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Si se escucha el discurso dominante, desde hace algunos años, una serie de grandes revueltas populares estarían poniendo en peligro el capitalismo, especialmente en los países llamados por la burguesía “países emergentes”.
En Sudamérica, por ejemplo, las mases populares de Argentina se habrían lanzado en los últimos años a un movimiento contra el sistema. El movimiento de los Piqueteros, comidas de beneficencia, empresas autogestionadas, se han montado cooperativas de apoyo para «organizar» a esas masas en revuelta.
En China, las cifras oficiales para 2004 indican 74 000 incidentes y revueltas sociales que han provocado muchos muertos, asesinados por la policía (el último incidente, en el pueblo de Dongzhu de la provincia costera de Guangdong, cerca de Hong Kong, provocó 20 muertos en la población civil) y la instauración de la ley marcial. Desde 1989, las autoridades chinas han hecho grandes inversiones para equipar a la policía y entrenarla para aplastar ese tipo de revueltas. Y los disturbios, tradicionales ya con ocasión de las cumbres de la OMC, a través del planeta y que han vuelto a estallar en la reciente Cumbre de Hongkong, son la imagen de un mundo en rebelión.
A esa lista hay que añadir un país central del sistema capitalista, Francia. En el otoño de 2005, durante varias semanas, los barrios periféricos de Paris y de otras grandes ciudades francesas fueron saqueados por el movimiento social más violento desde 1968. Ardieron, entre otras cosas, 8000 coches, se impusieron cientos de penas de cárcel y el Estado francés recurrió a unas leyes draconianas cuyo último uso había sido en 1955 contra el movimiento de independencia de Argelia.
Todos esos movimientos sociales, con causas y objetivos de lo más variopinto, han tenido una amplia publicidad, a menudo en primera plana de los periódicos del mundo entero. Ya es hora de que ls marxistas revolucionarios denuncien esas quimeras de revolución, oponiéndoles el auténtico movimiento de transformación social, el cual, en cambio, no recibe tanta atención por parte de los medios de comunicación: la lucha de clases del proletariado internacional.
Las causas y la naturaleza de las revueltas sociales
La causa general de esos movimientos sociales no es ningún secreto. El capitalismo mundial vive desde hace años, una crisis económica insoluble que se expresa a todos los niveles de la sociedad y afecta a todos los sectores de la población no explotadora: pobreza en aumento, desempleo de larga duración debidos a los planes de austeridad de los Estados capitalistas en los países avanzados, una siniestra miseria que acompaña el hundimiento de economías enteras en Latinoamérica, la ruina total de pequeños campesinos y granjeros por todo el Tercer mundo, la discriminación étnica, consecuencia de una política deliberada de la clase dominante para dividir y asegurar su dominio sobre las poblaciones, el terror impuesto en los países ocupados por los ejércitos imperialistas.
Sin embargo, por mucho que las revueltas sociales tengan en común la causa fundamental que es la opresión capitalista, eso no significa que puedan ser una respuesta común, ni siquiera una respuesta a secas. Todo lo contrario.
A pesar de la gran variedad de revueltas habidas hoy, ninguna de ellas representa, ni embrionariamente siquiera, la menor alternativa, ni económica, ni política ni social, a la sociedad capitalista cuyos síntomas de declive suscitan todas esas protestas y revueltas. Eso ha quedado muy claro en los recientes disturbios ocurridos en Francia. La cólera de los insurrectos se volvió contra sí mismos y no contra la causa de su miseria.
“De manera cotidiana son sometidos, sin ningún tipo de miramiento y con brutal grosería, a controles de identidad y cacheos indiscriminados y, en ese sentido, es totalmente lógico que sientan a la policía como sus perseguidores sistemáticos. Pero la realidad es que las principales víctimas de esta violencia son las propias familias o los allegados de los jóvenes que la protagonizan: los hermanos o hermanas que no podrán ir a sus escuelas habituales, parientes que han perdido sus vehículos que en caso de ser pagados por los seguros, lo serán a precios de saldo o la obligación imperiosa de realizar sus compras lejos de sus domicilios ya que las tiendas han sido pasto de las llamas» (Toma de posición de la CCI: «Ante la desesperación, sólo la lucha de clases puede ofrecer un porvenir», 8 noviembre 2005).
