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Las Jornadas de Julio de 1917 son uno de los momentos más importantes, no sólo de la revolución rusa, sino de toda la historia del movimiento obrero. Esencialmente en tres días, del 3 al 5 de Julio, tuvo lugar una de las mayores confrontaciones entre burguesía y proletariado, que aunque se saldó con una derrota de la clase obrera, abrió la vía a la toma del poder cuatro meses después, en octubre de 1917. El 3 de julio, los obreros y los soldados de Petrogrado, se alzaron masiva y espontáneamente, reivindicando que todo el poder se transfiriera a los consejos obreros, a los soviets. El 4 de julio, una manifestación armada de medio millón de participantes reclamaba que el soviet se hiciera cargo de las cosas y tomara el poder, pero volvieron a casa pacíficamente por la tarde, siguiendo los llamamientos de los bolcheviques. El 5 de julio tropas contrarrevolucionarias se apoderaron de la capital de Rusia y empezaron la caza del bolchevique y la represión a los obreros más avanzados. Pero al evitar una lucha prematura por el poder, el proletariado mantuvo sus fuerzas revolucionarias intactas. El resultado es que la clase obrera fue capaz de sacar las lecciones de todos aquellos acontecimientos, y en particular de comprender el carácter contrarrevolucionario de la democracia burguesa y de la nueva ala izquierda del capital: los mencheviques y los socialrevolucionarios (eseristas), que habían traicionado la causa de los obreros y los campesinos pobres y se habían pasado a la contrarrevolución. En ningún otro momento de la revolución rusa como en estas 72 horas dramáticas fue tan grave el riesgo de una derrota decisiva del proletariado, y de que el Partido bolchevique viera diezmadas sus fuerzas. En ningún otro momento resultó ser tan crucial la confianza de los batallones dirigentes del proletariado en su partido de clase, en la vanguardia comunista. 80 años después, frente a las mentiras de la burguesía sobre la «muerte del comunismo», y particularmente sus denigraciones de la Revolución rusa y el bolchevismo, la defensa de las verdaderas lecciones de las Jornadas de julio, y globalmente de la revolución proletaria es una de las responsabilidades principales de los revolucionarios. Según la burguesía, la revolución rusa fue una lucha «popular» por una república parlamentaria burguesa, la «forma de gobierno más libre del mundo», hasta que los bolcheviques «inventaron» la consigna «demagógica» de «todo el poder a los soviets», e impusieron gracias a un «golpe» su «dictadura bárbara» sobre la gran mayoría de la población trabajadora. Sin embargo, un leve vistazo a los hechos de 1917 es suficiente para mostrar tan claro como la luz del día, que los bolcheviques estaban junto a la clase obrera, y que fue la democracia burguesa la que estaba en el bando de la barbarie, del golpismo, y de la dictadura de una ínfima minoría sobre los trabajadores.
Una provocación cínica de la burguesía
y una trampa contra los bolcheviques
Las Jornadas de Julio de 1917 fueron desde el principio una provocación de la burguesía con el propósito de decapitar al proletariado aplastando la revolución en Petrogrado, y eliminando al partido bolchevique antes de que, globalmente, el proceso revolucionario en toda Rusia estuviera maduro para la toma del poder por los obreros.
