nº 36 - 37 Primer semestre 1984
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Para los grupos de discusión y los individuos que emergen hoy en búsqueda de una política revolucionaria, es necesario que su trabajo de clarificación pase por la reapropiación de las posiciones de la izquierda comunista, incluidas las de las izquierdas alemana y holandesa. Estas últimas, en particular, fueron a menudo las primeras en defender toda una serie de posiciones de clase esenciales: el rechazo del sindicalismo y del parlamentarismo, el rechazo de la concepción sustitucionista del partido, la denuncia del frentismo, la definición de todos los Estados llamados socialistas como capitalistas de Estado.
Sin embargo, no basta con reapropiarse de las posiciones de clase en el plano teórico. Sin un concepto claro de la organización revolucionaria, todos estos grupos e individuos están condenados al vacío... No basta con proclamarse revolucionario de palabra y de manera puramente individual; hay que defender las posiciones de clase colectivamente, en un marco organizado. El reconocimiento de la necesidad de una organización que tenga una función indispensable en la clase y que funcione como un cuerpo colectivo es la condición previa para todo trabajo militante. Cualquier vacilación o incomprensión sobre la necesidad de la organización será severamente castigada y resultará en una desintegración de las fuerzas políticas. Esto es particularmente cierto para los grupos "consejistas" de hoy.
Sacar las lecciones de la historia de las izquierdas alemana y holandesa significa demostrar la necesidad vital de una organización para la que la teoría no se convierta en pura especulación, sino que devenga en el arma que las masas proletarias tomarán en la revolución del futuro.
La principal contribución de la izquierda alemana -y principalmente del KAPD- no fue que reconocieran la necesidad del partido en la revolución. Para el KAPD, que se constituyó como partido en 1920, esto era evidente. Su aportación fundamental fue que comprendió que la función del partido ya no era la misma en el periodo de decadencia. Ya no era un partido de masas, que organizaba y reunía a la clase, sino un partido/núcleo que reagrupaba a los luchadores proletarios más activos y conscientes. Como parte selecta de la clase, el partido tenía que intervenir en la lucha de clases y en los órganos que ésta creaba: comités de huelga y consejos obreros. El partido era un partido que luchaba por la revolución y ya no por reformas graduales en órganos con los que el proletariado ya no tenía nada que ver (sindicatos, parlamento), salvo trabajar por su destrucción. Por último, como el partido era una parte de la clase y no su representante ni su jefe, no podía sustituir a la clase en su lucha ni en el ejercicio del poder. La dictadura de la clase era la dictadura de los consejos, no la del partido. A diferencia de la visión bordiguista, no era el partido el que creaba a la clase, sino la clase al partido1. Esto no significaba -como en la visión populista o menchevique- que el partido estuviera al servicio de la clase. No era un siervo que se adaptaba pasivamente a cada vacilación o desviación de la clase. Por el contrario, tenía que "desarrollar la conciencia de clase del proletariado incluso al precio de parecer estar en contradicción con las amplias masas". (Tesis sobre el papel del partido en la revolución, KAPD, 1920).
El KAPD en Alemania y el KAPN de Gorter en Holanda no tenían nada que ver con los puntos de vista de Ruhle, de quien los "consejistas" de hoy pretenden descender. Ruhle y su tendencia en Dresde fueron expulsados del KAPD a finales de 1920. El KAPD no tenía nada en común con las tendencias semi- anarquistas que proclamaban que todo partido era contrarrevolucionario por naturaleza, que la revolución no era una cuestión de partido sino de educación. Las concepciones del pedagogo Ruhle no eran en absoluto las del KAPD. Para este último, el partido no estaba formado por las voluntades individuales de cada miembro: era "una totalidad programáticamente elaborada, fundada en una voluntad unificada, organizada y disciplinada de arriba abajo. Tiene que ser la cabeza y el brazo de la revolución". (Tesis sobre el papel del partido). En efecto, el partido desempeñó un papel decisivo en la revolución proletaria. Porque en su programa y en su acción cristalizaba y concentraba la voluntad consciente de la clase, era un arma indispensable de la clase. Porque la revolución era ante todo un acto político, porque implicaba un combate sin cuartel contra las tendencias y los partidos burgueses que trabajaban contra el proletariado en sus órganos de masas, el partido era un instrumento político de lucha y de esclarecimiento. Esta concepción no tenía nada que ver con todas las visiones sustitucionistas del partido. El partido era segregado por la clase y, en consecuencia, es un factor activo en el desarrollo general de la conciencia en la clase.
Sin embargo, con la derrota de la revolución en Alemania y la degeneración de la revolución en Rusia, afloraron algunos de los puntos débiles del KAPD.
Constituido justo cuando la revolución alemana entraba en reflujo tras la derrota de 1919, el KAPD acabó defendiendo la idea de que se podía compensar el declive del espíritu revolucionario del proletariado con tácticas golpistas. Durante la Acción de Marzo en el centro de Alemania en 1921, empujó a los obreros de las fábricas de Leuna (cerca de Halle) a hacer una insurrección contra su voluntad. Aquí demostró una profunda incomprensión del papel del partido que condujo a su desintegración. El KAPD seguía manteniendo la idea del partido como "cuartel general militar" de la clase, mientras que el partido es ante todo una vanguardia política para todo el proletariado.
