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Acción Proletaria nº 191, 15 Septiembre - 15 Noviembre

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La solidaridad, la autorganización y la conciencia obreras son armas esenciales de la lucha contra el capitalismo.

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Cada día que pasa, la inmensa mayoría de la humanidad sufre mayores padecimientos (guerras, epidemias y hambruna, desastres “naturales”, pero también despidos paro y precariedad, desmantelamiento del llamado Estado del “bienestar”, imposibilidad de conseguir una vivienda,...) que no tienen más “justificación” que la pervivencia del sistema de explotación capitalista. La única esperanza de liberarse de ese “futuro” de miseria y barbarie, que es el único que puede ofrecer el capitalismo, reside en el desarrollo de la lucha de la clase llamada a desterrarlo de la faz de la tierra.

 

 

 

Y esa lucha resurge hoy en todos los rincones del planeta, desde Bangla Desh (ver AP nº 190) a Gran Bretaña, de los trabajadores del Metro de Nueva York a los jóvenes destinados a ser futuros trabajadores que se movilizaron masivamente en Francia en la primavera pasada contra una condena a perpetuidad a la precariedad (ver AP nº 188 y 189), de los obreros de Dubai, a los trabajadores del metal de Vigo (AP nº 189). Esas movilizaciones obreras tienen un significado muy importante. Ya hemos analizado que evidencian que el retroceso de las luchas de los años 90 ha tocado fondo y que suponen, también la incorporación al combate de una nueva generación de jóvenes trabajadores (ver por ejemplo nuestros documentos «Un nuevo período de confrontación entre clases» y «Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera del 2006 en Francia» en Revista Internacional nº 125). Son además, y por “intrascendentes” que puedan parecer en lo inmediato, las fraguas donde se van forjando, con victorias pero también con derrotas, las armas de la lucha emancipadora de la clase obrera: su solidaridad, su autorganización, su conciencia de clase.

 

La solidaridad es el fundamento indispensable de la unidad de los trabajadores, de su sentimiento de pertenencia a una clase no dividida por intereses particulares, sino que, independientemente de la edad, el sexo, la condición (activo, parado, jubilado o precario,..), la empresa, la nacionalidad, etc., tiene un mismo objetivo común de lucha contra la explotación. Ya vimos hace dos años como los trabajadores de la Mercedes de Bremen en Alemania paraban en solidaridad con sus compañeros de Sttutgart, aunque aquellos eran los “beneficiarios” del traslado de la producción (ver AP n1 178). El verano siguiente vimos a los trabajadores de Heathrow paralizar el aeropuerto en solidaridad con los despedidos de una empresa de “catering”, y poco después a los trabajadores del Metro de Nueva York ponerse en lucha para impedir un plan de pensiones que no les afectaba directamente a ellos sino a quienes, en el futuro, les sucedieran en el puesto de trabajo (ver AP nº 187). Más recientemente hemos visto a los obreros de Dubai (ver AP nº 190) solidarizarse con la lucha de compañeros procedentes de otros países, o la huelga masiva de más de 2 millones de trabajadores en Bangla Desh, radicalizados, en muchos casos, por el trato vejatorio que reciben las trabajadoras de las empresas textiles. También esa misma generosa solidaridad la vimos en SEAT cuando los obreros no despedidos pararon la fábrica al ver a sus compañeros que acababan de recibir la carta de despido, o los trabajadores de los astilleros de Vigo se sumaron a los trabajadores del metal de la provincia que luchaban por un convenio colectivo que frenara la precariedad del empleo, aún cuando aquellos no están afectados por dicho convenio. Y lo hemos visto, sobre todo, en los estudiantes franceses que renunciaron conscientemente a cualquier reivindicación corporativa, para en cambio, enviar delegaciones a las fábricas, a las oficinas de desempleo, a los barrios periféricos para explicar que la lucha contra la precariedad es una lucha de toda la clase obrera. La solidaridad obrera se busca y se recibe. Por ello los estudiantes franceses recibieron una formidable solidaridad que se palpó en las manifestaciones masivas y también en aparentes “anécdotas” (como la de los enfermos que pidieron al personal de los hospitales que preferían que acudieran a las manifestaciones a que se quedaran a cuidarles), pero que ponen de manifiesto ese sentimiento de implicación en la lucha que sentimos como nuestra, aunque no seamos los destinatarios directos e inmediatos de las medidas que contra tal o cual condición obrera.

 

Pero si la lucha obrera necesita ese corazón solidario, necesita igualmente un pulmón que lo oxigene y lo nutra, con discusiones para clarificar el curso de la lucha, con la toma colectiva de decisiones sobre iniciativas y propuestas que implican a todos los trabajadores en lucha. Ese pulmón son las ASAMBLEAS: la única autorganización masiva de la clase obrera, y que constituyen no sólo el medio para impedir que los sindicatos se apoderen de la lucha y la conduzcan a la derrota, sino también como el medio vivo para palpar con todos los sentidos la fuerza o la debilidad, para trasmitir coraje a los indecisos, para ganar nuevas fuerzas, o, también, para constatar que no las tenemos y decidir colectiva y conscientemente para el combate. Por eso los obreros del metal de Vigo impulsaron asambleas generales en la plaza principal de esa ciudad a las que podía asistir quién quisiera aportar algo a la lucha. Por eso cuando los sindicatos les propusieron que cada trabajador votara en su centro de trabajo el preacuerdo alcanzado con la Patronal, los obreros se opusieron y convocaron una nueva asamblea general para decidir juntos, como juntos habían luchado, si había fuerzas para luchar por algo más de lo que concedía la Patronal. En ese sentido la lucha de los jóvenes franceses ha sido también modélica pues no sólo han querido, en muchos casos, abrir sus asambleas a cualquier trabajador (activo, parado o jubilado) que quisiera aportar ideas o propuestas para fortalecer la lucha, sino que, también en muchos casos, han hecho de ellas el crisol de un auténtico esfuerzo de reflexión sobre cuestiones que iban más allá de lo inmediato de su lucha, desde el verdadero porqué de la precariedad a ¿qué son los Consejos Obreros?.

 

Y es que las luchas obreras son un momento y un lugar privilegiado para el desarrollo de la conciencia de clase. En primer lugar de su identidad de clase, pues frente a la imagen que da la ideología burguesa de la sociedad como una suma de individuos con intereses enfrentados unos con otros, o de falsas identidades (la nación grande o chica, la empresa, etc.); la lucha común de los trabajadores nos hace comprender y sentir que todos los asalariados compartimos un interés común que nos opone precisamente al interés de los explotadores, de la empresa, de la región, o del capital nacional. En segundo lugar, las luchas constituyen también una formidable escuela de aprendizaje y de desarrollo de experiencias sobre lo que son los métodos proletarios de luchas (las Asambleas soberanas, las delegaciones para explicar las luchas a otros sectores, las manifestaciones para recabar la solidaridad,...) y sobre las trampas que plantea precisamente la burguesía para aislar y debilitar las luchas, como vimos en Francia, o en Vigo, donde los obreros fueron capaces de captar y evitar la trampa urdida por la burguesía para «pudrir» la lucha con enfrentamientos violentos. Las luchas son, por todo ello, un hogar fundamental para el desarrollo de la confianza del proletariado en sus propias fuerzas, en que sólo la lucha del proletariado representa una alternativa al progresivo hundimiento social en la miseria y la barbarie.

 

El contraataque de los explotadores contra estas armas del proletariado

 

 

No había pasado ni una semana desde la formidable lucha masiva en Vigo cuando los trabajadores de ese mismo sector en Sevilla se pusieron en huelga. Pero esta vez los sindicatos, con la lección bien aprendida, no dejaron que la situación «se les fuera de las manos», y en vez de asambleas masivas donde recabar la solidaridad activa y participativa de otros trabajadores como sucediera en Vigo, dispersaron a los trabajadores en múltiples cortes de carreteras. Esas acciones, aparentemente “radicales”, sirven más bien para entorpecer la solidaridad de otros trabajadores. Una de las artimañas con las que los sindicatos franceses intentaron precisamente de torpedear la solidaridad con los estudiantes la pasada primavera fue tratar de paralizar los transportes y generar un caos circulatorio durante las “jornadas de acción” que convocaron. Afortunadamente, los trabajadores en Francia no siguieron sus consignas y cientos de miles de obreros pudieron acercarse a las manifestaciones de las principales ciudades. Las luchas deben ganar la solidaridad y la participación activa de otros sectores obreros, y eso sólo se puede hacer a través de una movilización para hacerles comprender que la lucha es también su lucha. Como hicieron los estudiantes franceses con los jóvenes de los suburbios, con los parados o con los asalariados de los cinturones industriales de las grandes ciudades, mediante el envío de delegaciones, la apertura de las asambleas a la participación de otros obreros, mediante manifestaciones verdaderamente masivas. Estos son los auténticos métodos proletarios de lucha y de búsqueda de la solidaridad. Y, en lugar de esto, ¿cual es el menú de «acciones imaginativas» que proponen los sindicatos? : las consabidas acciones espectaculares para «llegar a la opinión pública». Hemos visto por ejemplo este verano como los trabajadores de Astilleros, también en Sevilla, se tiraban al río Guadalquivir impidiendo el paso de las embarcaciones, o como empleados del Centro Logístico de Mercadona en Barcelona se “crucificaban” en las puertas de los supermercados de esa cadena. Los sindicatos proponen estas acciones tan “imaginativas” precisamente para impedir que busquemos las formas propias del movimiento obrero para concitar la solidaridad del resto de trabajadores.

 

Lo de “salir en los medios” para dar a conocer la lucha, ya hemos visto a qué ha conducido, por ejemplo en la lucha de los trabajadores del aeropuerto del Prat en Barcelona (ver la toma de posición que publicamos en nuestra web) donde se han significado especialmente en el linchamiento moral de la lucha, haciendo incluso de portavoz de quienes exaltadamente reclamaban que «la Guardia Civil se liara a palos» o «ir ellos mismos a por los huelguistas». Lo más venenoso, sin embargo, de la campaña de los medios contra esta lucha ha sido machacar, una y otra vez la idea de que las luchas obreras son insolidarias con el resto de los trabajadores, que los intereses de unos se oponen a los de otros obreros o a los del conjunto de la población. Y para campanada final: que sólo el Estado democrático podría conciliar tan irreconciliables intereses. Esa patraña se ha repetido hasta la nausea con ocasión de la oleada de incendios que ha arrasado 80 mil hectáreas de Galicia este mes de Agosto. Aquí, los medios de comunicación, incluso los que se autoproclaman “progresistas”, no han dejado de acusar implícitamente a los trabajadores de las contratas de extinción, de ser cómplices de la quema de los bosques, y han aplaudido los llamamientos de las autoridades a la delación de quienes por acción o por “omisión del deber” pudieran cargar con las culpas, de lo que en última instancia es una manifestación más de la degradación medioambiental que en todo el mundo impone el capitalismo, y particularmente del desmantelamiento de las infraestructuras necesarias para frenarlo (p. ej. subcontratando el cuidado de los bosques a empresas donde prima el empleo precario de mano de obra barata y a menudo escasamente preparada, como pudo verse en el accidente que, en 2006, mató a 12 trabajadores de estas contratas en Guadalajara).

