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Manifiesto sobre la Crisis Ecológica

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¿Es posible detener la destrucción?

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El estado del planeta es catastrófico. El clima se calienta más rápido de lo previsto por los científicos, provocando incendios, sequías, tormentas, inundaciones... Los océanos se acidifican, y con ellos las precipitaciones; la vegetación bajo el agua o en tierra sufre las desastrosas consecuencias. La deforestación mundial bate récords cada año y el asfalto cubre cada vez más la tierra. La contaminación lo cubre todo: gases de efecto invernadero, pesticidas en el suelo, partículas de plástico en los mares, moléculas farmacéuticas en los ríos.... ¡hasta el punto de que los peces dopados con estrógenos cambian de sexo!

La consecuencia directa de la actividad humana es devastadora: cada año desaparecen 26.000 especies. Cada vez más investigadores prevén la sexta ola de extinción masiva (la anterior, la quinta, fue la de los dinosaurios, hace 66 millones de años). "Si las abejas desaparecieran de la faz de la Tierra, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida". Aunque Einstein nunca llegó a pronunciar esta frase, la poderosa idea no deja de ser cierta: los insectos alimentan al mundo (aves, reptiles, mamíferos, plantas) y polinizan el 75% de los cultivos y el 80% de las plantas silvestres. Su desaparición gradual es una amenaza directa para los ecosistemas naturales y la capacidad de la humanidad para alimentarse.

La especie humana ya está sufriendo masivamente esta destrucción del planeta. Cada año, las catástrofes "naturales" vinculadas al calentamiento global obligan a decenas de millones de personas a exiliarse; la contaminación atmosférica provoca millones de muertes "prematuras" y más de dos mil millones de seres humanos son torturados por la falta de agua. La pandemia del Covid 19, que según la Organización Mundial de la Salud mató a 7 millones de personas entre 2019 y 2021 (15,9 millones según los demógrafos), y que ha reducido la esperanza de vida mundial en un año y medio, también tiene que ver en parte con la crisis ecológica. Esta pandemia ha puesto de manifiesto el vínculo entre la destrucción de la naturaleza y la amenaza para la salud humana. Según la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), el 70% de las enfermedades emergentes (Zika, Ébola, Nipah, etc.) y casi todas las pandemias conocidas (por ejemplo, gripe, VIH, Covid-19) tienen su origen en zoonosis (enfermedades causadas por infecciones de origen animal). Las causas subyacentes de estas pandemias son las mismas que asolan la naturaleza: deforestación y destrucción de los ecosistemas naturales, comercio y consumo de especies salvajes, etc.

En 2009, un equipo internacional de veintiocho investigadores dirigido por Johan Rockström, científico sueco de fama mundial estableció nueve "límites planetarios" que la humanidad no debería sobrepasar si no quiere comprometer las condiciones de su supervivencia:

1. Cambio climático

2. Erosión de la biodiversidad

3. Alteración de los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno y el fósforo.

4. Cambios en el uso del suelo

5. Acidificación de los océanos.

6. Uso global del agua

7. Agotamiento de la capa de ozono.

8. La introducción de nuevas entidades en el medio ambiente (metales pesados, compuestos sintéticos y radiactivos...)

9. Y la concentración de aerosoles en la atmósfera.

Seis de estos nueve "límites planetarios" ya se han superado (y dos de ellos no se pueden medir). La magnitud de la catástrofe en curso es tal que el propio Foro de Davos se ve obligado a reconocer que "La pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas se consideran uno de los riesgos mundiales de deterioro más rápido de la próxima década (...). La combinación de fenómenos meteorológicos extremos y suministros limitados podría transformar la actual crisis del coste de la vida en un escenario catastrófico de hambre y angustia para millones de personas (…). La interacción entre los efectos del cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la seguridad alimentaria y el consumo de recursos naturales acelerará el colapso de los ecosistemas".

Lo que está en juego no es la vida en la Tierra como tal. Ya ha sido capaz de desarrollarse en condiciones mucho más hostiles, de recuperarse tras olas de extinción masiva aún más extensas que las actuales; se puede encontrar vida en el fondo de los océanos, bajo la tierra, en todas las superficies. No, lo que está amenazado es la especie humana. El modo en que funciona la sociedad actual acabará por hacer que la Tierra sea inhabitable para la humanidad.

Todas las "soluciones" a la crisis ecológica propuestas por la clase dominante son inútiles porque los problemas a los que nos enfrentamos están integrados en el sistema global que domina el planeta: el sistema capitalista, que vive de la explotación y la búsqueda de beneficios. Explotación de la fuerza de trabajo humana a través de la relación salarial; explotación de la naturaleza, a la que considera un don gratuito que puede saquear a su antojo. Y aunque el capitalismo ha producido los medios científicos y tecnológicos que podrían servir para liberar a la humanidad de la pobreza y del trabajo alienado, el choque entre este potencial productivo y la motivación misma de la producción se ha hecho permanente. El capitalismo ha sido una forma de sociedad obsoleta y decadente durante más de cien años. Esta larga decadencia ha alcanzado ahora una fase terminal, un callejón sin salida en el que la guerra, las crisis de superproducción y la destrucción ecológica han llegado a un punto en el que todas estas manifestaciones del callejón sin salida actúan unas sobre otras para producir un terrible torbellino de destrucción. Pero hay una alternativa a la pesadilla que está realizando el capitalismo: la lucha internacional de la clase explotada por el derrocamiento del capitalismo y la construcción de una sociedad comunista mundial.

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Manifiesto Crisis Ecológica

Los estragos de la guerra

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Los estragos de la guerra

Desde 1914, la guerra se ha convertido en una constante en todos los continentes. Doscientos conflictos, doscientos millones de muertos, ¡Dos ciudades arrasadas por bombas atómicas! Napalm, armas químicas y bacteriológicas, bombas de racimo, drones asesinos... la última tecnología al servicio de la barbarie.

El siglo XX ha sido repetidamente calificado como el siglo más bárbaro de la historia de la humanidad. Pero el siglo XXI está en camino de ocupar un lugar aún más alto en los anales del horror: tras haber comenzado con los atentados a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, el caos se ha extendido de una región a otra: Irak, Afganistán, Siria, Libia, Congo, Ucrania, Israel/Palestina... y quizás mañana Taiwán.

La guerra se ha convertido en el centro de gravedad de toda la sociedad, al punto que centra toda la investigación científica: . microondas, productos liofilizados, latas de comida, jeringuillas autoinyectables, GPS, gafas de aviador, Internet... la lista de objetos producidos por la investigación militar es interminable. La Primera Guerra Mundial dio origen a una economía de guerra permanente: en una lucha feroz, los gobiernos tuvieron que centrar su industria e investigación científica en este ámbito de destrucción y muerte. Desde entonces ha sido la guerra la que estructura a la sociedad. Hoy en día, el gasto militar mundial supera los 2,4 billones de dólares al año. ¡Esta cifra aumenta constantemente y será aún mayor mañana!

La guerra mata, se cobra la vida de millones de personas. Pero también aniquila todas las demás formas de vida. Los campos de batalla son páramos desolados; la flora y la fauna son aniquiladas.