Pero incluso las revueltas que expresan la desesperanza de manera menos elemental, que dirigen su violencia contra los guardianes del régimen que les oprime y que incluso consiguen, como en China, hacer retroceder momentáneamente a la policía, no ofrecen perspectivas más allá de la protesta inmediata que expresan. Por muy espectacular que sea a menudo la violencia de esos disturbios sociales, esas revueltas están inevitablemente mal preparadas y coordinadas, incapaces de hacer frente a las fuerzas bien armadas y organizadas del Estado capitalista.
En el caso de los Piqueteros de Argentina o de lo Zapatistas de México, las revueltas sociales están directamente encuadradas por ciertas fracciones de la burguesía que procuran movilizar a la población detrás de sus propias «soluciones» a la crisis económica y que quieren hacerse un sitio en el seno del aparato de Estado.
No es pues de extrañar si la burguesía saca cierta satisfacción de la impotencia de las revueltas sociales, y eso que éstas lo que demuestran es la incapacidad del sistema para ofrecer la menor esperanza de sanar las llagas purulentas que afligen a la población mundial. Las revueltas sociales no son una amenaza para el sistema, no tienen ni reivindicaciones ni perspectivas con las que poner seriamente en entredicho el estatus quo. Nunca van más allá del marco nacional y quedan, en general, dispersas y aisladas. Y aunque la burguesía esté preocupada por la generalización de la inestabilidad social, al tener cada vez menos margen de maniobra en lo económico, piensa que puede apoyarse en la represión para ahogar y neutralizar los daños de la revuelta social. En Francia, por ejemplo, los disturbios de las periferias urbanas son reflejo de los machetazos en los presupuestos sociales que se dieron en el período precedente. Ha habido fuertes reducciones en los gastos para renovar las viviendas y la creación de empleos temporales. El número de profesores y de trabajadores sociales ha disminuido así como las subvenciones a las organizaciones benévolas. Los disturbios no han forzado a la burguesía a tomar medidas serias ni a poner en entredicho su política de austeridad; lo que sí le han permitido es dar más fuerza a la réplica de “la ley y el orden”. La conocida advertencia del ministro francés del Interior, Sarkozy, de que iba a “limpiar los barrios con mangueras a presión” para eliminar a quienes fomentan los disturbios ha sido el emblema de esa réplica. La burguesía francesa ha sabido utilizar los disturbios para justificar el reforzamiento de su aparato represivo y prepararse para la amenaza futura que constituye la lucha de la clase obrera.
En Argentina, la revueltas sociales del 19 y 20 de diciembre de 2001 se hicieron famosas por el pillaje masivo de los supermercados y el asalto a los edificios gubernamentales y financieros. Sin embargo, el movimiento popular organizado en torno a esas revueltas no ha frenado en nada el declive vertiginoso del nivel de vida de las masas oprimidas del país: la cantidad de personas que viven bajo el “umbral oficial de pobreza” ha pasado de 24 % en 1999 a 40 % hoy. Al contrario, es la organización de esas masas pauperizadas en un movimiento popular vinculado al Estado capitalista lo que permite a la burguesía hablar hoy de una “primavera argentina” y rembolsar en su plazo la deuda al FMI.
Numerosas capas sociales son víctimas del declive del sistema capitalista y reaccionan violentamente al terror y la miseria que provoca. Pero esas violentas protestas no ponen nunca en cuestión el modo de producción capitalista, no hacen sino reaccionar contra sus consecuencias.
A medida que el capitalismo se va hundiendo en su fase final de descomposición social, la ausencia total de perspectiva económica, política y social en el seno del sistema parece contaminar todos los pensamientos y todas las acciones que alimentan la desesperación violenta de las revueltas sociales.
La autonomía del proletariado
A primera vista, puede parecer irrealista proclamar que el verdadero movimiento por el cambio social es la “trasnochada” lucha de la clase obrera que está apenas volviendo hoy a encontrar el camino de la combatividad y de la solidaridad, tras la gran desorientación que sufrió tras el hundimiento del bloque de Este en 1989. Pero la lucha proletaria, a diferencia de las revueltas sociales no solo existe en el presente, sino que tiene una historia y se proyecta en el porvenir.