Del mismo modo, frente al hundimiento de los consejos obreros, y prisionero de su voluntarismo, el KAPD pasó a defender la idea de una doble organización permanente del proletariado, agravando así la confusión entre los órganos unitarios de clase que surgen en la lucha y para la lucha (asambleas, comités de huelga, consejos obreros) y la organización de la minoría revolucionaria que interviene en estas organizaciones unitarias para fecundar su pensamiento y su acción. Así, al impulsar el mantenimiento de las "Uniones" -organizaciones de fábrica nacidas en la revolución alemana y estrechamente ligadas al partido- al lado del propio partido, fue incapaz de determinar sus propias tareas: o bien se convertía en una liga de propaganda2, en un simple apéndice político de las organizaciones de fábrica con sus fuertes tendencias economicistas, o bien en un partido de tipo leninista con sus correas de transmisión hacia la clase en el terreno económico. Es decir, en ambos casos, sin saber qué era qué y quién hacía qué3.
No cabe duda de que las concepciones erróneas del KAPD contribuyeron en gran medida a su desaparición a finales de los años veinte. Esto debería ser una lección para los revolucionarios de hoy que, desorientados por el activismo y el inmediatismo, intentan compensar su debilidad numérica creando "grupos obreros" artificiales vinculados al "partido". Esta es la concepción de Battaglia Comunista y de la Communist Workers Organization, por ejemplo4. Sin embargo, hay una diferencia histórica considerable: mientras que el KAPD se encontró con órganos (las Unionen) que eran intentos artificiales de mantener vivos consejos obreros que acababan de desaparecer, la concepción actual de las organizaciones revolucionarias de tendencia oportunista se basa en un puro bluff.
Detrás de los errores del KAPD a nivel organizativo, había una dificultad para reconocer el reflujo de la ola revolucionaria tras el fracaso de la Acción de Marzo, y por tanto para sacar las conclusiones correctas sobre su actividad en tal situación.
El partido revolucionario, como organización con influencia directa en el pensamiento y la acción de la clase obrera, sólo puede constituirse en un curso de la lucha de clases ascendente. En particular, la derrota y el reflujo de la revolución no permiten mantener viva una organización revolucionaria que pueda asumir plenamente las tareas de un partido. Si tal retroceso en la lucha obrera se prolonga, si se abre el camino para que la burguesía tome las riendas de la situación, o bien el partido degenerará bajo la presión de la contrarrevolución, y de su seno surgirán fracciones que continuarán el trabajo teórico y político del partido (como en el caso de la Fracción Italiana), o bien el partido verá reducirse su influencia y su número de miembros y se convertirá en una organización más limitada cuya tarea esencial es preparar el marco teórico para la próxima oleada revolucionaria. El KAPD no comprendió que la marea revolucionaria había dejado de subir. De ahí su dificultad para hacer balance del periodo precedente y adaptarse al nuevo periodo.
Estas dificultades condujeron a las falsas e incoherentes respuestas de la izquierda germano-holandesa:
-- proclamar de forma puramente voluntarista el nacimiento de una nueva Internacional, como con la Internacional Obrera Comunista de Gorter en 1922.
-- no constituirse en fracción, sino proclamarse partido tras varias escisiones: el término "partido" se convirtió en una mera etiqueta para cada nueva escisión, reducida a unos pocos cientos de miembros, si no menos5.
Todas estas incomprensiones iban a tener resultados dramáticos. En la izquierda alemana, a medida que el KAPD de Berlín se debilitaba, coexistían tres corrientes:
-- los que se adhirieron a la teoría de Ruhle de que toda organización política era mala en sí misma. Hundidos en el individualismo, desaparecieron de la escena política;
-- otros -en particular los del KAPD berlinés que luchaban contra las tendencias anarquistas de los sindicatos- tenían tendencia a negar los consejos obreros y a ver sólo el partido. Desarrollaron una visión 'bordiguista' antes de que la palabra existiera6;
-- por último, los que consideraban que organizarse en un partido era imposible. La Unión Obrera Comunista (KAU), nacida de la fusión entre una escisión del KAPD y los sindicatos (AAU y AAU-E), no se veía realmente como una organización, sino como una unión laxa de tendencias diversas y descentralizadas. Se abandonó el centralismo organizativo del KAPD.
Fue esta última corriente, apoyada por el GIK holandés (Grupo de Comunistas Internacionales) surgido en 1927, la que triunfaría en la izquierda holandesa.
El trauma de la degeneración de la revolución rusa y del partido bolchevique dejó profundas cicatrices. La izquierda holandesa, que recogió la herencia teórica de la izquierda alemana, no heredó sus aportaciones positivas sobre la cuestión del partido y la organización de los revolucionarios.
Rechazó la visión sustitucionista del partido como Estado Mayor de la clase, pero sólo fue capaz de ver la organización general de la clase: los consejos obreros. La organización revolucionaria se veía ahora como una mera "liga propagandística" de los consejos obreros.
El concepto de partido fue rechazado o vaciado de contenido. Así, Pannekoek consideraba que "un partido sólo puede ser una organización que pretende dirigir y dominar al proletariado" (Partido y clase obrera, 1936) o que "los partidos -o grupos de discusión, ligas de propaganda, da igual el nombre- tienen un carácter muy diferente del tipo de organizaciones de partidos políticos que hemos visto en el pasado" (Los consejos obreros, 1946).
Partiendo de una idea correcta -- que la organización y el partido tienen una función diferente en la decadencia -- se llega a una conclusión falsa. No sólo ya no se ve qué distingue a la organización del partido en el período del capitalismo ascendente de la del partido en un período revolucionario, en un período de plena maduración de la conciencia de clase: también se abandona la visión marxista de la organización política como factor activo en la lucha de clases.
