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Nación o Clase

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Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [1]

Introducción a la 1ª edición en español

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¡LOS OBREROS NO TIENEN PATRIA! Esta vieja consigna del proletariado internacional ha sido negada, deformada y falsificada por toda una recua de “marxistas” de todos los colores: trotskistas, maoístas, estalinistas, social-demócratas,…, y también por los anarquistas quienes, aunque no se dicen marxistas, se proclaman internacionalistas y apátridas.

¡LOS OBREROS NO TIENEN PATRIA! Esta vieja consigna del proletariado internacional ha sido negada, deformada y falsificada por toda una recua de “marxistas” de todos los colores: trotskistas, maoístas, estalinistas, social-demócratas,…, y también por los anarquistas quienes, aunque no se dicen marxistas, se proclaman internacionalistas y apátridas.

Según esta gente tal consigna resultaría hoy “demasiado simplista”, habría quedado “anticuada”, no tendría en cuenta “nuevas realidades”, como la “opresión nacional”, la lucha “antiimperialista”, o la “unidad popular”, y tantas otras.

Para estos esbirros del capital, proletariado y nación son conciliables, el interés de clase y el interés nacional “bien entendido” son coincidentes. En resumen que, según ellos, los obreros siempre tendrán alguna patria que defender: la independencia nacional “amenazada”, la economía nacional “en crisis”, la autodeterminación nacional de las patrias oprimidas (vasca, irlandesa, catalana…)...

Por nuestra parte, preferimos que nos llamen simplistas o que nos acusen de “anticuados” y seguimos inquebrantablemente fieles a la vieja consigna. LOS OBREROS NO TIENEN PATRIA es hoy, en la actual encrucijada histórica donde la humanidad se juega la alternativa Guerra Imperialista o Revolución Comunista, tanto más necesaria y más actual que nunca para los trabajadores y para toda la humanidad.

La Nación es la unidad a través de la cual los capitalistas organizan la explotación del proletariado y rentabilizan su producto en el mercado mundial, en competencia con los demás capitalistas. Esta afirmación se ha comprobado mil veces en la práctica:

  • en nombre de la Defensa de la Patria y la Independencia Nacional millones de obreros han sufrido la muerte en el frente y el hambre en la retaguardia, en las numerosas guerras imperialistas que han ensangrentado el mundo;
  • la “liberación nacional de los pueblos” ha sido la bandera empleada por los bloques imperialistas para repartirse el mundo;
  • las luchas contra la “opresión nacional” han sido las trampas para dividir a los obreros y hacerles perder su autonomía de clase;
  • la “salvación de la economía nacional” ha sido el camelo para imponer a los obreros toda clase de sacrificios, miseria y austeridad.

El Capital ha utilizado, utiliza y utilizará la ideología Nacionalista para llevarnos a la carnicería de las guerras imperialistas, justificar y hacernos tragar todos sus ataques contra nuestras condiciones de vida, dividirnos e impedir nuestra unidad internacional de clase. Destruyendo nuestra autonomía de clase, diluyéndonos en todo tipo de frentes interclasistas y haciéndonos luchar por intereses que no son los nuestros.

En consecuencia, podemos afirmar que  “LOS OBREROS NO TIENEN PATRIA” es un principio fundamental del movimiento obrero y que todos aquellos que lo deforman, relativizan o tratan de conciliar proletariado y nación, son ENEMIGOS JURADOS de nuestra clase, aunque se presenten como partidos “obreros” o se les llene la boca de discursos “radicales”.

* 

Que EL PROLETARIADO NO TIENE PATRIA significa que todos los obreros de todos los países, razas y lenguas tenemos un mismo interés y un mismo enemigo a destruir: el Capital.

Esta verdad tratan de ocultar con todo tipo de apariencias artificiosas:

  • la lengua, la cultura, la religión, las costumbres, etc. de “nuestro” país, que nos diferenciarían de la de los trabajadores de los demás países;
  • las condiciones de trabajo y de vida, que serían en “nuestro” país distintas de las del vecino;
  • la forma de gobierno, el régimen político, la estructura sindical, etc. que serían “peculiares a nuestro pueblo”.

Y así sucesivamente.

En función de esas diferencias, la clase dominante nos dice unas veces que “en nuestro país se vive mejor que en los demás” (por lo que tendríamos que cerrar filas en torno a nuestro Capital Nacional para defender este status privilegiado) y otras, lloriqueando, que “nuestro país está muy atrasado” (por lo que tendríamos que arrimar el hombro para hacer de él una nación rica y próspera).

Por este lado o por cualquier otro, buscan siempre lo mismo: hacernos olvidar que por encima de fronteras, razas o religiones todos los trabajadores del mundo estamos unidos por:

  • una misma explotación, que nos obliga a trabajar 8, 10, 12 horas para el Capital, sea este privado, estatal o “autogestionario”;
  • una misma privación de nuestros medios de vida: para sobrevivir (ni siquiera tenemos derecho a vivir) nos vemos obligados a trabajar para el capital hasta que dejamos de serle rentables y nos echa al paro;
  • una misma realidad, la de ser los productores universales de todas las riquezas y ganancias de los capitalistas.

Por eso nuestra mejor arma es el INTERNACIONALISMO, es decir, la solidaridad internacional de todos los proletarios, nuestra unidad mundial de clase. La Patria, sea esta “opresora’, “oprimida” o “socialista”, es siempre la falsa comunidad detrás de la cual se esconde la explotación y los negocios de los capitalistas. Nuestra única y verdadera comunidad es la que formamos todos los obreros del mundo, la que nace de nuestras luchas y de nuestra unidad de clase.

Los obreros intuimos la necesidad y la verdad del internacionalismo, por eso la Izquierda, los Sindicatos y los izquierdistas, organismos cuya función dentro del Estado burgués es impedir nuestra lucha autónoma y devolvernos al redil nacional del Capital, tratan de desviarnos con toda clase de falsos internacionalismos:

  • el que reduce el internacionalismo a un ritual del tipo ceremonia eclesiástica.  Una vez al año Sindicatos e Izquierda celebran la procesión del Primero de Mayo donde nos obsequian con bellos discursos, pegan cuatro gritos “internacionalistas” y nos devuelven a la dura realidad de nuestras “responsabilidades nacionales”...
  • solidarizándose durante años con Rusia, Cuba y demás “patrias del socialismo”: nos han colado como “internacionalismo” el apoyo a estos regímenes de capitalismo de Estado tan explotadores y antiobreros como sus rivales de Occidente,
  • defendiendo la “unidad europea” contra “el totalitarismo ruso”: dándole la vuelta al “internacionalismo” pro ruso ciertos grupos maoístas colocan el internacionalismo en el marco de la defensa de esa jauría de imperialistas que son los capitalistas europeos;
  • llamando a luchar por la “Revolución Americana”:  por esa vieja parida del Che Guevara orientada a encerrar a los obreros y campesinos americanos en una perspectiva nacionalista y tercer-mundista;
  • apoyando a los Gobiernos y Frentes de Liberación de los “pueblos oprimidos”: nos piden el apoyo a la OLP, a los sandinistas, al FDR salvadoreño, al Polisario,... que no son sino los nuevos explotadores y opresores de los obreros y campesinos de esos países;
  • llamándonos a la solidaridad con los pueblos que tienen regímenes dictatoriales para restaurarles la “democracia” y los “derechos humanos”, las cuales no son sino mistificaciones que encubren un Estado tan represivo y antiobrero como los descaradamente dictatoriales

* 

Pero ¿Cuál es entonces el verdadero internacionalismo? ¿Cómo lo podemos poner en práctica? El Internacionalismo Proletario se concreta en:

  1. La denuncia total de los dos bloques imperialistas, de las ideologías que les sirven de banderín de enganche,  y de los partidos que les apoyan.
  2. La denuncia del “neutralismo”, del “tercermundismo”, de las “terceras vías”, etc. que no son sino camelos inventados por las naciones de segundo orden para defender sus propios apetitos imperialistas.
  3. La oposición radical a todo planteamiento de lucha nacional, autonomías, federalismo, racismo (o su simétrico la lucha “racial”), cuya función es siempre dividir al proletariado y diluirlo en toda clase de frentes interclasistas.
  4. La lucha intransigente contra toda guerra imperialista localizada, practicando frente a ella el derrotismo revolucionario es decir, fraternizando los obreros y oprimidos de ambos bandos, volviendo ambos los fusiles contra sus propios mandos, contra su respectivo Capital Nacional.
  5. La oposición de nuestros intereses de clase contra el Interés Nacional del Capital. Luchando de forma intransigente contra todo despido, sacrificio, agresión etc. que nos pretende imponer el capital en nombre de la “salvación de la economía nacional” y demás engañifas.
  6. El apoyo total a las luchas obreras de los demás países. Desarrollando la única forma de solidaridad con ellas: unirse al combate abriendo un nuevo frente de luchas contra nuestro propio capital nacional.
  7. La búsqueda de la coordinación y centralización internacional de las luchas.

La unidad en una organización internacional y centralizada de todas las fuerzas de vanguardia del proletariado.

Dar a todas las luchas que hoy se libran la perspectiva de la REVOLUCION PROLETARIA MUNDIAL que destruya el Estado Burgués en todos los países, levante el PODER MUNDIAL DE LOS CONSEJOS OBREROS, abra el proceso de abolición de la mercancía, el salariado y las fronteras nacionales y dé lugar a la COMUNIDAD HUMANA MUNDIAL, al Comunismo. Está claro que la Revolución se iniciará probablemente en un país, pero deberá darse como primera tarea LA EXTENSIÓN MUNDIAL DE LA REVOLUCIÓN, sin la cual estará condenada al fracaso.

*  

Vivimos hoy una situación de encrucijada histórica que se plantea en la práctica así: o NACION, siguiendo el interés del Capital y yendo por tanto hacia la Guerra; o CLASE, siguiendo nuestros propios intereses de masa explotada y abriendo el camino hacia la Revolución. No hay paliativos, conciliaciones o medias tintas.

La alternativa de clase, la perspectiva de la revolución ha sido abierta prácticamente por la serie de luchas obreras que, iniciada en los años 60 (Mayo 68 en Francia, Otoño Caliente Italiano, Polonia 70,...), ha entrado en una segunda fase, tras un periodo de reflujo, con combates como los de Longwy Denain, Brasil, Corea y sobre todo Polonia; confirmando que el INTERNACIONALISMO y la PERSPECTIVA DE LA REVOLUCION MUNDIAL no son sólo una posibilidad abierta por la historia, sino UNA URGENTE NECESIDAD para liberarnos de la BARBARIE cada día más insoportable del Capital.

Por todo lo anterior, el folleto que a continuación ofrecemos es de lo más necesario y urgente.

ACCIÓN PROLETARIA (sección territorial en España de la CCI), 18-05-1981



Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [1]

Cuestiones teóricas: 

  • Internacionalismo [2]

Introducción a la 1ªedición en francés

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Si desde el punto de vista comunista puede plantearse alguna pregunta sobre las luchas de “liberación nacional”, esta es sin duda ¿Por qué y en qué circunstancias pudo el proletariado apoyarlas? y no ¿Por qué el proletariado no debe participar en ellas?

Había mistificación no sólo en sus respuestas sino ya en las preguntas mismas que se planteaba.
(Marx-Engels: “La Ideología Alemana”)

Si desde el punto de vista comunista puede plantearse alguna pregunta sobre las luchas de “liberación nacional”, esta es sin duda ¿Por qué y en qué circunstancias pudo el proletariado apoyarlas? y no ¿Por qué el proletariado no debe participar en ellas?

El Internacionalismo ha sido indiscutiblemente una de las piedras angulares del Comunismo. Desde 1848 quedó bien sentado en el movimiento obrero que los obreros no tienen patria. La frase final del Manifiesto Comunista, proletarios del mundo, uníos, se convirtió en un verdadero grito de guerra que han ido retomando las generaciones obreras en sus sucesivos combates. La Nación fue, por su parte, el marco por excelencia en el que se fue desarrollando la sociedad capitalista, hasta el punto de que la lucha revolucionaria de la burguesía contra el feudalismo se ha confundido a menudo con la lucha nacional. Y si el capitalismo encontró el marco más apropiado para su desarrollo en las naciones, el Comunismo, al contrario,  sólo podrá instaurarse a escala mundial. La Revolución Proletaria destruirá  las naciones.

Por todo ello, el apoyo del proletariado a la lucha nacional aparece de entrada como una anomalía que solo tuvo sentido en circunstancias muy especiales de su movimiento histórico, en los tiempos en que habían aún revoluciones burguesas y en los que la revolución proletaria no estaba aun en el orden del día de la agenda histórica.

El que los revolucionarios tengan que responder una y otra vez a la segunda pregunta y no a la primera da una idea clara de cómo siguen envenenando el ambiente las patrañas de más de medio siglo de la contrarrevolución, de la que el proletariado está ahora saliendo.

A caballo entre el siglo XIX y el XX, la cuestión nacional dio lugar en la Segunda Internacional a debates muy vivos entre los revolucionarios. Unos, como Rosa Luxemburgo, estaban contra el apoyo del proletariado a ese tipo de luchas, considerándolas como escollos a su toma de conciencia o como momentos de un conflicto imperialista o de su preparación. Otros, como Lenin, estaban a favor del “derecho de las naciones a disponer de si mismas” y justificaban el apoyo del proletariado a algunas luchas nacionales planteando que éstas eran un debilitamiento de los regímenes más reaccionarios, como el de Rusia, y, más en general, un debilitamiento de las metrópolis imperialistas. Sin embargo, ambos sectores revolucionarios coincidían en que el apoyo del proletariado a las luchas nacionales era algo condicional y limitado a determinadas circunstancias y que la Nación era por excelencia un marco burgués que el proletariado tenía que destruir.

Por ejemplo, Lenin, tras quien se escudan hoy todos los defensores de las luchas de “liberación nacional”, escribía en 1903: “la socialdemocracia, en tanto que partido del proletariado, se da como tarea positiva y principal, la lucha por la libre disposición no de pueblos y naciones, sino del proletariado de cada nacionalidad. Debemos tender siempre e incondicionalmente hacía la unión más estrecha del proletariado de todas las nacionalidades, y sólo en los casos particulares, excepcionales será en los que podamos exponer y apoyar activamente reivindicaciones por la creación de un nuevo estado de clase o por la sustitución de la unidad política total del Estado por una unión federal menos fuerte” (Iskra nº 44).

Pero a Lenin le ocurrió lo que en general les ocurre a los grandes revolucionarios tras su muerte y es que la burguesía se apresura a utilizar sus errores para quitarle hierro a su pensamiento y reducirlo a un nuevo catecismo con el cual drogar y engañar a las masas obreras. Lo mismo hizo la Social Democracia alemana con respecto a la obra de Marx y Engels para justificar su propia evolución reformista. Utilizó algunos de los pasajes en los que hablaban erróneamente de un paso pacífico y parlamentario al socialismo, e ignoró sin embargo la multitud de textos fundamentales donde dejaban clara la necesidad de destruir violentamente el Estado burgués. De la misma forma, hoy los llamados “leninistas” (estalinistas, trotskistas y maoístas), para embellecer su política nacionalista y de participación en las guerras imperialistas, “olvidan” las excelentes tomas de postura de Lenin contra la guerra imperialista, contra la Defensa Nacional y a favor del internacionalismo y hablan sólo de su apoyo al “derecho de los pueblos a disponer de si mismos”, convirtiéndolo así en un vulgar apóstol de la Nación. El estalinista Ho Chi Minh llegó a decir: “Me hice comunista el día que entendí que Lenin era un gran patriota”.

Por todo ello, la actividad de los comunistas en el momento actual no puede limitarse a denunciar las falsificaciones que hacen Izquierda e “izquierdistas” del pensamiento de los revolucionarios del pasado, tienen que empeñarse al mismo tiempo en una crítica sin concesiones de los errores que estos cometieron. Así pues el folleto que presentamos tiene una doble finalidad:

  1. Definir la posición clásica del marxismo sobre la cuestión nacional, liberándola de falsificaciones trotskistas y estalinistas y
  2. Ver sus errores y limitaciones a la luz de la experiencia histórica de la lucha de clases y clarificar cuál debe ser la posici5n actual de los comunistas sobre el tema nacional.

