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Cuando se habla de la oposición revolucionaria a la degeneración de la Revolución Rusa o a la de la Internacional Comunista, se suele entender, por lo general, que se hace referencia a la Oposición de Izquierda dirigida por Trosky y otros líderes bolcheviques. Es más, la crítica totalmente inadecuada de ambas -hecha con mucho retraso por aquéllos que jugaron un papel activo en esa degeneración- es considerada como el principio y el fin de toda oposición, tanto dentro de Rusia como de la Internacional. Sin embargo, la crítica mucho más profunda y consecuente llevada a cabo por los “Comunistas de Izquierda” bastante antes de formarse la Oposición de Izquierdas en 1923, o es ignorada o se describe como los delirios de lunáticos sectarios alejados de la “realidad”. Esta deformación del pasado es simplemente una expresión de la amplia influencia de la contrarrevolución que se impuso tras años de lucha revolucionaria que concluyeron en los años veinte. Esta manipulación de la realidad va a servir siempre a los intereses de la contrarrevolución capitalista para ocultar o deformar la historia y las tradiciones genuinamente revolucionarias de la clase obrera y sus minorías comunistas. La burguesía intenta de esta forma oscurecer la naturaleza histórica del proletariado, de la clase destinada a llevar a la humanidad al reino de la libertad.
Contra esta deformación del pasado los revolucionarios deben afirmar y examinar las luchas históricas del proletariado, no por el interés propio de los recopiladores de la historia sino porque la experiencia pasada de la clase proletaria forma parte, con sus actividades presentes y futuras, de una cadena sin solución de continuidad y porque únicamente comprendiendo el pasado se puede comprender el presente y aproximar el futuro. Pretendemos que este trabajo, sobre la Izquierda Comunista en Rusia, ayude a arrancar un capítulo importante de la historia del movimiento comunista de las deformaciones con las que ha sido narrada por la historiografía burguesa, ya sea ésta académica o izquierdista. Pero sobre todo, esperamos que ayude a aclarar algunas de las lecciones de las luchas, derrotas y victorias de la Izquierda Rusa, lecciones que tienen un papel vital en la reconstitución del movimiento comunista del presente.
“En Rusia, el problema sólo podía ser planteado. No podía ser resuelto en Rusia”. Rosa Luxemburgo: “Crítica de la Revolución Rusa”.
Durante la contrarrevolución que inundó el mundo, tras de los años revolucionarios de 1917-23, creció un mito alrededor del Bolchevismo. Lo describía como un producto específico del “atraso” ruso y de la barbarie asiática. Los sobrevivientes de las Izquierdas Comunistas alemana y holandesa, profundamente desmoralizados por la degeneración de la Internacional y la muerte de la Revolución rusa, mantuvieron una posición semi-menchevique que afirmaba que el desarrollo burgués en Rusia en los años 20 y 30 era inevitable, ya que Rusia estaba inmadura para el comunismo; al tiempo que definían el bolchevismo como una ideología de la “inteligencia” la cual buscaba solamente la modernización capitalista de Rusia y había llevado a cabo una revolución “burguesa” o “capitalista de Estado” apoyándose en un proletariado inmaduro y ocupando el lugar que le correspondía a una burguesía impotente.
Toda esa teoría era la revisión total del carácter genuinamente proletario de la Revolución rusa y del bolchevismo, y la muestra de cómo muchos comunistas de izquierda repudiaron su propia participación en el drama heroico que había comenzado en octubre de 1917. Pero como todos los mitos, éste contenía un grano de verdad. El movimiento obrero, aunque fue fundamentalmente un producto de las condiciones internacionales, contenía también rasgos específicos derivados de las particularidades nacionales e históricas. Hoy, por ejemplo, no es casual que el movimiento comunista que renace sea más fuerte en los países de Europa occidental y más débil, casi inexistente, en los países del bloque oriental. Esto es producto de la manera específica en que se han desarrollado los hechos históricos de los últimos cincuenta años y, en particular, de la manera en que la contrarrevolución capitalista se ha organizado en diferentes países. De forma similar, cuando examinamos el movimiento revolucionario en Rusia, antes y después de la insurrección de Octubre, aunque la esencia de ese movimiento únicamente se puede comprender en el contexto del movimiento obrero internacional, observamos que algunos de sus aciertos y debilidades pueden explicarse si se los relaciona con las particulares condiciones existentes en aquel periodo en Rusia.
En muchos casos, las debilidades del movimiento revolucionario ruso eran simplemente la otra cara de lo que fue su fuerza. La capacidad del proletariado ruso de orientarse muy rápidamente hacia una solución revolucionaria de sus problemas estaba determinada en gran parte por la naturaleza del régimen zarista. Autoritario, decrépito, incapaz de erigir “amortiguadores” estables contra la amenaza proletaria el sistema zarista logró que cualquier intento de defenderse que hiciese el proletariado acabara enfrentándole inmediatamente a las fuerzas represivas del Estado. Al proletariado ruso, joven pero altamente concentrado y combativo, no le fue nunca dado el tiempo ni el espacio político como para desarrollar en su seno una mentalidad reformista que le hubiera llevado a identificar la defensa de sus intereses materiales inmediatos con la sobrevivencia de su “patria”. Al proletariado ruso le era también más fácil rechazar de plano cualquier identificación con el esfuerzo de guerra zarista después de la barbarie de 1914 y ver, en la destrucción del aparato político zarista, la condición previa a su propio avance en 1917. A grandes rasgos, y sin intentar aquí establecer una conexión demasiado mecánica entre el proletariado ruso y sus minorías revolucionarias, estos elementos de fuerza del proletariado ruso fueron uno de los factores que permitieron a los bolcheviques ponerse a la cabeza del movimiento revolucionario mundial tanto en 1914 como en 1917, con su clamorosa denuncia contra la guerra y afirmando, sin compromisos, la necesidad de destruir la máquina del Estado burgués.