Cada guerra causa un desastre ambiental que dura siglos: metales pesados, productos químicos y elementos radiactivos permanecen durante siglos, incluso milenios. Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial aún se sienten hoy. El plomo y el mercurio provenientes de la degradación de las municiones contaminan las capas freáticas dondequiera que hubo trincheras. En Francia, debido a los proyectiles enterrados, ¡120.000 hectáreas de campos de batalla siguen siendo inservibles para cualquier actividad humana! Durante la guerra de Vietnam en la década de 1960, el ejército estadounidense utilizó deliberadamente un herbicida ultratóxico (Agente Naranja) para destruir la vegetación y facilitar la detección de las fuerzas del Viet Cong. ¡Este producto químico destruyó todos los bosques en el 20% del sur del país y continúa contaminando el medio ambiente y la población! ¿Y la energía nuclear? Todos los estados con armamento nuclear realizan pruebas, unas 2000 actualmente, que están causando un aumento considerable de cáncer en la población «local».

El conflicto en Ucrania es un concentrado de todas estas fuerzas destructivas. Además de los cientos de miles de muertes en ambos bandos, el riesgo de catástrofe nuclear en la central de Zaporiyia hace temblar al mundo; los edificios derrumbados liberan por todas partes cantidades incalculables de asbesto al aire; tanques, armas y equipos médicos abandonados representan toneladas de residuos altamente contaminantes. Solo una cifra: si bien el país alberga el 35% de la flora y fauna de Europa, casi el 30% de sus bosques ya han sido destruidos.

En Ucrania, la destrucción del medio ambiente es un arma de guerra. La explosión de la presa de Kajovka el 6 de junio de 2023 es prueba de ello: miles de hectáreas de tierras de cultivo y reservas naturales fueron destruidas, polígonos industriales inundados, lo que provocó que el agua de la presa se mezclara con diversos productos químicos, hidrocarburos y aguas residuales, etc. La devastación de Gaza por el ejército israelí está teniendo efectos similares en el medio ambiente, mientras masacra y mata de hambre a decenas de miles de personas. Las guerras actuales demuestran que esta estrategia de tierra quemada se ha reforzado: destruir los recursos naturales de un entorno para matar de hambre a su adversario. Este también fue uno de los objetivos del uso del napalm en Vietnam.

Y para rizar el rizo, el colosal gasto militar que se avecina incluso llevará a los gobiernos a abandonar sus compromisos insignificantes con el clima: recortes drásticos en los programas de reducción de emisiones de CO2, en la investigación de energías alternativas, etc.

Este es el mundo tal como ha sido desde 1914, un mundo en guerra permanente que devora recursos y quema regiones enteras. Si no se hace nada para detener esta dinámica, los estados continuarán su matanza y los focos de guerra se extenderán hasta consumirlo todo.

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Manifiesto Crisis Ecológica

Frente a la crisis ecológica…. ¿Pueden los estados capitalistas cambiar su perspectiva?

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Frente a la crisis ecológica…. ¿Pueden los estados capitalistas cambiar su perspectiva?

En 1972, se celebró en Estocolmo (Suecia) la Cumbre de la Tierra, la primera gran conferencia internacional sobre medio ambiente. Bajo el patrocinio de las Naciones Unidas, los 113 Estados presentes se comprometieron a combatir la contaminación. Se adoptó una declaración de 26 principios, un plan de acción con 109 recomendaciones y se creó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

En 1992, en la tercera Cumbre de la Tierra, se reforzaron las medidas internacionales en favor del medio ambiente: la protección del planeta se consideró oficialmente esencial para el futuro de la humanidad. 196 Estados ratificaron la Convención, lo que les exigió reunirse anualmente para perseverar en sus esfuerzos. Estas importantes reuniones anuales se conocen como las Conferencias de las Partes (COP para el Cambio Climático). La primera conferencia, conocida como COP 1, se celebró en Berlín en 1995.

Al mismo tiempo, a partir de 1988, los mismos 196 Estados, las Naciones Unidas y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) formaron el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Cada nuevo informe acaparaba titulares, y los científicos, sistemáticamente, escogían palabras contundentes para advertir sobre la gravedad de la situación. El primer informe, publicado en 1990, afirmaba: “Nuestros cálculos muestran con certeza que el CO2 es responsable de más de la mitad del aumento del efecto invernadero en la Tierra (...). Si se mantiene la situación actual, predecimos un aumento de +0,3° por década en la temperatura media global (...); este es un aumento de la temperatura media nunca antes visto en los últimos 10,000 años”.

En realidad, cada año que pase serán  peores las previsiones, cada informe del IPCC subrayará esta gravedad de forma cada vez más alarmante y cada vez más todos los estados anunciarán nuevas medidas.

Cabe señalar que este es un problema real para todos los países del mundo: el impacto del calentamiento global está provocando un aumento considerable de los desastres naturales, con un coste económico cada vez más astronómico. En los últimos 20 años, las pérdidas financieras causadas por condiciones climáticas extremas se han triplicado, alcanzando los 2,521 billones de euros. En términos más generales, estos desastres desestabilizan regiones enteras, destruyendo el tejido económico y obligando a poblaciones enteras al exilio. Los picos de contaminación están paralizando un número creciente de mega ciudades, lo que obliga a restringir los viajes. Para 2050, unos 300 millones de personas se verán amenazadas por el aumento del nivel del mar.

¿A qué han conducido entonces todas estas observaciones, medidas y promesas a lo largo de más de cincuenta años?

Tomemos un ejemplo concreto particularmente significativo. El Ártico está siendo más afectado por el calentamiento global que el resto del mundo. Las consecuencias son, obviamente, dramáticas para todo el planeta. Armados con sus cartas, cumbres internacionales y promesas, los gobiernos ven esta catástrofe como una oportunidad para... ¡explotar la región! En 2007, Rusia izó una bandera en el Polo Norte a 4,000 metros de profundidad para marcar su control sobre la región. Hidrocarburos en Siberia y Norteamérica, gas natural, petróleo, uranio en el Ártico, paso a través de los archipiélagos canadienses, paso por las costas de Rusia y Escandinavia... todas estas nuevas posibilidades están atrayendo planes ambiciosos. Y aquí, como en otros lugares, compiten con las armas preparadas: ejercicios militares de la OTAN, refuerzo de las bases armadas estadounidenses en Islandia y Groenlandia, maniobras navales rusas...

La misma lógica se aplica a todo lo demás: el uso generalizado de coches eléctricos anuncia enfrentamientos por el cobalto, el níquel, etc. Estas minas de metales preciosos, ubicadas en los países del Sur (Marruecos, Chile, Argentina, etc.), están consumiendo toda el agua restante, amenazando a las poblaciones locales con sequía y sed. Esta es la cruda realidad. Los Estados no dejarán de explotar a la humanidad ni los recursos del planeta; no dejarán de destruir y empobrecer, porque encarnan los intereses de cada burguesía nacional. La función de los Estados es concentrar las fuerzas económicas y militares de cada país para la batalla en la arena internacional. Son la máxima autoridad del sistema capitalista mundial, que vive solo del lucro y de la competencia. Sean o no conscientes del peligro para la humanidad que representa toda su destrucción, nunca se detendrán.

