Submitted by Revista Interna... on
La derrota de la revolución proletaria en Alemania fue el giro decisivo del siglo xx, pues su consecuencia fue la derrota de revolución mundial. En Alemania, la instauración del régimen nacional-socialista que se construyó sobre el aplastamiento del proletariado revolucionario abrió el camino a ese país a marchas forzadas hacia la Segunda Guerra mundial. La barbarie específica del régimen nacional-socialista iba pronto a servir de coartada a las campañas antifascistas destinadas, por su parte, a alistar en la guerra al proletariado del campo imperialista "democrático". Según la ideología antifascista, el capitalismo democrático sería un "mal menor" que podría en cierto modo proteger a la población contra lo peor que existe en la sociedad burguesa. Semejante patraña, que sigue hoy siendo dañina en la conciencia de la clase obrera, queda totalmente desmentida por las luchas revolucionarias en Alemania derrotadas por la socialdemocracia la cual desencadenó para ello un terror anticipador del terror fascista. Esa es una de las razones por las que la clase dominante prefiere ocultar aquellos acontecimientos con un tupido velo de silencio.
El orden reina en Berlín
La noche del 15 de enero de 1919, cinco miembros del comité armado de vigilancia burgués del barrio acomodado de Wilmersdorf en Berlín, formado entre otros por dos hombres de negocios y un destilador, entraron en el piso de la familia Marcusson en el que encontraron a tres miembros del comité central del joven Partido comunista de Alemania (KPD): Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg y Wilhelm Pieck. Los manuales "oficiales" de historia siguen contando hoy todavía que los dirigentes del KPD fueron "detenidos". En realidad, a Liebknecht, Luxemburg y Pieck los raptaron. Para los miembros de la "milicia ciudadana" sus prisioneros eran unos criminales, pero no por eso los entregaron a la policía. Los llevaron a un lujoso hotel, el Edén, en donde esa misma mañana se acababa de instalar la Garde-Kavallerie-Schützen-Division ("División de fusileros de caballería de la guardia", GKSD), estableciendo allí su nuevo cuartel general.
La GKSD había sido una unidad de élite de los ejércitos imperiales (en su origen, era la Guardia de Corps del propio emperador). Igual que los SS, sus herederos durante la Segunda Guerra mundial, esa división enviaba al frente unidades de choque y disponía además de su propio sistema de seguridad y espionaje. En cuanto llegó la noticia de la revolución al frente occidental, la GSKD regresó a retaguardia para dirigir la contrarrevolución; llegó a la región de Berlín el 30 de noviembre. Allí llevó a cabo el ataque llamado de "vísperas de Navidad" contra los marinos revolucionarios en el palacio imperial, empleando, en plena urbe, artillería, gases y granadas ([1]).
En sus memorias, el comandante en jefe de la GSKD, Waldemar Pabst, cuenta que uno de sus oficiales, un aristócrata católico, tras haber escuchado un discurso de Rosa Luxemburg, había declarado entonces que era una "santa" y le pidió que permitiera a Rosa Luxemburg dirigirse a su unidad. Pabst escribe: "Tomé conciencia del peligro que representaba la señora Luxemburg. Era más peligrosa que nadie, incluso que los que estaban armados" ([2]).
A su llegada con su botín al "paraíso" del hotel Edén, los cinco intrépidos defensores de la ley y el orden de Wilmersdorf fueron generosamente recompensados por sus servicios. La GKSD era uno de los tres organismos de la capital que ofrecía una recompensa financiera considerable por la captura de Liebknecht y de Luxemburg ([3]).
Pabst nos da una breve reseña del interrogatorio de Rosa Luxemburg aquella noche. "¿Es usted la señora Rosa Luxemburg?" le preguntó. "Decídalo usted, por favor", contestó ella. "Por las fotos, así debe ser". "Si usted lo dice." Luego, cogió una aguja y se puso a coser un desgarrón del vestido que le hicieron durante la detención. Después se puso a leer uno de sus libros preferidos, Fausto de Goethe, e ignoró la presencia del interrogador.
En cuanto se supo la noticia de la captura de los espartaquistas, se difundió entre los ocupantes del elegante hotel un ambiente de pogromo. Sin embargo, Pabst tenía sus propios planes. Mandó que acudieran tenientes y oficiales de marina, hombres de honor muy respetados; unos hombres cuyo "honor" había quedado muy agraviado, puesto que sus propios subordinados, los marineros de la flota imperial, habían desertado, integrándose en la revolución. Esos "caballeros" prestaron juramento de guardar silencio para el resto de sus días sobre lo que iba a ocurrir a continuación.
Querían evitar un juicio, una "ejecución según la ley marcial" u otro procedimiento cualquiera que hiciera aparecer a las víctimas como héroes o mártires. Los espartaquistas debían morir de muerte vergonzante. Se pusieron de acuerdo para pretender que a Liebknecht lo trasladaban a la cárcel, fingir una avería en el coche en el parque del centro ciudad, el Tiergarten, y abatirlo "porque había huido". Puesto que esa "solución" iba a resultar muy poco creíble en el caso de Rosa Luxemburg cuya lesión física en la cadera que la hacía cojear, era de todos conocida, se decidió que debía aparecer como víctima de un linchamiento por la muchedumbre. Del papel de "muchedumbre" se encargó al teniente de marina Herman Souchon, cuyo padre, el almirante Souchon, tuvo que soportar, en noviembre de 1918, como gobernador de Kiel, la afrenta de tener que negociar con los obreros y los marineros revolucionarios. Tenía que esperar fuera del hotel, lanzarse contra el coche que llevaba a Rosa Luxemburg y dispararle en la cabeza.