El medio siglo de enfrentamientos imperialistas que hemos sufrido ha puesto en entredicho la postura de Lenin (“las guerras nacionales no son solo probables sino inevitables en la época del imperialismo ... una guerra nacional puede transformarse en imperialista y viceversa” -de su “Respuesta al Folleto de Junius”) y ha confirmado totalmente la tesis de Rosa Luxemburgo (“al estar el mundo repartido entre unas cuantas grandes potencias imperialistas cualquier guerra, aunque al principio fuera nacional, se transforma en guerra imperialista ... en la época del imperialismo ya no pueden existir guerras nacionales. Los intereses nacionales no son más que una mistificación cuyo objetivo es situar a las masas populares trabajadoras al servicio de su enemigo mortal: el imperialismo” -de “La Crisis de la Socialdemocracia”).

Nosotros en este folleto aportaremos una serie de ejemplos históricos que confirman ampliamente la validez de las posiciones de Rosa Luxemburgo y añadiremos a ellos lo que hoy está pasando en África. Este continente, después de haber sido transformado como dice Marx en “El Capital”, en un coto de caza comercial de la piel negra, ha devenido en los últimos años campo privilegiado de los enfrentamientos imperialistas. El Sahara, el Chad, Guinea,… son hoy escenario de sangrientos ajustes de cuentas imperialistas so pretexto de defender a los “pueblos oprimidos”. En el Este, el bloque occidental presiona sobre la Etiopía pro-rusa utilizando la bandera de los “intereses del pueblo eritreo”, utilizada antes por Rusia cuando Etiopía estaba en el bloque rival. En el África Austral los Estados Unidos obligan a los gobiernos racistas de la zona a tener en cuenta los “intereses de los pueblos de color” para evitar que las guerrillas que los controlan caigan en el campo ruso, como pasó con Mozambique y Angola. Este último país es una ilustración perfecta del carácter imperialista de toda lucha de “liberación nacional”. Ante el hundimiento del colonialismo portugués sendos bloques imperialistas prestaron su “ayuda desinteresada” a los movimientos guerrilleros que se peleaban a muerte: UNITA, FLNA y MPLA. Al final ambos decidieron intervenir directamente. Rusia utilizando a las tropas cubanas y Estados Unidos al ejército sudafricano.

Eso y nada más son hoy las “justas luchas de emancipación nacional” en África. Como en todas partes, no son más que maniobras en el tablero de la lucha imperialista mundial, en el cual los “pueblos” son simples peones y víctimas. Esto les resulta cada vez más difícil de ocultar a las fracciones de izquierda del Capital -estalinistas, trotskistas y maoístas. Su tesis clásica de que habría un bando imperialista y otro “antiimperialista” se viene abajo ante las puñaladas traperas que tanto Rusia como China han dado a más de una lucha de “liberación nacional” (Eritrea, Bengala, Somalia, Biafra,...). Ahora bien, esas fracciones siempre tienen alguna “teoría” para hacer callar las objeciones de sus propios correligionarios, les basta con decir que tal lucha nacional, que choca con los intereses del “campo socialista”, “le hace el juego” al imperialismo y viceversa.

Las corrientes que reconocen a los países “socialistas” como imperialistas, al igual que las otras, se ven forzadas a las mayores acrobacias dialécticas para encontrar algo de “progresista” en las luchas de “liberación nacional”. El colmo es que haya grupos, como el Partido Comunista Internacional, que acusen a los revolucionarios de traicionar el internacionalismo proletario porque no apoyan las “luchas nacionales” dirigidas contra el imperialismo de su propio país. Así, este grupo nos acusa de chauvinistas por no haber apoyado a los ex gendarmes katangueños en su guerra con el régimen de Mobutu, bastión de los imperialismos francés, belga y norteamericano en la región. ¡ De modo que apoyar a los gendarmes de Moisés Thomsbe, que hace 10 años fueron la punta de lanza del imperialismo yanqui en el Zaire, sería “internacionalismo proletario”¡

Para dar argumentos a su postura, estas corrientes se escudan tras las consignas utilizadas por los revolucionarios en Primera Guerra Mundial. El derrotismo revolucionario y el enemigo principal está en nuestro propio país, son llevadas hasta el absurdo, olvidando que eran fórmulas de agitación que contenían ciertas ambigüedades, como vamos a ver.

Lenin escribía: “En una guerra reaccionaria, la clase revolucionaria debe desear la derrota de su gobierno. Tiene que comprender el lazo entre los fracasos militares de éste y las facilidades para derribarlo que de ello ‘resultan’” (en “El Socialismo y la Guerra”). En esta frase hay una idea justa, que la clase obrera debe oponerse a los objetivos de su propio capital nacional, pero se presta a interpretaciones abusivas y erróneas. En efecto, no se trata de jugar a la defensiva “deseando” el fracaso de su propio capital nacional sino de plantearse una postura de ofensiva desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera mundial. De lo contrario llegaríamos a un “nacionalismo al revés” consistente en apoyar al bando imperialista rival de nuestro propio capital nacional, lo cual acabaría atando al proletariado a los conflictos capitalistas, de la misma forma que lo hace el patriotismo.

Este planteamiento de “nacionalismo al contrario”, del que fueron víctimas muchos revolucionarios empeñados en combatir la histeria chauvinista de su propio Capital nacional, llevó a revolucionarios como Rosa Luxemburgo o Lenin a graves errores. Así, Rosa afirmaba en su folleto “La Crisis de la Socialdemocracia” que “El verdadero deber de la socialdemocracia hacia la Patria es mostrar los intereses ocultos de esta guerra imperialista, romper con la red de mentiras patrióticas y diplomáticas que ocultan este atentado contra la Patria ... oponerse en fin al programa imperialista de guerra y defender el programa verdaderamente nacional de los patriotas y demócratas de 1848, defender la consigna de la grande e indivisible República Alemana. Tal es la bandera que debería haber desplegado ante el país, que habría sido verdaderamente nacional, verdaderamente liberadora y que habría respondido a las mejoras tradiciones de Alemania y de la política internacional de clase”. Pero Lenin, quien criticando justamente este pasaje había afirmado: “los errores de dichos razonamientos son evidentes en cuanto le propone a la clase de vanguardia que mire hacia el pasado y no hacia el porvenir”, caía en los mismos cuando afirmaba: “Nos invade el sentimiento de orgullo nacional, porque la nación rusa ha creado también una clase revolucionaria, ha demostrado también que es capaz de dar a la humanidad ejemplos formidables en la lucha por la libertad y el socialismo... Y nosotros, obreros rusos, impregnados del sentimiento de orgullo nacional, queremos a toda costa una Rusia libre e independiente, autónoma, democrática, republicana, orgullosa, que base las relaciones con sus vecinos en el principio humano de la igualdad y no en el principio feudal de los privilegios. Precisamente porque la queremos así, decimos: en la Europa del siglo XX no se puede defender la Patria de otro modo que luchando por todos los medios revolucionarios contra la monarquía, los terratenientes y los capitalistas de la propia patria, es decir, contra los peores enemigos de nuestra patria ... En cambio, nuestros chauvinistas patrios, como Plejanov y compañía,  resultarán traidores no sólo a su Patria, a la Rusia libre y democrática, sino también a la fraternidad proletaria de todos los pueblos de Rusia, es decir, a la causa del socialismo” (“El orgullo nacional de los Rusos”).

Estas citas demuestran cómo los mejores internacionalistas de la época cedieron en determinados momentos a la enorme presión nacionalista de sus burguesías. Por eso es necesario, para inspirarse en su obra, criticar implacablemente todos los errores, vacilaciones y ambigüedades que contenga.

A pesar de todos sus errores, la política que defendió Lenin contra la Primera Guerra Mundial fue esencialmente justa. En cambio sus epígonos de hoy, fieles a la letra de sus expresiones, propugnan una política totalmente absurda. Así, según sus sucesores, durante la guerra de “independencia” de Biafra –apoyada por Estados Unidos y Francia– contra Nigeria –respaldada por Rusia e Inglaterra:

  • los miembros de una organización revolucionaria, habitantes de Inglaterra, tendrían que haber apoyado a Biafra para hacerle la contra a su país
  •  y los miembros de esa organización, en Francia, siguiendo el mismo criterio, tendrían que haber apoyado a Nigeria.

Del mismo modo, durante la guerra del Zaire los miembros de una organización comunista en Francia o en Bélgica tendrían que haber apoyado a Thomsbe y los integrantes de esa organización en Rusia deberían respaldar a Mobutu.

He ahí las enrevesadas “tácticas” que propugnan los que olvidan que luchar desde una postura de clase contra la propia burguesía no significa nunca apoyar a la burguesía de enfrente, que fraternizar con las tropas del “enemigo” no quiere decir alistarse en su ejército, que denunciar primero los prejuicios patrioteros de los obreros del propio país no puede desembocar en exaltar después al imperialismo rival. Resumiendo, semejantes políticas ruidosamente “radicales” no hacen sino revalorizar a contrapié las patrañas nacionalistas.

Además, la manera con la que miran a los “pueblos en lucha del Tercer Mundo” es increíblemente racista. Lo que rechazan totalmente para los proletarios europeos –una explotación en aumento, un mayor encuadramiento por el Capitalismo de estado, los campos de concentración...– lo consideran “tácticamente” bueno para los “pueblos de color”.

El internacionalismo solo puede significar hoy en día lucha intransigente contra todo “movimiento nacional” sea grande, pequeño, “oprimido” u “opresor”. Como dijo Lenin en “El Socialismo y la Guerra”: “Invocar hoy la actitud de Marx respecto a la guerras de la época de la burguesía progresista y olvidar las palabras de Marx “los obreros no tienen patria”, palabras que se refieren precisamente a la época de la burguesía reaccionaria, a la época de la revolución socialista, es deformar cínicamente el pensamiento de Marx y sustituir el punto de vista socialista por el punto de vista burgués”.


 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [1]

Cuestiones teóricas: 

  • Internacionalismo [2]

Los comunistas y la cuestión nacional en el siglo XIX

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Los proletarios no tienen patria. Esta es la base del análisis comunista sobre la cuestión nacional. A lo largo de este siglo millones de proletarios han sido mistificados, movilizados y sacrificados bajo las banderas del patriotismo, la defensa nacional y la liberación nacional. En guerras mundiales y locales, en enfrentamientos entre enormes ejércitos estatales o en choques guerrilleros, los obreros de todos los países han sido llamados a entregar sus vidas, por sus opresores. Nada ha quedado mejor demostrado en este siglo que el antagonismo total y absoluto entre el nacionalismo y los intereses internacionales del proletariado.

Hoy la nación ya no puede servir ni de marco para el desarrollo de las fuerzas productivas, ni de terreno para la lucha de clases y menos todavía de forma estatal para la dictadura del proletariado.

 (Trotsky en “Nashe Slovo”, 4-2-1916)

Los proletarios no tienen patria. Esta es la base del análisis comunista sobre la cuestión nacional. A lo largo de este siglo millones de proletarios han sido mistificados, movilizados y sacrificados bajo las banderas del patriotismo, la defensa nacional y la liberación nacional. En guerras mundiales y locales, en enfrentamientos entre enormes ejércitos estatales o en choques guerrilleros, los obreros de todos los países han sido llamados a entregar sus vidas, por sus opresores. Nada ha quedado mejor demostrado en este siglo que el antagonismo total y absoluto entre el nacionalismo y los intereses internacionales del proletariado.

Y como los obreros solo pueden aprender las lecciones de la historia a través de su propia experiencia en el proceso histórico, los comunistas solo pueden analizar la cuestión nacional en términos históricos para establecer las razones por las cuales la oposición a todo nacionalismo, a cualquier lucha nacional, se ha convertido en una de las fronteras que separan a las organizaciones obreras de las burguesas.

Los comunistas y la cuestión nacional en el siglo XIX

Los fundadores del socialismo científico, Marx y Engels, a pesar de algunos errores, contradicciones o límites en sus análisis (producto de la época en que vivieron), comprendieron un punto fundamental que se ha olvidado completamente hoy al quedar anegado por 50 años de contrarrevolución. Para ellos no cabía la menor duda de que el Estado Nacional y la ideología nacionalista eran pura y simplemente un producto del desarrollo capitalista, de que la nación era el marco indispensable para el desenvolvimiento de las relaciones capitalistas de producción fuera y en contra la sociedad feudal. Cualesquiera que sean las contradicciones de sus escritos acerca de la posibilidad de un desarrollo socialista dentro de los límites nacionales, la perspectiva general de Marx y Engels se basaba en un análisis del mercado mundial y en la comprensión de que la futura sociedad comunista sería la asociación mundial de los productores, la comunidad humana mundial. La Primera Internacional fue fundada sobre el reconocimiento de que la clase obrera era una clase internacional y tenía que unir sus luchas a escala mundial.

Sin embargo, en tanto que comunistas internacionalistas, Marx y Engels dieron a menudo su apoyo a movimientos de liberación nacional. Lo que escribieron sobre esta cuestión es usado en nuestros días por aquellos que se autodenominan “marxistas,” para justificar mejor su apoyo a las luchas de “liberación nacional” en la época actual.

Pero resulta que el período que hoy vivimos no es el de Marx y Engels. Y es esta evidencia la que nos permite afirmar que denunciar y oponerse a cualquier lucha de “liberación nacional” es hoy una postura básica de la visión revolucionaria del mundo. Marx y Engels adoptaron esas posiciones políticas en una época de auge histórico del capitalismo, cuando la burguesía aun podía ser considerada como una clase progresista que luchaba contra las trabas del poder feudal. Inevitablemente las revoluciones burguesas tomaron la forma nacional. Para poder acabar con las barreras impuestas al comercio por la autonomía local del feudalismo, con sus aranceles, derechos señoriales, fueros, etc., la burguesía tuvo que unirse a escala nacional. Lenin así lo comprendió: “En todo el mundo, la época del triunfo definitivo del capitalismo sobre el feudalismo estuvo ligada a movimientos nacionales. La base económica de esos movimientos estriba en que para la victoria completa de la producción mercantil es necesario que la burguesía conquiste el mercado interior, es preciso que territorios con población de un solo idioma adquiera cohesión estatal, quedando eliminados cuantos obstáculos se opongan al desarrollo de ese idioma y a su consolidación en la literatura. El idioma es el medio esencial de comunicación entre los hombres, la unidad del idioma y su libre desarrollo es una de las condiciones más importantes de una circulación mercantil realmente libre y amplia que responde al capitalismo moderno... Por ello la tendencia de todo movimiento nacional es a formar Estados Nacionales, que son los que mejor responden a estas exigencias del capitalismo moderno” (Lenin: “Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”).

Desde la creación de un ejército de ciudadanos durante la revolución francesa hasta el Risorgimiento italiano, desde la Guerra de Independencia americana hasta la Guerra de Secesión, la revolución burguesa tomó la forma de luchas de liberación nacional contra las monarquías reaccionarias y contra los vestigios de las clases del feudalismo (los esclavistas de los Estados del Sur de EEUU fueron un caso aparte, lo cual no quita de que representaran un serio obstáculo para el desarrollo del capitalismo en Estados Unidos). Estas luchas tenían el objetivo esencial de destruir las superestructuras decadentes del feudalismo y liquidar las mentalidades pa­rroquianas y autárquicas que frenaban la marcha del capitalismo hacia su unidad.

