Estamos asistiendo en toda Europa Oriental y en la URSS a una violenta explosión nacionalista.
Yugoslavia está en vías de desintegración. La civilizada y «europea» Eslovenia pide la independencia y, entre tanto, somete las repúblicas «hermanas» de Serbia y Croacia a un fuerte bloqueo económico. En Serbia, el nacionalismo agitado por el estalinista Milosevic lleva a pogromos, al envenenamiento de aguas, a la represión más brutal contra las minorías albanesas. En Croacia, las primeras elecciones «democráticas» dan el triunfo al CDC grupo violentamente revanchista y nacionalista; un partido de fútbol entre el Dynamo de Zagreb y otro equipo de Belgrado (Serbia) degenera en violentos enfrentamientos.
Toda Europa del Este está sacudida por las tensiones nacionalistas. En Rumania, una organización parafascista repleta de elementos de la antigua Securitate, Cuna Rumana, que cuenta con el apoyo indirecto de los «liberadores» del FSN, lleva a cabo sádicos apaleamientos de húngaros. Estos a su vez, aprovecharon la caída de Ceaucescu para perpetrar pogromos antirumanos. Por su parte, el gobierno central de Bucarest, niña bonita de los gobiernos «democráticos», persigue con saña a las minorías gitanas y de origen alemán. Hungría, pionera de los cambios «democráticos», discrimina a los gitanos y azuza las reivindicaciones de la minoría húngara en la Transilvania rumana. En Bulgaria, la recién estrenada «democracia» da cobijo a huelgas y manifestaciones masivas contra las minorías turcas. En la Checoslovaquia de la «revolución de terciopelo», el gobierno del «soñador» Havel persigue «democráticamente» a los gitanos y una violenta polémica sazonada de manifestaciones y enfrentamientos se ha destapado entre checos y eslovacos centrándose en la trascendente cuestión de si el nombre de la «nueva» República «libre» será Checoslovaquia o Checo-Eslovaquia...
Pero es, sobre todo, en la URSS donde el estallido nacionalista alcanza proporciones que están poniendo en entredicho la existencia de un Estado que era, hasta hace 6 meses, la segunda potencia mundial. Este estallido es especialmente sangriento y caótico. Matanzas de azeríes a manos de armenios y de armenios a manos de azeríes, de absajios víctimas de georgianos, de turcomanos linchados por uzbekos, de rusos apaleados por kazakos... Entre tanto, Lituania, Estonia, Letonia, Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Ucrania... piden la independencia.
La explosión nacionalista:
la descomposición capitalista en carne viva
Para los propagandistas de la burguesía estos movimientos serían una «liberación» producto de la «revolución democrática» con la que los pueblos del Este se han quitado de encima la bota «comunista».
Si «liberación» ha habido es la de la caja de Pandora. El hundimiento del estalinismo ha destapado las violentas tensiones nacionalistas, las fuertes tendencias centrífugas, que con la decadencia del capitalismo se habían incubado, radicalizado, profundizado, en esos países, alimentadas por su atraso insuperable y por la dominación estalinista, expresión y factor activo de dicho atraso[1].
El llamado «orden de Yalta» que ha dominado el mundo durante 45 años encaminaba las enormes tensiones y contradicciones que la decadencia del capitalismo madura inexorablemente hacia el holocausto total de una III guerra imperialista mundial; sin embargo, el renacimiento de la lucha proletaria desde 1968 ha bloqueado este curso «natural» del capitalismo decadente. Ahora bien, al no haber sido capaz la lucha proletaria de ir hasta sus últimas consecuencias -la ofensiva revolucionaria internacional- las tendencias centrífugas, las contradicciones cada vez más profundas, las aberraciones crecientemente destructivas, propias de la decadencia capitalista, continúan operando y agravándose, originando un pudrimiento en la raíz del orden capitalista que es lo que denominamos su descomposición generalizada[2].
Esta descomposición en los antiguos dominios del Oso Ruso ha «liberado» los peores sentimientos de racismo, revanchismo nacionalista, chovinismo, antisemitismo, fanatismo patriótico y religioso... que han acabado expresándose en toda su furia destructora.
«Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre y chorreando mugre: así vemos a la sociedad capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud, orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza» (Rosa Luxemburgo, La crisis de la socialdemocracia, cap. I).
La burguesía suele distinguir entre un nacionalismo «salvaje», «fanático», «agresivo»... y un nacionalismo «democrático», «civilizado», «respetuoso de los demás», etc.
Esta distinción es una pura superchería fruto de la hipocresía de los grandes Estados «democráticos» de Occidente cuya posición de fuerza les permite emplear con más inteligencia y astucia la barbarie, la violencia y la destrucción inherentes por principio a toda nación y todo nacionalismo en el capitalismo decadente.
El nacionalismo «democrático», «civilizado»y «pacífico» de Francia, USA y demás, es el de las matanzas y las torturas en Vietnam, Argelia, Panamá, África Central, Chad o el de su apoyo sin disimulos a Irak en la guerra del Golfo...
Es el de dos guerras mundiales con un saldo de más de 70 millones de muertos donde la exaltación del patriotismo, de la xenofobia, del racismo, acompañaron, cual manto protector, actos de barbarie que nada tienen que envidiar a sus rivales nazis: los bombardeos americanos de Dresde o de Hirosima y Nagasaki o las atrocidades francesas con las poblaciones alemanas de sus zonas de ocupación tanto tras la I Guerra Mundial como después de la segunda.
Es la «civilización» y el «pacifismo» de la «liberación» francesa con la derrota de los nazis: las fuerzas «republicanas» de De Gaulle y el P «C» F los que alentaban conjuntamente a la delación, al pogromo de alemanes; «A cada uno su boche[3]» era la «civilizada» consigna de la Francia «eterna» encarnada por esos postores del nacionalismo más vociferante y agresivo que siempre han sido los estalinistas.
Es el del cinismo hipócrita de favorecer la emigración ilegal de obreros de África para tener una mano de obra barata permanentemente intimidada y chantajeada por la represión policial (que según las necesidades de la economía nacional no duda en devolver en condiciones atroces a su país de origen miles de obreros emigrantes) y, al mismo tiempo, exhibir con lágrimas de cocodrilo un «antirracismo» enternecedor...
Es el del fariseísmo descarado de la Thatcher que al mismo tiempo que «lamenta» «horrorizada» la barbarie en Rumanía devuelve a Vietnam a 40 000 emigrantes ilegales cazados como ratas por la policía de Su Majestad en Hong Kong.
Toda forma, toda expresión de nacionalismo, grande o pequeño, lleva necesaria y fatalmente la marca de la agresión, de la guerra, del «todos contra todos», del exclusivismo y la discriminación.
Si en el periodo ascendente del capitalismo, la formación de nuevas naciones, constituía un paso adelante en el desarrollo de las fuerzas productivas, en el camino para darles un marco de expansión y pleno desenvolvimiento, el del mercado mundial, en el siglo XX, en cambio, en la decadencia del capitalismo, estalla brutalmente la contradicción entre el carácter mundial de la producción y la naturaleza inevitablemente privada-nacional de las relaciones capitalistas. Bajo tal contradicción la nación, como célula básica de agrupamiento de cada bando de capitalistas en la guerra a muerte por el reparto de un mercado sobresaturado, revela su carácter reaccionario, su naturaleza congénita de fuerza de división, traba al desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad.
«De un lado la formación de un mercado mundial internacionaliza la vida económica marcando profundamente la vida de los pueblos; pero, de otro lado se produce la nacionalización, cada vez más acentuada, de los intereses capitalistas lo que traduce, del modo más manifiesto la anarquía de la concurrencia capitalista en el marco de la economía mundial y que conduce a violentas conmociones y catástrofes, a una inmensa pérdida de energías, planteando imperiosamente el problema de la organización de nuevas formas de vida social». (Bujarín, La economía mundial y el imperialismo, 1916).
Todo nacionalismo es imperialista
Los trotskistas, extrema izquierda del capital, permanentes apoyos «críticos» del imperialismo ruso, presentan una lectura «positiva» de la explosión nacionalista en el Este. Según ellos significaría el ejercicio de la «autodeterminación de los pueblos» lo que habría supuesto un golpe contra el imperialismo, una desestabilización de los bloques imperialistas.
Ya hemos argumentado y ampliamente demostrando la falacia de la consigna «autodeterminación de los pueblos» incluso en el periodo ascendente del capitalismo[4]. Aquí queremos demostrar que tal explosión nacionalista si bien es una consecuencia de la hecatombe del bloque imperialista ruso y se inscribe en un proceso de desestabilización de las constelaciones imperialistas que han dominado el mundo los últimos 40 años (el «orden» de Yalta), no supone ninguna puesta en cuestión del imperialismo y, desde luego, lo que es más importante, semejante proceso de descomposición no aporta nada favorable al proletariado.
Toda mistificación se apoya, para engañar con eficacia, en falsas verdades o en apariencias de verdad. Así, es obvio que el bloque imperialista occidental ve con embarazo y preocupación el actual proceso de estallido en mil pedazos de la URSS. Su actitud ante la independencia de Lituania ha sido, aparte de las bravatas propagandísticas de «no me toquen a Lituania» y las palmaditas al hombro a Landsbergis y su panda, la de un apoyo muy poco disimulado a Gorbachov.
Estados Unidos y sus aliados de Occidente, no tienen, por el momento, ningún interés en que la URSS reviente. Saben que tal estallido daría lugar a una enorme desestabilización, con salvajes guerras civiles y nacionalistas, donde podrían ponerse en juego los arsenales nucleares acumulados por Rusia. Por otro lado, una desestabilización de las actuales fronteras en la URSS repercutiría inevitablemente sobre Oriente Medio y Asia, destapando las igualmente enormes tensiones nacionalistas, religiosas, étnicas, etc., allí acumuladas y a duras penas contenidas.
No obstante, esta actitud por el momento unánime de las grandes potencias imperialistas de Occidente es circunstancial. Inevitablemente, a medida que se agudice el proceso, ya en curso, de dislocación del bloque occidental -cuyo principal factor de cohesión, la unidad contra el peligro del Oso Ruso, ha desaparecido- cada potencia empezará a jugar sus propias cartas imperialistas, soplando el fuego de tal o cual bando nacionalista, apoyando a tal o cual nación contra otra, sosteniendo tal o cual independencia nacional, etc.
De esta forma, esa burda especulación sobre la desestabilización del imperialismo, queda claramente desmentida, poniéndose en evidencia lo que los revolucionarios hemos defendido desde la I Guerra mundial: «Las "luchas de liberación nacional" son momentos de la lucha a muerte entre las potencias imperialistas, grandes o pequeñas, para controlar más y mejor el mercado mundial. La consigna de "apoyo a los pueblos en lucha" no es, de hecho, sino un llamamiento para la defensa de una potencia imperialista contra otra con palabrería nacionalista o "socialista"» (Principios Básicos de la CCI).
Sin embargo, aún admitiendo que la actual fase de descomposición del capitalismo acentúa la expresión anárquica y caótica de los apetitos imperialistas de cada nación, por pequeña que sea, y que tal «libre expresión» tiende a escapar cada vez más del control de las grandes potencias, semejante realidad no elimina el imperialismo, ni las guerras imperialistas localizadas, ni las hace menos mortíferas; todo lo contrario, aviva las tensiones imperialistas y radicaliza y agrava sus capacidades de destrucción.
Lo que todo esto demuestra es otra posición de clase de los revolucionarios: todo capital nacional, por pequeño que sea, es imperialista, y no puede sobrevivir sin recurrir a una política imperialista. Esta posición la defendimos con la máxima firmeza frente a las especulaciones en el medio revolucionario, expresadas particularmente por la CWO, de que no todos los capitales nacionales eran imperialistas, lo que daba pie a todo género de peligrosas ambigüedades, entre otras la reducción del imperialismo, en última instancia, a una «superestructura» localizada en un reducido grupo de superpotencias, lo que, se quiera o no, hace de la «independencia nacional» del resto de naciones algo que tendría algo de «positivo»[5].
Lo que la época actual de descomposición del capitalismo pone de manifiesto es que toda nación o pequeña nacionalidad, todo grupo de gángsters capitalistas, ya tenga por finca privada el territorio gigantesco de los USA, ya un minúsculo barrio de Beyruth, es necesariamente imperialista, su objetivo, su medio de vida, es la rapiña y la destrucción.
Si la descomposición del capitalismo y, por tanto, la expresión caótica y descontrolada, de la barbarie imperialista, es resultado de la dificultad del proletariado para llevar su lucha hasta lo que reclama su propio ser, o sea, el de una clase internacional y por consiguiente revolucionaria; entonces, lógicamente, todo apoyo al nacionalismo, incluso disfrazado de «táctica marxista» -el llamado de los trotskistas «apoyemos a las pequeñas naciones que desestabilizan al imperialismo»- aleja al proletariado de su vía revolucionaria y alimenta el pudrimiento del capitalismo, su descomposición hasta la destrucción de la humanidad.
El único golpe real, en la raíz, al imperialismo, es la lucha revolucionaria internacional del proletariado, su lucha autónoma como clase, desligada y claramente opuesta a todo terreno nacionalista, interclasista.
La falsa comunidad nacional
La actual «primavera de los pueblos» es vista por los anarquistas como una «confirmación» de sus posturas. Expresarían su idea de la «federación» de los pueblos agrupados libremente en pequeñas comunidades según afinidades de lengua, territorio etc. y su otra idea, la «autogestión» es decir la descomposición del aparato económico en pequeñas unidades supuestamente así más accesibles al pueblo.
Lo que confirma la barbarie anárquica y caótica de la explosión nacionalista en el Este es el carácter radicalmente reaccionario de las posturas anarquistas.