Pero, como ya hemos dicho, estos puntos fuertes tenían también sus debilidades y la inmadurez de este proletariado, su falta de tradiciones organizativas, la brutalidad con la que fue empujado a una situación revolucionaria,… fue dejando importantes lagunas en el arsenal teórico de sus minorías revolucionarias. Es significativo, por ejemplo, que las críticas más apropiadas y profundas a las prácticas reformistas de la social democracia y de los sindicatos, empiezan a ser elaboradas precisamente donde esas prácticas estaban más arraigadas: en países como Holanda y Alemania. Fue allí, en vez de en Rusia donde el proletariado luchaba todavía por derechos parlamentarios y sindicales, donde el peligro de los hábitos reformistas fue comprendido, desde el primer momento, por los revolucionarios. Por ejemplo, los trabajos de Anton Pannekoek y del grupo holandés Tribune, en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, contribuyeron a preparar el terreno para la ruptura radical de los revolucionarios alemanes y holandeses con las viejas tácticas reformistas, después de la guerra. Lo mismo hay que decir de la Fracción abstencionista de Bordiga en Italia. Por el contrario, los bolcheviques jamás comprendieron realmente que el período de las “tácticas” reformistas había acabado para siempre con la entrada del capitalismo en su periodo de agonía, en 1914; los bolcheviques nunca comprendieron plenamente todas las implicaciones que para la estrategia revolucionaria quedaban abiertas con la nueva época. Los conflictos sobre tácticas sindicalistas y parlamentarias que desgarraron a la Internacional Comunista después de 1920 se debieron, en gran parte, a la incapacidad del Partido ruso de comprender a fondo las necesidades del nuevo periodo. Sin embargo, esa incapacidad no estaba totalmente circunscrita al liderazgo bolchevique: se reflejaba también en el hecho de que las críticas del sindicalismo, del parlamentarismo, del sustitucionismo y de los otros rezagos socialdemócratas hechas por la Izquierda comunista rusa, nunca tuvieron el mismo nivel de claridad que las holandesas, alemanas e italianas.
Debemos matizar esta observación comprendiendo el contexto internacional de la revolución. Las debilidades teóricas del Partido bolchevique no eran definitivas, debido precisamente a que se trataba de un partido proletario genuino, abierto por lo tanto a los nuevos desarrollos y comprensiones surgidas de una lucha proletaria en su fase ascendente. Si la revolución de Octubre se hubiese extendido internacionalmente, estas debilidades se hubieran podido superar. Si las deformaciones socialdemócratas del bolchevismo acabaron por cristalizarse y convertirse en un obstáculo fundamental al movimiento revolucionario fue debido a que la revolución mundial cayó en un reflujo y el bastión proletario de Rusia acabó paralizado por su aislamiento. La rápida caída de la Internacional Comunista en el oportunismo se debió en gran parte a la influencia del Partido ruso dominante y entre otras cosas fue el resultado de los intentos bolcheviques de buscar un equilibrio entre las necesidades de sobrevivir del Estado soviético y los intereses internacionales de la revolución. Este esfuerzo se hizo tanto más contradictorio cuanto más retrocedía la ola revolucionaria; el intento fue abandonado finalmente al triunfar el “socialismo en un solo país”, que significó la muerte de la Internacional Comunista y coronó la victoria de la contrarrevolución en Rusia.
Si el tremendo aislamiento del bastión ruso fue lo que en última instancia impidió al Partido Bolchevique superar sus errores iniciales, también obstaculizó el desarrollo teórico de las fracciones de la Izquierda Comunista que se separaron del Partido ruso en degeneración. La Izquierda rusa, aislada de las discusiones y de los debates que aun mantenían las fracciones de Izquierda en Europa y sometida a la represión implacable de un Estado cada vez más totalitario, tendía a hacer una crítica formal de la contrarrevolución rusa y rara vez llegó a discernir las raíces profundas de la degeneración. La absoluta novedad y la rapidez que acompañaron a la experiencia rusa iban a dejar a una generación entera de revolucionarios en una confusión total sobre lo que allí había pasado. Fue en las décadas de los 30 y 40 cuando, entre las Fracciones comunistas que habían sobrevivido a la degeneración, empieza a aparecer un enfoque coherente de lo ocurrido. Pero a esa comprensión llegaron sobre todo los revolucionarios de Europa y de América; la Izquierda rusa estaba demasiado metida y apegada a la totalidad de aquella experiencia como para elaborar un análisis global y sobre todo objetivo del fenómeno.