Pero durante la ejecución de ese plan surgió algo imprevisto: un soldado apellidado Runge que se había entendido con su capitán, un tal Petri, para permanecer en su puesto después de su servicio a las 11 de la noche. Querían cobrar ellos dos la recompensa por la eliminación de los revolucionarios. En el momento en que llevaban a Liebknecht a un coche aparcado delante del hotel, Runge le asestó un culatazo en la cabeza. Esto iba a descalificar la fábula de que a Liebknecht lo habían matado por la "ley de fugas". En medio del desconcierto provocado por tal acción a nadie se le ocurrió mandar a Runge que se alejara del lugar. Y cuando sacaban a Rosa Luxemburg del hotel, el tal Runge, de uniforme, la derribó de la misma manera dejándola inconsciente. Ya en el suelo, le atizó otro culatazo. La metieron en el coche ya medio muerta y otro soldado, Von Rzewuski, le dio otro golpe. Sólo entonces acudió Souchon corriendo para ejecutarla. Lo ocurrido después es conocido de todos. A Liebknecht lo mataron en el Tiergarten. El cadáver de Rosa Luxemburg lo tiraron en el cercano canal Landwehr ([4]). Al día siguiente los asesinos se hicieron fotografiar en una fiesta para celebrarlo.
Tras haber expresado lo "afectado" que estaba por semejantes "atrocidades" y haberlas condenado, el gobierno socialdemócrata prometió "una encuesta de lo más riguroso" de la que encargó... a ¡la GKSD!. El responsable de la encuesta, Jorns, era un tipo que ya se había ganado una buena fama por ocultación de un genocidio colonial perpetrado por el ejército alemán en el África Suroriental alemana antes de la guerra. Instaló su despacho en el hotel Edén. Sus ayudantes en las pesquisas eran Pabst y uno de los acusados por el asesinato, Von Pflugk-Hartnung. Sin embargo, un artículo aparecido el 12 de febrero en el Rote Fahne, el diario del KPD, acabó dando al traste con el proyecto de dar largas al asunto para después acabar por enterrarlo. Ese artículo, que daba cumplida cuenta de lo que acabó estableciéndose como verdad histórica sobre esos asesinatos, desencadenó un clamor de indignación ([5]).
El juicio empezó el 8 de mayo de 1919. Se puso el tribunal bajo la protección de la GSKD. El juez designado era otro representante de la flota imperial, Wilhelm Canaris, un amigo de Pabst y de Von Pflugk-Hartnung. Llegaría a ser varios años más tarde comandante en jefe de los servicios de espionaje de la Alemania nazi. Una vez más, todo se desarrolló según un plan preestablecido. Pero hubo algo imprevisto: algunos miembros del personal del hotel Edén, a pesar del miedo a perder su empleo y acabar en las listas de personas que asesinar por las brigadas militares de matones, dieron cabal testimonio de lo que habían visto. La limpiadora Anna Belger, contó que había oído hablar a los oficiales de la "acogida" que le estaban preparando a Liebknecht en el Tiergarten. Los camareros Mistelski y Krupp, de 17 años ambos, identificaron a Runge y revelaron sus relaciones con Petri. A pesar de todo, el tribunal aceptó sin el menor empacho la versión de que a Liebknecht lo mataron a tiros porque "se había dado a la fuga", y absolvieron a los oficiales que habían disparado. En el caso de Rosa Luxemburg, se estipuló que dos soldados habían intentado matarla, pero que se desconocía al asesino. Tampoco se conocían las causas de su muerte, puesto que no se había encontrado su cadáver.
El 31 de mayo de 1919, unos obreros encontraron el cadáver de Rosa Luxemburg en la esclusa del canal. En cuanto se supo que a "ella" la habían encontrado, el ministro del Interior SPD, Gustav Noske, ordenó el más absoluto silencio sobre ese tema. Habría que esperar tres días para que se publicara un anuncio oficial diciendo que una patrulla militar, y no unos obreros, había encontrado los restos de Rosa Luxemburg.
En contra de todas las normas, Noske entregó el cadáver a sus amigos militares, o sea en manos de los propios asesinos. Les autoridades responsables no pudieron ocultar que, en realidad, Noske había robado el cadáver. Es evidente que los socialdemócratas estaban tan aterrorizados por Rosa Luxemburg, que hasta su cadáver les daba miedo. El silencio que habían jurado en el hotel Edén lo mantuvieron durante décadas. Pero acabó siendo el propio Pabst quien lo rompiera. No podía soportar por más tiempo que no se le atribuyeran públicamente los méritos de su hazaña. Después de la Segunda Guerra mundial se puso a hacer alusiones en entrevistas a la prensa (Spiegel, Stern) y a ser más explícito en las discusiones con historiadores y en sus memorias. En la Republica federal de Alemania (la Alemania del Oeste), "el anticomunismo" del período de posguerra ofrecía las circunstancias favorables para que Pabst hiciera alarde de sus proezas: contó que había llamado por teléfono al ministro del Interior socialdemócrata Noske, en la noche del 15 de enero de 1919, para consultarle sobre el procedimiento a seguir con sus ilustres presos. Se pusieron de acuerdo sobre la necesidad de "poner fin a la guerra civil". Y sobre cómo hacerlo, Noske declaró: "La decisión la debe tomar vuestro general ([6]), pues son vuestros prisioneros". En una carta al doctor Franz, fechada en 1969, Pabst escribe: "Noske y yo estábamos plenamente de acuerdo. Naturalmente, no podía ser Noske quien diera la orden". Y en otra carta escribe: "... esos idiotas de alemanes deberían postrarse de hinojos y darme las gracias a mí y a Noske también; ¡calles debería haber con nuestros nombres! ([7]) ! Noske fue ejemplar en aquel entonces y el Partido (salvo su ala izquierda semi-comunista) sin reproche. Es evidente que yo nunca habría podido decidir esa acción sin el acuerdo de Noske (ni de Ebert tras él) y que debía proteger a mis oficiales" ([8]).
El sistema del asesinato político
La situación de Alemania de 1918 a 1920, en donde se replicó a una tentativa de revolución proletaria con una matanza espantosa que costó la vida a unos 20 000 proletarios, no fue, evidentemente, la primera de la historia. En París, cuando la revolución de julio de 1848, y durante la Comuna de 1871 habían ocurrido hechos similares. Y mientras que durante la Revolución de octubre en 1917 en Rusia casi no se derramó sangre, la guerra civil que el capital internacional desató para replicar a esa revolución costó millones de vidas. Lo que era nuevo en Alemania fue el uso del sistema del asesinato político, no sólo al final de un proceso revolucionario, sino desde el principio mismo ([9]).
