En 1914 los señores «buenos oficios» de gobernantes, reyes, políticos, militares, como expresiones y agentes de un sistema social que entraba en su época de decadencia, llevaron el mundo al cataclismo de la Primera Guerra mundial: más de 20 millones de muertos, destrucciones jamás vistas hasta entonces, desabastecimiento, penuria y hambre en la retaguardia; muerte, salvajismo de la disciplina militar, sufrimientos sin límite en el frente; toda Europa se vio anegada en el caos, la barbarie, la aniquilación de industrias, edificios, monumentos...
El proletariado internacional, tras haberse dejado arrastrar por los venenos patrióticos y las falacias democráticas de los gobiernos, avalados por la traición de la mayoría de partidos socialdemócratas y de los sindicatos, empezó a reaccionar contra la barbarie guerrera desde finales de 1915. Huelgas, revueltas contra el hambre, manifestaciones contra la guerra, estallan en Rusia, Alemania, Austria, etc. En el frente, sobre todo en los ejércitos ruso y alemán, surgen motines, deserciones colectivas, fraternizaciones entre soldados de ambos bandos... A la cabeza del movimiento están los internacionalistas –los bolcheviques, los espartaquistas, toda la Izquierda de la Segunda internacional– que desde el estallido de la guerra en agosto de 1914, la denuncian sin vacilar como una rapiña imperialista, como una manifestación de la debacle del capitalismo mundial, como la señal para que el proletariado cumpla su misión histórica: la revolución socialista internacional.
A la vanguardia de este movimiento internacional que acabará con la guerra y abrirá la posibilidad de la revolución mundial, los obreros rusos desde finales de 1915 protagonizan huelgas económicas que son duramente reprimidas. Sin embargo, el movimiento crece: el 9 de enero de 1916 –aniversario del principio de la Revolución de 1905– es conmemorado por los obreros con huelgas masivas. Nuevas huelgas estallan a lo largo del año acompañadas por mítines, discusiones, reivindicaciones, choques con la policía.
«A fines de 1916, los precios empiezan a subir vertiginosamente. A la inflación y a la desorganización de los transportes viene a unirse la gran escasez de mercancías. El consumo de la población se reduce durante este período a más de la mitad. Con el mes de octubre las luchas entran en una fase decisiva. Todas las manifestaciones de descontento se mancomunan: Petrogrado toma carrera para lanzarse al salto de febrero. En todas las fábricas se celebran mítines. Temas: la cuestión de las subsistencias, la carestía de la vida, la guerra, el gobierno. Circulan hojas bolcheviques. Se plantean huelgas políticas. Se improvisan manifestaciones a la salida de las fábricas y talleres. Aquí y allá obsérvanse casos de fraternización de los obreros de las fábricas con los soldados. Estalla una tumultuosa huelga de protesta contra el consejo de guerra formado contra los marinos revolucionarios de la escuadra del Báltico... Los obreros tienen cada vez más la sensación de que no hay modo de volverse atrás. En cada fábrica se forma un núcleo activo que tiene casi siempre por eje a los bolcheviques. Durante las dos primeras semanas de febrero las huelgas y los mítines se suceden sin interrupción. La policía al aparecer el día 8 en las puertas de la fábrica Putilov es recibida por una lluvia de pedazos de hierro y escoria. El 19 se agolpa delante de los negocios de comestibles una gran muchedumbre, formada principalmente por mujeres, pidiendo pan a gritos. Al día siguiente fueron saqueadas las panaderías en distintos puntos de la ciudad. Eran ya los albores de la insurrección» ([1]).
Acabamos de ver las etapas sucesivas de un proceso social que hoy a muchos obreros se les antoja utópico: la transformación de los trabajadores de una masa atomizada, apática, dividida, en una clase unida que actúa como un sólo hombre y se vuelve capaz para lanzarse al combate revolucionario, como lo demuestran los 5 dias que van desde el 22 al 27 de febrero de 1917.
«Los trabajadores se presentan por la mañana en las fábricas, pero se niegan a entrar en el trabajo, organizan mítines y a la salida se dirigen en manifestación al centro de la ciudad. Nuevas barriadas y nuevos grupos de la población se adhieren al movimiento. El grito de “¡Pan!” desaparece o es absorbido por los de “abajo la guerra” o “abajo la burocracia”. La Perspectiva Nevski contempla un continuo desfilar de manifestaciones... El 23 de febrero se inicia bajo la bandera del Día de la mujer la insurrección de las masas obreras de Petrogrado. El primer peldaño de la insurrección es la huelga. A lo largo de 3 días esta va ganando terreno y se convierte en general. La huelga, que va tomando cada vez más decididamente un carácter ofensivo, se combina con manifestaciones callejeras, que ponen en contacto a la masa revolucionaria con las tropas... La masa ya no quiere retroceder, resiste con furor optimista, no abandona el campo ni aún después de las descargas de la policía. ¡No dispares contra tus hermanos y hermanas! ¡Unete a nosotros!, gritan los obreros y las obreras. En las calles, en las plazas, en los puentes y en las puertas de los cuarteles, se desarrolla una pugna ininterrumpida, a veces dramática y a veces imperceptible, en torno al alma del soldado. Los obreros no se rinden, no retroceden, quieren conseguir lo que les pertenece, aunque sea bajo una lluvia de plomo y con ellos están las obreras, las esposas, las madres, las hermanas, las novias. ¿No es ésta, acaso, la hora aquella de que tan a menudo se hablaba, cuchicheando en los rincones: “y sí nos uniéramos todos?» ([2]).
Las clases dirigentes no se lo pueden creer, piensan que se trata de una revuelta que desaparecerá con un buen escarmiento. El fracaso estrepitoso de las acciones terroristas de pequeños cuerpos de élite mandados por coroneles de la gendarmería evidencia las firmes raíces del movimiento:
«La revolución les parece indefensa a los coroneles, parece que bastaría entrar sable en mano en ese caos para destruirlo todo sin dejar rastro. Pero es un torpe error de visión. Bajo este caos se está operando una irresistible cristalización de las masas sobre nuevos ejes» ([3]).
Una vez rotas las primeras cadenas, los obreros no quieren retroceder y para caminar sobre tierra firme retoman la experiencia de 1905 creando los Soviets, organizaciones unitarias del conjunto de la clase. Sin embargo, los Soviets son inmediatamente copados por los partidos menchevique y social-revolucionario, antiguos partidos obreros pasados al campo burgués por su participación en la guerra, y permiten formar un Gobierno provisional donde están los «grandes personajes» de siempre: Miliukov, Rodzianov, Kerenski...
La primera obsesión de ese gobierno es convencer a los obreros de que deben «volver a la normalidad», «abandonar los sueños» y transformarse en la masa sumisa, pasiva, atomizada, que la burguesía necesita para mantener sus negocios y continuar la guerra. Los obreros no tragan. Quieren vivir y desarrollar la nueva política: la que ejercen ellos mismos, uniendo en un lazo inseparable la lucha por sus intereses inmediatos con la lucha por el interés general del conjunto de la humanidad. Así, ante la insistencia de burgueses y socialtraidores de que «lo que toca es trabajar y no reivindicar, porque ahora tenemos libertad política», los obreros reivindican la jornada de 8 horas para tener «libertad» para reunirse, discutir, leer, estar con los suyos:
« ... una oleada de huelgas recomenzó después de la caída del absolutismo. En cada fábrica o taller, sin esperar a los acuerdos firmados en las alturas, se presentaron reivindicaciones sobre los salarios y la jornada de trabajo. Los conflictos se agravaban de día en día y se complicaban en una atmósfera de lucha» ([4]).
El 18 de abril, Miliukov, ministro liberal del partido kadete del gobierno provisional, publica una nota reafirmando el compromiso de Rusia con los aliados en la continuación de la guerra imperialista, lo cual es una verdadera provocación. Los obreros y los soldados responden inmediatamente: surgen manifestaciones espontáneas, se celebran asambleas masivas en los barrios, los regimientos, las fábricas:
« ... la agitación que se había promovido en la ciudad no cedía, se reunían muchedumbres, los mítines continuaban, se discutía en todas las esquinas, en los tranvías los viajeros se dividían en partidarios y adversarios de Miliukov... La agitación no se limitaba a Petrogrado. En Moscú, los obreros que abandonaban sus máquinas y los soldados que salían de sus cuarteles invadieron las calles con sus protestas tumultuosas» ([5]).
El 20 de abril una gigantesca manifestación fuerza la dimisión de Miliukov, la burguesía debe retroceder en sus planes guerreros. Mayo registra una frenética actividad de organización. Hay menos manifestaciones y menos huelgas, pero eso no expresa un reflujo del movimiento, más bien al contrario, manifiesta su avance y desarrollo, porque los obreros se consagran a un aspecto de su combate hasta entonces poco desarrollado: su organización masiva. Los Soviets se extienden a los rincones más recónditos de Rusia, a su alrededor aparece una multitud de órganos de masa: Comités de fábrica, Comités campesinos, Soviets de barrio, Comités de soldados. A través de ellos las masas se agrupan, discuten, piensan, deciden. Bajo su cálido aliento se despiertan los grupos de trabajadores más atrasados:
«... La servidumbre, tratada antes como bestias y a la que casi no pagaban nada, adquirió noción de su propia dignidad. Un par de zapatos costaba más de 100 rublos y como el sueldo medio no pasaba de 35 al mes, las criadas se negaban a estar en las colas y gastar el calzado. (...) Hasta los cocheros tenían su sindicato y su representante en el Soviet de Petrogrado. Los criados y camareros se organizaron y renunciaron a las propinas» ([6]).
Los obreros y soldados empiezan a cansarse de las eternas promesas del Gobierno provisional y del apoyo que le dan los socialistas mencheviques y socialista revolucionario. Comprueban cómo crecen las colas, el paro, el hambre. Ven que ante la guerra y la cuestión campesina los de arriba sólo ofrecen discursos ampulosos. Se están hartando de la política burguesa y empiezan a vislumbrar las consecuencias últimas de su propia política: la reivindicación de
se transforma en la aspiración de amplias masas obreras ([7]).
Junio, traduciendo todo lo anterior, es un mes de intensa agitación política que culmina con las manifestaciones armadas de los obreros y soldados de Petrogrado el 4 y el 5 de julio:
«... El primer plano lo ocupan los obreros de las fábricas. Allí donde los dirigentes titubean o se resisten, la juventud obrera obliga al vocal de turno del Comité de fábrica a hacer sonar la sirena para dar la señal de paralizar el trabajo. Por todas partes se celebran mítines, se eligen dirigentes de la manifestación y delegados encargados de presentar las reivindicaciones... De Krondstadt, de Novi-Peterhof, de Krasnoie Selo, del fuerte de Krasnaya Gorka, de toda la periferia próxima, por mar, por tierra, avanzan marinos y soldados, con bandas de músicos, con armas, con cartelones bolcheviques» ([8]).
Sin embargo, las jornadas de Julio se saldan con un amargo fracaso para los trabajadores. La situación no está todavía madura para la toma del poder pues los soldados no se solidarizan de manera plena con los obreros; los campesinos están llenos de ilusiones respecto a los Social-revolucionarios y el propio movimiento en provincias está retrasado respecto a la capital.
En los dos meses posteriores –agosto y septiembre–, aguzados por la amargura de la derrota y forzados por la violencia de la represión burguesa, los obreros van a resolver prácticamente estos obstáculos, no a través de un plan de acción preconcebido sino como producto de un océano de iniciativas, de combates, de discusiones en los Soviets, etc., que van materializando la toma de conciencia del movimiento. Así, la acción de obreros y soldados acaba fundiéndose plenamente:
« ... Aparece un fenómeno de ósmosis, especialmente en Petrogrado. Cuando la agitación se adueña del barrio obrero de Vyborg, los regimientos acuartelados en la capital entran en efervescencia y viceversa. Los obreros y los soldados se habitúan a salir a la calle para manifestar allí sus sentimientos. La calle les pertenece. Ninguna fuerza, ningún poder, puede en esos momentos, prohibirles agitar sus reivindicaciones o cantar a pleno pulmón himnos revolucionarios» ([9]).
Tras la derrota de julio, la burguesía cree que, por fin, puede acabar con la pesadilla. Para ello, repartiéndose la faena entre el bloque «democrático» de Kerenski y el bloque abiertamente reaccionario de Kornilov –generalísimo de los ejércitos–, organiza el golpe militar de este último, que reúne a los regimientos de cosacos, caucásicos etc., que todavía parecen ser fieles al poder burgués e intenta lanzarlos contra Petrogrado.
Pero la intentona fracasa estrepitosamente. La mano masiva de los obreros y los soldados, su firme organización en un Comité de defensa de la Revolución –que bajo el control del Soviet de Petrogrado se transformará en el Comité militar revolucionario, órgano de la insurrección de Octubre- hace que las tropas de Kornilov o bien queden inmovilizadas y se rindan, o bien, lo que sucede en la mayoría de los casos, deserten y se unan a los obreros y soldados.
« ... El complot había sido tramado por aquellos círculos que ni sabían ni estaban acostumbrados a hacer nada sin la gente de abajo, sin la fuerza obrera, sin la carne de cañón, sin asistentes, criados, escribientes, chóferes, mozos de cuerda, cocineras, lavanderas, guardagujas, telegrafistas, palafreneros y cocheros. Todos esos pequeños tornillos humanos, innumerables, invisibles, necesarios, estaban de parte de los Soviets y en contra de Kornilov.
«El ideal de la educación militar consiste en que el soldado obre a los ojos de sus superiores lo mismo que a sus espaldas. Ahora bien, los soldados y marinos rusos de 1917, que no obedecían las órdenes oficiales ni aún en presencia de sus superiores, cogían al vuelo las órdenes de la revolución e incluso, con más frecuencia aún, las cumplían por propia iniciativa antes de que llegaran hasta ellos. Para las masas se trataba, no de defender al gobierno, sino a la revolución. De aquí la abnegación y la decisión con la que luchaban. La resistencia contra la sublevación surgía de los railes, de las piedras, del aire. Los ferroviarios de la estación de Luga se negaron a poner en marcha los trenes militares. Las tropas cosacas se vieron al instante rodeadas por soldados armados de la guarnición de Luga, compuesta por 20 000 hombres. No hubo combate, pero sí algo más peligroso: contacto, interpenetración» ([10]).
Los burgueses conciben las revoluciones obreras como un acto de demencia colectiva, un caos espantoso que acaba espantosamente. La ideología burguesa no puede admitir que los explotados puedan actuar por su propia cuenta. Acción colectiva y solidaria, acción consciente de la mayoría trabajadora, son nociones que el pensamiento burgués considera una utopía anti-natural (lo «natural» para la burguesía es la guerra de todos contra todos y la manipulación por las élites de grandes masas humanas).
