Esta resolución fue adoptada a principios de mayo de 2025 por el 26º Congreso de la CCI. Como tal, sólo puede tener en cuenta los acontecimientos y situaciones anteriores a esa fecha. Evidentemente, esto es así para cualquier toma de posición sobre la situación internacional, pero en este caso es particularmente importante señalarlo porque actualmente asistimos a una rápida sucesión de acontecimientos particularmente espectaculares e imprevisibles, de gran importancia en los tres planos principales de esta situación: las tensiones imperialistas, la situación económica del capitalismo mundial y la relación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía. Debido a la especie de «tsunami» que afecta actualmente al mundo, el contenido y algunas de las posiciones adoptadas en esta resolución pueden parecer atrasados en el momento de su publicación. Por ello, más allá de los hechos que se mencionan en ella y que pueden verse eclipsados por nuevos desarrollos de la situación, es importante que proporcione un marco para comprender las causas, el significado y lo que está en juego en los acontecimientos que se desarrollan ante nuestros ojos.
Uno de los principales factores de las actuales convulsiones es, evidentemente, la toma de posesión de Donald Trump el 20 de enero de 2025, que ha conducido a un espectacular divorcio entre Estados Unidos y la casi totalidad de los países europeos miembros de la OTAN. Todos los «expertos» y dirigentes burgueses están de acuerdo en que la nueva política internacional de la burguesía estadounidense, en particular con respecto a la guerra en Ucrania, es un acontecimiento importante que marca el fin de la «Alianza Atlántica» y del «paraguas estadounidense», obligando a los antiguos «protegidos de Washington» a reorganizar su estrategia militar y a embarcarse en una frenética carrera armamentística. La otra gran decisión de la administración Trump es, evidentemente, el lanzamiento de una guerra comercial de una intensidad no vista desde hace casi un siglo. Muy rápidamente, en particular con la ola de pánico que recorrió los mercados bursátiles y los círculos financieros, Trump se vio obligado a dar marcha atrás parcialmente, pero sus decisiones brutales y contradictorias no pueden dejar de tener un impacto en el deterioro de la situación económica del capitalismo mundial. Estas dos decisiones fundamentales de la administración Trump han sido un factor muy importante en la evolución caótica de la situación mundial.
Pero estas decisiones deben entenderse también y sobre todo como manifestaciones de cierto número de tendencias históricas profundas que están actuando actualmente en la sociedad mundial. Incluso antes del hundimiento del bloque del Este y de la Unión Soviética (1989-1991), la CCI había planteado el análisis según el cual el capitalismo había entrado en una nueva fase de su decadencia, «la fase última (...) en la que la descomposición se convierte en un factor decisivo, si no el factor decisivo, de la evolución de la sociedad». Y los caóticos acontecimientos de los últimos meses no hacen sino confirmar esta realidad. La elección de Trump, con sus catastróficas consecuencias para la propia burguesía estadounidense, es el ejemplo mismo de la creciente incapacidad de la clase burguesa para dominar su juego político, como predijimos hace 35 años. Del mismo modo, el divorcio entre EE. UU. y sus antiguos aliados de la OTAN confirma otro aspecto de nuestro análisis de la descomposición: la gran dificultad en el período actual, si no la imposibilidad, de formar nuevos bloques imperialistas como condición previa para una nueva guerra mundial. Por último, otro aspecto que hemos subrayado, en particular desde nuestro 22º Congreso de 2017 -el impacto creciente del caos que se apodera cada vez más de la esfera política de la burguesía a nivel económico- ha encontrado una nueva confirmación en las convulsi,ones económicas provocadas por las decisiones del populista Trump.
Es, pues, en el marco de nuestro análisis de la descomposición que esta resolución intenta examinar más a fondo los retos del periodo histórico actual. Y este examen debe necesariamente tener en cuenta las consecuencias para la lucha de la clase obrera de los acontecimientos caóticos que afectan a la sociedad mundial.