Sobre este asunto, después de haber citado a Klaus Gietinger, vamos a referirnos ahora a otro testigo, Emil Julius Gumbel, quien publicó, en 1924, un libro famoso titulado Cuatro años de asesinatos políticos ([10]). Gumbel, como tampoco Klaus Gietinger, no era un comunista revolucionario. Era un defensor de la república burguesa de Weimar. Pero era, ante todo, alguien en busca de la verdad y dispuesto a arriesgar su vida por ello.
Para Gumbel, la evolución en Alemania se caracterizó por la transición "del asesinato artesano" a lo que él llamó "un método más industrial" ([11]). Este método se basaba en listas de gente a la que asesinar, establecidas por organismos secretos, asesinatos perpetrados sistemáticamente por escuadrones de la muerte formados por oficiales y soldados. Esos escuadrones no solo coexistían sin problemas con los organismos oficiales del Estado democrático; en realidad, colaboraban activamente con él. Los medios de comunicación tenían un papel clave en esa estrategia; preparaban de antemano y justificaban los asesinatos y, después, despojaban a los muertos de todo lo que podía quedarles, su honra.
Comparando el terrorismo, sobre todo individual, del ala izquierda antes de la guerra ([12]) con el nuevo terror derechista, Gumbel escribió:
"La increíble clemencia de los tribunales para con los autores es de sobras conocida. Se distinguen así los asesinatos políticos actuales en Alemania de los del pasado, comunes a otros países, en dos aspectos: porque son masivos y por el grado de impunidad que tienen. Antes, el asesinato político requería al fin y al cabo una indudable capacidad de decisión. No se les puede negar cierto heroísmo. El autor arriesgaba su vida. Era muy difícil huir. Hoy los culpables no arriesgan nada. Hay organismos poderosos con representantes en todo el país que les ofrecen refugio, protección y apoyo material. Hay funcionarios "comprensivos", jefes de policía, que obtienen los papeles necesarios para irse al extranjero si hace falta... Alojan a uno en los mejores hoteles en los que puede darse la buena vida. En una palabra, el asesinato político ha pasado de ser un acto heroico a ser prácticamente una fuente de ingresos fácil" ([13]).
Lo que era válido para el asesinato de personas lo fue también para un golpe derechista, utilizado para matar a gran escala - lo que Gumbel llama "asesinato semiorganizado".
"Si el golpe tiene éxito, mejor. Si fracasa, los tribunales lo harán todo porque no les ocurra nada a los criminales. Y así se hizo. Ningún asesinato de la derecha ha sido nunca castigado de verdad. Incluso los asesinos que han confesado sus crímenes han sido liberados gracias a la amnistía de Kapp".
En Alemania se formaron cantidad de organizaciones contrarrevolucionarias como respuesta a la revolución proletaria ([14]). Y cuando fueron prohibidas y se abolió la ley marcial y el sistema de tribunales extraordinarios, todo eso se mantuvo en Baviera, haciendo de Munich el "nido" de la extrema derecha alemana y de los exiliados rusos. Lo que se presentó como una "especialidad bávara" era, en realidad, una división de trabajo. Los líderes principales de esa "rebelión bávara" eran Ludendorff y sus secuaces de los antiguos cuarteles generales de los ejércitos que de bávaros no tenían nada ([15]).
La socialdemocracia, los militares y el sistema de terror
Como recordábamos en la segunda parte de esta serie, la Dolchstosslegende, "la leyenda de la puñalada a traición", la inventó en septiembre de 1918 el general Ludendorff. En cuanto se dio cuenta de que la guerra estaba perdida, llamó a que se formara un gobierno civil encargado de pedir la paz. Su idea era que la culpa cayera en los civiles, salvando así la reputación de las fuerzas armadas. La revolución no había estallado todavía. Tras su estallido, la Dolchstosslegende cobró mayor importancia todavía. La propaganda de que a unas gloriosas fuerzas armadas, nunca vencidas en los campos de batalla, la revolución les había robado la victoria en los últimos instantes, debía servir para engendrar en la sociedad y entre los soldados en especial, un odio implacable contra la revolución.
Al principio, cuando los socialdemócratas se encontraron con que se les ofrecía un lugar en ese gobierno civil del "deshonor", el inteligente Scheidemann, de la dirección del SPD, se dio cuenta de la trampa y rehusó la oferta ([16]). Su opinión fue inmediatamente puesta en entredicho por Ebert quien defendió la necesidad de poner el bien de la patria "por encima de la política del partido" ([17]).
Cuando el 10 de diciembre de 1918, el gobierno SPD y el alto mando militar hicieron desfilar, por las calles de Berlín, en masa, a las tropas llegadas del frente, su intención era utilizarlas para aplastar la revolución. Con esta idea, Ebert se dirigió a las tropas en la Puerta de Brandeburgo saludando a un ejército "nunca derrotado en los campos de batalla". Fue entonces cuando Ebert hizo de la Dolchstosslegende una doctrina oficial del SPD y de su gobierno ([18]).
Evidentemente, la propaganda de "la puñalada por la espalda" no acusaba explícitamente a la clase obrera de haber sido responsable de la derrota de Alemania. Eso no habría sido muy inteligente en un momento en que la guerra civil estaba iniciándose, o sea, cuando para la burguesía era necesario borrar las divisiones de clase. Había que encontrar a unas minorías que aparecieran como manipuladoras y embaucadoras de las masas y a las que poder señalar como las verdaderas culpables.