La descomposición en curso de amplios territorios del mundo, hundidos en un caos tremendo, confirma que la «autogestión» es una forma radicaloide, «asamblearia», de adaptarse y, consecuentemente espolear, tal descomposición.
Si algo aportó el capitalismo a la humanidad fue la tendencia a la centralización de las fuerzas productivas a escala del planeta, con la formación de un mercado mundial. Lo que revela la decadencia del capitalismo es su incapacidad para ir más allá en tal proceso de centralización y su tendencia inevitable a la destrucción, a la dislocación. «La realidad del capitalismo decadente, a pesar de los antagonismos imperialistas que lo hacen aparecer momentáneamente como dos unidades monolíticas enfrentadas, es la tendencia a la dislocación y desintegración de sus componentes. La tendencia del capitalismo decadente es el cisma, el caos, de ahí la necesidad esencial del socialismo que quiere realizar el mundo como una unidad» (Internationalisme, «Informe sobre la situación internacional», 1945).
Lo que pone en evidencia con toda su agudeza la descomposición del capitalismo es el desarrollo de tendencias crecientes a una dislocación, a un caos, a una anarquía cada vez menos controlable en segmentos enteros del mercado mundial.
Si las grandes naciones, que en el siglo pasado constituyeron unidades económicas coherentes, son hoy un marco demasiado estrecho, un obstáculo reaccionario, contra todo desarrollo real de las fuerzas productivas, una fuente de concurrencia destructiva y de guerras; la dislocación en pequeñas naciones agudiza aún más fuertemente esas tendencias hacia la distorsión y el caos de la economía mundial.
Por otra parte, en esta época de descomposición del capitalismo, la falta de perspectivas de la sociedad, la evidencia manifiesta del carácter destructivo y reaccionario del orden social, genera un formidable vacío de valores, de guías a las que atenerse, de creencias a las que agarrarse para sostener la vida de los individuos.
Ello hace crecer las tendencias, que el anarquismo estimula con su consigna de las «pequeñas comunas federadas», a agarrarse como clavo ardiendo a todo tipo de falsas comunidades como la nacional, que proporcionen una sensación ilusoria de seguridad, de «respaldo colectivo».
Es evidente que la clientela privilegiada de tales manipulaciones suelen ser las clases medias, pequeño burguesas, marginadas, que por su falta de perspectiva y de cohesión como clase, necesitan el falso agarradero de la «comunidad nacional».
«Aplastadas materialmente, sin porvenir alguno ante sí, vegetando en un presente con los horizontes completamente cerrados y en una mediocridad cotidiana sin límites, esas clases son, por su falta de esperanzas, presa fácil para toda clase de mistificaciones, desde las más pacíficas hasta las más sangrientas (grupos patrioteros, pogromistas, racistas, Ku-Klux-Klan, bandas fascistas, gangsters y mercenarios de toda ralea). Es sobre todo en estas últimas, las más sangrientas, donde encuentran la compensación de una dignidad ilusoria a su decadencia real que el desarrollo del capitalismo aumenta día a día. Es ése el heroísmo de la cobardía, la valentía del pusilánime, la gloria de la mediocridad sórdida» (Revista Internacional nº 14, «Terror, terrorismo y violencia de clase» p. 9).
En las matanzas nacionalistas, en los enfrentamientos interétnicos que sacuden el Este, vemos el sello de estas masas pequeño burguesas, desesperadas por una situación que no pueden mejorar, envilecidas por la barbarie del antiguo régimen al que a menudo han servido desempeñando las más bajas tareas, soliviantadas por fuerzas políticas burguesas abiertamente reaccionarias.
Pero ese peso de la «comunidad nacional» como falsa comunidad, como raíces ilusorias, actúa también sobre el proletariado. En el Este, su debilidad, su terrible atraso político como fruto de la barbarie estalinista, han determinado su ausencia como clase autónoma en los acontecimientos que han sellado la caída de los regímenes del «socialismo real» y tal ausencia ha alimentado con mayor fuerza la acción irracional y reaccionaria de esas capas, a la vez que, consecuentemente, incrementaba la vulnerabilidad del proletariado.
Lo que la clase obrera debe afirmar contra las ilusiones reaccionarias del nacionalismo, propagadas por la pequeña burguesía, es que la «comunidad nacional» es el disfraz que toma la dominación de cada Estado capitalista.
La nación no es el dominio soberano de todos los «nacidos en la misma tierra» sino la finca privada del conjunto de los capitalistas que organizan desde ella, a través del Estado Nacional, la explotación de los trabajadores y la defensa de sus intereses frente a la concurrencia despiadada de los demás Estados Capitalistas.
«Estado Capitalista y Nación son dos conceptos indisolubles subordinados uno al otro. La nación sin Estado es tan imposible como el Estado sin la nación. En efecto, esta última es el medio social necesario para movilizara todas las clases en torno a los intereses de una burguesía que lucha por la conquista del mundo, pero como expresión de las posiciones de la clase dominante, la nación no puede tener otro eje que el aparato de opresión de aquella: el Estado» (Bilan nº 14, «El problema de las minorías nacionales» p. 474).
La cultura, la lengua, la historia, el territorio comunes, que intelectuales y plumíferos a sueldo del Estado nacional presentan como «fundamento» de la «comunidad nacional», son el producto de siglos de explotación, son el sello marcado a sangre y fuego con el que la burguesía ha acabado creándose un coto privado en el mercado mundial. «Para los marxistas no existe verdaderamente ningún criterio suficiente para indicar dónde comienza y dónde termina una "nación", un "pueblo" y el "derecho" de minorías nacionales a erigirse en naciones... Ni desde el punto de vista de la raza, ni del de la historia, el conglomerado que representan los Estados burgueses nacionales o los grupos nacionales, se justifican. Dos hechos solamente animan la charlatanería académica sobre el nacionalismo: la lengua y el territorio comunes y estos dos elementos han variado continuamente a través de guerras y de conquistas» (Bilan, ídem. p. 473).
La falsa comunidad nacional es la máscara de la explotación capitalista, la coartada de todo Capital Nacional para embarcar a sus «ciudadanos» en el crimen que son las guerras imperialistas, la justificación para pedir a los obreros aceptar despidos, hachazos al salario etc. -pues la «economía nacional no puede»-, el reclamo para embarcarlos en la batalla de la «competitividad» con los demás capitalismos nacionales; lo que con la misma fuerza que los separa y enfrenta respecto a sus hermanos de clase de los demás países, los encadena a nuevos y peores sacrificios, a la miseria y el paro.
La única comunidad hoy progresista es la unificación autónoma de toda la clase obrera. «Para que los pueblos puedan unificarse realmente sus intereses deben ser comunes. Para que sus intereses sean realmente comunes es menester abolir las actuales relaciones de propiedad, pues éstas condicionan la explotación de los pueblos entre sí; la abolición de las actuales relaciones de propiedad es interés exclusivo de la clase obrera. También es la única que posee los medios para ello. La victoria del proletariado sobre la burguesía es, al mismo tiempo, la victoria sobre los conflictos nacionales e industriales que enfrentan hostilmente entre sí, hoy en día, a los diversos pueblos» (Karl Marx, «Discurso sobre Polonia», 1847).
La lucha del proletariado lleva en germen la superación de las divisiones de tipo nacional, étnico, religioso, lingüístico, con el que el capitalismo -continuando la obra opresora de anteriores modos de producción- ha atormentado a la humanidad. En el cuerpo común de la lucha unida por los intereses de clase desaparecen de manera natural y lógica semejantes divisiones. La base común son unas condiciones de explotación que en todas partes tienden a empeorarse con la crisis mundial, el interés común es la afirmación de sus necesidades como seres humanos contra las necesidades inhumanas, cada vez más despóticas, de la mercancía y el interés nacional.
La meta del proletariado, el comunismo, es decir la comunidad humana mundial, representa una nueva centralización, una nueva unidad de la humanidad, a la altura del nivel alcanzado por las fuerzas productivas, capaz de darles el marco que permita su desarrollo y plena expansión. Es la unidad de la centralización consciente basada en intereses comunes producto de la abolición de las clases, de la destrucción de la explotación asalariada y de las fronteras nacionales.
«La aparente comunidad en que se han asociado hasta ahora los individuos ha cobrado siempre una existencia propia e independiente contra ellos y, por tratarse de la asociación de una clase en contra de otra, no sólo era, al mismo tiempo, una comunidad puramente ilusoria para la clase dominada sino también una nueva traba Dentro de la comunidad real y verdadera, los individuos adquieren, al mismo tiempo su libertad al asociarse y por medio de la asociación». (Marx, Engels, La ideología alemana, cap. I: «Feuerbach: contraposición entre la concepción materialista y la idealista»).
Adalen 16/05/1990
[1] Véase en la Revista Internacional nº 60, «Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este».
[2] Véase «La descomposición, fase última de la decadencia capitalista» en este mismo número.
[3] Alemán o alemana.
[4] Véase «Los revolucionarios ante la cuestión nacional », en la Revista Internacional nº 34 y 42.
[5] Véase «Acerca del Imperialismo», Revista Internacional nº 19.
La evolución de las contradicciones que se concentran hoy en Alemania constituye una clave fundamental de la evolución de la situación mundial. Publicamos aquí un informe de nuestra sección en ese país que destaca la dinámica global y las diversas hipótesis que se presentan.
A finales de los años 80 y principios de los 90, cuando la economía mundial ha vuelto a encontrar problemas cada vez más fuertes, la economía alemana estaba todavía en pleno auge. Batió muchos records de producción durante varios años seguidos, especialmente en el sector del automóvil. En 1989 batió un nuevo record de excedente comercial. La tasa de utilización de las capacidades industriales alcanzó su punto culminante desde los años 1970. En los últimos meses, la falta de mano de obra calificada fue el factor principal que impidió la expansión de la producción en muchos sectores. Numerosas empresas tuvieron que rechazar pedidos por esa causa.
Ese boom no es expresión de la salud de la economía mundial, sino de la competitividad aplastante del capital de Alemania occidental, conforme a la ley según la cual sobreviven los más adaptados. Alemania se ha desarrollado a expensas de sus rivales, como lo demuestran ampliamente sus excedentes de exportación.
La posición de Alemania en la competencia se ha ido reforzando notablemente a todo lo largo de los años 1980. En lo económico, la tarea principal del gobierno Kohl-Genscher ha sido permitir un aumento enorme de los capitales de las grandes empresas, lo cual ha permitido una modernización y una automatización gigantescas de la producción. El resultado ha sido una marea de «racionalización» increíble, comparable en extensión a la que existió en la Alemania de los años 20. Los ejes principales de esa política han sido:
El resultado es que hoy, el gran capital está «nadando en dinero». Mientras que a principios de los años 80, cerca de los dos tercios de las inversiones de las mayores empresas eran financiadas por préstamos bancarios, hoy las 40 empresas más importantes pueden financiar sus inversiones casi íntegramente con sus fondos propios, situación única en Europa.
Además de los medios financieros, el gobierno ha aumentado considerablemente el poder de los dirigentes de empresas sobre la fuerza de trabajo que emplean: flexibilidad, desregulación, jornada continua a cambio de una reducción mínima de la semana laboral.
No cabe duda de que la industria alemana está profundamente satisfecha del trabajo a ese nivel del gobierno Kohl durante los años 1980. A principios de 1990, el portavoz liberal de los industriales, Lambsdorff, anunciaba orgullosamente: «Alemania occidental es hoy el líder mundial de los países industrializados y el que menos necesita medidas proteccionistas»
Por ejemplo, mientras todos los demás países de la CEE (Comunidad Económica Europea) han adoptado medidas proteccionistas radicales contra las importaciones de automóviles japoneses, Alemania fue capaz de limitar el porcentaje japonés en el mercado alemán de automóviles a un poco menos del 20 % y, en términos de valor, exporta más automóviles a Japón que Japón a Alemania.
A pesar de esa fuerza relativa, se suponía que la onda de racionalización de los años 80 no era más que un comienzo. Ante una sobreproducción masiva, ante la perspectiva de la recesión, de la bancarrota del «tercer mundo» y de Europa del Este, estaba claro que los años 90 iban a ser los de la lucha por la supervivencia, y eso hasta para los países más industrializados. Y que esa supervivencia no podría hacerse más que a expensas de los demás países industrializados rivales.
Ante ese reto, Alemania occidental no está tan bien preparada como parece a primera vista.
La perspectiva de los años 90 era, por consiguiente, reducir radicalmente la dependencia de la economía alemana de la industria del automóvil, no abandonando voluntariamente partes del mercado, claro está, sino desarrollando fuertemente el sector de la alta tecnología. De hecho la burguesía alemana está convencida de que en los años 90, o se impone entre las naciones líderes de la alta tecnología, al lado de EEUU y de Japón, o desaparece completamente como potencia industrial independiente de primera importancia. Esa lucha a muerte ha sido preparada durante los años 80, no solamente con la racionalización y la acumulación de inversiones enormes, sino también con la creación simbólica de la mayor empresa europea de alta tecnología, bajo la dirección de Daimler-Benz y de la Deutsche Bank. Se supone que Daimler y Siemens van a ser la punta de lanza de esa ofensiva. Esa tentativa de la industria alemana hacia la hegemonía mundial en los años 90 requiere:
Después de la caída del muro de Berlín, el mundo imperialista tembló ante la idea de una Alemania unificada. No solamente en el extranjero sino en la misma Alemania, el SPD[1], los sindicatos, iglesia, la prensa, todos lanzaron advertencias contra un nuevo revanchismo alemán, peligro aparentemente presente con las ambigüedades de Kohl acerca de la frontera Oder-Neisse. La visión de una nueva Alemania que ponga en tela de juicio sus fronteras con los vecinos, siguiendo los pasos de Adolfo Hitler, no inquietan verdaderamente a la burguesía alemana. En realidad esas advertencias no hacen sino disfrazar la realidad de las cosas, a saber, que con la carrera hacia la Europa del 92 y el hundimiento del bloque del Este, la burguesía alemana ha alcanzado ya los objetivos que fueron la causa de dos guerras mundiales. Hoy, la burguesía alemana triunfante no necesita en absoluto poner en tela de juicio ninguna frontera porque es ella la potencia dominante en Europa. El establecimiento de una «Grossraumwirtschaft» (zona extensa de economía y de intercambio) dominada por Alemania, en Europa occidental, y de una reserva de mano de obra barata y de materias primas en Europa del Este, dominada también por Alemania, objetivos del imperialismo alemán, formulados desde antes de 1914, son hoy prácticamente una realidad. Es por eso que toda la bulla que se está armando en torno a la frontera Oder-Neisse no sirve en realidad más que para esconder la victoria real del imperialismo alemán en la Europa de hoy.