 

Pero si los explotadores tratan de desacreditar la idea misma de solidaridad obrera, no menos feroz es su campaña contra la autorganización de las luchas. Así se ha podido comprobar, una vez más, en la reciente “reconversión” de RTVE. Cuando ésta se anunció, los sindicatos prometieron “duras movilizaciones”,  cuando, en realidad lo que han organizado ha sido la desmovilización y la apatía, con las consabidas pantomimas (las “rogativas” a las autoridades autonómicas para que protestaran por el cierre de los centros territoriales), y, sobre todo, desvirtuando las Asambleas, convirtiéndolas en meros auditorios pasivos donde se informaba, con mil tecnicismos, del curso de unas lejanas negociaciones en Madrid entre las cúpulas sindicales y RTVE. Todo ello para lograr que los trabajadores se mantuvieran aislados unos de otros en los diferentes centros de trabajo, y sobre todo en una situación de expectativa pasiva y resignada. Al final, como ya hicieran en SEAT en vísperas de Navidad, anunciaron unos días antes de las vacaciones de Agosto, un acuerdo que supone que más de  4000 compañeros se quedan en la calle. Esta vez, para cubrirse las espaldas y que no se repitiera los de SEAT (ver AP nº 186 y 187), postergaron la aplicación de dicho acuerdo a un referéndum tras las vacaciones, en el que los trabajadores votaron de manera individualizada, dispersos por centros de trabajo o por categorías. Es decir lo que los trabajadores no les habían dejado hacer en Vigo.

 

Lo de menos es el propio resultado de la “consulta democrática” (el acuerdo se ha aprobado con los votos de poco más de la mitad de la plantilla real), sino comprender como los sindicatos han organizado la atomización de los trabajadores. Podemos atestiguar que el ambiente en los centros de trabajo durante este interminable Agosto, no ha sido el de reunirse para ver, unidos y juntos, si se podía echar abajo el recorte de la plantilla, sino que cada trabajador se buscase la mejor salida personal (¿aceptar o no la prejubilación?, ¿aspirar a ser “recontratado” aunque sea en peores condiciones laborales?), mirando con recelo a los compañeros como competidores por el puesto de trabajo, reforzando la sumisión a los Sindicatos que deben poner “cara y ojos” a los que deben irse y a los que se quedan, etc.

 

 

 

Para la clase dominante de este sistema de miseria, destrucción y barbarie, los ejemplos de verdadera solidaridad obrera, de autorganización de la lucha del proletariado, son “malos ejemplos” que les interesa sobremanera contrarrestar para impedir que vayan madurando y expandiéndose. No tanto porque representen una amenaza inmediata que ponga en riesgo a corto plazo su dominación, sino porque sabe que si no impide su desarrollo, tales armas se convertirán en los instrumentos con que los explotados puedan enviarla definitivamente al basurero de la historia.

 

La revolución proletaria constituye la única esperanza de liberación de la humanidad de los sufrimientos acarreados por la pervivencia de este decrépito capitalismo. Por ello sus armas de lucha contra la explotación: la solidaridad, la organización colectiva, la toma de conciencia,... constituyen al mismo tiempo las premisas de la nueva sociedad comunista que aspira a instaurar.

 

 

 

Etsoem 18 de Septiembre de 2006.

Noticias y actualidad: 

  • Lucha de clases [1]

Guerra en Oriente Medio: ¿Es posible acabar con la barbarie capitalista?

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Indignación es lo que suscitan los nuevos y repetidos episodios de barbarie guerrera en Oriente Medio: Siete mil incursiones aéreas en territorio libanés, más de 1200 muertos en Líbano e Israel (300 de ellos niños menores de 12 años), cerca de 5000 heridos, un millón de civiles que huyen de los bombardeos y de las zonas de combate. Otros muchos, demasiado pobres para huir de las zonas de combate, tratan de subsistir aterrorizados. Barrios y poblados arrasados, reducidos a escombros, Hospitales saturados a punto de colapsarse, … Ese es el balance provisional un mes después del comienzo de una nueva guerra en el Líbano, desencadenada ésta vez por la contraofensiva del ejército israelí contra la creciente influencia de Hizbolá, y la multiplicación de ataques mortíferos de las milicias islamistas contra ciudades hebreas. Sólo los daños materiales, sin contar el coste de la propia operación militar, alcanza los 6000 millones de euros. Y, a fin de cuentas, esta operación militar se salda con un fracaso del ejército israelí, que tira por tierra el mito de que sería «invencible e invulnerable», y supone también un nuevo retroceso para Estados Unidos que continúa asistiendo al declive inexorable de su liderazgo declina inexorablemente. Por el contrario, Hizbolá sale reforzado de este conflicto logrando, con su resistencia, una nueva legitimidad a ojos de todo el mundo árabe.

Esta guerra supone una nueva etapa hacia la extensión del fuego y la sangre por todo Oriente Medio, hacia su hundimiento en un caos más y más incontrolable al que contribuyen todas las potencias imperialistas en nombre de la pretendida «comunidad internacional». Pero ¿Cual es la causa de tales masacres? ¿Qué azuza la llama de esos mortíferos combates?

 

Todos ellos son culpables de la guerra.

La llegada al poder de los “terroristas” de Hamás en los territorios palestinos (a lo indudablemente contribuyó la intransigencia del gobierno israelí que radicalizó a una mayoría de la población palestina), ha supuesto un bloqueo aún más enquistado. Las peleas abiertas entre fracciones de la burguesía palestina (Hamás y Al Fatah) impidieron cualquier salida negociada. La retirada israelí de Gaza, con el único objetivo de concentrarse en el cerco de Cisjordania, no ha servido para gran cosa. A Israel no la cabía más solución que volver la vista hacia el otro lado y tratar de contrarrestar la creciente influencia de Hizbolá en el sur del Líbano, para lo que esta milicia cuenta con la ayuda y financiación de su padrino iraní. El pretexto israelí para la guerra era la liberación de 2 soldados prisioneros de Hizbolá, que, dos meses después, siguen estando en poder de las milicias chiítas, y ahora empiezan en la ONU los primeros escarceos de la negociación para su liberación. En cuanto a la otra coartada esgrimida por Israel: «neutralizar y desarmar a Hizbolá, para impedir que sus ataques e incursiones en suelo israelí desde el sur de Líbano sean una amenaza para la seguridad del Estado hebreo», la realidad muestra que no es más que un intento de matar moscas a cañonazos, y que el verdadero objetivo ha sido aplicar la salvaje y sanguinaria política de tierra quemada contra la población civil de los poblados del sur de Líbano, cazada como conejos en sus barrios, en sus casas, obligadas a sufrir el hambre, sin agua potable, expuestas a todo tipo de epidemias. Por ello los incesantes bombardeos han concentrado en los puentes (90 de ellos completamente arrasados), las vías de comunicación (carreteras, autopistas…), las centrales eléctricas (3 hechas añicos), la inutilización del aeropuerto de Beirut y la destrucción de miles y miles de edificios. El gobierno y el ejército israelí se ufanan en proclamar que «ellos no pretenden atacar a la población civil», y que matanzas como la de Canna han sido sólo «lamentables accidentes» (al más cínico estilo de los famosos “daños colaterales” en las guerra del Golfo y los Balcanes). Pero resulta que ha sido precisamente entre la población civil donde se ha producido el mayor número de víctimas, el 90% de las muertes para ser exactos.

Esta guerra se ha iniciado con el  visto bueno de Estados Unidos. Enfangados hasta las orejas en los lodazales de las guerras de  Irak y Afganistán, y fracasado su “plan de paz” para arreglar la “cuestión palestina”, constatan el patente descalabro de su táctica de cerco a Europa en la que una pieza clave estratégica era precisamente Oriente Medio. Su presencia en Irak, tres años después, solo ha dado lugar a un sangriento caos y a una frenética guerra civil entre fracciones rivales, donde los atentados que golpean sin piedad a la población civil son el pan nuestro de cada día a un ritmo de entre 80 y 100 muertos por jornada. Tales fracasos, tal impotencia, evidencian el declive histórico de la burguesía americana en esa región y acentúan, por ende, la puesta en solfa de su liderazgo por parte de sus rivales en todo el mundo, y la acentuación de nuevas y mayores aspiraciones imperialistas de otros países que se empeñan en reafirmarlas como es el caso de Irán.

En esas condiciones Estados Unidos elude intervenir directamente en solitario, y centra su objetivo en  denunciar a esos países como Irán por su apoyo a Hizbolá, o a Siria, como «terroristas», «encarnación del eje del mal», etc. La ofensiva israelí que constituye una seria advertencia a esos Estados, muestra la perfecta convergencia de intereses entre la Casa Blanca y la burguesía israelí. No es casualidad que USA haya cubierto las espaldas de la operación militar hebrea, saboteando durante semanas, las tentativas de que la ONU aprobase un “alto el fuego”, hasta que el ejército israelí asentara sus bases operativas lo más dentro posible de territorio libanés, hasta llegar al famoso río Litani.

Al margen de que Israel no pretendía instalarse de forma duradera en el sur del Líbano, lo cierto es que tanto para ellos como para Estados Unidos, la táctica empleada y los problemas a los que se enfrenta están regidos por la misma dinámica irracional: la necesidad imperiosa de lanzarse a aventuras militares con las que defender sus intereses imperialistas y su “status”, aunque tales operaciones les empantanen en situaciones cada vez más caóticas, que ellos mismos agravan con sus intervenciones, abriendo un sin fin de incontrolables cajas de Pandora.

En el seno de la burguesía israelí, civiles y militares se culpan mutuamente de una guerra mal preparada, ante un enemigo que ya no es el ejército oficial de un Estado constituido, sino una milicia emboscada entre la población. Hizbolá (como Hamás) fue en sus inicios una más de las incontables milicias islamistas enfrentadas a Israel, que se dio a conocer durante la ofensiva hebrea contra el sur del Líbano en 1982. Su componente chiíta le valió pronto el apoyo y copiosos fondos financieros del régimen de los clérigos iraníes. También Siria, que se vio obligada a abandonar Líbano el año pasado, le ha proporcionado una importante ayuda logística en la retaguardia. Esta banda de sanguinarios asesinos ha sabido poner en marcha un poderoso aparato de reclutamiento entre la población civil mediante la dispensación de ayudas médicas, sanitarias y sociales a la población, pagadas todas ellas con el “maná” petrolero iraní, hasta el extremo de que es Hizbolá, y no el propio Estado libanés, quién está sufragando la reconstrucción de las viviendas destruidos por los bombardeos israelíes, a cambio, eso sí de poder disponer de ellos, como carne de cañón para la guerra. Se puede ver, en diversos reportajes, que ese “ejercito en la sombra” está compuesto en muchos casos por niños de 10 a 15 años, dispuestos a la autoinmolación y al “martirio” en los ajustes de cuentas de sus amos contra sus rivales.