Las funciones indisolubles de la organización -teoría y praxis- son separadas. El GIK no se ve a sí mismo como un organismo político con un programa, sino como un entramado de conciencias individuales, una suma de actividades separadas. Así, el GIK llamó a la formación de "grupos de trabajo" federados por miedo a ver nacer una organización unida por su programa y que impusiera reglas organizativas:
"Es preferible que los obreros revolucionarios trabajen por el desarrollo de la conciencia en miles de pequeños grupos a que la actividad se subordine a una gran organización que intente dominar y dirigir" (Canne-Mejer, El porvenir de una nueva internacional obrera, 1935). Más grave aún era la definición de la organización como "grupo de opinión": esto dejaba la puerta abierta al eclecticismo teórico. Según Pannekoek, el trabajo teórico estaba dirigido a la autoeducación personal, a "la actividad intensiva de cada cerebro". De cada cerebro surgía un pensamiento o juicio personal "y en cada uno de estos pensamientos diversos encontramos una porción de una verdad más o menos amplia." (Pannekoek, Los consejos obreros). La visión marxista del trabajo colectivo de la organización, verdadero punto de partida de "una actividad intensiva de cada cerebro", dio paso a una visión idealista. El punto de partida era ahora la conciencia individual, como en la filosofía cartesiana. Pannekoek llegó a decir que el objetivo no era la clarificación en la clase, sino "el propio conocimiento del método para ver lo que es verdadero y bueno" (ibid).
Si la organización era sólo un grupo de trabajo en el que se formaba la opinión de cada miembro, sólo podía ser un 'grupo de discusión' o un 'grupo de estudio', "dándose a sí mismo la tarea de analizar los acontecimientos sociales" (Canne-Mejer, op cit). Ciertamente, se necesitaban "grupos de discusión" que llevaran a cabo aclaraciones políticas y teóricas. Pero esto correspondía a una fase primaria del desarrollo del movimiento revolucionario del siglo pasado. Esta fase, dominada por sectas y grupos separados, era transitoria: el sectarismo y el federalismo de estos grupos generados por la clase eran un desorden infantil. Estos desórdenes desaparecieron con la aparición de organizaciones proletarias centralizadas. Como señaló Mattick en 1935, los puntos de vista del GIK y de Pannekoek eran una regresión: “Una organización federalista ya no puede mantenerse porque en la fase del capital monopolístico en la que se encuentra ahora el proletariado, sencillamente no corresponde a nada ... Sería un paso atrás en relación con el viejo movimiento más que un paso adelante" (Rte-Korrespondenz nº 10-11, sept. 1935).
En realidad, el funcionamiento del GIK era el de una federación de "unidades independientes" incapaces de desempeñar un papel político activo. Cabe citar un artículo de Canne-Mejer de 1938 (Radencommunisme nº 3): "El Grupo de los Comunistas Internacionales no tenía estatutos, ni cuotas obligatorias y sus reuniones 'internas' estaban abiertas a todos los camaradas de otros grupos. De ello se deducía que nunca se podía saber el número exacto de miembros del grupo. Nunca hubo votaciones, que no eran necesarias porque nunca se trató de llevar a cabo la política de un partido. Se discutía un problema y cuando había una diferencia de opinión importante, se publicaban los diferentes puntos de vista, y eso era todo. Una decisión mayoritaria no tenía ninguna importancia. Era la clase obrera la que tenía que decidir".
En cierto modo, el GIK se castró a sí mismo por miedo a violar a la clase. Por miedo a violar la conciencia de cada miembro mediante reglas de organización, o a violar a la clase "imponiéndole" sus posiciones, el GIK se negó a sí mismo como parte militante de la clase. En efecto, sin medios financieros regulares, no hay posibilidad de sacar una revista y folletos durante una guerra. Sin estatutos, no hay reglas que permitan a la organización funcionar en todas las circunstancias. Sin centralización a través de órganos ejecutivos elegidos, no hay forma de mantener la vida y la actividad de una organización en todos los periodos, particularmente en periodos de ilegalidad, cuando la necesidad de hacer frente a la represión exige la centralización más estricta. Y, en un período de ascenso de la lucha de clases como el actual, no hay posibilidad de intervenir en la clase de forma centralizada y a escala mundial.
Estas desviaciones de la corriente consejista, ayer con, el GIK, hoy con los grupos informales que reivindican el comunismo consejista, se basan en la idea de que la organización no es un factor activo de la clase. Al 'dejar que la clase decida', se cae en la idea de que la organización revolucionaria está 'al servicio de la clase', es un mero registrador y no un grupo político que a veces, incluso en la revolución, tiene que nadar a contracorriente de las ideas y acciones de la clase. La organización no es un reflejo de 'lo que piensan los trabajadores'7: es un órgano colectivo portador de la visión histórica del proletariado mundial, que no es lo que la clase piensa en tal o cual momento, sino lo que está obligada a hacer: llevar a cabo los objetivos del comunismo.
Por tanto, no es de extrañar que el GIK desapareciera en 1940. El trabajo teórico del GIK fue continuado por el Spartacusbond, que nació de una escisión en el partido de Sneevliet en 1942 (cf. el artículo en IR 9, 'Rompiendo con el Spartacusbond'). A pesar de una visión más sana de la función de la organización revolucionaria -el Spartacusbond reconocía el papel indispensable del partido en la revolución como factor activo en el desarrollo de la conciencia- y de su modo de funcionamiento - tenía estatutos y órganos centrales-, el Spartacusbond acabó dominado por las viejas ideas del GIK sobre la organización.
Hoy, el Spartacusbond está moribundo, y Daad en Gedachte --que abandonó el Bond en 1965-- es un boletín meteorológico de huelgas obreras. La izquierda holandesa agoniza como corriente revolucionaria. No es a través de la propia izquierda holandesa como se transmitirá su verdadera herencia teórica a los nuevos elementos que surjan en la clase. Comprender e ir más allá de esta herencia es tarea de las organizaciones revolucionarias y no de individuos o grupos de discusión.