Pero una cosa debe estar clara: esa victoria del imperialismo alemán, cuyo mejor representante es el ministro liberal de asuntos exteriores, Genscher (y no los extremistas de derecha), no implica que Alemania pueda hoy dominar a Europa de la manera en que Hitler lo quería hacer. No existe actualmente ningún bloque europeo constituido y dirigido por Alemania, Mientras que en las primera y segunda guerras mundiales, Alemania se creía suficientemente fuerte para dominar a Europa de manera dictatorial, esa ilusión es imposible hoy. Si en aquella época, Alemania era el único país industrializado importante en el continente europeo (sin contar Gran Bretaña), hoy no es el caso (Francia, Italia...). La unificación alemana no aumentará más que de 21 a 24 % el porcentaje de Alemania en la producción de la CEE. Además, en la primera y segunda guerras mundiales, la tentativa alemana de dominación de Europa se hizo contando con el aislacionismo de EEUU; hoy el imperialismo americano está masiva e inmediatamente presente en el viejo continente y se esmerará en prevenir esas ambiciones. En fin, Alemania es hoy demasiado frágil militarmente y no posee armas de destrucción masiva. La formación de un bloque europeo no es posible, en las condiciones actuales más que si existe una potencia suficientemente fuerte como para someter a todas las demás. No es el caso hoy.
A diferencia de los años 30, la Alemania de hoy no es la «nación proletaria» (¡fórmula del KPD -Partido comunista- en los años 20!), excluida del mercado mundial e intentando trastornar las fronteras en torno suyo. Mientras no esté cortada del mercado mundial y del abastecimiento en materias primas, la burguesía alemana no tiene absolutamente ninguna ambición ni ningún interés en formar un bloque militar opuesto a EEUU. De hecho la Alemania de hoy es, en cierto modo, mas bien una potencia «conservadora» que ha «obtenido lo que deseaba» y que está más preocupada por «no perder lo que tiene». Y es verdad: Alemania es una potencia que tiene todas la de perder en el caos y la descomposición actuales. Su preocupación principal hoy es evitar que su victoria se transforme en catástrofe, una catástrofe que es muy probable.
El coste de la unificación
El coste de la unificación es tan gigantesco que pone en peligro la salud de las finanzas del Estado y la posición inmediata de Alemania en la competencia internacional. Es más que probable que los capitales que van a ser utilizados para la unificación, sean los mismos que estaban previstos para financiar la famosa imposición en el mercado de la alta tecnología, para alcanzar a EEUU y a Japón. En otras palabras, lejos de ser un refuerzo a ese nivel, la unificación podría muy bien ser, para la burguesía alemana, el factor de destrucción de sus esperanzas de seguir siendo una de las potencias industriales dominantes del mundo.
El coste de Europa del Este
Del mismo modo que tratará de erigir un nuevo «muro de Berlín» a lo largo de la línea Oder-Neisse para contener el caos del Este, es seguro que Alemania se verá obligada a invertir en los países limítrofes para crear una especie de «cordón sanitario» contra la anarquía total que se está desarrollando todavía más al Este. Claro, Alemania va a dominar y domina ya los mercados de Europa del Este. Sin embargo, es interesante notar que la burguesía alemana, lejos de saborear su triunfo, lanza gritos de alarma sobre los peligros que eso implica:
El coste de la desintegración del bloque USA
La desintegración del bloque occidental que pierde su razón de ser con la desaparición del bloque del Este, contiene el peligro, a largo plazo, de disgregación del mercado mundial que hasta ahora había sido mantenido y vigilado militarmente por la disciplina impuesta por EEUU. Esa eventualidad sería un desastre para Alemania occidental como nación exportadora líder y como principal potencia, junto con Japón, beneficiaria a nivel industrial del orden establecido después de la guerra.
El coste de toda fragilización del Mercado común europeo
El mercado europeo, y sobre todo el proyecto de la Europa del 92, están amenazados por la influencia creciente del «cada uno a lo suyo», por la voluntad de evitar compartir el coste de Europa del Este, las reacciones de Francia ante la pérdida del liderazgo frente a Alemania occidental que ocupaba en Europa, liderazgo que asumirá ahora Alemania sola.
Si la Europa del 92 (con lo cual entendemos el establecimiento de normas para la «liberalización» de los intercambios, de reglas para regir la batalla de todos contra todos, que favorecen siempre a los más fuertes, que no es lo mismo que los irrealizables «Estados Unidos de Europa») fracasara, y si el mercado europeo debiera desintegrarse, sería una catástrofe total para Alemania occidental, puesto que es ahí donde se encuentran sus principales mercados de exportación. Por eso es una fórmula incorrecta, a menudo utilizada por la prensa burguesa, el decir que Bonn, al conducir rápidamente la reunificación, puso en primer plano sus propios intereses en contra de los de la CEE. El interés particular de Bonn es la CEE. Fue la aceleración increíble del caos lo que la obligó a hacer la unificación inmediatamente
El desmoronamiento de la Unión Soviética
Mientras la URSS se mantenía todavía en pie, Europa del Este era, por un lado, un territorio enemigo y una amenaza militar para Alemania del Oeste, pero, por otro lado, una garantía de vecindad estable en la frontera oriental de Alemania. El caos terrible que se está desplegando hoy en la URSS es una preocupación de primer orden para EEUU, y de lo más inquietante para Francia y Gran Bretaña. Pero para la burguesía alemana, que está justo al lado, es una visión de pesadilla absoluta. En la nueva Alemania unificada, sólo Polonia la separará de la URSS. El ministerio de Asuntos Exteriores de Genscher vive con la pesadilla de guerras civiles sangrientas, de toneladas de armamentos y de centrales nucleares que explotan, de millones de refugiados de la Unión Soviética invadiendo Occidente, amenazando con destruir completamente la estabilidad política de Alemania. Para evitar ese «guión catastrófico», la burguesía alemana deberá asumir una responsabilidad importante para tratar de limitar la anarquía en la Unión Soviética, lo que representará también una carga económica enorme. Por ejemplo: el gobierno de Alemania occidental se ha comprometido a respetar y honrar todos los anteriores compromisos comerciales entre Alemania del Este y la Unión Soviética, promesa que es de inspiración política y que será respetada a regañadientes. Así como la ruptura de la CEE significaría la anulación de la victoria de los objetivos de guerra del imperialismo alemán (Grossraumwirtschaft), el desarrollo de una anarquía total en la Unión Soviética destruiría el segundo plan, el de una Europa del Este suministradora de materias primas baratas. Esto sería trágico para el capitalismo alemán, en la medida en que la Unión soviética es la única reserva disponible de materias primas no procedentes de ultramar y por lo tanto no dependientes de EEUU. Un ejemplo de los efectos de la anarquía del Este sobre las ambiciones del imperialismo alemán: uno de los proyectos preferidos de Gorbachov es la creación de una zona industrial libre de impuestos en Kaliningrado, a la que quiere convertir en el nuevo escaparate de Rusia hacia el Oeste. Tiene la intención de transferir alemanes del Volga hacia esa zona de la que fue antigua ciudad alemana con el nombre de Konigsberg, como medida estimulante suplementaria para atraer capitales alemanes. Así que se quiere hacer de Kaliningrado una ventana alemana hacia el Este, es decir, una «vía segura» para las materias primas procedentes de Siberia, evitando las repúblicas asiáticas de la Unión soviética. Hoy, el separatismo y el mini-imperialismo de las repúblicas del Báltico están sembrando desorden en esos planes. Ya Landbergis ha dejado que los lituanos reivindiquen Kaliningrado.
Ante la tremenda aceleración de la crisis, de las guerras económicas, de la descomposición, del hundimiento del Este, existe un peligro real:
La tendencia a la ruina económica total y al caos completo es históricamente irreversible. No obstante, toda tendencia tiene sus contratendencias, que en este caso no van a detener pero sí pueden frenar, o por lo menos influenciar momentáneamente el curso de ese movimiento, haciendo que no se desarrolle de la misma manera en todos los países. Es necesario examinar especialmente las medidas que la burguesía alemana está tomando para protegerse, La burguesía alemana- no es sólo la más poderosa de Europa en lo económico y una de las más ricas en experiencias amargas, sino que tiene también las estructuras políticas y estatales más modernas (por ejemplo, la modernidad política del Estado alemán comparado con el británico es tan marcada como su diferencia en lo económico). La burguesía alemana ha sido capaz de combinar sus «cualidades tradicionales» y todo lo que aprendió de su mentor americano a finales de los años 1940 (Alemania occidental es sin duda alguna, en muchos respectos, el país europeo más «americanizado»).
Unificar al mejor precio
A través de la unión monetaria, Bonn tiene la intención de dar a los alemanes del Este dinero del Oeste, pero tan poquito como sea posible, y así tener la justificación política para detener su venida hacia el Oeste. El objetivo es que la RDA asuma ella misma, lo más posible, la carga de la unificación, así como la CEE y, sobre todo (como veremos más adelante), la clase obrera del Este y del Oeste. Por lo demás, la burguesía alemana occidental trata de conservar exclusivamente para ella los aspectos más benéficos de esa unificación, es decir, fuentes de fuerza de trabajo increíblemente barata con las cuales podrá también ejercer presiones en los salarios del Oeste, o el acceso a las materias primas soviéticas y a la tecnología espacial gracias a los lazos históricos que la unen con las empresas de Alemania del Este.
Evitar la disgregación de la CEE
Si existe una tendencia hacia la disgregación de la CEE, también existen importantes contra-tendencias. Entre ellas:
La Europa del 92 no es un nuevo bloque contra Estadas Unidos. Y seguramente no tiene ninguna posibilidad de serlo si los norteamericanos deciden sabotearla. Bonn está tratando actualmente de convencer a Washington de que Europa del 92 está esencialmente dirigida contra Japón, y no contra EEUU. La burguesía de Alemania occidental está convencida de que una de las bases principales de la gran competitividad japonesa en el mercado mundial es la cerrazón total del mercado interior japonés, y que los altos precios en el mercado interior japonés financian su dumping en el mercado mundial. Bonn proclama que si Japón se ve obligado, con medidas proteccionistas, a construir fábricas en Europa, no serán éstas más competitivas que las europeas, o al menos que las alemanas. El mensaje es claro: si Europa 92 puede servir para obligar a Japón a abrir su mercado interior, es posible vencer al gigante asiático. Además, Bonn subraya sin cesar que el mercado europeo, que será entonces el mercado unificado mayor del mundo, es el único medio que pueda permitir a EEUU colmar su gigantesco déficit comercial, es decir que Bonn propone un reparto germano-norteamericano del mercado europeo.
***
Antes de las primera y segunda guerras mundiales, los marxistas alertaron a la clase obrera acerca de las matanzas por venir, y expresaron qué actitud debía adoptar el proletariado al respecto. Hoy nuestra tarea es alertar a los obreros contra la guerra mundial comercial que se ha desatado a una escala sin precedentes en la historia, y armarlos contra el peligro mortal del nacionalismo económico, es decir el tomar partido por su propia burguesía. El coste de esa guerra para la clase obrera será, sin lugar a dudas, terrible.
Hemos mostrado hasta ahora las enormes implicaciones del caos y de la descomposición actuales para el capital alemán en la perspectiva de los años 90. Pero existe también una perspectiva inmediata, la de los efectos de la unión económica y monetaria especialmente. Esos efectos van a ser catastróficos para la clase obrera, y para la de Alemania del Este en especial.
Es difícil predecir las consecuencias inmediatas de la situación porque se trata de una situación inédita en la historia. Pero existe una posibilidad de que pueda permitir frenar temporalmente la tendencia de la economía mundial hacia la recesión, arruinando las finanzas del Estado alemán y agudizando aun más las contradicciones globales. La otra posibilidad que no se debe excluir, en vista de la gran fragilidad de la coyuntura económica mundial actual, es que los desórdenes monetarios y de las tasas de interés, el pánico de las inversiones y de las bolsas de valores que podrían suceder sean la gota de agua que haga derramar el vaso, hundiendo la economía mundial en una recesión declarada.
Lo que se puede decir con certeza es que la llegada del marco alemán a Alemania del Este va a provocar la pérdida de millones de empleos y la explosión de una pauperización masiva que, por su rapidez y su brutalidad, serán quizás sin precedentes en la historia del capitalismo para un país industrializado, fuera de un período de guerra. También es cierto que el coste incalculable de esas medidas drásticas no se puede conseguir sin presionar a los obreros de Alemania occidental... Los sistemas de subvención a los desempleados y de seguro social del Oeste, por ejemplo, se van a encontrar al borde de la insolvencia al tener que financiar al Este. Además, no existe absolutamente ninguna garantía de que se obtenga el principal objetivo político inmediato de la unión monetaria -evitar la venida de Alemanes del Este al Oeste-. Ante un mundo capitalista que se hunde, el dilema de la burguesía alemana occidental salta a la vista cuando se ve que la no realización inmediata de la unificación tendría seguramente efectos aun más desastrosos que la unificación. Lambsdorff no bromeaba cuando declaraba recientemente que si no se organizaban elecciones rápidamente en toda Alemania, se iría a la bancarrota, no solamente Alemania del Este sino también la del Oeste (se refería a la supervivencia de la burguesía estalinista de Alemania del Este que sueña con continuar sus cuarenta años de mala administración, pero financiada ahora directamente por el Oeste).
