Balance de 70 años de luchas de “liberación nacional” II —En el siglo XX, la “liberación nacional”, eslabón fuerte de la cadena imperialista

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Marx decía que la verdad de una teoría se demuestra en la práctica. Setenta años de experiencias trágicas para el proletariado han zanjado claramente el debate sobre la cuestión nacional en favor de la postura de Rosa Luxemburgo desarrollada posteriormente por los grupos de la Izquierda Comunista y especialmente por Bilan, Internationalisme y nuestra Corriente : en la 1ª parte de este artículo vimos cómo el apoyo a la “liberación nacional de los pueblos” desempeñó un papel clave en la derrota del primer intento revolucionario internacional del proletariado en 1917-23 (ver Revista Internacional, n° 66). En esta 2ª parte vamos a ver de qué modo las luchas de “liberación nacional” han sido un instrumento de las guerras y enfrentamientos imperialistas que han devastado el planeta durante los últimos 70 años.

1919-45: detrás de la “liberación nacional”, las maniobras imperialistas

La Primera Guerra mundial marca el fin del período ascendente del capitalismo y su hundimiento en el marasmo de la lucha entre Estados nacionales por el reparto de un mercado mundial fundamentalmente saturado. En este marco, la formación de nuevas naciones y las luchas de liberación nacional dejan de ser un instrumento de expansión de las relaciones capitalistas y desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse en un engranaje de la tensión imperialista generalizada entre los distintos bandos capitalistas. Ya antes de la Iª Guerra mundial, con las guerras balcánicas que habían dado la independencia a Serbia, Montenegro, Albania... Rosa Luxemburgo había constatado que esas nuevas naciones tenían un comportamiento tan imperialista como las viejas potencias y se insertaban claramente en la espiral sangrienta hacia la guerra generalizada: “Serbia participa desde el punto de vista formal en una guerra de defensa nacional. Pero su monarquía y sus clases dominantes están tan animadas de deseos expansionistas como todas las clases dominantes de los Estados modernos... Serbia extiende sus brazos hacia la costa del Adriático donde está librando un conflicto netamente imperialista con Italia a costa de los albaneses... Pero, por encima de todo no debemos olvidar que detrás del nacionalismo serbio está el imperialismo ruso“[1].

El mundo tal y como sale tras la terminación de la Primera Guerra mundial impuesta por el desarrollo revolucionario del proletariado, está marcado por dos perspectivas históricas contrapuestas: la extensión de la Revolución mundial o la supervivencia del capitalismo decadente atrapado en una espiral de crisis y guerras. El aplastamiento de la oleada proletaria mundial marca la agudización de las tensiones entre el bloque vencedor (Gran Bretaña y Francia) y el gran vencido (Alemania) todo ello trastornado y agravado por la expansión, que amenaza a todos, de Estados Unidos.

En este contexto histórico-mundial la “liberación nacional” no se puede ver desde el punto de vista de la situación de un país sino que “desde el punto de vista marxista sería absurdo examinar la situación de un solo país al hablar del imperialismo, ya que los diferentes países capitalistas están vinculados entre sí del modo más estrecho. Y hoy, en plena guerra, esta vinculación es inconmensurablemente mayor. Toda la humanidad se ha convertido en un amasijo sanguinolento y es imposible salir de él aisladamente. Sí bien hay países más desarrollados y menos desarrollados, la guerra actual los ha atado a todos de tal manera que es imposible y disparatado que ningún país pueda salir de él solo de la conflagración”[2]. Con este método podemos comprender cómo la “liberación nacional” se convierte en el santo y seña de la política imperialista de todos los Estados: los vencedores directos de la Primera Guerra mundial, Gran Bretaña y Francia, la emplean para justificar la desmembración de los imperios derrotados (el Austro-Húngaro, el Otomano y el Zarista) y crear un cordón sanitario alrededor de la Revolución de Octubre. Estados Unidos la eleva a doctrina universal, “principio” de la Sociedad de naciones, para, por un lado, combatir la Revolución proletaria, y, por otra parte, ir minando los imperios coloniales de Gran Bretaña y Francia que constituyen el obstáculo principal a su expansión imperialista. Alemania, ya desde los primeros años 20, hace de su “independencia nacional” frente al Tratado de Versalles la bandera de su recuperación como potencia imperialista. El principio “justo” y “progresista” de la “liberación nacional de Alemania”, defendido en 1923 por el KPD (Partido comunista de Alemania) y la IC (Internacional comunista) a partir del segundo congreso, se transformó en manos del partido nazi en el “derecho de Alemania a tener un espacio vital”. Por su parte, la Italia de Mussolini se considera una “nación proletaria”[3] y reivindica sus “derechos naturales” en África, los Balcanes etc.

La obra del Tratado de Versalles

Durante los primeros años 20 las potencias vencedoras tratan de implantar un “nuevo orden mundial” a la medida de sus intereses. Su principal instrumento es el Tratado de Versalles (1919), basado oficialmente en la “paz democrática” y el “derecho de autodeterminación de los pueblos”, que otorga la independencia a un conjunto de naciones en Europa Oriental y Central: Finlandia, países bálticos, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Polonia...