La clase obrera que hoy lucha, es la misma cuyo movimiento revolucionario sacudió el mundo entro entre 1917 y 1923, movimiento durante el cual tomó el poder político en Rusia en 1917, puso fin a la Iª Guerra Mundial, fundó la Internacional comunista y estuvo cerca de la victoria en otros países de Europa.
A finales de los años 1960 y en los 70, el proletariado mundial volvió a aparecer en la historia después de medio siglo de contrarrevolución.
La oleada de huelgas masivas iniciada por los obreros en Francia en 1968 para defender sus condiciones de vida, irrumpió en todos los demás países centrales del capitalismo. La burguesía tuvo que adaptar su estrategia política para encarar la amenaza poniendo a sus partidos de izquierda en el gobierno. En algunos países, ese movimiento fue casi una insurrección, como en Córdoba (Argentina), en 1969. En Polonia, en 1980, alcanzó su momento álgido. La clase obrera superó sus divisiones locales, se unió mediante asambleas y comités de huelga. Solo sería después de un año de sabotaje del nuevo sindicato Solidarnosc cuando la burguesía polaca, debidamente aconsejada por los gobiernos occidentales, pudo declarar la ley marcial y acabar aplastando el movimiento. Pero las luchas de clase internacionales prosiguieron, en Gran Bretaña en particular donde los mineros estuvieron en huelga durante más de un año en 1984-85.
A pesar de los reveses sufridos por la clase obrera, no ha sido derrotada de manera decisiva durante los 35 últimos años como así lo había sido en los años 1920 y 1930. El camino de la clase obrera sigue abierto para que pueda ella expresar su naturaleza y sus características revolucionarias.
La clase obrera es revolucionaria, en el sentido auténtico de la palabra, pues sus intereses corresponden a un modo de producción social totalmente nuevo. Su interés objetivo es reorientar la producción sin explotación de su trabajo y para la satisfacción de las necesidades de la humanidad en una sociedad comunista. Y tiene en sus manos –aunque no legalmente en su posesión– los medios de producción de masas que permitirán el advenimiento de esa sociedad. La interdependencia, completada ya, de esos medios de producción a escala mundial significa que la clase obrera es una clase verdaderamente internacional, sin ningún interés en conflicto o competencia, mientras que todas las demás capas y clases de la sociedad, por mucho que algunas sufran bajo el capitalismo, están sumidas en una división insuperable.
Aunque estén todavía aisladas y divididas por los sindicatos, aunque sean menos espectaculares que las revueltas sociales, la luchas defensivas de la clase obrera para intentar proteger el bajo nivel de vida que hoy le queda, llevan en sí, contrariamente a esas revueltas, los gérmenes de un asalto ofensivo contra el sistema capitalista como así lo han demostrado, por ejemplo, las luchas de solidaridad en el aeropuerto de Londres de julio de 2005, o también la oleada de huelgas obreras en Argentina durante el verano de 2005 y la reciente huelga en los transportes de Nueva York.
Por las razones mencionadas, la clase obrera ha sido capaz, desde hace 150 años, de desarrollar una alternativa política revolucionaria contra el imperio del capital. La alternativa socialista pone obligatoriamente en conflicto a la clase obrera con la legalidad capitalista de explotación, defendida por una cantidad descomunal de fuerzas armadas y represivas. Por eso, la violencia de la clase obrera, a diferencia de las actos desesperados de otras capas oprimidas es una violencia engendradora de historia, una violencia que hará realidad el parto doloroso de una nueva sociedad.
Para los medios de comunicación, las revueltas sociales son la atracción principal. Las luchas de la clase obrera, de nuevo emergentes, aparecen muy en segundo plano, y, en el mejor de los casos, como un apoyo logístico a aquellas revueltas.