Siria e Irán forman, momentáneamente, el bloque más homogéneo en trono a Hamás y Hizbolá. Irán afirma abiertamente su proyecto de convertirse en la principal potencia imperialista de la zona, logrando incluso disponer del arma atómica. Por eso, desde hace meses, Irán no cesa de mofarse de USA  y prosigue su programa nuclear, multiplicando con arrogancia además sus provocaciones belicistas que incluyen afirmar abiertamente su intención de acabar con el Estado de Israel.

 

El cinismo y la hipocresía de las grandes potencias.

La hipocresía y el cinismo de la ONU no tienen límites. Durante el mes largo que ha durado la guerra del Líbano no ha cesado de proclamar sus “deseos de paz” pero añadiendo que… «se ve impotente para lograrlos». Esto ha quedado patente en un episodio de los últimos días de la guerra, cuando un convoy formado sobre todo por mujeres y niños libaneses que trataba de huir de su pueblo convertido en frente de guerra fue tiroteado por el ejército israelí. Cuando trataron de refugiarse en un cercano campamento de la ONU se les rechaza por que ¡carecen de mandato para acogerles! La mayoría de los civiles (al menos 58) murieron por las balas israelíes, mientras las fuerzas de la FINUL se lavaban las manos, según testimonió en una entrevista televisada una madre de familia rescatada de ese convoy.

No es de extrañar. La ONU, como su predecesora Sociedad de Naciones, es una auténtica «cueva de ladrones», la charca en la que se pelean los mayores cocodrilos del planeta. Los 5 miembros permanentes de su Consejo de Seguridad son, sin duda, los mayores depredadores del mundo.

Los Estados Unidos, cuya hegemonía se basa en poseer el ejército más poderoso del mundo, no ha cesado de promover todo tipo de conflictos guerreros desde que “papá” Bush afirmara, en 1990, que «entramos en una nueva era de paz y prosperidad»: dos guerras del Golfo, los Balcanes, la ocupación de Irak, Afganistán… hablan por si solas.

Inglaterra secunda, hasta el momento, las principales expediciones punitivas emprendidas por USA, porque así defiende mejor sus propios intereses imperialistas, por ejemplo tratando de reconquistar la influencia que antaño tuvo en ese su antiguo “protectorado” (en especial Irak e Irán), y mantiene una fuerte presencia en la zona a la espera de sacar provecho en el futuro.

Rusia, responsable de las peores atrocidades durante las dos guerras en Chechenia, que aún no ha digerido la desaparición de la antigua Unión Soviética, rumia su venganza, y aprovecha el debilitamiento de USA para renovar sus aspiraciones imperialistas. Por ello juega la baza de apoyar a Irán y, más veladamente, a Hizbolá.

China, gracias a su creciente influencia económica, sueña con obtener nuevas zonas de influencia más allá del Sudeste asiático y hace guiños –entre otros- a Irán para lograr sus fines.

Francia, cuyas manos están tan manchadas de sangre como el resto de sus cofrades, añora también los tiempos en que, junto a Gran Bretaña, se repartía influencias en Oriente Medio, trata de recuperarla al máximo de lo que le permitan sus posibilidades. Para eso su estrategia va desde adular a Irán, al que trata de «gran país», hasta respaldar la política americana en Líbano (Resolución 1201 de la ONU) para vengarse de Siria, antaño aliado tradicional de Francia, pero a la que no perdona el asesinato, en 2005, del primer ministro libanés, “gran amigo” de Chirac y peón fundamental de Francia en la zona.

Todos y cada uno de los principales espadas de esa “comunidad internacional” supuestamente garante de la paz, no ha desaprovechado ocasión para sabotear unas resoluciones de la ONU que, al fin y al cabo, ellas mismas promovían.

Y ¿Qué pinta la burguesía española en esta sangrienta carrera? El “bambi” Zapatero que hace dos años se presentó como paladín de la paz, retirando las tropas españolas de Irak, muestra su verdadero rostro, tan asesino y belicoso como el de Aznar, enviando cerca de 1000 soldados para formar parte de las tropas de la FINUL cuya “humanitaria misión” es ayudar al minúsculo ejército libanés a desarmar a Hizbolá.

A la burguesía española, como a sus cofrades imperialistas de cualquier otro país, le importa un rábano la vida de los civiles de la zona, ni la de los soldados. Si quieren estar directamente presentes en el avispero mortal del Líbano, es para “pintar algo”, es decir para fortalecer su posición en el “des”-concierto imperialista mundial, aunque sea como comparsas porque no tienen poderío para más. La misma sórdida motivación que llevó a Aznar a las Azores y a desplegar tropas en Irak, es la que mueve hoy a ZP a «contribuir significativamente» a las fuerzas de la FINUL, contando con la complicidad y el acuerdo de todas los partidos políticos (desde el PP hasta ERC y Labordeta) y de las “fuerzas vivas” de la izquierda y la extrema izquierda que, en esta ocasión, no han dicho ni “mú”.

El fracaso de Israel y Estados Unidos supone un nuevo e importante paso de la pérdida de hegemonía americana. Pero eso no va a atenuar las tensiones guerreras sino a acrecentarlas espoleando las pretensiones imperialistas de los demás, lo que anuncia una mayor inestabilidad y crecimiento del caos.

Oriente Medio concentra hoy todo el carácter irracional de la guerra en la que se enfangan todos los imperialismos en defensa de sus intereses particulares, al precio de extender y hacer aún más sanguinarios los distintos conflictos e implicando a un número cada vez mayor de países. Irán y Siria están hoy en pie de guerra, lo que obliga a Estados Unidos e Israel a preparar una respuesta aún más terrorífica y mortal a la altura del desafío que les plantean. El Ministerio de Defensa israelí lo ha dejado claro: el “alto el fuego” es sólo una tregua para reorganizar sus fuerzas y lanzar un segundo asalto para liquidar – definitivamente – a Hizbolá.

La extensión de los enfrentamientos armados a todo el planeta pone de manifiesto el carácter ineluctable de la barbarie guerrera del capitalismo. El militarismo y la guerra se han convertido en el modo de vida permanente de un capitalismo decadente en plena descomposición. Esa es precisamente una de las características esencial de todo sistema cuando llega al trágico callejón sin salida en el que ya no tiene nada que ofrecer a la humanidad más allá de sembrar la muerte por doquier.

 

¿Cómo oponerse a la barbarie guerrera?

En Israel crecen las manifestaciones contra la guerra. El año pasado se vieron amplias manifestaciones en Tel-Aviv y Haifa protestando contra la carestía de la vida y denunciando la política gubernamental de crecimiento desmesurado de los presupuestos militares en detrimento de los gastos sociales, lo que ocasiona una exorbitante escalada de la inflación. El actual fracaso de la guerra puede favorecer la expresión cada vez más abierta de ese descontento social.

En los territorios palestinos los funcionarios, por ejemplo, protestan cada vez más abiertamente contra el impago de sus salarios (los créditos de la Unión Europea están bloqueados desde la subida de Hamás al poder).

Sin embargo millones de personas, ya sean proletarios o población civil judía, palestina, chiíta, suní, drusa o kurda, maronita o cristiana, permanece rehén de un insufrible terror cotidiano.

¿Cómo podemos solidarizarnos con esas víctimas del horror bélico? Para los burgueses “bienintencionados”, por ejemplo para los del seminario Marianne del 12 de Agosto, la solidaridad se resumiría en el eslogan: «Todos somos sionistas, nacionalistas palestinos y patriotas libaneses». En cambio, los revolucionarios proclamamos alto y fuerte la consigna histórica del proletariado: «Los obreros no tienen patria». La clase obrera no tiene ningún interés nacional, ni campo imperialista alguno que defender. El interés nacional es el interés de la burguesía que nos explota. Para oponerse a la guerra hay que oponerse a todos los bandos imperialistas, sean cuales sean. Sólo acabando con el capitalismo podemos poner fin a la barbarie guerrera. La única solidaridad real hacia nuestros hermanos de clase víctimas directas de las más terribles masacres, es la solidaridad proletaria: movilizarse en defensa de nuestros propios intereses y en nuestro propio terreno de clase contra nuestros explotadores.

La solidaridad es batirnos y desarrollar nuestras luchas, en un terreno social, contra nuestra propia burguesía nacional. Tal y como han hecho los trabajadores en huelga que paralizaron el aeropuerto de Londres o los transportes en Nueva York el año pasado, o los obreros de la SEAT en Barcelona; como se movilizaron los futuros proletarios contra el CPE en Francia este mismo año o los trabajadores del metal en Vigo… Estas luchas afirman el desarrollo de nuevos combates de la clase obrera a escala internacional, desarrollo que es la única esperanza para la humanidad de un futuro diferente del que nos ofrece la barbarie capitalista.

 

Wim (28 de Agosto)

 

Adaptado de Révolution Internacional (publicación de la CCI en Francia) nº 371.

 

Noticias y actualidad: 

  • Israel/Palestina [2]

Los Estados democráticos levantan un velo contra la emigración clandestina

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El pasado otoño vimos las desgarradoras y abominables imágenes de lo que sucedía en varias fronteras del Sur de Europa, en los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, al norte de Marruecos: centenares de emigrantes se lanzaban en oleadas sucesivas a una desenfrenada carrera para escalar las inmensas alambradas que custodiaban dichas fronteras. Aún se vienen a la memoria las terribles imágenes de estos seres humanos enganchados y literalmente colgados de las alambradas, atacados por las balas de las policías española y marroquí o abandonados a su suerte en el desierto como perros sarnosos[1].

Hoy día el escenario ha cambiado. Ahora son las “paradisíacas” playas de las Islas Canarias, en el Océano Atlántico, donde se acumulan miles de emigrantes que intentan entrar en España para huir de la miseria y la barbarie de los conflictos guerreros de sus países de origen.

Desde Enero de 2.006, ya han llegado a las Canarias más de 10.000 personas en embarcaciones de (desde luego mala) fortuna. Sólo en Mayo llegaron casi 5000 personas. Y eso sin contar el desgraciadamente innumerable número de seres humanos “desaparecidos” en la travesía, o que finalmente son localizados muertos en medio del océano muertos víctimas de la deshidratación, la desnutrición y las enfermedades.

A principios de Junio, fue localizada una embarcación a la deriva en Barbados, en medio del Caribe a más de 5.000 kilómetros de las costas africanas, con 11 cadáveres momificados. Una cincuentena de senegaleses se embarcó en las islas de Cabo Verde sobre una barcaza fletada por un mafioso local. Tras haber cobrado, o mejor dicho robado pura y simplemente, 1.500 Euros a cada uno de los viajeros los abandonó a su triste suerte. En el barco a la deriva, un pasajero envió un mensaje de socorro con un teléfono móvil, pero el único “socorro” que recibieron fue la visita de un barco enviado por el propio mafiosos que les había estafado y que tenía la orden expresa de llevarlos mar adentro.