Sin embargo, las ideas "consejistas" de organización no han desaparecido, como podemos ver en varios países. Hacer un balance crítico del concepto de organización en las izquierdas alemana y holandesa nos proporciona la prueba no de la bancarrota de las organizaciones revolucionarias, sino por el contrario de su papel indispensable para extraer las lecciones del pasado y preparar los combates futuros.
Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario, pero sin organizaciones revolucionarias no puede haber teoría revolucionaria. No entender esto sólo puede llevar a los individuos y a las organizaciones informales al vacío. Abre la puerta a una pérdida de convicción en la posibilidad misma de una revolución (véase el texto de Canne-Mejer en esta Revista Internacional).
CH
1 "... ni siquiera es posible hablar de clase mientras no exista en su seno una minoría que tienda a organizarse en partido político" (Bordiga, Partido y clase).
2 Una idea defendida por Franz Pfemfert, amigo de Ruhle, director de la revista Die Aktion y miembro del KAPD.
3 Micahelis, ex profesor del KAPD y miembro de la KAU en 1931, dijo: "En la práctica, la Unión se convirtió en un segundo partido... el KAP reagrupó más tarde a los mismos elementos que la Unión".
4 Estos dos grupos se unieron en 1984 en BIPR (Buró Internacional por el Partido Revolucionario) que a partir de 2009 se transformó en la TCI (Tendencia Comunista Internacionalista)
5 En 1925, en Alemania había tres KAPD: uno la tendencia de Berlín y dos la tendencia de Essen. Este error, que fue una tragedia para el campo proletario de entonces, se repitió en forma de farsa en 1943 en Italia con la proclamación -en plena contrarrevolución- del Partido Comunista Internacionalista dirigido por Damen y Maffi. Ahora hay cuatro "partidos" en Italia que reivindican su ascendencia de la izquierda italiana. Esta megalomanía de pequeños grupos que se autodenominan partido sólo sirve para ridiculizar la propia noción de partido y es un obstáculo para el difícil proceso de reagrupación de los revolucionarios, que es la principal condición subjetiva para el surgimiento de un partido mundial de resto en el futuro
6 El mismo Michaelis dijo en 1931: "Las cosas llegaron incluso al punto de que, para muchos camaradas, los consejos sólo se consideraban posibles si aceptaban la línea del KAPD".
7 En el mismo número de Radencommunisme se dice que "cuando había una huelga salvaje, los huelguistas a menudo sacaban octavillas a través del grupo; éste las elaboraba aunque no estuviera absolutamente de acuerdo con su contenido". (Subrayado nuestro)
"¡Proletarios de todos los países, uníos!"
Este llamamiento, con el que concluye el Manifiesto Comunista[1] redactado por Marx y Engels en 1848, no era un generoso y simple deseo sino que expresaba lo que es una de las condiciones vitales para la victoria y la emancipación de la clase obrera. El movimiento de la clase obrera se afirma, desde su nacimiento, como el combate de una clase internacional contra las fronteras nacionales en las que se desarrolla la dominación de la clase capitalista sobre el proletariado. Sin embargo, ya que en el siglo XIX el capitalismo no había agotado aun todas las potencialidades de su desarrollo, en su lucha contra las relaciones de producción precapitalistas, no es extraño que los comunistas vieran como posible que, en algunos casos y en determinadas condiciones, la clase obrera apoyara a determinadas fracciones de la burguesía puesto que piensan que el capitalismo, al irse desarrollando, aceleraría la maduración de las condiciones de la revolución proletaria. Pero, desde principios del siglo XX, al constituirse el mercado mundial, lo que significa que el modo de producción capitalista se había extendido a todo el planeta, se abrió el debate sobre la naturaleza del apoyo de los revolucionarios a los movimientos nacionales.
Este artículo, primero de una serie dedicada a la actitud de los comunistas respecto a la cuestión nacional, recuerda en qué términos y con qué intenciones se desarrolló el debate sobre estas cuestiones entre Lenin y Rosa Luxemburgo.
El fracaso de la oleada revolucionaria de 1917-23, el triunfo de la contrarrevolución en Rusia y la sumisión, durante cincuenta años, del proletariado a la barbarie del capitalismo decadente no permitieron una clarificación completa de la cuestión nacional en el movimiento obrero. Durante todo ese periodo, la contrarrevolución hizo todo lo que pudo y más para desvirtuar el contenido de la revolución proletaria, presentando siempre el capitalismo de Estado instaurado en la URSS como la "continuidad natural" de la oleada revolucionaria de los años 17-23, relacionando el internacionalismo proletario con la política imperialista del Estado capitalista ruso y sus maniobras gansteriles, ejecutadas en nombre de la "autodeterminación", del "derecho de los pueblos", de "la liberación nacional de los pueblos oprimidos",... Las posiciones de Lenin se veían así, en todos sus aspectos, transformadas en dogmas infalibles. Por ejemplo, la posibilidad de que el proletariado utilizara los movimientos nacionales como "palanca" para la revolución comunista, táctica preconizada con el reflujo de la revolución en los países centrales, y la necesidad de defender "el Estado proletario" en Rusia, tendían a considerarse, en las filas revolucionarias mismas, exceptuadas unas cuantas minorías, como algo adquirido para siempre, inmutable.
La dispersión y la crisis de organizaciones revolucionarias, como es especialmente el caso del partido bordiguista "PCInt-Programa Comunista", hacen hoy evidente la importancia que tiene para los comunistas el defender una clara posición de principios sobre las llamadas "luchas de liberación nacional" si no quieren ser enterrados bajo el enorme peso que ejerce la losa ideológica burguesa en esta cuestión crucial. El abandono por el PCInt de una posición internacionalista en el conflicto interimperialista de Oriente Medio, dando su apoyo crítico a fuerzas capitalistas como la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), ha provocado la dislocación del grupo y originado una escisión ya claramente nacionalista y ultra-patriotera (el grupo El Oumami). Este es un ejemplo reciente de que el proletariado debe recelar de lo que suponga la más mínima concesión al nacionalismo en el periodo de decadencia del capitalismo. El origen de las debilidades teóricas de los bordiguistas, al igual que el de toda la tradición llamada leninista, sobre la cuestión nacional está en que defienden la posición que mantuvo Lenin, en la joven Internacional Comunista, apoyando los movimientos nacionales con la consigna: "derecho de las naciones a la autodeterminación".
