más de tres décadas, este fenómeno ha conocido cierta aceleración. En los diversos sectores donde el costo de la mano de obra representa una parte importante del costo global de la producción, se transfiere de países industrializados hacia donde los costos de producción son más bajos.
En el sector del automóvil por ejemplo hace tiempo que los grandes constructores han recurrido a las deslocalizaciones. Renault produce el R12 desde 1968 en Rumania. «Desde los años 70, Renault, al igual que PSA, multiplica sus plantas locales en Brasil, México, Argentina, Colombia y Turquía.(...) Después de las reestructuraciones de los años 80, Renault se lanza en el compra de Samsumg en Corea del Sur y de Dacia en Rumania, en 1999»4. La burguesía no esperó el hundimiento de los regímenes estalinistas y el fin de una supuesta «economía socialista» para que las potencias occidentales invirtieran y se desplazaran a los países del ex bloque del Este.
Si todos los sectores de la producción capitalista son tocados por las deslocalizaciones, no toda la producción es destinada a ser deslocalizada como da a entender la propaganda de la burguesía. «Los sectores de la industria implicada en las deslocalizaciones son numerosas: cuero, textil, vestido, metalurgia, eléctrico, automóvil, electrónica... Igualmente, toca al sector terciario: centros telefónicos, informática, contabilidad... A decir verdad, toda producción masiva y todo servicio repetitivo es susceptibles de deslocalización hacia territorios donde el costo de la mano de obra es netamente menor»5. La baja drástica de los precios de transporte en los años 90 (baja de 45 % del costo del flete marítimo y de 35 % del flete aéreo entre 1985-93) ha reducido al mínimo el inconveniente de la distancia de los sitios de producción de mercancías al mercado donde serán consumidas.
La explotación a bajo precio de la fuerza de trabajo intelectual high-tec, muy cara en los países occidentales, es frenéticamente buscado, ahorrándose los gastos de su formación, asegurados en el lugar. En China, organismos públicos occidentales y empresa privadas son cada vez más numerosas para «crear en el lugar, tales como France Telecom en Cantón en junio de 204, centros de investigación a fin de beneficiarse del fantástico vivero de científicos a bajo precio que ofrecen los laboratorios chinos»6. La India también se ha convertido en unos años en un país de destino de diseño de software.
Por otro lado, las deslocalizaciones son ampliamente utilizadas para reducir los costos no productivos de grandes empresas (gestión computarizada, explotación de redes y mantenimiento, gestión de salarios, servicio a clientes, gestión de pedidos, centros de llamadas telefónicas), hasta un 40 o 60 %. A tal punto que «Todo lo que se puede hacer a larga distancia y transmitir por teléfono o satélite es bueno para deslocalizar». Es así que la India «tiende a convertirse en la boutique de empresas americanas y británicas»7.
En la competencia a muerte que libran las naciones, los Estados de los países desarrollados ponen explícitamente un freno a la partida al extranjero de ciertas actividades. Poseer en su territorio de algunas industrias garantes de una potencia militar capaz de rivalizar con naciones del mismo orden constituyen una necesidad estratégica y una cuestión de sobrevivencia en la arena imperialistas. Más generalmente, en el plano económico, conservar en su suelo la producción central de diferentes sectores clave que constituyen la fuerza de tal capital nacional ante la competencia es también indispensable. En el automóvil, «bajo la presión de la competencia que obliga a producir a costos siempre más bajos se dibuja un movimiento de deslocalización de la producción de pequeños autos destinados al mercado francés en los países que tienen un bajo costo de mano de obra, mientras se queda en Francia la producción de vehículos de alta calidad en fábricas muy automatizadas. (...)»8. De igual manera en la industria textil donde «solamente los textiles que incorporan tecnología y competencia profesional aún son fabricados en Francia».9
El número de países beneficiados con las deslocalizaciones es reducido: «La India, Magreb, Turquía, los países de Europa central y oriental (PECO) y Asia (particularmente China)»10. Si cada capital nacional posee su tierra de elección, cada una responde a una misma serie de criterios imperativos. Estos países deben no solamente poseer cierta estabilidad interna. Lo que es el caso de un número cada vez más reducido de países, en tanto que brotan a la superficie del planeta zonas enteras abandonadas a las devastaciones de la guerra. Pero igualmente deben tener una infraestructura adaptada y disponer de una fuerza de trabajo, acostumbrada a la explotación capitalista, relativamente formada. La mayor parte de los países han conocido un pasado industrial (países del Este) que aparentaba industrialización. Al contrario, los países de África subsahariana, candidatos a recibir deslocalizaciones, no han tomado color.
