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El 3 de julio de 2006, el peor accidente de Metro de la historia de España y uno de los más graves de Europa se ha cobrado la vida de 41 personas en Valencia dejando malheridas a 40 más.
La fuerza de la solidaridad
Ante la catástrofe se ha desarrollado rápidamente una solidaridad espontánea: las víctimas en lugar de salir de estampida según el “sálvense quien pueda” se ayudaban mutuamente, trabajadores y vecinos acudían a prestar auxilio, movilización generosa de los bomberos, trabajadores sanitarios libres de servicio, donaciones masivas de sangre… Solidaridad que expresa un sentimiento profundo de preocupación por los demás que contrasta con el individualismo y la guerra de todos contra todos que destila por todos sus poros la sociedad actual. Solidaridad que desmiente rotundamente la imagen que los medios de comunicación, los políticos, los ideólogos, dan de nosotros: una multitud de egoístas que van a la suya y que solo se preocupan de consumir de forma insolidaria e irresponsable.
Esa solidaridad humana, social, es lo primero que queremos expresar a las víctimas y a sus familias. Solidaridad con su dolor y con su indignación.
Dolor, porque una vez más –como ya ocurrió en el accidente del metro Londres hace 3 años o como aconteció en Madrid cuando el atentado de Atocha- son los trabajadores los que sufren en carne propia las consecuencias de estas catástrofes. La mayoría de las víctimas procedían de Torrente, una ciudad dormitorio próxima a Valencia.
Indignación por la falsificación vergonzosa que han realizado de las causas del accidente. Todos los políticos –tanto del PP como del PSOE- así como los medios de comunicación lo han atribuido a un exceso de velocidad, echando las culpas al conductor –muerto él mismo en el accidente-.
El mensaje es claro: ERROR HUMANO, irresponsabilidad del trabajador, culpabilización, ¡qué malos y qué irresponsables somos el género humano!. No es la primera vez, la investigación del accidente ferroviario de Almansa acontecido hace 3 años y donde se pusieron en evidencia graves deficiencias de la infraestructura, la señalización y los sistemas de seguridad, se resolvió echando toda la culpa a un trabajador de RENFE, condenado a 3 años de cárcel.
Con esta política, el capitalismo y su estado se lavan las manos, se muestran como palomas inocentes que no tienen responsabilidad en nada y siembran la cizaña y el sentimiento de culpabilidad en los trabajadores, en la población.
Es cierto, el tren circulaba a 80 kilómetros por hora, el doble de lo permitido en ese punto. Así lo ha demostrado la caja negra de la máquina. Pero han presentado una verdad a medias, desprendida de una serie de consideraciones muy importantes cuyo análisis nos permite comprender que hay OTRA VERDAD sobre las causas del accidente.
Una tragedia consecuencia de la crisis del capitalismo
Lo primero que han silenciado es que el conductor tenía un contrato precario, no había sido contratado como maquinista sino como agente de estaciones y no había recibido la formación adecuada: «Su relación laboral con FGV estaba establecida a través de una empresa externa mediante una modalidad de contrato conocida como adscripción temporal. Sin embargo, Jorge Álvarez, del Sindicato Independiente Ferroviario, denuncia que el conductor hacía labores de maquinista desde mayo aunque no tenía una plaza fija. Su puesto era de agente de estaciones y tenía un contrato de mejora de empleo temporal de maquinista. "Le dieron 14 días de prácticas, cuando antes lo normal era estar al menos un año como ayudante de maquinista", afirma» (El Mundo 4-7-06).
Un trabajador precario, sin formación, es colocado en el disparadero de conducir todos los días un convoy. Esto constituye una pesada carga de responsabilidad, fuente indudable de tensiones, angustias y sufrimientos. Pero, al mismo tiempo, significa poner en peligro todos los días las vidas de cientos de miles de viajeros que dependen de que “todo vaya bien”, de que no se produzca ningún incidente o contratiempo que puede llevarlos a la tumba.
Se ha comentado la posibilidad de que el conductor sufriera una desvanecimiento. Esto nos lleva a la segunda irresponsabilidad grave de esas autoridades que tanto cacarean su “solidaridad”: desde hace unos años, como consecuencia de la política de despidos masivos y reducción de personal, los trenes son conducidos por un único conductor, ya no existe la conducción en dúo –maquinista y ayudante-. Sí al conductor le pasa algo y no puede controlar la situación, los viajeros se ven abandonados a su suerte.