Al basar su oposición al sistema capitalista en cimientos materialistas y científicos (y no morales) Marx y Engels comprendieron que el socialismo era imposible mientras que el capitalismo no hubiera desarrollado el mercado a escala mundial y el proletariado no se hubiera transformado en una clase realmente internacional. Durante aquel período, el capitalismo era el único modo de producción capaz de desarrollar las fuerzas productivas. Este hecho real es lo único que justificó el apoyo de los revolucionarios de entonces a los movimientos de liberación nacional. En tanto no se desarrollara plenamente el mercado mundial, mientras hubiese todavía en el mundo inmensas regiones precapitalistas donde el sistema pudiera extenderse y la burguesía tuviera que luchar aún contra el feudalismo y el absolutismo, era necesario para el movimiento obrero tomar parte activa en los movimientos de liberación nacional, los cuales ponían las bases materiales de la futura revolución socialista. En aquel entonces la clase obrera era efectivamente solidaria con los numerosos movimientos de liberación nacional. Los obreros textiles de Inglaterra, a pesar de las privaciones y el paro que acarreaba la guerra civil norteamericana (freno a las exportaciones de algodón), apoyaron totalmente al Norte, haciendo campañas también contra la complicidad tácita entre la burguesía inglesa y los esclavistas del Sur. En 1860, los estibadores de Liverpool trabajaron gratis el sábado por la tarde para mandar víveres a la expedición de Garibaldi a Sicilia. Estas y otras actitudes semejantes de entonces contrastan con la indiferencia, cuando no la hostilidad, de los obreros de hoy respecto a las campañas de apoyo a los movimientos de “liberación nacional” propagadas por la izquierda del capital y los izquierdistas.

Hay que subrayar sin embargo dos cosas acerca de la actitud del proletariado de aquella época.

Primero, y ante todo, que los comunistas no reconocieron jamás un supuesto “derecho” abstracto a la autodeterminación nacional, aplicable en todo tiempo y en todas las naciones. Apoyaban los movimientos nacionales en tanto contribuían al desarrollo progresivo del capitalismo mundial.

Para Marx y Engels, por ejemplo, uno de los principales criterios para juzgar si un movimiento nacional en Europa era progresista o no estribaba en su capacidad para sacudirse el yugo del absolutismo ruso, que era entonces el bastión de la reacción sobre en el continente, no solo contra el comunismo sino también contra la democracia burguesa, el liberalismo y la unidad nacional. Y así, mientras que apoyaron a los movimientos nacionalistas de Alemania y Polonia se opusieron a los numerosos movimientos nacionalistas eslavos reaccionarios que estaban dominados por clases precapitalistas y eran manipulados por el zarismo para reforzar y extender su absolutismo. Por ello, aunque condenaban el saqueo y la explotación en las colonias del capitalismo, los comunistas no apoyaban a cualquier señor o jefezuelo local de clan contra los imperialistas. Engels escribía a Bernstein en 1882 acerca del levantamiento en Egipto contra los ingleses dirigido por Ahmed Arabí Pachá: “Creo que tenemos que estar con los ‘fellahs’ oprimidos sin compartir sus ilusiones económicas (se necesitan siglos de experiencia para que los campesinos tomen conciencia de que están mistificados), que tenemos que pronunciarnos contra la barbarie de los ingleses sin por eso ponernos del lado de sus adversarios militares del momento”.

Esos movimientos eran intentos de señores locales o de déspotas de tipo asiático para mantener el control sobre “sus” campesinos y no la expresión de una burguesía nacional revolucionaria. Además, algunas revueltas en las colonias (como en China) fueron apoyadas en la medida en que podían servir de base al desarrollo del capitalismo nacional, liberado de toda dominación colonial, o como posible detonante de la lucha de la clase proletaria dentro del país opresor. Este último criterio fue el de Marx respecto a Irlanda, pues opinaba que la dominación inglesa producía retraso en la lucha de la clase en Inglaterra al arrastrar su conciencia al terreno del chovinismo.

Lo importante para nosotros no es saber si Marx o Engels estaban acertados o no en su apoyo a tal o cual movimiento nacional. En algunos casos, como el de Irlanda, la posibilidad de una liberación nacional había desaparecido ya y Marx seguía apoyándola y en otros ese apoyo resultó justificado con creces. Lo que importa es comprender el método que usaban los comunistas para determinar la naturaleza progresista o reaccionaria de tal o cual movimiento nacional. Y no basaban sus juicios en los “sentimientos” de los pueblos oprimidos, ni sobre un no se sabe qué derecho eterno a la autodeterminación nacional, ni siquiera en base a las condiciones particulares de tal o cual país. “Sus tomas de postura, correctas o erróneas, estaban invariablemente determinadas en relación a un eje intangible: lo que a escala mundial favorecía la maduración de las condiciones de la revolución proletaria era progresivo y debía contar con el apoyo de los obreros” (M. Berard: “Rupture avec “Lutte Ouvrière” et le Trotskysme”, pág. 46)

·        Lo segundo que hay que subrayar es que los comunistas comprendieron el carácter capitalista de las luchas de liberación nacional y, por consiguiente, la necesidad para el proletariado de ser políticamente independiente respecto de la burguesía, incluso las veces que la apoyaba contra el absolutismo. Nadie tenía la menor ilusión de que tal o cual lucha nacionalista acabara en “socialismo” o en “Estado obrero”.

Esta es de hecho una de las mayores patrañas que defienden estalinistas y trotskistas cuando afirman que regímenes estalinistas como el de China, Cuba, Vietnam y demás tienen un carácter proletario. Durante la era de la revolución burguesa y del capitalismo ascendente el proletariado podía tener sus propias organizaciones independientes y por lo tanto la estrategia de “apoyo crítico” a las fracciones burguesas más progresistas era una posibilidad. Aunque el proletariado corría el riesgo de ver a la burguesía volverse contra él cuando le fuera posible (cómo ocurrió durante la revolución de 1848), ésta se apoyó a menudo en la clase obrera, como vanguardia, en las guerras de liberación nacional y pudo, en aquella época, tolerar que hubiese organizaciones proletarias masivas e independientes dentro de la sociedad. La lucha del proletariado por las “1ibertades democráticas” (de asociación, de prensa, libertad sindical,...) no era entonces la engañifa en que se ha transformado tal lucha en este período de decadencia del capitalismo, en el cual la burguesía es incapaz de otorgar la más mínima reforma real. En aquella época,  cuando la clase obrera participaba, bajo determinadas circunstancias,  en guerras nacionales, luchaba por sus propias metas y no como pura y simple carne de cañón.

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [1]

Cuestiones teóricas: 

  • Internacionalismo [2]

La cuestión nacional al iniciarse la decadencia del capitalismo

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El debate sobre la cuestión nacional había vuelto a abrirse poco antes de que la Guerra Mundial Imperialista iniciara de manera evidente la nueva época. Después de 1871, la burguesía de los principales países capitalistas ya no entraba de la misma manera en guerras nacionales. Las ansias imperialistas de finales del XIX eran la aceleración del capitalismo hacia su apogeo, pero alcanzado este punto también se acercaba a su declive. Los signos anunciadores de la nueva era (la escalada imperialista, los problemas económicos más agudos, la creciente lucha de clases) fueron percibidos y discutidos ya antes de la guerra dentro del movimiento obrero.

Durante el período ascendente del capitalismo pudo haber, en un marco bien determinado, debate en el seno del movimiento obrero sobre el apoyo a ciertas luchas nacionales. Tras 1914, metido ya el sistema en su fase de ocaso definitivo y de crisis histórica permanente, tal debate se prolongó a causa del inevitable desfase entre las condiciones históricas objetivas y la conciencia subjetiva del proletariado. Los revolucionarios de finales del siglo XIX habían podido asimilar algunas posiciones de clase, la necesaria destrucción del Estado burgués por ejemplo, gracias a la Comuna de París. Pero otras fronteras de clase solo pudieron quedar zanjadas, de una vez por todas, con la dura experiencia de la Primera Guerra Mundial y la oleada revolucionaria que siguió. Fue entonces cuando quedó claro el carácter contrarrevolucionario de los sindicatos, del parlamentarismo y de la socialdemocracia. A pesar de esto era posible que una organización fuese básicamente revolucionaria durante aquel período tan agitado, aunque tuviera muchas ilusiones en cuanto al carácter de esas instituciones. Mientras había ímpetu revolucionario en la clase las expresiones políticas de ésta podían corregir los errores y las confusiones a la luz de la experiencia pero, con el agotamiento definitivo de la oleada revolucionaria, las fronteras de clase entre las organizaciones quedaron claramente definidas y lo que eran antes errores se convirtió en la política normal de las tendencias contrarrevolucionarias. Los bolcheviques, por ejemplo, a pesar de sus confusiones en bastantes puntos, fueron durante cierto tiempo la vanguardia del movimiento revolucionario mundial. Pero su incapacidad para sacar todas las lecciones del nuevo período contribuyó a transformarlos en instrumentos de la contrarrevolución. Y esta incapacidad quedó manifiesta no solo sobre la cuestión sindical, la parlamentaria y la referente a la socialdemocracia, que los bolcheviques resolvieron, bajo la presión de la contrarrevolución ascendente, con esquemas válidos para el periodo precedente, sino también sobre la cuestión nacional.

Efectivamente, el debate sobre la cuestión nacional había vuelto a abrirse poco antes de que la Guerra Mundial Imperialista iniciara de manera evidente la nueva época. Después de 1871, la burguesía de los principales países capitalistas ya no entraba de la misma manera en guerras nacionales. Las ansias imperialistas de finales del XIX eran la aceleración del capitalismo hacia su apogeo, pero alcanzado este punto también se acercaba a su declive. Los signos anunciadores de la nueva era (la escalada imperialista, los problemas económicos más agudos, la creciente lucha de clases) fueron percibidos y discutidos ya antes de la guerra dentro del movimiento obrero.

Rosa Luxemburgo, por ejemplo, al entender que Rusia había cambiado desde la época de Marx, se oponía a la independencia de Polonia. Rusia se desarrollaba rápidamente, como gran nación capitalista; de ahí que la burguesía polaca viera sus intereses ligados a los del capital ruso. También la alianza de los obreros rusos con los obreros polacos era posible y Rosa insistía en que la socialdemocracia debería hacer todo lo que pudiera para cimentar esa alianza y no campañas en pro del aislamiento de los obreros polacos bajo la explotación “independiente” de la burguesía polaca. A pesar de esto, Rosa seguía defendiendo que la tarea inmediata de la clase obrera polaca y rusa era instaurar una República Democrática Unificada, y no una revolución socialista. Además de esto, Rosa dio apoyo total a las luchas de los griegos contra los turcos, y afirmaba en “Reforma ó Revolución” que la era de la crisis histórica del capitalismo no se había abierto todavía. Sus diferencias con el resto de la socialdemocracia, sólo concernían todavía a la estrategia, es decir, sobre cuales eran las consecuencias más favorables para los obreros de lo que ocurría en el mundo, dentro de la sociedad capitalista. La perspectiva inmediata de la unificación revolucionaria del proletariado mundial no se había planteado en relación directa con la realidad.

Sin embargo, los debates dentro de la socialdemocracia en esa época eran ya la expresión del cambio de las condiciones históricas. Por una parte, las ideas de Rosa Luxemburgo demostraban su comprensión de la necesidad de adaptarse a esos cambios. Por otra, la esclerosis del aparato socialdemócrata no sólo daba muestras de incapacidad para entender lo que estaba ocurriendo, sino que además daba signos de regresión respecto de la coherencia de la primera Internacional. Esta regresión era más ó menos inevitable por la función misma de la socialdemocracia dentro del movimiento obrero. Su tarea principal había sido la de luchar por reformas en el período de estabilidad capitalista en los países avanzados. Además, las luchas por las reformas tuvieron lugar en un terreno específicamente nacional. Y ya que la burguesía nacional podía conceder reformas, era fácil para los reformistas argumentar que los obreros tenían, sin lugar a dudas, cantidad de intereses comunes con su propia nación. En 1896, la segunda Internacional, empezó a adoptar la fatal fórmula de un “derecho de las naciones a la autodeterminación”, válida para todos los pueblos. Las consecuencias de esta posición quedarían patentes en las décadas siguientes.

La posición de los bolcheviques

La ruptura con los mencheviques en 1903 demostró que los bolcheviques formaban parte, y de los más claros, de la tendencia revolucionaría de la Segunda Internacional. Sin embargo, su posición sobre la cuestión nacional era la misma que la del centrismo de la socialdemocracia, o sea, la del “derecho de todas las naciones a la autodeterminación”, posición que mantuvieron en el programa de 1903 tras la ruptura. A pesar de las oposiciones a esa posición, tanto dentro como fuera del partido, los bolcheviques la mantuvieron con tenacidad, lo cual puede explicarse por el hecho de que la Rusia zarista era la representante “por excelencia” de la opresión nacional (“cárcel de los pueblos”, al decir de Lenin) y que en tanto que partido que formaba parte de la llamada “Gran Rusia”-geográficamente hablando, claro- los bolcheviques consideraron que defender el derecho de las naciones oprimidas por Rusia a separarse, era la mejor forma de ganarse la confianza de las masas de aquellos  países. Aunque esta posición acabará por resultar errónea, se basaba en una perspectiva proletaria. En un periodo en el que los “socialimperialistas” de Alemania y Rusia, o de cualquier otra parte, argumentaban en contra del derecho de los pueblos oprimidos por el imperialismo alemán ó ruso a luchar por la liberación nacional, la consigna de la autodeterminación fue propugnada por los bolcheviques para socavar las bases de esos imperialismos y crear así las condiciones de una futura unificación de los trabajadores, tanto en los países opresores como en los oprimidos.

Estas posiciones encuentran su expresión más clara en los escritos de Lenin en el período que dura hasta la Primera Guerra Mundial (la posición de Lenin fue siempre la oficial del partido bolchevique). Pero hubo una importante crítica a esa   posición por parte de la izquierda del partido, antes y después de 1917, y, en particular, por bolcheviques de primera fila como Bujarin, Dzerzhinski y Piatakov. Bujarin se basaba en un análisis de la economía mundial y del imperialismo, que, según él, hacía de la autodeterminación nacional una utopía y algo incompatible con la dictadura del proletariado.

Como Marx y Engels, Lenin veía correctamente que las luchas por la liberación nacional tenían un carácter burgués. Además, Lenin reconocía que había que enfocar el problema desde un punto de vista histórico. En “Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”, Lenin decía que para los partidos revolucionarios de los países desarrollados, la reivindicación nacional se había vuelto inútil porque en ellos la burguesía ya había rematado las tareas de unificación e independencia nacionales. Y defendía que había que mantener esa consigna, argumentando que en Rusia y en los países colonizados las tareas burguesas de destrucción del feudalismo y de independencia nacional no estaban todavía terminadas. Así, Lenin quiso aplicar para estos países el método que Marx había aplicado al capitalismo del siglo XIX. «Precisamente y sólo porque Rusia como los países vecinos atraviesa por esa época, necesitamos en nuestro programa un punto sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación». (“Sobre el derecho de las naciones..." 1914, Tomo III, Obras escogidas, Pág. 627. Ediciones Progreso)

Según Lenin, los movimientos de Liberación Nacional que proliferaban por las colonias en aquel entonces, tenían un contenido progresista en la medida en que ponían las bases para un desarrollo capitalista independiente y, por lo tanto, para la formación de un proletariado. En esos países la lucha contra las estructuras sociales precapitalistas creaba las condiciones para la lucha de clases “normal”, entre burguesía y proletariado. Por lo tanto, Lenin abogaba por la participación crítica del proletariado en esas luchas: «En todo nacionalismo burgués de una nación oprimida hay un contenido democrático general contra la opresión, y a este contenido le prestamos un apoyo incondicional, apartando rigurosamente la tendencia al exclusivismo nacional, luchando contra la tendencia del burgués polaco a oprimir al hebreo, etc., etc.»