La independencia de estas naciones responde a dos objetivos del imperialismo británico y francés: por un lado, como analizamos en la primera parte de esta serie (Revista internacional, nº 66) enfrentar la Revolución proletaria y, por otro lado, crear alrededor del imperialismo alemán derrotado una cadena de naciones hostiles que bloquearan su expansión en esa zona que por razones estratégicas, económicas e históricas constituye su área de influencia natural.

El maquiavelismo más retorcido no podía haber concebido Estados más inestables, más abocados desde el principio a violentos conflictos internos y externos, más obligados a ponerse bajo la tutela de potencias superiores y a servir a su juego guerrero. Checoslovaquia contenía dos nacionalidades históricamente rivales, checa y eslovaca, y una importante minoría alemana en los Sudeste; los Estados bálticos encerraban importantes minorías polacas, rusas y alemanas; Rumania húngaras; Bulgaria turcas; Polonia alemanas... Pero la obra cumbre fue, sin lugar a dudas, Yugoslavia (hoy de triste actualidad por los horribles baños de sangre que la sacuden). La “nueva” nación contenía 6 nacionalidades con los niveles de desarrollo económico más disparatados que imaginarse pueda (desde el alto nivel económico de Eslovenia y Croacia al nivel semifeudal de Montenegro), cuyas áreas de integración económica estaban en países fronterizos (Eslovenia es complementaria con Austria, la Voivodina —perteneciente a Serbia— es una prolongación natural de la llanura húngara ; Macedonia está separada del resto por una barrera montañosa que la une a Grecia y Bulgaria), y pertenecientes a tres religiones clásicamente enfrentadas : católicos, ortodoxos y musulmanes. Para colmo, cada una de las “nacionalidades” contenía minorías de la nacionalidad vecina y, lo que es peor, de Estados vecinos: Serbia de albaneses y húngaros; Croacia de italianos y serbios; Bosnia-Herzegovina de serbios, musulmanes y croatas.

“Los pequeños Estados burgueses recientemente creados solo son subproductos del imperialismo. Al crear, para contar con un apoyo provisorio, toda una serie de pequeñas naciones, en realidad vasallos —Austria, Hungría, Polonia, Yugoslavia, Bohemia, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Armenia, Georgia etc. Dominándolas mediante los bancos, los ferrocarriles, el monopolio del carbón, el imperialismo los condena a sufrir dificultades económicas y nacionales intolerables, conflictos interminables, sangrientas querellas”[4].

Las nuevas naciones tuvieron desde el principio un claro comportamiento imperialista, como dejó claro la IC : “Los pequeños Estados creados artificialmente, divididos, ahogados desde el punto de vista económico en los límites que les han sido prescritos combaten entre sí para tratar de ganar puertos, provincias, pequeñas ciudades, cualquier cosa. Buscan la protección de los Estados más fuertes, cuyo antagonismo crece día a día“[5]. Polonia manifestó sus ambiciones sobre Ucrania provocando la guerra contra el bastión proletario en 1920. También ejerció presión sobre Lituania apelando a la defensa de la minoría polaca en ese país. Para contrarrestar a Alemania se alió con Francia, sirviendo fielmente a sus designios imperialistas.

La Polonia “liberada” cayó bajo la feroz dictadura de Pildsuski. Esta tendencia a anular rápidamente las formalidades de la “democracia parlamentaria” que se desarrolló en los demás países “nuevos” (con la excepción de Finlandia y Checoslovaquia) contradecía la ilusión —sobre la cual había especulado la IC en degeneración— de que la “ liberación nacional” iría unida a la “más amplia democracia”. Al contrario, el entorno imperialista mundial, sus propias tendencias imperialistas, la crisis económica crónica y su inestabilidad congénita, les hacía expresar de manera extrema y caricaturesca —dictaduras militares— la tendencia general del capitalismo decadente al capitalismo de Estado.

Los años 30 iban a poner la tensión imperialista al rojo vivo demostrando que el Tratado de Versalles no era un instrumento de “paz democrática” sino el combustible de nuevos y mayores incendios imperialistas. El reconstituido imperialismo alemán emprende la lucha abierta contra el “orden de Versalles” tratando de reconquistar la Europa Central y Oriental. Su principal arma ideológica será la “liberación nacional”: invocará el “derecho de las minorías nacionales” para hacerse con los Sudetes en Checoslovaquia, impulsará la “liberación nacional” de Croacia para quebrar la hostilidad serbia y poner un pie en el Mediterráneo, en Austria su discurso será la “unión con Alemania”, a los Estados bálticos les ofrecerá “protección” contra Rusia...

El “orden de Versalles” se derrumbaba estrepitosamente. La pretensión de que los nuevos Estados podrían ser una garantía de “paz y estabilidad” —sobre la cual tanto habían insistido los kautskistas y los social-demócratas avalando la “paz de Versalles”— quedaba totalmente desmentida. Metidos en el torbellino imperialista mundial no tenían otra opción que zambullirse en él contribuyendo a amplificarlo y agravarlo.

China: la masacre del proletariado da luz verde a los antagonismos imperialistas

Junto a Europa Central y Oriental, China será otro de los puntos calientes de la tensión imperialista mundial. La burguesía china intentó en 1911 una revolución democrática tardía, débil y rápidamente condenada al fracaso. El derrumbe del Estado imperial dio paso a la desintegración general del país en mil reinos de Taifas dominados por Señores de la Guerra enfrentados entre sí, los cuales, a su vez, serán manipulados por Gran Bretaña, Japón, USA y Rusia en la batalla sangrienta que libran por el dominio del estratégico subcontinente chino.