Por tanto, no podemos sino coincidir con el análisis que de la Izquierda comunista han hecho los camaradas de Internationalism:
“La contribución que ha perdurado de estos pequeños grupos que trataban de comprender la nueva situación, no ha sido la de captar en su totalidad el proceso del capitalismo de Estado desde sus comienzos, ni tampoco la de presentar un programa totalmente coherente con el que relanzar la revolución. No, su contribución radica en que dieron la alarma, en que estuvieron entre los primeros que, proféticamente, denunciaron el establecimiento de un régimen de capitalismo de Estado. Su legado al movimiento obrero está en haber dejado la prueba política de que el proletariado ruso no sucumbió en silencio.” (J. Allen: “Una contribución a la cuestión del capitalismo de Estado” en Internationalism, n° 6).
¿QUÉ ES LA IZQUIERDA COMUNISTA?
Las ideas que presentan a los bolcheviques como a los partidarios del capitalismo de Estado y de la dictadura del Partido, y a los comunistas de Izquierda como a los verdaderos defensores del poder obrero y de la transformación comunista de la sociedad, aceptan que hay un abismo infranqueable ente los dos. Estas ideas son un aspecto más del mito sobre el bolchevismo “atrasado” y “burgués”. Semejante concepción tiene un atractivo especial para los consejistas y libertarios que desean identificarse solamente con lo que les gusta del movimiento obrero y desechan las experiencias reales de la clase cuando descubren sus defectos. En la realidad existe sin embargo una continuidad entre lo que era el bolchevismo en sus orígenes y lo que eran los comunistas de Izquierda en los años 20 y después. Los propios bolcheviques habían estado en la extrema izquierda del movimiento socialdemócrata anterior a la Gran Guerra, debido especialmente a su firme defensa de la coherencia en materia de organización y a su defensa de la necesidad de un partido revolucionario, libre de todas las tendencias reformistas y confusionistas del movimiento obrero hasta entonces[1].
Su posición en la guerra de 1914-18 (y sobre todo la posición de Lenin y de quienes la defendían en el seno del partido) fue la más radical de todas las posiciones anti-bélicas del movimiento socialista: “transformar la guerra imperialista en guerra civil”. Su llamada a la destrucción del Estado burgués en 1917, hizo de los bolcheviques el centro reagrupador de las minorías revolucionarias más intransigentes del mundo. Los “Radicales de Izquierda” en Alemania, en torno a los cuales se constituyó el núcleo del Partido Obrero Comunista de Alemania (KAPD) en 1920, se inspiraron directamente en el ejemplo de los bolcheviques, especialmente cuando éstos llamaban a la creación de un nuevo partido revolucionario, en total oposición a los social-patriotas del Partido Socialista de Alemania (SPD)[2]. De alguna manera, los Bolcheviques y la Internacional Comunista (fundada en buena medida por iniciativa suya) representaban la “Izquierda” y acabaron siendo el movimiento comunista. El comunismo de Izquierda surgió orgánicamente del movimiento comunista inicial, dirigido por los bolcheviques y la I.C.; aunque hay que entender su surgimiento como resultado de su reacción contra la degeneración y el abandono, por parte de esa vanguardia, de lo que defendió en sus orígenes.
Esto aparece claro cuando examinamos los orígenes de la Izquierda comunista en Rusia. Todas las fracciones de Izquierda rusas provienen del Partido Bolchevique. Esto es prueba en sí del carácter proletario del bolchevismo. Una expresión viva de la clase obrera, de la única clase que puede hacer una crítica despiadada y continua de su propia práctica, el Partido bolchevique engendró continuamente fracciones revolucionarias. En cada etapa de su degeneración, se alzaron en su seno voces de protesta; grupos que se formaban dentro del Partido o rompían con él para denunciar las traiciones contra el programa original del Bolchevismo. Sólo cuando el Partido fue finalmente enterrado por sus sepulteros estalinistas, estas fracciones dejaron de surgir de él. Los comunistas de Izquierda rusos eran todos bolcheviques; fueron ellos los que defendieron la continuidad con aquel bolchevismo de los heroicos años de la revolución; mientras que quienes les calumniaron, persiguieron y ejecutaron, sin importarles lo prestigioso que fueran sus nombres, eran los que rompieron con la esencia del verdadero bolchevismo.
LA IZQUIERDA COMUNISTA DURANTE LOS AÑOS HEROICOS DE LA REVOLUCIÓN: 1918-21
Los primeros meses
El Partido Bolchevique fue en realidad el primero de los partidos del movimiento obrero constituidos tras la Guerra que produjeron una “izquierda”. Esto se debe precisamente a que fue el primer Partido que dirigió una insurrección victoriosa contra el Estado burgués. La concepción que existía en el movimiento obrero de entonces era la de que el papel del partido era organizar la toma del poder para asumir el timón del gobierno en el nuevo “Estado proletario”. De acuerdo con esta concepción, estaba claro que el carácter proletario del Estado estaba asegurado porque Éste estaba en manos de un Partido proletario que trataría de llevar a la clase obrera al socialismo. El carácter fundamentalmente erróneo de esta doble o triple sustitución (partido-Estado; Estado-clase; partido-clase) quedará desvelado en los años que siguieron a la revolución. El trágico destino de los bolcheviques fue ese precisamente: poner en práctica los errores teóricos del movimiento obrero en su conjunto y demostrar, con esa experiencia negativa, la falsedad absoluta de las concepciones mencionadas. Toda la vergüenza y las traiciones relacionadas con el Bolchevismo derivan del hecho de que la revolución nació y murió en Rusia y de que el Partido Bolchevique, al identificarse con el Estado que acabaría siendo el agente interno de la contrarrevolución, se transformó él mismo en el organizador de la muerte de la revolución.