La Corriente Comunista internacional niega cualquier apoyo de ese tipo en la época del imperialismo. Esta negativa está basada en la crítica de las ideas de Lenin que Rosa Luxemburgo hiciera ya a principios del siglo XX. Hoy en día, a la luz de la experiencia proletaria durante estos últimos setenta años, no podemos sino reafirmar que es la posición de Luxemburgo y no la de Lenin la que corresponde a la historia; la que ofrece las únicas bases claras para tratar la cuestión al modo marxista.
Hay hoy gente, que aparece en el medio revolucionario o que ha roto sólo parcialmente con el izquierdismo, que adopta la postura de Lenin contra Luxemburgo sobre este tema. En vista de lo importante que es romper claramente con todos los aspectos de la ideología izquierdista, publicaremos aquí una serie de artículos que examinarán críticamente los debates que hubo en el medio revolucionario antes y durante la I Guerra mundial imperialista. Demostraremos que es la posición de R. Luxemburgo la que de verdad tiene en cuenta coherentemente todas las implicaciones de la decadencia capitalista sobre la cuestión nacional. Dejaremos también muy clara la posición de Lenin, considerándola como un error del movimiento obrero de la época, frente a todas las distorsiones y censuras de los ideólogos de la izquierda del capital.
"El marxismo es inconciliable con el nacionalismo, por mucho que éste fuese "el más justo", "el más puro", de lo más refinado y civilizado". (Lenin: "Notas sobre la cuestión nacional".)
Ante las groseras deformaciones que los epígonos de Lenin le hicieron a la cuestión nacional, cabe ante todo subrayar que Lenin, como marxista que era, basaba su actitud de apoyo a los movimientos nacionalistas en los cimientos construidos por Marx y Engels en la I Internacional; como sobre cualquier otra cuestión social, él afirmaba que los marxistas deben examinar la cuestión nacional:
Cuando Lenin defendía la idea de que el proletariado debe reconocer el "derecho de las naciones a la autodeterminación"; o sea, el derecho de una determinada burguesía a separarse y organizar un Estado capitalista independiente si esta lo consideraba necesario, insistía en que tal derecho no tenía que ser apoyado más que cuando redundaba en interés de la lucha de la clase obrera, pues el proletariado «al reconocer la igualdad de derechos y el derecho igual a formar un Estado nacional, aprecia y coloca por encima de todo la unión de los proletarios de todas las naciones, evalúa toda reivindicación nacional y toda separación nacional con la mira puesta en la lucha de clase de los obreros». (Lenin: "Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación". 1914)[2].
Para Lenin, el derecho de autodeterminación era una reivindicación necesaria en la lucha del proletariado por la democracia, por la igualdad de derechos, por el sufragio universal, etc. Él planteaba el problema fundamental en la perspectiva de que la revolución burguesa, en marcha ya en Europa oriental, Asia y África, llegaría a concluirse; de que el desarrollo de movimientos nacionalistas, impulsados por una burguesía en ascenso, era históricamente inevitable para destruir el feudalismo y extender las relaciones capitalistas en el mundo. Según eso, allá donde surgieran movimientos nacionalistas burgueses los marxistas, según Lenin, deberían apoyarlos: luchando por el más alto nivel de democracia, ayudándolos a liquidar los vestigios feudales y a suprimir toda opresión nacional, para así quitar los obstáculos que dificultaban la lucha de la clase de los proletarios contra el capital.
Esta tarea adquiría un significado particular para los bolcheviques en Rusia, quienes procuraban ganarse la confianza de las masas en las naciones oprimidas por el Imperio zarista. Para Lenin, que veía en el nacionalismo "gran ruso" el obstáculo principal para la democracia y para el desarrollo de las luchas proletarias, por ser más "feudal que burgués", negarles a las pequeñas naciones el derecho a la secesión significaría en la práctica apoyar los privilegios de la nación opresora y subordinar a los obreros a la política de la burguesía y de los señores feudales rusos.
Lenin era sin embargo muy consciente de los peligros que entrañaba el apoyo del proletariado a los movimientos nacionalistas puesto que, incluso en los países "oprimidos", las luchas del proletariado y las de la burguesía se oponían radicalmente:
Por estas razones, Lenin insiste en que el apoyo del proletariado al nacionalismo debía limitarse a lo estrictamente progresista en esos movimientos; apoyaría a la burguesía "condicionalmente", "sólo en determinado sentido". Desde el punto de vista de lo que es el que se lleve a cabo la revolución burguesa mediante la lucha por la democracia contra la opresión nacional, el apoyo del proletariado a la burguesía de una nación oprimida sólo debía darse cuando aquella combata realmente contra la nación opresora: "(...) En la medida en que la burguesía de la nación oprimida defiende su propio nacionalismo burgués nosotros lo combatimos. Lucha contra los privilegios y violencias de la nación opresora, ninguna tolerancia respecto a la tendencia de la nación oprimida a defender sus propios privilegios" (Ibídem, pág 631).
O sea que, los movimientos nacionalistas burgueses no debían ser apoyados más que por su contenido democrático; es decir, por su capacidad para contribuir a la instauración de mejores condiciones para la lucha de la clase y para la unidad de la clase obrera: "En todo nacionalismo burgués de una nación oprimida hay un contenido democrático general contra la opresión, y a este contenido le prestamos un apoyo incondicional distanciado rigurosamente de la tendencia al exclusivismo nacional..." (Ídem; subrayado en el original).