Para el imperialismo japonés China era clave para dominar todo el Extremo Oriente. Con este objetivo se presta “desinteresadamente” a la causa de la independencia de Manchuria, la zona más industrial de China, centro neurálgico para el control de Siberia, Mongolia y todo el centro de China. Tras haber utilizado entre 1924-28 los servicios de Chang-Tso-Long, un antiguo bandolero convertido en Mariscal y después en Virrey de Manchuria, se desprende de él mediante un atentado provocado para, en 1931, invadir y ocupar toda Manchuria, convertirla en Estado soberano y elevarla a la categoría de “Imperio” con Picuyi, el último descendiente de la dinastía manchú, al frente.

La expansión japonesa chocaba con la Rusia estalinista que tenía en China un campo de expansión natural. Para hacer valer sus intereses, Stalin utiliza la traición abierta contra el proletariado chino con lo que se puso en evidencia el antagonismo irreconciliable que existe entre “liberación nacional” y Revolución Proletaria e, inversamente, la completa solidaridad entre “liberación nacional” e imperialismo: “En China, donde se desarrollaba una lucha revolucionaria proletaria, la Rusia estalinista busca sus alianzas con el Kuomitang de Tchan-Kai-Tchek, obligando al joven partido comunista chino a renunciar a su autonomía organizacional, haciéndole adherir al Kuomitang, proclamado para la ocasión, como el “Frente de las 4 Clases”... Sin embargo, la situación económica desesperada y el empuje de millones de trabajadores, llevan a los obreros de Shanghái a la insurrección y toma de la ciudad en contra de los imperialistas y del Kuomitang al mismo tiempo. Los obreros insurrectos, organizados por la base del PCCh, deciden enfrentarse al Ejército de Liberación de Tchan-Khai-Tchek apoyado por Stalin. Este ordena entonces a los cuadros de la Internacional la ignominiosa tarea de llevar de nuevo a los obreros bajo las órdenes de Tchang-Khai-Tchek, cosa que se logra a duras penas“[6].

Este fuego cruzado de intereses imperialistas, al que se sumaron activamente las maniobras de los imperialismos yanqui y británico, provocó una larguísima guerra de más de 30 años que sembró la muerte, la destrucción, la desolación, en los obreros y campesinos chinos.

La guerra de Etiopía: un momento crucial en la pendiente hacia la IIª Guerra mundial

El imperialismo italiano que había ocupado Libia y después Somalia, al invadir Etiopía atentaba, amenazando su posición en Egipto, contra el sistema de dominación imperialista británica sobre el Mediterráneo, África y las comunicaciones con la India.

La guerra de Etiopía marca un paso decisivo, junto con la guerra de España de 1936[7], en la pendiente hacia la Segunda Guerra mundial. Por ello, un aspecto importante de esta masacre fue los enormes esfuerzos de propaganda y movilización ideológica de la población desplegados por ambos bandos y especialmente por el “democrático” (Francia y Gran Bretaña). Este, interesado en la “independencia” de Etiopía levanta la bandera de su “libertad nacional”, mientras que el imperialismo italiano invoca una misión “humanitaria” y “liberadora” para justificar la invasión: el Negus no ha abolido la esclavitud como había prometido.

La guerra etíope evidencia la “liberación nacional” como banderín de enganche ideológico para la guerra imperialista, como preparación para la orgía de nacionalismo y chauvinismo que van a desencadenar los dos bandos imperialistas como medio de movilización para las matanzas a lo largo de la Segunda Guerra mundial. Como denunció Rosa Luxemburgo : “Hoy la nación no es sino un manto ideológico que cubre los deseos imperialistas, un grito de combate para las rivalidades imperialistas, la última medida ideológica con la que se pueden convencer a las masas para que hagan de carne de cañón en las guerras imperialistas”[8].

1945-89: la “liberación nacional”, instrumento de los bloques imperialistas

El desenlace de la Segunda Guerra mundial con la victoria de los imperialismos aliados marca una agravación cualitativa de las tendencias del capitalismo decadente hacia el militarismo y la economía de guerra permanente. El bloque vencedor se divide en dos bloques imperialistas rivales —Estados Unidos y la URSS— que estructuran rígidamente sus áreas de influencia con una tupida red de alianzas militares —la OTAN y el Pacto de Varsovia— y las someten al control de una selva de organismos de “cooperación económica”, regulación monetaria, etc. Todo esto se ve respaldado por el desarrollo de alucinantes arsenales nucleares cuyo nivel, a principios de los años 60, permite destruir todo el mundo.

En tales condiciones hablar de “liberación nacional” es una broma macabra: “La independencia nacional es concretamente imposible, irrealizable, en el marco del capitalismo actual. Los grandes bloques imperialistas dirigen la vida de todo el capitalismo y ningún país puede escapar de un bloque imperialista sin caer bajo la férula del otro... Es absolutamente evidente que los movimientos de liberación nacional no son peones que Stalin o Truman manejarían a su antojo el uno contra el otro. Pero no es menos verdad que, el mismísimo Ho-Chi-Minh, expresión de la miseria annamita, sí quiere asentar su poder, deberá, haciendo luchar a sus hombres con el encarnizamiento de la desesperación, ponerse a la merced de las competiciones imperialistas y resignarse a abrazar la causa de uno de ellos”[9].