Las COP (¡pronto serán 30!) no son más que una reunión de bandidos. La Liga de Naciones, la ONU, la OTAN, la OMC, el FMI... todas estas organizaciones internacionales no son más que lugares de confrontación e influencia. Cada COP es una oportunidad para que algunos intenten establecer nuevos estándares y restricciones para obstaculizar a otros: Francia contra el carbón alemán o chino, el Reino Unido contra la energía nuclear francesa, Alemania contra el petróleo estadounidense, etc. La proliferación de guerras, que a largo plazo amenazan con matar a toda la humanidad, es la prueba definitiva de que los Estados no son la solución, sino el problema. Y no importa qué régimen esté en el poder ni el color del gobierno. Ya sea un demócrata o un dictador, ya sea la extrema derecha, el centro o la extrema izquierda quien gobierne tal o cual nación, el capitalismo conduce en todas partes a la misma catástrofe. En todos los países, los partidos “ecologistas” suelen ser los más belicistas. ¡Menudo símbolo!

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Manifiesto Crisis Ecológica

El capitalismo "verde" no puede existir.

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El capitalismo «verde» no puede existir

«En un hermoso día de San Juan, el sol brillaba en todo su esplendor. Esto ocurría a veces, incluso en Coketown. Visto desde lejos, en un día como aquel, Coketown estaba envuelta en un halo de niebla humeante que parecía impermeable a los rayos del sol. Sólo se podía adivinar que la ciudad estaba allí, porque se sabía que sólo la presencia de una ciudad podía explicar la triste mancha en el paisaje. Un vapor de hollín y humo, que soplaba confusamente, a veces hacia un lado, a veces hacia otro, a veces parecía querer elevarse hasta la bóveda celeste, a veces reptaba tenebrosamente por el suelo, según si el viento bajaba, subía o cambiaba de dirección: una mezcla confusa, espesa e informe, atravesada por unas pocas láminas de luz que sólo iluminaban masas de oscuridad; Coketown, a lo lejos, ya se anunciaba como lo que era, antes de que pudiera verse un solo ladrillo». En 1854, en su famosa novela Tiempos difíciles, Charles Dickens evoca los cielos llenos de humo de Coketown, un pueblo ficticio a imagen de Manchester, donde sólo se veían las «monstruosas serpientes de humo» que se cernían sobre la ciudad.

La humanidad siempre ha transformado la naturaleza. Incluso antes del Homo sapiens, los primeros representantes del linaje humano utilizaban herramientas; algunas encontradas en Etiopía datan de hace más de 3.4 millones de años. En el curso de su evolución, de su progreso técnico y de la extensión de su organización social, la humanidad ha desarrollado una capacidad cada vez mayor para actuar sobre su medio ambiente, para adaptar la naturaleza a sus necesidades. Con 147 metros de altura y 4,500 años de antigüedad, la pirámide de Keops, en Egipto, es testimonio de este poder ya adquirido en la Antigüedad.

Pero al mismo tiempo, sobre todo con la división de la sociedad en clases, esta capacidad de actuar sobre el medio ambiente vino acompañada de un creciente distanciamiento de la naturaleza y de las primeras catástrofes ecológicas: «Sin embargo, no nos dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es verdad que las primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros, pero en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas, totalmente imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. Los hombres que, en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y otras regiones talaban los bosques para obtener tierra de labor, ni siquiera podían imaginarse que, al eliminar con los bosques los centros de acumulación y reserva de humedad, estaban sentando las bases de la actual aridez de esas tierras.». (Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre).

Pero antes del capitalismo y su insaciable necesidad de expansión, estos problemas ecológicos eran limitados y locales. Tras milenios de lenta evolución, el capitalismo multiplicó por diez sus fuerzas productivas en sólo unas décadas. Primero en Europa, luego en todos los demás continentes, se extendió por todas partes, transformando la naturaleza y a los hombres para mantener en funcionamiento sus talleres, sus fábricas y sus manufacturas. En el capitalismo, el objetivo de la producción no es satisfacer las necesidades humanas, sino obtener ganancias. Producir para vender, vender para obtener ganancias, obtener ganancias para reinvertir en trabajadores y máquinas... para producir más, para producir más rápido, para producir más barato... para poder seguir vendiendo frente a la competencia feroz de otros capitalistas. Esta es la razón fundamental de la nube de humo negro que Charles Dickens describió poéticamente en 1854 y que ya cubría Manchester.

En aquella época, el capitalismo se encontraba en su fase ascendente y expansiva. El deseo de expandirse por el mundo, de encontrar nuevos mercados para superar sus crisis periódicas de sobreproducción, tenía una dimensión progresista en la medida en que sentaba las bases de una verdadera comunidad mundial. Pero el estallido de la Primera Guerra Mundial demostró que este periodo había terminado, y revolucionarios como Rosa Luxemburgo ya insistían en que la alternativa era ahora «socialismo o barbarie». La oleada internacional de revoluciones que comenzó en Rusia en 1917 contenía la promesa del socialismo. Pero la revolución fue derrotada en todas partes y, a partir de mediados de la década de 1920, fue la barbarie la que se impuso, expresada no sólo en guerras imperialistas cada vez más devastadoras, sino también en la destrucción acelerada de la naturaleza, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial y aún más en las últimas décadas.

No puede haber capitalismo «verde». Toda la retórica de la burguesía, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, afirmando poder «regular», «supervisar», «reformar» el capitalismo para que pueda desarrollarse una «economía verde», es una mentira descarada. Ninguna ley, ninguna carta de derechos, ninguna presión pública puede quitarle al capitalismo su razón de ser: explotar a los hombres y a la naturaleza para producir, vender y obtener ganancias. Y ¡qué pena si como resultado van muriendo las personas y la naturaleza! Escritas hace casi 160 años, las palabras de Carlos Marx en el primer volumen de El Capital parecen haber sido escritas hoy: «En la agricultura como en la industria manufacturera, la transformación capitalista de la producción no parece ser más que el martirio del productor […] En la agricultura moderna, lo mismo que en la industria en las ciudades, el crecimiento de la productividad y el mayor rendimiento del trabajo se compran al precio de la destrucción y el agotamiento de la fuerza de trabajo. Además, cada avance en la agricultura capitalista es un avance no sólo en el arte de explotar al trabajador, sino también en el arte de expoliar el suelo». Este sistema de explotación nunca dejará de saquear los recursos naturales y de envenenar la Tierra. La única solución es derrocar el capitalismo. Pero, ¿qué otro sistema podría representar una alternativa?

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Manifiesto Crisis Ecológica

¿Pueden los movimientos ciudadanos cambiar el mundo?

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¿Pueden los movimientos ciudadanos cambiar el mundo?

 La magnitud del desastre ecológico preocupa a una parte cada vez mayor de la población mundial, sobre todo a los jóvenes. Ante esta catástrofe, surgen todo tipo de acciones ciudadanas.