Cuando cayó el muro, la burguesía se encontró desconcertada, sorprendida y dividida. Hubo una serie de crisis políticas:
Ofensiva de estabilización hacia la unidad nacional
El primer eje de la ofensiva de estabilización fue el restablecimiento de la unidad de las corrientes burguesas dominantes. A pesar de todos los conflictos y del caos, se desarrolló muy rápidamente el sentimiento de que ese tipo de crisis histórica necesitaba cierto tipo de unidad nacional. Hoy existe un acuerdo real entre la CDU, el FDP y el SPD sobre los problemas fundamentales planteados por la apertura del muro: unificación rápida, unión monetaria inmediata (apoyada políticamente hasta por la Bundesbank, aunque la considere como suicida económicamente), política anti-inmigración con respecto al Este, permanencia en la OTAN (que integrará por etapas a la RDA), reconocimiento de la frontera Oder-Neisse.
Segunda fase de inestabilidad: la «digestión» de la RDA
El otro eje de la «estabilización» no hace sino desplazar el caos de un nivel a otro. La unificación precipitada no es posible sin cierto grado de caos. Provoca conflictos con las grandes potencias y amenaza con desestabilizar aun más a la URSS. Y la unión monetaria es una de las políticas más aventureras de la historia humana, quizás comparable a la ofensiva «Barbarroja» de Hitler contra Rusia. El destrozo económico de la industria de la RDA va a ser tan sangriento, el desempleo masivo tan elevado (algunos hablan de 4 millones de desempleados), que a lo mejor incluso va a fracasar el objetivo inmediato que tiene: detener la inmigración masiva hacia el Oeste. El remedio contra el caos conducirá probablemente... al caos.
A pesar de la oposición directa, especialmente de las «grandes potencias» europeas, a la perspectiva de unificación inmediata de Alemania después de la apertura del muro de Berlín, el proceso de unificación se ha ido acelerando, con el apoyo especial de EEUU (cuya fórmula de pertenencia de una Alemania unida a la OTAN sirve sobre todo para mantener la presencia americana en Alemania y en Europa, a expensas no sólo de Alemania, sino también de Gran Bretaña, de Francia y de la URSS), y eso a pesar del riesgo de una desestabilización aún mayor del régimen de Gorbachov y de la URSS. Por dos razones:
Cronológicamente hablando:
En Noviembre de 1989 habíamos notado que en la nueva situación la presencia del SPD en la oposición para controlar mejor a la clase obrera, ha dejado de ser una obligación para la burguesía, por el retroceso de la conciencia de clase provocado por los acontecimientos del Este, y que la continuación del gobierno Kohl-Genscher depende de la superación de sus divergencias. Ahora parece que esas divergencias no van a ser el centro de las elecciones (menos la extensión de la estabilidad, es decir la aplicación de las estructuras políticas de Alemania del Oeste a la RDA). La CDU sigue teniendo un poco más de fuerza que el SPD en una Alemania unida, el FDP sigue siendo el «factor de coalición», los Republicanos siguen fuera del Parlamento. No hay razón para pensar que un gobierno dirigido por Lafontaine sería fundamentalmente diferente del actual.
Un problema que se plantea es el de las tensiones y de las confusiones dentro del aparato político:
Por importantes que sean las tentativas de estabilización, nuevas oleadas de anarquía están ya a la vista:
Evidentemente, Alemania no es una excepción en el reflujo, particularmente de la conciencia, en la clase obrera. Al contrario:
Por otro lado, la combatividad, después de haber sufrido una parálisis momentánea bajo el impacto de la inmigración del Este, en vez de seguir retrocediendo después de la apertura del muro, como se hubiera podido suponer, ha vuelto a empezar a expresarse (como lo mostraron recientemente paros simbólicos durante las negociaciones sindicales). La ausencia de todo signo, por el momento, que indique que los obreros de Alemania occidental están dispuestos a aceptar sacrificios materiales por la unificación es el problema central de la burguesía. Parece más bien que sólo la idea ya hace desaparecer los últimos vestigios de patriotismo de las mentes de muchos obreros.
Crisis y unificación: balance de los años 80
La crisis juega un papel esencial para la unificación aun cuando la burguesía logra evitar que se concrete esta última en las luchas. La aparición, a principios de los años 80, del desempleo masivo, de «la nueva pobreza», a mediados de esos años, todo eso ha incrementado mucho el potencial de unificación. Pero su desarrollo es contradictorio y no lineal.
La ofensiva de modernización de los años 1980, el ataque más fuerte en Alemania desde los años 1920, ha transformado parcialmente el mundo del trabajo. El obrero industrial moderno tiene a menudo que controlar varias máquinas a la vez, tiene que responder a agotadoras exigencias de energía, de concentración, de calificación y recalificación permanente, etc., de tal modo que una parte creciente de la población se ve automáticamente excluida del proceso de producción (por edad avanzada, enfermedad, falta de fuerza mental para aguantar la presión, falta de calificación, etc.).
Eso explica en gran parte la paradoja de que exista por un lado, un desempleo masivo y, simultáneamente, millares de empleos vacantes en los sectores especializados. La anarquía es total. Millones de obreros están desempleados, no solamente porque no hay empleos, sino también porque no pueden responder a las increíbles exigencias actuales. Esa masa en constante aumento ya no es útil al capital como medio de presión sobre los salarios y sobre los trabajadores con empleo, así que no hay ninguna razón económica para mantenerlos en vida. Es así que se han aplicado medidas de lo mas radical en ese sector; por eso es por lo que en los años 80, Bonn decidió parar la construcción de viviendas sociales.
Los efectos inmediatos de la ofensiva de racionalización-modernización del capital alemán no sólo produjeron efectos positivos en la unificación de las luchas. También produjeron ciertas tendencias a la división entre obreros:
La crisis y la unificación de las luchas en perspectiva
Entre los efectos más inmediatos del cambio histórico, cabe señalar:
Las principales dificultades
para la unificación política de la clase obrera
El reforzamiento de la socialdemocracia, de los sindicatos, de la ideología reformista, del pacifismo, del interclasismo, nada de eso podrá ser superado ni fácil ni rápida ni automáticamente. Se necesitan:
Las lecciones de los últimos veinte años de crisis y de luchas no han desaparecido, pero se han vuelto menos accesibles, sumidas en una montaña de confusión. No es hora de complacencia; hay que sacar el tesoro a la superficie o, si no, la clase fracasará en su misión histórica.
Aunque la RDA haya formado parte de Alemania hasta en 1945, los efectos del estalinismo han sido profundamente catastróficos para la clase obrera. Existe un atraso fundamental que va aun más lejos que la falta de experiencia sobre la democracia, los sindicatos «libres», el odio violento al «comunismo». El aislamiento detrás del muro produjo en los obreros una verdadera «provincialización». La «economía de escasez» los llevó a considerar a los extranjeros como enemigos que «compran todo y nos dejan sin nada». El «internacionalismo» soviético y el aislamiento del mercado mundial estimularon un nacionalismo fuerte. Si en Alemania occidental, quizás un obrero de cada diez es racista, en RDA uno de cada diez no es racista. La economía burocrática acarreó una pérdida de dinamismo y de iniciativa, apatía y pasividad, siempre en la eterna «espera de órdenes», cierto servilismo (ni siquiera atenuada por un mercado negro floreciente como en Polonia). Y atraso técnico: la mayoría de los obreros ni siquiera están acostumbrados a usar teléfono. El estalinismo ha dejado a la clase profundamente dividida por el nacionalismo, los problemas étnicos, los conflictos religiosos, la delación (probablemente un obrero de cada cinco daba regularmente informaciones a la Stasi sobre sus colegas).
Es de alegrarse de que, cuando Alemania fue dividida después de la guerra, 63 millones de personas se encontraran en el Oeste y solamente 17 millones en el Este, y no el contrario.
El papel crucial de los obreros del Oeste;
la alternativa histórica sigue abierta
La inmensa ola nacionalista reaccionaria venida del Este se ha quebrado, hasta el momento, en la roca del proletariado de Alemania occidental. Con eso no queremos decir que la contrarrevolución haya obtenido, en el Este, una victoria irreversible. Pero si es todavía posible que participen en movimientos revolucionarios en el futuro, es porque los obreros del Oeste no se han dejado arrastrar al mismo terreno burgués que en el Este, que es tan eficaz como lo fue en España durante la guerra civil. La clase obrera de Alemania occidental ha mostrado que no tiene, por el momento, la misma afición nacionalista.
El obrero alemán occidental típico asocia hoy el nacionalismo con las derrotas de las guerras mundiales y con la pobreza más tremenda, y asimila por el contrario cierta prosperidad a la CEE, al mercado mundial, etc. Un empleo industrial de dos en Alemania depende del mercado mundial. Y hasta la inmigración masiva procedente del Este tuvo efectos notables de división solamente en los sectores débiles y no en los «batallones» principales de la clase. El proletariado sigue siendo una fuerza decisiva de la situación mundial. Por ejemplo, si la burguesía alemana, a pesar del coste increíble de la unificación, de la lucha en el mercado mundial, etc. debiera emprender una carrera hacia el rearmamento para convertirse en una superpotencia militar, el precio sería tan elevado que acarrearía probablemente una guerra civil. La clase obrera en los países industriales del Oeste sigue invicta, sigue siendo una fuerza que la burguesía debe tener en cuenta en permanencia.
No sabemos con certeza si la clase obrera podrá superar las dificultades actuales y restablecer su propia perspectiva de clase. Ni siquiera podemos consolarnos con la ilusión determinista según la cual «el comunismo es inevitable». Pero sí sabemos que el proletariado hoy no sólo tiene que perder cadenas; es su propia vida la que está amenazada. En cambio sigue teniendo un mundo que ganar y para eso, no es todavía demasiado tarde.
Weltrevolution - 8/5/90
[1] La CDU es el partido de derechas del actual canciller Kohl al que hay que añadir la CSU bávara. El FDP es el partido de centro-derecha (liberales) que sirve para hacer coaliciones con la derecha o la Izquierda según las necesidades. Hoy gobierna con la CDU-CSU; es el partido de Genscher. El SPD es el partido socialista, en la oposición. Su candidato para las próximas elecciones es O. Lafontaine. Los Republicanos son la extrema derecha (NDT).
[2] La economía no constituye automática e inmediatamente un incentivo favorable a la tendencia hacia la unificación de las luchas. Pero, a largo plazo, la recesión es una fuerza poderosa en favor de esa unificación, aunque la situación del capital mundial ya sea desastrosa incluso sin recesión declarada.
El hundimiento del bloque del Este es el acontecimiento histórico más importante:
- después de los acuerdos de Yalta de 1945, que establecieron la división y el reparto del mundo entre dos bloques imperialistas antagónicos dominados por los USA y la URSS respectivamente.
- después de la reanudación de la lucha de clases a partir de 1968 que puso fin a los negros años de contrarrevolución reinantes desde finales de los años 20.
Un acontecimiento de tal importancia es una prueba, un test determinante, para las organizaciones revolucionarias y el medio proletario en su conjunto. No es simplemente un revelador de la claridad o de la confusión de las organizaciones políticas, tiene implicaciones muy concretas. De su capacidad para responder claramente depende no sólo su propio futuro político, también está en juego la capacidad de la clase obrera para orientarse en la tempestad de la historia.
La actividad de los revolucionarios no es gratuita, tiene consecuencias prácticas para la vida de la clase. La capacidad para desarrollar una intervención clara contribuye al reforzamiento de la conciencia en la clase, pero lo contrario también es cierto; la impotencia para intervenir, la confusión de las organizaciones proletarias, son trabas para la dinámica revolucionaria de la que la clase es portadora.
Frente al seísmo económico, político y social que está asolando a los países del Pacto de Varsovia desde el verano de 1989: ¿cómo ha reaccionado el medio político proletario y las organizaciones que lo componen?, ¿cómo se han comprendido tales acontecimientos?, ¿que intervención se ha desarrollado? Estas cuestiones no son ni secundarias ni pretextos para polémicas estériles, son problemas esenciales que influyen muy concretamente en las perspectivas del futuro.
El
retraso del medio político
ante la importancia de los acontecimientos[1]
El PCI-Battaglia Comunista comienza una toma de posición evolutiva durante el otoño de 1989, pero había que esperar hasta el nuevo año para que aparezcan las primeras tomas de posición de la CWO, del PCI-Programma Comunista, Le Prolétaire, y del FOR; a finales de Febrero 1990, aparecen dos textos de debate interno de la FECCI sobre la situación en los países del Este pero, habrá que esperar hasta Abril para ver aparecer su publicación: Perspective Internationaliste, nº 16, ¡fechada en invierno! Con la primavera, las pequeñas sectas encuentran un poco de vigor y publican finalmente sus tomas de posición. Communisme ou Civilisation, Union Prolétarienne, el GCI, Mouvement communiste pour la formation du Parti Mondial, salen de su letargo. En los largos meses transcurridos hasta finales de 1989, aparte de las tomas de posición de la CCI, los proletarios deseosos de clarificarse y de conocer el punto de vista de los grupos revolucionarios no han tenido nada que echarse a la boca más que un escaso número de BC y de Le Prolétaire. Cuando la CCI publica en la Revista Internacional nº 61, una polémica escrita a finales de Febrero[2], no puede tratar más que de las posiciones de tres organizaciones: el BIPR que reagrupa a CWO y BC, el PCI-Le Prolétaire y el FOR, y, ya habían transcurrido seis meses después de los primeros acontecimientos significativos.