El alzamiento revolucionario de febrero 1917 que condujo a la sustitución del zar por un gobierno provisional «democrático burgués», y al establecimiento de los consejos obreros como centro proletario de poder rival, fue ante todo el producto de la lucha de los obreros contra la guerra imperialista mundial que comenzó en 1914. Pero el gobierno provisional, y los partidos mayoritarios en los soviets, los mencheviques y los eseristas, contra la voluntad del proletariado, se aprestaron a la continuación de la guerra, a la prosecución del programa imperialista de rapiña del capitalismo ruso. De esta forma, no sólo en Rusia, sino en todos los países de la Entente (la coalición contra Alemania), se le proporcionaba una nueva legitimidad pseudorevolucionaria a la guerra, al mayor crimen de la historia de la humanidad. Entre febrero y julio de 1917 fueron asesinados o heridos varios millones de soldados, incluyendo la flor y nata de la clase obrera internacional, para dilucidar la cuestión de cuál de los principales gángsteres imperialistas capitalistas dirigiría el mundo. Aunque inicialmente muchos obreros rusos creyeron las mentiras de los nuevos dirigentes, de que era preciso continuar la guerra «para conseguir de una vez por todas una paz justa y sin anexiones», mentiras que ahora salían de las bocas de «demócratas» y «socialistas» de pro, hacia junio de 1917, el proletariado había vuelto a la lucha contra la carnicería imperialista con energía redoblada. Durante la gigantesca manifestación del 18 de junio en Petrogrado, las consignas internacionalistas de los bolcheviques por primera vez eran mayoritarias. Hacia comienzos de julio, la mayor y más sangrienta ofensiva militar rusa desde el «triunfo de la democracia» terminaba en fiasco; el ejército alemán había roto las líneas rusas en el frente en varios puntos. Era el momento más crítico para el militarismo ruso desde el comienzo de la «Gran Guerra». Las noticias del fracaso de la ofensiva ya habían llegado a la capital, avivando las llamas revolucionarias, mientras que aún no habían alcanzado el resto del gigantesco país. De esta situación desesperada surgió la idea de provocar una revuelta prematura en Petrogrado, para, en esta ciudad, aplastar a los obreros y a los bolcheviques, y después culpar del fracaso de la ofensiva militar a la «puñalada trapera» asestada por el proletariado de la capital a los que se encontraban en el frente.
La situación objetiva no era en absoluto desfavorable para llevar a cabo este plan. Aunque los principales sectores obreros de Petrogrado fueran por delante de las orientaciones de los bolcheviques, los mencheviques y los eseristas todavía tenían una posición mayoritaria en los soviets, y guardaban una posición dominante en las provincias. En el conjunto de la clase obrera, incluso en Petrogrado, todavía había fuertes ilusiones sobre la capacidad de los mencheviques y los eseristas de servir la causa del proletariado. A pesar de la radicalización de los soldados, mayoritariamente campesinos en uniforme, un número considerable de regimientos importantes todavía eran leales al gobierno provisional. Las fuerzas de la contrarrevolución, después de una fase de desorganización y desorientación tras la «revolución de Febrero», estaban ahora en el punto culminante de su reconstitución. Y la burguesía tenía una carta marcada en la manga: documentos y testimonios falsificados que supuestamente probarían que Lenin y los bolcheviques eran agentes a sueldo del Kaiser alemán.
Este plan representaba sobre todo una trampa para el Partido bolchevique. Si el partido se ponía a la cabeza de una insurrección prematura en la capital, se desprestigiaría ante el proletariado ruso, apareciendo como representante de una política aventurera irresponsable, e incluso para los sectores atrasados, como apoyo al imperialismo alemán. Pero si se desentendía del movimiento de masas se aislaría peligrosamente de la clase, dejando a los obreros a su suerte. La burguesía esperaba que el partido picara, pero el partido decidió y su decisión forjaría su destino.
La pandilla de contrarrevolucionarios (centurias negras, antisemitas)
organizada por las «democracias» occidentales
¿Eran realmente las fuerzas antibolcheviques excelentes demócratas y defensores de la «libertad del pueblo» como pretendía la propaganda burguesa? Las dirigían los kadetes, el partido de la gran industria y de los grandes terratenientes; el comité de oficiales, que representaba alrededor de 100 000 mandos que preparaban un golpe militar; el pretendido soviet de las tropas contrarrevolucionarias cosacas; la policía secreta y el grupo antisemita de las «centurias negras»
«... tal es el medio del que surge el ambiente de pogromo, las tentativas de organizar pogromos, los disparos contra los manifestantes, etc.» ([1])
Pero la provocación de Julio fue un golpe contra la maduración de la revolución mundial asestado, no sólo por la burguesía rusa, sino por la burguesía mundial, representada por los aliados de guerra de Rusia. En este intento artero de ahogar en sangre la revolución inmadura que todavía está apenas surgiendo, podemos reconocer las formas de la vieja burguesía democrática: la burguesía francesa, que ha acumulado una larga y sangrienta tradición de provocaciones semejantes (1791, 1848, 1870), y la burguesía británica con su incomparable experiencia e inteligencia política. De hecho, en vista de las crecientes dificultades de la burguesía rusa para combatir eficazmente la revolución y mantener el esfuerzo de guerra, los aliados occidentales de Rusia habían sido la principal fuerza, no sólo en la financiación del frente ruso, sino también en lo que se refiere a aconsejar y fundar la contrarrevolución en aquel país. El Comité provisional de la Duma estatal (parlamento)
«... servía de tapadera legal a la labor contrarrevolucionaria, generosamente alimentada con recursos financieros por los bancos y las embajadas de la Entente» ([2]), como lo recuerda Trotski.
«En Petrogrado abundaban las organizaciones secretas y semisecretas de oficiales, que gozaban de la protección de las altas esferas y eran pródigamente sostenidas por las mismas. En la información secreta suministrada por el menchevique Liber, casi un mes antes de las jornadas de julio, se decía que los oficiales conspiradores estaban en relaciones directas con Sir Buchanan. ¿Acaso podían los diplomáticos de Inglaterra dejar de preocuparse del próximo advenimiento de un poder fuerte?» ([3]).
No fueron los bolcheviques, sino la burguesía la que se alió con los gobiernos extranjeros contra el proletariado ruso.
Las provocaciones políticas
de una burguesía sedienta de sangre
A comienzos de julio, tres incidentes amañados por la burguesía fueron suficientes para desencadenar una revuelta en la capital.
El partido kadete retira sus cuatro ministros del gobierno provisional
Puesto que los mencheviques y los eseristas habían justificado hasta entonces su rechazo de la consigna de «todo el poder a los soviets» por la necesidad de colaborar, fuera de los consejos obreros, con los kadetes como representantes de la «democracia burguesa», la retirada de éstos tenía la finalidad de provocar, entre los obreros y los soldados, una nueva exigencia de reivindicaciones favorables a que todo el poder recayera en los soviets.
«Suponer que los kadetes podían no prever las consecuencias que tendría el acto de sabotaje que realizaban contra los soviets, significaría no apreciar en su justo valor a Miliukov. El jefe del liberalismo aspiraba evidentemente a empujar a los conciliadores a una situación difícil, de la cual sólo se podría salir con ayuda de las bayonetas: por aquellos días, estaba firmemente convencido de que era posible salvar la situación mediante un golpe audaz de fuerza» ([4]).
La presión de la Entente sobre el Gobierno provisional
La Entente obliga al Gobierno provisional a confrontar la revolución por las armas o a ser abandonado por sus aliados.
«Entre bastidores, los hilos se concentraban en las manos de las embajadas y de los gobiernos de la Entente. En la Conferencia interaliada que se había inaugurado en Londres, los amigos de Occidente se “olvidaron” de invitar al embajador ruso (...) El escarnio de que era objeto el embajador del gobierno provisional y la significativa salida de los kadetes del ministerio – ambos acontecimientos tuvieron lugar el 2 de julio – perseguían el mismo fin: acorralar a los conciliadores» (5).
El Partido menchevique y los eseristas, que todavía estaban en proceso de adhesión a la burguesía, eran aún inexpertos en su función, y estaban llenos de dudas y vacilaciones pequeñoburguesas, y además aún encontraban en sus filas pequeñas oposiciones internacionalistas y proletarias; no estaban iniciados en el complot contrarrevolucionario, pero maniobraban como podían para cumplir la función que les habían encomendado sus dueños y dirigentes burgueses.
La amenaza de trasladar al frente los regimientos de la capital
De hecho la explosión de la lucha de la clase en respuesta a estas provocaciones no la iniciaron los obreros, sino los soldados, y no incitaron a ella los bolcheviques, sino los anarquistas.
«En general, los soldados eran más impacientes que los obreros, porque vivían directamente bajo la amenaza de ser enviados al frente y porque les costaba mucho más trabajo asimilar las razones de estrategia política. Además tenían un fusil en la mano, y desde febrero el soldado se inclinaba a sobreestimar el poder específico de esta arma» ([5]).
Los soldados se aplicaron inmediatamente a ganar a los obreros para su acción. En la fábrica Putilov, la mayor concentración obrera de Rusia, hicieron su avance más decisivo:
«Unos 10 000 obreros se congregaron frente a las oficinas de la administración. Los ametralladoristas decían, entre gritos de aprobación de los obreros, que habían recibido orden de marchar al frente el 4 de julio, pero que ellos habían decidido «no al frente alemán, no contra el proletariado de Alemania, sino contra sus propios capitalistas». Los ánimos se excitaron. «¡Vamos, vamos!» gritaban los obreros» ([6]).
En unas horas, todo el proletariado de la ciudad se había alzado y armado, y se reagrupaba alrededor de la consigna «todo el poder a los soviets», la consigna de las masas.
Los bolcheviques evitan la trampa
La tarde del 3 de julio, llegaron delegados de los regimientos de ametralladoras para intentar ganar el apoyo de la conferencia de ciudad de los bolcheviques y quedaron pasmados al enterarse de que el partido se pronunciaba en contra de la acción. Los argumentos que daba el partido, que la burguesía quería provocar a Petrogrado para culparle del fracaso en el frente –que la situación no estaba madura para la insurrección armada y que el mejor momento para una acción contundente inmediata sería cuando todo el mundo se enterara del colapso en el frente–, muestran que los bolcheviques captaron inmediatamente el significado y el riesgo de los acontecimientos. De hecho, ya desde la manifestación del 18 de junio, los bolcheviques habían estado advirtiendo contra una acción prematura.
Los historiadores burgueses han reconocido la destacada inteligencia política del partido en ese momento. Ciertamente el Partido bolchevique estaba plenamente convencido de la necesidad imperativa de estudiar la naturaleza, la estrategia, y las tácticas de la clase enemiga, para ser capaz de responder e intervenir correctamente en cada momento. Estaba embebido de la comprensión marxista de que la toma revolucionaria del poder es en cierto modo un arte o una ciencia, y que tanto una insurrección en un momento inoportuno, como no tomar el poder en el momento justo, son igualmente fatales.
Pero por mucho que el análisis del partido fuera correcto, haberse quedado ahí hubiera significado caer en la trampa de la burguesía. El primer punto de inflexión decisivo de las jornadas de julio se produjo la misma noche que el Comité central y el Comité de Petrogrado del Partido decidieron legitimar el movimiento y ponerse a su cabeza, pero para garantizar su «carácter pacífico y organizado». Contrariamente a los acontecimientos espontáneos y caóticos del día anterior, las gigantescas manifestaciones del 4 de julio dejaron ver «la mano del partido intentando imponer orden». Los bolcheviques sabían que el objetivo que se habían trazado las masas – obligar a que los dirigentes mencheviques y eseristas del soviet tomaran el poder en nombre de los consejos obreros – era imposible que se produjera. Los mencheviques y eseristas, que la burguesía presenta hoy como los auténticos representantes de la democracia soviética, ya estaban entonces integrándose en la contrarrevolución, y sólo esperaban una oportunidad para liquidar los consejos obreros. El dilema de la situación, el hecho de que la conciencia de las masas obreras era aún insuficiente, se concretó en la famosa anécdota del obrero encolerizado que agitaba su puño en torno al mentón de uno de los ministros «revolucionarios» gritándole: «¡hijo de puta! toma el poder puesto que te lo estamos entregando». En realidad los ministros y dirigentes traidores de los soviets, dejaban pasar el tiempo hasta que llegaran los regimientos leales al gobierno.
Para entonces los obreros se estaban percatando por sí mismos de las dificultades de transferir todo el poder a los soviets mientras los traidores y los conciliadores ocuparan su dirección. Puesto que la clase todavía no había encontrado el método de transformar los soviets desde dentro, intentaba en vano imponer por las armas su voluntad desde fuera.
El segundo punto de inflexión decisivo vino con el llamamiento del orador bolchevique a decenas de miles de obreros de Putilov y otros, el 4 de julio, al final de un día de manifestaciones de masas; Zinoviev comenzó con una broma, para rebajar la tensión, y terminó con un llamamiento a volver a casa pacíficamente que los obreros siguieron. El momento de la revolución no es ahora, pero se acerca. Nunca se había probado más espectacular la frase de Lenin de que la paciencia y el buen humor son cualidades indispensables de los revolucionarios.
La capacidad de los bolcheviques de conducir al proletariado a sortear la trampa de la burguesía no se debía solamente a su inteligencia política. Sobre todo fue decisiva la confianza del partido en el proletariado y en el marxismo, que le permitía basarse plenamente en la fuerza y el método que representa el futuro de la humanidad, y evitar así la impaciencia de la pequeña burguesía. Fue decisiva la profunda confianza que había desarrollado el proletariado ruso en su partido de clase, que permitió al partido permanecer con las masas e incluso dirigirlas, aunque no compartían ni sus objetivos inmediatos ni sus ilusiones. La burguesía fracasó en su tentativa de abrir un foso entre el partido y la clase, foso que hubiera significado la derrota segura de la Revolución rusa.
«Era un deber ineludible del partido proletario permanecer al lado de las masas, esforzarse por dar un carácter lo más pacífico y organizado posible a sus justas acciones, no hacerse a un lado, ni lavarse las manos como Pilatos, basándose en el pedantesco argumento de que las masas no estaban organizadas hasta el último hombre y de que en su movimiento suele haber excesos» ([7]).
Los pogromos y las calumnias de la contrarrevolución
En la mañana del 5 de julio, temprano, tropas del gobierno empezaron a llegar a la capital. Empezó un trabajo de dar caza a los bolcheviques, de privarles de sus escasos medios de publicación, de desarmar y culpar de terrorismo a los obreros, y de incitar a pogromos contra los judíos. Los salvadores de la civilización, movilizados contra la «barbarie bolchevique», recurrieron esencialmente a dos provocaciones para movilizar a las tropas contra los obreros.
La campaña de mentiras según la cual los bolcheviques eran agentes alemanes
«El gobierno y el Comité Ejecutivo habían intentado inútilmente conquistarlos, valiéndose de su autoridad: los soldados no se movían, sombríos, de los cuarteles, y esperaban. Hasta la tarde del 4 de julio los gobernantes no descubrieron, al fin, un recurso eficaz: enseñar a los soldados de Preobrajenski un documento que demostraba, como dos y dos son cuatro, que Lenin era un espía alemán. Esto surtió efecto. La noticia circuló de un regimiento a otro (...) El estado de ánimo de los regimientos neutrales se modificó» ([8]).
En particular se empleó en esta campaña a un parásito político llamado Alexinski, un bolchevique renegado que había sido apoyado ya antes para intentar crear una oposición de «ultraizquierda» contra Lenin, pero que al haber fracasado en sus ambiciones se convirtió en un enemigo declarado de los partidos obreros. Como resultado de esta campaña, Lenin y otros bolcheviques se vieron obligados a ocultarse, mientras que Trotski y otros fueron arrestados.
«Lo que el poder necesita no es un proceso judicial, sino acosar a los internacionalistas. Encerrarlos y tenerlos presos: eso es lo que precisan los señores Kerenski y Cía» (10).
La burguesía no ha cambiado. 80 años después organiza una campaña similar con la misma «lógica» contra la Izquierda comunista. Entonces, en 1917, puesto que los bolcheviques se niegan a apoyar a la Entente, es que ¡están de parte de los alemanes! Ahora, puesto que la Izquierda comunista se negó a apoyar al bando imperialista «antifascista» en la Segunda Guerra mundial, ella y sus sucesores de hoy deben haber estado de parte de los alemanes. Campañas «democráticas» del Estado que preparan futuros pogromos.
Los revolucionarios actuales, que a menudo subestiman el significado de estas campañas contra ellos, tienen mucho que aprender aún del ejemplo de los bolcheviques tras las jornadas de julio, que movieron cielo y tierra en defensa de su reputación en la clase obrera. Más tarde Trotski habló de julio de 1917 como «el mes de la calumnia más gigantesca de la historia de la humanidad», pero incluso aquellas mentiras se quedan cortas comparadas con las actuales según las cuales el estalinismo sería el comunismo.
Otra forma de atacar la reputación de los revolucionarios, tan vieja como el método de la denigración pública, y que normalmente se ha usado en combinación con ésta, es la actitud del Estado de animar a elementos no proletarios y antiproletarios, que pretenden presentarse como revolucionarios, a entrar en acción.
«Es indudable que, tanto en los acontecimientos del frente como en los de las calles de Petrogrado, la provocación desempeñó su papel. Después de la Revolución de Febrero, el Gobierno había mandado al ejército de operaciones a un gran número de ex gendarmes y policías. Ninguno de ellos, naturalmente, quería combatir. Temían más a los soldados rusos que a los alemanes. Para hacer olvidar su pasado, se presentaban como los elementos más extremos del Ejército, azuzaban a los soldados contra los oficiales, gritaban más que nadie contra la disciplina y la ofensiva y, con frecuencia, se proclamaban incluso bolcheviques. Apoyándose recíprocamente por el lazo natural de la complicidad, crearon una especie de orden, muy original, de la cobardía y de la abyección. Por su mediación penetraban entre las tropas y se difundían rápidamente los rumores más fanáticos, en los cuales el ultrarrevolucionarismo se daba la mano con el reaccionarismo más oscurantista. En los momentos críticos, estos sujetos eran los primeros que daban la señal de pánico. La prensa había hablado repetidas veces de la labor desmoralizadora de policías y gendarmes. En los documentos secretos del propio Ejército se alude a ello con no menos frecuencia. Pero el mando superior se hacía el sordo y prefería identificar a los provocadores reaccionarios con los bolcheviques» ([9]).
Francotiradores disparan contra las tropas que llegan a la ciudad,
a las que se decía que los disparos eran de los bolcheviques
«La deliberada insensatez de aquellos disparos excitaba profundamente a los obreros. Era evidente que provocadores expertos acogían a los soldados con plomo con el fin de inyectarles, desde el primer momento, el morbo antibolchevique. Los obreros se apresuraban a explicárselo a los soldados, pero no les dejaban llegar hasta ellos; por primera vez, desde las jornadas de febrero, el junker y el oficial se interponían entre el obrero y el soldado» ([10]).
Viéndose forzados a trabajar en la semi ilegalidad tras las jornadas de julio, los bolcheviques tuvieron que combatir contra las ilusiones democráticas de quienes, en sus propias filas, pensaban que debían comparecer ante un tribunal contrarrevolucionario para responder a las acusaciones de que fueran agentes alemanes. Lenin reconoció en esto otra trampa tendida al partido.
«Actúa la dictadura militar. En este caso es ridículo hablar de “justicia”. No se trata de “justicia”, sino de un episodio de la guerra civil» ([11]).
Pero si el partido sobrevivió al periodo de represión que siguió a las jornadas de julio, fue sobre todo por su tradición de vigilancia respecto a la defensa de la organización contra todos los intentos del Estado de destruirla. Hay que señalar, por ejemplo, que el agente de policía Malinovski, que se las había apañado antes de la guerra para ser miembro del comité central del partido directamente responsable de la seguridad de la organización, si no hubiera sido desenmascarado previamente (a pesar de la ceguera de Lenin), hubiera sido el encargado de ocultar a Lenin, Zinoviev, etc, tras las Jornadas de julio. Sin esa vigilancia en la defensa de la organización, el resultado hubiera sido probablemente la liquidación de los líderes revolucionarios más experimentados. En enero-febrero de 1919, cuando fueron asesinados en Alemania, Luxemburg, Jogisches, Liebknecht y otros veteranos del KPD, parece que las autoridades fueron advertidas previamente por un agente de policía «de alto rango» infiltrado en el partido.
Balance de las Jornadas de julio
Las Jornadas de julio pusieron de manifiesto una vez más el gigantesco potencial revolucionario del proletariado, su lucha contra el fraude de la democracia burguesa, y el hecho de que la clase obrera es un factor contra la guerra imperialista frente a la decadencia del capitalismo. En las jornadas de julio no se planteaba el dilema «democracia o dictadura», sino que se planteó la verdadera alternativa a la que se enfrenta la humanidad, dictadura del proletariado o dictadura de la burguesía, socialismo o barbarie, sin que todavía pudiera darse una respuesta. Pero lo que ilustraron sobre todo las Jornadas de julio es el papel indispensable del partido de clase del proletariado. No hay que extrañarse, pues, si la burguesía hoy «celebra» el 80 aniversario de la Revolución Rusa con nuevas denigraciones y maniobras contra el medio revolucionario actual.
Julio de 1917 también mostró que es indispensable superar las ilusiones en los partidos renegados ex obreros, en la izquierda del capital, para que el proletariado pueda tomar el poder. De hecho esa fue la ilusión principal de la clase durante las Jornadas de julio. Pero esta experiencia fue decisiva. Las Jornadas de julio esclarecieron definitivamente, no sólo para la clase obrera y los bolcheviques, sino también para los propios mencheviques y eseristas, que éstos dos últimos partidos habían abrazado irrevocablemente la causa de la contrarrevolución. Como escribió Lenin a principios de septiembre:
«...en aquel entonces, Petrogrado no podía haber tomado el poder ni siquiera materialmente, y si lo hubiera hecho, no lo habría podido conservar políticamente, porque Tsereteli y Cía. no habían caído aún tan bajo como para apoyar la cruel represión. He aquí por qué, en aquel entonces, entre el 3 y el 5 de julio de 1917, en Petrogrado, la consigna de la toma del poder hubiera sido incorrecta. En aquel entonces, ni siquiera los bolcheviques tenían, ni podían tener, la decisión consciente de tratar a Tsereteli y Cía. como contrarrevolucionarios. En aquel entonces, ni los soldados, ni los obreros podían tener la experiencia aportada por el mes de julio» ([12]).
A mitad de julio Lenin ya había sacado claramente esta lección:
«A partir del 4 de julio, la burguesía contrarrevolucionaria, del brazo de los monárquicos y de las centurias negras, ha puesto a su lado a los eseristas y mencheviques pequeñoburgueses, apelando en parte a la intimidación, y ha entregado de hecho el poder a los Cavaignac, a una pandilla militar que fusila en el frente a los insubordinados y persigue en Petrogrado a los bolcheviques» ([13]).
Pero la lección esencial de julio fue el liderazgo del partido. La burguesía ha empleado a menudo la táctica de provocar enfrentamientos prematuros. Tanto en 1848 o 1870 en Francia, como en 1919 o 1921 en Alemania, en todos estos casos el resultado fue una represión sangrienta del proletariado. Si la Revolución rusa es el único gran ejemplo de que la clase obrera ha sido capaz de eludir la trampa e impedir una derrota sangrienta es, en gran parte, porque el partido bolchevique de clase fue capaz de cumplir su papel decisivo de vanguardia. Al evitar a la clase obrera una derrota semejante, los bolcheviques salvaban de quedar pervertidas por el oportunismo las profundas lecciones revolucionarias de la famosa introducción de Engels en 1895 a La Lucha de clases en Francia de Marx, especialmente su advertencia:
«Y sólo hay un medio para poder contener momentáneamente el crecimiento constante de las fuerzas socialistas en Alemania e incluso para llevarlo a un retroceso pasajero: un choque a gran escala con las tropas, una sangría como la de 1871 en París» ([14]).
Trotski resumía así el balance de la acción del partido:
«Si el partido bolchevique, obstinándose en apreciar de un modo doctrinario el movimiento de julio como “inoportuno”, hubiera vuelto la espalda a las masas, la semi-insurrección habría caído bajo la dirección dispersa e inorgánica de los anarquistas, de los aventureros que expresaban accidentalmente la indignación de las masas, y se habría desangrado en convulsiones estériles. Y, al contrario, si el Partido, al frente de los ametralladoristas y de los obreros de Putilov, hubiera renunciado a su apreciación de la situación y se hubiera deslizado hacia la senda de los combates decisivos, la insurrección habría tomado indudablemente un vuelo audaz, los obreros y soldados, bajo la dirección de los bolcheviques, se habrían adueñado del poder, para preparar luego, sin embargo, el hundimiento de la revolución. A diferencia de febrero, la cuestión del poder en el terreno nacional no habría sido resuelta por la victoria en Petrogrado. La provincia no habría seguido a la capital. El frente no habría comprendido ni aceptado la revolución. Los ferrocarriles y los teléfonos se habrían puesto al servicio de los conciliadores contra los bolcheviques. Kerensky y el Cuartel general habrían creado un poder para el frente y las provincias. Petrogrado se habría visto bloqueado. En la capital se habría iniciado la desmoralización. El gobierno habría tenido la posibilidad de lanzar a masas considerables de soldados contra Petrogrado. En estas condiciones el coronamiento de la insurrección habría significado la tragedia de la Comuna petrogradesa.
“Cuando en el mes de julio se cruzaron los caminos históricos, sólo la intervención del partido de los bolcheviques evitó que se produjeran las dos variantes que entrañaban el peligro fatal tanto en el espíritu de las Jornadas de junio de 1848, como en el de la Comuna de París de 1871. El partido, al ponerse audazmente al frente del movimiento, tuvo la posibilidad de detener a las masas en el momento en que la manifestación empezaba a convertirse en colisión en la cual los contrincantes iban a medir sus fuerzas con las armas. El golpe asestado en julio a las masas y al Partido fue muy considerable. Pero no fue un golpe decisivo. (...) La clase obrera no salió decapitada y exangüe de esa prueba, sino que conservó completamente sus cuadros de combate, los cuales aprendieron mucho en esa lección.» ([15])
La historia probó que Lenin tenía razón cuando escribía:
«Empieza un nuevo periodo. La victoria de la contrarrevolución ha hecho que las masas se desilusionen de los partidos eserista y menchevique y desbroza el camino que llevará a esas masas a una política de apoyo al proletariado revolucionario.» ([16])
[1]) Lenin, Obras completas, t. 32, «¿Dónde está el poder y dónde, la contrarrevolución?».
[2]) Trotski, Historia de la revolución rusa.
[3]) Idem. Buchanam era un diplomático británico en Petrogrado.
[4]) Idem.
[5]) Idem.
[6]) Idem.
[7]) Lenin, Obras completas, t. 34, «Sobre las ilusiones constitucionalistas».
[8]) Trotski, op. cit.
[9]) Trotski, op. cit. Una función similar, que fue incluso más catastrófica, hicieron esos elementos ex policías y lumpen proletarios, mezclándose entre los «soldados de Spartakus» y los «inválidos revolucionarios» durante la revolución alemana, particularmente durante la trágica «semana Spartakus» en Berlín, en enero de 1919.
[10]) Trotski, op. cit.
[11]) Lenin, Obras, t. 32, «¿Deben los dirigentes bolcheviques comparecer ante los tribunales?»
[12]) Lenin, Obras, t. 34, «Rumores sobre una conspiración».
[13]) Lenin, Obras, t. 34, «A propósito de las consignas».
[14]) Engels, «Introducción» a Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850.
[15]) Trotski, op. cit.
[16]) Lenin, Obras, t. 34, «Sobre las ilusiones constitucionalistas».