Si la revolución hubiese estallado y degenerado en Alemania, y no en Rusia, es posible que los nombres de R. Luxemburgo y de K. Liebknecht causaran ahora las mismas reacciones ambiguas o equívocas que suscitan Lenin, Trotsky, Bujarin y Zinóviev. Se debe en última instancia a la gran epopeya que emprendieron los Bolcheviques el que los revolucionarios de hoy puedan decir sin titubeos que la tarea del Partido no es tomar el poder en nombre de la clase y que los intereses de la clase no son idénticos a los del Estado surgido de la revolución. Es también totalmente cierto que para que los revolucionarios puedan afirmar esas verdades, tan aparentemente sencillas, han sido necesarios muchos años de dolorosa reflexión autocrítica.
El Partido Bolchevique empezó a degenerar desde el momento en que “se hizo cargo” del Estado soviético, en Octubre 1917. No fue de golpe, ni tampoco una caída ininterrumpida. Mientras la revolución mundial seguía al orden del día, la degeneración no era irreversible. Pese a todo, el proceso general de degeneración comenzó inmediatamente. Mientras el Partido fue capaz de actuar libremente, como la fracción más resuelta de la clase, lo fue también de señalar la manera de profundizar y de extender la lucha de clases; pero la toma del poder por los Bolcheviques frenó cada vez más su capacidad para identificarse con y participar en la lucha de clase del proletariado. En adelante, las necesidades del Estado iban a prevalecer sobre las necesidades de la clase; y aunque esta dicotomía estaba al principio escondida por la intensidad misma de la lucha revolucionaria era, no obstante, la expresión de una contradicción intrínseca y fundamental entre la naturaleza del estado y la naturaleza del proletariado: las necesidades de un estado son esencialmente las de conservar la sociedad tal como está, conteniendo la lucha de clases dentro de una situación que se corresponde con el status quo social; mientras que las necesidades del proletariado -y por tanto de su vanguardia comunista- no pueden ser otra cosa que la extensión y la intensificación de la lucha de clases hasta la demolición de todas las condiciones existentes. Mientras el movimiento revolucionario de la clase, en Rusia y en el mundo, se mantuvo en ascenso, el Estado soviético podía ser usado para resguardar las conquistas de la revolución, ser un instrumento en manos de la clase revolucionaria; pero tan pronto el movimiento real de la clase desaparece, el status quo defendido por el Estado no pudo ser otro que el statu quo del capital. Esta era la tendencia general pero en realidad las contradicciones entre el proletariado y el nuevo estado empezaron a aparecer inmediatamente debido a la inmadurez de la clase y de los Bolcheviques -reflejada ésta en su actitud hacia el Estado- y, sobre todo, porque las consecuencias del aislamiento de la revolución rusa empezaron a causar estragos en el nuevo bastión proletario, desde su nacimiento. Enfrentados a un número de problemas que sólo podían solucionarse a escala internacional -dentro de Rusia, la organización de una economía devastada por la guerra, las relaciones con una enorme masa campesina en Rusia,… y en el exterior, un mundo capitalista que le era absolutamente hostil- los Bolcheviques no contaban con la experiencia que les hubiera permitido, al menos, tomar medidas para minimizar las consecuencias nefastas de estos problemas.
En realidad, las medidas que tomaron tendían a complicar los problemas en vez de a resolverlos y la gran mayoría de los errores cometidos provenían del hecho de que los bolcheviques, habiéndose situado a la cabeza del Estado, se sentían cargados de razón para identificar los intereses proletarios con los del Estado soviético; peor aún, para subordinar los primeros a los segundos.
Aunque ninguna fracción comunista en Rusia pudo en esos tiempos hacer una crítica fundamental de estos errores sustitucionistas -una debilidad que marcó a toda la Izquierda rusa-, una oposición revolucionaria a la política inicial del Estado se formó pocos meses después de la toma del poder. Esta oposición tomó la forma de un grupo de comunistas de izquierda, alrededor de Osinsky, Bujarin, Rádek, Smirnov y otros, organizado principalmente en el Buró Regional del Partido en Moscú, que publicaban el periódico fraccional “Kommunist”. Esta oposición, de inicios de 1918, fue la primera fracción bolchevique organizada que criticó los intentos del Partido de disciplinar a la clase obrera. Pero la originalidad del grupo de Comunistas de Izquierda fue su oposición a firmar al tratado de Brest-Litovsk con el imperialismo alemán.