« ... En todas las revoluciones precedentes se habían batido en las barricadas los obreros, los artesanos, a veces los estudiantes y los soldados revolucionarios. Después de lo cual, se hacía cargo del poder la respetable burguesía que había estado prudentemente mirando la revolución por los cristales de su ventana, mientras los demás luchaban. Pero la revolución de febrero se distinguía de todas las que le habían precedido por el nivel político de la clase obrera y, como consecuencia, por la creación, en el momento mismo del triunfo, de un nuevo órgano del poder revolucionario: el Soviet, apoyado en la fuerza armada de las masas» ([11]).
Esta naturaleza totalmente nueva de la Revolución de Octubre corresponde al ser mismo del proletariado, clase explotada y revolucionaria a la vez, que sólo puede liberarse si es capaz de actuar de manera colectiva y consciente.
En la Revolución Rusa no es el simple producto pasivo de unas condiciones objetivas espantosas. Es también el producto de una toma de conciencia colectiva. Bajo la forma de lecciones, de reflexiones, de consignas, de recuerdos, podemos ver en ella la huella de las experiencias del proletariado, de la Comuna de París de 1871, de la revolución de 1905, de las batallas de la Liga de los comunistas, de la Primera y Segunda Internacionales, de la Izquierda de Zimmerwald, de los bolcheviques. La revolución rusa es sin duda una respuesta a la guerra, el hambre y la barbarie agónica del zarismo, pero es una respuesta consciente, guiada por la continuidad histórica y mundial del movimiento proletario.
Esto se manifiesta concretamente en la enorme experiencia de los obreros rusos que habían vivido las grandes luchas de 1898, 1902, la Revolución de 1905 y las batallas de 1912-14, a la vez que habían hecho surgir de sus entrañas el partido bolchevique, en el ala izquierda de Segunda Internacional.
«... Era necesario contar no con una masa como otra cualquiera, sino con la masas de los obreros petersburgueses y de los obreros rusos en general, que había pasado por la experiencia de la revolución de 1905, por la insurrección de Moscú del mes de diciembre del mismo año, y era necesario que en el seno de esa masa hubiera obreros que hubiesen reflexionado sobre la experiencia de 1905, que se asimilaran la perspectiva de la revolución, que meditaran docenas de veces acerca de la cuestión del ejército» ([12]).
Más de 70 años antes de la Revolución de 1917, Marx y Engels escribían que:
« ... la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otra manera, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en el que está hundida y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases» ([13]).
La Revolución rusa confirma plenamente esta posición: el movimiento mismo aporta los materiales para la autoeducación de las masas:
«Toda revolución instruye, y lo hace rápidamente. En ello está su fuerza. Cada semana aportaba a las masas algo nuevo. Dos meses equivalían a una época. A fin de febrero la insurrección. A fin de abril, las manifestaciones armadas de los obreros y soldados de Petrogrado. Al iniciarse julio nueva manifestación, con proporciones mucho más vastas y con consignas más resueltas. A fin de agosto, la tentativa de golpe de Estado de Kornilov, descartado por las masas. A fin de octubre, conquista del poder por los bolcheviques. Bajo estos acontecimientos, que sorprenden por la regularidad de su ritmo, se operan profundos procesos moleculares, que funden a los elementos heterogéneos de la masa obrera en un todo político» ([14]).
«Toda Rusia aprendía a leer y efectivamente leía libros de economía, de política, de historia, leía porque la gente quería saber... La sed de instrucción tanto tiempo frenada abrióse paso al mismo tiempo que la revolución con fuerza espontánea. En los primeros seis meses de la Revolución tan sólo del Instituto Smolny se enviaban a todos los confines del país toneladas, camiones y trenes de publicaciones. Rusia se tragaba el material impreso con la misma insaciabilidad que la arena absorbe el agua... Luego la palabra. Rusia viose inundada de tal torrente de discursos que, en comparación, la “avalancha de locuacidad francesa”, de que habla Carlyle, no pasa de ser un arroyuelo. Conferencias, controversias, discursos en los teatros, circos, escuelas, clubs, cuarteles, salas de los Soviets. Mítines en las trincheras del frente, en las plazuelas aldeanas, en los patios de las fábricas. ¡Qué asombroso espectáculo ofrece la fábrica Putilov cuando de sus muros salen en compacto torrente 40 000 obreros para oir a los socialdemócratas, eseristas, anarquistas, o quien sea, hable de lo que hable y por mucho tiempo que hable!. Durante meses enteros, cada encrucijada de Petrogrado y de otras ciudades rusas era una constante tribuna pública. Surgían discusiones y mítines espontáneos en los trenes, en los tranvías, en todas partes... Las tentativas de limitar el tiempo de los oradores fracasaban estrepitosamente en todos los mítines y cada cual tenía la plena posibilidad de expresar todos sus sentimientos e ideas» ([15]).
La «democracia» burguesa habla mucho de «libertad de expresión» cuando la experiencia nos dice que todo en ella es manipulación, teatro y lavado de cerebro; la auténtica libertad de expresión es la que conquistan las masas obreras con su acción revolucionaria:
«En cada fábrica, en cada taller, en cada compañía, en cada café, en cada cantón, incluso en la aldea desierta, el pensamiento revolucionario realizaba una labor callada y molecular. Por doquier surgían intérpretes de los acontecimientos, obreros a los cuales podía preguntarse la verdad de lo sucedido y de quienes podía esperarse las consignas necesarias. Su instinto de clase se hallaba agudizado por el criterio político y, aunque no desarrollaran de modo consecuente todas sus ideas, su pensamiento trabajaba invariablemente en una misma dirección. Estos elementos de experiencia, de crítica, de iniciativa, de abnegación, iban impregnando a las masas y constituían la mecánica interna, inaccesible a la mirada superficial, y sin embargo decisiva, del movimiento revolucionario como proceso consciente» ([16]).
Esta reflexión, esta toma de conciencia, ponía al desnudo...
« ... toda la injusticia material y moral inflingida a los trabajadores, la explotación inhumana, los salarios de miseria, el trabajo agotador, el daño desconsiderado a su salud, los sistemas de castigo refinado y el desprecio y la ofensa a su dignidad humana por los capitalistas y patronos, esta red de condiciones de trabajo ruinosas y vergonzosas que los tiene atrapados, este infierno entero que representa el destino diario del proletario bajo el yugo capitalista» ([17]).
Por eso mismo, la Revolución rusa presenta una unidad permanente, inseparable, entre la lucha política y la lucha económica:
«Cada ola de acción política deja detrás suyo un limo fértil de donde surgen inmediatamente mil brotes nuevos: las reivindicaciones económicas. E inversamente, la guerra económica incesante que los obreros libran contra el capital mantiene despierta la energía combativa incluso en las horas de tranquilidad política; de alguna manera constituye una reserva permanente de energía de la que la lucha política extrae siempre fuerzas frescas. Al mismo tiempo el trabajo infatigable de corrosión reivindicativa desencadena aquí y allá conflictos agudos a partir de los cuales estallan bruscamente batallas políticas» ([18]).
Este desarrollo de la conciencia llevó en junio-julio los obreros a la convicción de que no debían malgastar energías y dispersarse en mil conflictos económicos parciales, de que debían concentrar sus fuerzas en la lucha política revolucionaria. Esto no suponía negar la lucha reivindicativa sino, muy al contrario, asumir sus consecuencias políticas:
«Los obreros y los soldados entendían que los problemas de salarios, del precio del pan, de si había que morir en el frente sin saber por qué, estaban subordinados al problema de saber quién dirigía el país en lo sucesivo: la burguesía o los Soviets» ([19]).
«Esta toma de conciencia de las masas obreras culmina con la insurrección de Octubre cuyo ambiente previo describe admirablemente Trotski: «Las masas sentían la necesidad de hallarse juntas; cada cual quería someter a prueba sus juicios a través de los demás, y todos observaban, atenta e intensamente, cómo una misma idea giraba en su conciencia, con sus distintos rasgos y matices. Multitudes inmensas acudían a los circos y demás grandes locales, donde hablaban los bolcheviques más populares, aportando las últimas deducciones y los últimos llamamientos... Pero en este último período que precedió al golpe decisivo era incomparablemente más efectiva la agitación molecular que llevaban a cabo los obreros, marinos y soldados anónimos que hacían proselitismo mediante una labor de propaganda individual, destruyendo las últimas dudas, venciendo las postreras vacilaciones. Aquellos meses de febril vida política habían creado numerosos cuadros de militantes de fila, educando a centenares y miles de trabajadores que estaban acostumbrados a observar la política desde abajo y no desde arriba... La masa ya no toleraba en sus filas a los vacilantes, a los neutrales; afanábase por atraer, por persuadir, por conquistar a todo el mundo. Fábricas y regimientos mandaban delegados al frente. Las trincheras se ponían en relación con los obreros y campesinos del frente interior inmediato. En las ciudades del frente se celebraban innumerables mítines y conferencias en que soldados y marinos coordinaban su acción con obreros y campesinos» ([20]).
«Mientras la sociedad oficial, toda esa superestructura de las clases dirigentes, vivía en la inercia y el automatismo, nutriéndose de las reminiscencias de ideas caducas y permanecía sorda a las exigencias inexorables del progreso, dejándose seducir por fantasmas y no previendo nada, en las masas obreras se estaba operando un proceso autónomo y profundo, caracterizado, no sólo por el incremento del odio a los dirigentes, sino por la apreciación crítica de su impotencia y la acumulación de experiencia y de conciencia creadora, proceso que tuvo su remate y apogeo en la insurrección revolucionaria y en su triunfo» ([21]).
Mientras la política burguesa es realizada siempre en provecho de una minoría de la sociedad que es la clase dominante, la política del proletariado solo puede hacerse con la participación masiva de todos los explotados y no persigue un beneficio particular sino el de toda la humanidad.
«El proletariado ya no puede emanciparse de la clase que le explota y oprime sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación» ([22]).
La lucha revolucionaria del proletariado constituye la única esperanza de liberación para todas las masas que hoy malviven en una situación espantosa en 3/4 partes del planeta. La Revolución rusa lo puso de manifiesto: los obreros lograron ganar a su causa a los soldados (campesinos en uniforme en su mayoría) y a toda la población campesina. El proletariado confirmaba así que la revolución no sólo es una respuesta en defensa de sus propios intereses, sino también la única salida posible para acabar con la guerra y con las relaciones sociales de la explotación y de la opresión capitalistas en general.
La voluntad obrera de dar una perspectiva a las demás clases oprimidas fue hábilmente explotada por los partidos menchevique y socialista revolucionario que pretendían, en nombre de la alianza con los campesinos y los soldados, hacer renunciar al proletariado a su lucha autónoma de clase y a la revolución socialista. Este planteamiento parece, a primera vista, de lo más «lógico»: si queremos ganar a las otras clases hay que plegarse a sus reivindicaciones, hay que buscar un mínimo común denominador en torno al cual todas se puedan unir.
Sin embargo,
«las capas medias –el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino–, todas ellas luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son revolucionarias sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, porque pretenden volver atrás la rueda de la historia» ([23]).
En una la alianza interclasista, el proletariado tiene todas las de perder: no gana a las otras clases oprimidas sino que las empuja a los brazos del capital y el mismo debilita su unidad y su conciencia de forma decisiva; no lleva adelante sus propias reivindicaciones sino que las diluye y niega; no avanza en el camino del socialismo sino que se atasca y ahoga en el pantano del capitalismo decadente. En realidad, ni siquiera ayuda a las capas pequeño burguesas y campesinas sino que contribuye a su sacrificio en el altar de los intereses del capital, porque las reivindicaciones «populares» son el disfraz que utiliza la burguesía para hacer pasar de contrabando sus propios intereses. En el «pueblo» no está representado el interés de las «clases laboriosas», sino el interés explotador, nacional, imperialista, del conjunto de la burguesía.
«La alianza de los mencheviques y los socialrevolucionarios no significaba la colaboración del proletariado con los campesinos, sino, por el contrario, la coalición gubernamental de unos partidos que habían roto con el proletariado y los campesinos en aras del bloque con las clases poseedoras» ([24]).
Si el proletariado quiere ganar a su causa a las capas no explotadoras debe afirmar de manera aún más clara y rotunda sus propias reivindicaciones, su propio ser, su autonomía de clase. Debe ganar a las otras capas no explotadoras en aquello en que pueden ser revolucionarias.
«Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado» ([25]).
Centrando su lucha en poner fin a la guerra imperialista; buscando dar una perspectiva de solución al problema agrario ([26]) creando los soviets como organización de todos los explotados; y, sobre todo, planteando la alternativa de una nueva sociedad frente a la bancarrota y el caos de la sociedad capitalista, el proletariado en Rusia se colocó a la vanguardia de todas las clases explotadas y supo darles una perspectiva a la cual unirse y luchar.
La afirmación autónoma del proletariado no lo aísla de las demás capas oprimidas, al contrario, le permite aislar al Estado burgués de éstas. Ante el impacto en los soldados y los campesinos de la campaña de la burguesía rusa sobre el «egoísmo» de los obreros con su reivindicación de la jornada de 8 horas, estos
«... comprendieron el peligro y le cerraron el paso muy hábilmente. Para ello les bastaba contar la verdad, citar las cifras de los beneficios de guerra, mostrar a los soldados las fábricas y los talleres con el estruendo de las máquinas, las llamas infernales de los hornos, frente permanente en el cual los obreros dejaban incontables víctimas. A iniciativa de los obreros se organizaban visitas regulares a las fábricas. El soldado miraba y escuchaba, el obrero enseñaba y explicaba. Las visitas terminaban con la fraternización solemne» ([27]).
«El Ejército estaba incurablemente enfermo y sólo era útil para decidir la suerte de la revolución; pero para la guerra era como si no existiese» ([28]).
Esa «enfermedad incurable» del Ejército era el producto de la lucha autónoma de la clase obrera. Del mismo modo, frente al problema agrario, que el capitalismo decadente no sólo es incapaz de resolverlo sino que no cesa de agravarlo, el proletariado lo encaró resueltamente: todos los días salían de las ciudades industriales legiones de agitadores, delegaciones de Comités de fábrica, de Soviets, para discutir con los campesinos, para animarles a la lucha, para organizar a los obreros agrícolas y a los agricultores pobres. Los Soviets y los Comités de fábrica tomaron numerosas Resoluciones declarando su solidaridad con los campesinos y proponiendo medidas concretas de solución del problema agrario:
«La conferencia de comités de fábrica de Petrogrado consagra su atención al problema agrario y redacta un manifiesto dirigido a los campesinos: el proletariado se siente, no solo como clase particular, sino como caudillo del pueblo» ([29]).
Mientras que la política de la burguesía concibe a la mayoría como una masa a manipular para que plebiscite lo que han cocido los poderes del Estado, la política obrera se plantea como la obra libre y consciente de la gran mayoría para sus propios intereses.