A lo largo de más de 2.000 kilómetros de costas, entre el sur de Marruecos, Mauritania y Senegal, decenas de miles de personas esperan que un “transportador” les proponga el viaje hacia el “paraíso de Occidente”. Pero aún cuando consiguen llegar a su anhelado destino, lo que les espera, si son localizados por las autoridades es pudrirse durante días hacinados en verdaderos campos de concentración con condiciones insalubres[2], a la espera de una repatriación forzosa que les devuelve a la miseria, e ¡incluso las cárceles!, de los países de “acogida”.

 

La única respuesta de la burguesía: ¡la represión¡  

La Unión Europea a petición de un Gobierno español “desbordado” por el aflujo de emigrantes, organizó una Conferencia, con los países de África concernidos por la emigración. Durante las reuniones preparatorias se decidió hacer patrullar a las fuerzas de la armada española, apoyadas por otros países europeos, ante las costas de África para impedir la salida de embarcaciones hacia Canarias. Los Estados africanos, por su parte, exigieron a cambio de implicarse, que Europa «financiase centros de acogida en Mauritania y Senegal». Para decirlo en plata: los Estados africanos serán subvencionados por las magnánimas democracias europeas para “retener” a los inmigrantes antes de devolverlos, manu militari, a sus respectivos países de origen. El discurso europeo no puede ser más simple: «hay que tomar ejemplo de la política desarrollada por Marruecos en el último año». La consigna, clara y concreta es, intimidar, encerrar, detener a los inmigrantes y, si es necesario, matarlos o lanzarlos al fondo del océano,… ¡cualquier medio vale para deshacerse de ellos!

El documento preparatorio de esta Conferencia euro-africana señalaba sin lugar a dudas que: “se deben adoptar medidas drásticas contra la inmigración clandestina” (Le Monde, 13 de Junio 2006). El resto no es más que pura retórica para ocultar esta política. De hecho, hasta la prensa burguesa señala que: “ las otras medidas pueden aparecer como un catalogo antiguo de buenas intenciones: mejorar la cooperación económica, desarrollar el comercio, prevenir los conflictos,…” (Ídem).

Ante la enorme intensidad actual de estos movimientos migratorios, oímos por doquier ese mismo discurso que sirve, únicamente, para tratar de ocultar nuevas leyes y medidas represivas más duras que las precedentes. Con frases huecas del estilo «hay que ayudar a los países de los que procede la inmigración», la burguesía europea nos quiere hacer creer que quiere “ayudar” al desarrollo de los países africanos para que sus pobladores no tengan que jugarse la vida para llegar a Europa. ¡Puro cinismo! Hace más de 40 años que la propaganda burguesa nos repite esas mismas mentiras. En el capitalismo decadente, la mayor parte de los países del llamado Tercer Mundo, y en particular los del continente africano, se hunde cada día más en el subdesarrollo, en un caos sangriento con su corolario de muertes y epidemias, que quieren que creamos que son debidas a catástrofes naturales (la pertinaz sequía), a déficit de educación, o al hecho de sufrir a unos gobernantes especialmente corruptos por supuesto alejados de los “modelos” occidentales,… Lo bien cierto, sin embargo, es que en las relaciones entre los Estados no hay ni “ayuda”, ni “amistad”, ni “solidaridad” para salvar a las poblaciones. Sus relaciones están dictadas y marcadas por los intereses imperialistas de los Estados, sean estos grandes o pequeños.

Cada vez que la clase dominante anuncia que quiere solucionar los problemas «yendo a la raíz de los mismos», es para ocultar a los explotados que la verdadera raíz de ese “mal” es el propio sistema capitalista, su pervivencia en plena fase terminal de descomposición. En cuanto a las “soluciones” que nos proponen, pasan todas ellas por la “culpabilización” de la población, y de los trabajadores en particular, que deberíamos redimirnos aceptando la degradación de nuestras “privilegiadas” condiciones de vida. Este es el lenguaje común de todos los partidos de la burguesía, de Derechas y de Izquierdas, y también, y muy especialmente, de toda la cohorte de asociaciones de ayuda al Tercer Mundo, antiglobalización, anti-“consumismo”, etc.

Todos estos bellos discursos no pueden ocultar la realidad: para la burguesía de los países desarrollados, ha llegado la hora de cerrar a cal y canto sus fronteras. En cuanto a los emigrantes, “ilegales” o “regularizados” que puedan llegar, tras terribles sufrimientos, a Europa o a los Estados Unidos[3], les espera, si lo encuentran un trabajo precario y una sobreexplotación sin límites como mano de obra hiper-barata para hacer presión a la baja sobre los salarios de los trabajadores autóctonos.

Como afirmamos en nuestro artículo: “La clase obrera es una clase de inmigrantes”: «lo que la clase dominante trata de ocultar hoy en día, es su incapacidad para ofrecer la más mínima perspectiva de presente y de futuro al conjunto de la clase obrera. La exclusión de los trabajadores inmigrantes que el capitalismo condena a morir de hambre ´ en los países subdesarrollados`, es ya el futuro que prepara este sistema moribundo a millones de proletarios autóctonos que ha lanzado y hundido definitivamente a la condena de desempleo.»”.

Adaptado de Révolution Internationale (publicación de la CCI en Francia) nº 370.

 

 

 

 

[1] Ver el artículo “Ceuta y Melilla: La hipocresía criminal de la burguesía democrática” en AP nº 185)

[2] No en vano el gobierno autónomo de Canarias ha calificado la situación de los emigrantes allí concentrados de «la mayor catástrofe humanitaria vivida en España desde la posguerra»  

[3] Sobre la cuestión de la inmigración en los Estados Unidos ver en nuestra web el artículo “Manifestaciones de los sin papeles en los Estados Unidos: Si a la unidad de la clase obrera, no a la unidad con los explotadores”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Noticias y actualidad: 

  • Lucha de clases [1]

Expulsión de «Sin Papeles» en Francia: La inestimable ayuda de la Izquierda a la mano dura de la Derecha.

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Las leyes anti-inmigrantes de Sarkozy son tan fáciles de entender como la consigna que, el pasado Febrero, dio el Ministro del Interior a sus prefectos: «Hay que incrementar el número de expulsados a la frontera».

Se abrió pues la cacería de los trabajadores clandestinos y sus familias, y este verano ya hemos visto las primeras consecuencias. Así en Julio, con el fin del año escolar, comenzó la  expulsión de los estudiantes de secundaria sin papeles, mientras que el mes de Agosto se terminó con el desalojo de 500 “ocupas”, de origen africano, del edificio F de la ciudad universitaria de Cachan (Val-de-Marne), de los que la mitad se encontraban en situación irregular. Los 900 policías movilizados para ello realizaron un registro a fondo hasta dar con 66 clandestinos que fueron inmediatamente escoltados a los centros de retención  de la región parisina.

 

Lógicamente ante ese siniestro espectáculo, las asociaciones, los sindicatos, y los partidos de Izquierda se alzaron como un solo hombre, y clamaron al unísono su indignación contra esta «indecencia política». Es más, dejándose llevar únicamente por su “buen corazón” y su “coraje”, muchos militantes y cargos electos, entre los que figuraban el portavoz de la LCR - Olivier Besancenot -, y el presidente del PCF del consejo general de Val-de-Marne - Christian Favier -, se movilizaron, y según el relato ofrecido por el diario Libération: «intentaron interponerse entre las fuerzas del orden y las familias», durante la evacuación del campamento que 200 de los desalojados habían improvisado en plena calle.

El carnaval humanista y mediático de esa izquierda “social”, disfrazada para la ocasión con sus mejores hábitos de “feroces defensores” de los inmigrantes sin papeles, nos muestra el grandioso espectáculo,… de su hipocresía. ¡Esta gentuza se cree que tenemos la misma memoria que los peces de colores! Es de sobra sabido que, hace diez años,  la Izquierda “plural” (PS, PC, Verdes) prometió derogar las leyes Pasqua/Debré, con lo que suscitaron la esperanza de numerosos “clandestinos” que se aprestaron a presentar numerosas demandas de regularización. Pero ya en el gobierno, Jospin declaró, según los términos de la época que: «No hay posibilidad de papeles para todos», por lo que más de 100 mil expedientes fueron rechazados y, por tanto, otros tantos clandestinos quedaron  simplemente fichados por la policía. La trampa era fácil y la izquierda la ejecutó a la perfección.

 

El tal Besancenot puede burlarse hoy de esa «izquierda que está incómoda», pero la llamada “Izquierda de la Izquierda” que reivindica hace exactamente lo mismo que aquella: servirse de su imagen de “protector” de los clandestinos y de la confianza que éstos depositan en ellos, para hacerles salir de la clandestinidad.

 

Las leyes promulgadas por Sarkozy llevan el apropiado título de “la emigración que queremos”. Se trata, en efecto, de que la burguesía deje entrar obreros de otros países de tal o cual sector, en función de las necesidades de la economía, y de devolverlos a “su tierra” una vez haya terminado el trabajo. Se trata, también, de mantenerlos siempre en un “status” de clandestino que fuerce a estos trabajadores a aceptar las peores condiciones de explotación. Esto requiere, claro está, un sistema de control policial  digno del mismísimo “Gran Hermano” de George Orwell. Por ello desde finales de Agosto, se ha puesto en marcha un nuevo fichero llamado ELOI destinado a censar a los «extranjeros en situación irregular en vía de expulsión», donde constan su foto, nacionalidad, situación profesional, así como informaciones sobre «la  necesidad de una vigilancia particular en lo referente al orden público», etc. Pero ¿cómo puede la policía obtener tal cantidad de informaciones y de documentos sobre unas personas que, forzosamente, tratan de pasar desapercibidos? Es muy sencillo: que sean éstos mismos quienes se los entreguen.

 

Para ello una circular ministerial del 13 de Junio, abría un plazo hasta el 13 de agosto, para que los «sin papeles» que tuvieran hijos escolarizados solicitaran una demanda de regularización. Nuestra “benefactora” izquierda no tardó en incitar a una gran parte de estas familias, habitualmente reacias - ¡y con razón! - a rehuir cualquier trato con la policía, a presentar, debidamente cumplimentado, este expediente.

 

La asociación RESF (Red Educación sin Fronteras) cuyos miembros no son otros que ATTAC, DAL, MRAP, CNT, FSU, SUD, CGT, Alternative Libertaire, LCR, PC, Verdes..., ha logrado que finalmente se presentaran en la Prefectura de Policía más de 30 mil solicitudes, de las que 24 mil han visto como se rechazaba la regularización, aunque sus datos se han incorporado, convenientemente, al fichero ELOI. ¡Qué estupenda cosecha! Tan es así que el mediador del Ministerio del Interior, Arno Klarsfeld, se sinceró el 21 de Agosto en la televisión: «Las asociaciones, como RESF  tienen una responsabilidad ante las familias a las que han animado a que fueran a declarar a la Prefectura  aunque sabían que no cumplían las normas de la circular. Entonces, estas personas que han sido controladas por los servicios de la policía, serán ahora detenidas y expulsados». Dejarlo así de claro le ha valido desde luego a este abogado parisino las iras de la prensa izquierdista. En efecto Klarsfeld es un novato en política, muy torpe, que aún no se ha aprendido la vieja lección de la socialdemocracia: «Estas cosas se hacen pero no se dicen nunca».