1. «3. De hecho, del mismo modo que el capitalismo conoce diferentes períodos en su recorrido histórico - nacimiento, ascendencia, decadencia -, cada uno de esos períodos contiene también sus distintas fases. Por ejemplo, el período de ascendencia tuvo las fases sucesivas del libre mercado, de la sociedad por acciones, del monopolio, del capital financiero, de las conquistas coloniales, del establecimiento del mercado mundial. Del mismo modo, el período de decadencia ha tenido también su historia : imperialismo, guerras mundiales, capitalismo de Estado, crisis permanente y, hoy, descomposición. Se trata de diferentes expresiones sucesivas de la vida del capitalismo... ». (TESIS: La descomposición, fase última de la decadencia capitalista [1])1. Lo mismo puede decirse de la fase de descomposición propiamente dicha, que ha marcado una etapa cualitativa en el desarrollo de la decadencia; esta fase se encuentra ahora en su cuarta década, y desde principios de la década de 2020, con el estallido de la pandemia de Covid y el inicio de las guerras asesinas en Ucrania y Medio Oriente, ha alcanzado un nivel de aceleración que marca una nueva etapa significativa, en la que todas sus diversas manifestaciones interactúan y se intensifican mutuamente en lo que hemos denominado el efecto «torbellino».
2. Este análisis se ha confirmado plenamente desde el 25º Congreso de la CCI: la crisis económica, la guerra imperialista, la degradación ecológica y la creciente pérdida de control del aparato político de la burguesía se combinan y exacerban mutuamente, trayendo consigo la clara amenaza de la destrucción de la humanidad. Esta «policrisis» ya es reconocida por algunas de las instituciones más importantes de la clase dominante —como lo mostramos en el Informe sobre la Descomposición aprobado por el 25º Congreso de la CCI— pero estas instituciones son impotentes para proponer soluciones. En cambio, los elementos más irracionales de la clase dominante aumentan cada vez más, lo que se expresa significativamente por la victoria de Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses.
Trump es un producto evidente de la descomposición del sistema, pero la «lluvia de mierda» de medidas tomadas inmediatamente después de su ascenso al poder también demuestra que la llegada al cargo gubernamental de una fracción populista dirigida por un aventurero narcisista en el país más poderoso del planeta será un factor activo en la aceleración de la descomposición y de la pérdida mundial de control de la burguesía sobre su propio sistema.
3. El factor de la competencia y de la guerra imperialista están en el centro mismo de este vórtice mortal. Pero contrariamente a los argumentos de la mayoría de los grupos del medio político proletario, el efecto torbellino no conduce a una marcha disciplinada hacia nuevos bloques y una tercera guerra mundial. Al contrario, refuerza la tendencia al «cada uno para sí» que ya se estaba volviendo dominante tras el hundimiento del bloque imperialista ruso y la entrada definitiva en el periodo de descomposición a principios de los años 1990. Como predijimos en varios textos fundamentales escritos en aquella época, la desaparición del bloque del Este condujo al desmoronamiento del bloque dominado por Estados Unidos, a pesar de los diversos esfuerzos del imperialismo estadounidense por imponer su autoridad a sus antiguos aliados. Y hemos insistido en el hecho que este nuevo desorden mundial tomaría la forma de la propagación de guerras sin fin y cada vez más destructivas, que no son para nada menos peligrosas que un curso hacia la guerra mundial, precisamente por la ausencia de toda disciplina de bloque. Las últimas medidas que ha tomado Estados Unidos bajo el mandato de Trump encarnan una nueva etapa en el creciente caos que domina las rivalidades imperialistas en la fase de descomposición. Y mientras que el desorden mundial desencadenado por el colapso del bloque ruso en 1989-1991 estaba centrado en torno a una potencia económica y militar debilitada, el hecho de que el «nuevo desorden» tenga por epicentro a la primera potencia mundial presagia un hundimiento aún más profundo en el caos en el período venidero.
4. El eje central de los conflictos imperialistas a escala mundial sigue siendo el antagonismo entre Estados Unidos y China. A este nivel hay un fuerte elemento de continuidad con las administraciones Obama y Biden, considerando a China como el principal rival de la dominación estadounidense. Este desplazamiento del centro de los antagonismos imperialistas de Europa Occidental, como fue el caso durante la Guerra Fría, a la región del Pacífico, es un factor importante en la voluntad de Trump de reducir la «defensa de Europa» a un lugar mucho más modesto en la estrategia estadounidense. De manera general, la política que consiste en contener a China, cercándola con alianzas regionales e imponiendo límites a su expansión económica, continuará; aunque los medios tácticos concretos pueden diferir. Sin embargo, la impredicibilidad del enfoque de Trump podría traer consigo giros inesperados, desde intentos de apaciguar a Pekín hasta acciones abiertamente provocadoras en torno a Taiwán. En general, esta misma imprevisibilidad será un factor adicional de desestabilización de las relaciones internacionales.