Cada día se pide a cada uno que haga un esfuerzo: separar los residuos, reducir el consumo de carne, fomentar el uso de la bicicleta... Se supone que estos pequeños gestos individuales suman, igual que los pequeños arroyos se convierten en grandes ríos. Todos los países del mundo fomentan este «civismo»: publicidad, logotipos, incentivos para los coches eléctricos, reducciones fiscales para el aislamiento térmico de las viviendas... ¡El gesto eco-ciudadano como remedio contra la contaminación! Los mismos gobiernos que lanzan bombas y arrasan bosques quieren hacernos creer que la solución para el planeta pasa por acciones individuales calificadas de «razonables y duraderas».

No nos dejemos engañar: su verdadero objetivo es dividir y fragmentar. Estos mandatos de «hacer lo correcto para el planeta» pretenden incluso hacer sentir culpables a quienes son víctimas de este sistema explotador. Al mismo tiempo, intentan hacernos creer que el capitalismo puede ser «verde», eco-responsable, sustentable... si cada uno pone de su parte. Estas mentiras nos distraen de las verdaderas raíces, de las verdaderas causas de la crisis medioambiental: el propio capitalismo.

Lo mismo ocurre con las «marchas por el clima». Estas gigantescas manifestaciones reúnen periódicamente a cientos de miles de personas en todo el mundo preocupadas por el futuro que les espera. Sus consignas reflejan a veces la sensación de que es necesario un cambio profundo: «un cambio de sistema, no un cambio de clima». Pero cualquier esfuerzo por atacar las verdaderas raíces del problema se ve socavado por otras consignas, como «deja de hablar, empieza a actuar», y sobre todo por su práctica general. La figura emblemática de este movimiento, la joven Greta Thunberg, dice a menudo: «Queremos que los políticos hablen con los científicos, que los escuchen de una vez». En otras palabras, estos manifestantes esperan «presionar» a los dirigentes para incitarles a aplicar políticas más respetuosas con la naturaleza. De esta lógica se deriva otra mistificación, la de clasificar a las generaciones mayores como «inconscientes» o «egoístas», frente a los «jóvenes» que luchan por el planeta: «Dicen que quieren a sus hijos, pero les están robando su futuro», declaró Greta Thunberg. ¡Así que existe toda una teorización sobre una supuesta oposición entre la «generación del clima» y los «boomers»!

La ecología radical pretende ir más allá: ya no se trata de gritar «¡Miren!» o «¡Despierten!» a los poderosos del mundo, sino de obligarles a adoptar una política diferente. Extinction Rebellion (XR), y ahora Just Stop Oil, con sus jornadas de «rebelión internacional», son los principales representantes de este movimiento, que denuncia con vehemencia el «ecocidio en curso». Manifestaciones, ocupación de cruces de carreteras, abordaje de trenes, organización de actos para dar a conocer el desastroso estado del medio ambiente... se utilizan los medios más espectaculares para «presionar». Pero detrás de este «radicalismo» se esconde exactamente el mismo planteamiento: hacer creer que el Estado puede (si se le «obliga») llevar a cabo una política ecológica, que el capitalismo puede ser «verde».

Dentro de este movimiento de acción directa, una de las corrientes más activas es el movimiento «zadista» en Francia. Se trata de ocupar las «Zonas a Defender» (ZAD) amenazadas por los apetitos del capital y las finanzas, como una zona destinada a un nuevo aeropuerto o un mega estanque. Agrupaciones de «rebeldes», las ZAD luchan contra el «gran capital» para promover la agricultura a pequeña escala, «la producción y el consumo locales» y «la comunidad»... en otras palabras: ¡el pequeño capital! Así pues, el sistema sigue siendo fundamentalmente igual, con todo lo que ello implica en términos de intercambios mercantiles y relaciones sociales.

Por último, existe un movimiento más teórico, en particular el movimiento del decrecimiento (decroissance), que afirma querer sustituir el capitalismo por otro sistema. Este movimiento señala la imposibilidad de un capitalismo «verde» y aboga por un «pos capitalismo» (Jason Hickel), un «ecosocialismo» (John Bellamy Foster) o incluso un «comunismo del decrecimiento» (Kohei Saito). Este movimiento sostiene que el capitalismo está impulsado por una necesidad constante de expansión, de acumulación de valor, y que sólo puede tratar a la naturaleza como un «don gratuito» que hay que explotar al máximo, al tiempo que pretende someter todas las regiones del planeta a las leyes del mercado. Pero, ¿cómo lograr una sociedad diferente? ¿A través de qué luchas? Los «décroissants» han dado con la respuesta: un movimiento social «desde abajo», creando «espacios comunes», «asambleas de ciudadanos»... Pero, ¿quiénes son los «ciudadanos» en cuestión? ¿Qué fuerza social concreta puede encabezar la lucha para derrocar al capitalismo y ponerse a la cabeza de ese movimiento? Esta es la pregunta central a la que no responden los partidarios del decrecimiento para mejor excluir a la clase obrera de la ecuación, para diluirla en «el pueblo», «los ciudadanos»...

En resumen, todas estas formas de movimiento ecologista, desde la acción individual hasta la protesta «radical», tienen en común que condenan a la clase obrera a la impotencia:

- ya sea porque no abordan las causas de la crisis ecológica, sino sólo sus consecuencias:

- o porque imaginan que los Estados existentes pueden hacerse cargo del único cambio susceptible de poner fin a la catástrofe ecológica: el derrocamiento del sistema capitalista, que esos mismos Estados se dedican por completo a defender;

- o, cuando pretenden querer derrocar el capitalismo, porque descartan a la única fuerza de la sociedad que puede poner fin a este sistema, la principal clase explotada de esa sociedad, el proletariado.

Estos movimientos dicen ser «radicales», pero ser «radical» es atacar los problemas en su raíz. ¡Y la raíz de la crisis medioambiental es el capitalismo!

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Manifiesto Crisis Ecológica

El comunismo es la única solución a la crisis ecológica

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El comunismo es la única solución a la crisis ecológica

Porque es una sociedad sin clases ni explotación, sin naciones ni guerras, el comunismo es la única solución real a la crisis ecológica.

El comunismo es el fin de la explotación y el pillaje

El capitalismo es explotación.

El capitalismo obtiene su riqueza de dos fuentes: la explotación de la naturaleza y la explotación de la fuerza de trabajo del proletariado, ambas transformadas en mercancías. Por eso el capitalismo no tiene solución para la crisis ecológica. Solo puede explotar ambas hasta el agotamiento y la destrucción. Por eso, la cuestión social y la cuestión ecológica van de la mano y solo pueden ser resueltas al mismo tiempo y por el proletariado, la única clase que tiene interés en abolir todas las formas de explotación.

Explotación del proletariado por la burguesía, del hombre por el hombre, los trabajadores se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para vivir: ya no se pertenecen a sí mismos, sus cuerpos explotados se convierten en herramientas.

Estas relaciones sociales de producción marcan el conjunto de las relaciones humanas. El dominio del patrón sobre los trabajadores se refleja en la familia entre el marido y «su» mujer, entre el padre y «sus» hijos, en la sociedad entre blancos y negros, hombres y mujeres, válidos y discapacitados... La relación de la humanidad con la naturaleza no se salva. Los capitalistas solo ven a su alrededor recursos que explotar: «recursos humanos», «recursos naturales». El hombre, la vida, la naturaleza, el planeta e incluso el universo se reducen al estado de cosas, de bienes, de mercancías.