Tal postura implica claramente que la burguesía era capaz todavía de luchar por las libertades democráticas y que, por lo tanto, el proletariado podía  participar en esas luchas a la vez que defiende su propia autonomía política. En otras palabras, la revolución burguesa era todavía una posibilidad en aquellas regiones. El proletariado de las regiones atrasadas debía apoyar tales movimientos porque estos podían garantizar las libertades democráticas necesarias para la lucha de clases, y porque ayudaban al crecimiento físico del proletariado. Los obreros de los países avanzados opresores, debían, por su parte, apoyar tales luchas porque de esa forma podían ayudar tanto a debilitar el imperialismo de su propio país, como a ganar la confianza de las masas en los países oprimidos. (Una estrategia recíproca fue entonces propuesta: los revolucionarios reconocían, en las naciones opresoras, el derecho de las naciones oprimidas a separarse, mientras que los revolucionarios en la nación oprimida, no abogaban por la separación, haciendo hincapié en la necesaria unión con los trabajadores de los países opresores).

En los escritos de Lenin sobre la cuestión nacional hay una sorprendente falta de claridad sobre si la revolución burguesa en las regiones atrasadas sería esencialmente contra el feudalismo local o contra el imperialismo extranjero. En muchos casos, ambas fuerzas eran igualmente enemigas de un desarrollo nacional capitalista independiente; los imperialistas mantenían a menudo y deliberadamente estructuras precapitalistas a expensas del capitalismo nativo (hay que decir que, en realidad, la mayoría de estas estructuras precapitalistas no eran, en absoluto, feudales, sino variantes del despotismo asiático). Pero, en cualquier caso, el análisis teórico de Lenin sobre el imperialismo en “El imperialismo fase superior del capitalismo” (redactado en 1916) concluye diciendo que las revoluciones burguesas eran todavía posibles en las colonias.

Según Lenin, el imperialismo era, en esencia, un movimiento de los países avanzados para compensar la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, tendencia que se había agravado hasta lo insoportable debido a la alta composición orgánica del capital en las metrópolis. En “El Imperialismo...” Lenin trata el fenómeno del imperialismo de manera casi solamente descriptiva y no llega a plantear claramente el porqué de la expansión imperialista. Con todo, la idea de que los capitales de las metrópolis se ven obligados a extenderse a las colonias a causa de su alta composición orgánica, está en la base de los conceptos de Lenin de “superabundancia de capitales” y de las “superganancias” obtenidas por la exportación de capitales a las colonias. Lo característico del imperialismo sería pues, según Lenin, la exportación de capital, buscando con ello una mayor cuota (o tasa) de ganancias en las colonias en donde abundan la mano de obra barata y las materias primas. Así, los capitales de los países adelantados siguen manteniéndose en vida gracias a las “superganancias’ de la explotación colonial, llegando a ser parásitos de las colonias al depender de ellas para su supervivencia misma; de ahí el enfrentamiento interimperialista por poseer y conquistar colonias. Según esta visión, el mundo está dividido en naciones opresoras imperialistas y naciones oprimidas de las regiones colonizadas. Por lo tanto, la lucha mundial contra el imperialismo exigía no sólo los esfuerzos revolucionarios del proletariado de las metrópolis imperialistas sino también los movimientos de liberación nacional de las colonias, los cuales, al realizar su independencia nacional y destruir el sistema colonial, podían asestar un golpe mortal al imperialismo mundial.

Hay que dejar bien claro que Lenin nunca defendió las estupideces “tercer mundistas” de sus autoproclamados epígonos, para quienes las luchas de liberación nacional pueden provocar, con su “hostigamiento” a las metrópolis capitalistas, la revuelta revolucionaría del proletariado de éstas; aparte de que para los maoístas, trotskistas y demás los movimientos de liberación nacional ya tienen de por sí un carácter “socialista”. Pero también es cierto que las semillas de la confusión las sembró el propio Lenin con su trabajo sobre el imperialismo. Su idea de que la “aristocracia obrera” era una capa del proletariado metropolitano que se había dejado “sobornar” por las superganancias coloniales para traicionar a su clase, puede remodelarse fácilmente en la concepción tercermundista de que toda la clase obrera “occidental” ha sido integrada en el capitalismo gracias a la explotación imperialista del Tercer Mundo. (Hay que decir que tan ingeniosa y novedosa teoría ha recibido severos golpes con las nuevas oleadas de luchas de la clase obrera desde 1968). Además, la idea de que las luchas de liberación nacional pueden debilitar profundamente al imperialismo, también ha sido remodelada una y otra vez por aquellos que quieren justificar su apoyo a los movimientos estalinistas y nacionalistas del Tercer Mundo. Pero lo que fue más grave, mucho más que los monstruos engendrados por la teoría de Lenin, fue que ésta sirviera de marco básico a los planes políticos de los bolcheviques una vez llegados al poder en Rusia; planes que, como luego veremos, contribuyeron activamente a la derrota mundial del proletariado en aquel entonces

La crítica de Rosa Luxemburg a los bolcheviques

La crítica de Rosa Luxemburgo a las luchas de liberación nacional en general y a la política sobre las nacionalidades de los bolcheviques en particular fue la más penetrante de todas las de su tiempo, pues se basaba en un análisis del imperialismo mundial mucho más profundo que el de Lenin. En textos como “La Acumulación de Capital” (1913) y el “Folleto de Junius” (1915) Rosa Luxemburgo demostró que el imperialismo no es sólo una forma de saqueo y latrocinio por parte de los países desarrollados a costa de los atrasados sino que es, sobre todo, la expresión de la totalidad de las relaciones capitalistas mundiales: «La política imperialista no es obra de un país o de un grupo de países. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración. Es un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable que no puede comprenderse más que como relaciones recíprocas y al cual ningún Estado puede sustraerse» (“Folleto de Junius”, pág. l34. Editorial Anagrama).

Para Rosa la causa de la crisis histórica del capitalismo no está en la tendencia decreciente de la cuota de ganancia la cual, tomada aisladamente, es siempre compensada por el aumento de la capacidad competitiva sino que se sitúa en el nivel de la realización de la plusvalía. En “La Acumulación del Capital” y en “La Anticrítica” demuestra que la plusvalía total extraída de la clase obrera como un todo no puede ser realizada solamente dentro de la propia relación social capitalista, puesto que los obreros, al no percibir el valor total de su fuerza de trabajo, no pueden comprar todas las mercancías que producen. Y tampoco el conjunto de la clase capitalista (incluidas todas las capas sociales pagadas con las ganancias capitalistas) es capaz de consumir toda la plusvalía, puesto que una porción de ésta debe servir para la reproducción ampliada del capital y por lo tanto debe ser intercambiada. O sea, que el capital global está obligado constantemente a encontrar consumidores fuera del mundo que domina la relación social capitalista. En las etapas iniciales de la evolución del capitalismo había todavía cantidad de capas y núcleos sociales no capitalistas dentro de las áreas geográficas de desarrollo capitalista (campesinado, artesanos, etc.) que podían servir de base para la expansión normal y “sana” del capital, aunque ya en aquel entonces había una tendencia a buscar mercados fuera de los enclaves de relación capitalista dominante. La revolución industrial en Inglaterra fue estimulada en gran medida por la demanda procedente de las colonias británicas. Pero cuando las relaciones sociales capitalistas llegaron a generalizarse dentro de los enclaves de origen, se aceleró también la penetración de la producción capitalista por el resto del mundo. Desde entonces, poco a poco la competencia entre capitales privados, en el marco de un mercado interno -nacional-, fue quedando en un segundo plano y empezó a prevalecer la competencia entre naciones por la conquista de los últimos territorios precapitalistas del planeta. Esta es la esencia del imperialismo: es, sencillamente, la expresión de la competencia capitalista “normal” a escala “internacional”, competencia cuyo rasgo distintivo es el de ser competencia defendida y finalmente acaparada por el poder armado del Estado.

Mientras el desarrollo capitalista estuvo limitado a unos cuantos países avanzados que se extendían por un todavía considerable sector no capitalista del mundo, la competencia era relativamente pacífica (no desde el punto de vista de los pueblos precapitalistas, claro está, sometidos a un saqueo a lo bestia por los “cárteles” imperialistas, en China, África,...). Pero tan pronto como el imperialismo integró el mercado mundial en las relaciones capitalistas, tan pronto como el mercado mundial quedó repartido por completo la competencia mundial capitalista sólo podía asumir un carácter violento y abiertamente agresivo al cual ninguna nación, ni atrasada ni adelantada, podía sustraerse, pues todas y cada una de ellas habían sido irresistiblemente arrastradas hacia una competencia de ratas sanguinarias por un mercado mundial saturado.

R. Luxemburgo describió un proceso histórico global y unificado. Al haber entendido que todo estaba determinado, en última instancia, por el desarrollo del mercado mundial Rosa Luxemburgo fue capaz de ver que era imposible dividir el mundo en diferentes compartimentos históricos: por una parte, el capitalismo senil, y por otra, un capitalismo joven y dinámico. El capitalismo es un sistema global que surge y declina como entidad única cuyas partes son estrictamente interdependientes. El mayor error de Lenin fue afirmar que en algunas áreas del mundo  el capitalismo podía ser todavía “progresista” e incluso revolucionario, mientras que en otras estaba en descomposición. De la misma manera que el concepto leninista de que el proletariado tendría tareas diferentes según el área geográfica en que se encuentra procede de la visión de un mundo dividido en naciones aisladas, encontramos también esa idea errónea en el concepto del imperialismo.

Empezando por   estudiar el desarrollo del mercado mundial, Rosa Luxemburgo pudo comprender que las luchas de liberación nacional ya no eran posibles una vez que aquél quedó repartido entre naciones imperialistas. La Primera Guerra Mundial imperialista fue la prueba decisiva de la saturación del Mercado Mundial. Desde entonces, ya no puede haber expansión verdadera del mismo sino nuevos repartos de los mercados ya existentes, robándose unos bloques a otros sus propios botines, proceso que, sin revolución social, aboca inevitablemente al hundimiento de la civilización. En este contexto, es imposible que ninguna nación nueva entre en el mercado mundial con bases independientes, o que lleve a cabo el proceso de acumulación primitiva fuera de la barbarie generalizada que gobierna el ajedrez mundial. En resumen, «en el mundo imperialista contemporáneo no puede haber guerras de defensa nacional»(“Folleto de Junius”).

La única posibilidad de cualquier nación, grande o pequeña, de “defenderse” contra el ataque imperialista, incluso el intento mismo de hacerlo, exigía sin remedio alianzas con otros imperialismos o la propia expansión imperialista a costa de otras naciones más débiles, y así sucesivamente. Todos aquellos “socialistas” que durante la Primera Guerra Mundial proclamaban la defensa nacional de cualquier matiz que fuera estaban, de hecho, sirviendo de apologistas y reclutando agentes para la burguesía imperialista.

Aunque Rosa Luxemburgo haya tenido algunas confusiones respecto a la posibilidad de autodeterminación nacional después de la revolución socialista y aunque le faltó tiempo para desarrollar enteramente su posición, todos los esfuerzos de su demostración tendían a dejar bien claro que las fuerzas productivas habían entrado en conflicto violento y definitivo con las relaciones capitalista de producción, incluido en éstas el marco nacional desde entonces demasiado limitado. Las guerras imperialistas iban a ser la señal patente de ese conflicto insuperable y del ocaso irreversible del modo de producción capitalista. Por todo eso, en este nuevo contexto las guerras de liberación nacional, que habían sido la expresión de la burguesía revolucionaria, dejaron de tener todo contenido progresista para transformarse, en feroces guerras imperialistas, expresión esta vez de una clase cuya existencia se ha convertido en barrera para el progreso de la humanidad.

La capacidad de Luxemburgo para ver que la burguesía de cualquier nación sólo podría operar dentro de un sistema mundial imperialista, la llevó a criticar con severidad la política nacional de los bolcheviques después de 1917. Tras reconocer que la independencia nacional de Finlandia, Ucrania, Lituania, etc. fue otorgada por los bolcheviques para así ganar las masas de esos países al poder soviético, Rosa hacía notar que, en realidad, había ocurrido todo lo contrario: «Una tras otra, esas “naciones”han utilizado la libertad apenas recibida de regalo, para aliarse, como enemigos mortales de la revolución rusa, al imperialismo alemán y, bajo la protección de éste, llevaron los estandartes de la contrarrevolución a la misma Rusia» (“La Revolución Rusa”. 1918)

Resultaba totalmente utópica la idea de que en la era de la revolución proletaria pudiese haber alguna convergencia entre intereses proletarios y burgueses, y mucha menos, en las mismísimas fronteras del baluarte de la revolución, y sobre todo cuando ninguna de ambas clases podía sacar beneficio alguno mutuo de la “independencia nacional”. En la hora de la lucha final, en la hora de la lucha a muerte contra el capital, la consigna del “derecho de los pueblos a la autodeterminación sólo presentaba riesgos y peligros precisamente porque servía a la burguesía como justificación ideológica para defender sus intereses, los cuales consistían entonces, básicamente, en aplastar al proletariado revolucionario. Y así ocurrió. Con semejante consigna, la burguesía de los países limítrofes de Rusia asesinó a los comunistas, disolvió los soviet y dejó que los ejércitos del imperialismo alemán y los ejércitos blancos utilizaran sus territorios como base de operaciones.

Incluso para la burguesía, la autodeterminación nacional era una burla, pues tan pronto como se desgajaron del dominio ruso, las pequeñas naciones de Europa del Este cayeron bajo la bota del imperialismo alemán u otros imperialismos, y desde entonces no han parado de moverse de un imperialismo a otro hasta que se asentaron por fin bajo el “ala protectora del imperialismo “soviético”. Y la política bolchevique sobre las naciones no sólo dio rienda suelta a la canalla contrarrevolucionaria en las naciones fronterizas, sino que, a mayor escala, le dio más credibilidad a la burguesía “democrática” de la Sociedad de Naciones, a Wilson y compañía, cuya propia versión de la autodeterminación estaba ya en ese tiempo en total contradicción con los objetivos del proletariado internacional. Y en verdad, desde entonces, la afirmación bolchevique del “derecho a la autodeterminación” ha sido usada por estalinistas, neofascistas, sionistas y demás charlatanes nacionalistas para justificar la existencia de un montón de pequeños regímenes imperialistas.

Cuando Rosa hacía su crítica, la hacía como revolucionaria que expresaba su honda solidaridad para con la revolución rusa y los bolcheviques. Y, en realidad, mientras hubo vida en la revolución, mientras los bolcheviques intentaron actuar por los intereses de la revolución mundial sus posiciones sobre la cuestión nacional, entre otras, podían ser criticadas como errores de un partido obrero revolucionario. En 1918, cuando Rosa Luxemburgo escribió sus críticas a los métodos de los bolcheviques, éstos todavía ponían todas sus esperanzas en una revolución proletaria en Occidente. Pero desde 1920, con la revolución retrocediendo por todas partes, los bolcheviques dan muestras claras de haber perdido la confianza en la clase obrera internacional. Y desde entonces insistirán cada vez más en unir la revolución rusa a los “movimientos de liberación nacional” en el Este, considerándolos como una gran amenaza para el sistema imperialista mundial. Desde el Congreso de Bakú de 1920 hasta el IV Congreso de la Internacional Comunista en 1922, esa insistencia no hizo sino aumentar constantemente, mientras que cantidades crecientes de ayuda material eran repartidas entre los movimientos nacionalistas de muy diferente naturaleza. Las desastrosas consecuencias de esta política casi ni rozaron las mentes de la burocracia bolchevique, la cual era cada día menos capaz de distinguir entre los intereses inmediatos de Rusia y los intereses del proletariado mundial.

Pongamos el ejemplo de Kemal Ataturk. A pesar de que éste había ejecutado a los líderes del Partido Comunista Turco en 1921, los bolcheviques siguieron otorgando al movimiento nacionalista de Ataturk un potencial “revolucionario”. Sólo cuando dicho movimiento firmó compromisos con los imperialistas de la “Entente” en 1923 empezaron a revisar su política para con él. Pero entonces, la política exterior del Estado ruso ya no tenía lo más mínimo de revolucionaria. Lo de Kemal no fue un accidente, sino sencillamente, la expresión de una nueva época, la época de la total incompatibilidad del nacionalismo con la revolución proletaria, de la imposibilidad para cualquier fracción de la burguesía de estar fuera del imperialismo. Esta misma política terminó en estrepitoso fracaso en Persia y Extremo Oriente. La “revolución nacional” contra el imperialismo fue un mito peligroso que costó la vida a millones de proletarios y comunistas. Desde entonces se hizo cada vez más claro que los movimientos nacionalistas, lejos de desafiar la hegemonía del imperialismo, no podían sino convertirse en peones del tablero de ajedrez mundial. Cuando un imperialismo es debilitado por este o aquel movimiento nacional, no hay duda de que otro imperialismo está sacando provecho del asunto.