«Los soviets, consejos de diputados o delegados de las asambleas obreras, aparecieron espontáneamente por primera vez en la gran huelga de masas que sacudió Rusia en 1905. Eran la emanación directa de miles de asambleas de trabajadores, en las fábricas y los barrios, que se multiplicaron por todas partes, en la mayor explosión de vida obrera que hasta entonces se había producido en la historia. Como si retomaran la lucha allí donde sus antepasados de la Comuna de Paris en 1871 lo habían dejado, los obreros generalizaron en la práctica la forma de organización que los comuneros habían intentado: asambleas soberanas, centralización mediante delegados elegibles y revocables» ([30]).
Desde que en febrero los obreros derribaron el Zarismo, en Petrogrado, en Moscú, en Jarkov, en Helsingfors, en todas las ciudades industriales se constituyeron rápidamente Soviets de delegados obreros, a los que se unieron los delegados de los soldados y, posteriormente de los campesinos. Alrededor de los Soviets, el proletariado y las masas explotadas constituyeron una red infinita de organizaciones de lucha, basadas en las asambleas, en la libre discusión y decisión de todos los explotados: Soviets de barrio, Consejos de fábrica, Comités de soldados, Comités campesinos...
«La red de consejos obreros y de soldados locales en toda Rusia formaba la columna vertebral de la revolución. Con su ayuda se había extendido la revolución como una enredadera por todo el país, su sola existencia tenía que dificultar enormemente todo intento de reacción» ([31]).
La «democracia» burguesa reduce la «participación» de las masas a dar cada 4 años el voto a un señor que hace con él lo que necesita la burguesía; frente a ella, los Soviets constituyen la participación permanente, directa, de las masas obreras que en asambleas gigantescas discuten y deciden sobre todos los asuntos de la sociedad. Los delegados son elegidos y revocables en todo momento y acuden a los Congresos con mandatos definidos.
La «democracia» burguesa concibe la «participación» según la farsa del individuo libre que decide solo ante la urna. Es, pues, la consagración de la atomización, el individualismo, el todos contra todos, el enmascaramiento de la división en clases, lo que favorece a la clase minoritaria y explotadora. En cambio, los Soviets se basan en la discusión y la decisión colectivas, cada cual puede sentir el aliento y la fuerza del conjunto y sobre esa base desarrollar todas sus capacidades reforzando a su vez al colectivo. Los Soviets parten de la organización autónoma de la clase trabajadora para, desde esa plataforma, luchar por la abolición de las clases.
Los obreros, soldados y campesinos consideraban los Soviets como su organización.
«No sólo los obreros y los soldados, sino toda la masa heterogénea de pequeñas gentes de la ciudad, artesanos, vendedores ambulantes, pequeños funcionarios, cocheros, porteros, criados, eran hostiles al Gobierno provisional y buscaban un poder más allegado a ellos más accesible. Cada día era mayor el número de campesinos que acudían al Palacio de Táurida –primera sede de los Soviets, más tarde se trasladaron al Instituto Smolny. Las masas se derramaban por los Soviets como sí entrasen por la puerta triunfal de la revolución. Todo lo que quedaba fuera de los soviets diríase que quedaba al margen de la Revolución y pertenecía a otro mundo. Y así era en realidad, al margen de los soviets estaba el mundo de los propietarios» ([32]).
Nada podía hacerse en toda Rusia sin los soviets: las delegaciones de las escuadras del Báltico y del Mar Negro, declaran el 16 de marzo que sólo obedecerán las órdenes del Gobierno provisional que estén de acuerdo con las decisiones de los soviets. El 172º Regimiento es aún más explícito:
«El ejército y la población solo deben someterse a las decisiones del Soviet. Las ordenanzas del Gobierno que contravienen las decisiones de los soviets no están sujetas a ejecución» ([33]).
Guchkov, gran capitalista y ministro del Gobierno provisional declara:
«Por desgracia, el gobierno no dispone de poder efectivo; las tropas, los ferrocarriles, el correo, el telégrafo, todo está en manos del Soviet y puede afirmarse que el Gobierno Provisional sólo existe en la medida que el Soviet permite que exista» ([34]).
La clase obrera, como clase que aspira a la transformación revolucionaria y consciente del mundo, necesita un órgano que le permita expresar todas sus tendencias, todos sus pensamientos, todas sus capacidades; un órgano extremadamente dinámico que sintetice en cada momento la evolución y el avance de las masas; un órgano que no caiga en el conservadurismo y la burocracia, que le permita rechazar y combatir toda tentativa de confiscar el poder directo de la mayoría. Un órgano de trabajo, donde se decidan las cosas de manera rápida y ágil, aunque a la vez de manera consciente y colectiva, de tal forma que todos se sientan implicados en su aplicación.
«Los Soviets no se resignaron a ninguna teoría sobre la división de poderes e intervinieron en la dirección de las fuerzas armadas, en los conflictos económicos, en los problemas de abastecimiento y del transporte, como también en los asuntos judiciales. Los soviets decretaron, bajo la presión de los obreros, la jornada de 8 horas, eliminando a los administradores demasiado reaccionarios, destituyendo a los comisarios más insoportables del Gobierno provisional, interviniendo también periódicos hostiles» ([35]).
Hemos visto cómo la clase obrera fue capaz de unirse, de expresar toda su energía creadora, de actuar de manera organizada y consciente, de, a fin de cuentas, alzarse ante una sociedad como la clase revolucionaria que tiene como misión instaurar la nueva sociedad, sin clases y sin Estado. Pero, para ello la clase obrera debía destruir el poder de la clase enemiga: el Estado burgués, encarnado por el Gobierno provisional; e imponer su propio poder: el poder de los soviets.
[1]) Trotski, Historia de la Revolución rusa, tomo I, capítulo «El proletariado y los campesinos».
[2]) Trotski, op. cit., tomo I, capítulo «Cinco días»
[3]) Trotski, idem.
[4]) Ana M. Pankratova, Los Consejos de fábrica en la Rusia de 1917, capítulo «Los Comités de fábrica obra de la Revolución».
[5]) Trotski, op.cit., mismo capítulo.
[6]) J. Reed, Diez días que estremecieron al mundo.
[7]) Dos meses antes, en abril, cuando está reivindicación fue propuesta por Lenin en sus famosas Tesis, fue rechazada en el seno mismo del partido bolchevique como utópica, abstracta, etc.
[8]) Trotski, op.cit.
[9]) G. Soria, Los 300 días de la Revolución rusa.
[10]) Trotski, op. cit.
[11]) Idem.
[12]) Idem.
[13]) Marx y Engels, La ideología alemana.
[14]) Trotski, op.cit.
[15]) J. Reed, op.cit.
[16]) Trotski, op.cit.
[17]) Rosa Luxemburgo, En la hora revolucionaria.
[18]) Rosa Luxemburgo, Huelga de masas, partido y sindicatos.
[19]) Trotski, op.cit.
[20]) Trotski, ídem.
[21]) Trotski, ídem.
[22]) Engels, «Prólogo» de 1883 al Manifiesto comunista.
[23]) Marx, Engels, El Manifiesto comunista.
[24]) Trotski, op.cit.
[25]) Marx, Engels, op.cit.
[26]) No se trata de discutir en el marco de este artículo si la solución que los bolcheviques y los soviets acabaron dando a la cuestión agraria -el reparto de las tierras- fue justa. Como lo criticó Rosa Luxemburgo, la experiencia demostró que no lo era. Pero eso no debe ocultar lo esencial: que el proletariado y los bolcheviques plantearon seriamente la necesidad de una solución desde el enfoque del poder proletario y desde el enfoque de la batalla por la revolución socialista.
[27]) Trotski, op.cit.
[28]) Trotski, ídem.
[29]) Trotski, ídem
[30]) Révolution internationale, órgano de la CCI en Francia, nº 190, artículo «El proletariado deberá imponer su dictadura para llevar la humanidad a su emancipación».
[31]) O. Anweiler, Los Soviets en Rusia.
[32]) Trotski, op. cit.
[33]) Trotski, ídem.
[34]) Trotski, ídem.
[35]) Trotski, ídem.
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La principal amenaza para la Revolución iniciada en febrero fue el sabotaje de los Soviets por los partidos social-traidores que mantenían en pie el aparato del Estado burgués. Abordamos ahora este problema y los medios a través de los cuales el proletariado consigue resolverlo: la renovación de los Soviets, el Partido bolchevique, la insurrección.
La burguesía presenta la Revolución de febrero como un movimiento hacia la «democracia» violentado por el golpe bolchevique. Sus fábulas consisten en oponer Febrero a Octubre, presentando el primero como una auténtica «fiesta democrática» y el segundo como un golpe de Estado «contra la voluntad popular».
Esta mentira es producto de la rabia que siente la burguesía porque los acontecimientos entre febrero y octubre no se desarrollaron de acuerdo con el esquema esperado. La burguesía pensaba que una vez pasadas las convulsiones que en febrero derribaron al Zar, las masas volverían tranquilamente a sus casas y dejarían a los políticos burgueses mangonear a sus anchas, avalados de vez en cuando por elecciones «democráticas». Sin embargo, el proletariado no picó el anzuelo, desplegó una inmensa actividad, tomó conciencia de su misión histórica y se dio los medios para su combate: los soviets. Con ello se planteó una situación de doble poder:
«o la burguesía se apoderaba realmente del viejo aparato del Estado, poniéndolo al servicio de sus fines, en cuyo caso los soviets tenían que retirarse por el foro, o estos se convierten en la base del nuevo Estado, liquidando no solo el viejo aparato político sino el régimen de predominio de las clases a cuyo servicio se hallaba éste» (Trotski, Historia de la Revolución rusa, tomo I, capítulo «El nuevo poder»).
Para destruir los soviets e imponer la autoridad del Estado, la burguesía utilizó la carta de los partidos menchevique y social revolucionario, antiguos partidos obreros que con la guerra habían pasado al campo burgués. Estos gozaban, al principio de la revolución de Febrero, de una inmensa confianza en las filas obreras, que aprovecharon para copar los órganos ejecutivos de los Soviets y encubrir a la burguesía:
«Allí donde ningún ministro burgués podía comparecer ante los obreros revolucionarios, presentábase (o mejor dicho, era enviado por la burguesía) un ministro “socialista”, Skobelev, Tsereteli, Chernov u otro, que cumplía concienzudamente con su misión burguesa, desviviéndose por defender al gobierno y limpiar de culpa a los capitalistas, engañando con promesas y más promesas, con consejos que se reducían a esperar, esperar y esperar» (Lenin, Las enseñanzas de la revolución, punto VI).
Desde febrero se da una situación extremadamente peligrosa para las masas obreras: éstas luchan, con los bolcheviques a la vanguardia, por acabar con la guerra, por la solución del problema agrario, por abolir la explotación capitalista, y para ello crean los soviets y confían sin reservas en ellos. Y, sin embargo, esos soviets, que han nacido de sus entrañas, copados por los demagogos mencheviques y social-revolucionarios, niegan las necesidades más sentidas por ellas.
El 27 de marzo el Gobierno provisional trata de desencadenar la ofensiva de los Dardanelos cuyo objetivo es conquistar Constantinopla. El 18 de abril Miliukov, ministro de Exteriores, ratifica en una famosa nota la adhesión de Rusia al bando de la «Entente» (Francia y Gran Bretaña). En mayo, Kerenski emprende una campaña en el frente para elevar la moral de los soldados y hacerles pelear, llegando a decir en el colmo del cinismo que «vosotros llevareis la paz en la punta de vuestras bayonetas». De nuevo en junio y en agosto, los socialdemócratas en estrecha colaboración con los odiados generales zaristas intentarán arrastrar a los obreros y soldados a la carnicería guerrera.
Del mismo modo, esos demagogos de los «derechos humanos» tratan de reestablecer la brutal disciplina militar en el ejército: restauran la pena de muerte, convencen a los Comités de soldados para que «no se metan con los oficiales». Por ejemplo, cuando de forma masiva el soviet de Petrogrado publica el famoso Decreto nº 1 que prohíbe los castigos corporales a los soldados y defiende sus derechos y su dignidad, los social-traidores del Comité Ejecutivo
«... mandaron a la imprenta, a modo de contraveneno, un manifiesto dirigido a los soldados, que, so pretexto de condenar los actos en que los soldados hacían justicia a los oficiales por propia iniciativa, exigía la sumisión al viejo comando» (Trotski, op.cit., tomo I, capítulo «Los gobernantes y la guerra»).
Así, bloquean sistemáticamente los decretos más tímidos sobre la cuestión agraria -por ejemplo, el que prohibía las transferencias de tierras, devuelven las tierras ocupadas espontáneamente por los campesinos a sus antiguos dueños; reprimen a sangre y fuego, enviando expediciones punitivas, las sublevaciones campesinas; restauran la pena de azotes en las aldeas.
Dejan a los patronos sabotear la producción con objeto, por un lado, de matar de hambre a los obreros y, de otra parte, dispersarlos y desmoralizarlos:
«Aprovechando la producción capitalista moderna su estrecha relación con la banca nacional e internacional y con las demás organizaciones del capital unificado (sindicatos patronales, trusts, etc.), los capitalistas comenzaron a aplicar un sistema de sabotaje a amplia escala y cuidadosamente calculado. No repararon en la elección de medios, comenzando con la ausencia administrativa en las fábricas, la desorganización artificial de la vida industrial, el ocultamiento y la fuga de materiales, acabando con la quema y clausura de las empresas desprovistas de recursos» (Ana M. Pankratova, Los consejos de fábrica en la Rusia de 1917, capítulo «El desarrollo de la lucha entre Capital y Trabajo y la Primera Conferencia de Comités de Fábrica»).
«En Jarkov, 30 000 mineros se organizaron y aprobaron el punto del preámbulo de los estatutos de Obreros industriales del mundo que reza “la clase de los obreros y la clase de los patronos no tienen nada en común”. Los cosacos aplastaron la organización, muchos mineros fueron despedidos del trabajo. El ministro de Comercio e Industria, Konovalov, envió a su subsecretario Orlov, concediéndole amplios poderes para que pusiera fin a los disturbios. Los mineros odiaban a Orlov, pero el CEC –Comité ejecutivo central, copado por los social traidores– no sólo aprobó su nombramiento, sino que se negó a retirar las tropas cosacas de la cuenca del Donetz» (J. Reed, Diez días que estremecieron al mundo, capítulo III).
Tratan de liquidar los soviets desde dentro: incumplen sus acuerdos, posponen las reuniones plenarias dejándolo todo a la conspiración del «petit comité», buscan dividir y enfrentar a las masas explotadas:
«Ya desde abril los mencheviques y los social-revolucionarios apelaban a las provincias contra Petrogrado, a los soldados contra los obreros, a la caballería contra los regimientos de ametralladoras. En los soviets daban una representación más privilegiada a los regimientos que a las fábricas; protegían a los establecimientos pequeños y dispersos contra las empresas metalúrgicas gigantescas. Representantes como eran del pasado, buscaban un punto de apoyo en el retraso, en todos sus aspectos. Al perder el terreno, lanzaban a la retaguardia contra la vanguardia» (Trotski, op.cit., tomo II, capítulo «Las jornadas de Julio»).