Pollos en serie, ganado torturado en los mataderos... la barbarie infligida al mundo animal se deriva de esta relación de explotación entre los propios hombres.

Puesto que el comunismo es el fin de la explotación del hombre por el hombre, también es el fin de estas relaciones de dominación que atraviesan todas nuestras relaciones sociales, al igual que es el fin de esta relación de depredación y pillaje de la naturaleza.

El fin del beneficio

El capitalismo es la búsqueda del beneficio.

Es el único fin de la producción bajo el capitalismo. El hombre, la vida, la naturaleza... nada tiene otro valor para el capitalismo que el valor de cambio. La propia ciencia es tratada como un simple apéndice del beneficio.

Una vez más, esta lacra indica lo que debería ser el comunismo: una sociedad en la que el objetivo del trabajo no es la búsqueda del beneficio ni la venta de mercancías. En el comunismo, por el contrario, toda la producción estará destinada al uso, a la necesidad, y no a la venta en el mercado. La actividad de los productores asociados, liberados de la esclavitud salarial, buscará satisfacer las necesidades y los deseos más profundos de la humanidad. Y sentirse vinculado a la naturaleza, responsable de su futuro, formará parte integrante de esas necesidades y deseos.

El fin de la propiedad privada

El capitalismo es la propiedad privada.

La apropiación de la gran mayoría de la riqueza social por una pequeña minoría es lo que la burguesía llama «propiedad privada». Esto es lo que la clase obrera revolucionaria quiere abolir.

Los regímenes estalinistas basaron su mentira de ser sociedades socialistas precisamente en el motivo de que habían abolido la propiedad individual, concentrando toda la riqueza en manos del Estado. En realidad, tanto si la burguesía se apropia del trabajo de la clase obrera y de toda la población de forma individual o colectiva, como empleador o como Estado, las relaciones de producción siguen siendo las mismas.

En el capitalismo, la propiedad privada no es solo el derecho a privar a otros de sus bienes, sino también el derecho a disponer de los bienes ajenos y de la naturaleza. El fin de la propiedad privada en el comunismo es, por lo tanto, también el fin del derecho a poseer la naturaleza: «En una organización económica de la sociedad superior a la nuestra, el derecho de propiedad de ciertos individuos sobre el globo terráqueo parecerá tan absurdo como el derecho de propiedad de un ser humano sobre otro. Ninguna sociedad, ningún pueblo, ni siquiera todas las sociedades de una época juntas, son propietarias de la tierra. Solo son sus poseedores, sus usufructuarios, y deberán legarla a las generaciones futuras después de haberla mejorado como boni patres familias [buenos padres de familia]» (Marx, El capital, libro III).

El fin de la competencia de todos contra todos

El capitalismo es la competencia.

Entre individuos, entre empresas, entre naciones. Nada ni nadie se libra. El ejercicio físico y el juego se han convertido en deportes comercializados y nacionalizados, en los que está en juego la gloria del club o del país, aunque ello suponga dopar y destruir a los atletas. La escuela se rige por una carrera por las notas, en la que cada niño es evaluado, comparado y clasificado. La religión, el color de la piel, las costumbres... todo es un pretexto para enfrentar a unos contra otros. Los trabajadores no escapan a esta competencia, se les exige que hagan más que la empresa concurrente, que hagan más que sus compañeros. Por extensión, la naturaleza también se convierte en un adversario al que hay que dominar. Incluso ante la crisis ecológica, se destaca esta relación con el mundo: para todos los líderes del planeta, se trata de «ganar la batalla del clima».

El capitalismo es el reino de la competencia y la dominación, el comunismo será el reino de la ayuda mutua y el compartir. Esta relación entre los hombres también modifica la relación con la naturaleza: «los hechos nos recuerdan a cada paso que no reinamos sobre la naturaleza como un conquistador reina sobre un pueblo extranjero, como alguien que estaría fuera de la naturaleza, sino que le pertenecemos con nuestra carne, nuestra sangre, nuestro cerebro, que estamos en su seno, [...] los hombres [...] sabrán de nuevo que son uno con la naturaleza y se hará imposible esa idea absurda y antinatural de una oposición entre [...] el hombre y la naturaleza» (Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre).

El fin de los Estados-nación...

Como siempre han afirmado los comunistas auténticos, la sociedad comunista no puede existir en un solo país, y mucho menos en municipios aislados, sino solo a escala mundial. La crisis ecológica es un producto directo de la insaciable voluntad del capitalismo de conquistar la Tierra bajo la bandera del beneficio, de transformar toda la naturaleza en mercancía. Ya reconocida en el Manifiesto Comunista de 1848, esta voluntad ha envenenado, en las últimas etapas de la decadencia histórica del capitalismo, todo el planeta, lo que, junto con la amenaza de la guerra, constituye una amenaza directa para la supervivencia de la humanidad y de innumerables otras especies. Por lo tanto, la solución a esta crisis solo puede contemplarse a escala planetaria, mediante el desmantelamiento de todos los Estados-nación y la eliminación de las fronteras nacionales.

 …y de sus devastadoras guerras

El capitalismo es la guerra.

La competencia de todos contra todos que subyace a este sistema conduce al enfrentamiento entre naciones, a la guerra y al genocidio. Desde principios del siglo XX, todas las guerras son guerras imperialistas, basadas en la lucha entre Estados-nación por ampliar su esfera de influencia y control en detrimento de sus rivales. La feroz competencia militar se ha vuelto permanente y cada vez más destructiva, amenazando directamente a la humanidad y al propio planeta (véase Los estragos de la guerra, página 1).

Al igual que con la crisis ecológica, la única salida a este callejón sin salida mortal es la abolición de las economías nacionales y de los Estados que las defienden, y la creación de una red mundial de producción y distribución, controlada por los propios productores.

 

El comienzo de una humanidad mundial unificada en armonía con la naturaleza

El comunismo será mundial.

El capitalismo ha permitido crear un tejido económico mundial extremadamente denso, con rutas comerciales y complejas conexiones entre fábricas y centros de investigación, de un país a otro, para producir. La fragmentación del sistema actual en naciones competidoras se ha vuelto totalmente obsoleta: esta división es un obstáculo para la plena realización del potencial alcanzado por la humanidad. Durante la pandemia de Covid-19, la feroz carrera por ser la primera nación en encontrar una vacuna, que impidió a los laboratorios compartir sus avances, ralentizó considerablemente la investigación. En el caso del sida, los científicos estiman que la guerra entre investigadores franceses y estadounidenses, que se mentían, se espiaban y competían entre sí, ¡hizo perder más de una década en el descubrimiento de la triterapia1 Esta fragmentación de la sociedad tiene los mismos efectos devastadores en la investigación para combatir la crisis ecológica.

La sociedad futura, el comunismo, deberá y podrá superar esta división y unir a toda la humanidad. El comunismo será, por tanto, exactamente lo contrario de lo que proclamaba el estalinismo: «el socialismo en un solo país». Esta sociedad futura, una organización social y consciente a escala planetaria, supone un paso de gigante. Toda la relación de los seres humanos entre sí y con la naturaleza se verá transformada. Se abolirá la separación entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, y dejará de existir la oposición entre la ciudad y el campo.