Este no es lugar adecuado para iniciar un estudio detallado del tema Brest-Litovsk pero resumiremos: el debate principal era entre Lenin y los Comunistas de Izquierda (con Bujarin a la cabeza) que apoyaban la guerra revolucionaria contra Alemania y denunciaron el Tratado de paz como una “traición” a la revolución mundial. Lenin defendió la firma del Tratado como un medio de obtener “un espacio para respirar” mientras que reorganizaban la capacidad militar del Estado soviético. Los Izquierdistas insistían diciendo que:
“Aceptar las condiciones dictadas por los imperialistas alemanes sería un acto contrario a toda nuestra posición de socialismo revolucionario; nos llevaría a abandonar la línea correcta del socialismo internacional en lo que concierne a la política tanto doméstica como exterior y nos podría conducir a uno de los peores tipos de oportunismo”. (Citado por Robert Daniels en: “La Conciencia de la Revolución”.1960.)
Aunque aceptaban que el Estado soviético, debido a su debilidad técnica, era incapaz de librar una guerra convencional contra el imperialismo alemán, llamaban a una estrategia de agotamiento del ejército alemán con ataques de guerrillas hechos por destacamentos móviles de partisanos rojos. Confiaban que esta “guerra santa” contra el imperialismo alemán serviría de ejemplo al proletariado y lo incentivaría para unirse a la lucha.
No queremos adentrarnos en un debate retrospectivo sobre las posibilidades estratégicas del poder soviético en 1918. Debemos aclarar, no obstante, que tanto Lenin como los Comunistas de Izquierda reconocían que en última instancia la única esperanza del proletariado radicaba en la extensión mundial de la Revolución; uno y otros, situaban sus preocupaciones y sus acciones dentro de un marco internacionalista y ambos daban abiertamente a conocer sus argumentos ante el proletariado ruso organizado en soviets. Consideramos por lo tanto inadmisible calificar de “traición” a la revolución mundial y al internacionalismo la firma del Tratado de paz. Como se vio después, tampoco significó el colapso de la revolución en Rusia o en Alemania, como temía Bujarin. De cualquier modo, estas consideraciones estratégicas eran hasta cierto punto imponderables. Uno de los aspectos políticos más importantes surgidos en el debate de Brest-Litovsk es el siguiente: ¿Es la “guerra revolucionaria” el principal medio de extender la revolución? ¿Tiene el proletariado que ha tomado el poder en una región la tarea de exportar la revolución al proletariado mundial, a punta de bayoneta? Las observaciones hechas por la Izquierda Italiana sobre la cuestión de Brest-Litovsk son significativas a este respecto:
“De las dos tendencias del Partido Bolchevique que se enfrentaron por lo de Brest-Litovsk, la de Lenin y la de Bujarin, nos parece que la primera estaba más en concordancia con las necesidades de la revolución mundial. La posición de la fracción dirigida por Bujarin, que mantenía que la función del Estado proletario era liberar a los obreros de otros países a través de la “guerra revolucionaria”, está en contradicción con la naturaleza misma de la revolución proletaria y con las tareas históricas del proletariado.” (“Partido-Estado-Internacional: el Estado Proletariado”, Bilan n° 18 -abril/mayo 1935).
Contrariamente a la revolución burguesa, que podía ser exportada por medio de conquistas militares, la revolución proletaria depende de la lucha consciente del proletariado de cada país contra su propia burguesía:
“La victoria de un Estado proletario contra un Estado capitalista (en el sentido territorial del término) no significa en ningún modo la victoria de la revolución mundial” (ibid).
El avance del Ejército Rojo en Polonia en 1920, que sólo consiguió empujar a los obreros polacos a los brazos de su propia burguesía, es una prueba de que las victorias militares de un bastión proletario no pueden remplazar la acción política consciente del proletariado mundial. Concluyendo: la extensión de la revolución es, primero y ante todo, una tarea política. La fundación de la Internacional Comunista en 1919 es por tanto una contribución mucho más grande a la revolución mundial que cualquier “guerra revolucionaria”.
La firma del tratado de Brest-Litovsk, su ratificación por el Partido y los Soviets y el deseo ferviente de la izquierda de evitar una ruptura en el Partido sobre esta cuestión fue lo que acabó con la primera fase de la actividad de los Comunistas de Izquierda. Una vez que el Estado soviético pudo “respirar a gusto”, los problemas inmediatos a los que tuvo que hacer frente el Partido fueron los de la organización de la economía rusa devastada por la guerra. Quien más contribuyó a clarificar la cuestión de los peligros a que se enfrenta el bastión revolucionario fue el grupo de los Comunistas de Izquierda, con sus valiosas observaciones. Bujarin, el ferviente partisano de la “guerra revolucionaria”, no estaba muy interesado en criticar la política de la mayoría bolchevique tocante a la organización interna del régimen; por lo que la mayor parte de las críticas más serias a la política doméstica del liderazgo Bolchevique fueron hechas por Osinsky que se reveló como una figura de oposición mucho más coherente que Bujarin.
En los primeros meses de 1918, los líderes Bolcheviques intentan resolver el desorden económico en Rusia de una manera superficialmente “programática”. En un discurso ante el Comité Central Bolchevique (publicado con el título: “Las tareas inmediatas del poder soviético”) Lenin llama a la formación de trusts de Estado, a los que podrían incorporarse los expertos burgueses y los propietarios, aunque bajo la supervisión del Estado “proletario”. A cambio, los obreros debían aceptar el sistema Taylor de “gestión científica” de la producción (denunciado en su día por el propio Lenin como esclavitud del hombre por la máquina), y la “gestión personal” en las fábricas: “la revolución requiere... precisamente en interés del socialismo que las masas obedezcan incondicionalmente a la voluntad única de los dirigentes del proceso de producción”.