Igualmente, tratan de que los soviets entreguen el poder a los organismos «democráticos»: los zemstva -organismos locales de origen zarista-, la conferencia «democrática» de Moscú de agosto, auténtico nido de víboras donde se reúnen fuerzas tan «representativas» como nobles, militares, antiguos centurias negras, kadetes, etc., que bendicen el golpe militar de Kornilov. Igualmente, en septiembre hacen otra intentona para relegar a los soviets: la convocatoria de la Conferencia pre-democrática en la cual los delegados de la burguesía y la nobleza tienen, por expreso deseo de los social-traidores, 683 representantes frente a sólo 230 delegados de los soviets. Kerenski llega a prometer al embajador americano que «haremos que los soviets mueran de muerte natural. El centro de gravedad de la vida política se irá trasladando progresivamente de los soviets a los nuevos órganos democráticos de representación autónoma».
Los soviets que piden la toma del poder los aplastan «democráticamente» por la fuerza de las armas:
«Los bolcheviques, que habían conquistado la mayoría del Soviet de Kaluga, lograron la excarcelación de los presos políticos. La duma municipal, con la sanción del comisario del gobierno, llamó tropas de Minsk que cañoneraron con artillería el soviet. Los bolcheviques capitularon, pero en el momento en que salían del edificio, los cosacos se arrojaron sobre ellos, gritando: ¡Aquí tenéis lo que les va a pasar a todos los soviets bolcheviques!» (J. Reed, idem)!
Los obreros veían cómo sus órganos de clase eran confiscados, desnaturalizados y encadenados a una política que iba en contra de sus intereses. Esto que, como vimos en la primera parte de este artículo, se planteó en las crisis políticas de abril, junio y, sobre todo, julio, los llevó a la acción decisiva: renovar los soviets para orientarlos hacia la toma del poder.
Los soviets eran –como decía Lenin– «órganos, donde la fuente del poder está en la iniciativa directa de las masas populares desde abajo» (La dualidad del poder). Ello permitió a las masas cambiarlos con mucha rapidez desde el momento en que se convencieron de que no respondían a sus intereses. Desde mediados de agosto, la vida de los soviets se acelera a un ritmo vertiginoso. Las reuniones se suceden día y noche casi sin interrupción. Obreros y soldados discuten concienzudamente, toman resoluciones, votan varias veces al día. En este clima de intensa autoactividad de las masas, numerosos soviets (Helsinfords, Ural, Krondstadt, Reval, la flota del Báltico, etc.) eligen mayorías revolucionarias formadas por delegados bolcheviques, mencheviques internacionalistas, maximalistas, social-revolucionarios de izquierda, anarquistas, etc.
El 31 de agosto, el Soviet de Petrogrado aprueba una moción bolchevique. Sus dirigentes –mencheviques y social revolucionarios– se niegan a aplicarla y dimiten. El 9 de septiembre el soviet elige una mayoría bolchevique, seguido después por Moscú y, a continuación, por el resto del país. Las masas eligen los soviets que necesitan y se preparan así para tomar el poder y ejercerlo.
En esta lucha de las masas por tomar el control de sus organizaciones contra el sabotaje burgués, los bolcheviques jugaron un papel decisivo.
Los bolcheviques tomaron como centro de su actividad el desarrollo de los soviets:
«La Conferencia decide desplegar una actividad múltiple dentro de los soviets de diputados obreros y soldados, aumentar su número, consolidar sus fuerzas y aglutinar en su seno a los grupos proletarios internacionalistas de nuestro partido» (Actas de la Segunda Conferencia bolchevique de toda Rusia, abril 1917).
Esta actividad tenía como eje el desarrollo de la conciencia de clase:
«es precisa una paciente labor de esclarecimiento de la conciencia de clase del proletariado y de cohesión de los proletarios de la ciudad y el campo» (idem).
Por una parte, confiaban en la capacidad de crítica y análisis de las masas:
«... mientras la agitación de los mencheviques y social-revolucionarios tenía un carácter disperso, contradictorio y casi siempre evasivo, la de los bolcheviques se distinguía por su carácter reflexivo y concentrado. Aquellos se sacudían las dificultades hablando a diestro y siniestro, estos acudían a su encuentro. El análisis constante de la situación, la comprobación de las consignas en los hechos, la actitud seria frente al adversario, aunque este fuera poco serio, daban a la agitación bolchevique una eficacia extraordinaria y una gran fuerza de persuasión» (Trotski, op.cit., tomo II, capítulo «Los bolcheviques y los soviets»).
Por otra, en su capacidad de unión y autoorganización:
«no creáis en las palabras. No os dejéis arrastrar por las promesas. No exageréis vuestras fuerzas. Organizaos en cada fábrica, en cada regimiento y en cada compañía, en cada barriada. Realizad un trabajo perseverante de organización cada día, cada hora; trabajad vosotros mismos, ya que esta labor no puede confiarse a nadie» (Lenin, Introducción a la Conferencia de Abril, 1917).
Los bolcheviques no pretendían someter a las masas a un «plan de acción» preconcebido, llevándolas como el estado mayor lleva a los soldados, reconocían que la revolución es la obra de la acción directa de las masas y dentro de esa acción directa desempeñaron su misión política:
«La fuerza principal de Lenin estaba en comprender la lógica interna del movimiento y reglaba su política de acuerdo a ella. No imponía su plan a las masas. Ayudaba a éstas a concebir y realizar sus propios planes» (Trotski, op.cit., tomo I, capítulo «El rearme del partido»).
El partido no desarrolla su papel de vanguardia diciéndole a la clase: «he aquí la verdad, arrodíllate», al contrario, está atravesado por las inquietudes y preocupaciones que recorren la clase y cómo esta, aunque no de la misma manera, está expuesto a la influencia destructiva de la ideología burguesa. Su papel de motor en el desarrollo de la conciencia de clase lo cumple mediante una serie de debates políticos donde va superando los errores e insuficiencias de sus posiciones anteriores y pelea a muerte por erradicar las desviaciones oportunistas que pueden golpearlo.
Así, a principios de marzo un importante sector de los bolcheviques planteó que había que unirse a los partidos socialistas (mencheviques y social-revolucionarios). Agitaban un argumento aparentemente infalible y que en esos primeros momentos de alegría general e inexperiencia de las masas, tenía mucho impacto: ¿en vez de andar cada uno por su lado por qué no unirnos todos los socialistas?, ¿por qué confundir a los obreros con 2 o 3 partidos distintos reclamándose todos del proletariado y el socialismo?
Esto suponía una grave amenaza para la revolución: el partido que desde 1902 había luchado contra el oportunismo y el reformismo, que desde 1914 había sido el más consecuente y decidido en oponer la revolución internacional contra la Primera Guerra mundial, corría peligro de diluirse en las aguas turbias de los partidos «socialtraidores». ¿Cómo iba el proletariado a superar en su seno las confusiones e ilusiones que padecía?, ¿cómo iba a combatir las maniobras y trampas del enemigo?, ¿cómo iba a mantener permanentemente el norte de su combate frente a los momentos de vacilación o derrota? Lenin y la base del Partido lucharon victoriosamente contra esa falsa unidad que en realidad significaba unirse tras la burguesía.
El partido bolchevique era al principio muy minoritario. Muchos obreros tenían ilusiones en el Gobierno provisional y lo veían como una emanación de los soviets, cuando en realidad era su peor enemigo. Los órganos dirigentes de los bolcheviques en Rusia adoptaron en marzo-abril una actitud conciliadora con el gobierno provisional, llegando a caer en un apoyo abierto a la guerra imperialista.
Contra ese desvarío oportunista se levantó un movimiento de la base del partido (Comité de Vyborg) que encontró en Lenin y sus Tesis de Abril la más clara expresión. Para Lenin el fondo del problema estaba en que:
«... no podemos dar ningún apoyo al Gobierno provisional. Hemos de explicar la completa falsedad de todas sus promesas. Hemos de desenmascarar a este gobierno que es un gobierno de capitalistas, en vez de propugnar la inadmisible e ilusoria “exigencia” de que deje de ser imperialista» («Las tareas del proletariado en la presente revolución», tesis 3).
Igualmente, Lenin denunciaba el arma fundamental de los mencheviques y social-revolucionarios contra los soviets:
«El “error” de los jefes mencionados reside en que embotan la conciencia de los obreros en vez de abrirles los ojos, en que les inculcan ilusiones pequeñoburguesas en vez de destruírselas, en que refuerzan la influencia de la burguesía sobre las masas en vez de emancipar a éstas de esa influencia» (Lenin, La dualidad de poderes).
Contra los que veían esta denuncia «poco práctica» Lenin arguye que:
«... en realidad es la labor revolucionaria más práctica, pues es imposible impulsar una revolución que se ha estancado, que se ahoga entre frases y se dedica a marcar el paso sin moverse del sitio... por la inconciencia confiada de las masas. Sólo luchando contra esa inconciencia confiada (lucha que puede y debe librarse únicamente con las armas ideológicas, por la persuasión amistosa, invocando la experiencia de la vida) podremos desembarazarnos del desenfreno de frases revolucionarias imperante e impulsar de verdad tanto la conciencia del proletariado como la conciencia de las masas, la iniciativa local, audaz y resuelta de las mismas» (Lenin, «Las tareas del proletariado en la presente revolución», tesis 7).
Defender la experiencia histórica del proletariado, mantener vivas sus posiciones de clase, exige quedarse en minoría en muchas ocasiones dentro de los obreros. Esto es así porque:
«... las masas vacilan entre la confianza en sus antiguos señores, los capitalistas, y la cólera contra ellos; entre la confianza en la clase nueva, que abre el camino de un porvenir luminoso para todos los trabajadores y la conciencia, todavía no clara, de su papel histórico-mundial» (Lenin, «Las enseñanzas de la crisis», abril 1917).
Para ayudar a superar esas vacilaciones:
«... lo importante no es el número, sino que se expresen de modo exacto las ideas y la política del proletariado verdaderamente revolucionario» (op.cit., tesis 17).
Como todo partido auténtico del proletariado, el Partido bolchevique era parte integrante del movimiento de la clase. Sus militantes eran los más activos en las luchas, en los soviets, en los consejos de fábrica, en los mítines y reuniones. Las jornadas de julio pusieron en evidencia ese compromiso inquebrantable del Partido con la clase.
Como vimos en el primer capítulo, la situación a finales de junio se hacía insostenible por el hambre, la guerra, el caos, el sabotaje de los soviets, la política de encubrir a la burguesía y no hacer nada del Comité ejecutivo central en manos de los social-traidores. Los obreros y los soldados, sobre todo los de la capital, empezaban a sospechar abiertamente de los social-traidores. Cada vez la impaciencia, la desesperación, la rabia eran más fuertes en las filas obreras, impulsándolas a tomar ya el poder mediante una acción de envergadura. Sin embargo, las condiciones no estaban todavía reunidas:
– los obreros y soldados de las provincias no estaban al mismo nivel político que sus hermanos de Petrogrado;
– los campesinos confiaban todavía en el Gobierno provisional;
– en los propios obreros de Petrogrado la idea que reinaba no era realmente tomar el poder sino hacer un acto de fuerza para obligar a los dirigentes «socialistas» a «tomar de verdad el poder», o sea, pedir a la quinta columna de la burguesía que tome el poder en nombre de los obreros.
En tal situación lanzarse al enfrentamiento decisivo con la burguesía y sus secuaces era embarcarse en una aventura que podía comprometer definitivamente el destino de la Revolución. Era un choque prematuro que podía saldarse con una derrota definitiva.
El Partido bolchevique desaconseja la acción, pero al ver que las masas no le hacen caso y siguen adelante, no se retira y dice «allá os apañéis». El Partido participa en la acción tratando de que no se convierta en una aventura desastrosa y en que los obreros saquen de ella el máximo de lecciones para preparar la insurrección definitiva. Lucha con todas sus fuerzas para que sea el propio Soviet de Petrogrado, mediante una discusión seria y dándose los dirigentes adecuados, quien se ponga de acuerdo con la orientación política que reina en las masas.
Sin embargo, el movimiento fracasa y sufre una derrota. La burguesía y sus acólitos mencheviques y social-revolucionarios lanzan una violenta represión contra los obreros y, sobre todo, contra los bolcheviques. Estos pagaron un duro precio: detenciones, ajusticiamientos, destierro... Pero ese sacrificio ayudó decisivamente a la clase a limitar los efectos de la derrota sufrida y a plantear de manera más consciente y organizada, en mejores condiciones, la insurrección.
Este compromiso del partido con la clase permite, a partir de agosto, una vez pasados los peores momentos de reacción burguesa, la plena sintonía partido-clase imprescindible para el triunfo de la revolución:
«En los días de la Revolución de febrero se puso de manifiesto toda la labor realizada anteriormente por los bolcheviques, durante muchos años, y hallaron su sitio en la lucha los obreros avanzados educados por el partido; pero no hubo una dirección por parte de éste. En los acontecimientos de abril, las consignas del partido pusieron de manifiesto su fuerza dinámica, pero el movimiento se desarrolló de forma espontánea. En junio se exteriorizó la inmensa influencia del partido, pero las masas obreras entraban en acción todavía dentro del marco de una manifestación organizada oficialmente por los adversarios. Hasta julio, el Partido bolchevique, impulsado por la fuerza de la presión de las masas, no se lanza a la calle contra todos los demás partidos y define el carácter fundamental del movimiento, no sólo con sus consignas, sino también con su dirección organizada. La importancia de una vanguardia compacta aparece por primera vez con toda su fuerza durante las Jornadas de julio, cuando el partido evita, a un precio muy elevado, la derrota del proletariado y garantiza el porvenir de la revolución» (Trotski, op.cit., tomo II, capítulo ¿Podían los bolcheviques tomar el poder en julio?).
La situación de doble poder que domina todo el período que va desde febrero a octubre es una situación inestable y peligrosa. Su prolongación excesiva sin que ninguna de las dos clases acabe imponiéndose es sobre todo dañina para el proletariado: sí la incapacidad y el caos que caracterizan en esos momentos a la clase gobernante acentúan su desprestigio, al mismo tiempo, provocan el cansancio y desorientación de las masas obreras, las desangran en combates estériles y empieza a enajenar las simpatías de las clases intermedias hacia el proletariado. Por ello éste necesita decantar, decidir, la situación, tomando el poder mediante la insurrección.
«O la revolución avanza a un ritmo rápido, tempestuoso y decidido, derriba todos los obstáculos con mano de hierro y se da objetivos cada vez más avanzados, o pronto retrocede de su débil punto de partida y resulta liquidada por la contrarrevolución» (Rosa Luxemburgo, La Revolución rusa, cap. I).