Por eso Lenin, en 1913, cuando se refiere a las limitaciones históricas de la lucha por la democracia y la necesidad de la consigna de la autodeterminación (en una época en que ya, desde 1871, las revoluciones democrático burguesas habían terminado en el Occidente de Europa continental) era de lo más explícito cuando expresa que "Por eso, buscar ahora el derecho a la autodeterminación en los programas socialistas de la Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo" (Ídem, pág. 629).
Pero en la Europa del Este y en Asia, la revolución burguesa tenía aun que consumarse y, "precisamente y sólo porque Rusia, junto con los países vecinos, pasa por esa fase, nosotros en nuestro programa necesitamos incluir un punto sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación" (Íd.; subrayado nuestro).
La consigna de la autodeterminación estaba, desde un principio, plagada de ambigüedades. La situación obligaba a Lenin a admitir que era una reivindicación negativa, de un derecho a formar un Estado separado por el que el proletariado no podía ofrecer garantía ninguna y que no podía ser acordado (es decir, aceptado de común acuerdo con la burguesía nacional correspondiente) a expensas de ninguna otra nación. Sus escritos sobre el tema están llenos de advertencias, limitaciones y excepciones a veces contradictorias; se trataba por encima de todo de que los socialistas de los países "oprimidos" pudieran utilizarla con fines propagandísticos. Sin embargo, y siguiendo el mismo método, estrictamente histórico, de Lenin, podemos decir que la raíz de esta reivindicación se fundamentaba en la capacidad que aun tenía la burguesía para luchar por la democracia contra el feudalismo y la opresión nacional en las áreas del mundo donde el capitalismo estaba aun expandiéndose. La conclusión resultante es que cuando ese periodo llegase a su fin todo el contenido democrático de las luchas desaparecería y por tanto la única tarea progresista del proletariado sería la de hacer su propia revolución contra el capitalismo.
La crítica de Rosa Luxemburgo a la adopción por los bolcheviques de la consigna: "El derecho de las naciones a la autodeterminación" formaba parte inseparable de la lucha que estaba llevando el ala izquierda de los partidos socialdemócratas de Europa del Oeste contra las tendencias cada vez más abiertas hacia el oportunismo y el revisionismo en la II Internacional. A principios del siglo XX ya se podía observar, en los países capitalistas avanzados, el nacimiento de la tendencia hacia el capitalismo de Estado y el imperialismo y su resultado: la tendencia a la absorción, por la maquinaria estatal, de las organizaciones permanentes del movimiento obrero; es decir, los sindicatos y los partidos de masas. En la II Internacional aparecen teóricos, como Bernstein, que "revisan" el marxismo revolucionario para justificar la evolución de esa integración. Luxemburgo fue una de las primeras, entre los teóricos de la Izquierda, que luchó contra ese "revisionismo" y buscó sus causas profundas.
Rosa Luxemburgo rechazaba con ahínco la noción de "autodeterminación" pues veía en esta los signos de la influencia "socialpatriota" de fuerzas nacionalistas reaccionarias, que se llamaban a sí mismas socialistas, en la Internacional y cómo algunos dirigentes teóricos, por ejemplo Kautsky, las justificaban. La adopción por la Internacional, en 1896, de una Resolución que reconocía "el derecho absoluto de todas las naciones a la autodeterminación" fue una respuesta a las insistencias del Partido Socialista Polaco para obtener el apoyo oficial a favor de la restauración de la soberanía nacional polaca. Las pretensiones del PSP no se aceptaron pero la fórmula general adoptada, en opinión de Rosa Luxemburgo, eludía dos importantes cuestiones subyacentes: la base histórica del apoyo del proletariado a los movimientos nacionalistas y la necesidad de luchar contra el socialpatriotismo en la Internacional.
Luxemburg empezó su crítica aceptando el mismo marco básico que Lenin, o sea:
Sin embargo, su tarea primordial era la de defender el punto de vista marxista de la cuestión nacional contra aquellos que, al igual que los socialpatriotas polacos, utilizaban los escritos de Marx para apoyar la independencia de Polonia y justificar así sus propios proyectos reaccionarios de restauración nacional, empeñándose "en transformar una visión particular de Marx sobre un problema del momento en un dogma fuera del tiempo, inmutable, indiferente a las contingencias históricas, sin la menor duda ni la menor crítica, ya que al fin y al cabo... "lo dijo el mismo Marx". Eso no era ni más ni menos que apropiarse del nombre de Marx para dar validez a una tendencia que, por su misma esencia, iba en contra de las enseñanzas y de la teoría marxista" (Prólogo a la antología: "La cuestión polaca y el movimiento socialista". 1905)[3].
Contra semejante fosilización de la metodología histórica del marxismo, R. Luxemburgo afirmaba que "sin un examen crítico de las condiciones históricas concretas, ningún aporte válido puede hacerse al problema de la opresión nacional" ("La cuestión polaca"; Congreso de la Internacional, 1896). Y en base a esto ella siguió esbozando sus principales argumentos contra la consigna de la autodeterminación:
La mayoría de estos argumentos, que en muchos casos no eran sino la reafirmación de las posiciones marxistas básicas sobre el Estado y la naturaleza clasista de la sociedad, quedaron sin respuesta por parte de Lenin. En contra de la idea del apoyo del proletariado a la autodeterminación, Rosa Luxemburg hacía hincapié en la segunda parte de la Resolución, adoptada por la Internacional en 1896, que llamaba a los obreros de todos los países oprimidos a "integrarse en las filas de los obreros conscientes del mundo entero, para combatir junto a ellos por la derrota del capitalismo internacional y alcanzar las metas de la socialdemocracia internacional" (R. Luxemburg: "La cuestión nacional y la autonomía" 1908).