Todo esto significaba que el movimiento de Comités de fábricas que se había propagado como un reguero de pólvora desde febrero de 1917 debía ser frenado, las expropiaciones hechas por esos comités no debían ser alentadas, su creciente autoridad en las fábricas debía quedar reducida a una simple función de “control” y tendrían que transformarse en apéndices de los sindicatos -que eran instituciones mucho más manejables y que ya estaban incorporadas al nuevo aparato estatal-.
La dirección Bolchevique presentó esta política como la mejor manera, para el régimen revolucionario, de evitar el peligro de caos económico y racionalizar la economía en la perspectiva de la construcción definitiva del socialismo cuando la revolución mundial se hubiera extendido. Lenin llamó francamente a este sistema “capitalismo de Estado”, que significaba para él el control del Estado proletario sobre la economía capitalista en interés de la revolución.
En una polémica contra los Comunistas de Izquierda (“El Infantilismo izquierdista y la mentalidad pequeño burguesa”) Lenin arguye que semejante sistema de capitalismo de Estado sería un claro avance en un país atrasado como Rusia, donde el principal peligro de la contrarrevolución lo constituía la masa fragmentada, arcaica y pequeño burguesa del campesinado. Esta posición fue aceptada por los Bolcheviques como un “credo”, fe que les impidió ver que la contrarrevolución internacional se estaba expresando primordialmente a través del Estado y no de los campesinos.
Los Comunistas de Izquierda, que temían que la revolución degenerase en un sistema de “relaciones económicas pequeño burguesas” (“Tesis sobre la situación actual”, Kommunist n° 1 -abril 1918. Y R. Daniels: “Historia documental de la Revolución”), también compartían la convicción de la dirección de que la nacionalización realizada por el Estado “proletario” era una medida verdaderamente socialista. De hecho, los Comunistas de Izquierda pedían su extensión a toda la economía. Es evidente que ellos no podían ser totalmente conscientes del peligro que significaba el “capitalismo de Estado” pero, basándose en un fuerte instinto de clase, vieron rápidamente los peligros contenidos en un sistema que pretendía organizar la explotación de los obreros en interés del “socialismo”. La advertencia profética de Osinsky [Obolenski] es ahora bien conocida:
“Nosotros no apoyamos la concepción: “construcción del socialismo bajo la gestión de los trusts”. Al contrario, defendemos el punto de vista de la construcción de una sociedad proletaria por la creatividad de clase de los trabajadores mismos, no por los decretos de los “capitanes de industria”... tenemos confianza en el instinto de clase, en la iniciativa activa de clase del proletariado. No puede ser de otra manera. Si el proletariado no es capaz de crear los requisitos necesarios para la organización socialista del trabajo, nadie lo hará en su lugar, y nadie le obligará a hacerlo. El bastón que es esgrimido contra los obreros, deberá estar en las manos de una fuerza emanada bien de otra clase social bien del proletariado. Si ese bastón llega a caer en las manos de los soviets contra los obreros, el poder de los soviets se verá obligado a apoyarse en otra clase (el campesinado por ejemplo), negándose así como dictadura del proletariado. Una de dos, o el socialismo y la organización socialista del trabajo son establecidos por el proletariado mismo o no lo serán. Se establecerá algo totalmente diferente, o sea, “el capitalismo de Estado”. (“Sobre la Construcción del Socialismo”, Kommunist, N° 2, abril 18. También en: R. Daniels (Ibídem).
Contra esta amenaza, los comunistas de Izquierda proponían el control obrero de la industria a través de un sistema de Comités de fábrica y de “Consejos de economía”. Ellos definían su propio papel como el de una “oposición proletaria responsable” constituida dentro del partido para impedir que el Partido y el régimen soviético se “desvíen” hacia el “desastroso camino de la política pequeño burguesa” (“Tesis sobre la situación actual”).
Las advertencias de las Izquierdas contra estos peligros no se limitaban al plano económico sino que tenían profundas ramificaciones políticas; se puede demostrar esto con otra advertencia que hicieron contra el intento de imponer la disciplina laboral desde arriba:
“Bajo la política de administrar empresas basándose en la amplia participación de capitalistas y en la centralización semiburocrática, es natural que se combine una política laboral encaminada a instaurar la disciplina en los obreros hablando de “autodisciplina”, a introducir el trabajo obligatorio (tal programa había sido propuesto ya por bolcheviques de derechas), el pago por piezas realizadas, aumento de la jornada laboral, etc.,... La forma de administración gubernamental tendrá así que desarrollarse en el sentido de la centralización burocrática, hacia el reino de los “comisarios”, hacia la supresión de la independencia de los consejos locales y en la práctica al rechazo del “Estado-comuna” administrado por la base”. (“Tesis sobre la situación actual”).