En este periodo histórico las guerras regionales, presentadas sistemáticamente como “movimientos de liberación nacional” no son sino los distintos episodios de la concurrencia imperialista sangrienta entre los dos bloques.

La descolonización

La oleada de “independencias nacionales” en África, Asia, Oceanía etc. que sacudió el mundo entre 1945-60 se inscribe en la larga lucha del imperialismo americano por desalojar de sus posiciones a los viejos imperialismos coloniales y, principalmente, a su rival más directo por la riqueza económica y la posición estratégica de sus posesiones y por su poderío naval, el imperialismo británico.

Al mismo tiempo, los viejos imperios coloniales se habían convertido en una traba para las metrópolis: con la saturación del mercado y el desarrollo de la competencia a escala mundial, con los costes cada vez mayores del ejército y la administración coloniales, de fuente de beneficios se estaban transformando en un pasivo cada vez más gravoso.

Ciertamente, las burguesías locales estaban interesadas en arrebatar el poder a los viejos amos y su organización en movimientos guerrilleros o en partidos de “desobediencia civil”, todos ellos bajo la bandera de la Unión Nacional que preconizaba la sumisión del proletariado local a la “liberación nacional”, jugó un papel en el proceso, pero este papel fue esencialmente secundario y supeditado siempre a los designios del bloque americano o a las tentativas del bloque ruso de aprovechar los procesos de “descolonización” más conflictivos para conquistar posiciones estratégicas más allá de su zona de influencia euro-asiática.

La descolonización del imperio británico ilustra lo anterior de la manera más clara : “Las retiradas británicas en India y Palestina fueron los momentos más espectaculares del desmoronamiento del Imperio y el fiasco de Suez en 1956 acabó con toda ilusión de que Gran Bretaña fuese una potencia mundial de primer orden”[10].

Los nuevos Estados “descolonizados” nacen con taras aún peores que la hornada de Versalles en 1919. Fronteras totalmente artificiales trazadas con escuadra y cartabón ; divisiones étnicas, tribales, religiosas ; economías de monocultivo agrario o minero ; burguesías débiles o inexistentes ; élites administrativas y técnicas poco preparadas y dependientes de la vieja potencia colonial... Un ejemplo de esta situación catastrófica nos lo da la India: el Estado recién nacido sufre en 1947 una apocalíptica guerra entre musulmanes e hindúes que desemboca en la secesión de Pakistán donde se agrupa la gran mayoría de los musulmanes. Los dos Estados han librado desde entonces guerras devastadoras y hoy la tensión imperialista es uno de los mayores factores de inestabilidad mundial. Ambos países —donde el nivel de vida de la población es uno de los más bajos del mundo— mantienen sin embargo costosas inversiones en instalaciones nucleares que les permite poseer la bomba atómica. En el marco de esta confrontación imperialista permanente, India en 1971 propició una guerra de “liberación nacional” de la parte oriental de Pakistán —Bangla Desh—, la cual, otra de las absurdeces del imperialismo, ¡está a más de 2 000 kilómetros de Pakistán! Esta guerra que costó cientos de miles de muertos dio lugar a un nuevo Estado “independiente” que no ha conocido más que golpes de Estado, masacres, dictaduras..., mientras la población muere de hambre o por devastadoras inundaciones.

Las guerras de Oriente Medio

Oriente Medio sigue siendo, desde hace cuarenta años, un foco de tensión imperialista a escala mundial por sus enormes reservas de petróleo y su papel estratégico vital. En manos del moribundo Imperio Otomano, antes de la guerra del 14 había sido presa de las ambiciones expansionistas de Alemania, Rusia, Francia, Gran Bretaña... Tras la guerra mundial fue el imperialismo británico el que se llevó el gato al agua con algunas migajas para el francés (Siria y Líbano).

Aunque ya en esa época las burguesías locales de la zona empezaban a empujar hacia la independencia, lo determinante en la configuración de esta región del mundo fueron las maniobras del imperialismo británico que en vez de atenuar las tensiones y rivalidades existentes en ella las iba a multiplicar a una escala más vasta. “El imperialismo inglés empujó a los latifundistas y burgueses árabes a entrar en guerra a su lado en la Primera Guerra mundial prometiéndoles la constitución de un Estado nacional árabe. La revuelta árabe fue decisiva en el hundimiento del frente turco-alemán en Oriente Próximo”[11]. Como “premio” Gran Bretaña creó un rosario de Estados “soberanos” en Irak, Transjordania, Arabia, Yemen... enfrentados entre sí, con territorios económicamente incoherentes, minados por divisiones étnicas y religiosas... Una sabia y típica manipulación del imperialismo británico que al tenerlos a todos divididos y con contenciosos permanentes sometía el conjunto de la zona a sus designios. Pero no se conformó con ello, además “solicitó y obtuvo como contrapartida el apoyo de los sionistas judíos diciéndoles que Palestina les sería entregada tanto desde el punto de vista de la administración como de la colonización”[12].