En ese contexto, es vital que los revolucionarios defiendan el papel fundamental del proletariado y la necesidad de su autonomía, no sólo contra las fuerzas de la burguesía que pretenden ser sus defensores, como los partidos de izquierda y los sindicatos, sino también ante las revueltas desesperadas de capas y agrupamientos incoherentes de oprimidos por el capitalismo.
La burguesía, cuyos representantes más inteligentes son muy conscientes de la amenaza subyacente que el proletariado representa, está por lo tanto muy interesada en hacer la publicidad de las revueltas sociales y minimizar o ignorar si puede, los movimientos o acciones auténticas del proletariado.
La burguesía identifica el caos violento de las revueltas sociales con todas las demás manifestaciones de la descomposición de la sociedad. Espera así desprestigiar toda resistencia a su dominación, incluida especialmente la lucha de clase del proletariado.
La burguesía presenta las revueltas sociales como la principal expresión de la oposición a la sociedad capitalista. Espera así persuadir a los miembros de la clase obrera, a los jóvenes en especial, que esas acciones condenadas al fracaso son la única forma de lucha posible. La burguesía deja que se muestren los límites evidentes y los fracasos indudables de esas revueltas. Intenta así desmoralizar, apagar y dispersar la amenaza que representa la unidad proletaria, una unidad que requiere en particular la solidaridad entre la joven generación de la clase con las generaciones anteriores.
Esta táctica respecto a la clase obrera ha tenido cierto éxito, sobre todo entre los jóvenes y los desempleados de larga duración así como en algunas minorías étnicas en el seno el proletariado. Bastantes elementos de esos sectores se han integrado en las revueltas ocurridas en Francia. En Argentina, el movimiento de los Piqueteros ha logrado «organizar» a los desempleados detrás del Estado y a desviar algunas acciones de la reciente ola de huelgas, en 2005, hacia ese movimiento y otros atolladeros semejantes.
El ala izquierda de la burguesía y sus fuerzas de extrema izquierda en particular desempeñan un papel muy especial en la desmovilización de la clase obrera hacia ese tipo de atolladeros, utilizándola como masa de maniobra para impulsar campañas que proponen otra gestión del régimen capitalista.
Por desgracia, algunas fuerzas de la Izquierda comunista, aun siendo capaces de ver los “límites” de las revueltas sociales, son, en cambio, incapaces de resistir a la tentación de ver en ellas “algo” positivo. El Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR), por ejemplo, fue ya seducido por los movimientos interclasistas de Argentina en diciembre 2001 y de Bolivia poco después, considerándolos como expresiones, reales o potenciales, de la clase obrera. En su toma de posición sobre los disturbios en Francia, el BIPR, a pesar de la crítica que hace de su inconsecuencia, ve la posibilidad de transformarlos en luchas de clase auténticas gracias al partido revolucionario. Y es más o menos lo mismo que encontramos en otros grupos que se reivindican de la Izquierda italiana, llamándose todos ellos “Partido comunista internacional”.
Evidentemente, puede uno ponerse a soñar despierto sobre la existencia de un partido de clase y los milagros que podría realizar, algo así como el viejo refrán ruso: “puesto que no hay vodka, hablemos de la vodka”. Pues resulta que si no existe hoy el partido revolucionario es precisamente porque la clase obrera deberá todavía desarrollar su independencia y su autonomía políticas respecto a las demás fuerzas sociales de la sociedad capitalista. Las condiciones que permitirán a la clase obrera dotarse de su partido revolucionario no se crearán gracias a unas explosiones sociales desesperadas, sino basándose en ese desarrollo de la identidad de clase del proletariado, sobre todo mediante la intensificación y la extensión de sus combates y también gracias a la intervención de las organizaciones revolucionarias en ellos. Cuando estemos en esa situación histórica, será entonces posible para el proletariado, con su partido político, llevar tras sí a todo el descontento de todas las demás capas oprimidas de la sociedad, pero únicamente basándose en el reconocimiento del papel central y dirigente de la clase obrera.
La tarea actual de los revolucionarios es insistir en la necesidad de que se cree la autonomía política del proletariado, y no ayudar a la burguesía a enturbiar esa necesidad con delirios de grandeza sobre el papel del partido revolucionario.
Como
(20/12/2005)