La defensa de los comités de fábrica, de los soviets, y de la actividad autónoma de la clase obrera hecha por Kommunist era importante no porque diera soluciones a los problemas económicos de Rusia o fórmulas para la construcción inmediata del comunismo en Rusia. La Izquierda había expresado abiertamente que “el socialismo no puede ser puesto en práctica en un solo país y menos aún en un país ’atrasado’ ” (Ver: L. Schapiro, “El origen de la autocracia comunista”, 1955). La imposición de disciplina laboral por el Estado, la incorporación de los órganos proletarios autónomos en el aparato estatal, eran sobre todo golpes contra la dominación política de la clase obrera rusa. Como la CCI ha señalado con frecuencia[3], el poder político de la clase es la única garantía real para el éxito de la revolución. Y este poder político sólo puede ser ejercido por los órganos de masas de la clase –por sus comités, por sus asambleas de fábrica, sus consejos y sus milicias. Al socavar la autoridad de estos órganos, la política de la dirección Bolchevique presentaba un grave peligro para la revolución misma. Las señales de peligro observadas tan pertinentemente por los Comunistas de Izquierda en los primeros meses de la Revolución se volverían aún más serias durante el siguiente período de guerra civil. En efecto, este período determinaría de muchas maneras el destino final de la revolución en Rusia.
a) La guerra civil
El período de guerra civil en Rusia de 1918-1920 pone en evidencia fundamentalmente los inmensos peligros a los que se enfrenta un baluarte proletario si éste no es inmediatamente reforzado por los destacamentos de la revolución mundial. Debido a que la revolución no arraigó fuera de Rusia, el proletariado ruso tuvo que luchar prácticamente solo contra los ataques de la contrarrevolución blanca y sus aliados imperialistas. En términos militares, la heroica resistencia de los obreros rusos fue victoriosa pero políticamente hablando; el proletariado ruso emerge, de la guerra civil, diezmado, exhausto, fragmentado y más o menos privado de cualquier control real sobre el Estado soviético. En su ardor por ganar la lucha militar los bolcheviques aceleraron el declive del poder político de la clase obrera, militarizando, cada vez más, la vida social y económica. Si bien la concentración de todo el poder efectivo en los altos mandos del aparato estatal permitió que la lucha militar fuera librada de una manera implacable y efectiva, esto socavó aún más los verdaderos centros de la revolución: los órganos unitarios de masas de la clase. La burocratización del régimen soviético, que ocurrió durante este período, se iba a tornar irreversible con el reflujo sufrido por la revolución mundial después de 1921.
Con el inicio de las hostilidades, en 1918, se produjo un “cerrar filas” general en el Partido Bolchevique, ya que todos reconocían la necesidad de la unidad de acción contra el peligro externo. El grupo Kommunist, cuya publicación había dejado de aparecer después de haber sido severamente perseguidos por la dirección del Partido, dejó de existir y su núcleo original se dispersó en dos direcciones, presionado por la guerra civil. Una tendencia, expresada por Rádek y Bujarin, aplaudió las medidas económicas impuestas por la guerra civil con un entusiasmo descarado. Para ellos, las nacionalizaciones a gran escala, la supresión de las formas comerciales y monetarias, las requisas a los campesinos, medidas del “Comunismo de Guerra”, representaban una verdadera ruptura con la fase anterior de “capitalismo de Estado” y constituían un gran avance hacia genuinas relaciones comunistas de producción. Bujarin escribió incluso un libro, “Teoría económica del período de transición”, donde explicaba que la desintegración económica y aún el trabajo forzado eran estadios preliminares inevitables en la transición al comunismo. Sin duda, Bujarin trataba de demostrar “teóricamente” que Rusia bajo el comunismo de guerra, que había sido adoptado simplemente como un conjunto de medidas urgentes para enfrentar una situación desesperada, era una sociedad en transición hacia el comunismo. Bolcheviques como Bujarin, que fueron Comunistas de Izquierda, estaban dispuestos a abandonar sus críticas anteriores a la gestión personal y a la disciplina laboral, porque para ellos el Estado soviético ya no estaba tratando de hacer compromisos con el capital doméstico y estaba actuando resueltamente como un órgano de transformación comunista. En su “Teoría Económica del Período de Transición” Bujarin sostenía que el reforzamiento del Estado soviético y su creciente absorción de la vida social y económica representaban un paso decisivo hacia el comunismo:
“La estatalización de los sindicatos y, en la práctica, de todas las organizaciones de masas del proletariado resulta de la lógica interna del proceso de transformación mismo. La más pequeña célula del aparato de producción debe transformarse para apoyar el proceso general de organización que está siendo conducido y planificado por la voluntad colectiva de la clase obrera, que se materializa en la organización que corona la sociedad, que lo abarca todo: en su poder de Estado. Por lo tanto, el sistema de capitalismo de Estado se transforma dialécticamente en su contrario, en la forma estatal de socialismo obrero”. (“Teoría Económica del Período de Transición”. Citado por R. Daniels. Ibídem).
Con semejantes ideas Bujarin invirtió “dialécticamente” el razonamiento marxista según el cual el movimiento hacia la sociedad comunista se caracteriza por un debilitamiento progresivo, por una desaparición paulatina del aparato estatal. Bujarin era todavía un revolucionario cuando escribía esto; pero entre su teoría de un “comunismo estatalizado y contenido totalmente dentro de una nación” y la teoría estalinista del “socialismo en un sólo país” hay una innegable continuidad.