El comunismo será, por lo tanto, todo menos un retorno al pasado. Se basará en «toda la riqueza del desarrollo anterior» (Marx, Manuscritos de 1844) reapropiándose críticamente de todos los mejores logros de las sociedades humanas del pasado, comenzando por una nueva comprensión de la relación más armoniosa entre los seres humanos y la naturaleza que prevaleció durante la larga época del comunismo primitivo. En particular, podrá integrar, desarrollar y, al mismo tiempo, transformar radicalmente todos los avances científicos y tecnológicos que el capitalismo ha hecho posibles.

La revolución por el comunismo se enfrentará a tareas gigantescas: no solo revertir las consecuencias ecológicas del modo de producción capitalista, sino también alimentar, vestir y alojar a todo el mundo, y liberar a todos los seres humanos de un trabajo paralizante y deshumanizante. Pero el objetivo último del comunismo no es simplemente la negación del capitalismo, sino una relación nueva y más elevada entre la humanidad y la naturaleza, que se vuelve consciente de sí misma. Este objetivo no es un ideal lejano, sino un principio rector para todo el proceso revolucionario. El comunismo y la naturaleza significarán «un cultivo consciente y racional de la tierra, propiedad común y eterna, condición inalienable de la existencia y la reproducción de las generaciones humanas que se suceden» (Marx, El capital, Libro 3).

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Manifiesto Crisis Ecologica

Lo que el comunismo no es.

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Lo que el comunismo no es

¿Qué es eso? ¿El comunismo? ¿LA URSS? ¿Esa monstruosidad? El régimen estalinista era, en efecto, una abominación. Los trabajadores eran explotados al máximo, cualquier oposición era ferozmente reprimida y la militarización estaba en su apogeo. En cuanto a su relación con la naturaleza, el productivismo “soviético” era sinónimo de destrucción, contaminación y pillaje. Pero el comunismo no tiene nada que ver con los regímenes estalinistas. Ayer en la URSS y en Europa del Este, hoy en China, en Corea del Norte, o en Cuba, ¡no hay ni un ápice de comunismo! El estalinismo no es una prolongación de la revolución proletaria de Octubre de 1917, sino su sepulturero.

Mientras que en todos los países la guerra de 1914-18 significó una carnicería en las trincheras y un desastre en la retaguardia, el proletariado ruso se negó a ser sacrificado y se lanzó a la lucha por la revolución comunista mundial. Este impulso revolucionario pronto se extendió a Europa. Ante esta amenaza para su dominio, la burguesía detuvo la guerra. Pero esto no fue suficiente. A finales de 1918, estalló la revolución proletaria en Alemania. Este levantamiento de un batallón decisivo del proletariado internacional fue aplastado sin piedad ¡por el Estado burgués alemán dirigido por los socialdemócratas! Decenas de miles de trabajadores insurgentes fueron asesinados, entre ellos Rosa Luxemburgo, que recibió un disparo en la cabeza a quemarropa y fue arrojada a un canal. Esta derrota rompió la oleada revolucionaria. El proletariado ruso se encontró totalmente aislado. En Rusia, la contrarrevolución tomó un giro tan bárbaro como maquiavélico: el régimen estalinista robó las palabras de la revolución, de Marx y Lenin, para masacrar o deportar al 80% de los bolcheviques que habían participado en la revolución, con el fin de imponer la explotación más feroz a la clase obrera. El rojo que tiñe la bandera de Stalin y de la URSS no es el del comunismo, ¡sino el de la sangre de los trabajadores!

Contrariamente a todas las mentiras burguesas difundidas durante más de cien años, el estalinismo no es el producto de la Revolución de Octubre, sino el hijo natural del capitalismo decadente y de la contrarrevolución burguesa.

Una vez aclarado esto, volvamos a nuestra pregunta inicial: ¿cuál es la relación entre el comunismo y la naturaleza? ¿En qué sentido es el comunismo la “verdadera resolución del conflicto entre el hombre y la naturaleza” (Karl Marx, Manuscritos de 1844)?

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Manifiesto Crisis Ecológica

¿Qué fuerza social puede hacer la revolución?

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¿Qué fuerza social puede hacer la revolución?

La única solución a la espiral infernal de destrucción medioambiental y militar es derrocar el capitalismo y avanzar hacia el comunismo. Pero la burguesía nunca aceptará el fin de su sistema, el fin de sus privilegios, el fin de su existencia como clase dominante y explotadora. Intentará mantener su sistema obsoleto a toda costa. Sólo una revolución mundial puede poner fin a esta agonía. Para todos aquellos que se preocupan por el estado del planeta y el destino de la humanidad, la pregunta esencial es: ¿cuál es la fuerza social capaz de llevar a cabo la revolución?

¿Cuál es la clase revolucionaria en la sociedad capitalista?

“La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”.  Así comienza el Manifiesto del Partido Comunista de 1848, escrito por Karl Marx y Friedrich Engels. En este documento fundamental, que conserva hoy todo su valor, vemos cómo la lucha de clases se ha desarrollado en todas las sociedades históricas, cómo ha estado en el centro de la transformación radical de estas sociedades. La antigua esclavitud fue sustituida por el feudalismo, el feudalismo por el capitalismo. En cada caso, un proceso revolucionario fue dirigido por una nueva clase nacida de las entrañas de la sociedad existente:

  • Enfrentados a los amos esclavistas de la decadente Roma, esclavos y gladiadores se rebelaron durante siglos, siendo la más famosa la revuelta de Espartaco del 73 al 71 a.C. Pero a pesar de su valor, no consiguieron derrocar la sociedad esclavista. Eran los señores feudales quienes representaban la clase revolucionaria de la época, la clase capaz de sustituir la esclavitud, que había entrado en su periodo de decadencia, por una nueva organización social de la producción capaz de superar las contradicciones insolubles de la vieja sociedad e instaurar así una nueva forma de explotación: la servidumbre.
  • Frente a la decadencia de los señores feudales, hubo muchas rebeliones campesinas contra la explotación, como la de la “jacquerie” en Francia o la revuelta de los campesinos en Inglaterra en 1381. Pero tampoco ellos pudieron cambiar la sociedad. Era la burguesía la que representaba la clase revolucionaria de la época, la clase capaz de derrocar el feudalismo decadente e instaurar una nueva organización social de la producción, esta vez basada en el trabajo asalariado.

En el capitalismo, este papel revolucionario corresponde al proletariado, primera clase explotada capaz de transformar la sociedad de arriba abajo. En el pasado, las contradicciones que acosaban a las sociedades en su período de decadencia no podían superarse mediante la abolición de la explotación, sino sólo mediante la introducción de un nuevo modo de producción basado a su vez en la explotación. Pero las contradicciones que provocan la crisis histórica del capitalismo, resultado de las propias leyes de este sistema (producción basada no en las necesidades humanas sino en el mercado y el beneficio, competencia entre empresas y Estados) tienen su origen en la explotación de la clase que produce la parte esencial de la riqueza social, el proletariado. Es porque, en el capitalismo, la fuerza de trabajo se ha convertido en una mercancía que se vende a los propietarios de los medios de producción, los capitalistas, porque se explota a los productores, porque la competencia en el mercado obliga a los capitalistas (sean cuales sean sus “buenas intenciones”) a aumentar cada vez más la explotación, y es por ello por lo que la abolición de las contradicciones que acosan al capitalismo pasa necesariamente por la abolición de la explotación. Por eso, en el capitalismo, la clase revolucionaria ya no puede ser una nueva clase explotadora, como en el pasado, sino que debe ser la principal clase explotada de este sistema, el proletariado.