 

De esta manera tan repugnantemente hipócrita, las asociaciones de izquierda, los sindicatos y los trotsquistas se han aprovechado de la angustia de los clandestinos por su situación, y con el señuelo del “derecho a la regularización”, les han conducido directamente a las garras de la policía. Sarkozy, el «ministro de las expulsiones», ha encontrado en esa izquierda tan “social” y tan “humana”, a los más fieles auxiliares en su política antiobrera.

 

Azel (31 de Agosto de 2006).

 

 

 

Traducido de Révolution Internationale (publicación de la CCI en Francia) nº 371.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Geografía: 

  • Francia [3]

Correo del lector: continuación del debate sobre el problema de la vivienda

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En España, en Estados Unidos, en Francia, en Gran Bretaña, la vivienda – una necesidad básica - es cada vez más inaccesible para la gran mayoría, dados los precios astronómicos que está alcanzado. ¡Y esto se produce no porque haya escasez de viviendas – al contrario sólo en España se calculan más de 2 millones de pisos vacíos -,  sino porque existe una sobreproducción resultado de una especulación desbocada!

Es natural que este indicador del absurdo de este sistema social cada vez más enzarzado en contradicciones insolubles provoque debates apasionados sobre todo entre los jóvenes que se preguntan en qué sociedad estamos viviendo y qué futuro nos puede deparar. Hemos intervenido activamente en esta discusión: en 2004 participamos en un debate celebrado en Madrid (ver AP nº 176) y recientemente intervinimos en las tentativas de movilización sobre el problema que hubo en mayo-junio (ver AP nº 190).

Frente a esta última intervención un compañero ha enviado una réplica pidiendo que fuera publicada cosa que hacemos a continuación. Nosotros siempre hemos estimulado una cultura del debate y lo hemos hecho porque eso corresponde a la tradición del movimiento obrero pues para él es una de sus mejores armas. La conciencia de la clase obrera no se forja por la simple declaración de una doctrina ante la cual todos tendrían que postrarse sino a través de un debate, una confrontación de posiciones, en el fuego del cual se va desarrollando una claridad que va dando más fuerza, más solidaridad y convicción a los trabajadores.

Texto de réplica a nuestro artículo:

 

La lucha por la vivienda también es la lucha contra el sistema capitalista

Ante la pregunta que encabeza el artículo que sirve de objeto de la contrarréplica que me dispongo a hacer y que no es otra que:¿Qué lucha llevar ante el problema de la vivienda? contestaré que la lucha contra el capitalismo que nos oprime y explota como supongo y deduzco que piensa el autor.

Ahora bien: todos los revolucionarios sabemos que en la actual fase del capitalismo debemos luchar por reformas parciales ya que el proletariado no tiene mayor capacidad de cambio que el luchar por esto (al menos en el Estado español que es lo que nos ocupa). De ahí las sabias palabras de Rosa Luxemburgo cuando en su libro Reforma o revolución dice que «La reforma y la revolución no son, por tanto, distintos métodos de progreso histórico que puedan elegirse libremente en el mostrador de la historia, como cuando se eligen salchichas calientes o frías, sino que son momentos distintos en el desarrollo de la sociedad de clases, que se condicionan y complementan entre sí y al mismo tiempo se excluyen mutuamente, como el Polo Norte y el Polo Sur o la burguesía y el proletariado». Con esto igual piensan que me estoy desviando del propósito principal de este artículo que era el tema de la vivienda, pero no. La lucha por la vivienda es una de estas luchas parciales y la Asamblea contra la Precariedad y por una Vivienda digna es una parte de este movimiento de reivindicación social.

Como en toda reivindicación en época no revolucionaria, el movimiento pro- vivienda se compone de personas con sus diversas ideologías, por lo que como se puede deducir de esto habrá diversas interpretaciones de la realidad: desde personas que no paran de reivindicar la Constitución española del 78 como solución a este problema hasta los que pensamos en la lucha por la vivienda como parte de un problema que es de raíz y que no se puede solucionar sin destruir el sistema capitalista, pasando por aquellos que piensan que sí hay solución dentro del capitalismo. Extensivamente, la Asamblea contra la Precariedad y por una Vivienda digna es parte de esta realidad como lo son todos los movimientos sociales que buscan reformas parciales en épocas no revolucionarias.

Por lo tanto hay que ver la situación desde otro punto de vista a como la plantea el autor: la Asamblea contra la Precariedad y por una Vivienda digna es una asamblea donde hay diversas ideologías y se debe luchar dentro de ella para cambiarla ya que en las luchas parciales o reformas (en el buen y aunque no revolucionario sentido de la palabra) hay muchos reformistas (en el sentido peyorativo de la palabra). Este es un debate que lleva un tiempo desarrollándose dentro del movimiento revolucionario mundial y es si salir de los movimientos sociales cuando se dan atisbos de reformismo o acaparamiento por parte de aquellos que son parte del sistema o no hacerlo. Mi forma de pensar es que hay que dar batalla allí donde haya una causa justa y volviendo al ejemplo que nos ocupa diré que creo que en el movimiento de la vivienda también se debe hacer así. El hacer lo contrario sería alejarnos de las masas, perder oportunidades clave, desacreditarnos y desgastarnos a la vez que lo hacen los trabajadores y estudiantes. Si dejamos que se apoderen los reformistas de la asamblea lo que van a pedir va a ser como mucho que se hagan más viviendas de protección oficial o que se den más subvenciones, sin plantearse que el problema es el sistema capitalista y la mercantilización a la que somete a todas las cosas. Y todos los jóvenes que se han acercado a la política gracias a este movimiento quedarán sin referencias anticapitalistas y volverán a la desmovilización.

Ahora intentaré matizar algunas de las aseveraciones que se hacen en el texto: Como movimiento espontáneo se han creado asambleas, con mayor o menor rapidez, en  distintos puntos de la geografía estatal. También como movimiento autónomo, las asambleas son soberanas y están delimitadas geográficamente, de ahí que cada una tenga distintas definiciones ideológicas o incluso distintas formas de actuación o trabajo. Me quiero referir con esto a que el texto de la asamblea objeto de crítica es exclusivamente de la asamblea de Madrid y no de las del resto del estado o incluso del resto del movimiento de la vivienda como se asegura en el texto, por lo que este no tiene que ser asumido por ellos.

Ahora entrando en la asamblea de Madrid querría aclarar que es un espacio en el que conviven distintas ideologías y necesita articularse de una línea más o menos clara. Para ello se necesita de tiempo para hacerlo y de cesiones por parte de todos, de ahí que el texto sea poco clasista. Entiendo que los textos que han salido hasta ahora son muy de mínimos pero aun así son pasos grandes con respecto a la situación en las primeras asambleas y espero que en el futuro esta situación avance. Por ello las críticas me parecen desproporcionadas ya que hay muchos compañeros que están o estamos luchando porque se le dote a la asamblea de un carácter mínimamente de clase y anticapitalista, aunque esto no se hace de la noche a la mañana. Pensar eso es de utopistas infantiles. Por otra parte, salirnos y hacer una asamblea paralela que tenga un claro carácter de clase sería fácil pero fatal ya que nos haría caer en el sectarismo más extremo y alejado de las masas.

El autor del texto hace una crítica bastante tergiversada cuando dice que el asegurar que “Queremos que la vivienda deje de ser un negocio” es una utopía reaccionaria. Entonces supongo que ningún marxista (o incluso anarquista) se salva de reaccionario cuando pide el fin de las guerras imperialistas o la liberación de las mujeres ya que esto es imposible mientras exista el capitalismo. Tampoco es lógico hablar en un panfleto (porque es tan corto que sólo ocupa medio folio) de mil cosas que no tienen que ver con el tema de la vivienda para que la gente vea que somos los más revolucionarios. Y tampoco es lógico poner que esta frase “Tendremos enfrente a los más poderosos de este país: a los banqueros, a los constructores, a los especuladores, y a los políticos y periodistas que tengan por amos a ese atajo de buitres. Todos quieren seguir aumentando sus cuentas de beneficios a costa de la necesidad y el sufrimiento de millones de personas” excluya que el resto de capitalistas que no tienen que ver con la construcción o el negocio urbanístico no sean unos buitres. Si estás hablando de la vivienda no veo por qué hay que (y vuelvo a lo de antes) pretender aparentar ser el más revolucionario hablando de cosas que no tienen casi que ver con el tema de la vivienda. No hace falta repetir a todas horas las mismas consignas como loros, la gente se puede cansar. Y no quiero decir con esto el renunciar a la ideología, que quede claro. En definitiva, creo que el artículo que se pretende analizar en este contra-artículo peca sobretodo de desconocimiento de la realidad del movimiento social criticado ya que realiza la crítica exclusivamente a partir de un panfleto, realizado además con la premura que el movimiento pro-vivienda demandaba en esos tiempos.

Invito a que estas y cualquier otras ideas sean expresadas en el lugar idóneo para
ello como son las asambleas. ¡Juntos derrotaremos a los reformistas y a los capitalistas!

 

J. P. (miembro de la “Asamblea contra la precariedad y por una vivienda digna”)

 

Nuestra respuesta  

Compartimos con el compañero, del que hemos mencionado únicamente sus iniciales,  su llamamiento final a luchar juntos para derrotar “a los reformistas y las capitalistas”, también apreciamos su invitación a que defendamos nuestras ideas en la Asamblea a la que pertenece, pero lo que compartimos más profundamente es su voluntad de discusión. Nuestra respuesta se concibe como una aportación a la continuación del debate.

¿Es posible hoy una lucha por reformar el capitalismo?

Actualmente, el proletariado está todavía lejos de una situación revolucionaria. De esta situación el compañero deduce que sólo es posible una lucha por reformas parciales: «todos los revolucionarios sabemos que en la actual fase del capitalismo debemos luchar por reformas parciales ya que el proletariado no tiene mayor capacidad de cambio que el luchar por esto (al menos en el Estado español que es lo que nos ocupa)». Sin embargo, la viabilidad o no viabilidad de la lucha por reformas no depende de la capacidad subjetiva del proletariado sino de la situación objetiva del capitalismo mundial.