La insurrección es un arte. Necesita hacerse en el momento preciso de la evolución de la situación revolucionaria, ni prematuramente con lo cual fracasaría; ni demasiado tarde, con lo cual, una vez pasada la oportunidad, el movimiento revolucionario se iría desintegrando víctima de la contrarrevolución.
A principios de septiembre la burguesía, a través de Kornilov, intenta un golpe de Estado que constituye la señal de la ofensiva final de la burguesía para derribar a los soviets y restablecer plenamente su poder.
El proletariado, con el concurso masivo de los soldados, hizo fracasar la intentona y, con ello se aceleró la descomposición del Ejército: los soldados de numerosos regimientos se pronunciaban a favor de la Revolución, expulsando a los oficiales y organizándose el consejo de soldados.
Como hemos visto antes, la renovación de los soviets desde mediados de agosto estaba decantando claramente la relación de fuerzas en favor del proletariado. La derrota del golpe de Kornilov aceleró el proceso.
Desde mediados de septiembre una marea de resoluciones reclamando la toma del poder (Krondstadt, Ekaterinoslav, etc.) surge de los soviets locales o regionales: el Congreso de soviets de la región norte, celebrado el 11-13 de octubre, llama abiertamente a la insurrección. En Minsk, el Congreso regional de soviets decide apoyar la insurrección y enviar tropas de soldados favorables a la revolución. El 12 de octubre,
«... los obreros de una de las fábricas más revolucionarias de la capital (Stari Parviainen), reunidos en asamblea general, acuerdan: “declaramos firmemente que nos echaremos a la calle cuando lo juzguemos necesario. No nos asusta la lucha que se aproxima y estamos firmemente convencidos que saldremos de ella victoriosos» (Trotski, Historia de la Revolución rusa, tomo II, cap. El comité militar revolucionario).
El 17 de octubre, el Soviet de soldados de Petrogrado decide:
«La guarnición de Petrogrado deja de reconocer al Gobierno provisional. Nuestro gobierno es el Soviet de Petrogrado. Acataremos solamente las órdenes del Soviet de Petrogrado dadas por su Comité militar revolucionario» (J. Reed, Diez días que estremecieron al mundo).
El Soviet distrital de Vyborg decide una marcha para apoyar dicha Resolución, a la que se unen los marinos. Un diario liberal de Moscú –citado por Trotski- describe así el ambiente en la capital:
«en los barrios, en las fábricas de Petrogrado, Nevski, Obujov y Putilov, la agitación bolchevique por el levantamiento alcanza su mayor intensidad. El estado de ánimo de los obreros es tal que están dispuestos a ponerse en marcha en cualquier momento».
La aceleración de las insurrecciones campesinas en septiembre constituye otro elemento de la maduración de las condiciones necesarias para la insurrección:
«Teniendo la mayoría de los Soviets de las dos capitales, permitir el aplastamiento de la insurrección campesina significaría perder, y perder merecidamente, toda la confianza de los campesinos, significaría equipararse ante sus ojos a los Liberdan y demás miserables» (Lenin, La crisis ha madurado, parte VI).
Pero es a nivel mundial donde está el factor clave de la Revolución. Esto lo pone en claro Lenin en una Carta a los camaradas bolcheviques del Congreso de soviets de la región norte (8 de octubre del 17):
«Nuestra revolución vive momentos críticos en extremo. Esta crisis ha coincidido con la gran crisis de crecimiento de la revolución socialista mundial y de la lucha del imperialismo mundial contra ella. Sobre los dirigentes responsables de nuestro partido recae una gigantesca tarea, cuyo incumplimiento amenaza la bancarrota completa del movimiento proletario internacionalista. El momento es tal que la demora equivale verdaderamente a la muerte».
En otra carta (el 1º de octubre del 17) precisa:
«Los bolcheviques no tienen derecho a esperar al Congreso de los soviets, deben tomar el poder inmediatamente. Con ello salvarán tanto la revolución mundial (pues, de otro modo, existe el peligro de una confabulación de los imperialistas de todos los países, que después de los ametrallamientos en Alemania serán complacientes unos con otros y se unirán contra nosotros) como la revolución rusa (pues, de otro modo, la ola presente de anarquía puede ser más fuerte que nosotros)».
Esta conciencia de la responsabilidad internacional del proletariado ruso no era algo que únicamente entendían Lenin y los bolcheviques. Al contrario, muchos sectores obreros participaban de ella:
– el 1o de Mayo de 1917, «en todos los ámbitos de Rusia los prisioneros de guerra tomaban parte en las manifestaciones al lado de los soldados, bajo banderas comunes y a veces entonando el mismo himno en varios idiomas... Cuando el ministro kadete Schingarev defendió el decreto de Guchkov contra la “excesiva indulgencia” hacia los prisioneros alemanes, se vio rechazado por los soldados que adoptaron una resolución reforzando un mejor trato hacia los prisioneros» (Trotski, op. cit., tomo I, capítulo «Los gobernantes y la guerra»).
– «Habló un soldado del frente rumano, un hombre flaco, de expresión trágica y ardiente. “Camaradas –gritó– en el frente sufrimos hambre y nos helamos. Morimos por nada. Que los camaradas norteamericanos transmitan a América que nosotros nos batiremos hasta morir por nuestra revolución. ¡Resistiremos con todas nuestras fuerzas hasta que se alcen en nuestra ayuda todos los pueblos del mundo! ¡Digan a los obreros norteamericanos que se levanten y luchen por la Revolución social!» (J. Reed, op.cit., capítulo II).
El Gobierno Kerenski intentó desplazar los regimientos de soldados más revolucionarios de Petrogrado, Moscú, Vladimir, Reval etc., hacia el frente o a regiones perdidas como medio de descabezar la lucha. En combinación con esta medida, la prensa liberal y menchevique inició una furiosa campaña de calumnias contra los soldados acusándoles de «cómodos», de «no exponer su vida por la patria», etc. Los obreros de la capital respondieron inmediatamente, y numerosas asambleas de fábrica apoyaban a los soldados, pedían todo el poder para los soviets y tomaban acuerdos para armar a los obreros.
En este marco, el Soviet de Petrogrado decide en una reunión el 9 de octubre crear un Comité militar revolucionario con el propósito inicial de controlar al gobierno, aunque pronto se transformará en centro organizador de la insurrección. En él se agrupan representantes del Soviet de Petrogrado, el Soviet de Marinos, el soviet de la Región de Finlandia, el Sindicato Ferroviario, el Congreso de Consejos de fábrica y la Guardia Roja.
Esta última era un cuerpo obrero que:
«... se formó por primera vez durante la Revolución de 1905 y volvió a renacer en los días de marzo de 1917, cuando se necesitaba una fuerza para mantener el orden en la ciudad. En esta época los Guardias Rojos estaban armados y todos los esfuerzos del gobierno provisional para desarmarlos resultaron estériles. A cada crisis que se producía en el curso de la revolución, los destacamentos de la Guardia Roja aparecían en las calles, no adiestrados ni organizados militarmente, pero llenos de entusiasmo revolucionario» (J. Reed, op.cit., cap. «Notas y aclaraciones»).
Apoyado en este reagrupamiento de fuerzas de clase, el Comité militar revolucionario (en adelante lo llamaremos CMR) convocó una Conferencia de Comités de regimiento que el 18 de octubre discutió abiertamente la cuestión de la insurrección, pronunciándose la mayoría por ella excepto 2 que estaban en contra y otros dos que se declararon neutrales (hubo otros 5 regimientos más que no acudieron a la Conferencia). Del mismo modo, tomó una Resolución a favor del armamento de los obreros.
Esta Resolución ya se estaba aplicando en la práctica, los obreros en masa acudían a los arsenales del Estado y reclamaban la entrega de armas. Cuando el Gobierno prohibió tales entregas, los obreros y empleados del Arsenal de la fortaleza Pedro y Pablo (baluarte reaccionario) decidieron ponerse a disposición del CMR y en contacto con otros arsenales organizaron la entrega de armas a los obreros.
El 21 de octubre, la Conferencia de Comités de regimiento acordó la siguiente Resolución:
«1º La guarnición de Petrogrado y región promete al CMR sostenerlo enteramente en toda su acción; 2º La guarnición se dirige a los cosacos: os invitamos a las reuniones de mañana, ¡sed, bienvenidos hermanos cosacos!; 3º El Congreso panruso de los soviets debe tomar todo el poder. La guarnición promete poner todas sus fuerzas a disposición del Congreso. Contad con nosotros, representantes auténticos del poder de los soldados, obreros y campesinos. Estamos en nuestros puestos, resueltos a vencer o morir» (citado por Trotski).
Podemos ver aquí los rasgos característicos de la insurrección obrera: iniciativa creadora de las masas, organización sencilla y admirable, discusiones y debates que dan lugar a Resoluciones que sintetizan la conciencia que van adquiriendo las masas, recurso a la convicción y la persuasión –el llamamiento a los Cosacos para que abandonaran el bando gubernamental o el mitin apasionado y dramático de los soldados de la fortaleza Pedro y Pablo celebrado el 23 de octubre y que decidió no obedecer más que al CMR. Todo ello son los rasgos característicos de un movimiento de emancipación de la humanidad, de protagonismo directo, apasionado, creador, de las masas de explotados.
La jornada del 22 de octubre convocada por el Soviet de Petrogrado selló definitivamente la insurrección: se reunieron mítines y asambleas en todos los barrios, en todas las fábricas, que acordaron masivamente: «Abajo Kerenski», «todo el poder para los soviets». Fue un acto gigantesco donde obreros, empleados, soldados, muchos cosacos, mujeres, niños, soldaron abiertamente su compromiso con la insurrección.
No es posible en el marco de este artículo contar todos sus pormenores (remitimos al libro ya mencionado de Trotski o al de J. Reed). Lo que pretendemos dejar claro es el carácter masivo, abierto, colectivo, de la insurrección.
«La insurrección fue determinada, por decirlo así, para una fecha fija: el 25 de octubre. Y no fue fijada en una sesión secreta, sino abierta y públicamente, y la revolución triunfante se hizo precisamente el 25 de octubre (6 de noviembre), como había sido establecido de antemano. La historia universal conoce un gran número de revueltas y revoluciones: pero buscaríamos en ella otra insurrección de una clase oprimida que hubiera sido fijada anticipada y públicamente para una fecha señalada, y que hubiera sido realizada victoriosamente en el día indicado de antemano. En este sentido y en varios otros, la Revolución de noviembre es única e incomparable» (Trotski, La Revolución de noviembre, 1919).
Los bolcheviques plantearon claramente desde septiembre la cuestión de la insurrección en las asambleas de obreros y soldados, ocuparon los puestos más combativos y decididos dentro del CMR, la Guardia roja; se desplazaron a los cuarteles donde había más dudas o que estaban por el Gobierno provisional, a convencer a los soldados, el discurso de Trotski fue crucial para convencer a los soldados de la fortaleza de Pedro y Pablo; denunciaron sin tregua las maniobras, las dilaciones, las trampas de los mencheviques; lucharon para que el IIº Congreso de los soviets se convocara frente al sabotaje de los socialtraidores.
Sin embargo, no fueron los bolcheviques sino todo el proletariado de Petrogrado quien decidió y ejecutó la insurrección. Los mencheviques y socialrevolucionarios intentaron repetidas veces retrasar sine die la celebración del IIº Congreso de los soviets. Fue por la presión de las masas, la insistencia de los bolcheviques, el envío de miles de telegramas de los soviets locales reclamando su convocatoria, lo que, finalmente, obligó al CEC –guarida de los socialtraidores– a convocarlo para el 25.
«Después de la revolución del 25 de octubre, los mencheviques, y ante todo Martov, hablaron mucho acerca de la usurpación del poder a espaldas del soviet y de la clase obrera. Es difícil imaginarse una deformación más desvergonzada de los hechos. Cuando en la sesión de los soviets decidimos por mayoría la convocatoria del IIº Congreso para el 25 de octubre, los mencheviques decían: “vosotros decidís la revolución”. Cuando, con la mayoría abrumadora del Soviet de Petrogrado nos hemos negado a dejar partir a los regimientos de la capital, los mencheviques decían: “Esto es el principio de la insurrección”. Cuando en el Soviet de Petrogrado hemos creado el CMR, los mencheviques hicieron constar: “este es el organismo de la insurrección armada”. Pero cuando el día decisivo estalló la insurrección prevista por medio de este organismo, creado y “descubierto” anticipadamente, los mismos mencheviques gritaron: una maquinación de conspiradores ha provocado una revolución a espaldas de la clase» (Trotski, op. cit.).
El proletariado se dio los medios de fuerza –armamento general de los obreros, formación del CMR, insurrección– para que el Congreso de los soviets pudiera tomar efectivamente el poder. Si el Congreso de los soviets hubiera decidido «tomar el poder» sin esa preparación previa tal decisión hubiera sido una gesticulación vacía fácilmente desarticulable por los enemigos de la Revolución. No se puede ver el Congreso de los soviets como un acto aislado, formal, sino dentro de toda la dinámica general de la clase y, concretamente, dentro de un proceso, donde a escala mundial se desarrollaban las condiciones de la revolución y dentro de Rusia infinidad de soviets locales llamaban a la toma del poder o lo tomaban efectivamente: simultáneamente con Petrogrado en Moscú, en Tula, en los Urales, en Siberia, en Jarkov, etc., los soviets hacían triunfar la insurrección.
El Congreso de los soviets tomó la decisión definitiva, confirmando la plena validez de la iniciativa del proletariado de Petrogrado:
«Apoyándose en la voluntad de la inmensa mayoría de los obreros, los soldados y los campesinos y en la insurrección victoriosa de los obreros y la guarnición de Petrogrado, el Congreso toma en sus manos el poder... El Congreso acuerda: todo el poder en las localidades pasa a los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos, llamados a asegurar un orden verdaderamente revolucionario».
Algunos historiadores a sueldo del capital están llenos de hipócritas alabanzas a la «iniciativa» e incluso la «energía revolucionaria» de los obreros y sus órganos de lucha de masas, los consejos obreros. Están llenos de comprensión por la desesperación de los obreros, soldados y campesinos, ante los sacrificios de la «Gran guerra». Pero sobre todo se presentan como los verdaderos defensores de la «auténtica Revolución rusa», contra su supuesta destrucción que los bolcheviques habrían llevado a cabo. En otras palabras, en el centro del ataque burgués contra la Revolución rusa está la oposición entre «Febrero» y «Octubre» de 1917, oponiendo así el inicio y la conclusión de la lucha por el poder que es la esencia de toda gran revolución.