5. En cambio la política de Trump hacia Ucrania representa una verdadera ruptura con la política exterior «tradicional» de Estados Unidos, basada en una enérgica oposición al imperialismo ruso. El intento de llegar a un acuerdo con Rusia sobre la guerra en Ucrania, que excluye a Europa y Ucrania, acompañado de la humillación pública de Zelensky en la Casa Blanca, marca un importante nuevo nivel en la división entre Estados Unidos y las principales potencias europeas, mostrando lo lejos que estamos de la formación de un nuevo «bloque Occidental». Este divorcio no es un acontecimiento puramente contingente, sino que tiene raíces mucho más profundas. El conflicto directo entre Estados Unidos y Europa ya se manifestó durante la guerra en Yugoslavia a principios de la década de 1990, con Francia y Gran Bretaña apoyando a Serbia, Alemania a Croacia y Estados Unidos a Bosnia. Hoy, en el punto culminante de este proceso, que en 2003 vio también cómo potencias europeas como Francia y Alemania se negaban a seguir a Estados Unidos en la invasión de Irak, Estados Unidos es percibido cada vez más como un nuevo enemigo, simbolizado por el voto de Estados Unidos con Bielorrusia, Corea del Norte y Rusia en contra de una resolución de la ONU el 24 de febrero condenando la invasión rusa, y por las amenazas abiertas de convertir a Canadá, Groenlandia y Panamá en propiedad de Estados Unidos, por la fuerza militar si fuera necesario. Como mínimo, Estados Unidos es percibido como un aliado poco fiable, lo que ha obligado a las potencias europeas a reunirse en una serie de conferencias de urgencia para considerar cómo pueden asegurar su «defensa». imperialista sin el paraguas militar de Estados Unidos. Sin embargo, las divisiones reales entre estas potencias -por ejemplo, entre los gobiernos dirigidos por partidos populistas o de extrema derecha que se inclinan hacia Rusia, y sobre todo entre Francia y Alemania en el corazón mismo de la Unión Europea- no deben subestimarse en tanto que obstáculo suplementario para la formación de una alianza europea estable. Y el actual régimen estadounidense hará sin duda todo lo posible por aumentar las divisiones entre los países de la Unión Europea, a los que Trump ha atacado explícitamente tratándolos de organización que ha sido creada para «joder a Estados Unidos».
6. Al mismo tiempo, de nuevo en clara discontinuidad con el enfoque de la anterior Administración estadounidense y de las principales potencias europeas, que han abogado por una «solución de dos Estados» al conflicto entre Israel y Palestina, el régimen de Trump está apoyando abiertamente las políticas anexionistas del gobierno de derecha de Israel al eliminar las sanciones contra las acciones violentas de los colonos de Cisjordania, también nombrando a Mike Huckabee -quien declara que «Judea y Samaria» fueron dadas a Israel por Dios hace 3 000 años- como embajador de Estados Unidos en Israel, y sobre todo llamando a la limpieza étnica de casi dos millones de palestinos de Gaza y transformando toda la zona en un paraíso para la especulación inmobiliaria. Esta política, a pesar de su importante contenido fantasioso, sólo puede perpetuar e intensificar los conflictos que ya se están intensificando y extendiendo por todo Oriente Medio, más claramente en Yemen, Líbano y Siria, donde la guerra interna está lejos de terminar a pesar del reemplazo del régimen de Assad, y donde Israel ha estado llevando a cabo más ataques aéreos devastadores que en general se perciben como una advertencia a Turquía. En particular, el cheque en blanco que Trump ha entregado al gobierno de Netanyahu también contiene la probabilidad de nuevos enfrentamientos directos entre Israel e Irán.
7. Mientras tanto, otros conflictos imperialistas se están gestando o ya se están agravando, particularmente en África, donde el Congo, Libia y Sudán se han convertido en verdaderos escenarios de masacres y hambrunas. África es otro ejemplo de conflictos locales alimentados por una desconcertante variedad de estados regionales (como Ruanda en el Congo) y por los grandes padrinos imperialistas (Estados Unidos, Francia, China, Rusia, Turquía, etc.) que pueden ser aliados en un conflicto y enemigos en otro.