Si los judíos habían sido expulsados de muchos países durante la baja Edad Media, a lo que asistimos en el siglo XIX es a su integración, tanto en sus capas altas —en la burguesía— como en sus capas bajas —en el proletariado— dentro de las naciones donde viven. Esto revela la dinámica de integración y de relativa superación de las diferencias raciales y religiosas que desarrollan las naciones capitalistas en su época progresiva. Es únicamente a finales de siglo, es decir, con el creciente agotamiento de la dinámica de expansión capitalista, cuando sectores de la burguesía judía lanzan la ideología del sionismo (creación de un Estado en la “tierra prometida”). Su creación en 1948 no sólo constituye una maniobra del imperialismo americano para desalojar al británico de la zona y parar los pies a las tentativas rusas de inmiscuirse allí, también revela —en conexión con ese objetivo imperialista— el carácter reaccionario de la formación de nuevas naciones : no es una manifestación de una dinámica de integración de poblaciones como en el siglo pasado sino de separación y aislamiento de una etnia para utilizarla como palanca de exclusión de otra —la árabe.

El Estado israelí es desde el principio un inmenso cuartel en pie de guerra permanente que utiliza la colonización de las tierras desérticas como un arma militar: los colonos están encuadrados por el Ejército y reciben instrucción militar. En realidad, el Estado de Israel es en su conjunto una empresa económicamente ruinosa sostenida por enormes créditos de USA y basado en una explotación draconiana de los obreros, tanto judíos como palestinos[13].

La opción americana por Israel llevó a los Estados árabes más inestables y con mayores contradicciones internas y externas a la alianza con el imperialismo ruso. Su bandera ideológica fue desde el principio la “causa árabe” y la “liberación nacional del pueblo palestino” que se convirtió en un tema predilecto de la propaganda del bloque ruso.

Como en otros muchos casos lo que menos les importaba eran los palestinos. Estos fueron hacinados en campos de refugiados en Egipto, Siria, etc., en condiciones espantosas y utilizados como mano de obra barata en Kuwait, Arabia, Egipto, Líbano, Siria, Jordania, etc., de la misma forma que lo hacía Israel. La OLP, creada en 1963 como movimiento de “liberación nacional”, se ha constituido desde el principio como una banda de gánsteres que extorsiona a los obreros palestinos obligándoles a deducir un tributo de sus miserables salarios; en Israel, Líbano, etc., la OLP es un vulgar prestamista de mano de obra palestina de la que arranca hasta la mitad del salario que pagan los patronos. Sus métodos de disciplina en los campos de refugiados y en las comunidades palestinas no tienen nada que envidiar a los del ejército israelí.

Debemos recordar finalmente que las peores masacres de palestinos las han perpetrado sus gobiernos “hermanos” árabes: en Líbano, en Siria, en Egipto y, sobre todo, en Jordania, donde el “amigo” Hussein en septiembre de 1970 bombardeó brutalmente los campamentos palestinos causando millares de víctimas.

Es importante subrayar a este respecto la utilización sistemática que hace el imperialismo, tanto por parte de las grandes potencias como por las pequeñas, de las divisiones étnicas, religiosas, etc., especialmente importantes en las zonas más atrasadas del planeta : “Que las poblaciones judías y palestinas sirven de peones a las intrigas imperialistas internacionales, eso no lo duda nadie. Que para esto, los manipuladores del juego suscitan y explotan a fondo los sentimientos y prejuicios nacionales, atrasados y anacrónicos, fuertemente reforzados en las masas por las persecuciones de las que han sido objeto, esto no nos extraña. Así es como ha sido reanimado uno de estos incendios locales: la guerra de Palestina, donde judíos y árabes se matan unos a otros con un frenesí cada vez más sangriento”[14]. El imperialismo hace con estas manipulaciones el juego del aprendiz de brujo: las exalta, las radicaliza, las hace insolubles, porque esencialmente la crisis histórica del sistema no ofrece ningún terreno para poder absorberlas, hasta el extremo que, en ciertas ocasiones, acaban tomando “autonomía propia” agravando y haciendo más contradictorias y caóticas las tensiones imperialistas.

Las guerras de Oriente Medio no han tenido como objetivo real ni los “derechos palestinos” ni la “liberación nacional” del pueblo árabe. La de 1948 sirvió para desalojar al imperialismo británico de la zona. La de 1956 marcó el reforzamiento del control americano. Las de 1967, 1973 y 1982 marcaron la contraofensiva del imperialismo americano contra la creciente penetración del imperialismo ruso que había anudado alianzas, más o menos estables, con Siria, Egipto e Irak.

En todas ellas salieron bastante malparados los Estados árabes y militarmente reforzado el Estado judío pero el verdadero vencedor fue Estados Unidos.

La guerra de Corea (1950-53)

En esta guerra abierta en Extremo-Oriente entre el bloque imperialista ruso y el americano lo que estaba en juego era detener la expansión rusa, cosa que logró el bando americano.

El bando ruso presentó su empresa como un “movimiento de liberación nacional”: “La propaganda estalinista ha insistido especialmente en que sus “demócratas” estarían luchando por la emancipación nacional y dentro del marco del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. La extraordinaria corrupción que reina al interior de la clase dirigente en Corea del Sur, sus métodos “japoneses” en materia de policía, su incapacidad de feudales para resolver la cuestión agraria... les aportarían argumentos indiscutibles. Hasta el extremo de que Kim Il Sung se presenta como el “nuevo Garibaldi”[15].