La hipocresía de los que defienden la Revolucion de Febrero
para atacar la de Octubre
Rememorando el carácter explosivo, espontáneo y masivo de las luchas que comenzaron en febrero de 1917, es decir las huelgas de masas, las millones de personas que tomaron las calles, los estallidos de euforia pública, y el hecho de que el propio Lenin declarara que Rusia en este período era el país más libre de la Tierra, la burguesía opone a esto los acontecimientos de Octubre, donde había poca espontaneidad, donde las acciones se planeaban con antelación, no había huelgas, ni manifestaciones en la calle, ni asambleas de masas durante el alzamiento, cuando se tomó el poder por medio de las acciones de unos pocos miles de hombres armados en la capital, bajo el mando de un Comité militar revolucionario, directamente inspirado por el Partido bolchevique, y entonces concluye: ¿No probaría todo esto que Octubre sólo fue un golpe de los bolcheviques?, ¿un golpe contra la mayoría de la población, contra la clase obrera, contra la historia, contra la misma naturaleza humana? Y todo esto, se nos dice, persiguiendo una loca utopía marxista, que sólo podía sobrevivir a través del terror, que lleva directamente al estalinismo.
Según la clase dominante, la clase obrera en Rusia no quería nada más que lo que le había prometido el régimen de Febrero: una «democracia parlamentaria», dispuesta a «respetar los derechos humanos», y un gobierno que, al mismo tiempo que continuaba la guerra, se declaraba «partidario de una paz rápida y sin anexiones». Dicho de otra forma, la burguesía quiere hacernos creer que el proletariado ruso luchaba ¡por la misma miseria que sufre actualmente el proletariado moderno!. Si el régimen de Febrero no hubiera sido derrocado en octubre, nos vienen a decir, Rusia sería hoy un país tan próspero y poderoso como EEUU, y el desarrollo del capitalismo en el siglo xx hubiera sido pacífico.
Lo que expresa realmente esta hipócrita defensa del carácter espontáneo de los acontecimientos de febrero es el odio y el miedo que los explotadores de todos los países sienten por la revolución de Octubre. La espontaneidad de la huelga de masas, el reagrupamiento de todo el proletariado en las calles y en las asambleas generales, la formación de los consejos obreros en el calor de la lucha, son momentos esenciales en la lucha de liberación de la clase obrera.
«Indudablemente, la espontaneidad del movimiento es un síntoma de su profundidad entre las masas, de la consistencia de sus raíces, de su invencibilidad», como resaltó Lenin ([1]).
Pero en la medida en que la burguesía continúa siendo la clase dominante, en que las fuerzas políticas y armadas del Estado capitalista siguen intactas, todavía es posible que contenga, neutralice y disuelva las armas de su clase enemiga.
Los consejos obreros, esos poderosos instrumentos de la lucha obrera, que surgieron más o menos espontáneamente, no son sin embargo ni los únicos, ni necesariamente las más altas expresiones de la revolución proletaria, si bien es cierto que predominan en las primeras etapas del proceso revolucionario. La burguesía contrarrevolucionaria los infla precisamente para presentar los inicios de la revolución como su culminación, sabiendo bien lo fácil que es aplastar una revolución que se detiene a medio camino. Pero la revolución rusa no se detuvo a mitad de camino. Al ir hasta el final, al completar lo que empezó en febrero, la Revolución rusa confirmó la capacidad de la clase obrera para construir paciente, consciente y colectivamente, no sólo «espontáneamente», sino también de forma deliberada, planificada estratégicamente, los instrumentos que requiere para la toma del poder: su partido de clase marxista y sus consejos obreros, galvanizados en torno a un programa de clase y una voluntad real de gobernar la sociedad, y la estrategia y los instrumentos específicos de la insurrección proletaria.
Esta unidad entre la lucha política de masas y la toma militar del poder, entre lo espontáneo y lo planificado, entre los consejos obreros y el partido de clase, entre las acciones de millones de obreros y las de audaces minorías de la clase avanzadas, es la esencia de la revolución proletaria. Esta unidad es la que intenta disolver hoy la burguesía con sus calumnias contra el bolchevismo y la insurrección de Octubre. La destrucción del Estado capitalista, el derrocamiento del gobierno de clase de la burguesía, el principio de la revolución mundial: estos son los logros gigantescos del Octubre de 1917, el mayor y más consciente, el más atrevido capítulo hasta ahora en toda la historia de la humanidad. Octubre hizo pedazos siglos de servilismo engendrado por la sociedad de clases, demostrando que, por primera vez en la historia, existe una clase que es a la vez clase explotada y revolucionaria. Una clase capaz de gobernar la sociedad aboliendo el gobierno de las clases, capaz de liberar a la humanidad de su «prehistoria» de sumisión a fuerzas sociales ciegas. Esa es la verdadera razón por la que la clase dominante hasta ahora, y ahora más que nunca, vierte la inmundicia de sus mentiras y calumnias sobre Octubre rojo, el acontecimiento «más odiado» de la historia moderna, pero que es, de hecho, el orgullo de la conciencia de clase del proletariado. Pretendemos demostrar que la insurrección de Octubre, que los voceros y escribas del capital llaman un «golpe», fue el punto culminante, no sólo de la Revolución rusa, sino de toda la lucha de nuestra clase hasta la fecha. Como escribió Lenin en 1917:
«El hecho de que la burguesía nos odie con tanto furor es uno de los signos más evidentes de que indicamos con acierto al pueblo el camino y los medios para derrocar el dominio de la burguesía» ([2]).
“La crisis ha madurado”
El 10 de octubre de 1917, Lenin, el hombre más buscado del país, acosado por la policía por todas partes de Rusia, acudió a la reunión del Comité central del Partido bolchevique en Petrogrado, disfrazado con peluca y gafas, y redactó la siguiente resolución en una página de un cuaderno escolar:
“El CC reconoce que tanto la situación internacional de la Revolución rusa (insurrección en la flota alemana como manifestación extrema de la marcha ascendente en toda Europa de la revolución socialista mundial, luego, la amenaza del campo imperialista de estrangular la revolución en Rusia), como la situación militar (decisión indudable de la burguesía rusa y de Kerenski y compañía de entregar Petrogrado a los alemanes) y la conquista por el partido proletario de la mayoría dentro de los soviets; unido todo ello a la insurrección campesina y al viraje de la confianza del pueblo hacia nuestro Partido (elecciones de Moscú), y, finalmente, la preparación manifiesta de una segunda korniloviada (evacuación de tropas de Petrogrado, envío de cosacos hacia Petrogrado, cerco de Minsk por los cosacos, etc.), ponen al orden del día la insurrección armada.
“Reconociendo, pues, que la insurrección armada es inevitable y se halla plenamente madura, el CC insta a todas las organizaciones del Partido a guiarse por esto y a examinar y resolver desde este punto de vista todos los problemas prácticos (Congreso de los Soviets de la región del Norte, evacuación de tropas de Petrogrado, acciones en Moscú y Minsk, etc.)» ([3]).
Exactamente cuatro meses antes, el Partido bolchevique había refrenado deliberadamente el ímpetu combativo de los obreros de Petrogrado, a quienes las clases dominantes impulsaban a un enfrentamiento aislado y prematuro con el Estado. Una situación así, hubiera llevado sin la menor duda a la decapitación del proletariado ruso en la capital y a que su partido de clase quedara diezmado (ver en el número anterior de la Revista internacional nº 90 el artículo sobre las «Jornadas de julio»). El partido, superando sus propias dudas internas, se aprestaba firmemente a
«... movilizar todas sus fuerzas para imprimir en los obreros y los soldados la necesidad incondicional de una última lucha desesperada y resuelta para derrocar el gobierno de Kerenski»,
como ya lo formuló Lenin en su famoso artículo: «La crisis ha madurado».
El 29 de septiembre declaraba:
«La crisis ha madurado. Está en juego todo el porvenir de la Revolución rusa. Está en entredicho todo el honor del Partido bolchevique. Está en juego todo el porvenir de la revolución obrera internacional por el socialismo».
La explicación de la actitud completamente diferente del Partido en octubre, opuesta a la de julio, está contenida en la resolución mencionada antes con una brillante claridad y audacia marxista. El punto de partida, como siempre para el marxismo, es el análisis de la situación internacional, la evaluación de la relación de fuerzas entre las clases y las necesidades del proletariado mundial. A diferencia de la situación en julio de 1917, la resolución hace notar que el proletariado ruso ya no está solo; que la revolución mundial ha empezado en los países centrales del capitalismo.
«Echen un vistazo a la situación internacional. El crecimiento de la revolución mundial es indiscutible. La explosión de indignación de los obreros checos ha sido sofocada con increíble ferocidad, indicadora del extremado temor del gobierno. En Italia las cosas han llegado también a un estallido masivo en Turín. Pero lo más importante es la sublevación de la flota alemana» ([4]).
Es responsabilidad de la clase obrera en Rusia, no sólo aprovechar la oportunidad para romper su aislamiento internacional, impuesto hasta entonces por la guerra mundial, sino sobre todo prender las llamas de la insurrección en Europa occidental, comenzando la revolución mundial. Contra la minoría de su propio Partido que todavía se hacía eco de la argumentación menchevique pseudomarxista, contrarrevolucionaria, de que la revolución debería comenzar en un país más avanzado, Lenin mostró que en realidad las condiciones en Alemania eran mucho más difíciles que en Rusia y que el verdadero significado histórico de la revolución en Rusia era ayudar a desarrollarse la revolución en Alemania.
«Los alemanes, en condiciones diabólicamente difíciles, con un sólo Liebknecht (y, además, en presidio); sin periódicos, sin libertad de reunión, sin soviets; con una hostilidad increible de todas las clases de la población, incluido el último campesino acomodado, a la idea del internacionalismo; con una formidable organización de la burguesía imperialista grande, media y pequeña; los alemanes, es decir, los revolucionarios internacionalistas alemanes, los obreros con chaquetones de marinos, han organizado una sublevación en la flota con un uno por ciento de probabilidades de éxito.
«Nosotros, en cambio, con decenas de periódicos, con libertad de reunión, con la mayoría en los soviets; nosotros, los internacionalistas proletarios colocados en las mejores condiciones de todo el mundo, nos negaríamos a apoyar con nuestra insurrección a los revolucionarios alemanes. Razonaríamos como los Scheidemann y los Renaudel: lo más sensato es no insurreccionarse, pues si nos ametrallan, ¡¡Qué excelentes, qué juiciosos, qué ideales internacionalistas perderá el mundo!! Demostremos nuestra sensatez. Aprobemos una resolución de simpatía con los insurgentes alemanes y rechacemos la insurrección en Rusia. Eso será internacionalismo auténtico, sensato» ([5]).
Esta posición y este método internacionalista, exactamente lo opuesto a la posición burguesa-nacionalista que desarrolló el estalinismo durante la contrarrevolución, no era exclusiva del Partido bolchevique en esa época, sino la propiedad común de los obreros avanzados de Rusia con su educación política marxista. Así, a comienzos de octubre, los marinos revolucionarios de la flota del Báltico proclamaron a través de las estaciones de radio de sus barcos a los confines de la tierra el siguiente llamamiento:
«En este momento en que las olas del Báltico están manchadas de sangre de nuestros hermanos, alzamos nuestra voz: ... ¡Pueblos oprimidos de todo el mundo! ¡Izad la bandera de la revuelta!».
Pero la valoración de las fuerzas de clases a nivel mundial que hacían los bolcheviques no se limitaba a examinar el estado del proletariado internacional, sino que expresaba una clara comprensión de la situación global del enemigo de clase. Basándose siempre en un enraizado y profundo conocimiento de la historia del movimiento obrero, los bolcheviques sabían, por el ejemplo de la Comuna de París de 1871, que la burguesía imperialista, incluso en plena guerra mundial, unificaría sus fuerzas contra la revolución.
«¿No demuestra la completa inactividad de la marina inglesa en general, así como de los submarinos ingleses durante la toma de Osel por los alemanes, en relación con el plan del Gobierno de trasladarse de Petrogrado a Moscú, que se ha fraguado un complot entre los imperialistas rusos e ingleses, entre Kerenski y los capitalistas anglo-franceses, para entregar Petrogrado a los alemanes y, de esta forma, estrangular la revolución rusa?”, se pregunta Lenin, y añade, «La resolución de la Sección de soldados del Soviet de Petrogrado contra la evacuación del Gobierno de Petrogrado muestra que también entre los soldados madura el convencimiento del complot de Kerenski» ([6]).
En agosto, bajo Kerenski y Kornilov, la Riga revolucionaria fue entregada a los pies del káiser Guillermo II. Los primeros rumores de una paz por separado entre Gran Bretaña y Alemania contra la Revolución rusa alarmaron a Lenin. El objetivo de los bolcheviques no era la «paz», sino la revolución, puesto que sabían, como verdaderos marxistas, que el «alto el fuego» capitalista sólo podía ser un intermedio entre dos guerras mundiales. Era esta visión comunista de la espiral inevitable de barbarie que el capitalismo decadente en quiebra histórica, reservaba a la humanidad lo que impulsaba ahora al bolchevismo a una carrera contrarreloj para parar la guerra por medios revolucionarios proletarios. Al mismo tiempo, los capitalistas comenzaban a sabotear la producción en todas partes para desprestigiar la revolución. Estos hechos, sin embargo, a fin de cuentas contribuyeron ante los obreros a destruir el mito burgués patriota de la «defensa nacional», según el cual, la burguesía y el proletariado de la misma nación, tienen un interés común en repeler al «agresor» extranjero. Esto explica también por qué, en octubre, la preocupación de los obreros ya no era desencadenar la huelga de masas, sino mantener la producción en marcha contra la tentativa de ataque de la burguesía a sus propias fábricas.
Entre los factores que fueron decisivos para llevar a la clase obrera a la insurrección está el hecho de que la revolución estaba amenazada por nuevos ataques contrarrevolucionarios, y que los obreros, sobre todo los principales soviets, apoyaban ahora a los bolcheviques. Esos dos factores eran el fruto directo de la confrontación de masas más importante entre julio y octubre de 1917: el golpe de Kornilov en agosto. Bajo la dirección de los bolcheviques, el proletariado paró la marcha de Kornilov a la capital, esencialmente ganándose a sus tropas, y saboteando su transporte y logística gracias a los obreros de los ferrocarriles, del correo y otros. En esta acción, durante la que los soviets se revitalizaron como organización revolucionaria de toda la clase, los obreros descubrieron que el Gobierno provisional de Petrogrado, dirigido por el socialista revolucionario Kerenski y por los mencheviques, estaba implicado en el complot contrarrevolucionario. A partir de ese momento, los obreros comprendieron que esos partidos se habían convertido en una verdadera «ala izquierda del capital», y empezaron a inclinarse hacia los bolcheviques.
«Todo el arte de la táctica consiste en captar el momento en que la totalidad de las condiciones son más favorables para nosotros. El alzamiento de Kornilov creó esas condiciones. Las masas, que habían perdido su confianza en los partidos que tenían la mayoría en el soviet, vieron la amenaza concreta de la contrarrevolución. Creyeron entonces que los bolcheviques estaban llamados a vencer esa amenaza» ([7]).