A pesar de que la búsqueda de materias primas vitales es un aspecto clave de muchos de estos conflictos, la principal característica de todas estas guerras es que cada vez aportan menos beneficios ya sean económicos o estratégicos para todos sus protagonistas. Sobre todo, no apuntan a una solución a la crisis económica mundial a través de la desvalorización del capital o la reconstrucción de las economías arruinadas, como dicen muchos de los grupos del Medio Político Proletario. La visión economicista de estos grupos simplemente ignora la verdadera dirección del capitalismo en sus etapas finales, que es hacia la destrucción de la humanidad y no hacia una nueva etapa en el ciclo de acumulación.
8. La creciente interacción entre la crisis económica y la rivalidad imperialista, y de los efectos de la descomposición en el estado de la economía mundial, se ilustran claramente con la avalancha de aranceles decretados por el régimen de Trump. Esta «declaración de guerra» al resto de las economías del mundo, dirigida a los vecinos cercanos y a los antiguos aliados, así como a los enemigos declarados, puede ser vista como un intento de Estados Unidos de demostrar su poder como un gigante imperialista capaz de valerse por sí solo sin tener que rendir cuentas a ningún otro Estado u organismo internacional. Pero también se basa en una «estrategia» económica que cree que los EE.UU. pueden prosperar mejor socavando o arruinando a todos sus rivales económicos. Se trata de un enfoque puramente suicida que será inmediatamente contraproducente para la economía y los consumidores estadounidenses a través del aumento de los precios, la escasez, el cierre de empresas y los despidos. Y, por supuesto, una severa recesión en Estados Unidos no podía dejar de tener implicaciones mundiales. En particular, varios economistas han advertido del peligro de que Estados Unidos incumpla el pago de su enorme deuda nacional, la mayor parte de la cual está en «propiedad» de Japón y del principal rival norteamericano: China; y es evidente que una suspensión de pagos de EE.UU. no solo causaría un daño incalculable a la economía mundial, sino que inevitablemente se extendería a la esfera de la rivalidad imperialista entre EE.UU. y China. Todo esto demuestra que la política de America First del régimen de Trump está en completa contradicción con el carácter «globalizado» de la economía mundial en la que los propios EE.UU. han sido la fuerza más activa, en particular tras el hundimiento del bloque del Este a principios de los años 90; También marca un retorno a las medidas proteccionistas que las burguesías más poderosas han abandonado en gran medida desde que demostraron su fracaso absoluto para gestionar la crisis económica mundial en la década de 1930. El actual intento de los EE.UU. de desmantelar los últimos vestigios políticos y militares del orden imperialista mundial establecido en 1945 se desarrolla en paralelo a medidas que amenazan claramente todas las instituciones globales creadas a raíz de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial para regular el comercio mundial y contener la crisis de sobreproducción.
9. Por lo tanto, no sorprende que las bolsas de valores mundiales hayan reaccionado con creciente pánico a los aranceles de Trump, mientras numerosos «expertos» económicos han predicho una recesión mundial, brutales guerras comerciales (que ya se están gestando, en particular entre Estados Unidos y China), una inflación vertiginosa e incluso un «invierno nuclear económico»2. Estas reacciones obligaron a Trump a dar marcha atrás en algunas de sus amenazas económicas, pero es poco probable que se pueda seguir confiando en la nueva Administración estadounidense como garante de la estabilidad económica; al contrario. Los temores expresados por los «mercados» están bien fundados, pero los revolucionarios también deben dejar claro que, si bien son sin duda un severo factor agravante de la profundización de la crisis económica, no son su causa última. La enfermedad subyacente de la economía mundial debe atribuirse a la crisis mundial de sobreproducción, que en esencia ha sido permanente desde 1914 y que también tiene una evolución histórica antes del punto extremo que ahora está alcanzando. Mucho antes del anuncio de los aranceles de Trump, las principales economías mundiales, en particular Alemania y China, así como Estados Unidos, ya se hundían en un atolladero económico, expresado en el cierre de fábricas en sectores clave, niveles de deuda inmanejables, el aumento de precios en muchos países, el creciente desempleo juvenil, etc. El fin del «milagro económico» chino es particularmente significativo porque, a diferencia de la situación creada por la crisis financiera de 2008, China ya no podrá desempeñar el papel de «locomotora mundial».