Otro aspecto sobresaliente de la guerra coreana es la formación, como resultado directo de la confrontación interimperialista, de dos Estados nacionales sobre el suelo de una misma nación: Corea del Norte y del Sur, Alemania del Este y del Oeste, Vietnam del Norte y del Sur... Esto, desde el punto de vista del desarrollo histórico del capitalismo es una completa aberración que pone aún más en evidencia la farsa sangrienta y ruinosa que es la “liberación nacional”. La existencia de esos Estados ha estado directamente ligada no a un hecho “nacional” sino al hecho imperialista de la lucha de un bloque contra otro. Esas “naciones” se han sostenido como tales, en la mayoría de los casos, por medio de una bárbara represión y su carácter artificial y contraproducente se ha podido comprobar con el estrepitoso derrumbe —en el marco general del colapso histórico del estalinismo— del Estado alemán oriental.

Vietnam

La lucha de “liberación nacional” de Vietnam, iniciada en los años 20, ha caído siempre en la órbita de un bando imperialista contra el otro. Durante la IIª Guerra mundial Ho-chi-Minh y su Viet-Minh fue abastecido de armas por los americanos y los ingleses pues jugaba un papel contra el imperialismo japonés. Después de la Segunda Guerra mundial americanos e ingleses apoyaron a Francia —potencia colonial en Indochina– dada la alineación pro-rusa de los dirigentes vietnamitas. Aún así, ambas partes llegan a un “compromiso” en 1946 pues, entretanto, una serie de revueltas obreras habían estallado en Hanoi y para aplastarlas “la burguesía vietnamita tenía igualmente necesidad de las tropas francesas para mantener el orden en sus asuntos”[16].

Sin embargo, desde 1952-53, con la derrota de la guerra de Corea, el imperialismo ruso se vuelve decididamente hacia Vietnam y durante 20 años, el Vietcong se enfrentará primero a Francia y después a Estados Unidos en una guerra salvaje donde ambos bandos cometerán todas las atrocidades imaginables y que dejará como resultado un país arruinado que, hoy, 16 años después de la  “liberación”, no sólo no se ha reconstruido sino que se ha hundido aún más en una situación catastrófica. Lo absurdo y degenerado de esta guerra se comprueba al ver que Vietnam pudo ser “libre” y “unido” porque Estados Unidos, entretanto, había ganado para su bloque imperialista la enorme pieza constituida por la China estalinista y, en consecuencia, el pigmeo vietnamita resultaba secundario para sus designios.

Hay que subrayar que el “nuevo Vietnam anti-imperialista” ejerce, incluso antes de 1975, como potencia imperialista regional en el conjunto de Indochina: sometiendo a su influencia Laos y Camboya donde, so pretexto de “liberar” al país de la barbarie de los Jemeres Rojos —ligados a Pekín ya atado al bloque americano— invadió el país e instaló un régimen basado en un ejército de ocupación.

La guerra del Vietnam, especialmente en los años 60, suscitó una formidable campaña de estalinistas, trotskistas, con la compañía de viaje de otros sectores burgueses con coloración “liberal“, presentando dicha barbarie como la punta de lanza del despertar del proletariado de los países industrializados. De manera grotesca los trotskistas pretendían resucitar los errores de la IC sobre la cuestión nacional y colonial acerca de la “unión entre las luchas obreras en las metrópolis y las luchas de emancipación nacional en el Tercer Mundo“[17].

Uno de los “argumentos” empleados para avalar esta mistificación era que la multiplicación de manifestaciones contra la guerra del Vietnam en USA y en Europa sería un factor del despertar histórico de las luchas obreras desde 1968. En realidad la defensa de las luchas de “liberación nacional”, junto a la defensa de los “países socialistas”, de moda sobre todo en los medios estudiantiles, jugaron al contrario un papel mistificador y constituyeron mas bien una barrera de primer orden contra la recuperación de la lucha proletaria.

Cuba

Durante los años 60, Cuba fue un fuerte eslabón de toda la propaganda “antiimperialista”. Todo estudiante politizado tenía que tener en su habitación un cartelito del “guerrillero heroico”, Che Guevara. Hoy, el desastre que vemos en Cuba (emigraciones masivas, escasez de todo, hasta de pan) ilustra perfectamente la total imposibilidad de una real “independencia nacional”. Al empezar, los barbudos de la Sierra Maestra no tenían, en principio, una especial inclinación pro-rusa, simplemente su intento de llevar una política mínimamente “autónoma” respecto a Estados Unidos, los empujó fatal e inevitablemente a los brazos rusos.

En realidad Fidel Castro encabezaba una fracción nacionalista de la burguesía cubana que adoptó el “socialismo científico”, liquidando a muchos de sus “compañeros” de primera hora —que han acabado en el bando de Miami, es decir, el del bloque americano— porque su única carta de supervivencia estaba en el bloque ruso. Este se ha cobrado con creces su “ayuda”, entre otras maneras, haciendo que Cuba ejerciera de sargento imperialista en Etiopía —en apoyo del régimen pro ruso—, en Yemen del Sur y, sobre todo, en Angola, donde Cuba llegó a destacar a 60 000 soldados. Este papel subimperialista de poner la carne de cañón en las guerras africanas ha costado la vida a muchos obreros cubanos —a añadir a los africanos muertos por su “liberación”— ha influido tanto como el manoseado bloqueo yanqui —que es real— en la miseria atroz a la que es sometido el proletariado y la población cubana.