El test más claro que da prueba de las cualidades revolucionarias de un partido obrero es su capacidad para plantear la cuestión del poder.
«Cuando el partido proletario pasa, de la preparación, la propaganda, la organización, la agitación, a la lucha inmediata por el poder, a la insurrección armada contra la burguesía, se produce el reajuste más gigantesco. Todo lo que hay en el partido de indecisión, de escepticismo, de oportunismo, de elementos mencheviques, se levanta contra la insurrección» ([8]).
Pero el Partido bolchevique superó esta crisis, aplicándose firmemente a la lucha armada por el poder y demostrando así sus cualidades revolucionarias sin precedente.
El proletariado toma el camino de la insurrección
En febrero de 1917 se suscitó una situación llamada de «doble poder». Junto al Estado burgués, y opuesto a él, los consejos obreros aparecían como un gobierno potencial alternativo de la clase obrera. Puesto que en realidad no pueden coexistir dos gobiernos opuestos de dos clases enemigas, puesto que necesariamente uno tiene que destruir al otro para imponerse a la sociedad, ese período de doble poder es necesariamente corto e inestable. Esa fase no se caracteriza, desde luego, por una «coexistencia pacífica» o una mutua tolerancia. Podrá tener una apariencia de equilibrio social. En realidad es una etapa decisiva en la guerra civil entre el trabajo y el capital.
La falsificación burguesa de la historia está obligada a enmascarar la lucha a vida o muerte que tuvo lugar entre febrero y octubre de 1917 para presentar la revolución de Octubre como un «golpe bolchevique». Una prolongación «anormal» de ese período de «doble poder» habría significado necesariamente el fin de la revolución y de sus órganos. Los soviets son reales únicamente «como órgano de insurrección, como órgano del poder revolucionario. Fuera de ello, los soviets no son más que un mero juguete que sólo puede producir apatía, indiferencia y decepción entre las masas, que están legítimamente hartas de la interminable repetición de resoluciones y protestas» ([9]).
Aunque la insurrección proletaria no es más espontánea que el golpe militar contrarrevolucionario, los meses antes de octubre, ambas clases manifestaron repetidamente su tendencia espontánea a la lucha por el poder. Las Jornadas de julio y el golpe de Kornilov sólo fueron las manifestaciones más claras. La misma insurrección de Octubre en realidad empezó, no con una señal del Partido bolchevique, sino con el intento del gobierno burgués de enviar a las tropas más revolucionarias, dos tercios de la guarnición de Petrogrado, al frente, con la intención de reemplazarlos por batallones contrarrevolucionarios. Dicho de otra forma, empezó, apenas unas semanas después de la kornilovada, con un nuevo intento de aplastar la revolución, obligando al proletariado a tomar medidas insurreccionales para defenderla.
«En realidad el alzamiento del 25 de octubre en tres cuartas partes o más, fue decidido en el momento en que resistimos la salida de las tropas, se formó el Comité militar revolucionario (16 de octubre), nombramos nuestros comisarios en todas las organizaciones y formaciones de la tropa, y así aislamos completamente, no sólo al mando del distrito militar de Petrogrado, sino al gobierno... Desde el momento en que los batallones, a las órdenes del Comité militar revolucionario, se negaron a abandonar la ciudad, y no la abandonaron, tuvimos una insurrección victoriosa en la capital» ([10]).
Además, este Comité militar revolucionario, que tenía que conducir las acciones militares decisivas del 25 de octubre, no sólo no era un órgano del Partido bolchevique, sino que en su origen fue propuesto por los partidos de «izquierda» contrarrevolucionarios como un medio para imponer precisamente la retirada de las tropas de la capital bajo la autoridad de los soviets, pero fue trasformado inmediatamente por el soviet en un instrumento no sólo para oponerse a esta medida, sino para organizar la lucha por el poder.
«No, el gobierno de los soviets no era una quimera, una construcción arbitraria, una invención de los teóricos del Partido. Creció irresistiblemente desde abajo, del colapso de la industria, de la impotencia de las clases poseedoras, de las necesidades de las masas. Los soviets se habían convertido de hecho en un gobierno. Para los obreros, los soldados y los campesinos, no quedaba otro camino. No había tiempo para argumentar y especular sobre un gobierno de los soviets: había que realizarlo» ([11]).
La leyenda de un golpe bolchevique es una de las mentiras más grandes de la historia. De hecho, la insurrección se anunció públicamente de antemano a los delegados revolucionarios elegidos. El discurso de Trotski el 18 de octubre a la Conferencia de la guarnición es una ilustración de esto:
«La burguesía sabe que el Soviet de Petrogrado propondrá al Congreso de los soviets asumir el poder... Previendo la batalla inevitable, las clases burguesas se esfuerzan en desarmar a Petrogrado... A la primera tentativa de la contrarrevolución por suprimir el Congreso, responderemos por una contraofensiva que será implacable y que llevaremos hasta el fin».
El punto 3 de la resolución adoptada por la Conferencia de la guarnición, dice:
«El Congreso panruso de los soviets debe tomar el poder en sus manos y asegurar al pueblo la paz, la tierra y el pan» ([12]).
Para asegurar que todo el proletariado apoyaría la lucha por el poder, la Conferencia decidió una pacífica revista de fuerzas, que se celebraría en Petrogrado, antes del Congreso de los soviets, y se basaría en asambleas de masas y debates.
«Decenas de miles de personas anegaron el enorme edificio de la Casa del pueblo... Sobre los pilares de hierro, y en las ventanas, se suspendían guirnaldas, racimos de cabezas humanas, de piernas, de brazos. Había en el aire esa carga de electricidad que anuncia un próximo estallido. ¡Abajo Kerensky! ¡Abajo la guerra! ¡El poder a los soviets! Ni un solo conciliador se atrevió a mostrarse ante esas multitudes ardientes para oponer sus objeciones o advertencias. La palabra pertenecía a los bolcheviques» ([13]).
Trotski añade:
«La experiencia de la revolución, de la guerra, de la dura lucha, de toda una amarga vida, sube de las profundidades de la memoria de todo hombre aplastado por la necesidad y se fija en esas consignas simples e imperiosas. Esto no puede continuar así. Es preciso abrir una brecha hacia el porvenir».
El Partido no inventó este «deseo de poder» de las masas, pero lo inspiró y le dio al proletariado confianza de clase en su capacidad para gobernar. Como escribió Lenin después del golpe de Kornilov:
«Dejemos a esos de poca fe aprender de este ejemplo. Vergüenza a los que dicen: “no tenemos ninguna máquina con la que reemplazar la vieja, que gravita inexorablemente hacia la defensa de la burguesía”. Puesto que sí la tenemos. Se trata de los soviets. No temamos la iniciativa y la independencia de las masas. Confiemos en las organizaciones revolucionarias de las masas y veremos en todas las esferas de la vida del Estado el mismo poder, majestad y voluntad inquebrantable de los obreros y campesinos que han mostrado en su solidaridad y entusiasmo contra la kornilovada» ([14]).
La tarea del momento: demoler el Estado burgués
La insurrección es uno de los problemas más cruciales, complejos y exigentes, que el proletariado tiene que resolver si quiere cumplir su misión histórica. En la revolución burguesa esta cuestión es mucho menos decisiva, puesto que la burguesía podía basar su lucha por el poder en su fuerza política y económica que había ido acumulando en el seno de la sociedad feudal. Durante su revolución, la burguesía obligó a la pequeña burguesía y a la joven clase obrera a combatir por ella. Cuando se disipaba el humo de la batalla, la burguesía a menudo prefirió entregar su recién ganado poder a las antiguas clases feudales, ahora aburguesadas y domesticadas, puesto que éstas tenían la autoridad de la tradición de su parte. El proletariado, al contrario, no tiene ninguna propiedad ni poder económico dentro del capitalismo, y no puede delegar, ni su lucha por el poder, ni la defensa de su gobierno de clase a ninguna otra clase ni sector de la sociedad. Tiene que tomar él mismo el poder, arrastrando tras su liderazgo a otros estratos de la sociedad, y aceptando la plena responsabilidad, asumiendo las consecuencias y los riesgos de su lucha. En la insurrección, el proletariado revela y descubre más claro que nunca, el «secreto» de su propia existencia como la primera y la última clase explotada y revolucionaria de la historia. ¡No es de extrañar que la burguesía se aplique a vituperar la memoria de Octubre!
La tarea primordial del proletariado, de febrero en adelante, fue conquistar los corazones y las mentes de todos aquellos sectores que pudieran ganarse para su causa, y que de otro modo se podrían volver contra la revolución: los soldados, los campesinos, los funcionarios del Estado, los empleados de transportes y comunicaciones, e incluso los sirvientes de la burguesía. En vísperas de la insurrección ya se había completado esta tarea. La tarea de la insurrección era bastante diferente: la de romper la resistencia de esos cuerpos del Estado y formaciones armadas que no pueden ganarse para la causa del proletariado, pero cuya existencia continuada contiene el núcleo de la contrarrevolución más bárbara. Para romper esta resistencia, para demoler el Estado burgués, el proletariado tiene que crear una fuerza armada y colocarla bajo su propia dirección de clase con disciplina de hierro. Aunque estaban dirigidas por el proletariado, las fuerzas insurreccionales del 25 de octubre estaban compuestas esencialmente de soldados que obedecían a su mando.
«La revolución de Octubre era la lucha del proletariado contra la burguesía por el poder. Pero correspondió al mujik, a fin de cuentas, decidir el resultado de esa lucha... Lo que dio a la insurrección en la capital ese carácter de golpe rápido con un número mínimo de víctimas, fue la combinación entre el complot revolucionario, el levantamiento obrero y la lucha en autodefensa de la guarnición campesina. El Partido dirigía la insurrección. La principal fuerza motriz era el proletariado; los destacamentos obreros armados constituían la fuerza de choque; pero el desenlace de la lucha dependía de la guarnición campesina, difícil de mover» ([15]).
En realidad, el proletariado pudo tomar el poder porque fue capaz de movilizar otros estratos sociales tras su propio proyecto de clase: exactamente lo opuesto a un «golpe».
«Casi no hubo manifestaciones, combates callejeros, barricadas, todo lo que es común entender por insurrección; la revolución no necesitaba resolver un problema que ya había sido resuelto. La toma de andamiaje gubernativo podía emprenderse de conformidad con un plan, con el auxilio de destacamentos armados relativamente poco numerosos, a partir de un centro único (...) La calma callejera en Octubre, la ausencia de multitudes, la falta de combates, dio pretexto a los adversarios para hablar de la conspiración de una insignificante minoría, de la aventura de un puñado de bolcheviques (...) [Pero] en realidad, si los bolcheviques, en el último momento, consiguieron reducir a un “complot” la lucha por el poder, no se debió a que fuesen una pequeña minoría, sino a que con ellos, en los barrios obreros y en los cuarteles, militaba una aplastante mayoría férreamente nucleada, organizada y disciplinada» ([16]).
Elegir el momento adecuado: piedra angular de la lucha por el poder
Técnicamente hablando, la insurrección comunista es una simple cuestión de organización militar y de estrategia. Políticamente, es la tarea más exigente que pueda imaginarse. Y lo más difícil de todo es elegir el momento adecuado de la lucha por el poder. El principal peligro era una insurrección prematura. Hacia septiembre, Lenin ya estaba llamando incesantemente a la preparación inmediata de la lucha armada, y declarando: «¡Ahora o nunca!».
«Los bolcheviques, de no haber tomado el poder en octubre-noviembre, es muy posible que jamás lo hubiesen hecho. Al no ver en ellos una dirección firme, sino la eterna causadora discordia entre las palabras y los hechos, las masas los hubieran abandonado por engañar durante dos o tres meses sus esperanzas, como ya lo habían hecho con los socialrevolucionarios y los mencheviques» ([17]).
Por eso, Lenin, al combatir el peligro de retrasar la lucha por el poder, no sólo subrayaba los preparativos contrarrevolucionarios de la burguesía mundial, sino que sobre todo advertía contra los efectos desastrosos de las vacilaciones para los obreros, que estaban casi desesperados.
«El pueblo hambriento podría empezar a demoler todo a su alrededor de forma puramente anarquista, si los bolcheviques no son capaces de conducirlo a la batalla final. No se puede esperar sin correr el riesgo de ayudar a la confabulación de Rodzianko con Guillermo y de contribuir a la ruina completa, con la huida general de los soldados, si éstos (próximos ya a la desesperación) llegan a la desesperación completa y lo abandonan todo a su suerte» ([18]).
Elegir el momento adecuado también requiere una estimación exacta, no sólo de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado, sino también de la dinámica de las capas intermedias.
«Ninguna situación revolucionaria es eterna. Entre todas las premisas de una insurrección, la más inestable se refiere al estado de ánimo de la pequeña burguesía. En los tiempos de crisis nacional, la pequeña burguesía sigue a la clase capaz de inspirarle confianza, no sólo por sus palabras, sino por sus hechos. Es capaz de impulsos y hasta de delirios revolucionarios, pero carece de resistencia, los fracasos la deprimen fácilmente y sus fogosas esperanzas pronto se cambian en desilusión. Son estas violentas y rápidas mutaciones de ánimo las que dan tanta inestabilidad a cada situación revolucionaria. Si el partido revolucionario no es lo bastante resuelto como para cambiar a tiempo en acción revolucionaria la expectativa y la esperanza de las masas populares, la marea ascendente se invertirá en reflujo: las capas intermedias se apartan de la revolución y buscan soluciones en el campo opuesto» ([19]).
El arte de la insurrección
En su lucha para persuadir al Partido de la necesidad imperiosa de una insurrección inmediata, Lenin recuperó las reflexiones de Marx (en Revolución y contrarrevolución en Alemania) sobre la cuestión de la insurrección como un «arte», que, como el arte de la guerra u otros, está sujeto a ciertas reglas cuya negligencia lleva al hundimiento del partido responsable. Según Marx, la regla más importante es:
«... no pararse nunca a mitad camino una vez que ha comenzado la insurrección; mantener siempre la ofensiva puesto que la defensiva es la muerte de todo alzamiento armado»;
sorprender al enemigo y desmoralizarlo por medio de éxitos cotidianos, «aunque sean pequeños», obligándole a batirse en retirada;
«en pocas palabras, según Danton, el gran maestro de la táctica revolucionaria: “audacia, audacia y audacia”».
Y como señaló Lenin,
«... hay que concentrar en el lugar y el momento decisivos fuerzas muy superiores, porque de lo contrario, el enemigo, mejor preparado y organizado, aniquilará a los insurgentes».
Lenin añadía:
«Confiemos en que, si se acuerda la insurrección, los dirigentes aplicarán con éxito los grandes preceptos de Danton y Marx. El triunfo de la Revolución rusa y de la revolución mundial depende de dos o tres días de lucha» ([20]).