10. La crisis mundial de sobreproducción, como predijo Rosa Luxemburgo, es el resultado de la reducción de una zona «externa» hacia la que el capitalismo pueda expandirse. Estas áreas de la economía pre capitalista eran todavía considerables cuando Rosa Luxemburgo presentó su tesis, y todavía tenían algunas posibilidades en la fase de la «globalización», especialmente a través de la capitalización de China y otras economías del Lejano Oriente. Pero hoy, incluso si los capitalistas continúan mirando con avidez las áreas económicas pre capitalistas restantes, especialmente en India y África, será cada vez más difícil explotarlas debido a la aceleración de la descomposición a través de las guerras locales y la destrucción ecológica. Otros elementos «superestructurales» también entran en el callejón sin salida histórico del sistema:
a) El enorme peso de la deuda mundial, la medicación para la sobreproducción que solo puede envenenar al paciente, y que, como en 2008, amenaza constantemente con explotar en forma de inestabilidad financiera generalizada. Y como ya señaló la CCI en la década de 1980, estamos asistiendo al crecimiento de una «economía de casino», que adopta la forma de especulación desenfrenada y expresa una brecha cada vez mayor entre el valor real y el capital ficticio. Un ejemplo llamativo de esto es la propagación del bitcoin y otras «criptomonedas» similares, diseñadas para evadir el control centralizado y actuar, así como otro factor potencialmente desestabilizador para la economía mundial.
b) El creciente impacto de los desastres ecológico, que se han convertido en un «costo de producción» cada vez más destructivo.
c) El crecimiento exponencial del problema de los refugiados, frecuentemente producto de la guerra y de la catástrofe ecológica, y que enfrenta a la burguesía con un problema insoluble, ya que por un lado no puede permitirse integrar a esta masa de migrantes en una economía enferma, mientras que por el otro, no puede permitirse perder esta fuente de mano de obra barata y se encontrará con que una política de deportaciones forzadas como la que ahora ha establecido la Administración Trump costará miles de millones de dólares.
d) Sobre todo, a medida que se intensifica la opción a la guerra, la economía mundial se ve cada vez más obligada a soportar el enorme peso del creciente impacto del militarismo, que en algunos momentos puede dar la ilusión de «crecimiento económico» pero que, como ya señaló la Izquierda Comunista de Francia después de la Segunda Guerra Mundial, representa una pura pérdida para el capital global. Y la guerra abierta en sí misma tiene un impacto directo en la economía mundial, tipificado por el aumento de los costos de transporte marítimo como resultado de los ataques directos a los barcos en el Mar Negro y el Mar Rojo
El resultado inevitable de la profundización de la crisis, y en particular del desarrollo de una economía de guerra, serán ataques sin precedentes contra las condiciones de vida del proletariado y las masas empobrecidas. La burguesía de los países europeos ya está hablando abiertamente de la necesidad de más recortes en la asistencia social para pagar el «gasto en defensa».
11. En lo que respecta a la crisis ecológica, las interminables rondas de conferencias internacionales no han logrado que el mundo se aproxime siquiera a sus compromisos de reducción de carbono; al contrario, el objetivo de 1.5 grados respecto al límite del aumento de las temperaturas ya ha sido declarado un fracaso por varios científicos del clima. Año tras año, investigaciones científicas sólidas ofrecen claros indicadores de que la crisis climática ya está aquí: cada año se declara “el más caluroso registrado”, el deshielo de los casquetes polares alcanza niveles alarmantes y cada vez desaparecen más especies de plantas y animales, como algunos insectos, que son indispensables para la cadena alimentaria y el proceso de polinización. Además, la crisis no solo se evidencia en los países periféricos, sino que aumenta la crisis mundial de refugiados a medida que más regiones del planeta se vuelven inhabitables por sequías o inundaciones. Ahora se está desplazando de la periferia al centro, como lo demuestran los incendios forestales en California y las inundaciones en Alemania y España. La negación de Trump de la crisis climática se ha materializado de inmediato en la labor de la nueva Administración: el propio término «cambio climático» se elimina de los documentos gubernamentales y se recorta drásticamente la financiación para la investigación sobre el problema; se eliminan las restricciones a las emisiones y a los proyectos de extracción de combustibles fósiles bajo el lema «drill baby drill» (perfora tío, perfora); Estados Unidos se retira de los acuerdos internacionales sobre el clima. Todo esto dará un nuevo impulso mundial a la visión negacionista, un pilar central de los partidos populistas, que están en auge por doquier. Lo mismo ocurre con la retirada de Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud y el nombramiento de Robert Kennedy, un firme anti vacunas, al frente del Departamento de Salud estadounidense, cuando nos enfrentamos a la amenaza de nuevas pandemias (como la gripe aviar). Estas pandemias son otro producto de la ruptura de la relación entre la humanidad y la naturaleza, que el capitalismo ha llevado a su punto más extremo en la historia. Estas medidas que esconden la cabeza como el avestruz solo aumentarán el peligro. Pero la actitud suicida de los populistas ante la creciente