El compañero cita a Rosa Luxemburgo en su libro Reforma o Revolución escrito en 1899. En ese momento, el capitalismo se hallaba en su apogeo y todavía era posible una lucha por reformas como parte de la preparación de la condiciones para una lucha revolucionaria cuando el sistema entrara en su fase de declive histórico, situación que se estaba acercando como se mostró con la Primera Guerra Mundial (1914-18). Desde entonces, las guerras imperialistas, las hambrunas, los crímenes en masa perpetrados por toda clase de Estados, la destrucción medioambiental, las convulsiones económicas, se han profundizado hasta límites insospechados, haciendo del siglo XX la centuria más bárbara de la historia humana y planteando un siglo XXI –con las guerras de Irak, Oriente Medio etc.- como mucho peor aún. Tales condiciones, tal contexto histórico y social, hacen imposible la lucha por reformas, la única lucha consecuente para la liberación del proletariado y de toda la humanidad, es la lucha revolucionaria por la destrucción del régimen capitalista.

Esta afirmación no tiene nada de “abstracta” o “ideológica”, la podemos comprobar comparando la vida de 3 generaciones obreras: los trabajadores jubilados que hoy tienen 70-80 años cobran una pensión más o menos aceptable (no todos) mientras que los de 50-60 cobrarán una miseria y los de 25-30 años no la tendrán en absoluto; los trabajadores de 70-80 años tuvieron trabajo fijo, los de 50-60 lo tuvieron pero lo perdieron en las innumerables reconversiones y planes de “futuro” mientras que los jóvenes de 25-30 años solo conocerán el trabajo precario; por último, los de 70-80 años no tuvieron vivienda propia más que en la última época de su vida pasando muchos años como realquilados o incluso como chabolistas; los de 50-60 tienen una vivienda más o menos ajustada aunque muchos todavía están pagando su hipoteca, mientras que los de 25-30 años vuelven a la situación de sus abuelos: realquilados, vivir en casa de los padres… Francamente ¿qué podemos deducir de esta evolución que podríamos extender a otros muchos aspectos de la vida social, económica, política etc.? ¿Qué las reformas son posibles? ¿O, por el contrario, que son cada vez más utópicas y reaccionarias porque el capitalismo camina por una pendiente hacia el abismo?.

¿Cómo luchar? 

Sí la lucha por reformas no es posible ¿qué hacer entonces? ¿Cruzarse de brazos a la espera de que lleguen las circunstancias para una lucha revolucionaria y entretanto limitarse a una mera labor de propaganda?

Esta es una cuestión que preocupa a muchos compañeros de la que nuestro comunicante se hace eco al insistir sobre el peligro de « caer en el sectarismo más extremo y alejado de las masas».

Es una disyuntiva falsa elegir entre la simple propaganda revolucionaria abstracta (lo que el compañero califica como « repetir a todas horas las mismas consignas como loros») o caer en una lucha por reformas. Las dos alternativas son erróneas y en realidad se complementan una a la otra atrapando a los compañeros en un círculo vicioso. Este sólo puede romperse practicando una política revolucionaria que participa activamente en las luchas inmediatas de nuestra clase, hace en ellas propuestas de marcha realizables, denuncia concretamente a las fuerzas burguesas que tratan de sabotearla (sindicatos, partidos de izquierda y de extrema izquierda), pone al desnudo las políticas del gobierno de turno, muestra de forma viva la quiebra del sistema capitalista y contribuye a que los obreros saquen lecciones de sus luchas. Invitamos al compañero – así como a otros compañeros - a examinar nuestras intervenciones en luchas como SEAT, Vigo, el movimiento de los estudiantes en Francia etc., para ver que con sus errores y aciertos forma parte de una política de participación en la lucha de la clase alejada totalmente tanto del planteamiento reformista como del simple revolucionarismo abstracto.

El planteamiento de “lucha por reformas parciales” no es un medio para acercarse progresivamente a una lucha revolucionaria sino la mejor manera de alejarse de ella definitivamente. El compañero reconoce «Ahora entrando en la asamblea de Madrid querría aclarar que es un espacio en el que conviven distintas ideologías y necesita articularse de una línea más o menos clara. Para ello se necesita de tiempo para hacerlo y de cesiones por parte de todos, de ahí que el texto sea poco clasista». 

No negamos que en esos organismos haya « compañeros que están o estamos luchando porque se le dote a la asamblea de un carácter mínimamente de clase y anticapitalista» pero, precisamente, hacer “cesiones” a los que «no paran de reivindicar la Constitución española del 78 como solución», los convierte en rehenes de estos, los obliga a convertirse en el aval “anticapitalista” de una política cuya fin es desmovilizar y confundir a la clase obrera.

El compañero se queja de que el comunicado de la Asamblea es “poco clasista”. La consigna de la Asamblea ««sin derecho a la vivienda no hay ciudadanía», no es “poco clasista” sino claramente interclasista y el interclasismo beneficia únicamente a la burguesía pues propugna que “todos somos iguales”, tanto los ciudadanos pertenecientes a la mayoría explotada como los adscritos a la minoría explotadora. Sí los obreros nos sentimos ciudadanos de la falsa comunidad nacional ¿con que fuerza podremos oponernos a los despidos que los justifican precisamente “por el bien de la economía nacional”?. Sentirnos ciudadanos es vernos como hermanos de sangre de los capitalistas que nos explotan, de los políticos que nos engañan, de los especuladores cuyo juego financiero  nos cierra el acceso a la vivienda. ¡Con ese planteamiento no se avanza ni un milímetro hacia una lucha “más clasista” sino que se retrocede atrapado dentro de las trampas democráticas e interclasistas!

Ante nuestra crítica a la consigna “Queremos que la vivienda deje de ser un negocio”, el compañero responde que «Entonces supongo que ningún marxista (o incluso anarquista) se salva de reaccionario cuando pide el fin de las guerras imperialistas o la liberación de las mujeres ya que esto es imposible mientras exista el capitalismo».

La cuestión no es querer el fin de la guerra imperialista, desear la liberación de la mujer o propugnar una vivienda digna, eso todo dios “lo quiere”, desde el PSOE hasta el Papa, la cuestión está en saber cómo se lucha por esas metas. Ante la guerra imperialista, las “buenas almas” del PSOE o de la Iglesia nos dicen que la medicina es la paz y que los protagonistas de esa lucha son “todos los hombres de buena voluntad”. Es decir, un engaño cínico, pues la única forma de acabar con la guerra imperialista es destruyendo el sistema capitalista mediante la lucha de clase independiente del proletariado. De la misma forma, ante el problema de la vivienda, la solución no es la reforma imposible de que deje de ser un negocio- ¡en una sociedad donde el principal negocio y el que permite al capital mantenerse a flote es la especulación urbanística!- sino que como decíamos en el artículo, al que replica este compañero: «Los jóvenes que no pueden encontrar una vivienda o las parejas agobiadas por la hipoteca solamente podrán desarrollar una fuerza social que se levante contra el capitalismo sí se reconocen como parte del proletariado y luchan como proletarios. No es cómo ciudadanos en pos de una vivienda “digna” sino como clase obrera que trata de resistir el incremento de la explotación y de desarrollar la solidaridad y la unidad, como se podrá avanzar en la lucha por la defensa de sus necesidades como seres humanos, una de las cuales es una vivienda donde, sencillamente, se pueda vivir».

La lucha defensiva de la clase obrera contra el continuo deterioro de sus condiciones de vida no tiene nada que ver con la lucha por reformas. Es una lucha que expresa el antagonismo fundamental que existe entre el Capital y los trabajadores, entre el interés nacional y las necesidades como seres humanos que los trabajadores tienen. En esa lucha, la principal adquisición no es tanto lo ganado en un momento dado, que se esfuma rápidamente ante los continuos ataques del capital, sino la experiencia progresiva de solidaridad, de capacidad de organización autónoma, de comprensión de qué futuro ofrece el capitalismo y de cómo luchar contra él. En el marco de una agravación constante de la crisis del capitalismo, de agudización de su barbarie guerrera, el desarrollo de luchas masivas de la clase obrera, unido a la intervención de las revolucionarios, va creando las condiciones para la lucha revolucionaria por la destrucción del capitalismo en todos los países. Esta no es una perspectiva “abstracta”, sino que es la que lentamente y no sin dificultades se va fraguando en luchas como la de los estudiantes –futuros precarios- de Francia o la de los obreros de Vigo (ver AP nº 189, así como la Tesis sobre el movimiento de los estudiantes en Francia que publicamos en la Revista Internacional nº 125. Ambos disponibles en nuestra web.

El compañero plantea el problema de “alejarse de las masas”. Tiene razón en plantear el problema. Ahora bien, ¿Cuál es la respuesta? ¿Estar en “movimientos sociales” como el “anti-globalización” u otros que en el fondo son minoritarios   y adonde, como reconoce el propio compañero, andan revueltas diversas ideologías? Múltiples experiencias decepcionantes muestran que en esa “convivencia” los únicos que pierden son los compañeros sinceramente revolucionarios pues se quedan aprisionados en un molde que sólo favorece a la burguesía, aislándose con ello de la verdadera lucha de masas de la clase obrera.

 

Acción Proletaria (CCI) Septiembre de 2006.

Vida de la CCI: 

  • Cartas de los lectores [4]

Cincuenta años después de la revuelta que sacudió Hungría en 1956

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El texto que sigue a continuación fue redactado hace treinta años. Hoy, cincuenta años después del levantamiento de Hungría, mantiene aun su actualidad.

Veinte años después de la revuelta obrera que sacudió Hungría en 1956, los buitres de la burguesía “celebran” este aniversario con su habitual estilo. La prensa burguesa tradicional vierte una lágrima nostálgica sobre la «heroica resistencia del pueblo húngaro contra los horrores del comunismo»,   mientras, en el lado opuesto del espectro de la burguesía, los trotskistas rememoran también con añoranza la insurrección que ellos califican de «revolución política por la independencia nacional y los derechos democráticos» (New Line, octubre 1976). Todos estos recordatorios no describen más que la apariencia de la revuelta y escamotean, por tanto, su significado real. La revuelta de 1956 en Hungría, como las huelgas que estallaron el mismo año y más recientemente, en 1970 y 1976 en Polonia, no expresan la voluntad de los “pueblos” de Europa oriental de transformar el “comunismo” o de transformar los “Estados obreros degenerados”. Son, al contrario, el resultado directo de las contradicciones irresolubles del capitalismo en Europa del Este y en el mundo entero.

La crisis en el bloque del Este de 1948 a 1956

 

El establecimiento de regímenes estalinistas en Europa del Este, tras la Segunda Guerra Mundial,  fue la respuesta del capital ruso a la intensificación de las rivalidades imperialistas a escala mundial. El bloqueo de Berlín, la guerra de Corea,  la «Guerra fría»,… fueron muestras de la incesante tensión entre los dos gigantes imperialistas: Rusia y Estados Unidos; una tensión que dominó el mundo de la posguerra. Rusia, siempre a la defensiva a causa de la superioridad económica americana, se vio obligada a transformar los países de Europa del Este en un reducto económico y militar contra Occidente. Y asegurar el dominio del capital ruso sobre estas economías implicaba asimismo imponer el rígido aparato político típico del estalinismo. La estatización total de estos regímenes se aceleró por la debilidad de su economía, tras la guerra, y el régimen estalinista se impuso en países que, como Checoslovaquia, habían “disfrutado”, antes de la guerra, de las ventajas de la democracia. El carácter estalinista de estos regímenes quedaba inseparablemente ligado al dominio económico de Rusia: desafiar a uno significaba desafiar al otro. Los sucesos de 1956, como los de Checoslovaquia de 1968, muestran los estrechos límites de la “liberalización” que el Kremlin tolera a sus «satélites».