Ciertamente, el hundimiento de un bloque imperialista bajo los golpes de la crisis económica mundial no tiene precedentes en la historia del capitalismo, la situación es históricamente nueva, y por tanto difícil de analizar. Sin embargo, independientemente del contenido mismo de las posiciones desarrolladas, este retraso traduce ante todo una increíble subestimación de la importancia de los acontecimientos y del papel de los revolucionarios. La pasividad de las organizaciones políticas que rodean a la CCI frente a la implosión del bloque del Este y a los interrogantes que necesariamente esto plantea en el seno de la clase obrera dice mucho del estado de decrepitud política en el que se están hundiendo.
No es ciertamente por casualidad si las organizaciones que más rápidamente han reaccionado han sido las que están ligadas por su historia a las tradiciones comunistas de las Izquierdas, y particularmente a las de la Izquierda Italiana, las que, a lo largo del tiempo, han demostrado ya una relativa solidez. Estas constituyen los polos políticos e históricos del medio proletario. Las pequeñas sectas que pululan alrededor, producto la mayoría de múltiples escisiones, no expresan puntos de vista originales o nuevos que puedan justificar su existencia separada. Para distinguirse no pueden más que ir de «descubrimiento» en «descubrimiento», hundiéndose en la confusión y en la nada, o imitando de forma estéril y caricaturesca las posiciones clásicamente en debate en el seno del medio revolucionario.
En este artículo de polémica, vamos a privilegiar ante todo al BIPR que, aparte de la CCI, es el principal polo de reagrupamiento, y a los grupos bordiguistas, que si bien como corriente se ha hundido como polo de reagrupamiento, son un polo político importante de debates en el seno del medio revolucionario. Intentaremos no obviar las tomas de posición de los grupos «parásitos», tales como la FECCI, Communisme ou Civilisation, e incluso las del GCI aunque nos preguntemos razonablemente si este último tiene aún la punta del dedo del pie en el campo proletario. La lista, evidentemente no es exhaustiva. Estos últimos grupos traducen, generalmente de forma exagerada, las debilidades que se expresan en el seno del medio proletario y son el indicador de la lógica a la que conducen las confusiones que arrastran los grupos más serios.
Frente a las conmociones sucedidas en los países del Este, en su conjunto, todas las organizaciones revolucionarias, han sabido expresar claramente a nivel teórico general dos posiciones de base que, a menudo a falta de un análisis de la situación, han servido como primera toma de posición:
- la afirmación de la naturaleza capitalista de la URSS y sus países satélites;
- la denuncia del peligro que constituyen para la clase obrera las ilusiones democráticas.
La claridad sobre estos dos principios de base que fundan la existencia y la unidad del medio político proletario es lo mínimo que podíamos esperar de parte de organizaciones revolucionarias. Pero, a parte de esto, la confusión absoluta es lo dominante en cuanto al análisis de los acontecimientos. El retraso en las tomas de posición de la mayor parte de los grupos del campo revolucionario no es un simple retraso práctico, una incapacidad para cambiar el ritmo confortable de la fecha de aparición de las publicaciones para hacer frente a acontecimientos históricos que lo requieren, es un retraso para reconocer la evidencia de la realidad, para simplemente constatar los hechos y en primer lugar el hundimiento y la explosión del bloque del Este.
En Octubre de 1989, BC ve «el imperio oriental aún sólidamente bajo la bota rusa», en Diciembre del 89, escribe: «La URSS debe abrirse a las tecnologías occidentales y el Comecon debe hacer lo mismo, no -como piensan algunos- en un proceso de desintegración del bloque del Este y desengache total de la URSS de los países de Europa, sino para facilitar, revitalizando las economías del Comecon, el relanzamiento de la economía sovietica». Es únicamente en Enero de 1990, cuando aparece una primera toma de posición del BIPR en Worker's Voice, la publicación de CWO: estos «acontecimientos de una importancia histórica mundial» significan «el principio de un hundimiento del orden mundial creado a finales de la 2a Guerra mundial» y abren un período de «nueva formación de bloques imperialistas».
Los dos principales grupos de la diáspora bordiguista mostraron más rapidez y reflejos que el BIPR. En su número de Septiembre de 1989, Programma Comunista anuncia la desagregación del Pacto de Varsovia y la posibilidad de nuevas alianzas, del mismo modo así lo afirmó Il Partito Comunista.
Sin embargo estas tomas de posición planteadas como hipótesis no están desprovistas de ambigüedades. Así, en Francia, Le Prolétaire escribe aún que «la URSS puede estar debilitada, pero cuenta aún con mantener el orden en su zona de influencia».
En Enero, el FOR anuncia tímidamente sin más desarrollos, que «podemos considerar que el bloque estalinista está vencido».
La FECCI, en la primavera del 90, nos ofrece dos posiciones. La mayoritaria, posición oficial de esta organización, no ve en los acontecimientos del Este más que «una tentativa del equipo de Gorbachov de reunir progresivamente todas las condiciones que permitan al Estado ruso lanzar una real contraofensiva contra el Oeste». La minoría, más lúcida, señala que la situación escapa al control de la dirección soviética y que las reformas no hacen más que agravar la debacle del bloque ruso.
Para Communisme ou Civilisation, que publica sobre este tema un artículo en el nº 5 de la Revista Internacional del Movimiento Comunista, «la importancia de los acontecimientos en curso se debe en primer lugar a su situación geográfica» (!). Y después de un largo rollo académico en el que una multitud de hipótesis de todo tipo se plantean, ninguna toma de posición clara se desprende: de hecho, en Europa del Este, asistiríamos a una simple crisis de reestructuración.
En cuanto al GCI y a su avatar, el Mouvement communiste pour la formatión du Parti Comuniste Mondial, cuando recibimos sus publicaciones en primavera, vemos que el hundimiento del bloque del Este ni se plantea; se trataría para ellos de simples maniobras de reestructuración para hacer frente a la crisis y sobre todo a la lucha de clases.
Como se ve, las organizaciones del medio proletario se han tomado su tiempo para medir el significado de los sucesos, y en muchos casos subsiste la ambigüedad y dejan la puerta abierta a la ilusión de que Rusia pueda retomar el control de su ex-bloque. Seis meses después del inicio de los acontecimientos, el BIPR no ve más que el «comienzo» de un proceso en el que la URSS ya habría perdido, fundamentalmente, todo el control sobre su zona de influencia del Este de Europa. En cuanto a las sectas parásitas, no han visto nada, por así decirlo. Solidarnosc ha ganado las elecciones en Polonia durante el verano; en otoño, cae el muro de Berlín, los partidos estalinistas han sido expulsados del poder en Checoslovaquia y Hungría, Ceaucescu ha sido derrocado en Rumania mientras que, en la mismísima Rusia la agitación del Cáucaso y de los países bálticos muestran la pérdida de control del poder central y la dinámica de estallido que implica el «despertar de las nacionalidades», pero, frente a todo esto, el Medio Político Revolucionario ha estado aletargado. Todo esto manifiesta una increíble ceguera frente a la simple realidad de los hechos.
Mientras que los plumíferos de la prensa burguesa no dejan de constatar un hecho: el hundimiento del bloque ruso, nuestros doctores en teoría marxista henchidos de un conservadurismo cobarde se niegan a admitirlo. La falta de reflejo político que se ha evidenciado en el medio proletario estos últimos meses es la manifestación de las profundas debilidades que lo marcan. Incapaz de intervenir con determinación en las luchas de la clase en estos últimos años, una gran parte del medio proletario se ha mostrado incapaz de hacer frente a la brutal aceleración de la historia de estos últimos meses. Encerrado en un gélido repliegue a lo largo de los años 80 se ha quedado sordo, ciego y mudo. Tal situación no puede eternizarse. Aunque continúen reclamándose de la clase obrera, estas organizaciones que son incapaces de asumir su papel no tienen ninguna utilidad para ella y se convierten en obstáculos. Pierden su razón de ser.
Cuando vemos con qué dificultad las organizaciones del medio político han abierto los ojos a la realidad y como aumentaba su ceguera a medida que transcurrían los meses y el bloque ruso se hundía, podemos tener una idea de la confusión de los análisis que han sido desarrollados y de la desorientación política reinante. No se trata aquí de retomar en detalle todos los aspectos y cambios teóricos que los grupos políticos revolucionarios han podido elaborar, varios números de nuestra Revista Internacional no serían suficientes. Nos centraremos, ante todo, en situar las implicaciones de las tomas de posición del medio sobre dos aspectos: la crisis económica y la lucha de clases. Veremos a continuación cuáles han sido las implicaciones de todo ello, sobre la vida misma del medio proletario.
La
crisis económica, elemento básico
en el hundimiento del bloque del Este:
una subestimación general
Todas las organizaciones del medio proletario ven la crisis económica en la base de las convulsiones que sacuden a la Europa del Este, con la excepción del FOR, que no hace ninguna referencia a ella, aplicando una vez más su posición surrealista según la cual no existe crisis económica del capitalismo actual. Sin embargo, más allá de esta posición de principio, la apreciación misma de la profundidad de la crisis y de su naturaleza determinan la comprensión de los acontecimientos actuales, y esta apreciación varía de un grupo a otro.
En Octubre BC escribe: «En los países con capitalismo avanzado de Occidente, la crisis se manifestó, sobre todo en los años 70. Más recientemente, la misma crisis del proceso de acumulación del capital ha estallado en los países "comunistas" menos avanzados». Es decir que BC no ve la crisis abierta del capital en los países del Este antes de los años 80. ¿Acaso en el periodo anterior no había «crisis del proceso de acumulación del capital» en Europa del Este? ¿Estaba el capitalismo ruso en plena expansión como predicaba la propaganda estalinista? De hecho, BC subestima profundamente la crisis crónica y congénita que existe desde hace décadas. En este mismo artículo, continua BC: «El hundimiento de los mercados de la periferia del capitalismo, por ejemplo América Latina, ha creado nuevos problemas de insolvencia a la remuneración del capital (...) las nuevas oportunidades que se abren en el Este de Europa pueden representar una válvula de escape respecto a esta necesidad de inversiones (...) de concretarse un largo proceso de colaboración Este-Oeste, supondría un balón de oxigeno para el capitalismo internacional». Como vemos, no es únicamente la crisis en el Este lo que BC subestima, también la crisis en Occidente. ¿Donde encontrará Occidente los nuevos créditos necesarios para la reconstrucción de las economías devastadas de los países del Este? Simplemente para mantener a flote la economía de Alemania del Este, la RFA se prepara a invertir varios miles de millones de marcos sin estar segura del resultado y, para procurárselos deberá convertirse, de principal prestamista que era a nivel mundial tras Japón, en un fuerte acreedor, acelerando aún más la crisis del crédito de Occidente. Podemos imaginar las sumas colosales que harían falta para sacar al conjunto del ex-bloque del Este de la catástrofe económica en la que se vienen hundiendo desde su nacimiento: la economía mundial no dispone de los medios para tal política, no es posible un nuevo Plan Marshall
¿En qué son más solventes las economías del Este de Europa que las de América Latina, cuando ya Polonia o Hungría son incapaces de devolver las deudas contraídas desde hace años? De hecho, BC no ve que el hundimiento del bloque del Este, una década después del hundimiento económico de los países del «Tercer Mundo», marca un nuevo paso en la crisis mortal de la economía capitalista. El análisis del BIPR va al revés de la realidad. Donde hay un hundimiento dramático en la crisis, BC ve una perspectiva para el capitalismo de encontrar un nuevo «balón de oxigeno», un medio de frenar la degradación económica (!). Es lógico que con tal visión, BC sobreestime la capacidad de maniobra de la burguesía rusa y pueda admitir una posible reestructuración de la economía del bloque del Este, bajo la batuta de Gorbachov y el apoyo de Occidente.
EL PCI-Programme Communiste reconoce la crisis económica como origen del hundimiento del Pacto de Varsovia. Sin embargo, en una polémica con la CCI publicada en Le Prolétaire en Abril de 1989 revela su subestimación profunda y tradicional de la gravedad de la crisis económica: «La extra-lúcida CCI desarrolla un análisis pasmoso según el cual los sucesos actuales serían, nada menos que el hundimiento del capitalismo en el Este. Más allá, para dar buena medida, el número de marzo de RI nos dice que toda la economía mundial se hunde». Es evidente, que la CCI no pretende, como querría hacer creer el PCI, que en Europa del Este las relaciones de producción capitalistas habrían desaparecido, con esta mala polémica, el PCI evidencia su propia subestimación de la crisis económica y niega de un plumazo la realidad de la catástrofe que hunde al mundo y sume a la mayoría de la población mundial en una crisis económica sin fondo. El PCI Programme Communiste ¿cree verdaderamente que aún estamos en las crisis cíclicas del siglo XIX o reconoce que la presente crisis económica, que ha tardado años en ver, es una crisis mortal que sólo se puede traducir en una catástrofe mundial más amplia, con zonas enteras de la economía capitalista hundidas efectivamente? El PCI que otras veces nos acusó de indiferencia, es profundamente miope ante la crisis económica, apenas la ve y no la comprende.
Las pequeñas sectas académicas son a menudo especialistas en los engorrosos análisis económicos e innovaciones teóricas pseudo marxistas. Tras largarnos un inacabable e insípido palazo Communisme ou Civilisation sigue ciego ante la evidencia de la crisis económica abierta: siempre está a la espera de «la explosión de una nueva crisis cíclica del MPC (se supone que se trata del modo de producción capitalista) en los años 90 a escala mundial». Para éste, las convulsiones actuales de Europa del Este son expresión de que «el paso completo de la sociedad soviética al estadio de capitalismo más desarrollado no puede hacerse sin una crisis profunda, como es el caso». Dicho de otra forma, la crisis actual sería una simple crisis de reestructuración, de crecimiento de un capitalismo en pleno desarrollo.