La crisis de sobreproducción sin salida
La misma definición de deslocalización como «el desplazamiento hacia el extranjero de una actividad económica existente (por ejemplo) en Francia donde la producción es enseguida importada a Francia»7, nos deja ver parte del secreto de las cifras milagrosas desplegadas por la burguesía en relación a los supuestos milagros chino e hindú. Al tomar la totalidad de la producción mundial, las deslocalizaciones forman una operación blanca. Si bien ha creado un polo industrial que no existía antes, en ningún caso hay un desarrollo o nuevo desarrollo de la producción capitalista puesto que la creación de una actividad inexistente anteriormente en el país de recepción ha tenido a su vez por corolario directo la desindustrialización y estancamiento de las economías más avanzadas.
Durante décadas, estos países no han logrado realizar inversiones para la adquisición masiva, de una tecnología moderna, condición indispensable para apoyar la competencia con los países más desarrollados y acceder a una industrialización digna de este nombre, aún con una mano de obra a muy bajo costo. Su subdesarrollo, y mantenimiento en este estado son actualmente condiciones de interés que encuentra el capitalismo a la explotación de la clase obrera del lugar.
La ausencia de perspectivas de mejora de las condiciones de vida del proletariado de los países destinatarios de las deslocalizaciones así como el desarrollo del desempleo en los países occidentales, hacia los cuales se dirige el grueso de la producción deslocalizada, no pueden contribuir a la expansión del mercado mundial, sino a la agravación de la crisis de sobreproducción.
Las deslocalizaciones no constituyen en sí la causa del desempleo y la baja del nivel de vida del proletariado. Ellas no son más que una de las formas que toman los ataques que este sufre, pero todas proceden de la misma raíz: las leyes económicas del sistema capitalista que se impone a cada nación y a cada burgués y que hunden al mundo capitalista en una crisis de sobreproducción sin salida.
Para tomar la plusvalía producida por la clase obrera y encerrada en las mercancías fabricadas, aún es necesario que el capitalista las venda en el mercado.
Las crisis capitalistas de sobreproducción, flagelo del sistema capitalista, encuentran siempre su origen en el subconsumo de las masas a lo cual se obliga a la clase obrera por el sistema capitalista de explotación del trabajo asalariado que disminuye constantemente la parte de la producción social que regresa al proletariado. El capitalismo debe encontrar una parte de sus compradores solventes fuera de los que se encuentran sometidos a la relación trabajo-capital.
Anteriormente, la existencia en el mercado interno, de amplios sectores de producción precapitalistas (artesanales y sobre todo agrícolas) relativamente prósperos, formaban el suelo que nutría la subsistencia indispensable al crecimiento capitalista. En el plano mundial, el vasto mercado extra-capitalista de los países coloniales conquistados, permitía desahogar el excedente de las mercancías producidas en los países industrializados. Desde el inicio del siglo XX, el capitalismo sometió al conjunto del planeta a sus relaciones económicas, no dispone ya de las condiciones históricas que le habían permitido hacer frente a sus contradicciones.
Entra en su fase de decadencia irreversible que condena a la humanidad a las guerras, a convulsiones de crisis y miseria generalizadas, haciendo pesar la amenaza de su destrucción pura y simple.
Scott
1Engels. La situación de la clase obrera en Inglaterra, (1845).
2K. Kautsky. El programa socialista, (1892). Capítulo: «El proletariado.»
3Engels, Ibid.
4Expansión, 27 de enero de 2004.
5Viepublique.fr. 12 de enero de 2004.
6Le Monde.fr. 27 de junio, 2004.
7Novethics.fr. 10 de enero de 2001.
8Expansión, 27 de enero de 2004.
9Expansión, 27 de enero de 2004.
10Viepublique.fr. 12 de enero de 2004.