Entre esos culpables estaban "los rusos" y su agente, el bolchevismo alemán, representante de una forma salvaje, "asiática", de socialismo, el socialismo del hambre, un virus que amenazaba a la "civilización europea". Con palabras diferentes, esos temas estaban en continuidad directa con los de la propaganda antirrusa de los años de guerra. El SPD fue el agente principal y el más rastrero en la propagación de ese veneno. En esto los militares estaban más indecisos, pues algunos de sus representantes más audaces apostaban por la idea de lo que ellos llamaban el "nacional-bolchevismo" (la idea de una alianza militar entre el militarismo prusiano y la Rusia proletaria contra las "potencias de Versalles" podría ser también un buen medio para destruir moralmente la revolución tanto en Alemania como en Rusia).
¿El otro culpable?: los judíos. Ludendorff ya pensaba en ellos desde el principio de la manipulación. A primera vista, el SPD pareció no haber seguido esa orientación. En realidad, lo que hacía su propaganda era recoger las ignominias pregonadas por los oficiales, sustituyendo la palabra "judío" por "extranjero", "individuos sin raíces nacionales" o por "intelectuales", términos que en aquel contexto venían a significar lo mismo. Ese odio antiintelectual hacia las "ratas de biblioteca" es un aspecto muy conocido del antisemitismo. Dos días antes del asesinato de Luxemburg y Liebknecht, el Vorwärts, diario del SPD, publicó un "poema" - en realidad un llamamiento al pogromo - titulado "La Morgue", un poema que lamentaba que sólo hubiera proletarios entre los muertos, mientras que gente "del estilo" de "Karl, Rosa, Radek" se habían librado.
La socialdemocracia saboteó las luchas desde dentro. Organizó el armamento de la contrarrevolución y sus campañas militares contra el proletariado. Al haber aplastado la revolución, creó las condiciones de la victoria posterior del nacional-socialismo, abriéndole involuntariamente el camino. El SPD fue más allá en el deber que se impuso de defender el capitalismo. En su ayuda para la creación de los ejércitos mercenarios no oficiales, los Cuerpos francos, con su protección de las organizaciones criminales de oficiales, con su propagación de las ideologías de la reacción y del odio que iban a ser predominantes en la vida política alemana durante el cuarto de siglo siguiente, el SPD participó activamente en el cultivo del terreno que permitió que en él se arraigara el régimen de Hitler.
"Odio a la revolución como al pecado", declaró con fervorosa compunción Ebert. Su odio no lo causaban los patronos que temían perder sus propiedades o los militares, todos aquellos para quienes el orden existente parecía ser algo tan natural que había que combatir todo lo que apareciera como diferente. Los "pecados" que la socialdemocracia odiaba eran su propio pasado, su compromiso en el movimiento obrero junto con los revolucionarios convencidos y los proletarios internacionalistas - por muy cierto que fuera que muchos miembros de la socialdemocracia nunca habían compartido esas convicciones; es el odio del renegado hacia la causa traicionada. Los jefes del SPD y de los sindicatos creían que el movimiento obrero les pertenecía. Cuando se aliaron con la burguesía imperialista en el momento del estallido de la guerra, pensaban que se había acabado el socialismo, ese capítulo imaginario que ahora estaban decididos a cerrar. Cuando solo cuatro años más tarde, la revolución levantó la cabeza, fue para ellos como un pavoroso fantasma que les volvía del pasado. Su odio a la revolución también les venía del miedo que les daba. Proyectaban sus propias turbaciones en sus enemigos, temían ser linchados por los espartaquistas, el mismo miedo que compartían los oficiales de los escuadrones de la muerte ([19]).
Ebert estuvo a punto de huir de la capital entre Navidad y Año nuevo de 1918. Todo se cristalizó en el blanco principal de su odio: Rosa Luxemburg. El SPD se había vuelto un concentrado de todo lo reaccionario del capitalismo en putrefacción. De modo que la existencia misma de Rosa Luxemburg era para el SPD una provocación: su lealtad a los principios, su valentía, su brillantez intelectual, el ser extranjera, de origen judío, y ser mujer. La llamaron "Rosa la roja", sedienta de sangre y de revancha, una mujer armada con un fusil.
Cuando se estudia la revolución en Alemania, no hay que olvidar uno de los fenómenos más llamativos: el grado inmundo de servilismo de la socialdemocracia hacia los militares, algo que incluso a la casta de oficiales prusianos les parecía repugnante y ridículo. Durante todo el período de colaboración entre el cuerpo de oficiales y el SPD, aquél no dejará nunca de proclamar en público que mandaría a éste a "los infiernos" en cuanto dejara de servirle. Pero nada de eso sirvió para frenar el servilismo del SPD. Ese servilismo no era, evidentemente, nada nuevo. Ya había caracterizado la actitud de los sindicatos y de los políticos reformistas bastante antes de 1914 ([20]). Pero ahora venía a reforzar la convicción de que sólo los militares podrían salvar el capitalismo y, por lo tanto, al propio SPD.
En marzo de 1920, se alzaron contra el gobierno del SPD unos oficiales de derechas (el golpe militar -putsch- de Kapp). Entre los golpistas están todos los colaboradores de Ebert y Noske en el doble asesinato del 15 de enero de 1919: Pabst y su general Von Lüttwitz, el GSKD, los tenientes de marina antes mencionados. Kapp y Lüttwitz prometieron a sus tropas una buena recompensa financiera por el derrocamiento de Ebert. El golpe no lo hizo fracasar el gobierno (que huyó a Stuttgart), ni el mando militar oficial que se declaró "neutral", sino el proletariado. Las tres partes en conflicto de la clase dominante - el SPD, los "kappistas" y el alto mando militar (tras abandonar su "neutralidad") - se unieron para vencer a los obreros. ¡A buen fin no hay mal principio!, excepto una cosa: ¿qué fue de los pobres amotinados que esperaban su recompensa por haber intentado echar a Ebert? ¡Ningún problema! ¡El propio gobierno de Ebert, de vuelta al trabajo,... pagó la recompensa!
Buen ejemplo contra el argumento (planteado por Trotski, entre otros, antes de 1933) según el cual la socialdemocracia, aún estando integrada en el capitalismo, podría sin embargo alzarse contra las autoridades e impedir el ascenso del fascismo aunque sólo fuera para salvar su pellejo.