El inevitable paso siguiente que iba a dar la Rusia “soviética” fue el de entrar claramente, también ella, en competencia imperialista con los capitalismos establecidos. Con la revolución mundial en trágica desbandada, con un proletariado ruso diezmado por la guerra civil y el hambre, y aplastados en Petrogrado y Kronstadt sus últimos intentos por recobrar el poder político, el partido bolchevique había acabado por volverse patrón y capataz del capital nacional ruso; y puesto que en la época de decadencia del capitalismo, los capitales nacionales no tienen ninguna otra alternativa que la de ser imperialistas, la política exterior del Estado ruso desde la mitad de los años 20, incluido el apoyo a los “movimientos de liberación nacional , ya no pueden verse como errores de un partido proletario, sino como estrategias imperialistas de un gran poder capitalista. Por eso, la política de alianzas del Comintern con la “revolución nacional democrática” en China, que acabó en matanza de los obreros chinos tras la insurrección de Shangai en 1927, no fue una “traición” o el resultado de los “errores” de Stalin o del PC Chino. Al minar en sus bases la insurrección de los obreros chinos, lo único que estaban ejerciendo aquellos era su oficio de clase en tanto que fracción del capitalismo mundial.

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [1]

Cuestiones teóricas: 

  • Internacionalismo [2]

La cuestión nacional desde 1920 hasta la Segunda Guerra Mundial

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Con la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23 y el movimiento del capitalismo hacia un nuevo reparto imperialista del mercado mundial, los revolucionarios se vieron forzados a reflexionar, con una profundidad no conocida antes, sobre las razones de la derrota, sobre las nuevas tendencias que se producían en el capitalismo. Este trabajo de reflexión fue llevado a cabo por las fracciones que sobrevivieron a la desintegración del movimiento comunista de izquierda hacia la mitad y a finales de la década de los años 20.

En los primeros años 20 de la degeneración de la III Internacional, la reacción del proletariado se expresaba políticamente a través de los grupos de la llamada “ultraizquierda”. Los comunistas de izquierda denunciaron con pasión los intentos del Comintern de usar las tácticas de la época pasada, cuando la necesidad de la conquista inmediata del poder por parte del proletariado las había vuelto caducas y reaccionarias. Con la revolución todavía a la orden del día en los países avanzados de Occidente, las disputas más importantes entre la III Internacional y su ala izquierda, que se referían al problema de la instauración de la dictadura del proletariado en esos países, o sea, la cuestión sindical, la de la relación partido clase, la del parlamentarismo, del frentismo.... fueron los temas más candentes del momento. Sobre muchas de estas cuestiones, los comunistas de izquierda demostraron una coherencia intransigente que con dificultad ha sido superada por el movimiento comunista desde entonces.

En comparación con esos problemas, las cuestiones nacional y colonial parecían tener menos importancia inmediata y, en general, los comunistas de izquierda no tuvieron respecto a éstas la claridad que sí tuvieron sobre aquellas otras cuestiones. Bordiga en particular seguía propugnando la tesis leninista de la “revuelta colonial progresista” aliada con la revolución proletaria de los países avanzados, idea ésta que ha sido defendida por la mayoría de los epígonos bordiguistas desde entonces. La Izquierda Alemana era mucho más clara que Bordiga. Muchos de los militantes del KAPD siguieron defendiendo la posición luxemburguísta de la imposibilidad de las guerras de liberación nacional. Gorter, en una serie de artículos titulados “La Revolución Mundial’, publicados en el periódico inglés de la izquierda Comunista “The Worker’s Dreadnought” (9, 16 y 23 de febrero; 1, 15 y 29 de Marzo y 10 de Mayo de 1924) atacaba la consigna bolchevique de la autodeterminación y acusaba a la Tercera Internacional de este modo: “Vosotros apoyáis a los nacientes capitalismos de Asia. Lo que estáis preconizando es la sumisión del proletariado asiático al capitalismo local”.

Pero al mismo tiempo Gorter hablaba de lo inevitable de las revoluciones democrático burguesas en los países atrasados, aunque ponía todo el énfasis en la toma del poder por el proletariado en Alemania, Inglaterra y Norteamérica. Y al igual que muchas de las posiciones de clase defendidas por el KAPD, el rechazo a las guerras de liberación nacional se basaba más en el vivo instinto de clase que en un análisis teórico profundo del desarrollo del capitalismo en tanto relación social que había entrado en una época de decadencia a escala mundial. Lo cierto es que fue la turbulencia del período revolucionario lo que impidió a los comunistas captar todas las implicaciones de la nueva época; y se dio desafortunadamente el caso de que muchas de estas implicaciones sólo se entendieron claramente cuando la contrarrevolución ya se había establecido firmemente en todos los países.

Con la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23 y el movimiento del capitalismo hacia un nuevo reparto imperialista del mercado mundial, los revolucionarios se vieron forzados a reflexionar, con una profundidad no conocida antes, sobre las razones de la derrota, sobre las nuevas tendencias que se producían en el capitalismo. Este trabajo de reflexión fue llevado a cabo por las fracciones que sobrevivieron a la desintegración del movimiento comunista de izquierda hacia la mitad y a finales de la década de los años 20.

Los que quedaban de la izquierda italiana en el exilio, agrupados en torno a la revista “BILAN”, hicieron la contribución más importante a la comprensión de la decadencia del sistema capitalista, aplicando el análisis de Rosa Luxemburgo acerca de la saturación del mercado mundial a la realidad concreta de la nueva época y reconociendo que una nueva guerra imperialista mundial era inevitable a menos que fuese detenida por la irrupción de la revolución proletaria.

La derrota del proletariado en China fue lo que, para BILAN, demostró más claramente la necesidad de revisar las viejas tácticas coloniales. En 1927, los trabajadores llevaron a cabo en Shangai una insurrección victoriosa que les dio el control de la ciudad entera, en medio de una situación efervescente en toda China. Pero el PC chino, siguiendo fielmente la línea del Comintern de apoyo a las “revoluciones nacionales democráticas” contra el imperialismo, presionaría sobre los obreros hasta que éstos ofrecieron la ciudad en bandeja a los ejércitos de Chiang Kai-shek, aclamado después por Moscú como héroe de la liberación nacional china. Con la ayuda de los capitalistas locales y de bandas criminales (calurosamente aplaudidas por los poderes imperialistas) Chiang aplastó a los trabajadores de Shangai en una orgía de asesinatos masivos.

Para BILAN, estos acontecimientos eran la prueba concluyente de que: «La tesis de Lenin en el Segundo Congreso de la Tercera Internacional, debe ser completada cambiando radicalmente su contenido. Esta tesis admitía la posibilidad de que un proletariado diera su apoyo a los movimientos imperialistas en la medida en que creaba las condiciones para un movimiento proletario independiente. De ahora en adelante, tiene que reconocer que el proletariado nativo no debe dar ningún apoyo a estos movimientos, pues sólo puede convertirse en protagonista de una lucha antiimperialista, en el caso de que se una al proletariado mundial para dar, en las colonias, un salto análogo al que dieron los bolcheviques que fueron capaces de llevar al proletariado de un régimen feudal a la dictadura del proletariado» (“Resolución sobre la situación internacional”. BILAN nº l6, feb-marzo de 1935).

BILAN se daba cuenta así de que la contrarrevolución era a escala mundial y que en las colonias, al igual que en cualquier otra parte, el capital solamente podía avanzar gracias a la “corrupción, la violencia y la guerra para evitar la victoria del enemigo que él mismo había engendrado: el proletariado de los países occidentales”. (“Problemas de Extremo Oriente”. BILAN nº 11, septiembre de 1934)

Pero más importante incluso que esto era la comprensión general en BILAN de que, en el contexto de un mundo dominado por las rivalidades imperialistas y que va sin remedio hacia una nueva guerra mundial, las luchas de las colonias sólo podrían servir de campos de prueba para nuevos conflictos mundiales imperialistas. Por eso B1LAN negó rotundamente el apoyo a cualquiera de ambos bandos en las luchas imperialistas locales que iban sucediéndose una tras otra en los años 30: China, Etiopía, España,... Ante la preparación burguesa de una nueva guerra mundial, ellos afirmaban: «La posición del proletariado de cada país debe consistir en una lucha a muerte contra cualquier postura política que intente atarlo a la causa de uno u otro campo imperialista, de ésta o aquella nación colonial; causa que tiene la función de ocultarle al proletariado el carácter real de la nueva carnicería mundial»(BILAN nº l6).

Los “Comunistas de Consejos” de Holanda, Norteamérica y otros sitios eran casi los únicos, junto a la Izquierda Italiana, que mantenían una posi­ción contra las trampas del imperialismo. En 1935-36, Paul Mattick escribió un largo artículo titulado “Luxemburgo contra Lenin” (la primera parte apareció en “The Modern Monthly” en 1935 y la segunda en “The International Council Correspondence” en julio de 1936). Este artículo de Mattick, defendía las posiciones de Lenin contra las teorías económicas de Luxemburgo pero defendía con firmeza la posición política de Rosa Luxemburgo sobre la cuestión nacional en contra de la de Lenin.

Las críticas de Luxemburgo a la política bolchevique sobre la cuestión nacional, escribió Mattick, pudieron parecer erróneas. En el tiempo de la polémica entre Luxemburgo y Lenin, la amenaza principal contra el poder soviético parecía venir de un ataque militar de las potencias imperialistas. Luxemburgo argumentaba que la política de Lenin sobre las naciones estaba abriendo la puerta a los imperialistas para que destruyeran físicamente la revolución. De hecho, los bolcheviques habían resistido a la intervención imperialista, y la política de apoyo a los movimientos nacionales parecía incluso haber fortalecido el Estado ruso. Pero, como decía Mattick, el precio pagado por ello fue tan grande que las críticas de Rosa aparecieron como justas a la larga. «La Rusia bolchevique todavía existe, sin duda, pero no como lo que fue al principio -el punto de partida de la revolución mundial-, sino como baluarte contra ella». (Modern Monthly)

El estado ruso sobrevivió, sí, pero basando su supervivencia en un capitalismo de Estado. La contrarrevolución no sólo había venido desde fuera, sino que había surgido también desde dentro. Para el movimiento revolucionario internacional la táctica de apoyo a las guerras de liberación nacional utilizada por la Internacional Comunista, se había convertido en arma sangrienta contra la clase obrera: «Las naciones ‘liberadas’ formaron un anillo fascista alrededor de la Unión Soviética. Turquía liquidó a los comunistas con armas suministradas por Rusia. China, apoyada en su lucha de ‘liberación nacional’ por Rusia y la III Internacional ahogó en sangre el movimiento obrero de una forma que recuerda la Comuna de París. Miles y miles de cadáveres obreros dan testimonio de lo acertado de la concepción de Rosa Luxemburgo, de que el derecho a la autodeterminación nacional no es más que una farsa pequeño burguesa. Las aventuras nacionalistas de la Tercera Internacional en Alemania revelan el verdadero contenido de la frase de Lenin ‘la lucha por la liberación nacional es una lucha por la democracia’ al contribuir en parte a que se crearan las condiciones previas para la victoria del fascismo. Diez años de competencia con Hitler por el título de ‘nacionalismo auténtico’ convirtieron a los trabajadores mismos en fascistas. Livitnov celebraba en la Sociedad de Naciones la idea leninista de la ‘autodeterminación de los pueblos’ con ocasión del Referéndum de Sarre. En vista de esto, uno no puede menos que asombrarse viendo a gente como Max Schachtman afirmar que ‘a pesar de las severas críticas de Rosa Luxemburgo a los bolcheviques por su política nacional después de la revolución, ésta fue sin embargo confirmada por los resultados». (Modern Monthly. La cita de Scharchtman es de “The New International”, marzo 1935).

Lo único que confirman los “resultados” es la validez de la postura de los luxemburguistas y comunistas de izquierda y no la vieja posición leninista. Como bien lo predijeron, tanto Bilan como Paul Mattick, las luchas nacionalistas de los años 30 demostraron ser el trampolín de preparación para otra guerra imperialista mundial; una guerra en la que Rusia, como también predijeron aquellos, participó en la matanza como “socio con los mismos derechos” que los demás países. Los que llamaron al proletariado a tomar partido en las diversas confrontaciones nacionales de los años 30, participaron ya sin vacilar en la II Guerra Mundial. Los trotskistas, tras haber llamado a los obreros a sostener a Chiang Kai-shek contra los japoneses y a la República española contra Franco, siguieron con su verborrea nacional-antifascista durante toda la Segunda Guerra Mundial y añadieron una nueva fórmula al concepto de Defensa Nacional: otorgando y pidiendo apoyo al que ellos denominaban “Estado obrero degenerado”, sosteniendo a la vez, aunque “críticamente”, a los imperialismos “democráticos”.

La Segunda Guerra Mundial demostró con dolorosa claridad cuán imposible es para los movimientos de “liberación nacional” luchar contra un imperialismo sin aliarse con otro. Las “heroicas” resistencias “antifascistas” de Francia, Italia, etc., los “partisanos” de Tito, los ejércitos “populares” de Ho Chi Minh, todos estos y otros muchos movimientos funcionaron siempre como meros apéndices del imperialismo norteamericano contra el imperialismo alemán. Una vez terminada la Guerra revelaron claramente su naturaleza antiobrera llamando a los obreros a matarse entre si, ayudando a aplastar huelgas y rebeliones obreras, persiguiendo a los militantes comunistas de verdad, etc. En Vietnam, Ho Chi Minh ayudó a los imperialismos “extranjeros” a aplastar la Comuna Obrera de Saigón en 1945. En 1948, Mao anduvo por las ciudades de China, decretando que el trabajo tenía que continuar normalmente y acabó prohibiendo las huelgas. En Francia, los maquis estalinistas denunciaron como “colaboradores fascistas” al puñado de comunistas internacionalistas que se mantuvieron activos durante la ocupación china y la “liberación” y llamaron a los obreros a luchar contra ambos bloques imperialistas. Inmediatamente después de la Guerra esos maquis “revolucionarios” se unieron al gobierno del general De Gaulle y atacaron las huelgas diciendo, según la famosa consigna de Thorez, secretario general a la sazón del PCF, que eran “un arma de los trust”.

 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [1]

Cuestiones teóricas: 

  • Internacionalismo [2]

La situación después de la Segunda Guerra Mundial

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Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, los movimientos de las colonias evolucionaron de dos formas, aunque manteniéndose ambas dentro de la misma dinámica que antes.

Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, los movimientos de las colonias evolucionaron de dos formas, aunque manteniéndose ambas dentro de la misma dinámica que antes.

En primer lugar, los años de posguerra conocieron una relativa tendencia a la descolonización “pacífica”. A pesar de la existencia de potentes y, a veces, violentos movimientos nacionales en India, África, etc. la mayoría de las antiguas potencias coloniales otorgaron fácilmente la “independencia nacional” a muchas colonias. En un artículo escrito en 1952 el grupo francés Internationalisme, que se había separado de la Izquierda Italiana en 1944 a causa de la formación del Partido en plena contrarrevolución, analizaba así la situación:  «Antes, en el movimiento obrero se creía que las colonias sólo podían emanciparse en el marco de la revolución socialista. Sin duda alguna, al ser ‘los eslabones más débiles de la cadena imperialista’, con una explotación y una represión capitalistas agudizadas, las colonias eran particularmente vulnerables los movimientos sociales. Su acceso a la independencia estaba siempre ligado a la revolución en las metrópolis.