La FECCI, que desde hace años glosa una «nueva» teoría de desarrollo del capitalismo de Estado como producto del paso del capital de la dominación formal a la dominación real, de golpe ha puesto en sordina estas elucubraciones de sus cabezas pensantes. Este punto, hasta hace poco fundamental como para justificar una inflamada diatriba de la FECCI contra la CCI, acusándola de «esterilidad teórica», de «dogmatismo», de golpe pierde actualidad frente a la crisis en los países del Este. ¡Quien pueda que lo entienda! [3].
La subestimación de la profundidad de la crisis y las incomprensiones sobre su naturaleza son una constante en las organizaciones proletarias. De ellas resultan las serias incomprensiones que hoy están apareciendo sobre la naturaleza de los acontecimientos. La presión insistente de los hechos hace que algunos grupos se resignen a la evidencia del hundimiento del boque imperialista de Este bajo el peso de la crisis económica. Pero el significado profundo de este acontecimiento, la situación que lo ha hecho posible, la dinámica que lo ha determinado, escapa totalmente a su entendimiento. Al haber un bloqueo de la situación histórica, al no permitir la relación de fuerzas entre las clases que ni la burguesía vaya hacia la guerra imperialista generalizada ni que el proletariado imponga a corto plazo la solución de la revolución proletaria, la sociedad capitalista entra en una fase de pudrimiento sobre sus propios cimientos, de descomposición. Entonces los efectos de la crisis económica toman una dimensión cualitativamente nueva. El hundimiento del bloque ruso es la manifestación clamorosa de la realidad del desarrollo de este proceso de descomposición que se manifiesta en grados y formas distintas en el conjunto del planeta [4].
La miopía política de estos grupos les hace muy difícil discernir la evidencia de las convulsiones políticas en el Este; es más, los hace incapaces de comprender su razón y situar su dimensión. Los extravíos sobre la crisis económica y sus implicaciones, que han contribuido a paralizar al medio frente a los recientes acontecimientos, anuncian incomprensiones mucho mayores respecto a las importantes convulsiones que vendrán.
Unas organizaciones
revolucionarias
incapaces de identificar la situación de la lucha de clases
Ante las luchas obreras que se desarrollaron en el corazón de los países capitalistas más avanzados desde 1983, aparte de la CCI, el medio político hacía remilgos. Entonces acusaban a la CCI de sobreestimar la lucha de clases. En su número de Abril, BC aún acusa a la CCI de fiarse «más de sus deseos que de la realidad» porque, según ella, estos movimientos «no han producido más que luchas reivindicativas que jamás han sido capaces de generalizarse». Es cierto que para BC las luchas reivindicativas carecen de gran significación porque, para ella, estamos aún en un período de contrarrevolución, siguiendo en esto la posición de todos los grupos bordiguistas surgidos de las diversas escisiones del PCI desde sus orígenes, al final de la guerra.
BC es incapaz de reconocer la lucha de clases cuando la tiene ante sus narices y, en consecuencia, más incapaz aún de intervenir concretamente. En cambio, se esfuerza en imaginarla donde no está. En los acontecimientos de Diciembre del 89 en Rumania, BC ve una «autentica insurrección popular» y precisa: «Todas las condiciones objetivas y casi todas las condiciones subjetivas estaban reunidas para que la insurrección pudiera transformarse en una autentica revolución social, pero la ausencia de una fuerza política auténticamente de clase ha dejado el campo libre justamente a las fuerzas que estaban por el mantenimiento de las relaciones de producción de clase».
Esta posición que ya criticamos en una polémica publicada en la Revista Internacional nº 61, ha provocado una respuesta en la que BC persiste en su número de Abril, pero precisa al mismo tiempo: «Nosotros no pensábamos que pudieran surgir dudas sobre que la insurrección la comprendamos como consecuencia de la crisis y que la calificamos como popular y no como socialista o proletaria».
Desde luego, BC o no entiende nada o no quiere comprender el debate. El simple uso del término «insurrección» en tal contexto solo puede sembrar confusión, y añadirle «popular» aún más. Bajo el modo de producción capitalista, el proletariado es la única clase capaz de emprender una insurrección, es decir, la destrucción del Estado burgués. Para ello, la primera condición es la existencia del proletariado como clase que combate y se organiza en su terreno. Evidentemente este no es el caso en Rumania. Los obreros atomizados se han visto diluidos en la marea de descontento de todas las capas populares, utilizados por una fracción del aparato estatal para derrocar a Ceaucescu. La puesta en escena de la «revolución» rumana, por los media, ha sido un vulgar golpe de estado. Y en esta situación en que los obreros se han diluido en un movimiento «popular», es decir que el proletariado como clase ha estado ausente, BC ve «casi todas las condiciones subjetivas para que la insurrección pueda transformarse en revolución social» (!). En esta situación de extrema debilidad de la clase BC aprecia, por el contrario, una fuerza grandiosa.
Las páginas de denuncia del veneno democrático que hace BC se convierten en letra muerta porque es incapaz de ver sus devastadores efectos como elemento concreto de dilución de la conciencia de clase, y cree ver el descontento obrero en lo que no es más que el triunfo de la mistificación democrática.
En esta vía, por la que BC comienza a deslizarse, la FECCI está comprometida a fondo. Al igual que el BIPR mantenía hace un año la visión de que en China la cólera obrera estaba lista para manifestarse, hoy afirman que «Las actuales ilusiones, la entrada del proletariado rumano en la macabra danza de la lucha por la democracia, no deben eclipsar el potencial de combatividad por reivindicaciones de clase del que es portador el proletariado rumano». La FECCI se consuela como puede, y manifiesta así sus propias ilusiones en cuanto a las potencialidades obreras que subsistirían a nivel inmediato a pesar de tal desenfreno democrático.
FOR, en un artículo titulado: «Una insurrección no una revolución» ve en Rumania «la presencia de obreros armados», y precisa que «los proletarios han abandonado rápidamente la dirección en manos de "especialistas" de la confiscación del poder». Para FOR, el proletariado ha contribuido ampliamente a los cambios en el Este. Evidentemente FOR, que no ve para nada la crisis económica debe buscar más allá la explicación.
La puerta que BC abre a la confusión se apresuran a franquearla Le Mouvement Communiste y el GCI. El primero titula su largo folleto Rumania: entre la reestructuración del Estado y los impulsos insurreccionales proletarios, dedicado enteramente a Rumania y sin mención alguna a la situación global del bloque del Este; el segundo publica un Llama-miento a la solidaridad con la revolución rumana. Sin comentarios.
Hay que señalar, y poner en el haber del PCI Programme Communiste, el no haber caído en la trampa rumana señalando claramente que en los países del Este, «la clase obrera no se ha manifestado como clase, por sus propios intereses» y que en Rumanía, «los combates se han desarrollado entre fracciones del aparato de Estado, y no contra este aparato». Del mismo modo, el PCI-Il Partito Comunista de Florencia plantea claramente que la lucha de clases en los países del Este ha estado, por el momento, sumergida en la orgía populista, nacionalista y democrática, y que «el movimiento rumano ha sido todo menos una revolución proletaria». Sin embargo estos defensores del bordiguismo, si bien son aún capaces de identificar y denunciar la mentira democrática, lo que demuestra que aún no han dilapidado totalmente la herencia política de la Izquierda Italiana, como lo prueban sus tomas de posición sobre la situación en Europa del Este, son incapaces de reconocer la lucha de clases cuando realmente se desarrolla en el corazón de los países industrializados. Como BC, los grupos surgidos del bordiguismo analizan el período actual como el período de la contrarrevolución.
El cuadro es elocuente. Una de las características más importantes de estas organizaciones políticas es su incapacidad para reconocer la lucha de clases, identificarla. No la ven donde se desarrolla y se la imaginan donde no está. Esta profunda desorientación incapacita, evidentemente, a todos estos grupos para desarrollar una intervención clara en el seno de la clase. Mientras que la clase dominante saca provecho del hundimiento del bloque del Este para lanzar una ofensiva ideológica masiva para la defensa de la democracia, ofensiva ante la que sucumbe el proletariado de Europa del Este, numerosos grupos ven en esta situación el desarrollo de potencialidades obreras. Tal inversión de la realidad traduce una grave incomprensión no sólo de la situación mundial, sino también de la naturaleza misma de la lucha obrera. Todos estos grupos después de haberse callado la boca a lo largo de los años 80 ante las luchas en los países desarrollados (que a pesar de todas sus dificultades y las trampas a las que fueron sometidas, estuvieron firmemente ancladas en un terreno de clase), hoy día prefieren buscar la prueba de la combatividad del proletariado en las expresiones de descontento general, en las que el proletariado como clase está ausente y es arrastrado tras la bandera de la «democracia» por objetivos que no son suyos, como en China o Rumania.
En tales condiciones, es muy difícil pedir a estas organizaciones del medio proletario, las cuales en su mayor parte no han visto nada del desarrollo de la lucha de clases en estos últimos años y siempre las han subestimado, que comprendan ahora algo de los efectos del hundimiento del bloque ruso y la intensa campaña democrática actual. Esta desorientación del medio frente grandes cambios históricos significa retroceso de la conciencia de clase [5].
¿Pero cómo comprender un retroceso cuando no se ha visto el avance? ¿Cómo comprender el desarrollo con altibajos de la lucha de clases cuando se dice que estamos en el período de contrarrevolución?
La
debilidad política del medio se concreta
en un creciente sectarismo
En el número anterior de la Revista Internacional, señalábamos: «considerando que el BIPR es el segundo polo principal del medio político proletario internacional, el desconcierto de BC ante "la tormenta del Este" es una triste indicación de la debilidad más general del Medio». Desgraciadamente el desarrollo de las tomas de posición de estos últimos meses, ha confirmado algo que no nos sorprende. Desde hace años, la CCI pone en guardia a través de sus polémicas a los grupos del Medio contra las peligrosas confusiones que lo atraviesan, pero como estos grupos siguen ciegos ante la lucha de clases, ante el hundimiento del bloque del Este, ante el retroceso actual, siguen igualmente sordos ante nuestros llamamientos como ante las evidencias de los hechos que suceden ante sus, ojos [6]. En consecuencia han estado mudos en cuanto a la intervención, hundiéndose más y más en una impotencia inquietante, muy evidente estos últimos meses. Estas organizaciones no sólo han fallado en sus análisis, ante los cientos de elementos avanzados de la clase que están a la busca de un marco coherente para comprender la situación actual; no han sido un factor de clarificación. Su actitud tradicionalmente sectaria se ha ido degradando a medida que avanzaba su confusión.
Incluso BC que nos tenía habituados a cosas mejores lo ilustra tristemente. La intervención de un camarada de la CCI en una Reunión Pública de BC, en la que aquél puso de manifiesto el error monumental del BIPR frente a los acontecimientos en Rumania, afirmando que se trataba simplemente de un vulgar «golpe de Estado», fue el pretexto para que se enfadaran los camaradas de BC y amenazaran con prohibir en el futuro la venta de nuestras publicaciones en sus Reuniones Públicas. El hecho de que hiciéramos referencia a esta escalada del sectarismo en el nº 151 de Revolution Internationale (publicación en Francia de la CCI), provocó la ira de BC que dirigió una «circular» incendiaria «a todos los grupos y contactos a escala internacional para denunciar las mentiras de la CCI» y «la naturaleza de bandolero que desde ahora objetivamente tiene la actividad de la CCI», para concluir: «Mientras que nosotros advertimos a la CCI para que cese esta campaña difamatoria basada sobre la mentira y la calumnia, a fin de evitar reacciones más graves invitamos a todos los que estén al corriente de los hechos a extraer las conclusiones políticas necesarias en la evaluación de esta organización». Tal reacción desproporcionada, ya que el pretexto oficial es una intervención de uno de nuestros militantes en una discusión en una Reunión de BC, traduce la creciente turbación de este grupo frente a nuestras críticas.
El sectarismo que pesa enormemente en el medio político es expresión de su incapacidad para discutir, para confrontar los análisis y las posiciones. La reacción de BC está en continuidad con su actitud sectaria oportunista cuando puso fin a las Conferencias de Grupos de la Izquierda Comunista en 1980. El sectarismo ha hecho siempre buenas migas con el oportunismo. Al mismo tiempo que BC envía esta ridícula Circular a todo el Medio, el BIPR donde BC es el grupo principal, firma un llamamiento común sobre la situación en los países del Este con dos pequeños grupos como el Gruppe Internationalistische Komunismen (Austria) y Comunismo (México) cuyo contenido traduce más concesiones oportunistas que búsqueda de claridad. BC está por el reagrupamiento de los revolucionarios, pero... sin la CCI. Esta actitud de ridícula competencia lleva derecho al peor de los oportunismos y aumenta la confusión de los debates en el Medio.
El ostracismo con que tratan a la CCI los antiguos grupos del medio político y las múltiples sectas que los parasitan, no es como hemos visto, contradictorio con el oportunismo más burdo sobre la cuestión del reagrupamiento de las fuerzas revolucionarias. La FECCI ha sido estos últimos años una perfecta ilustración de este hecho: al mismo tiempo que cubría de sandeces a la CCI, se lanzaba a una dinámica de pseudo conferencias con grupos tan heterogéneos como Communisme ou Civilisation, Union Prolétarienne, Jalon, A Contre Courant, individuos aislados. Las sectas se apañan sus Conferencias, podemos imaginar lo que pueden dar de sí, poca cosa, a lo más nuevas sectas. Hoy, la FECCI está iniciando un nuevo escarceo con el Communist Bulletin Group, grupo que nació gracias a un acto real de bandalismo hacia la CCI y no como el que fantasiosamente BC nos atribuye. La FECCI ridiculiza la idea misma de reagrupamiento pero, desgraciadamente esta organización se ha destacado también por las tonterías malintencionadas, la mala fe y una ceguera odiosa en sus polémicas, desvirtuando todo lo que es la actividad revolucionaria.