Rosa Luxemburg desarrolló su crítica a la autodeterminación refiriéndose particularmente a Polonia; sin embargo, las razones expuestas por ella para explicar su negativa a apoyar la independencia de Polonia frente a Rusia tienen una importancia general para esclarecer el punto de vista marxista respecto a estas cuestiones y lo que implican los cambios operados en la vida del capitalismo en cuanto a la cuestión nacional en general.
Marx y Engels empezaron apoyando el nacionalismo polaco, como parte de una estrategia revolucionaria de: defensa de los intereses de la revolución democrático-burguesa en Europa occidental contra la Santa Alianza de regímenes feudales y absolutistas en Europa oriental. Incluso hicieron llamamientos a guerrear contra Rusia y a insurrecciones en Polonia por la salvaguarda de la democracia burguesa. R. Luxemburg puso de relieve que aquel apoyo al nacionalismo polaco se había dado en un momento en que no había el menor signo de acción revolucionaria en Rusia y que no existía todavía un proletariado significativo, ni en Rusia ni en Polonia, para entrar en lucha contra el feudalismo: "No fue una teoría ni una táctica socialistas lo que determinó el punto de vista que Marx, y más tarde Engels, adoptaron respecto a Rusia y Polonia sino las exigencias políticas de la democracia alemana de la época -los intereses prácticos de una revolución burguesa en Europa occidental-" (Obra citada).
La reafirmación por Luxemburg de la posición marxista se basaba en el análisis del desarrollo histórico del capitalismo: en la segunda mitad del siglo XIX, Polonia "bailaba" la "frenética danza del capitalismo y del enriquecimiento capitalista sobre la tumba de los movimientos nacionalistas y de la nobleza polaca"; lo que dio nacimiento a un proletariado polaco y a un movimiento socialista que desde sus orígenes defendió sus propios intereses de clase como lo que eran: opuestos al nacionalismo. Esto iba paralelo a los cambios habidos en la misma Rusia en donde la clase obrera ya había comenzado a entablar sus propios combates.
En Polonia, el desarrollo capitalista fue el origen de la oposición entre la independencia nacional y los intereses de la burguesía; ésta renunció a la causa nacionalista de la vieja nobleza para lograr una más estrecha integración de los capitales polacos y rusos forzada por la necesidad de mantener el mercado ruso, del cual la burguesía se vería privada si Polonia desaparecía como Estado independiente. De esto Luxemburg concluía que la tarea política del proletariado en Polonia no era la de tomar a su cargo una lucha utópica sino la de unirse con los obreros rusos en la lucha común contra el absolutismo para una democratización más amplia, para que surgieran las mejores condiciones de lucha contra el capital ruso y el polaco.
Que el Partido Socialista Polaco usara el apoyo de Marx en 1848 al nacionalismo polaco no era sino una traición al socialismo, el signo evidente de la influencia del nacionalismo reaccionario dentro del movimiento socialista, que usaba las palabras de Marx y Engels pero en realidad daba la espalda a la alternativa proletaria; o sea, la lucha de una clase unida que se manifestó en 1905 cuando la huelga de masas se extendió desde Moscú y Petrogrado hasta Varsovia. El nacionalismo polaco se había convertido en "un barco donde pululaba todo tipo de reaccionarios, un campo abonado para la contrarrevolución"; se había convertido en arma en manos de la burguesía nacional; la cual, en nombre de la nación polaca hostigaba y asesinaba a los obreros en huelga, organizaba "sindicatos nacionales" como cortafuegos de la combatividad obrera, organizaba campañas contra las huelgas generales "antipatrióticas" y montaba bandas armadas nacionalistas para asesinar a los socialistas. Y Rosa L. concluía: "maltratada por la historia, la idea nacional polaca atravesó todo tipo de crisis y acabó cayendo en declive. Tras haber iniciado su carrera política como rebelión romántica, noble, glorificada por la revolución internacional se encarna ahora en el "hooligan" nacional, en el voluntario de los "Cien negros" del absolutismo y del imperialismo ruso." (R. L.: "La cuestión nacional y la autonomía". 1908).
Mediante un examen de los cambios concretos aportados por el desarrollo capitalista R. Luxemburg logró dar al traste con las frases abstractas sobre los "derechos" y la "autodeterminación" y, lo que es más importante, refutar todos los argumentos de Lenin en su posición de que había que apoyar la autodeterminación polaca para que así avanzara la causa de la democracia y la erosión del feudalismo. El nacionalismo se había convertido en fuerza reaccionaria en todas partes donde había tenido que encarar la amenaza de la lucha de la clase unificada. Por muy específico que fuera el caso de Polonia, las conclusiones de R. Luxemburg iban a tener necesariamente una aplicación general, en un periodo en el que los movimientos burgueses de liberación nacional dejaban patente el antagonismo existente entre la clase burguesa y el proletariado.
El rechazo de Luxemburg a la autodeterminación y a la independencia de Polonia era algo inseparable de su análisis sobre el nacimiento del imperialismo y sus consecuencias en las luchas de liberación nacional. Aunque fue esa una de las cuestiones esenciales en el movimiento socialista en Europa occidental, los comentarios de Luxemburgo no fueron en absoluto tenidos en cuenta por Lenin hasta el estallido de la I Guerra mundial. La emergencia del imperialismo capitalista, según Luxemburg, volvía caduca la más mínima idea de independencia nacional. La tendencia era hacia la "destrucción continua de la independencia de una cantidad cada vez más grande de nuevos países y pueblos, de continentes enteros" por un puñado de poderes dirigentes. El imperialismo, al ampliar el mercado mundial, destruía toda probabilidad de independencia económica: "Este proceso, así como la raíz de las políticas coloniales, está en los cimientos mismos de la producción capitalista... Sólo los inofensivos apóstoles burgueses de la "paz" pueden creer en la posibilidad, para los Estados de hoy, de evitar esa vía. " (Ídem).