Y sin embargo, hemos visto en los últimos años a gran parte de las colonias obtener su independencia. La burguesía colonial se ha emancipado más o menos del dominio metropolitano. Este fenómeno, por muy limitado que sea en la realidad, ya no puede ser comprendido con la antigua teoría que consideraba al capitalismo colonial como simple lacayo del imperialismo, como servil contable.

La verdad es que las colonias han dejado de ser un mercado extra-capitalista para las metrópolis. Se han vuelto nuevos países capitalistas. Han perdido su carácter de salida mercantil, lo cual hace que los viejos imperialismos sean más comprensivos ante las reivindicaciones de la burguesía colonial. Hay que añadir que los propios problemas de los imperialismos (en una época en la que ha habido dos guerras mundiales) han favorecido la expansión en las colonias. El capital constante se destruyó a si mismo en Europa, mientras que crecía en las colonias y semicolonias llevando a explosiones de nacionalismo (África del Sur, Argentina, India). Hay que resaltar que esos nuevos países capitalistas, desde su creación como naciones independientes, pasan directamente a la fase de capitalismo de Estado mostrando los mismos aspectos que una economía orientada hacia la guerra como ya pusimos de relieve.

La teoría de Lenin y Trotsky ya no tiene sentido alguno. Las colonias se han integrado al mundo capitalista e incluso lo han apoyado. Ya no hay ‘eslabón débil’. El dominio del capital se extiende de igual manera por toda la superficie del globo» (“La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”. Internationalisme nº 45. 1952).

La burguesía de los antiguos imperios coloniales, debilitada por las guerras mundiales, fue incapaz de mantener las colonias. La desintegración “pacífica” del imperio británico es el mejor ejemplo. Pero fue sobre todo porque las colonias ya no podían servir de base a la reproducción ampliada del capital mundial (al haberse vuelto ellas mismas plenamente capitalistas) por lo que perdieron importancia para los principales imperialismos. De hecho fueron las potencias más atrasadas, Portugal por ejemplo, las que se aferraron con más fuerza a sus colonias. La descolonización era solo el reconocimiento formal de una situación de hecho: el capital ya no se acumulaba según una dinámica de expansión hacia regiones precapitalistas, sino sobre la base del ciclo de la decadencia: crisis-guerra-reconstrucción y, por tanto, despilfarro monstruoso de la producción.

El acceso de las antiguas colonias a la independencia política no significó ni mucho menos su independencia real respecto a las principales potencias imperialistas. Tras el colonialismo llegó el “neo-colonialismo”. Con él, las grandes potencias mantienen un dominio efectivo sobre los países atrasados gracias a una fuerte presión económica: imposición de cuotas de cambio desiguales, exportación de capitales mediante sociedades multinacionales o simplemente mediante el Estado. Todo lo cual obliga a los países del “Tercer Mundo” a adaptar su economía a las necesidades de los capitalismos más avanzados por medio del monocultivo, la implantación de industrias con mano de obra barata para la exportación, las inversiones extranjeras,... Y para mantener todo eso, para defender sus intereses están evidentemente los poderosos ejércitos de los imperialismos dominantes con sus rápidas intervenciones político-militares. Vietnam, Guatemala, República Dominicana, Checoslovaquia, Hungría y tantos y tantos países han sido el escenario de la intervención directa de un imperialismo que quería proteger sus intereses contra un cambio político o económico considerado inaceptable.

De hecho, la descolonización “pacífica” es más una apariencia que una realidad. Ha ocurrido dentro de un mundo dominado por bloques militares imperialistas, cuya correlación de fuerzas determina la posibilidad de una descolonización pacífica. Los países metropolitanos han aceptado la independencia de sus colonias solamente si estas seguían integradas en el bloque imperialista de origen. La segunda guerra mundial ha dado lugar a un nuevo reparto del mercado mundial sobresaturado, por lo que la única evolución posible de la situación ha sido el desarrollo de nuevos enfrentamientos imperialistas, principalmente entre las dos potencias que emergieron dominantes después del conflicto: Estados Unidos y Rusia. Por ello, la segunda tendencia, tras la segunda guerra mundial, ha sido la de una proliferación de guerras “nacionales” a través de las cuales las grandes potencias se han enfrentado para mantener o ampliar sus respectivas esferas de influencia.

Las guerras de China, Corea, Vietnam, Oriente Medio y tantas otras en todo el mundo, han sido consecuencia de la correlación de fuerzas imperialistas establecida tras la Segunda Guerra Mundial, de la incapacidad manifiesta del capitalismo para satisfacer las necesidades más elementales de la humanidad y de la profunda descomposición de las antiguas Zonas colonizadas. Muy raras veces se han enfrentado abiertamente en estas áreas los dos imperialismos aunque todas les han servido de intermediarios para dirimir sus rivalidades. Igual que durante la guerra mundial misma tales conflictos han demostrado la incapacidad de las burguesías locales para combatir a un imperialismo sin caer en las garras del otro. Cuando una burguesía nacional consigue librarse de los tentáculos de un bloque cae inmediata e irremediablemente en los de otro. En Oriente Medio los sionistas de Israel guerrearon primero contra los árabes con armas rusas e inglesas para acabar en  la órbita norteamericana. El fracaso de Stalin para integrar a en su bloque a Israel le convirtió en patrocinador de la resistencia palestina y árabe que hasta entonces luchaban protegidas por los alemanes nazis. En Vietnam, Ho Chi Minh apoyó primero a Francia e Inglaterra contra los japoneses, después se integró en el bloque Ruso luchando contra Francia y Estados Unidos. En Cuba, Castro se libró de la tutela de EEUU para caer enseguida en la de URSS. Sin duda alguna cada una de esas guerras debilita aquí o allá a tal o cual potencia imperialista... fortaleciendo a la potencia rival. En estas guerras es siempre el sistema capitalista e imperialista quien sale realmente reforzado. Sólo los trotskistas y los estalinistas pueden con sus aberrantes contorsiones ideológicas presentar como “progresistas” y “debilitadores del imperialismo” a este carrusel sangriento de cambios de bloque. En el mundo real la cadena imperialista siempre sale reforzada con estas guerras de exterminio.

Esto no quiere decir que las burguesías locales sean siempre puros títeres en manos de las grandes potencias. Las burguesías locales tienen también intereses particulares y tales intereses son también imperialistas. La expansión de Israel sobre territorios árabes, la de Vietnam en Laos y Camboya, las rivalidades entre India y Pakistán por Cachemira y Bengala... obedecen a la férrea y ciega ley de la competencia imperialista que se impone a todos los capitales nacionales. Además de ser agentes de los grandes imperialismos, aceptando su influencia, armas y “ayudas”, las burguesías locales necesitan crearse su pequeña parcela imperialista para dar salida a sus propios intereses expansionistas. Como ninguna nación puede acumular capital en la autarquía absoluta, no le queda otro remedio que expansionarse a expensas de naciones más atrasadas, meterse en políticas anexionistas, imponer el intercambio desigual,... En la época del capitalismo decadente toda nación es siempre imperia­lista. Esto no impide que el conjunto de rivalidades locales se integre en el marco más general de las rivalidades entre los dos grandes bloques imperialistas. Los pequeños países tienen que doblegarse ante las exigencias de las grandes potencias para poder realizar sus intereses locales y poder garantizarse su pequeña área de influencia. En circunstancias excepcionales potencias de segundo orden, por ejemplo China o Arabia, pueden jugar un papel principal en la arena imperialista mundial. Sin embargo, este papel se inscribe siempre en el marco superior de las rivalidades entre los dos grandes bloques y no puede escapar de la dinámica que imponen estos. El caso de China es significativo: a principios de los 60 rompió con Rusia e intentó por algún tiempo practicar una política de autarquía e incluso crear un tercer bloque. El ahondamiento de la crisis echo por tierra estos sueños del Capital chino y acabó empujándolo a los brazos del imperialismo americano del cual es hoy furgón de cola.

En resumen: toda la evolución de la posguerra ha demostrado con creces la falsedad de la táctica de apoyo a los movimientos de liberación nacional para “debilitar al imperialismo”. Al contrario, estos movimientos lo han fortalecido aun más facilitando el reforzamiento de su control sobre el mundo y, sobre todo, movilizando a fracciones del proletariado mundial al servicio de un imperialismo contra el otro.

La imposibilidad de la «liberación nacional»

El desarrollo objetivo del mercado mundial es lo que ha hecho imposible la existencia de verdaderas luchas de liberación nacional. El sistema capitalista ha llegado a un impasse histórico. Tras haber socializado las fuerzas productivas a un nivel sin precedentes, tras haber unificado la economía mundial a un nivel no conocido hasta ahora; no puede sin embargo continuar, debido a sus propias contradicciones -inherentes a su modo de producción- esa obra positiva y tiende por contra a la degeneración y la decadencia, amenazando a la humanidad con el hambre y la destrucción más gigantescas que ha conocido la historia. La sobreproducción crónica y la saturación permanente del mercado mundial han hecho que el capitalismo pueda sobrevivir solamente a base de un ciclo de CRISIS-GUERRA-RECONSTRUCCIÓN... El capitalismo ha establecido las bases potenciales de la COMUNIDAD HUMANA MUNDIAL pero esta comunidad sólo podrá realizarse destruyendo al Capital y su Estado a escala mundial mediante la Revolución Proletaria Internacional que instaure el PODER MUNDIAL DE LOS CONSEJOS OBREROS. Sin este acto histórico de la violencia proletaria el capitalismo llevará a la humanidad a guerras cada vez más destructivas o incluso a la inmolación definitiva.

Las relaciones sociales capitalistas -relaciones mercantiles generalizadas basadas en el carácter mercantil de la fuerza de trabajo- han entrado en conflicto permanente con las fuerzas productivas. Lo que caracteriza la crisis histórica del capital -el aprisionamiento de las fuerzas productivas en la forma mercantil y nacional- es lo que impide al carácter asociado y colectivo de la producción capitalista servir de base a un modo de producción verdaderamente socializado. Sabiendo que la humanidad únicamente puede avanzar mediante el establecimiento de tal sistema socializado, lo único progresivo hoy es la liberación de las fuerzas productivas de su forma mercantil y la instauración del comunismo, lo cual es posible únicamente a escala mundial. Al mismo tiempo que las relaciones sociales capitalistas han entrado en la fase de decadencia, las formas del derecho y la propiedad, que son una expresión de dichas relaciones, intervienen directamente en el bloqueo de las fuerzas productivas. En el pasado, la nación era progresiva porque daba un cuadro adecuado al libre juego de las relaciones mercantiles y permitía la unificación creciente de la reproducción social, en oposición a la atomización impuesta por las relaciones feudales. Sin embargo hoy, en el marco del mercado mundial, la Nación se convierte en la unidad económica y política de cada grupo de capitalistas que disputa la supervivencia de sus intereses en pugna a muerte con los demás grupos capitalistas nacionales. La tendencia al capitalismo de Estado, general en todos los países, es la expresión de la concentración nacional de cada grupo de capitalistas para sobrevivir en la jungla imperialista mundial. La expansión imperialista a la que tiende inevitablemente todo capital nacional es la expresión de la concurrencia mercantil despiadada en que se basan las relaciones mercantiles generalizadas ahora a escala mundial. En el mercado mundial el máximo nivel de “unidad” que es capaz de alcanzar el capitalismo es el de grandes bloques imperialistas rivales, dotados de gigantescos arsenales, que pugnan mediante la violencia más salvaje por imponer sus dominios. Cada bloque es a su vez una unión forzada de capitales nacionales dentro del cual reina el imperio de la fuerza, la traición y el cambalache. La Nación lejos de servir al proceso de unificación de la producción social lo impide de la forma más extrema. En un mundo que reclama la instauración de un sistema de producción racional y planificada a escala planetaria, la nación se ha convertido en un anacronismo insoportable. La agravación actual de la crisis histórica del capital pone cada vez más al desnudo el absurdo de las fronteras nacionales. Cada capital nacional se ve forzado a establecer una infraestructura económica propia, una moneda propia, un ejército propio, una legislación propia. Esto genera una multiplicación absurda de las actividades productivas, una multiplicación todavía más absurda y gigantesca de las actividades improductivas y ocasiona un terrible despilfarro de la capacidad productiva de la humanidad; engendrando hambre, miseria y destrucción en un marco de sobreproducción generalizada.

Pero la más criminal consecuencia de la concurrencia imperialista son las GUERRAS IMPERIALISTAS, que en lo que va de siglo han costado la friolera de CIEN MILLONES DE MUERTOS. La guerra es la expresión máxima del despilfarro salvaje de fuerzas humanas y técnicas que caracteriza al capitalismo decadente.

Hoy no tiene absolutamente nada de progresivo la formación de nuevas naciones porque el capital se ha constituido en relación social mundial y ha entrado, en consecuencia en su fase decadente. La burguesía, al extenderse a escala mundial, ha terminado su rol histórico progresivo y se ha convertido en un obstáculo reaccionario al desarrollo de la humanidad. Y si la burguesía de los grandes países industrializados ha demostrado hasta el absurdo su incapacidad de desarrollar las fuerzas productivas, con más claridad aun lo han demostrado las burguesías de los países atrasados, con recursos limitados, incorporándose tarde al desarrollo capitalista y estando sometidas a la presión de los grandes imperialismos.

Incluso en el período de reconstrucción que ha seguido a la II Guerra Mundial y en el curso del cual los principales países capitalistas han experimentado una fase de fuerte crecimiento económico, los países del “Tercer Mundo” (término inventado por los comentaristas burgueses para designar a las naciones que encarcelan en sus fronteras a dos tercios de la humanidad) no han salido de su subdesarrollo. Salvo excepciones, han visto aumentar aún más sus diferencias con los grandes países industrializados. Conocido el estancamiento económico, la ruina masiva de los campesinos obligados a emigrar a las ciudades de Asia, África, Sudamérica, etc., donde se concentran en gigantescos cinturones de miseria inmersos en la más espantosa miseria. Padecen la corrupción oficial y una sobreproducción de capas sociales incapaces de ser integradas en la actividad económica y social, el desarrollo de enfermedades y epidemias en proporciones gigantescas. Están obligadas a permanecer en el escenario de los más feroces conflictos imperialistas, a vivir en la inestabilidad política más brutal,… Todas estas realidades cotidianas de las regiones subdesarrolladas constituyen una demostración permanente del carácter puramente ficticio de la llamada “sociedad de consumo”. Hoy, cuando los países avanzados se hunden ante el nuevo asalto de la crisis generalizada, los países atrasados no pueden conocer otra cosa que una descomposición cada vez más profunda. La crisis golpea ya a algunos países del tercer mundo de forma absolutamente catastrófica. En especial a aquellos que no disponen de las materias primas indispensables para contrarrestar las presiones de los países más ricos, los cuales intentan descargar los efectos de la crisis sobre los países más débiles. Esta tendencia, con la profundización inexorable de la crisis, se va a intensificar cada vez más. Países como Etiopía y Bangla-Desh sufren 1a plaga permanente del hambre, la inflación, la guerra y la caída ininterrumpida de la producción. Particularmente instructiva es la situación en Bangla-Desh que demuestra de forma aplastante la imposibilidad de la “liberación nacional”. El régimen del Jeque Mujibur Rahman, instalado en el poder gracias a una guerra de “liberación nacional” conducida por rusos e indios contra USA, Pakistán y China, se muestra absolutamente incapaz de afrontar el hundimiento general de la economía. Según cifras oficiales mueren de hambre 27.800 personas al mes. Frente a ello la única respuesta del gobierno es la eliminación brutal de todos sus adversarios políticos. Esta respuesta es la que han continuado dando los sucesores de Mujibur Rahman, instalados en el poder tras una interminable maraña de golpes y contragolpes, pese a que los eslóganes con los que lo alcanzaron fueron: “acabar con la represión”, “reconstruir el país”, etc., etc.