La dictadura del capital y la socialdemocracia
En realidad, los militares estaban más en contra del conjunto del sistema de los partidos políticos existente y no especialmente contra la socialdemocracia y los sindicatos ([21]). Ya antes de la guerra, Alemania no estaba gobernada por los partidos políticos, sino por la casta militar, sistema que era símbolo de la monarquía. La burguesía industrial y financiera cada vez más poderosa se integró poco a poco en ese sistema, pero no en estructuras oficiales, sino, sobre todo, en la Alldeutscher Verein ("Asociación panalemana") que, de hecho, dirigió el país antes y durante la Primera Guerra mundial ([22]).
En cambio, en la Alemania imperial, el Parlamento (el Reichstag) casi no tenía poder. Los partidos políticos casi ni tenían experiencia gubernamental verdadera. Eran más bien grupos de influencia de diferentes fracciones económicas o regionales.
Lo que en su origen era el producto del atraso político de Alemania aparecería, cuando estalló la guerra, como una gran ventaja. Para encarar la guerra y enfrentar la revolución que siguió, un control dictatorial del Estado sobre la sociedad entera era una necesidad imperiosa. En las viejas "democracias" occidentales, sobre todo en los países anglosajones con su sofisticado sistema bipartito, el capitalismo de Estado fue evolucionando mediante la fusión gradual de los partidos políticos y de las diferentes fracciones económicas de la burguesía con el Estado. Esta forma de capitalismo de Estado, al menos en Gran Bretaña y en Estados Unidos, se reveló muy eficaz. Pero le llevó un tiempo relativamente largo para acabar imponiéndose.
En Alemania, la estructura de la intervención de un Estado dictatorial ya existía. Uno de los "secretos" principales de la capacidad de Alemania para aguantar durante cuatro años de guerra contra casi todas las antiguas y principales potencias del mundo -que además disponían de los recursos de sus imperios coloniales - era la eficacia de ese sistema. Por eso lo único que hicieron los aliados occidentales cuando pidieron que al final de la guerra se liquidara el "militarismo prusiano" era puro teatro para distraer al auditorio.
Como ya vimos en esta serie de artículos, no sólo los militares sino el propio Ebert querían salvaguardar la monarquía al final de la guerra y mantener un Reichstag parecido al existente antes de 1914. En otras palabras, querían mantener las estructuras capitalistas de Estado que tan bien les habían servido durante la guerra. Tuvieron que abandonar ese proyecto ante el peligro de la revolución. Todo el arsenal y el espectáculo de la democracia política de los partidos eran necesarios para extraviar a los obreros.
Eso fue lo que produjo el surgimiento de la república de Weimar: un montón de partidos sin experiencia alguna e ineficaces, totalmente incapaces de cooperar e integrarse de manera disciplinada en el régimen capitalista de Estado. ¡No es de extrañar que los militares quisieran quitárselos de en medio! El único partido político burgués existente en Alemania era el SPD.
Y si la revolución hizo imposible el mantenimiento del régimen de guerra capitalista de Estado ([23]), también hizo imposible la realización del plan de Gran Bretaña y sobre todo de Estados Unidos, de liquidar la base social militar de ese régimen. Las "democracias" occidentales tuvieron que dejar intacto el núcleo de la casta militar y de su poder, para que pudiera aplastar al proletariado. Pero esto acarreó otras consecuencias. Cuando en 1933, los dirigentes tradicionales de Alemania, las fuerzas armadas y la gran industria, abandonaron el régimen de Weimar, volvieron a encontrar su superioridad organizativa respecto a sus rivales imperialistas occidentales en la preparación de la Segunda Guerra mundial. En cuanto a su composición, la diferencia principal entre el sistema antiguo y el nuevo era que al SPD lo sustituyó el NSDAP, o sea el partido nazi. El SPD había tenido tanto éxito en su victoria sobre el proletariado que sus servicios habían dejado de ser necesarios.
Rusia y Alemania: polos dialécticos de la revolución mundial
En octubre de 1917, Lenin llamó a los Soviets y al partido a la insurrección en Rusia. En una resolución para el comité central del Partido bolchevique, "redactada con prisas por Lenin, escrita a lápiz en una hoja de papel escolar cuadriculado" ([24]), escribió:
"El Comité central reconoce que la situación internacional de la revolución rusa (el amotinamiento de la flota en Alemania, manifestación extrema del auge de la revolución socialista mundial en toda Europa; y, por otro lado, la amenaza de ver cómo la paz imperialista ahoga a la revolución en Rusia), - así como la situación militar (decisión indudable de la burguesía rusa y de Kerenski y compañía, de entregar Petrogrado a los alemanes), - así como la obtención por parte del partido proletario de la mayoría en los Soviets, - todo ello, unido al levantamiento campesino y al cambio de actitud del pueblo que tiene confianza en nuestro partido (elecciones de Moscú) y, en fin, la evidente preparación de una nueva aventura de Kornilov (retirada de las tropas de Petrogrado, transferencia de los cosacos a Petrogrado, asedio de Minsk por los cosacos, etc.) - todo eso está poniendo al orden del día la insurrección armada" ([25]).
En ese escrito está toda la visión marxista de la revolución mundial de aquel entonces y del papel central de Alemania en ese proceso. Por un lado, la insurrección debe realizarse en Rusia como respuesta al comienzo de la revolución en Alemania que es la señal para toda Europa. Por otro lado, al ser incapaz de aplastar la revolución en su territorio, la burguesía rusa se propone dejar esa tarea al gobierno alemán, gendarme de la contrarrevolución en el continente europeo (entregando Petrogrado). Lenin se indignó contra aquellos que, en el partido, se oponían a la insurrección, que declaraban su solidaridad con la revolución en Alemania y, sin embargo, llamaban a los obreros rusos a esperar que el proletariado alemán tomara la dirección de la revolución.