crisis ecológica es, en esencia, solo un reflejo de la absoluta impotencia de todas las facciones de la clase dominante ante la destrucción de la naturaleza, puesto que ninguna de ellas puede existir sin un compromiso con el «crecimiento» infinito (es decir, la acumulación a cualquier precio), incluso cuando pretenden que no hay contradicción entre el crecimiento capitalista y las políticas verdes. La burguesía, como clase, tampoco puede desarrollar soluciones verdaderamente globales a la crisis ecológica, las únicas que tienen sentido. Ninguna facción de la clase dominante puede trascender el marco nacional, como tampoco puede exigir el fin de la acumulación de capital. Por lo tanto, el avance de la crisis ecológica solo puede acelerar la tendencia hacia conflictos militares caóticos, a medida que cada nación intenta salvar lo que puede ante la disminución de recursos y la acumulación de desastres. Y lo contrario también es cierto: la guerra, como ya se ha constatado en los conflictos de Ucrania y Medio Oriente, es en sí misma un factor creciente de la catástrofe ecológica, ya sea por las enormes emisiones de carbono necesarias para producir y mantener equipo militar, o por la contaminación del aire y el suelo mediante el uso de armamento cada vez más destructivo, que en muchos casos es una táctica deliberada destinada a debilitar el suministro de alimentos u otros recursos del enemigo. Mientras tanto, la amenaza de un desastre nuclear —ya sea por la destrucción de centrales nucleares o por el uso de armas nucleares tácticas— acecha constantemente. La interacción entre la guerra y la crisis ecológica es otra ilustración patente del efecto torbellino.
12. El retorno de Trump es una expresión clásica del fracaso político de las facciones de la clase dirigente que tienen una comprensión más lúcida de las necesidades del capital nacional; por lo tanto, es una clara expresión de una pérdida más general del control político por parte de la burguesía estadounidense, pero esta es una tendencia global y es particularmente significativo que la ola populista esté teniendo un impacto en otros países centrales para el capitalismo: así, hemos visto el ascenso de la AfD en Alemania, el RN de Le Pen en Francia y Reform UK en el Reino Unido. El populismo es la expresión de una fracción de la burguesía, pero sus políticas incoherentes y contradictorias expresan un nihilismo y una creciente irracionalidad que no sirven a los intereses generales del capital nacional. El caso de Gran Bretaña, que ha sido dirigida por una de las burguesías más inteligentes y experimentadas, y que se pegó un tiro en el pie con el Brexit es un claro ejemplo. Las políticas internas y externas de Trump no serán menos perjudiciales para el capitalismo estadounidense: en términos de política exterior, al alimentar el conflicto con sus antiguos aliados mientras corteja a sus enemigos tradicionales, pero también a nivel doméstico, a través del impacto de su «programa» económico autodestructivo. Sobre todo, la campaña de venganza contra el «Deep State» y las «élites liberales», la focalización con cietas minorías y la «guerra anti-woke» darán lugar a enfrentamientos entre facciones de la clase dominante que podrían llegar a ser extremadamente violentos en un país donde una enorme proporción de la población posee armas; el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 palidecería en comparación. Y ya podemos ver, de forma embrionaria, los inicios de una reacción de parte de la burguesía que más tiene que perder con las políticas de Trump (por ejemplo, el estado de California, la Universidad de Harvard, etc.). Tales conflictos conllevan la amenaza de arrastrar a gran parte de la población y representan un peligro extremo para la clase obrera, para los esfuerzos por defender sus intereses de clase y forjar su unidad contra todas las divisiones que le inflinge la desintegración de la sociedad burguesa. Las recientes manifestaciones «Hands Off» organizadas por el ala izquierda del Partido Demócrata son un claro ejemplo de este peligro, ya que han logrado canalizar ciertos sectores y reivindicaciones de la clase obrera hacia una defensa general de la democracia contra la dictadura de Trump y compañía. De nuevo, aunque estos conflictos internos puedan ser especialmente agudos en EE.UU., son producto de un proceso mucho más amplio. El capitalismo decadente ha confiado durante mucho tiempo en el aparato estatal para evitar que esos antagonismos desgarren la sociedad, y en la fase de descomposición el Estado capitalista también se ve obligado a recurrir a las medidas más dictatoriales para mantener su dominación. Pero al mismo tiempo, cuando el propio aparato estatal se ve desgarrado por violentos conflictos internos, se produce un fuerte impulso hacia una situación en la que «el centro no puede sostenerse, la anarquía se desata por el mundo», como dijo el poeta WB Yeats. Los «Estados fallidos» que vemos más claramente en el Medio Oriente, África y el Caribe son una imagen de lo que ya se está gestando en los centros más desarrollados del sistema. En Haití, por ejemplo, la maquinaria oficial del Estado es cada vez más impotente frente a la competencia de las bandas criminales, y en algunas partes de África, la competencia entre bandas ha alcanzado el paroxismo de la «guerra civil». Pero en los propios Estados Unidos, la actual dominación del Estado por el clan Trump se asemeja cada vez más al gobierno de una mafia, con su abierta adhesión a los métodos del chantaje y las amenazas.