Los acontecimientos en los países del Este han agravado el desconcierto y la irresponsabilidad de la FECCI. La FECCI, oscurecida su visión por la acritud, ha visto en nuestras tomas de posición sobre el hundimiento del bloque ruso una negación del «imperialismo» y «un abandono del marco marxista de la decadencia». La FECCI alimenta un falso debate y lo usa como pretexto para justificar su existencia. ¿Cuánto tiempo le hará falta para reconocer simplemente la realidad de hundimiento del bloque del Este?, ¿Podrá la FECCI entonces reconocer la validez de las posiciones de la CCI?, ¿Sacará las conclusiones precisas respecto a su actitud actual?
Las organizaciones bordiguistas no reconocen la existencia de un medio político, y para cada una de ellas, no hay más que un Partido, ellas mismas. El sectarismo está aquí teorizado y justificado. Sin embargo, el PCI-Programme Communiste, parece que puede sacar las lecciones de su pasada crisis y empieza a publicar polémicas con otros grupos del medio político. Así, la CCI ha tenido derecho a una respuesta polémica en Le Prolétaire, su publicación en Francia. ¿Ante qué reacciona el PCI? Ante el hecho de que nosotros hayamos saludado su correcta toma de posición (!). Y precisa: «lo que nos importa en esta nota es rebatir, lo más claramente posible, la idea de que nuestra posición seria análoga a la de la CCI». Se pueden tranquilizar. El hecho de que reconozcamos la relativa claridad de su toma de posición frente a los países del Este no nos hace olvidar lo que nos separa de ella, pero ¿a tal grado llega la gangrena sectaria del PCI que no puede soportar el reconocimiento de un punto válido en sus posiciones? En ese caso, puede que recordarles la conclusión de nuestro anterior artículo a propósito del medio revolucionario en la Revista Internacional los tranquilice: «la respuesta relativamente sana de Le Prolétaire a los acontecimientos del Este prueba que existe todavía vida proletaria en ese organismo. Pero no creemos que eso represente realmente un nuevo renacimiento: lo que les permite defender una posición de clase respecto a estos acontecimientos es más la antipatía "clásica" que le tienen los bordiguistas a la democracia que un examen crítico de las bases oportunistas de su política».
Una de las constataciones más inquietantes que hay que extraer es la incapacidad para reconsiderar su cuadro de comprensión y enriquecerlo para alcanzar a comprender lo que cambia. De hecho la aceleración histórica ha puesto al desnudo el increíble conservadurismo que reina en el Medio. El sectarismo que se ha desarrollado con ocasión de las polémicas a propósito del «viento del Este» es el corolario de este conservadurismo. Incapaces de reconocer el actual proceso de descomposición social considerado como una manía de la CCI, estas organizaciones son totalmente incapaces de identificar las manifestaciones en la vida del medio político, en su propia vida, y por tanto de defenderse. La degradación de las relaciones entre las principales organizaciones a lo largo de estos últimos años es una expresión muy clara de ello.
En estas condiciones no cabe desarrollar en este artículo nada a propósito de la intervención que han desarrollado estos grupos respecto al terremoto que hace tambalear a Europa del Este. Ningún grupo, excepto la CCI, ha sabido romper la rutina para acelerar sus publicaciones o publicar suplementos. La desorientación política y la esclerosis sectaria de estas organizaciones les han impedido intervenir. En la actual situación de desorientación creada por el «viento del Este», acentuada por la ofensiva de la propaganda burguesa, la clase obrera sufre un retroceso en su conciencia, las luces aportadas por la mayoría de los grupos revolucionarios no le han sido de gran utilidad para salir de esta fase difícil.
El desarrollo del curso histórico impone un irresistible proceso de decantación al medio revolucionario. La clarificación que este proceso implica en la situación actual de degradación de relaciones entre los grupos revolucionarios, no logra hacerse por medio de una confrontación clara y voluntaria de posiciones. Y, sin embargo deberá hacerse, y en estas condiciones sólo puede tender a tomar la forma de una crisis cada vez más fuerte en las organizaciones que respondan a la aceleración de la historia con la confusión, planteándose así el problema de su supervivencia política. La clarificación que no llega a hacerse por el debate amenaza con imponerse por el vacío. Esto es lo que está en juego en el presente debate para las organizaciones políticas revolucionarias.
JJ, - 31.05.90
[1] En este artículo mencionaremos las organizaciones siguientes a menudo con sus siglas :
- Partito Comunista Internazionalista (PCInt) que publica Battaglia Comunista (BC), nombre con el que mencionaremos a menudo a esta organización, y Prometeo.
- Communist Workers' Organisation (CWO) y su publicación Workers' Voice.
- Buró Internacional por el Partido Revolucionario (BIPR), que publica Communist Review, agrupación de las dos organizaciones precedentes.
- Partido Comunista Internacional (PCI, que publica Programme Communiste y Le Prolétaire, en Francia.
- Ferment Ouvrier Révolutionnaire/Fomento Obrero Revolucionario (FOR) que publica Alarme/Alarma y L'arme de la critique.
- Fracción externa de la Corriente Comunista Internacional (FECCI), que publica Perspective Internationaliste.
- Groupe communiste internationaliste (GCI).
[2] Revista Internacional nº 61, «Las tormentas del este y la respuesta de los revolucionarios».
[3] Véase sobre ese tema: « "La dominación real" del capital y las confusiones reales del medio político», Revista Internacional, nº 60.
[4] Véase sobre el tema: «La descomposición del capitalismo», Revista Internacional nº 57, y otro artículo en este mismo número.
[5] Véase «Dificultades crecientes para el proletariado», en Revista Internacional nº 60.
[6] Véase «El medio político desde 1968» en Revista Internacional nos 53, 54 - 56.
Los acontecimientos de estos últimos meses en el ex bloque soviético han puesto cada vez más de relieve la ruina en que se encuentra la economía de todos los países de Europa del Este sin excepción y de la URSS en particular. A medida que la realidad es mejor conocida, las últimas esperanzas y todas las teorías sobre una posible mejora de la situación se van haciendo añicos. Los hechos cantan: es imposible levantar la economía de esos países; sus gobiernos, sean cuales sean sus componentes, el antiguo aparato «reformado» con o sin participación de las antiguas «oposiciones», o «nuevas» formaciones políticas, son totalmente incapaces de dominar la situación. Es el hundimiento en un caos sin precedentes que se confirma cada día más[1].
Los países occidentales no sacarán a flote
ni a los países del Este ni a la URSS
Por todas partes, la desbandada. A los países del Este les gustaría mucho ver a los grandes países industrializados venir en ayuda de sus economías en ruina total. Walesa no para de mendigar en nombre de Polonia la ayuda de «Occidente». Gorbachov pide ante Bush «la cláusula de la nación más favorecida», acuerdo preferencial en los contratos que Estados Unidos ha negado siempre a la URSS y que en su tiempo sí fue concluido con Rumania, el país más pobre del ya antiguo bloque del Este. La RDA espera de la reunificación con la RFA subsidios para salvar los escasísimos sectores de su aparato productivo que no están en la ruina.
Pero los países occidentales no parecen dispuestos ni siquiera a comprometer la décima parte de los gastos necesarios en una aventura que no es que sea arriesgada, es que ya es un fracaso seguro. Pocas ilusiones quedan sobre la perspectiva de enderezamiento económico de los países del Este. No hay ninguna ganancia que sacar de un aparato productivo con una infraestructura y unos medios de producción totalmente caducos y con una mano de obra sin la menor preparación para las normas de productividad draconianas impuestas por la guerra comercial en el mercado mundial, guerra que libran las principales potencias industriales occidentales, sobre todo Estados Unidos, Japón, Alemania Occidental y los demás países de Europa occidental.
Y aunque el FMI otorgara más créditos, se vería ante una situación parecida a la de los países del «tercer mundo», insolventes, con deudas por miles de millones y que nunca serán reembolsadas.
Es significativo que el encuentro Bush-Gorbachov (cuando escribimos estas líneas) no haya dado por ahora lugar a ningún acuerdo económico especial, si no es a la tímida reconducción de acuerdos ya existentes. Ya nadie apuesta por no se sabe qué éxito de la famosa «Perestroika». Lo que parece tenerse en cuenta en las relaciones occidentales con el Este, son más bien preocupaciones generales sobre cómo limitar que se generalice el desorden en Europa del Este, desorden que ninguna potencia occidental ve con buenos ojos. Ni acuerdos comerciales ni industriales que pudieran significar un balón de oxígeno para las economías totalmente asfixiadas de esos países.
No hay «planes Marshall» que valgan para los países del Este como el que sirvió para financiar la reconstrucción de Europa del Oeste y de Japón por EEUU tras la segunda guerra mundial. Y si queda alguna ilusión entre los defensores de la «victoria del capitalismo» sobre el interés económico que ofrecería la desaparición del «telón de acero», la actual experiencia dolorosa para la economía alemano-occidental que es la reunificación de Alemania y la toma a cargo de la RDA[2], acabará barriéndolas del todo. Para el capital alemán hay un interés puntual a causa de la mano de obra cualificada y muy mal pagada en RDA, pero lo que se va a ver, más que otra cosa, es una punción financiera altísima y la llegada de miles de desempleados e inmigrados[3].
Ahora que el sistema financiero internacional está amenazando con desmoronarse bajo el peso de la deuda mundial, cuando ya los despidos masivos han empezado, en particular en Estados Unidos, y no van a parar de aumentar en todos los grandes países desarrollados, esos países no tienen el más mínimo interés estrictamente económico, ningún mercado en los países del Este salvo raras excepciones. Sólo algún que otro «teórico» atrasado - y aún quedan incluso, y por desgracia, en el propio campo proletario[4]- se creen todavía el espejismo de la reestructuración económica de los países del Este.
La ruina total de la economía
Las cifras oficiales reconocidas hoy en la URSS sobre el estado exangüe de la economía a todos los niveles, están desmintiendo totalmente a la baja las antiguas estimaciones oficiosas que los especialistas occidentales oponían desde hace años a la mentira institucional de las «estadísticas» soviéticas.
Las nuevas estadísticas dejan patente una tasa de crecimiento que se acerca inexorablemente a cero, dando mejor cuenta de la realidad que las anteriores a la «Glasnost». Sin embargo, el incluir en el cálculo al sector militar, único de la economía rusa que ha tenido un real crecimiento desde mediados de los años 70, ello nos da un indicador que subestima todavía más la amplitud de la crisis de la economía soviética.
En el mejor de los casos, la URSS se encuentra actualmente a un nivel económico comparable al de Portugal, con, según las estimaciones, una renta per cápita de unos 5000 $ por año, renta que puede ir desde de 1500 a 7000 $ más o menos. Esto significa que para una mayoría de la población, es ése un «nivel de vida» más cercano al de países como Argelia que al de los países más pobres de Europa del Sur.
Además, las características «clásicas» de la crisis al modo occidental, la inflación y el desempleo, empiezan ya a hacer estragos en los países del Este, con tasas dignas de los países del Tercer mundo más afectados. Y esas lacras «clásicas» del capitalismo vienen a añadirse a las heredadas del estalinismo, tan capitalistas como aquéllas: racionamiento y penuria permanentes de los bienes de consumo corrientes. Hasta los críticos más virulentos de lo que ellos llaman el «comunismo», defensores acérrimos del capitalismo al modo occidental, se han quedado estupefactos ante el estado de la economía de la URSS: «La realidad soviética no es una economía desarrollada que necesite unas cuantas rectificaciones, sino que es un gigantesco desván de trastos inutilizables e imperfectibles»[5].
La «Perestroika» es una cáscara vacía, la popularidad de Gorbachov está por los suelos en la URSS, las recientes «medidas» del gobierno lo que hacen es rubricar la catástrofe: un reconocimiento oficial de aumento de los precios al consumo de hasta el 100 % y la promesa de 15 % de aumento de salarios como... ¡«compensación financiera»! A corto plazo, dentro de cinco años para los «optimistas» y un año para los demás, será el desempleo masivo para millones de trabajadores; se prevén entre 40 o 45 o 50 millones de desempleados o «más incluso», o sea, más de una persona de cada cinco y sin el más mínimo subsidio del «mínimo vital»...
La situación en la URSS es catastrófica, pero la de los demás países del Este no es mucho mejor. En la ex-RDA, con la instauración de la unión monetaria alemana en julio de 1990, 600 000 desempleados se van a encontrar inmediatamente en la calle, y esta cifra alcanzará los cuatro millones en los años venideros, ¡una persona de cada cuatro![6]. En Polonia, tras los aumentos de precios de 300 % en promedio en 1989 (con cuotas de 2 000 % en algunos productos), el gobierno ha bloqueado los salarios «para frenar la inflación». De hecho, oficialmente, la inflación es hoy de 40 % y la cantidad de desempleados debería alcanzar este año los dos millones. Por todas partes, el balance de las «medidas de liberalización» es claro: más desastroso todavía.
La forma estaliniana del capitalismo de Estado, heredada, no de la revolución de Octobre de 1917, sino de la contrarrevolución que aplastó a ésta en la sangre, se ha hundido en la mayor ruina, la peor desorganización. Pero la forma «liberal» del capitalismo occidental, que es también otra forma de la tendencia al capitalismo de Estado pero mucho más sofisticada, no va a ser una solución de recambio. Lo que está en crisis es el sistema capitalista como un todo y a nivel mundial; y los países «democráticos» desarrollados deben hacer frente a dicha crisis para defender sus propios intereses. La falta de mercados no es sólo un problema para los países arruinados del Este, también golpea al corazón del capitalismo más desarrollado.