Entre 1948 y 1953, la presión de la competencia interimperialista empujó al bloque ruso a implicarse en una nueva y frenética fase de acumulación, desarrollando la industria pesada y la producción militar a expensas de los bienes de consumo y de las condiciones de vida de la clase obrera. Rusia exigía, además, un enorme tributo a sus clientes mediante cambios desiguales, creación de firmas de propiedad rusa, etc. El COMECON (Consejo de Asistencia Económica Mutua) y el Pacto de Varsovia fueron la expresión, económica y militar, de esta “asociación” a la fuerza. Este período de “economía de asedio” se acompañó, en el plano político, de una represión masiva no sólo de los trabajadores, sino también de los viejos partidos burgueses, e incluso la purga de sectores disidentes de la propia  burocracia (Slansky en Checoslovaquia, Rajk en Hungría, …). Tamaña brutalidad estaba destinada a erradicar en las burguesías nacionales de Europa del Este cualquier tendencia al “titismo”. Lo del “titismo” era, en realidad, la excusa para laminar cualquier veleidad centrífuga, cualquier aspiración de un mínimo de autonomía, por parte de las burguesías de estos países.

La debilidad económica del bloque ruso respecto al bloque occidental explica por qué la clase obrera del Este no pudo siquiera llevarse las migajas de la reconstrucción de posguerra, antes de que ésta se acabara. Con la consigna de «alcanzar a Estados Unidos» en el nivel militar (único plano en el que Rusia podría rivalizar con Estados Unidos), la burguesía del bloque ruso tuvo que desarrollar a la carrera su industria pesada, manteniendo los salarios en mínimos. En el periodo de 1948-53 las condiciones de vida de los obreros en todo el bloque del Este se mantuvieron por debajo del nivel de preguerra y, sin embargo, Rusia salió de este periodo con su bomba H y sus «Sputniks» bajo el brazo.

Las profundas tensiones económicas existentes en el bloque ruso empezaron a emerger en el momento en que los mercados del COMECON alcanzan su punto de saturación  y cuando la clase obrera comienza a reaccionar contra la creciente degradación de sus condiciones de vida. Para hacer frente al cerco que le asfixiaba se requería un cierto “lifting” y que Rusia se abriese al mercado mundial. También el resto de Europa del Este necesitaba esa relajación pero ello obligaba al abandono parcial del  control ruso sobre las economías de sus satélites.

La muerte de Stalin en 1953 coincidió, oportunamente, con ese momento en que el capitalismo del bloque ruso necesitaba esa “relajación” tanto política como económica. Los conflictos sociales que habían venido larvándose y envenenándose, estallaron abiertamente, y empezó a emerger una fracción “liberal” de la burocracia, partidaria del abandono, al menos parcial, del despotismo económico y político y de la reorientación de la política exterior, cómo único medio para restaurar el beneficio y de poder mantener el control sobre el proletariado. Esta última exigencia se vio resaltada por el estallido de revueltas obreras masivas en Alemania del Este, en Checoslovaquia e incluso en Rusia (en el enorme campo de trabajo de Vorkuta).

Tras la muerte de Stalin; Rusia asistió a una intensa lucha entre fracciones que concluyó con la victoria de la “camarilla revisionista” de N. S. Kruschev en el XX Congreso del PCUS en 1956. En éste fueron denunciados, ante un mundo atónito, los crímenes y los excesos de la era estalinista. La nueva línea anunciada por Kruschev prometía una vuelta a la democracia proletaria, acompañada de una política exterior de “coexistencia pacífica”, en la que Rusia se limitaría a competir económica e ideológicamente con el “occidente capitalista”. En los países de Europa del Este, esa tendencia “liberal” de la burocracia reclamaba, inevitablemente, una mayor independencia económica respecto a Rusia. Para los “liberales” el principal problema era, sin embargo, saber hasta donde podían llevar, sin riesgos, sus impulsos nacionalistas.

Los rusos parecían, en un primer momento, proclives a animar programas de reformas prudentes en sus países satélites. En Hungría, en 1953, Malenkov le pidió al estalinista Rákosi que cediera su puesto al reformista Imre Nagy. Este reclamaba una ralentización del desarrollo de la industria pesada y que se pusiera más énfasis en la producción de bienes de consumo, la suspensión de las campañas de colectivización en el campo y una relajación del control sobre la “cultura”. Durante algunos años la burocracia húngara estuvo desgarrada por el conflicto entre los “conservadores” (apalancados sobre todo en la Policía y la jerarquía del Partido) y los “reformadores” (asentados en los escalones inferiores de la burocracia; los directores de las fábricas,...). Al mismo tiempo, la “liberalización” del arte dio lugar a un movimiento nacional de artistas y de intelectuales cuyas aspiraciones de independencia nacional y de “democracia” sobrepasaban considerablemente el programa defendido por la fracción Nagy de la burocracia.

Pese a la prudencia de la “NEP” de Nagy, la burocracia rusa decidió pronto que iba demasiado rápida; por lo que, en 1955, Nagy fue descabalgado del poder y reemplazado por el impopular Rákosi. Pero los rusos y sus lacayos habían puesto ya en marcha algo difícil de controlar: el movimiento de protesta de los artistas, de los intelectuales y de los estudiantes, que continuó inflamándose. En abril de 1956 estudiantes de los «Jóvenes Comunistas» constituyeron el llamado «Círculo Petöfi» que, aunque oficialmente era un grupo de discusión cultural, se convirtió pronto en una especie de “Parlamento” donde se agrupaba todo el movimiento de oposición. La censura por las autoridades de este movimiento contribuyó a darle un mayor impulso.

En junio de 1956 los obreros de Poznan, en Polonia, desencadenan una huelga de masas que toma rápidamente el cariz de una insurrección local. Aunque rápida y brutalmente reprimida, la revuelta desembocó en el triunfo de los “reformistas” dirigidos por V. Gomulka. Este “izquierdista”, como le ocurrirá a su sucesor en 1970 (Gierek), ascendió al poder como único personaje capaz de mantener el control sobre la clase obrera.

Las convulsiones en Polonia aceleraron acontecimientos en Hungría. La insurrección del 23 de octubre en Budapest vino precisamente precedida de una manifestación masiva, organizada en principio por los estudiantes, «en solidaridad con el pueblo de Polonia». La respuesta intransigente de las autoridades que tachó a los estudiantes de “fascistas” y de “contrarrevolucionarios”, la sangrienta represión llevada a cabo por la AVO (policía secreta) y, sobre todo, el hecho de que a la manifestación “estudiantil” se sumasen miles y miles de obreros, transformó esa protesta pacífica  que exigía reformas democráticas y el retorno de Nagy, en una insurrección armada.

 

El carácter de clase de la insurrección húngara

 

No podemos entrar aquí a analizar todos los detalles de lo ocurrido en Hungría desde la insurrección del 23 de octubre hasta la intervención final de Rusia que costó la vida a miles de personas, la mayoría de ellas jóvenes obreros. Abordaremos únicamente aspectos generales de la revuelta para despejar las numerosas confusiones que la envuelven.

Como hemos visto, la oposición a la “vieja guardia” estalinista se expresaba de dos maneras. La primera provenía de la propia burguesía; era llevada acabo por los burócratas liberales y estaba apoyada por los estudiantes, los intelectuales y los artistas más radicales. Defendían una forma más democrática y útil de capitalismo de Estado en Hungría. La “otra oposición” era la resistencia espontánea de la clase obrera a la explotación monstruosa que se le imponía. Y como se ha podido ver claramente en Alemania del Este y en Polonia, esta resistencia era una amenaza potencial no solo para una u otra fracción de la clase dominante, sino para la supervivencia del capitalismo mismo. En Hungría, esos dos movimientos “se juntaron” en la insurrección. Pero fue la intervención de la clase obrera lo que transformó un movimiento de protesta en insurrección. Y fue la contaminación de la insurrección obrera por toda la ideología nacionalista y democrática de los intelectuales, lo que debilitó y confundió al movimiento proletario.

Los obreros se “juntaron” al movimiento de protesta por el odio instintivo que sentían hacia el régimen estalinista y a causa de las condiciones intolerables en las que les forzaban a vivir y a trabajar. Cuando los trabajadores empezaron a tener un mayor peso en el movimiento éste tomó un  carácter violento e intransigente que nadie había previsto. Aunque es verdad que otros elementos  (estudiantes, soldados, campesinos, etc.) participaron en el combate, lo cierto es fueron esencialmente jóvenes trabajadores quienes, en los primeros días de la insurrección, destruyeron  el primer contingente de carros enviados por Rusia a Budapest para restaurar el orden. Fue sobre todo la clase obrera quien desmanteló la policía y el ejército húngaros, y quien tomó las armas para combatir a la policía secreta y al ejército ruso. Cuando llegó la segunda oleada de carros rusos para masacrar la insurrección, éstos se dirigieron directamente a los barrios obreros para convertirlos en ruinas, sabedores de que eran los principales centros de resistencia. Incluso tras la «restauración del orden» con el gobierno de J. Kádár, y la masacre de miles de obreros, el proletariado húngaro prosiguió su resistencia llevando adelante numerosas y duras luchas.

La expresión más clara del carácter proletario de la revuelta fue la aparición de verdaderos Consejos Obreros en todo el país. Elegidos desde las fábricas, llegaron a coordinarse a escala de ciudades e incluso de regiones industriales enteras, y fueron sin duda el centro organizativo de toda la insurrección. Se hicieron cargo de la organización de la distribución de las armas, del abastecimiento, de la dirección de la huelga general y también de la de la lucha armada. En algunas ciudades detentaron total e incontestablemente el mando. La aparición de estos Soviets aterró a los capitalistas “soviéticos”, y la “simpatía” por la revuelta que mostraron las democracias occidentales se nubló por el carácter excesivamente “violento” de este movimiento.

Pero alabar simplemente las luchas de los obreros húngaros sin analizar sus enormes debilidades y sus confusiones, sería traicionar nuestra tarea como revolucionarios que no consiste en aplaudir pasivamente las luchas del proletariado, sino en criticar sus límites y señalar los objetivos generales del movimiento de la clase. Pese a que los obreros tuvieron  de facto el poder en grandes zonas de Hungría durante el periodo insurreccional, la rebelión de 1956 no fue una tentativa consciente del proletariado de tomar el poder político ni de construir una nueva sociedad. Fue una revuelta espontánea que fracasó, que no llegó a revolución, porque a la clase obrera le faltó una  comprensión política clara de los objetivos históricos de su lucha.