"Recapacitad pues: en unas condiciones penosas, infernales, con Liebknecht únicamente (encerrado en presidio, además), sin periódicos, sin libertad de reunión, sin Soviets, en medio de la hostilidad increíble de todas las clases de la población - hasta el último campesino rico - respecto a la idea del internacionalismo, a pesar de la organización superior de la grande, de la media y de la pequeña burguesía imperialista, los alemanes, quiero decir los revolucionarios internacionalistas alemanes, los obreros con uniforme de marinero, han desencadenado un amotinamiento de la flota, y eso que sólo tenían una posibilidad entre cien.
"Y nosotros que tenemos decenas de periódicos, libertad de reunión, que tenemos la mayoría en los Soviets, nosotros que somos los internacionalistas proletarios con las posiciones más sólidas del mundo entero, ¿nos negaríamos a apoyar con nuestra insurrección a los revolucionarios alemanes?. Razonaríamos como los Scheidemann y los Renaudel: lo más prudente es no sublevarnos, pues si nos fusilan a todos, el mundo perderá a unos internacionalistas de tan elevado temple, de tan buen sentido, tan perfectos!" ([26]).
Como lo escribió en su célebre texto la Crisis está madura (29 de septiembre de 1917), quienes quisieran retrasar la insurrección en Rusia serían unos "traidores a esta causa, pues con su conducta traicionarían a los obreros revolucionarios alemanes que han empezado a sublevarse en la flota."
Un debate similar se produjo en el partido bolchevique en la primera crisis política ocurrida tras la toma del poder: ¿había o no había que firmar el Tratado de Brest-Litovsk con el imperialismo alemán? A primera vista podría parecer que los campos se habían invertido. Ahora era Lenin quien defendía la prudencia: había que aceptar la humillación de ese tratado. En realidad, hay continuidad. En ambos casos en los que el destino de la revolución rusa estaba en juego fue la revolución en Alemania lo que estuvo en el centro del debate. En ambos casos, Lenin insiste en que todo depende de lo que ocurra en Alemania pero también en que, en este país, la revolución necesitará más tiempo y será mucho más difícil que en Rusia. Por eso la revolución rusa tenía que ponerse a la cabeza en octubre de 1917. Por eso, en Brest-Litovsk, el bastión ruso debía prepararse para un compromiso. Tenía la responsabilidad de "aguantar" para poder apoyar la revolución alemana y mundial.
Desde su inicio, la revolución en Alemania estaba impregnada de sentido de la responsabilidad respecto a la revolución rusa. Incumbía a los proletarios alemanes la tarea de liberar a los obreros rusos de su aislamiento internacional. Así lo escribió Rosa Luxemburg desde la cárcel en sus notas sobre la Revolución rusa, publicadas póstumas en 1922;
"Todo lo que sucede en Rusia es comprensible y refleja una sucesión inevitable de causas y efectos, que comienza y termina en la derrota del proletariado en Alemania y la invasión de Rusia por el imperialismo alemán" ([27]).
El honor de los acontecimientos de Rusia
es haber iniciado la revolución mundial
"Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al ‘bolchevismo'" (Ibíd.).
La solidaridad práctica del proletariado alemán con el proletariado ruso es, pues, la conquista revolucionaria del poder, la destrucción del baluarte principal de la contrarrevolución militar y socialdemócrata en la Europa continental. Sólo ese paso podía ampliar la brecha abierta en Rusia y permitir que en ella se precipitara el torrente revolucionario mundial.
En otra contribución desde su celda, la Tragedia rusa, Rosa Luxemburg mostró los dos peligros mortales que amenazaban a la revolución en Rusia. El primero era la posibilidad de una matanza terrible llevada a cabo por el capitalismo mundial, representado, en ese momento, por el militarismo alemán. El segundo sería el de la degeneración política y la quiebra moral del propio bastión ruso, su integración en el sistema imperialista mundial. En el momento en que escribía ese libro (después de Brest-Litovsk), ella barruntaba el peligro en lo que iba a convertirse en la idea pretendidamente nacional bolchevique en el orden militar alemán. Esa idea consistía en ofrecer a la "Rusia bolchevique" une alianza militar como medio de ayudar al imperialismo alemán a establecer su hegemonía mundial sobre sus rivales europeos, y al mismo tiempo, corromper moralmente a la revolución rusa - ante todo mediante la destrucción de su principio básico, el internacionalismo proletario.
En realidad, Rosa Luxemburg sobrestimaba la voluntad de la burguesía alemana en aquel momento para lanzarse a semejante aventura. Pero sí tenía básicamente razón al reconocer el segundo peligro y reconocer que si eso ocurriera sería el resultado inmediato de la derrota de la revolución alemana y mundial. Y concluía:
"Una derrota política cualquiera de los bolcheviques en combate leal contra fuerzas demasiado poderosas y en una situación histórica desfavorable, sería preferible a semejante ruina moral" ([28]).
La revolución rusa y la revolución alemana sólo pueden entenderse unidas. Fueron dos momentos de un solo y único proceso histórico. La revolución mundial empezó en la periferia de Europa. Rusia era el eslabón débil de la cadena del imperialismo, porque la burguesía mundial estaba dividida por la guerra imperialista. Y había que asestar un segundo golpe, en el corazón del sistema, para poder echar abajo el capitalismo mundial. Ese segundo golpe fue en Alemania y empezó con la revolución de noviembre de 1918. Pero la burguesía fue capaz de desviar de su corazón el golpe mortal. Y eso selló el destino de la revolución en Rusia. Lo que pasó no corresponde a la primera sino a la segunda hipótesis de Rosa Luxemburg, la que más la preocupaba. Contra lo que se suponía, la Rusia roja venció a las fuerzas blancas contrarrevolucionarias. Eso fue posible gracias a la combinación de tres factores principales: primero, la dirección política y organizativa del proletariado ruso que había pasado por la escuela del marxismo y de la revolución; segundo, la inmensidad del país que ya había permitido vencer a Napoleón e iba a ser un factor importante en la derrota de Hitler y que, también esta vez, iba a ser una desventaja para los invasores contrarrevolucionarios; tercero: la confianza que los campesinos, amplia mayoría de la población rusa, tenían en la dirección revolucionaria proletaria. Fueron los campesinos quienes proporcionaron la mayoría de las tropas del Ejército rojo dirigido por Trotski.