La profundización de la crisis mundial ha tapado la boca a los que se deshacían en alabanzas a los “modelos de desarrollo” del tercer mundo personificados en Irán y Brasil. Se ha hablado a menudo del “milagro brasileño” cantado no solo por los economistas y políticos burgueses sino por numerosos “marxistas” que veían en él la “prueba” del desarrollo capitalista en países del Tercer Mundo. En realidad, incluso en el periodo del “boom”, semejante “milagro” fue el resultado de una represión feroz de la clase obrera por la Junta Militar, de una pobreza escalofriante de millones de campesinos y marginados urbanos, de la esclavitud o de la exterminación de las tribus indias. La economía brasileña está regida por los intereses de los imperialismos americano, japonés, alemán y otros, todos igualmente rapaces y cuya principal preocupación es obtener el máximo de ganancia en el mínimo tiempo posible. Hoy, cuando la crisis ha disipado el cuento del “milagro económico”, el ministro brasileño de finanzas reconoce descaradamente que todo el crecimiento de los últimos años se ha fundado en un capital enteramente ficticio. La economía brasileña se mantendrá mientras los demás capitales simulen creer en la realidad de su potencia (esto es, un microcosmos de lo que ocurre a nivel de toda la economía mundial, basada esencialmente en la confianza otorgada al dólar).

Es verdad que el Tercer Mundo ha conocido un cierto desarrollo, pero está basado únicamente en un inmenso despilfarro, base de toda acumulación capitalista en nuestra época. En algunos sectores, de estos países se da un cierto crecimiento (en general, en beneficio del capital extranjero), pero al mismo tiempo las formas tradicionales de la economía se hunden irremediablemente sin que sean reemplazadas por ninguna otra forma superior, lo que lleva a la desposesión total de gigantescas masas humanas. El precio que pagan estos países por cada nueva fábrica es más chabolas, más intelectuales sin empleo y más campesinos sin tierra.

Los países del Tercer Mundo son lamentables caricaturas de los países “desarrollados”. Cada uno de ellos debe repetir en miniatura el gigantesco aparato burocrático que caracteriza al Estado y a la actividad económica de las grandes metrópolis y debe dedicar la parte del león de sus gastos a la adquisición de armas y a la organización de un ejército ultramoderno. Nigeria gasta en su ejército el 22’4% de su presupuesto, Egipto el 40%. Estos países conocen de pleno todos los “encantos” del capitalismo actual: despilfarro generalizado, destrucción intensiva del medio natural, deshumanización absoluta de la vida social, agravados por el traumatismo de la destrucción forzada de las culturas tradicionales... Todos los rasgos más monstruosos del capitalismo decadente (capitalismo de Estado, totalitarismo estatal, economía de guerra) se concentran masivamente en estos países, mostrando que lejos de ser “jóvenes-capitalismos-en-desarrollo” son la expresión más extrema de un sistema mundial senil.

El nacionalismo contra la clase obrera

Este siglo ha conocido una intensificación brutal de la dominación capitalista basada en un ataque continuo contra la existencia de la clase obrera y en una contrarrevolución permanente. Todas las organizaciones de masas creadas por el proletariado en el siglo XIX (partidos y sindicatos) han sido integradas en el sistema capitalista y constituyen un obstáculo de primer orden contra la lucha proletaria. La burguesía ha establecido formidables máquinas de mistificación que van desde la televisión y la prensa en el Oeste hasta las campañas de propaganda del Este. Cada vez que la clase obrera ha resistido contra los asaltos de la burguesía, ésta ha movilizado contra aquella un gigantesco abanico de fuerzas represivas: policías antidisturbios, bombardeos por aire, especialistas en tortura, campos de concentración... Y cada vez que la crisis permanente del capital ha aparecido como una plaga abierta en el corazón del sistema, la burguesía ha sacrificado a millones de proletarios en las guerras imperialistas.

Los ataques de la burguesía contra la clase obrera se hacen cada vez más pérfidos a medida que la crisis alcanza niveles mayores de intensidad. Y esto es así porque el capitalismo no tiene otra opción que aumentar sin límites la explotación, aplastar las luchas obreras y culminar todo ello en una nueva guerra mundial imperialista. En los países más atrasados, la dominación capitalista no tiene los paliativos temporales que poseen las grandes metrópolis para moderar sus ataques antiobreros, por lo que en aquellos los proletarios han sufrido una explotación y una brutalidad despiadadas. La terrible realidad que sufren los obreros de los países atrasados refuta la idea de Lenin según la cual los movimientos de liberación nacional suponen un avance político y social para la clase obrera. El Capital no ofrece en ninguna parte  mejoras reales de las condiciones de existencia de la clase obrera ni menos aún facilidades para su organización autónoma. Al contrario, y más aún en el Tercer Mundo, lo único que “ofrece” es la sobreexplotación económica y la superopresión política de la clase obrera.

La debilidad económica de estos países no deja más opción a la burguesía que la de intentar extraer el máximo de plusvalía (dada la débil composición orgánica del capital en estas regiones, la extracción de plusvalía absoluta es la tendencia dominante). Apenas han ocupado el poder, las fuerzas de “liberación nacional” consagran todas sus energías a la “batalla de la producción” y refuerzan invariablemente las tendencias al capitalismo de Estado que marcan profundamente estas economías. Las nacionalizaciones a gran escala se hacen con el doble objetivo de apuntalar una economía ruinosa y de rodearse de una máscara populista y socialista que persuada a los obreros de que deben apretarse el cinturón por “el bien de su economía nacional”. A fin de cuentas lo único que pueden ofrecer tales regímenes a la clase obrera son consuelos ideológicos de ese género, que por supuesto no dan de comer. Este es, por ejemplo, el mensaje del FRELIMO (Mozambique), una vez instalado en el poder: “La liberad significa trabajo y fin de la pereza”. Desde las plantaciones de caña en Cuba hasta las fábricas “ejemplares” de Corea del Norte el mensaje machacón de los burócratas de la “liberación nacional” es siempre el mismo: “TRABAJAR TODAVIA MÁS QUE ANTES POR “EL BIEN DE LA PATRIA”. La ideología de la “construcción del socialismo” es utilizada para enmascarar las formas de explotación más feroces y primitivas, de las que el Estado ruso de los años 30 fue el pionero: trabajo a destajo, horas extras obligatorias, militarización de la producción, integración completa de las organizaciones “obreras” en el engranaje estatal. Los tercermundistas, los liberales y los izquierdistas son expertos en cantar el “heroísmo” y el “socialismo” de esos engendros del capital. Detrás de la admiración por los Castro, Mao, Nyerere etc., está la admiración por unas ideologías que, durante un tiempo, han conseguido mistificar a la clase obrera llevándola a los mayores sacrificios. El curso ascendente de la lucha obrera mundial hace más necesaria que nunca para el capital una nueva edición de esos mitos anti proletarios.

Pero lo que los admiradores burgueses de la “liberación nacional” no pueden ni quieren ver es que, a pesar de las mistificaciones la clase obrera no está derrotada ni integrada en ninguna parte y su lucha de clase continúa incluso en los países “progresistas” del Tercer Mundo. La reciente oleada de huelgas en China, rota por los amarillos del PCCh es un elocuente testimonio. Detrás de la verborrea socialista del ‘sacrificio voluntario” se esconde siempre la amenaza omnipresente de la represión. Por la misma razón, el líder del Frelimo ha debido añadir a su definición de la libertad antes mencionada que no hay lugar para las huelgas en el “nuevo” orden social instaurado en Mozambique.

En el siglo XIX, las revoluciones burguesas permitieron en la mayoría de las ocasiones el establecimiento de regímenes más o menos democráticos que otorgaron a los trabajadores el derecho a organizarse. La mejor prueba de la imposibilidad de revoluciones burguesas en el siglo XX, el siglo de la decadencia capitalista, es la naturaleza política de los regímenes de “liberación nacional”. Todos ellos están organizados para impedir y romper por la fuerza, si es necesario, todo embrión de lucha autónoma de los trabajadores. El noventa y nueve por ciento de ellos son Estados de partido único que prohíben radicalmente el derecho de huelga y cuyas prisiones están llenas a rebosar. Numerosos de ellos se han destacado en el aplastamiento sangriento de las movilizaciones de la clase obrera: Ho Chi Minh, el liberador de Vietnam, ahogó en sangre las revueltas obreras de Hanoi y Saigón en 1946; Mao Tse-tung, el gran timonel de China, no dudó en emplear el ejército contra las huelgas de 1967-68 para “reestablecer el orden socialista”,...

Recordemos también la represión de las huelgas mineras por Allende o la de la tan “progresista” junta militar de Perón. La lista es casi inagotable. Los campesinos también han tenido que soportar las tiernas solicitudes de esos regímenes. Antes de apoderarse de las ciudades, en este caso contra los campesinos, los “ejércitos de liberación nacional” ejercen su poder en los distritos rurales aterrorizándoles, esquilmándoles con impuestos, movilizándoles como carne de cañón. La huida de campesinos presos del pánico ante el avance de las tropas del FNL vietnamita en marzo de 1975, mucho después de que los norteamericanos hubieran dejado de bombardear las regiones controladas por el FLN, es muestra patente de la vacuidad de la promesa de felicidad para el campesinado, que, según los tercermundistas, aportaría la “liberación nacional”. Tras la toma del poder por las fuerzas de liberación nacional, los sufrimientos de los campesinos continuaron y el régimen aplastó a los agricultores que se habían rebelado en 1956 contra las nacionalizaciones de Ho Chi Minh. En China los campesinos movilizados para construir embalses, puentes y demás infraestructuras tuvieron que aguantar el aumento de la explotación por parte del Estado. La destrucción forzada del campesinado en el tercer mundo es una caricatura violenta de lo que había ocurrido de modo gradual en las metrópolis.

Los regímenes de liberación nacional perpetran también la opresión contra las minorías nacionales. En los regímenes independientes de África son los asiáticos los oprimidos. En Sudán son los negros los oprimidos por un régimen árabe “progresista”. En Ceilán (Sri-Lanka), los tamiles están privados de derechos civiles y soportan una explotación despiadada en las plantaciones de té por de un gobierno socialdemócrata, estalinista y trotskista. Lenin en sus tiempos ya había criticado severamente las tradicionales persecuciones de los judíos por las burguesías polaca y rusa. Pues bien, la actual burguesía de Estado de esos países también se parece a su predecesora, a pesar de que se reclama de Lenin, persiguiendo a los judíos que todavía no han podido salir del país.

Todos los frentes de liberación nacional expresan claramente en su programa la intención de sustituir una forma de opresión nacional por otra. El programa sionista tiene previsto, lo digan o no claramente, la expulsión de los palestinos. Por su parte, el programa nacional palestino, con su reivindicación de un Estado en el qué musulmanes, judíos y cristianos puedan vivir juntos en tanto que comunidades religiosas , no tiene, otra intención que la de suprimir la nacionalidad judía israelita sustituyéndola por la de nación árabe palestina. Y lo mismo en Irlanda, donde el sueño y el programa del IRA están exactamente por dar la vuelta a la tortilla y que sean los protestantes la minoría religiosa nacional oprimida.

Así es y no puede ser de otra forma. Todos los programas de liberación nacional son programas capitalistas y la opresión nacional es la esencia del capitalismo.

Volviendo a la situación específica de la clase obrera en esos regímenes podemos decir que los golpes más duros que han propinado a la clase obrera han sido sobre todo las propias guerras de “liberación nacional”. A causa del carácter constante de las rivalidades interimperialistas en un periodo de crisis histórica crónica, la burguesía del tercer mundo está continuamente mezclada en las peleas imperialistas y demás peripecias contra sus rivales locales. Desde l914, no ha habido casi ni un momento en el que al menos una parte del mundo subdesarrollado no haya estado sometida a la guerra.

Las guerras de liberación nacional son una necesidad para los imperialismos secundarios si quieren sobrevivir en el mercado mundial. La competencia es tanto más feroz en esos países en cuanto que el dominio de los países adelantados les obliga a enfrentarse entre sí si quieren ocupar un pequeño lugar en el mercado mundial. Pero a la clase obrera, esas guerras no hacen sino acarrearle mayor explotación, una militarización todavía más fuerte y sobre todo masacres y destrucciones a gran escala. Millones de trabajadores han sido matados durante este siglo en esas guerras sin por eso ganar otra cosa que la sustitución de un explotador por otro. Como cualquier guerra nacional, las luchas de liberación nacional han servido para amordazar la lucha de la clase, para dividir las filas proletarias, para entorpecer en éstas la maduración de la conciencia comunista. Y como el capitalismo decadente va sin remedio hacia conflagraciones imperialistas cada vez mayores, las luchas nacionales localizadas sirven de banco de pruebas a los futuros conflictos mundiales, los cuales si que podrían comprometer las posibilidades de instauración del comunismo.

En el período de decadencia del capitalismo, los comunistas deben afirmar sin ambigüedades que todas y cada una de las formas de nacionalismo son reaccionarias por definición. Muy pocos negarán el carácter reaccionario del nacionalismo tradicional de los grandes imperialismos (patriotismo del Ku-Klus-Klan, patrioterismos y chovinismos de los países europeos, nazismo, chauvinismo ruso, etc.) en cambio, muchos estarán muy predispuestos a aceptar los llamados nacionalismos de los “oprimidos” que son, si cabe, todavía más perniciosos para la clase obrera. Es con este nacionalismo “progresista” con el que la burguesía de las ex colonias intenta integrar a la clase obrera y convencerla de que tiene que producir más y más plusvalía por la patria. Al son de los cánticos de unión con la liberación nacional y contra el imperialismo es como los obreros de esos países son movilizados en las guerras interimperialistas. La clase obrera no tiene más que un único interés hoy y es el de unificarse a escala mundial por la revolución comunista. Toda ideología que divida a la clase obrera según criterios raciales, sexuales o nacionales es contrarrevolucionaria, por mucho que se base en “realidades”, hable de socialismo, de liberación o de revolución.

Si el capitalismo en crisis consiguiera imponer a la clase obrera su “solución”, la guerra mundial, lo haría sin lugar a dudas con los estandartes del nacionalismo. Sea cual fuere la forma, mandaría a los trabajadores a hacerse matar en el último asalto de la barbarie. Hoy en día, el nacionalismo es la antítesis del proletariado y de su lucha, la negación de la humanidad y el vehículo ideológico en potencia de la extinción de ésta.

 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [1]

Cuestiones teóricas: 

  • Internacionalismo [2]

Las tareas del proletariado

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Contra cualquier forma de nacionalismo, frente a la crisis mundial del capitalismo los comunistas deben propagar las tareas internacionalistas de la clase revolucionaria, la clase obrera.

La lucha de clase autónoma

Ya sea en los países adelantados, ya en los del “Tercer Mundo”, la única vía abierta ante el proletariado es hoy la de la lucha de clase autónoma e intransigente. Esto implica no sólo la independencia respecto a todas las fuerzas que intentan desviar la lucha de clase para atarla a una fracción capitalista (sean éstas los sindicatos, partidos de izquierda o frentes de liberación nacional), sino una lucha feroz contra todas esas fuerzas y contra toda clase de frentismos. La clase obrera no lucha sólo contra un bloque imperialista y sus agentes locales, sino contra todos los imperialismos y contra todos sus agentes. El único frente en que puede meterse hoy la clase obrera es en el de una guerra de clase, en el frente proletario internacional contra el capital.