Todas las pequeñas naciones quedaban condenadas a la impotencia política. Luchar para asegurarse la independencia en el seno del capitalismo significaría de hecho pretender la vuelta al primer estadio del desarrollo capitalista, lo cual era, ni más ni menos, una utopía.
Esta nueva característica del capitalismo hacía surgir no ya Estados nacionales, según el modelo de las revoluciones democrático burguesas de Europa, sino Estados de rapiña, mejor adaptados a las necesidades del periodo. En esas condiciones, la opresión nacional se transformaba en un fenómeno general e intrínseco al capitalismo y su eliminación se había hecho imposible sin la destrucción del capitalismo mismo, mediante la revolución socialista. Lenin refutaba este análisis de la dependencia creciente de las naciones pequeñas pues para él no tenía relación con la cuestión de los movimientos nacionales; Lenin no negaba la existencia del imperialismo o del colonialismo pero, según él, de lo único que se trataba era de la autodeterminación política, defendiendo en esta cuestión a Kautsky, que apoyaba la restauración de Polonia, contra Luxemburg.
El desarrollo del imperialismo, como condición para el sistema capitalista mundial, no se podía apreciar claramente todavía y Luxemburg sólo podía poner unos cuantos ejemplos "tipo": Inglaterra, Alemania, Norteamérica; a la vez que reconocía que el mercado mundial estaba todavía en expansión y que el capitalismo no había entrado en su crisis mortal. Sin embargo, la valía de su análisis está en haber examinado algunas de las tendencias fundamentales del capitalismo y sus implicaciones para la clase obrera y para la cuestión nacional. Su rechazo a las luchas de liberación nacional se basaba en la comprensión de las nuevas condiciones de la acumulación capitalista y no en consideraciones morales y subjetivas.
La consigna de la autodeterminación debería alcanzar, según Lenin, dos objetivos: como reivindicación, importante en la lucha del proletariado por la democracia en el seno de la sociedad capitalista y como táctica de propaganda, utilizándola contra el chovinismo nacional en el imperio zarista. Sin embargo, esa consigna contenía, desde el principio, ambigüedades teóricas y peligros prácticos que acabarían por corroer, en los bolcheviques, la defensa del internacionalismo proletario en los inicios de la fase imperialista del capitalismo:
Además, el uso que hacía Lenin de términos tales como "naciones oprimidas" y "opresoras" no era el adecuado, ni siquiera en el capitalismo ascendente. Es cierto que Rosa Luxemburg utilizaba también esos términos, cuando describía la emergencia de un puñado de grandes potencias que se repartían el mundo, pero para ella estos "Estados de conquista" no eran sino ejemplos de una tendencia general en el capitalismo en su conjunto. Uno de los valores de sus escritos sobre el nacionalismo polaco fue el de haber demostrado que, incluso en las pretendidas naciones oprimidas, la burguesía usaba el nacionalismo contra la lucha de la clase obrera, actuando como agente de las potencias imperialistas dominantes. Todos los discursos sobre las naciones "oprimidas" y "opresoras" acaban transformando la nación burguesa en una abstracción que sirve para ocultar los antagonismos de clase.
Toda esta estrategia sobre la "autodeterminación" era herencia no de Marx y Engels sino de la II Internacional que estaba, a finales del siglo XIX, muy corrompida por la influencia del nacionalismo y el reformismo. La posición de Lenin era compartida por el ala centro de los partidos socialdemócratas y, sobre este tema, él apoyaba a Kautsky, el teórico más "ortodoxo", contra R. Luxemburg y el ala izquierda de la Internacional. Combatiente desde su situación en Rusia, Lenin no llega a demostrar que la autodeterminación era una concesión al nacionalismo ni que para llegar a la raíz de la degeneración de la socialdemocracia era necesario rechazar el "derecho de las naciones a la autodeterminación".
La verdadera importancia de la posición de Luxemburg era que se basaba en el análisis de las tendencias dominantes en el núcleo mismo de la producción capitalista, en particular en la emergencia del capitalismo en Europa, como indicadores de la naturaleza del conjunto de la economía mundial en la época imperialista.
En cambio, Lenin basaba su posición en su experiencia como combatiente en una situación como la de Rusia y en las necesidades de los países de las zonas atrasadas del mundo, en los que la revolución burguesa estaba aun por realizar, pese a estar en los albores de la época en que ya no sería posible para el proletariado obtener reformas del capitalismo y en la que el nacionalismo ya no podría tener ningún papel progresista.
La de Lenin era una estrategia para una época histórica en vías de extinción y ya no podía responder a las necesidades de la clase obrera en las nuevas condiciones del capitalismo en decadencia.
M. T. Julio de 1983.
[1] Leer en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm [4]
[2] "El derecho de las naciones a la autodeterminación [5]".
[3] R. Luxemburg: "El desarrollo industrial de Polonia y otros escritos sobre el problema nacional". Cuaderno nº 71 de Ediciones Pasado y Presente. México 1979
Links
[1] https://es.internationalism.org/files/es/la_concepcion_de_la_organizacion_en_la_izquierda_germano_-_holandesa.pdf
[2] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/comunismo-de-consejos
[3] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/consejismo
[4] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
[5] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/derech.htm
[6] https://es.internationalism.org/en/tag/21/379/la-cuestion-nacional
[7] https://es.internationalism.org/en/tag/2/33/la-cuestion-nacional