13. La irracionalidad expresada por el populismo es, en el fondo, expresión de la irracionalidad de un sistema que ha superado hace tiempo su utilidad para la humanidad. Por tanto, es inevitable que el conjunto de la sociedad burguesa en descomposición se vea cada vez más asolada por una plaga de enfermedades mentales que a menudo se expresa en violencia asesina. La propagación de las atrocidades terroristas desde las principales zonas de guerra hasta las capitales occidentales fue uno de los primeros signos del inicio de la fase de descomposición, pero el acoplamiento de la actividad terrorista con las ideologías más irracionales se ha hecho cada vez más evidente a medida que esta fase ha ido avanzando y acelerándose. Así, las ideologías que más a menudo inspiran los actos terroristas, ya sean perpetrados por islamistas radicales o por neonazis, no son más que la expresión concentrada de creencias mucho más extendidas, incluidas las creencias en todo tipo de teorías conspirativas y en un apocalipsis inminente, todo lo cual ofrece una imagen peligrosamente distorsionada de cómo funciona realmente el capitalismo y de cómo se está deslizando en realidad hacia el abismo. También es característico que algunos de los actos de asesinato masivo más recientes —como el uso de autos como armas en ciudades alemanas, o los horribles asesinatos de niños en Southport que desencadenaron los disturbios racistas del verano de 2024 en Gran Bretaña— hayan estado más o menos desvinculados de cualquier organización terrorista real o incluso de cualquier ideología justificativa, expresando en su lugar los impulsos suicidas de individuos profundamente perturbados. En otros lugares, estos impulsos adoptan la forma de una creciente violencia contra las mujeres, las minorías sexuales y los niños. Está claro que la clase obrera no es inmune a este azote, que actúa directamente en contra de las necesidades de la lucha de clases: la necesidad de solidaridad y unidad y de un pensamiento coherente que pueda conducir a una verdadera comprensión del funcionamiento del capitalismo y de su evolución.
14. El polo que conduce al caos y al colapso es, pues, cada vez más visible. Pero hay otro polo, el de la lucha de clases, del que da testimonio la «ruptura» desde 2022, que no es un relámpago en un cielo sereno, sino que tiene una profundidad histórica basada en el hecho de que el proletariado de los principales centros del sistema no ha sufrido una derrota decisiva y en la existencia de un largo proceso de maduración subterránea de la conciencia. Pero también sigue adoptando una forma mucho más abierta, como muestra el ejemplo de Bélgica. En Estados Unidos, las políticas de Trump conducirán a un rápido aumento de la inflación, socavando las promesas hechas a los trabajadores en particular; y el intento de recortar puestos de trabajo en la administración del Estado ya está dando lugar a una resistencia de clase embrionaria. En Europa, la demanda de la burguesía de sacrificarse en nombre de la reactivación de la máquina de guerra se encontrará sin duda con una seria resistencia de una clase obrera no derrotada. Los movimientos de clase que caracterizan la ruptura reafirman la centralidad de la crisis económica como principal estímulo de la lucha de clases. Pero al mismo tiempo, la proliferación de la guerra y el creciente costo de la economía de guerra, especialmente en los principales países de Europa, será un factor importante en la futura politización de la lucha, por la que la clase obrera podrá establecer un vínculo claro entre los sacrificios que exige la economía de guerra y los crecientes ataques a su nivel de vida, y en última instancia integrar todas las demás amenazas derivadas de la descomposición en una lucha contra el sistema en su conjunto.