Años 80: los “combatientes de la libertad”

Después de haber ido arrancando una tras otra las posiciones rusas en Oriente Medio, África, Asia, el bloque americano prosigue su ofensiva de completo cerco de la URSS. En este marco se incluye la guerra de Afganistán donde al zarpazo soviético invadiendo Afganistán en 1979, USA responde apadrinando una coalición de 7 grupos guerrilleros afganos a los que dota con las armas más sofisticadas con lo que acaba atrapando a las tropas rusas en un callejón sin salida, que alimenta el enorme descontento existente en toda la URSS y que contribuirá —en el marco más global de la descomposición del capitalismo y el derrumbe histórico del estalinismo— al espectacular colapso del bloque ruso en 1989.

Como traducción de este importante reforzamiento del bloque americano, éste podrá arrebatar al ruso la bandera ideológica de la “liberación nacional” que durante los últimos 30 años había monopolizado.

Como hemos mostrado a lo largo de este artículo, la “liberación nacional” ha sido un arma que pueden utilizar a su gusto los distintos imperialismos: el bando fascista la empleó en todas las salsas imaginables, al igual que el “democrático”. Sin embargo, desde los años 50, el estalinismo había conseguido presentarse como el bloque “progresista” y “anti-imperialista”, envolviendo sus designios tras el ropaje ideológico de representar a los “países socialistas” que no serían “imperialistas” sino al contrario “militantes anti-imperialistas” y llegando, en el colmo del delirio, a presentar la “liberación nacional” como paso directo al “socialismo”, superchería frente a la cual las Tesis sobre la cuestión nacional y colonial de la IC en 1920, a pesar de sus errores, habían insistido claramente en “la necesidad de luchar resueltamente contra los intentos hechos por los movimientos de liberación, que no son en realidad ni comunistas ni revolucionarios, de adoptar el color del comunismo”[18].

Todo este tinglado se vino abajo en los años 80. Junto al factor principal —el desarrollo de las luchas y la conciencia obrera— los interminables virajes y volteretas dictadas por las necesidades imperialistas de Rusia, propiciaron su desgaste: recordemos, entre otros muchos, el caso etíope. Hasta 1974, al estar el régimen del Negus en el bando occidental, Rusia apoyó el Frente de Liberación Nacional de Eritrea —convertido en paladín del “socialismo”— con el derrumbe del Negus, sustituido por los militares “nacionalistas “ que se orientaron hacia Rusia, las cosas cambiaron : ahora Etiopía se convertía en un régimen “socialista marxista-leninista” y el Frente Eritreo se transformaba de la noche a la mañana en un “agente del imperialismo”, al alinearse este tras el bloque americano.

Después de 1989: la “liberación nacional” punta de lanza del caos

Los acontecimientos de 1989, con la estrepitosa caída del bloque oriental y el hundimiento de los regímenes estalinistas, ha dado lugar a la desaparición de la anterior configuración imperialista del mundo, caracterizada por la división en dos grandes bloques enemigos y, por ende, a una explosión de conflictos nacionalistas.

El análisis marxista de esta nueva situación, que se enmarca en la comprensión del proceso de descomposición del capitalismo[19], permite ratificar de manera concluyente las posiciones de la Izquierda comunista contra la “liberación nacional”.

Respecto al primer aspecto de la cuestión —la explosión nacionalista— vemos cómo en el torbellino del hundimiento del estalinismo crea una espiral sangrienta de conflictos interétnicos, matanzas, pogromos[20]. Este fenómeno no es específico de los antiguos regímenes estalinistas. La mayoría de países africanos tienen viejos contenciosos tribales y étnicos que —en el marco del proceso de descomposición— se han acelerado en los últimos años conduciendo a matanzas y guerras interminables. Del mismo modo la India sufre idénticas tensiones nacionalistas, religiosas y étnicas que causan miles de víctimas.

“Los conflictos étnicos absurdos donde las poblaciones se masacran entre sí porque no tienen la misma religión o la misma lengua, porque perpetúan tradiciones folklóricas diferentes, parecían reservados desde hace decenios a los países del “Tercer Mundo”, África, India, Oriente Medio... Pero ahora es en Yugoslavia, a unos cientos de kilómetros de las metrópolis industriales de Italia del Norte y Austria, donde se desencadenan tales absurdos... El conjunto de estos movimientos revela un absurdo aún más grande: en el período en que la economía ha alcanzado un grado de mundialización desconocido en la historia, en que la burguesía de los países avanzados intenta, sin éxito, darse un marco más vasto que el de la nación para gestionar su economía —como es por ejemplo la CEE— la dislocación de los Estados que nos habían sido legados por la IIª Guerra mundial en una multitud de pequeños Estados es una pura aberración, incluso si se mira desde el punto de vista de los intereses capitalistas. En cuanto a las poblaciones de estas regiones su suerte no será mejor sino peor aún: desorden económico creciente, sumisión a demagogos chauvinistas y xenófobos, ajustes de cuentas y progromos entre comunidades que habían cohabitado hasta el presente y, sobre todo, división trágica entre los diferentes sectores de la clase obrera. Todavía más miseria, opresión, terror, destrucción de la solidaridad de clase entre los proletarios frente a sus explotadores, esto es lo que significa el nacionalismo hoy”[21].