Con este objetivo, el proletariado tuvo que crear los órganos de su lucha por el poder, un comité militar y destacamentos armados.
«Así como un herrero no puede tomar con sus manos desnudas hierro candente, tampoco el proletariado puede, con sólo sus manos, adueñarse del poder: les es preciso una organización adecuada para dicha tarea. En la combinación de la insurrección de masas con la conspiración, en la subordinación del complot a la insurrección, en la organización de la insurrección a través de la conspiración, consiste aquel capítulo complejo y lleno de responsabilidades de la política revolucionaria que Marx y Engels denominaban “el arte de la insurrección”» ([21]).
Este planteamiento centralizado, coordinado, es lo que permitió al proletariado aplastar la última resistencia armada de la burguesía y asestar un golpe terrible que la burguesía no olvidaría, y de hecho no ha olvidado hasta ahora.
«Los historiadores y políticos suelen denominar insurrección de las fuerzas elementales al movimiento de masas que, aglutinado por el odio común al antiguo régimen, carece de perspectivas claras, de métodos de lucha elaborados, de dirección que conduzca conscientemente a la victoria. Los historiadores oficiales, por lo menos los democráticos, se complacen en presentar esta insurrección de las fuerzas elementales como una calamidad inevitable cuya responsabilidad recae sobre el antiguo régimen. La verdadera razón de esta indulgencia es que las insurrecciones de las fuerzas “elementales” no pueden trascender los marcos del régimen burgués (...) Lo que sí niega y tacha de “blanquismo”, o peor aún, de bolchevismo, es la preparación consciente de la insurrección, el plan, la conspiración» ([22]).
Esto es lo que todavía más enfurece a la burguesía: la audacia con la que la clase obrera le arrebató el poder. La burguesía –todo el mundo– sabía que se estaba preparando un alzamiento. Pero nadie sabía cómo y cuándo atacaría el enemigo. Al asestar su golpe definitivo, el proletariado se aprovechó plenamente de la ventaja de la sorpresa, de la elección del terreno de batalla. La burguesía esperaba que su enemigo fuera lo bastante ingenuo y «democrático» para decidir la cuestión de la insurrección públicamente, en presencia de la clases dirigentes, en el Congreso panruso de los Soviets que se había convocado en Petrogrado. Allí esperaba sabotear e impedir la decisión y su ejecución. Pero cuando los delegados del Congreso llegaron a la capital, la insurrección estaba en pleno apogeo y la clase gobernante se tambaleaba. El proletariado de Petrogrado, mediante su Comité militar revolucionario, entregó el poder al Congreso de los Soviets, y la burguesía no pudo hacer nada para impedirlo. ¡Golpe! ¡Conspiración! gritaba la burguesía – y todavía grita lo mismo –; la respuesta de Lenin: golpe, no; conspiración, sí, pero una conspiración subordinada a la voluntad de las masas y las necesidades de la insurrección. Y Trotski añadía:
«Cuanto más alto sea el nivel político de un movimiento revolucionario y más serio sea su liderazgo, mayor será el lugar que ocupa la conspiración en una insurrección popular» ([23]).
¿El bolchevismo una forma de blanquismo? Las clases explotadoras lanzan de nuevo actualmente esta acusación.
«Más de una vez, los bolcheviques, mucho antes de la insurrección de Octubre, hubieron de refutar las acusaciones de sus adversarios, quienes les imputaban manejos conspirativos y blanquismo. Y, sin embargo, nadie ha combatido con mayor firmeza que Lenin el sistema de la pura conspiración. ¡Cuántas veces los oportunistas de la socialdemocracia internacional tomaron bajo su protección la vieja táctica socialrevolucionaria del terror individual contra los agentes del zarismo, resistiéndose a la crítica implacable de los bolcheviques, quienes oponían al aventurero de la intelligentsia, el camino de la insurrección de las masas! Pero al rechazar todas las variantes del blanquismo y del anarquismo, Lenin, ni por un minuto, se inclinaba ante la “sagrada” fuerza elemental de las masas».
Trotski añadía a esto:
«La conspiración no reemplaza la insurrección. Por mejor organizada que se encuentre, la minoría activa del proletariado no puede adueñarse del poder independientemente de la situación general del país. En esto, el blanquismo está condenado por la Historia. Pero sólo en esto. El teorema conserva toda su fuerza. Para la conquista del poder no basta al proletariado un alzamiento de fuerzas elementales. Necesita la organización correspondiente, el plan, la conspiración. Así es como Lenin plantea la cuestión» ([24]).
Es un hecho bien conocido que Lenin, el primero que fue completamente claro sobre la necesidad de la lucha por el poder en octubre planteando diferentes planes para la insurrección (uno centrado en Finlandia y la flota del Báltico y otro en Moscú), en algún momento defendió que fuera el Partido bolchevique, y no un órgano de los soviets, quien organizara directamente la insurrección. Los hechos probaron que la organización y el liderazgo del alzamiento por un órgano del soviet como el Comité militar revolucionario, donde por supuesto el Partido tenía la influencia dominante, es la mejor garantía para el éxito completo del alzamiento, puesto que entonces es el conjunto de la clase, y no sólo los simpatizantes del partido, el que se siente representado por sus órganos unitarios revolucionarios. Pero la propuesta de Lenin, según la burguesía, revela que para él la revolución no es tarea de las masas, sino un asunto privado del Partido ¿Por qué si no – preguntan – estaba tan rotundamente en contra de esperar al Congreso de los soviets para decidir el alzamiento? La actitud de Lenin se inscribía plenamente en el marxismo y su confianza fundada históricamente en las masas proletarias.
«Sería desastroso, o en todo caso un planteamiento puramente formal, querer esperar a la incierta votación del 25 de octubre. El pueblo tiene el derecho y el deber de decidir sobre esas cuestiones, no por el voto, sino por la fuerza; el pueblo tiene el derecho y el deber, en los momentos críticos de la revolución, de mostrar a sus representantes, incluso a sus mejores representantes, la dirección correcta, en vez de esperarlos. Esto nos lo enseña la historia de todas las revoluciones, y sería un monstruoso crimen de los revolucionarios dejar pasar el momento, cuando saben que la salvación de la revolución, las propuestas de paz, la salvación de Petrogrado, el acabar con el hambre, o la devolución de la tierra a los campesinos, depende de esto. El gobierno se tambalea, y hay que darle el último golpe ¡a cualquier precio!» ([25]).
En realidad, todos los líderes bolcheviques estaban de acuerdo con esto. Quienquiera que fuera el que dirigiera el alzamiento, el poder entregado sería entregado inmediatamente al Congreso panruso de los soviets. El Partido sabía perfectamente que la revolución no era solamente asunto suyo o de los obreros de Petrogrado, sino del conjunto del proletariado. Pero respecto a la cuestión de quién debía conducir la insurrección propiamente dicha, Lenin estaba en lo cierto cuando argumentaba que lo harían los órganos de la clase mejor preparados y en mejores condiciones para asumir la tarea de la planificación política y militar y del liderazgo político de la lucha por el poder. Trotski tenía razón al argumentar que el mejor dotado para esta tarea sería un órgano del Soviet, especialmente creado para esta tarea, y bajo la influencia del Partido. Pero no se trataba de un debate de principios, sino de un asunto vital de eficacia política. La preocupación de Lenin de que no se podía cargar con esta tarea al conjunto del aparato del Soviet, puesto que eso retrasaría la insurrección y llevaría a divulgar los planes al enemigo, era completamente válida.
Fue necesaria la dolorosa experiencia de la Revolución rusa para que después, la Izquierda comunista pudiera plantear que, aunque es indispensable la dirección política del partido de clase, tanto en la lucha por el poder como en la dictadura del proletariado, no es tarea del partido tomar el poder. Sobre esta cuestión, ni Lenin, ni otros bolcheviques (ni los espartakistas en Alemania, etc) eran claros en absoluto en 1917, ni podían serlo. Pero respecto al «arte de la insurrección», a la paciencia revolucionaria, y a la precaución para evitar levantamientos prematuros, respecto a la audacia revolucionaria necesaria para tomar el poder, los revolucionarios de hoy tienen mucho que aprender de Lenin. En particular sobre el papel del partido en la insurrección. La historia probó que Lenin tenía razón: quienes toman el poder son las masas, y el soviet aporta la organización, pero el partido de clase es el arma más indispensable de la lucha por el poder. En julio de 1917 fue el partido el que no permitió que la clase obrera sufriera una derrota decisiva. En octubre de 1917, el partido condujo a la clase al poder. Sin esta dirección indispensable no se hubiera tomado el poder.
Lenin contra Stalin
¡Pero la revolución de Octubre llevó al estalinismo! grita la burguesía sacando su argumento «definitivo». Pero en realidad lo que llevó al estalinismo fue la contrarrevolución burguesa, la derrota de la revolución en Europa occidental, la invasión y el aislamiento internacional de la Unión soviética, el apoyo de la burguesía mundial a la burocracia nacionalista que se desarrollaba en Rusia contra el proletariado y los bolcheviques.
Es importante recordar que durante las semanas cruciales de octubre de 1917, como durante los meses previos, dentro del Partido bolchevique se manifestó una corriente que reflejaba el peso de la ideología burguesa, que se oponía a la insurrección, y de la que ya Stalin era el representante más peligroso.
Ya en marzo de 1917 Stalin había sido el principal vocero en el Partido de aquellos que querían abandonar su posición internacionalista revolucionaria, apoyar el Gobierno provisional y su política de continuación de la guerra imperialista, y reagruparse con los socialpatriotas mencheviques. Cuando Lenin llamó públicamente a la insurrección, Stalin, como editor del órgano de prensa del Partido, retrasaba intencionadamente la publicación de sus artículos, mientras publicaba las contribuciones de Kamenev y Zinoviev, que estaban en contra del alzamiento, y que a menudo rompían con la disciplina del Partido, como si se tratara de la posición oficial del Partido, razón por la cual Lenin amenazó con dimitir del Comité central. Stalin continuó pretendiendo que Lenin, que estaba por la insurrección inmediata y que ahora tenía al Partido detrás, y Kamenev y Zinoviev, que saboteaban abiertamente las decisiones del Partido, eran «de la misma opinión». Durante la insurrección, el aventurero político Stalin «desapareció» – en realidad para ver qué bando ganaba antes de reaparecer defendiendo su propia posición. La lucha de Lenin y el Partido contra el «estalinismo» en 1917, contra sus manipulaciones y el sabotaje tramposo a la insurrección (a diferencia de Zinoviev y Kamenev, pues, éstos, cuando menos, actuaban abiertamente), volvió a plantearse en el Partido los últimos días de la vida de Lenin, pero esta vez en condiciones infinitamente más desfavorables.
La cumbre más alta de la historia humana
Lejos de ser un banal golpe de Estado, como miente la clase dominante, la revolución de Octubre es el punto más alto que ha alcanzado hasta ahora la humanidad en toda su historia. Por primera vez una clase explotada tuvo el valor y la capacidad de tomar el poder arrebatándoselo a los explotadores e inaugurar la revolución proletaria mundial. Aunque la revolución pronto iba a ser derrotada en Berlín, Budapest y Turín, aunque el proletariado ruso y mundial tuvo que pagar un precio terrible por su derrota – el horror de la contrarrevolución, otra guerra mundial, y toda la barbarie hasta hoy – la burguesía todavía no ha sido capaz de borrar la memoria y las lecciones de este enorme acontecimiento.
Hoy, cuando la mentalidad y la ideología descompuesta de la clase dominante destila el individualismo, el nihilismo y el oscurantismo, el florecimiento de visiones reaccionarias del mundo, como el racismo y el nacionalismo, el misticismo, el ecologismo, una ideología que desprecia los últimos vestigios de creencia en el progreso humano, el faro que encendió la revolución de Octubre marca el camino. Octubre recuerda al proletariado que el futuro de la humanidad está en sus manos, y que esas manos, son capaces de cumplir su tarea. La lucha de clases del proletariado, la reapropiación por la clase obrera de su propia historia, la defensa y el desarrollo del método científico del marxismo, ese es el programa de Octubre. Ese es hoy el programa para el futuro de la humanidad. Como Trotski escribió en la conclusión de su gran Historia de la Revolución rusa:
“Tomado en su conjunto podemos resumir el ascenso histórico de la humanidad como una serie de victorias de la conciencia sobre las fuerzas ciegas: en la naturaleza, en la sociedad, en el hombre mismo. Hasta el presente, el pensamiento crítico y creador se ha apuntado sus mayores éxitos en la lucha contra la naturaleza. Las ciencias fisicoquímicas ya han llegado a un punto en que el hombre se dispone, evidentemente, a convertirse en amo de la materia. Pero las relaciones sociales se siguen desarrollando de una manera elemental. El parlamentarismo solo ilumina la superficie de la sociedad y eso de una manera bastante artificial. Comparada a la monarquía y otras herencias del canibalismo y el salvajismo de las cavernas, la democracia representa, por supuesto, una enorme conquista. Pero no modifica de ningún modo el juego ciego de las fuerzas en las relaciones mutuas de la sociedad. Precisamente en este dominio, el más profundo del inconsciente, la insurrección de Octubre ha sido la primera en poner las manos. El sistema soviético quiere introducir un fin y un plan en los fundamentos mismos de una sociedad, donde hasta entonces reinaban simples consecuencias acumuladas.»
[1]) Lenin, La Revolución rusa y la guerra civil.
[2]) Lenin, ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?
[3]) Lenin, Reunión del CC del POSDRb, 10-23 de octubre de 1917.
[4]) Lenin, Carta a los camaradas bolcheviques que participan en el Congreso de los Soviets de la región del Norte.
[5]) Lenin, Carta a los camaradas.
[6]) Lenin, Carta a la Conferencia de la ciudad de Petrogrado.
[7]) Trotski, Las lecciones de Octubre, escrito en 1924.
[8]) Idem.
[9]) Lenin, Tesis para un informe ante la Conferencia de Octubre...
[10]) Trotski, Las lecciones de Octubre.
[11]) Trotski, Historia de la Revolución rusa.
[12]) Idem.
[13]) Idem.
[14]) Lenin, ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?
[15]) Trotski, Historia de la Revolución rusa.
[16]) Idem.
[17]) Idem.
[18]) Lenin, Carta a los camaradas...
[19]) Trotski, Historia de la Revolución rusa.
[20]) Lenin, Consejos de un ausente.
[21]) Idem.
[22]) Trotski, Historia de la Revolución rusa.
[23]) Idem.
[24]) Trotski, Historia de la Revolución rusa.
[25]) Lenin, Carta al Comité central.
Links
[1] https://es.internationalism.org/en/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa
[2] https://es.internationalism.org/en/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
[3] https://es.internationalism.org/en/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923
[4] https://es.internationalism.org/files/es/conquista_soviets.pdf