A los que intentan obligar al proletariado a aliarse a fracciones burguesas “mas progresistas” o menos malas”, que insisten en la naturaleza asesina de otras fracciones, a ésos, los comunistas tienen que contestar explicando cómo esas alianzas nunca han protegido a los obreros contra “un mal mayor”, que semejantes alianzas sólo han servido para desarmar a la clase obrera dejándola indefensa contra sus antiguos aliados cuando éstos intentan “restablecer el orden” e instaurar su propio régimen. Esa es la lección que nos dio lo ocurrido en China en 1927, y la clase obrera, desde entonces, ha pagado con creces el no haber entendido bien la lección. Los obreros de Barcelona en Mayo de 1937 probaron la metralla del Frente Popular, el cual pretendía salvarlos del “mal Mayor” que representaba el fascismo. También en 1943 los obreros italianos, cuyas huelgas y levantamientos amenazaban con hacer saltar la administración fascista, recibieron el bombardeo de aviones aliados que les dieron una triste lección. Para el proletariado no hay “mal menor”. No podrá contar nunca con la protección de sus enemigos mortales. Incluso en la época de las verdaderas revoluciones burguesas Marx insistía en que los trabajadores mantuvieran sus armas y sus organizaciones independientes durante toda la revolución para poder defenderse de la inevitable reacción burguesa ante la amenaza obrera contra su orden capitalista (véanse las lecciones sacadas de las insurrecciones de París de 1848). En nuestra época, de decadencia del capitalismo, cuando la burguesía en cualquiera de sus formas ya no puede avanzar más que atacando de frente al proletariado y asesinándolo, la única respuesta posible de éste es su acción independiente contra todas las fracciones de la burguesía. Sólo una acción así podrá acabar en el derrocamiento de la burguesía por la acción de los consejos obreros en armas.

Desde la reanudación huelguística de 1968, los obreros del tercer mundo han demostrado una capacidad de lucha autónoma no menor que la de sus hermanos de los países industrializados. En Argentina, en Venezuela, en India, en China, en África del Sur, en Egipto, por todas partes ha habido huelgas de masas e incluso casi insurrecciones en las que los obreros se han enfrentado a la policía, a los sindicatos, a los partidos llamados “Obreros” y a los gobiernos de “liberación nacional”. Como en los países capitalistas avanzados, los obreros de estos países se han organizado por si mismos en asambleas generales autónomas para dirigir la lucha. En Argentina, en 1969, los obreros defendieron sus barrios contra el ejército utilizando cócteles molotov y fusiles y montaron comités, que pudieron ser considerados como precursores de consejos obreros, para coordinar las luchas.

La guerra civil mundial

Algunos justifican el apoyo a los frentes de “liberación nacional” diciendo que lo contrario significaría condenar al proletariado del tercer mundo a esperar impotente que el de los países avanzados rompa la tenaza imperialista en su base. Otros, los que no quieren mancharse las manos apoyando a fracciones burguesas, rechazan sencillamente la idea de que la clase obrera pueda tener un potencial revolucionario en los países atrasados y no ven nada que se pueda hacer a la espera de que la revolución se verifique en los adelantados.

Esos dos puntos de vista expresan por un lado su incapacidad para comprender el capital como relación social global y, por otro a la clase obrera como clase mundial unida. Sin embargo, en sus propias luchas el proletariado del tercer mundo ha demostrado ya que no tiene ninguna intención de aguantar pasivamente, esperando que la revolución surja en un centro imperialista importante. En principio no existe razón alguna para que un asalto revolucionario no tenga lugar en un continente o país subdesarrollado. Es cierto que la revolución no podría aguantar limitada durante mucho tiempo, pero lo es tanto para los Estados Unidos o Alemania, por ejemplo, como para Venezuela o Corea. Es el mismo carácter global y general de la crisis lo que abre la posibilidad de generalizar la revolución a escala mundial. Así ocurrió en 1917, cuando la revolución tuvo lugar, como punto de partida, en la “atrasada Rusia”. Hay que subrayar además que existen numerosos países del llamado tercer mundo (Brasil, Argentina, Venezuela, Egipto, Corea del Sur, Taiwán, México, etc.) con importantes centros industriales y un proletariado muy concentrado, como era el caso de Rusia en vísperas de la revolución. Incluso en los países donde no hay grandes centros industriales, existe un importante proletariado agrícola, portuario, del transporte y de la construcción, etc., que bien podría ser el origen de un despegue revolucionario, aunque sea cierto que las posibilidades de que la oleada revolucionaria mundial tenga como punto de partida a estos países son pocas.

Sin duda alguna, la dictadura proletaria tendrá que encarar problemas ingentes en el tercer mundo. El proletariado tendrá que alimentar a millones de vagabundos y campesinos sin tierra, gente misérrima. Estará encarado a un campesinado apegado a la idea de propiedad y a una agricultura de subsistencia. Estará amenazado por los ataques directos e inmediatos de uno de los grandes imperialismos y de sus agentes locales. En tal situación, la única salida posible será la de extender lo antes posible la revolución y la instauración del socialismo. El proletariado sólo podrá defender su poder, en medio de esa marea de campesinos y otras capas no proletarias, si mantiene el movimiento constantemente abierto hacia el exterior. Es muy posible que los obreros se vean obligados a hacer concesiones a los campesinos, los las cuales representan múltiples peligros. La experiencia negativa de los bolcheviques puede enseñarnos mucho a este respecto. Los obreros deberían haber animado a la colectivización más que a la división de las tierras y, en lugar de proclamar un gobierno “obrero y campesino”, deberían haber impedido a los campesinos su intento de “compartir el poder” con ellos. Estas capas deberían haber estado representadas en órganos territoriales, pero no en tanto que clase con poder particular en el “soviet”, sino como individuos interesados en la revolución proletaria. En cualquier caso, todas las medidas que tomen los obreros para compensar las inevitables concesiones a esas capas no explotadoras deben tener como objetivo fundamental mantener la relación de fuerzas en favor de la clase obrera, si la revolución sigue extendiéndose. No hay solución ninguna al problema de las demás capas sociales no explotadores en un único país. Sólo la dictadura del proletariado a escala mundial puede realizar la integración de todas las clases en la asociación comunista de la humanidad.

Es básico comprender la cantidad de problemas que tendría que encarar un baluarte revolucionario constituido en el tercer mundo y comprender, por ende, el papel esencial del proletariado de los países adelantados. Los comunistas tienen que estar atentos tanto a las fuerzas del proletariado como a sus debilidades. En los países subdesarrollados, el proletariado puede ser una minoría muy pequeña en medio de la población pero, como lo reconocía Lenin: «La fuerza del proletariado en cualquier país capitalista es muchísimo mayor que la proporción numérica respecto al conjunto de la población. Y esto por dos razones fundamentales, porque tienen en sus manos las riendas económicas del corazón y el sistema nervioso de la economía capitalista y porque en el plano político, el proletariado expresa los intereses reales de la gran mayoría de la población dominada por el capitalismo» (1919).

Además, la debilidad y la incompetencia de la burguesía en muchos países atrasados puede facilitar una toma del poder efectiva por la clase obrera, mientras que en los países adelantados, la burguesía tiene mucha más experiencia y está mejor equipada para ahogar el desorden social. A escala internacional, la gravedad de la crisis y la lucha de la clase obrera en los países adelantados pueden retrasar o entorpecer la intervención de los grandes imperialismos en contra de una revolución en el Tercer Mundo. Es muy probable que la burguesía norteamericana o la rusa se vean incapaces de movilizar a “sus obreros” contra un baluarte proletario. De todas maneras, el que toda la economía mundial esté unida por estrechísimos lazos de interdependencia recíproca tiene como consecuencia que la revolución misma dependa estrechamente de toda la situación internacional. Los obreros de los países adelantados necesitan tanto de la revolución en los países atrasados, como ésta necesita de la destrucción de las grandes potencias para sobrevivir. Solo hay una solución: ya surja la revolución proletaria en los países adelantados ya en los del tercer mundo una cosa es cierta, la instauración de una dictadura del proletariado, sea cual fuere el lugar, abre un período de guerra civil mundial entre el proletariado y la burguesía.

Guerra civil mundial no significa que un baluarte proletario tenga la tarea “mesiánica” de extender él solo la revolución ó de enfrentarse militarmente con toda la burguesía mundial. Aparte de que eso sería una pura utopía estratégica, lo ocurrido en 1920 demostró la imposibilidad de “exportar” le revolución invadiendo simplemente los países vecinos: el avance del Ejército Rojo hacia Varsovia no hizo otra cosa que echar a los obreros polacos en brazos de su burguesía. Un bastión proletario aislado estará sin duda obligado a llevar a cabo operaciones militares de supervivencia, a defender tanto territorio como le sea posible, intentando sin embargo extender la revolución por otros medios.

La guerra civil mundial significa que a partir del momento en que la cuestión del poder se plantea correctamente, empieza una lucha a muerte entre el capital y el proletariado. Esto no sólo es verdad para la fracción proletaria que ha tomado el poder sino para toda la clase obrera mundial. Quiere decir que tal baluarte proletario no podrá sobrevivir durante mucho tiempo en medio de un sistema capitalista mundial. Ese baluarte, o expresa la lucha revolucionaria constante y persistente de la clase obrera o caerá en manos de la contrarrevolución, venga ésta de fuera o de dentro mismo del país.

Por estas razones, todos los esfuerzos de la clase obrera en un baluarte proletario deben tender hacia la extensión de la revolución para tomar el  poder a escala mundial. Las indispensables medidas de socia1ización que llevará a cabo el proletariado en el poder, en una región del mundo serán, fundamentalmente en esta etapa, medios para llegar a aquel fin.

El principal vehículo para la extensión de la revolución, el instrumento básico de la guerra civil es la conciencia de clase del proletariado mundial. De esto resulta, que la principal estrategia del proletariado en el poder, en una región es la de generalizar las condiciones políticas de la revolución. El proletariado deberá llamar a los obreros del mundo entero en su ayuda, haciendo la revolución en cada país. Tendrá que apoyar activamente a los obreros revolucionarios y armarlos por todas partes del mundo. Deberá ayudar a que se desarrolle una amplia campaña de agitación y propaganda en la clase obrera y favorecer la creación de medios organizativos para la intervención comunista en todos los países. Por ejemplo, la mayor contribución de los bolcheviques a la extensión de la revolución, fue la fundación de la Tercera Internacional.

El proletariado deberá abordar la cuestión de la extensión militar de la revolución dentro de un conjunto de consideraciones políticas. Sin duda habrá ofensivas militares por parte de dictaduras proletarias, pero deberán estar subordinadas a criterios tanto políticos como militares: el grado de madurez revolucionaria del proletariado en los demás países, la fuerza de la burguesía, la de la ideología nacionalista, etc. Está de más decir que esas ofensivas no tendrán nada que ver con los métodos bestiales de los gángsteres imperialistas. Constantemente, el proletariado en armas procurará ganarse a la lucha revolucionaria a los obreros de los demás países, nunca podrá obligarles a unirse a la revolución y deberá rechazar sin dudarlo todos los métodos con los que se intente someter por la fuerza bruta a poblaciones civiles (bombardeos, destrucción de barrios, represalias, etc.) En ningún caso podrá emplear armas nucleares ó bacteriológicas, ni ninguna de esas técnicas terroríficas de destrucción inventadas por la barbarie del capitalismo decadente.

Aunque el poder proletario no pueda integrar a otros países en su esfera política con el único recurso de las armas, no por eso se prohibirá a sí mismo el mandar destacamentos armados a tal ó cual región si falta hiciera. Durante la guerra civil y la extensión de la revolución, no se debe hacer ninguna concesión al nacionalismo y demás pretendidos derechos a la autodeterminación nacional. En lugar de aplicar la desastrosa política de los bolcheviques que dividió al proletariado en múltiples fracciones, dejándolo a merced de burguesías “oprimidas”, el poder proletario deberá hacer los mayores esfuerzos para la unificación de la clase, llamando a cada fracción del proletariado mundial a lanzarse contra su burguesía y a participar en la instauración del poder internacional de los Consejos Obreros. Si a alguna que otra fracción del proletariado le quedan ilusiones nacionalistas, lo que nunca hay que hacer es reforzarlas con promesas de una llamada independencia nacional, sino combatirlas con tenacidad. El baluarte proletario deberá aportar el mayor apoyo y los mayores ánimos a los obreros que hayan roto con el nacionalismo y que pongan por encima de todo los intereses de clase de todos los trabajadores.

Nación ó clase, esclavitud capitalista ó revolución comunista, ésta es la única alternativa que las fracciones más decididas de la clase obrera tendrán que proponer a sus hermanos de clase.

La construcción de la comunidad humana mundial

No puede haber ya más discusión en el seno del movimiento obrero acerca del derecho a la auto-determinación nacional; ni antes, ni durante, ni después de la victoria de la revolución proletaria. La extensión de la revolución significa la destrucción, lo más rápidamente posible, de las fronteras nacionales, el establecimiento del poder de los Consejos Obreros en áreas cada vez más bastas del globo. La creación real de las relaciones sociales comunistas sólo puede tener lugar a escala mundial.

En el movimiento obrero del siglo XIX era posible tener la confusa idea de que el socialismo era, hasta cierto punto, realizable dentro de las fronteras nacionales, que la comunidad mundial podía crearse por un proceso gradual de fusión de economías socialistas. Pero la experiencia de Rusia ha demostrado que no solamente es difícil la construcción del socialismo en un país, sino que es en realidad imposible. Mientras exista el capital mundial, éste continuará dominando todos los ritmos de producción y de consumo en todas partes. Por muy lejos que vayan los trabajadores de un país en la eliminación de las formas de explotación capitalista en un área, siguen estando explotados por el capital mundial. Antes de que el comunismo pueda ser definitivamente creado, el capitalismo debe ser definitivamente destruido en todos los sitios; el comunismo no puede ser construido “dentro” del capitalismo.

Rosa Luxemburgo o Lenin podían hablar de autodeterminación nacional bajo el socialismo y seguir siendo revolucionarios. Hoy en día, aquellos que usan los mismos términos son abogados de la contrarrevolución capitalista. Esto se aplica a los estalinistas, con sus “socialismo en un sólo país”; a los trotskistas, con su fantasía de los “estados obreros” coexistiendo felizmente en un mercado mundial casi eterno. También a los libertarios y anarquistas que favorecen “la auto-gestión en un país”. El mantenimiento de la nación significa fronteras nacionales, intercambio internacional, competencia internacional, en pocas palabras, CAPITALISMO. La construcción del comunismo no es ni más ni menos que la construcción de la comunidad humana mundial. Es la liberación de las fuerzas productivas de los obstáculos impuestos por las divisiones nacionales y el Intercambio de mercancías. Es la socialización a escala mundial de la producción y el consumo. Es la abolición del proletariado mismo en tanto que clase explotada y la integración de todas las clases en una humanidad que existirá por primera vez como humanidad verdaderamente social.

En el período de transición, entre el capitalismo y la sociedad sin clases, el inmenso desbarajuste y sufrimientos sociales legados por el capitalismo sólo podrán ser abolidos, gracias a la generalización a todo el mundo de las relaciones comunistas de producción. Solamente sobre estas bases pueden ser resueltos los problemas que destruyen el Tercer Mundo y a la Humanidad como un todo. Desempleo, desnutrición, destrucción del medio ambiente natural, desequilibrios en la infraestructura industrial internacional,…, todos estos problemas fundamentales son inherentes al modo de producción capitalista y sólo pueden ser eliminados gracias a la planificación consciente y humana de la actividad productiva  mundial y de los productores mismos.

En la reconstrucción y transformación de un mundo arruinado por décadas de capitalismo decadente el proletariado tendrá que encarar inevitablemente problemas de divisiones nacionales, raciales y culturales dentro de sus propias filas y en la humanidad en su conjunto. Todas estas divisiones tendrán que ser tratadas y discutidas libremente dentro de los Consejos Obreros y de cualquier otro órgano creado por el poder proletario para mediar con el resto de la población. Pero la liquidación final de estas divisiones sólo puede ser conseguida a través de la revolución continua del edificio social que irá minando las bases materiales de tales divisiones, volviéndolas caducas. Y conforme se va moviendo hacía la comunidad humana, el proletariado iniciará la fusión de todas las culturas existentes en una verdadera cultura universal, en una síntesis superior de todas las culturas anteriores, en la nueva cultura comunista. Con la emergencia de esta cultura universal, la fase “tribal” de la prehistoria humana termina y la historia real de la humanidad comienza.

CDW/ Noviembre de 1977

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La cuestión nacional [1]

Cuestiones teóricas: 

  • Internacionalismo [2]

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