Frente a la burguesía decadente, hay mil razones para rebelarse. Toda la humanidad está sufriendo, todos los estratos, todos los explotados están siendo torturados. Pero la única fuerza social capaz de derrocar a la burguesía, sus Estados y sus fuerzas de represión, y de proponer otra perspectiva, es la clase obrera. El proletariado es fundamentalmente diferente de las clases productoras y explotadas que lo precedieron. En las sociedades esclavistas y feudales, los instrumentos de trabajo eran individuales o, en el mejor de los casos, comunales. La base de la producción era, pues, el trabajo individual, aislado, fragmentado y limitado localmente. La gran conmoción provocada por el capital proviene precisamente de la sustitución, como base predominante de la producción, del trabajo individual por el trabajo colectivo. En lugar del trabajo individual aislado, la fabricación de mercancías se ha desarrollado gracias al trabajo combinado de miles de seres humanos, realizado a escala planetaria (por ejemplo, un automóvil moderno se compone de piezas producidas en innumerables fábricas y países). De este modo, el capital ha creado, en lugar de clases explotadas dispersas y aisladas entre sí, una clase unida por su trabajo colectivo (a escala planetaria) y que sólo puede vivir y trabajar gracias a esta unidad. El capitalismo ha producido así, con el proletariado moderno, su propio sepulturero. En tanto que clase explotada, no tiene ningún interés en crear una nueva forma de dominación y explotación. Sólo puede liberarse liberando a toda la humanidad de toda forma de explotación y opresión. Es en la lucha donde los trabajadores forjan la unidad que constituye su fuerza. A diario, el capitalismo los divide enfrentándolos entre sí, entre compañeros de trabajo, entre equipos, entre unidades, entre fábricas, entre empresas, entre sectores, entre naciones. Pero cuando empiezan a defender sus condiciones de trabajo, la solidaridad les une. Entonces, "de vez en cuando, los trabajadores salen victoriosos, pero su triunfo es efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más amplia de los trabajadores" (Manifiesto del Partido Comunista, 1848). Karl Marx describió todo el proceso de la siguiente manera: "La gran industria reúne en un mismo lugar a una multitud de personas desconocidas entre sí. La competencia divide sus intereses. Pero el mantenimiento del salario, este interés común que tienen contra su amo, los une en un pensamiento único de resistencia: la coalición. Así, la coalición tiene siempre un doble objetivo, el de poner fin a la competencia entre ellos, para poder competir en general con el capitalista. Si el primer objetivo de la resistencia era sólo el mantenimiento del salario, a medida que los capitalistas se unen a su vez en un pensamiento de represión, las coaliciones, al principio aisladas, se forman en grupos, y frente al capital siempre unido, el mantenimiento de la asociación se vuelve para ellos más importante que el del salario. [...] Las condiciones económicas habían transformado primero a la masa del país en obreros. La dominación del capital ha creado para esta masa una situación común, intereses comunes. Así, esta masa es ya una clase en relación con el capital, pero todavía no para sí misma. En la lucha, de la que sólo hemos mencionado algunas fases, esta masa se une y constituye una clase para sí misma. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase a clase es una lucha política". (Marx, Miseria de la filosofía)

Esto es lo que hay detrás de toda huelga: un proceso potencial de unificación, organización y politización de toda la clase obrera, la formación de un poder social capaz de oponerse al capitalismo. Luchando juntos por sus condiciones de vida y de trabajo, los trabajadores atacan el corazón mismo del capitalismo: la explotación, el beneficio, la mercantilización y la competencia. Por eso Lenin hizo suya la idea de que “detrás de cada huelga se esconde la hidra de la revolución”.

Luxemburgo y Lenin fueron testigos de las primeras grandes luchas revolucionarias de la clase obrera en el siglo XX: 1905 en Rusia y 1917-19 en Rusia, Alemania y el resto del mundo. Durante estas batallas, los trabajadores se enfrentaron a la creciente integración de sus propias organizaciones (sindicatos y partidos) en el aparato del Estado. Pero en respuesta, fueron capaces de crear nuevos órganos de lucha: los soviets o consejos obreros, órganos capaces de unificar a la clase y sentar las bases de una nueva forma de poder político capaz de enfrentarse y desmantelar el Estado burgués e iniciar el proceso de “expropiación de los expropiadores”, es decir, la transición a una sociedad comunista. Estos movimientos confirmaron verdaderamente el carácter revolucionario de la clase obrera.

Por supuesto, los consejos obreros sólo pueden aparecer en una fase muy avanzada de la lucha de clases. No pueden existir de forma permanente en la sociedad capitalista. Pero el hecho de que correspondan a las necesidades del movimiento de clase en ese momento (la necesidad de unidad más allá de las fronteras sectoriales y nacionales, la necesidad de elevar la lucha al nivel político) queda demostrado por el hecho de que en muchas luchas desde 1968, los trabajadores se han reunido en asambleas de masas y han elegido comités de huelga revocables que son la forma embrionaria de los futuros consejos. Los comités de huelga interempresas surgidos en la huelga de masas en Polonia en 1980 son la prueba más clara de ello.

¿Y el clima?

Rosa Luxemburgo escribió que el socialismo no es una cuestión de “cuchillo y tenedor”, sino también “un gran movimiento cultural, una gran y elevada visión del mundo”. Desde el siglo XIX, los trabajadores han incluido en su lucha el combate contra todas las lacras del capitalismo: la guerra, la desigualdad entre hombres y mujeres, entre negros y blancos, el maltrato a los enfermos... y la contaminación. La cuestión de la naturaleza y del medio ambiente pertenece por entero a la lucha revolucionaria de la clase obrera. En 1845, en su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, Engels ya denunciaba los efectos del aire contaminado, el hacinamiento y las aguas residuales sin tratar sobre la salud de los trabajadores; el Manifiesto del Partido Comunista de 1848 ya exigía que se superara la separación entre la ciudad y el campo; en sus últimos años, Marx estudiaba con avidez los efectos nocivos sobre el suelo de la “agricultura de rapiña” del capitalismo.

En otras palabras, es la lucha revolucionaria de la clase obrera contra la explotación y por el comunismo la que contiene, engloba y arrastra tras de sí todas las demás causas, todas las demás revueltas, incluida la lucha por el planeta. Lo que los revolucionarios y todos los que se preocupan por el estado del mundo deben defender es, por tanto, todo lo contrario de la actual teoría de la “interseccionalidad”.  Esta teoría pone sobre el mismo plano la lucha de los trabajadores, la lucha contra el racismo y la lucha por el clima, y afirma que todas estas luchas deben “converger”, marchando codo con codo con el mismo impulso. En otras palabras, es una teoría de la dilución de la lucha proletaria, de la desaparición de los trabajadores en una masa amorfa de “ciudadanos”. Es una táctica artera para desviar a los trabajadores de su lucha histórica por derrocar el sistema capitalista. ¡Es una trampa!