Lo que vino después en Rusia fue la degeneración capitalista desde dentro de una revolución aislada: una contrarrevolución en nombre de la revolución. Así pudo la burguesía ocultar el "enigma" de la derrota de la revolución rusa. Si pudo hacerlo fue porque ha sido capaz de correr un tupido velo sobre un hecho histórico de la primera importancia: que hubo un levantamiento revolucionario en Alemania. El enigma es que la revolución no fue derrotada en Moscú o San Petersburgo, sino en Berlín y en el Ruhr. La derrota de la revolución en Alemania es la clave para comprender la de la revolución en Rusia. La burguesía ha ocultado esa clave, una especie de tabú histórico que respetan todos los responsables políticos de la clase dominante, porque es mejor no remover un pasado cuya comprensión podría servir a las nuevas generaciones de revolucionarios.
La existencia de luchas revolucionarias en Alemania aparece menos evidente que las luchas en Rusia, precisamente porque la burguesía derrotó a la revolución alemana en una lucha abierta. En gran medida la ocultación de los combates en Alemania no sólo sirve para alimentar la mentira de que el estalinismo sería equivalente al comunismo, sino también la de que la democracia burguesa, la socialdemocracia en particular, sería el antagonista del fascismo.
Lo que queda es un malestar difuso, sobre todo a causa de los asesinatos de Luxemburg y Liebknecht, unos asesinatos que son el símbolo mismo de la victoria de la más brutal contrarrevolución ([29]). Porque ese crimen sintetiza el de decenas de miles de otros, es un concentrado de la crueldad, de la voluntad de la victoria aplastante de la burguesía para defender su sistema. ¿Y ese crimen no fue acaso cometido bajo la dirección y el amparo de la democracia burguesa? ¿No fue el resultado de la labor conjunta entre la socialdemocracia y la extrema derecha? ¿Y no eran sus víctimas, al contrario que sus verdugos, la esencia misma de lo mejor, de lo más humano, los mejores representantes de lo que podría ser el porvenir para la especie humana? ¿Por qué, ya entonces y hoy también, quienes sentimos una responsabilidad respecto al futuro de la sociedad, nos sentimos tan afectados por esos crímenes, tan cerca de quienes fueron sus víctimas? Esos crímenes de la burguesía que le permitieron salvar el sistema hace 90 años, podrán transformarse en boomerang.
En su estudio sobre el asesinato político en Alemania, realizado en los años 1920, Emil Gumbel establece un vínculo entre esa práctica y la visión "heroica" de los defensores del orden social actual que ven la historia como el resultado de las acciones individuales: "La derecha tiene tendencia a pensar que puede eliminar a la oposición de izquierda que está animada por la esperanza de un orden económico radicalmente diferente, liquidando a sus dirigentes" ([30]). La historia es un proceso colectivo, conducido y realizado por millones de personas, y no sólo por la clase dominante que quiere monopolizar las lecciones de ese proceso.
En su estudio sobre la revolución alemana, escrito en los años 1970, el historiador "liberal" Sebastian Haffner concluía diciendo que esos crímenes siguen siendo una herida abierta y seguirán teniendo repercusiones a largo plazo.
"Hoy nos damos cuenta horrorizados de que ese episodio fue un acontecimiento históricamente determinante del drama de la revolución alemana. Al observar aquellos acontecimientos con la distancia de medio siglo, su impacto histórico ha cobrado esa extrañeza de lo impredecible que tuvo lo acontecido en el Golgotha - que, en el momento en que ocurrió, parecía que no había cambiado nada."
Y: "El asesinato del 15 de enero de 1919 fue el principio -el principio de miles de asesinatos bajo Noske en los meses siguientes, hasta los millones de asesinatos en las décadas siguientes bajo Hitler. Fueron la señal de lo que iba a ocurrir después" ([31]).
¿Podrán las generaciones actuales y futuras de la clase obrera apropiarse esta realidad histórica? ¿Es posible a largo plazo liquidar las ideas revolucionarias matando a quienes las defienden? Las últimas palabras del último artículo de Rosa Luxemburg antes de que la mataran las escribió en nombre de la revolución: "Fui, soy y seré".
Steinklopfer
[1]) Este ataque fue desbaratado por la movilización espontánea de los obreros. Ver el artículo anterior en la Revista n°136.
[2]) Citado por Klaus Gietinger: Eine Leiche im Landwehrkanal. Die Ermordung Rosa Luxemburgs ("Un cadáver en el canal Landwehr. El asesinato de Rosa Luxemburg"), p. 17, Hamburgo 2008. Gietinger, sociólogo, escritor y cineasta, ha dedicado gran parte de su vida a investigar sobre las circunstancias del asesinato de Luxemburg y Liebknecht. Su último libro - Waldemar Pabst : der Konterrevolutionär - se beneficia del punto de vista de documentos históricos obtenidos en Moscú y en Berlín-Este que completan las pruebas de la implicación del SPD.
[3]) Los demás eran el "Regimiento Reichstag" monárquico y la organización de espionaje del SPD bajo el mando de Anton Fischer.
[4]) Wilhelm Pieck fue el único en salvar la vida. No se sabe todavía hoy si logró huir él solo o si le dejaron marchar tras haber traicionado a sus camaradas. Pieck llegaría a ser, tras la Segunda Guerra mundial, presidente de la República democrática alemana (RDA).
[5]) Al autor del artículo, Leo Jogiches, lo mataron un mes más tarde también "porque se dio a la fuga"... ¡en la celda de la cárcel en que estaba preso!.
[6]) El general von Lüttwitz.
[7]) Con ocasión del 90e aniversario de aquellas atrocidades, el partido liberal de Alemania (FPD) ha propuesto que se levante un monumento en honor a Noske en Berlín. Pofalla, secretario general de la CDU, el partido de la canciller Angela Merkel, ha descrito las manejos de Noske como "una defensa valiente de la república" (citado en el diario berlinés Tagesspiegel, 11 de enero de 2009).