El fracaso de la « liberalización »
La aceleración de la crisis ha puesto al desnudo el absurdo total de los métodos del capitalismo de Estado al modo estalinista en el plano de la gestión económica: lo que reinaba era la irresponsabilidad de varias generaciones de funcionarios cuya única preocupación era la de llenarse los bolsillos respetando, en el papel, las directivas de «planes» desconectados del funcionamiento normal del mercado. Si bien la propia clase dominante ha podido darse cuenta que tenía que acabar con tal irresponsabilidad, abandonar la tramposería con las «leyes del mercado», que es el total acaparamiento por el Aparato de Estado de la vida económica, no por eso la clase dominante va a poder llevar a cabo un restablecimiento de la vida económica mediante la «liberalización» y controlar la situación mediante «la democratización». Eso no es sino reconocer que lo que reina a todos los niveles es el desorden general. Pero como es de esa tramposería permanente de donde le vienen sus privilegios a la clase dominante desde hace décadas, ese reconocimiento no irá más allá de las buenas intenciones como lo demuestran los cinco años de experiencia de «perestroikas» y demás «glasnosts». Como ya decíamos en septiembre de 1989:
«...del mismo modo que la "reforma económica" se propuso tareas prácticamente irrealizables, la "reforma política" tiene pocas probabilidades de éxito. Así pues, la introducción efectiva del "pluripartidismo" y de elecciones "libres" que es la consecuencia lógica de un proceso de "democratización", son una amenaza verdadera para el partido en el poder. Como lo vimos recientemente en Polonia, y en cierta medida igualmente en la URSS el año pasado, dichas elecciones no pueden conducir más que a la puesta en evidencia del desprestigio total del partido, del verdadero odio que le tiene la población. En la lógica de esas elecciones, lo único que el partido puede esperar es la pérdida de su poder. Ahora bien, eso es algo que el partido, a diferencia de los partidos "democráticos" de Occidente, no puede tolerar porque:
- si pierde el poder en las elecciones, no podrá jamás, a diferencia de los otros partidos, volver a conquistarlo por ese medio;
- la pérdida de su poder político significaría concretamente la expropiación de la clase dominante puesto que su aparato es precisamente la clase dominante.
Mientras que en los países de economía "liberal" o "mixta"; en donde se mantiene una clase burguesa clásica, directamente propietaria de los medios de producción, el cambio de partido en el poder (a menos, justamente, que se traduzca en la llegada de un partido estalinista) no tiene más que un impacto débil en sus privilegios y en el lugar que ocupa en la sociedad, un acontecimiento así; en un país del Este, significa, para la gran mayoría de los burócratas, pequeños y grandes, la pérdida de sus privilegios, el desempleo, y hasta persecuciones por parte de los vencedores. La burguesía alemana pudo arreglárselas con el Káiser, con la república socialdemócrata, con la república conservadora, con el totalitarismo nazi, con la república democrática, sin que sus privilegios se vieran amenazados en lo esencial. En cambio, un cambio de régimen en la URSS significaría en ese país la desaparición de la burguesía bajo su forma actual al mismo tiempo que la del partido. Y si bien un partido político puede suicidarse, puede autodeclararse disuelto, en cambio, una clase dominante y privilegiada no se suicida.»[7].
En la URSS, el estalinismo es, por las circunstancias históricas de su aparición, una organización particular del Estado capitalista. Con la degeneración de la revolución rusa, el Estado surgido tras la expropiación de la antigua burguesía por la revolución proletaria de 1917, se convirtió en instrumento de reconstrucción de una nueva clase capitalista, sobre los cadáveres de millones de proletarios, obreros y revolucionarios, en la contrarrevolución desde finales de los años 1920 hasta finales de los 30 y luego con el alistamiento en la matanza de la segunda guerra mundial. La forma de ese Estado es el producto directo de la contrarrevolución en el que la clase dominante se ha identificado al Estado-partido único. Con la quiebra definitiva del sistema, la clase dominante ha perdido el control de la situación, no sólo en los antiguos Estados «socialistas», sino también en la mismísima URSS, no quedándole ningún margen de maniobra para atajar el proceso.
La situación en los demás países del Este es un poco diferente de la de la URSS. Fue a finales de la 2ª guerra mundial cuando la URSS, con la bendición de los «aliados» impuso, en los gobiernos de los países pasados a su zona de influencia, el imperio de los Partidos «comunistas» a ella enfeudados. En esos países, el antiguo aparato de Estado no fue destruido por ninguna revolución proletaria. Se adaptó, se doblegó al imperialismo ruso, dejando que permanecieran más o menos según qué países fueran, formas clásicas de la dominación burguesa, a la sombra del estalinismo. De ahí que, con la muerte del estalinismo y la incapacidad de la URSS para mantener su prepotencia imperialista, la clase dominante de esos países, en su mayoría económicamente menos subdesarrollados que la URSS, se ha dado prisa en intentar quitarse de encima el estalinismo intentando reactivar los residuos de las anteriores formas de poder.
Sin embargo, aunque los países del Este disponen teóricamente de más posibilidades que la URSS para intentar hacer frente a la situación, los últimos meses demuestran que la herencia de cuarenta años de estalinismo y el contexto de crisis mundial del capitalismo plantean problemas enormes a una «verdadera democracia» burguesa. En Polonia, por ejemplo, la clase dominante ha demostrado su incapacidad para controlar la «democratización». Se ha visto en la situación aberrante de tener en el gobierno a un sindicato, Solidarnosc. En RDA, ha sido la «democracia cristiana», la CDU, que ha gobernado con el SED (Partido comunista) durante cuarenta años, el principal protagonista de la «democratización» para la reunificación con la RFA. Pero lejos de ser una fuerza política responsable, capaz de asegurar la más mínima reorganización en el país, esa formación política no tiene más dinámica que el incentivo del lucro de su personal, sin hacer otra cosa más que esperar los subsidios de la RFA, a expensas de la CDU occidental, principal proveedor de fondos de la operación.
La evolución inexorable iniciada el verano pasado desde la subida al gobierno de Polonia de Solidarnosc, el viraje hacia el oeste de Hungría, la apertura del muro berlinés, el separatismo de las «repúblicas asiáticas» hasta la secesión de las «repúblicas bálticas» y la reciente investidura de Yeltsin en Rusia misma, todo ello no es el fruto de una política buscada y escogida deliberadamente por la burguesía. Es la expresión día tras día de la pérdida de control por la clase dominante, son indicadores del hundimiento en una dislocación y un caos hasta hoy desconocidos en todas las regiones del mundo. No hay «liberalización»; lo que hay es impotencia de la clase dominante frente a la descomposición del sistema.
Las ilusiones democráticas
y los nacionalismos
La «liberalización» es un discurso vacío, una cortina de humo ideológica, que explota las ilusiones sobre la «democracia», que son muy fuertes en una población que ha tenido que soportar cuarenta años de militarismo estalinista, una cortina de humo con la que intentan que se acepte la constante degradación del vivir cotidiano. La «liberalización» de Gorbachov está acabando en agua de borrajas tras cinco años de discursos sin resultado concreto alguno, la situación es cada día más penosa para la población. Y ya no es sólo cosa de hombres del aparato de Gorbachov. Los antiguos opositores, incluso los más «radicales», campeones de la «democracia», se quitan la careta en cuanto les dan una responsabilidad gubernamental. Ahí tenemos, por ejemplo, a un Kuron, en Polonia, encarcelado por Jaruzelsky hace algunos años, antaño «trotskista»[8], tras haber alardeado, cuando lo nombraron ministro de Trabajo, de ser capaz de «apagar millares» (de huelgas) al haber sido capaz de «organizar cientos de ellas», ahora amenaza directamente con la represión a los huelguistas de transportes, sin distinguirse mucho de la actitud clásica del estalinismo contra la clase obrera. Sean cuales sean las fracciones o camarillas políticas que ocupan en un momento dado el poder, no existe verdadera democracia posible bajo la forma de la democracia burguesa de los países más desarrollados y todavía menos de una democracia «socialista».
Esa idea de la democracia «socialista», según la cual bastaría con apartar a la burocracia del poder para que así se desarrollaran las «relaciones de producción socialistas» que pretendidamente seguirían existiendo en los países del Este, idea defendida por cantidad de sectas trotskistas, no es más que un cuento inventado por esos banderines de enganche del estalinismo, que en definitiva han sido esas corrientes políticas. Todos los acontecimientos recientes demuestran con claridad cada día mayor la imbecilidad de semejantes «teorías».
Todos los «oponentes», en su mayoría salidos del aparato, o el antiguo aparato arrepentido, o también personalidades empujadas por las circunstancias a ponerse «al servicio del país», todos candidatos a la defensa del flaco capital nacional en peligro, usan y abusan de las ilusiones democráticas que alberga la gran mayoría de la población en los países del Este, para tener margen de maniobra para sus designios y aspiraciones al poder. Pero únicamente los grandes países desarrollados pueden permitirse «verdaderas» formas «democráticas» de dominación de la clase capitalista. La fuerza relativa de la economía y la experiencia política les permiten mantener todo un aparato, desde los media hasta la policía, todas las instituciones necesarias al control de un poder que oculta su totalitarismo de hecho bajo las apariencias de las «libertades». El estalinismo, capitalismo de Estado llevado hasta el absurdo de pretender negar la ley del valor, se ha fabricado una clase dominante totalmente inepta, totalmente ignorante de una ley que, sin embargo, es la base de su dominación de clase. Nunca una clase dominante ha sido tan débil.
Y esa debilidad trae consigo también, con la dislocación del bloque del Este y de la URSS, el estallido de los múltiples nacionalismos que sólo se mantenían unidos en la URSS por la represión militar, y que se han despertado inmediatamente en cuanto apareció la imposibilidad del poder central para mantener su supremacía por la fuerza de las armas.
Gorbachov ha podido dar la impresión en un momento de que estaba favoreciendo la expresión de las «nacionalidades» en la URSS. Es evidente hoy que el poder central soviético no puede utilizar los nacionalismos para reforzar su poder. Al contrario, las llamaradas de nacionalismos, regionalismos, particularismos a todos los niveles, son una manifestación de la incapacidad del régimen y de la pérdida definitiva de su poder, de su estatuto de jefe de bloque imperialista, de su lugar entre las «grandes potencias»[9].
Es la situación lo que alimenta los nacionalismos: sin Moscú ni el Ejército «rojo», las camarillas en el poder se han quedado «desnudas», la vía ha quedado libre para que se desaten todos los particularismos a los que sólo ataba el terror militar. Las consecuencias del desmoronamiento actual sólo están en sus primicias. A mediano plazo, por su propia lógica, habrá «democratizaciones» al estilo de muchos países de América del Sur, o, lo más seguro, una «libanización» del antiguo bloque del Este y de la URSS misma, propia de la situación actual, sin política alguna de recambio por parte de la burguesía, sólo es el sálvese quien pueda.
Ahora le va a tocar el turno de la crisis
al capitalismo « liberal » occidental
Básicamente, la crisis en la URSS es, en última instancia, el resultado de la crisis económica generalizada del capitalismo, una de las manifestaciones de su crisis histórica, de su descomposición. No puede haber reestructuración del capitalismo posible en el Este, al igual que tampoco puede haber ningún «país en vías de desarrollo» que haya podido librarse del «subdesarrollo» desde que se inventó esa terminología tercermundista. Al contrario, lo que está pasando es un hundimiento general irreversible.
Desde su inicio a finales de los años 60, la crisis económica ha acarreado:
- en los años 70-80 la caída inexorable de los países del llamado Tercer mundo en el subdesarrollo y la miseria más sombría que haya conocido el mundo;
- a finales de los 80, la muerte definitiva del estalinismo, régimen capitalista heredado de la contrarrevolución del llamado «socialismo en un solo país», hundiendo a gran velocidad a la mayoría de la población de los países llamados «comunistas» en una pauperización por lo menos tan grande que en el Tercer mundo, si no es peor.
Durante los años 90 la crisis va a arrastrar hacia esa misma pauperización absoluta al corazón del «primer mundo», las metrópolis industriales son corroídas ya por veinte años de aumento constante del desempleo masivo y de larga duración, de aumento de la inseguridad y de la inestabilidad en todos los aspectos de la vida social. No habrá «reestructuración» del capitalismo ni en el Este ni en el Oeste.
MG - 3 de Junio de 1990
[1] Véanse los análisis desarrollados sobre el hundimiento del bloque ruso y sus implicaciones para la situación mundial en la Revista Internacional nº 60 y 61.
[2] Véase el articulo «La situación en Alemania» en esta misma Revista.
[3] Algunos ámbitos gubernamentales rusos han pensado en un medio «genial» para poner a flota las arcas de la URSS: mandar a 16 millones de emigrantes soviéticos a Europa occidental en los años venideros para que manden divisas...
[4] Véase el articulo «Frente a las conmociones en el Este, una vanguardia en retraso», en esta misma Revista.
[5] Del semanario francés Le Point, 9-10 de Junio de 1990.
[6] Véase «La situación en Alemania», en este número.
[7] Revista Internacional nº 60, «Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este», tesis nº 16.
[8] Cf. Carta abierta al Partido Obrero Polaco de K. Modzelewski y J. Kuron, 1968, suplemento a Quatrième Internationale, revista trotskista de Francia, marzo de 1968.
[9] (9) Véase el articulo «La barbarie nacionalista» en esta Revista.
Links
[1] https://es.internationalism.org/en/tag/2/33/la-cuestion-nacional
[2] https://es.internationalism.org/en/tag/acontecimientos-historicos/hundimiento-del-bloque-del-este
[3] https://es.internationalism.org/en/tag/3/45/descomposicion
[4] https://es.internationalism.org/en/tag/geografia/alemania
[5] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/izquierda-comunista
[6] https://es.internationalism.org/en/tag/2/28/el-estalinismo-el-bloque-del-este