Esta explosión nacionalista es la consecuencia extrema, la agudización hasta el colmo de sus contradicciones, de la política del imperialismo durante los últimos 70 años. Las tendencias destructivas y caóticas de la “liberación nacional”, ocultadas por las mistificaciones del “anti-imperialismo”, del “desarrollo económico”, etc. y que han sido claramente denunciadas por la Izquierda Comunista, aparecen hoy de manera brutal y extrema, superando en su furia aniquiladora las previsiones más pesimistas. La “liberación nacional” en la fase de descomposición se presenta como la fruta madura de toda la obra aberrante, destructiva, desarrollada por el imperialismo.

“La fase de descomposición es la resultante de la acumulación de todas las características de este sistema moribundo, la fase que remata tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción condenado por la historia. O sea, que no sólo el carácter imperialista de todos los Estados, la amenaza de la guerra mundial, la absorción de la sociedad civil por el monstruo estatal, la crisis permanente de la economía capitalista, se mantienen en la fase de la descomposición, sino que además, ésta aparece como la consecuencia última, como síntesis acabada de todos esos elemento” [22].

Los mini-Estados que emergen de la dislocación de la ex-URSS o de Yugoslavia dan sus primeros pasos caracterizados por el más brutal imperialismo. La Federación Rusa del “héroe democrático” Yeltsin amenaza a sus vecinos y reprime salvajemente el independentismo de la República autónoma Chechena. Lituania reprime a su minoría polaca. Moldavia a su minoría rusa. Azerbayán se enfrenta abiertamente con Armenia...

El inmenso subcontinente ex-soviético está dando lugar a 16 mini-Estados imperialistas que pueden muy bien enzarzarse en conflictos mutuos que dejarían la carnicería yugoslava a la altura del betún porque, entre otros peligros, podrían poner en juego los arsenales atómicos dispersos por la ex-URSS.

Las grandes potencias aprovechan, de manera relativa dado el caos existente, las tensiones nacionalistas y los impulsos independentistas de los nuevos mini-Estados. Esta enésima utilización de la “liberación nacional” no puede tener sino consecuencias aún más catastróficas y caóticas que en el pasado[23].

Hoy más que nunca, el proletariado debe reconocer en las “liberaciones nacionales”, las “independencias”, las “autonomías nacionales”, una política, una consigna, un estandarte, parte integrante al cien por cien del orden reaccionario y aniquilador del capitalismo decadente. Contra ellas debe desarrollar su propia política: el internacionalismo, la lucha por la revolución mundial.

Adalen18/11/1991


[1] La crisis de la socialdemocracia, parte VII

[2] Lenin: intervención en la VIIª Conferencia del POSDR mayo 1917, “Informe sobre la situación actual”.

[3] Concepto que luego sería retomado por el “marxista-leninista” Mao-Tse-Tung.

[4] IIº Congreso de la Internacional Comunista: “El mundo capitalista y la Internacional Comunista”, parte I : “ Las relaciones internacionales después de Versalles”.

[5] Ibídem.

[6] Internacionalismo, nº 1, “ Paz democrática, lucha armada y marxismo”, 1964.

[7] No analizamos en este artículo la guerra de España dado que hemos publicado numerosos artículos en esta Revista sobre ella (ver Revista Internacional nos 7, 25, 47) así como el folleto que recoge los textos de Bilan sobre la misma. Las mistificaciones antifascista y nacionalista que, en grandes dosis, cayeron sobre el proletariado local e internacional ocultaban la realidad de que la guerra española fue un episodio clave, junto a la etíope, en la maduración de la IIª Guerra mundial.

[8] La crisis de la socialdemocracia, parte VII.

[9] Internationalisme, nº 21, pag. 25, mayo 1947, “ El derecho de los pueblos a disponer de sí mismos”.

[10] “Gran Bretaña: evolución desde la IIª Guerra mundial”, parte 1ª, punto VII, artículo publicado en la Revista Internacional, nº 19.

[11] Bilan, nº32, “ El conflicto árabe-judío en Palestina”, junio-julio 1936

[12] Idem.

[13] Internationalisme, nº 35, junio 1948, pag.18.

[14] Internationalisme, órgano de la Gauche Communiste de France, nº 35, junio 1948).

 

[15] Internationalisme, nº 45, pag. 23, “ La Guerra en Corea”.

[16] Internationalisme, nº 13, “La cuestión nacional y colonial”, septiembre 1946.

[17] Ver crítica de esta posición en el primer artículo de esta serie.

[18] Tesis sobre la cuestión nacional y colonial, punto 5, IIº Congreso de la IC, marzo 1920.

[19] Ver Revista Internacional, nos 57 y 62.

[20] Para un análisis de estos acontecimientos ver “La barbarie nacionalista”, en Revista Internacional, n° 62.

[21] Manifiesto del IXº Congreso de la CCI.

[22] Revista Internacional, n° 62, “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”, punto 3, pag.16.

[23] Ver en este número “Hacia el mayor caos de la historia”.

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