[8]) Gietinger, Die Ermordung der Rosa Luxemburg ("El asesinato de Rosa Luxemburg"). Ver el capítulo 74 "Jahre danach" ("74 años más tarde").
[9]) La importancia de ese hecho en Alemania la pone de relieve el escritor Peter Weiss, un artista alemán de origen judío que huyó a Suecia de la persecución nazi. Su monumental novela Die Ästhetik des Widerstands ("La estética de la resistencia") cuenta la historia del ministro sueco del Interior que durante el verano de 1917, envió a un emisario a Petrogrado, para pedir -en vano- a Kerensky, primer ministro del gobierno ruso pro-Entente (Francia e Inglaterra), que mandara asesinar a Lenin. Kerensky se negó considerando que Lenin no representaba un verdadero peligro.
[10]) Gumbel, Vier Jahre politischer Mord (Malik-Verlag Berlín, reeditado en 1980 par Wuderhorn, Heidelberg)
[11]) Ni que decir tiene que todo esto hace pensar en Auschwitz.
[12]) Por ejemplo el terrorismo de los anarquistas en Europa occidental o de los Narodniki rusos y los socialistas-revolucionarios.
[13]) Gumbel, idem.
[14]) Gumbel establece una lista en su libro. Queremos reproducirla aquí (sin intentar traducir sus nombres) para dar una idea de la importancia del fenómeno: Verband nationalgesinnter Soldaten, Bund der Aufrechten, Deutschvölkische Schutz- und Trutzbund, Stahlhelm, Organisation "C", Freikorps and Reichsfahne Oberland, Bund der Getreuen, Kleinkaliberschützen, Deutschnationaler Jugendverband, Notwehrverband, Jungsturm, Nationalverband Deutscher Offiziere, Orgesch, Rossbach, Bund der Kaisertreuen, Reichsbund Schwarz-Weiß-Rot, Deutschsoziale Partei, Deutscher Orden, Eos, Verein ehemaliger Baltikumer, Turnverein Theodor Körner, Allgemeiner deutschvölkischer Turnvereine, Heimatssucher, Alte Kameraden, Unverzagt, Deutscher Eiche, Jungdeutscher Orden, Hermansorden, Nationalverband deutscher Soldaten, Militärorganisation der Deutschsozialen und Nationalsozialisten, Olympia (Bund für Leibesübungen), Deutscher Orden, Bund für Freiheit und Ordnung, Jungsturm, Jungdeutschlandbund, Jung-Bismarckbund, Frontbund, Deutscher Waffenring (Studentenkorps), Andreas-Hofer-Bund, Orka, Orzentz, Heimatbund der Königstreuen, Knappenschaft, Hochschulring deutscher Art, Deutschvölkische Jugend, Alldeutscher Verband, Christliche Pfadfinder, Deutschnationaler Beamtenbund, Bund der Niederdeutschen, Teja-Bund, Jungsturm, Deutschbund, Hermannsbund, Adlerund Falke, Deutschland-Bund, Junglehrer-Bund, Jugendwanderriegen-Verband, Wandervögel völkischer Art, Reichsbund ehemaliger Kadetten.
[15]) Fue el general Ludendorff, que había sido prácticamente el dictador de Alemania durante la Primera Guerra mundial, el que organizó el fallido golpe llamado "Putsch de la Cervecería" en 1923 junto con Adolf Hitler.
[16]) El propio Scheidemann se convertiría en blanco de un fallido intento de asesinato por parte de la extrema-derecha que le reprochaba haber aceptado el tratado de Versalles impuesto por las potencias occidentales de la Entente.
[17]) Algo muy conocido es la admiración del que fue canciller (años 1970-80) SPD de Alemania occidental (RFA), Helmut Schmidt, por "el gran hombre de Estado" Ebert.
[18]) "Contaminada", sin embargo, por el ambiente revolucionario reinante en la capital, la mayoría de los soldados confraternizaron con la población y se dispersaron.
[19]) Tras el asesinato de Karl y de Rosa, los miembros del GKSD decían que tenían miedo a ser linchados si se les metía en la cárcel.
[20]) Durante les huelgas de masas en Berlín de enero de 1918, Scheidemann del SPD participó en una delegación de obreros enviada a negociar a la sede del gobierno. Al ser totalmente ignorados, los obreros decidieron irse. Scheidemann fue a implorar ante los responsables que recibieran a la delegación. Su rostro se "iluminó de gozo" cuando uno de ellos le hizo vagas promesas, pero la delegación no fue recibida. (Referido por Richard Müller, Del Imperio a la República).
[21]) En el fondo, los militares apreciaban mucho a Ebert y a Noske en especial. Stinnes, el hombre más rico de Alemania después de la Primera Guerra mundial puso a su yate Legien, nombre del jefe socialdemócrata de la federación sindical.
[22]) Según Gumbel, fue también la principal organizadora del golpe de Kapp.
[23]) O "socialista de Estado" como lo llamaba con entusiasmo Walter Rathenow, presidente del gigantesco complejo eléctrico AEG.
[24]) León Trotski, Historia de la Revolución rusa, cap. "Lenin llama a la insurrección"
[25]) Sesión del Comité central del P.O.S.D. (b) R. del 10 (23) octubre de 1917 (Lenin, Obras completas).
[26]) Lenin, Carta a los camaradas, escrita el 17 (30) de octubre de 1917.
[27]) Rosa Luxemburg, la Revolución rusa, "4. La Asamblea constituyente" https://www.marxists.org/espanol/luxem/index.htm.
[28]) Rosa Luxemburg, la Tragedia rusa.
[29]) Los incorregibles libérales del FDP de Berlín han sugerido que se ponga a una plaza de la ciudad el nombre de Noske, como contábamos antes. El SPD, o sea el partido de Noske, rechazó la propuesta, pero sin dar la menor explicación a un gesto de modestia, digamos atípica.
[30]) Gumbel, Ibíd.
[31]) Haffner, 1918/1919 - Eine deutsche Revolution.