15. A pesar de la profundidad de la nueva fase de la lucha de clases, es esencial no concebir su desarrollo como paralelo e independiente del polo de caos y destrucción. El peligro real de que la clase obrera esté cada vez más desorientada por los efectos de la atomización social, la creciente irracionalidad y el nihilismo es la prueba más clara de ello. Será difícil evitar verse arrastrada por la rabia visceral y la frustración de la población en general, y reaccionar ante la catástrofe, la represión, la corrupción, la inseguridad social y la violencia, como hemos visto en las recientes manifestaciones y revueltas en Estados Unidos, Serbia, Turquía, Israel y otros lugares. La clase dominante es perfectamente capaz de utilizar los efectos de la descomposición de su propio sistema contra la clase obrera: explotando las divisiones «culturales» (wokismo contra antiwokismo, etc.); luchas parciales que reaccionan ante la agravación de la opresión y la discriminación contra ciertos sectores de la sociedad; campañas contra la inmigración, etc. Especialmente peligrosas son las renovadas campañas de «resistencia democrática» contra el «peligro del fascismo, el autoritarismo y las oligarquías», cuyo objetivo es desviar la ira contra un sistema en perdición hacia Trump, Musk, Le Pen y el resto de populistas y extrema derecha, que no son más que la expresión caricaturesca de la putrefacción del capitalismo. El ala de derecha de la burguesía también puede hacer sus llamamientos a la democracia frente a las maquinaciones del «Deep state», uno de los temas favoritos de Trump que ahora encuentra eco en Francia tras la decisión judicial de prohibir a Le Pen presentarse a las próximas elecciones presidenciales. Pero la «defensa de la democracia» es la especialidad del ala izquierda y extrema izquierda del aparato político. Además, anticipándose al desarrollo de la lucha de clases, la extrema izquierda y los sindicatos han radicalizado su lenguaje y su actitud: vemos a los trotskistas y a los anarquistas oficiales blandir la bandera de un falso internacionalismo en relación con las guerras de Ucrania y Gaza, y a veces la izquierda ha tomado la dirección de los sindicatos, como ocurrió en las luchas del Reino Unido. Asistiremos también a una renovación de su discurso y actividad en los próximos años, dirigida a canalizar el potencial de maduración de la conciencia proletaria, que implica necesariamente un proceso desigual de avances y retrocesos, hacia un terreno burgués que sólo puede conducir a la derrota y a la desmoralización.
16. La ruptura con la pasividad de las últimas décadas estimula también el proceso de reflexión a escala internacional entre las diferentes capas de la clase, particularmente evidente en forma de la emergencia de minorías de búsqueda. Es en este ámbito donde vemos más claramente la capacidad de la clase obrera para plantearse cuestiones más amplias sobre el futuro de este sistema, en particular en torno a la cuestión de la guerra y el internacionalismo. Sin embargo, el potencial de estas minorías para avanzar hacia posiciones revolucionarias sigue siendo frágil, debido a una serie de peligros:
La actividad revolucionaria no tiene sentido sin la lucha por la construcción de una organización política capaz de combatir la ideología dominante en todas sus formas. El periodo que se avecina exige un análisis lúcido de la evolución de la situación internacional, una capacidad de anticipar los peligros centrales a los que el proletariado se enfrentará, pero también de reconocer el desarrollo real de la lucha y de la conciencia de clase, sobre todo cuando esta última evoluciona de una manera ampliamente «subterránea» escapando a quienes se fijan en las apariencias inmediatas.
Las organizaciones revolucionarias deben actuar como polo de atracción para los elementos en búsqueda y como faro de claridad programática y organizativa, sobre la base de los logros históricos de la Izquierda comunista. Deben comprender que el trabajo de construcción de un puente hacia el futuro partido mundial es una lucha que se librará durante un largo período y que exigirá una lucha persistente contra el impacto de la descomposición capitalista en sus propias filas a través de concesiones al democratismo, al localismo, al cada uno para sí, etc. La persistencia de un profundo oportunismo y del sectarismo en el seno del Medio Proletario subraya la responsabilidad única de la CCI en el esfuerzo de preparar las condiciones para el surgimiento del partido de la revolución comunista.
CCI (10 / 05 / 2025
1 Tesis sobre la descomposición [1] Revista Internacional 107
2 Un multimillonario partidario de Trump advierte sobre un «’invierno nuclear económico’ por los aranceles». BBC News online, 7.4.25