¿La clase obrera aún existe?

La gran mentira que equiparaba estalinismo y comunismo (véase el recuadro en este mismo Manifiesto sobre “lo que el comunismo no es”) permitió a la burguesía emprender una campaña ensordecedora en 1990, en el momento del colapso de la URSS, para proclamar por todas partes la muerte del comunismo. Insistió e insistió con el mensaje de que cualquier sueño revolucionario sólo puede convertirse en una pesadilla. Peor aún, llegó a hacer creer a los trabajadores que la clase obrera ya no existía, que era cosa del pasado. “Empleados”, “colaboradores”, “clase media”... Esta nueva lengua digna del 1984 de George Orwell ha terminado de martillear esta nueva “realidad” en la cabeza de la gente.

Pero los hechos son tozudos. Los trabajadores no sólo no han desaparecido, sino que nunca ha habido tantos en todo el mundo. Incluso en Europa. El proletariado es algo más que los obreros de las fábricas. Todos los que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para ganarse la vida son trabajadores. Trabajadores manuales o intelectuales, productores o trabajadores de servicios, en el sector privado o en el sector público, desempleados o empleados, no importa: forman una y la misma clase, llevando solo un único combate.

¡La clase obrera existe!  Y hoy redescubre el camino de la lucha

Es cierto que, desde 1990, la clase obrera ha librado muy pocas luchas, noqueada por la campaña sobre la llamada “muerte del comunismo”. También es cierto que la clase dominante se ha aprovechado de las derrotas sufridas por la clase obrera en la década de 1980, y de su desorientación en la década de 1990, para desarticular muchos centros tradicionales de movilización de la clase obrera (como las minas de carbón en el Reino Unido, las acerías en Francia, la producción de automóviles en EEUU). Todo esto se combinó para socavar la conciencia de la clase obrera de que era realmente una clase con sus propios intereses diferenciados. Al perder la confianza en su proyecto revolucionario, en el futuro, también había perdido la confianza en sí misma. Estaba resignada. Pero hoy, ante el agravamiento de la crisis económica, la inflación, la ola cada vez más insoportable de empobrecimiento y precariedad, el proletariado ha retomado el camino de la lucha. Tras años de estancamiento en la lucha, los trabajadores empiezan a levantar la cabeza. Fueron los obreros de Gran Bretaña quienes anunciaron por primera vez este retorno durante el “verano de la ira” en 2022. Desde entonces, las huelgas se han multiplicado en todo el mundo. El reto para el próximo periodo es que los trabajadores se unan, superen el veneno del corporativismo, tomen sus luchas en sus manos y se organicen. Pero también tendrán que integrar en su lucha todas las crisis del capitalismo: ¡la crisis bélica, la crisis social y la crisis climática! Esto es lo que faltó en la oleada de lucha internacional que comenzó en mayo de 1968 y se extendió de país en país hasta los años 80: el proletariado de entonces no supo politizar suficientemente su lucha.

Por eso, todos los que están convencidos de la necesidad de una revolución, ya sea frente a la crisis climática, la crisis económica o la guerra, tienen la responsabilidad primordial de participar en esta politización: acudiendo al debate en manifestaciones, asambleas, círculos de discusión política y grupos de lucha formados por los trabajadores más combativos. Sobre todo, deben trabajar para construir la organización política revolucionaria cuyo papel específico es defender las lecciones históricas de la lucha de clases y mantener y desarrollar el programa comunista. Hoy en día, estas organizaciones, por pequeñas que sean y por no tener todavía un impacto directo en el curso de la lucha de clases, deben sin embargo considerarse como un puente indispensable hacia el futuro partido mundial de la revolución comunista.

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [2]

Cuestiones teóricas: 

  • Medio ambiente [1]

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Manifiesto Crisis Ecológica

El callejón sin salida del activismo en las organizaciones de "defensa de la ecología”

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Desde hace décadas, los movimientos ecologistas atraen a un gran número de “activistas” alarmados por el estado del planeta y deseosos de actuar contra el deterioro del medio ambiente que amenaza la existencia misma de la humanidad. En todo el mundo hay muchas organizaciones y partidos políticos que afirman estar librando esta batalla, pero sus acciones no han hecho nada por hacer avanzar la causa de la ecología, a pesar de que la situación empeora peligrosamente cada vez más. El único papel que realmente desempeñan estas organizaciones es crear una cortina de humo para impedir que la gente se dé cuenta de que la única forma de salvar el planeta es derrocar el capitalismo e instaurar una sociedad sin clases sociales, sin explotación del hombre por el hombre y sin destrucción de la naturaleza. Convencidos de que la única alternativa abierta a la humanidad es "revolución comunista o descenso a la barbarie", hacemos un llamamiento a quienes se han dejado arrastrar por el "activismo ecologista" para que reflexionen, miren valientemente la realidad a la cara y reconozcan el callejón sin salida de este activismo, y dirijan sus energías hacia la lucha proletaria y la lucha por el comunismo, que es la única forma de combatir la destrucción del planeta.

Cuestiones teóricas: 

  • Medio ambiente [1]

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Manifiesto Crisis Ecologica

Lecturas Complementarias

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Lecturas complementarias

Para una crítica más desarrollada de diversas teorías ecologistas radicales, ver nuestros artículos recientes:

- Crítica del «comunismo del decrecimiento» de Saito (Révolution internationale 501, 2024).

Respondemos a la afirmación de Saito según la cual la investigación de Marx sobre las cuestiones relativas a la ecología y a las formas comunitarias precapitalistas, le llevó a abandonar el materialismo histórico y a adoptar lo que Saito llama «comunismo del decrecimiento».

- Andreas Malm: La retórica «ecológica» en defensa del Estado capitalista (Revista Internacional 173, 2025).

El artículo sobre Malm pretende demostrar que, a pesar de su retórica radical y pseudomarxista, Malm insiste en la necesidad de trabajar en el marco del Estado capitalista existente. En ambos casos, hay un rechazo sistemático de la revolución proletaria como única solución a la crisis ecológica.

 

Textos de la CCI sobre ecología

Entre otros artículos de la CCI sobre la crisis ecológica, se pueden citar:

- El capitalismo envenena la tierra (Revista Internacional 63, 1990).

- El mundo al borde de una catástrofe ecológica (Revista Internacional 135 y 139, 2009).

- No hay solución a la catástrofe ecológica sin la emancipación del trabajo de la explotación capitalista (CCI online, 2019). Centrado en el método utilizado por Engels para comprender la relación entre la humanidad y su medio ambiente.

- Bordiga y la gran ciudad (Revista Internacional 166, 2020). Un estudio de la obra del comunista de la izquierda italiana Amadeo Bordiga, quien, a partir de las décadas de 1950 y 1960, demostró con una aguda visión, la relación destructiva del capitalismo con la naturaleza.

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  • Medio ambiente [1]

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Manifiesto Crisis Ecológica

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Links
[1] https://es.internationalism.org/en/tag/3/50/medio-ambiente [2] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista