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Una cosa es cierta: el odio y de precio de la burguesía por la revolución proletaria que empezó en Rusia en 1917, sus esfuerzos por deformar y desvirtuar su memoria, se centran sobre todo en la organización política que encarnó el espíritu de aquel enorme movimiento insurreccional: el partido bolchevique. Esto no debería sorprendernos. Desde los días de la Liga de los comunistas y de la Iª Internacional, la burguesía siempre ha estado dispuesta a «perdonar» a la mayoría de los pobres obreros engañados por las conspiraciones y las maquinaciones de las minorías revolucionarias, a las que al contrario, ha estigmatizado invariablemente como la mismísima encarnación del diablo. Y para el capital, nadie ha sido tan diabólico como los bolcheviques, que, después de todo, se las apañaron para «seducir» a los obreros más y mejor que cualquier otro partido revolucionario en la historia.
Un elemento importante en esta inquisición antibolchevique, es la idea de que el bolchevismo, a pesar de todo su discurso sobre el marxismo y la revolución mundial, era sobre todo una expresión del atraso de Rusia. Esto no es nuevo: de hecho era una de las tonadillas favoritas del «renegado Kautsky» en el momento de la insurrección de Octubre. Pero después ha adquirido una considerable respetabilidad académica. Uno de los estudios mejor documentados sobre los líderes de la revolución rusa, el libro de Bertram Wolfe, Three who made a revolution (Tres que hicieron una Revolución), escrito en la década de 1950, desarrolla esta idea aplicándosela a Lenin. Según esta visión, la posición de Lenin sobre la organización política proletaria como un cuerpo «reducido» compuesto de revolucionarios convencidos, pertenece más a las concepciones conspirativas y secretas de los narodnikis y de Bakunin, que a Marx. Esos historiadores, a menudo contrastan esta visión con las concepciones más «sofisticadas», «europeas» y «democráticas» de los mencheviques. Y por supuesto, ya que la forma de la organización revolucionaria está conectada con la forma de la revolución propiamente dicha, la organización democrática menchevique podría habernos legado una Rusia democrática, mientras que la organización dictatorial bolchevique nos legó una Rusia dictatorial.
No sólo los voceros oficiales de la burguesía venden esas ideas. También lo hacen, aunque con un envoltorio diferente, los anarquistas de toda calaña, que se especializan en la postura de «ya os lo habíamos dicho» sobre la revolución rusa.
«Ya sabíamos que el bolchevismo era peligroso y que terminaría en lágrimas -¿Adónde, si no, podía conducir todo ese discurso sobre el partido, el Estado del período de transición y la dictadura del proletariado?»
No contestaremos aquí a todas las calumnias contra el bolchevismo, nos limitaremos a dos episodios esenciales de la Revolución rusa que ponen de relieve el papel de la vanguardia en la lucha revolucionaria de la clase obrera: las Tesis de Abril defendidas por Lenin cuando regresó a Rusia en 1917, y las Jornadas de Julio.