En lo inmediato, el obstáculo principal con que tropezaron los obreros húngaros para desarrollar una conciencia revolucionaria, fue la enorme presión que las ideologías nacionalistas y democráticas ejercían sobre ellos desde todos los lados. Quienes más se significaron en la propagación de estas ideologías fueron los estudiantes y los intelectuales, pero los propios obreros se veían también inevitablemente atrapados en estas ilusiones. Así pues, en lugar de afirmar los intereses autónomos del proletariado contra el Estado capitalista y las demás clases, los consejos  tendían a identificar la lucha de los obreros con la lucha “popular” para reformar la máquina estatal en la perspectiva de la «independencia nacional».

La independencia nacional es una utopía reaccionaria en la época de la decadencia capitalista y del imperialismo. En lugar de llamar - como hicieron los Soviets en Rusia en 1917- a la destrucción del Estado burgués y a la extensión internacional de la revolución, los consejos de Hungría en el 56 se limitaron a reivindicar: la retirada de las tropas rusas, una «Hungría socialista independiente» dirigida por Imre Nagy, la libertad de expresión, la autogestión de las fábricas, etc. Los métodos de lucha utilizados por los consejos eran implícitamente revolucionarios, expresaban la naturaleza intrínsecamente revolucionaria del proletariado, pero los objetivos que adoptaron quedaron todos en el marco político y económico del capitalismo. La contradicción en la que se encontraron los consejos está resumida en la reivindicación siguiente, emitida por el consejo obrero de Miskolc: «El gobierno debe proponer la formación de un consejo nacional revolucionario basado en los consejos obreros de los diferentes Departamentos y de Budapest, y compuesto por delegados elegidos democráticamente por estos. Al mismo tiempo el antiguo Parlamento debe ser disuelto». (Citado en Burocracia y Revolución en Europa del Este, de Chris Harman, p. 161).

El consejo de Miskolc expresa aquí su hostilidad al sistema parlamentario burgués y, como otros consejos, su protesta contra la reaparición de los antiguos partidos burgueses. Tales posiciones muestran que la clase obrera, organizada en consejos, se dirigía a tientas hacia el poder político. Sin embargo puede apreciarse, al mismo tiempo, el terrible peso de la mistificación de ver al Estado estalinista como algo que, de una forma u otra, «burocráticamente degenerado» o no, seguiría perteneciendo al proletariado. Esta ilusión impidió a los Consejos dar el paso realmente crucial que habría hecho de la revuelta una revolución proletaria: la destrucción de toda la máquina estalinista del Estado burgués, tanto su ala “conservadora” como la “liberal”. En lugar de dar este paso, los consejos dirigieron sus reivindicaciones (disolución del parlamento, organización de un consejo central de los obreros) al gobierno de Imre Nagy, o sea ¡a la misma fuerza que ellos debían haber eliminado! Tales ilusiones no podían sino conducir al aplastamiento de los consejos o a su integración en el Estado burgués. Hay que decir, en su honor, que la mayoría de los consejos obreros  perecieron luchando o se disolvieron cuando vieron que no había ya esperanzas de desarrollo de la lucha y que estaban condenados a convertirse en órganos de amortiguación social para el gobierno de J. Kádár.

Esa incapacidad de los obreros húngaros para desarrollar una comprensión revolucionaria de su situación, se plasma también en el hecho de, por lo que sabemos, las enormes convulsiones que se vivieron no dieron lugar a ninguna agrupación política revolucionaria en Hungría. Como escribió Bilan - la publicación de la Izquierda italiana en los años treinta  - a propósito de España, el fracaso del proletariado español para crear un partido de clase, pese a la naturaleza radical de su lucha, fue fundamentalmente expresión del pozo en que estaba metido el movimiento proletario internacional en ese momento. La situación en 1956 era, desde todos los puntos de vista, aún peor: la última de las fracciones comunistas de izquierda había desaparecido, no solamente en Hungría sino en todo el mundo; el proletariado se encontraba sin casi ninguna expresión política propia; las pocas voces revolucionarias que existían resultaban fácilmente ahogadas por el clamor de las fueras de la contrarrevolución, cuyo papel era hablar en “nombre” de la clase obrera. Los estalinistas de todos los países mostraron su naturaleza brutalmente reaccionaria calumniando a la sublevación obrera, tratándola de «conspiración» montada por Horthy o la CIA. En esa época muchas personas abandonaron asqueadas los PC, pero estos como partido respaldaron la represión despiadada de los trabajadores húngaros. Uno de los que más se significó, fue el dirigido por «el Gran Timonel », el Presidente Mao, que desde Pekín criticó a Krushev por ¡no haber reprimido con suficiente severidad la revuelta! En cuanto a los trotskistas, su “apoyo” a la sublevación parecería acercarles a los trabajadores; sin embargo, al caracterizar la revuelta como una «revolución política» en pro de la “democracia obrera” y la “independencia nacional”, contribuyeron a reforzar la insidiosa mistificación según la cual el Estado en Hungría ya tenía un carácter obrero y bastaba únicamente con depurarlo de sus deformaciones burocráticas para que estuviera totalmente en las manos del proletariado. Vale la pena recordar también que los llamados Socialistas Internacionales que, al parecer, definen a Rusia como un país dominado por el capitalismo de Estado, consideran, sin embargo que debe ser apoyado, al menos como «mal menor» ante cualquier situación de confrontación interimperialista con los Estados Unidos. Abundan los ejemplo de ese apoyo de los “SI” a las luchas de “liberación nacional” teledirigidas por Rusia. Uno de los últimos es su respaldo al MPLA en Angola. Por tanto su “apoyo” a la sublevación obrera de Hungría de 1956 no es más que una hábil mezcla de moralismo pequeño burgués y de total estafa.

Hasta que punto los trotskistas se esforzaban por que la lucha de los trabajadores se mantuviera dentro del marco del Estado burgués y que los obreros húngaros actuaran pura y simplemente como carne de cañón al servicio de los burócratas “liberales” de los regímenes estalinistas, queda expresado, de manera clara y concisa, en la toma de posición que, en 1956, publicara Ernest Mandel, gran prior de la IV Internacional, con motivo de la victoria de la camarilla Gomulka en Polonia: «La democracia socialista deberá ganar aún muchas batallas en Polonia, (pero) la batalla principal, la que ha permitido a millones de obreros identificarse nuevamente con el estado obrero, esta ya está ganada» (Citado por Harman, p.108).

Después de 1956 se han publicado análisis muy “radicales” de los acontecimientos de Hungría, pero pocos rompen con el esquema trotskista. Por ejemplo, los libertarios de Solidarity, en su folleto Hungría 56, veían la reivindicación de la autogestión obrera (¡promovida por los propios sindicatos húngaros!) como el verdadero núcleo revolucionario de la sublevación. Pero esta reivindicación, así como el llamamiento a la independencia nacional y a la democracia, no son más que formas suplementarias de distraer a los obreros de su tarea principal: la destrucción del estado capitalista, la toma por los consejos no simplemente de la producción sino del poder político.

La ausencia de cualquier tendencia comunista clara en los años cincuenta reflejaba la razón histórica esencial del callejón sin salida al que se vio abocada la sublevación húngara. En este periodo el sistema capitalista mundial atravesaba el gran boom de la reconstrucción posterior a la guerra, y la clase obrera no se había recuperado aún de las sangrientas derrotas que había sufrido en los años 20, 30 y 40. Muchas fracciones de la burguesía recuerdan hoy con nostalgia los años 50 porque fue un periodo en el que la ideología burguesa parecía haber conquistado el control absoluto de la clase obrera, y donde las contradicciones económicas del sistema parecían pesadillas del pasado. La crisis económica y la lucha proletaria que se manifestaban en los años 50 tras el «telón de acero» quedaban limitadas a esos países, por lo que sus trabajadores se veían aislados y sometidos a las ilusiones derivadas de una situación aparentemente “particular”. Como el capitalismo occidental aparecía próspero y libre, no era difícil que los obreros del bloque del Este vieran su enemigo o en Rusia o en el estalinismo, y no en el capitalismo mundial. Esto explica las terribles ilusiones que con frecuencia tenían los insurrectos sobre los regímenes “democráticos”. Muchos esperaban que el Oeste «les vendría a ayudar contra los rusos». Pero Occidente había reconocido ya, en Yalta, el “derecho” de Rusia a explotar y oprimir a los trabajadores de los países del Este y no tenía ningún interés en ayudar a algo tan incontrolable como una sublevación masiva de obreros. Es más, las “democracias” le echaron un oportuno capote moral al Kremlin para aplastar  la insurrección, atacando el Canal de Suez en el preciso momento en que los rusos preparaban su entrada en Budapest. Solos y aislados, los obreros húngaros se batieron como leones pero su lucha estaba condenada a la derrota.

 

Ayer, hoy y mañana

 

El mundo capitalista ya no es el de los años 50. Desde finales de los 60, el capitalismo en su conjunto se ha hundido, cada vez más profundamente, en una crisis insoluble, expresión de la decadencia histórica del capitalismo. En respuesta a esta crisis, una nueva generación de trabajadores consolidada en el periodo de reconstrucción, ha abierto un nuevo periodo en la lucha de clases a escala internacional. Hoy, la crisis y la lucha de clases recorren tanto el Este como el Oeste. En el Este, la vanguardia de este movimiento la han asumido los obreros polacos cuyas huelgas en 1970 y 1976 fueron una advertencia a las burocracias estalinistas en todo el mundo. Si se comparan las huelgas de Polonia con la sublevación en Hungría, se puede ver que muchas de las ilusiones de los años cincuenta han comenzado a perder su influencia. Los obreros de Polonia no han sido derrotados como “polacos” sino como obreros, y su enemigo inmediato no han sido los “rusos” sino su propia burguesía. Su objetivo inmediato no ha sido la defensa de “su” país sino la defensa de su nivel de vida. Esta reaparición del proletariado internacional, en su terreno de clase, es lo que ha puesto la revolución comunista mundial a la orden del día de la historia. Pero aún cuando la sublevación húngara de 1956 pertenece a un momento ya superado hoy por la clase obrera, sí contiene numerosas enseñanzas que el proletariado debe asimilar para adquirir la conciencia de su misión revolucionaria. Con sus errores y confusiones, la sublevación húngara muestra muchas y cruciales lecciones cruciales sobre los enemigos de la clase obrera: el nacionalismo, la autogestión, el estalinismo bajo todas sus formas, la “democracia” occidental, etc., etc. Al mismo tiempo, al hacer reaparecer el espectro de los Consejos Obreros armados, que tanto aterrorizó a la burguesía tanto del Este como del Oeste, la insurrección de 1956 fue un heroico signo anunciador del futuro que le aguarda al proletariado en todo el mundo.

 

C.D. Ward, diciembre 1976.

 

 

 

 

 

 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • El estalinismo, el bloque del Este [5]

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