Estos 41 muertos son el resultado de dos políticas que llevan a cabo todos los gobiernos y todas las empresas: PRECARIEDAD Y DESPIDOS MASIVOS.
El abandono y descomposición de las infraestructuras
Otro elemento muy importante del problema es el estado calamitoso de la línea 1, donde se ha producido el siniestro. Hace un año hubo un accidente en esta misma línea que reveló problemas de inseguridad, deterioro de material, fallos por falta de mantenimiento. ¡No se hizo absolutamente nada! Concretamente, «el tramo en que se produjo el accidente es una curva en malas condiciones. Es muy cerrada y a la entrada hay un pequeño bache, lo que se llama un garrote en el que la vía se desplaza y hace un pequeño zigzag» (testimonio de un sindicalista recogido en Levante 4-7-06).
Pero «esa curva, ya maldita, ningún ingeniero ha propuesto modificar su trazado, entre otras razones porque ello hubiera supuesto el cierre provisional de un transporte que desde el primer día ha sido vital para oxigenar el sistema cotidiano de la gran ciudad. La línea 1 es el principal sostén del gran éxito de público del metro valenciano, que ha sobrepasado el año pasado los 60 millones de usuarios» (Levante 4-7-06). La empresa del metro de Valencia es de propiedad pública, ha sido gestionada tanto por el PSOE (hasta 1995) como por el PP y en función de la sacrosanta rentabilidad capitalista no han corregido un problema grave poniendo en peligro diariamente la vida de cientos de miles de personas.
Por la maldita rentabilidad, por la política de reducción permanente de costes impuesta por la crisis, las infraestructuras están cada vez más abandonadas. No se renueva, no se invierte en su mantenimiento, y con ello, las condiciones para que se produzcan catástrofes como las de Valencia, están dadas. Tanto en los países industrializados como –de forma más extrema- en los países periféricos, se vienen repitiendo las tragedias –deformadas como “naturales”- en aviación, en barcos, en trenes, inundaciones, alteraciones climáticas etc.
El capitalismo es la catástrofe permanente
Este abandono de las infraestructuras, que se acompaña del abandono de los barrios obreros –o incluso de clase media- contrasta con las inversiones multimillonarias en edificios o complejos emblemáticos, o en eventos –en el caso de Valencia, la visita del Papa y en 2007 la fantasmal Copa de América-. La prensa de “izquierdas” fustiga al gobierno regional del PP por ese despilfarro y propone “más gasto para servicios públicos”.
Lo que sucede es que esa política suicida de fastos y construcciones faraónicas, de enloquecida especulación inmobiliaria, es la única que el capital puede llevar a cabo para mantener a flote una máquina económica cada vez más golpeada por una crisis sin salida. Y cómo es la única política posible, la practican tanto el gobierno central del Señor Zapatero que prometió acabar con la especulación inmobiliaria y la ha desbocado aún más que su predecesor, como sus barones municipales (Zaragoza y Barcelona, gobernadas por “socialistas”, sin olvidar el increíble despilfarro de la Expo de Sevilla, espejo en el que se miran los señoritos valencianos del PP). Esa misma política la vemos en lugares tan dispares como Londres, Dubai, Shanghai o Atenas, con gobiernos de la más variada coloración ideológica.
La tragedia de Valencia se suma a la larga lista de catástrofes, de atentados, de matanzas, por un lado, y a los sufrimientos cotidianos, esos millones de tragedias silenciosas e invisibles, que padecen muchos seres humanos como consecuencia de la precariedad, de la miseria, del desempleo, de los accidentes laborales y, al mismo tiempo, del deterioro de las relaciones sociales y humanas, que por todos los poros transpira este sistema social condenado por la historia y cuya supervivencia tantos males está causando.
Decir basta, rebelarse, luchar, es el único camino. Es el camino que empieza a emprender la clase obrera internacional como lo manifiestan luchas como la Primavera francesa de marzo 2006 o la huelga del metal de Vigo en mayo 2006. Su desarrollo, que va a costar muchos esfuerzos y tendrá que vencer obstáculos enormes, es el que permitirá erradicar del planeta las causas de tantas catástrofes, de tanta barbarie, de tanto sufrimiento.
Corriente Comunista Internacional 4-7-06