Mientras Bujarin hacía las paces con el Comunismo de Guerra, aquellos Izquierdistas que habían sido más consecuentes en su apoyo a la democracia obrera continuaron defendiendo este principio contra la creciente militarización del régimen. En 1919 el grupo Centralismo Democrático se formó con Osinsky, Saprónof y otros. Ellos continuaron protestando contra el principio de la “gestión personal” en la industria y continuaron abogando por el principio “colectivo” o “colegial” como “el arma más fuerte contra la compartimentación y la asfixia burocrática del aparato soviético” (“Tesis sobre el principio colegial y la autoridad individual”). Aunque reconocían la necesidad de usar especialistas burgueses en la industria y el ejército, los “cedemistas” también afirmaban la necesidad de poner a estos especialistas bajo el control de la base: "nadie se opone a la necesidad de usar a los “especialistas” –el debate es sobre cómo usarlos” (Saprónof, en R. Daniels: “La Conciencia de la Revolución”). Al mismo tiempo, los cedemistas protestaban contra la pérdida de iniciativa sufrida por los soviets locales, y sugerían una serie de reformas para el resurgimiento de los soviets como órganos efectivos de democracia obrera. Fueron posiciones como estas las que condujeron a ciertos críticos a decir que los cedemistas estaban más interesados en la democracia que en el centralismo. Al final los cedemistas abogaban por la restauración de las prácticas democráticas en el Partido. En el IX Congreso del PCR, en septiembre de 1920, los cedemistas atacaron la burocratización del Partido, la creciente concentración de poder en manos de una pequeña minoría. Es indicativo de la influencia que estas críticas todavía podían ejercer en el Partido, el hecho de que el Congreso terminó votando a favor de un manifiesto que llamaba vigorosamente a hacer “criticas desarrolladas de las instituciones centrales y locales del partido”, y a rechazar “cualquier forma de represión contra camaradas por tener ideas diferentes”. (“Resolución sobre las nuevas tareas en la construcción del Partido” del IX Congreso del Partido)
En general, la actitud de los cedemistas hacia el régimen soviético en un período de guerra civil se puede resumir en las palabras de Osinsky presentadas en ese mismo Congreso:
“La consigna clave que nosotros debemos proclamar para el momento actual es la unificación de las tareas militares, de las formas militares de organización y de los métodos administrativos por medio de la iniciativa creativa de los obreros conscientes. Si bajo la bandera de las tareas militares se empieza a imponer el burocratismo, vamos a dispersar nuestras propias fuerzas y no vamos a poder cumplir nuestras tareas”. (Citado por R. Daniels en su “Historia Documental del Comunismo”).
Algunos años después, el comunista de Izquierda Miasnikov diría esto sobre el grupo “Centralismo Democrático”:
“Este grupo tenía una Plataforma sin valor teórico real alguno. El único punto que atraía la atención de todos los grupos y del Partido era su lucha contra la centralización excesiva. Es ahora cuando podemos ver en esta lucha un intento, no muy preciso todavía, del proletariado para desalojar a la burocracia de las posiciones que acababa de conquistar en la economía. El grupo pereció de “muerte natural”, sin ejercerse sobre él ninguna violencia”. (“El obrero Comunista”, 1929. Un periódico francés cercano al KAPD).
Las críticas de los cedemistas eran inevitablemente imprecisas porque representaban una tendencia nacida cuando el Partido Bolchevique y la revolución estaban todavía muy vivas; de manera que su crítica al Partido era más bien un llamamiento a su democratización, a que fuese más igualitario,… En otras palabras, estaban condenados a que las críticas quedaran restringidas al nivel de la práctica organizativa más que al de las posiciones políticas fundamentales.
Muchos de los militantes de Centralismo Democrático también participaron en la Oposición Militar , que se formó por un breve período, en marzo 1919. Las necesidades de la guerra civil forzaron a los Bolcheviques a crear una fuerza de lucha centralizada, el Ejército Rojo, compuesta no sólo de obreros sino además de reclutas del campesinado y de otras capas sociales. Este ejército empezó a ajustarse muy rápidamente al modelo jerarquizado establecido en el resto del aparato estatal. La elección de oficiales fue abandonada rápidamente por ser “políticamente inútil y técnicamente ineficaz” (L. Trotsky, en su artículo “Trabajo, Disciplina y Orden”. 1920). La pena de muerte por negarse a obedecer la orden de ¡Fuego!, el saludo militar y las formas especiales de dirigirse a los oficiales fueron restablecidas; las jerarquías y los rangos reforzados, especialmente con el nombramiento de antiguos oficiales zaristas para altos mandos del ejército.
La Oposición Militar, cuyo principal portavoz era Vladimir Smirnof, se constituyó para luchar contra la tendencia a reorganizar el Ejército Rojo al modo y manera de un típico ejército burgués; no se oponía a la creación del Ejército Rojo en sí, ni al uso de “especialistas” militares pero estaba contra la jerarquización y la disciplina excesivas y por asegurarle al ejército una orientación con la que no se desviase de los principios bolcheviques. La dirección del Partido les acusó falsamente de querer desmantelar el ejército a favor de un sistema de destacamentos partisanos más adaptado a las guerras campesinas. Como en otras muchas ocasiones, los dirigentes Bolcheviques sólo concebían una única alternativa a lo que ellos llamaban “organización estatal proletaria”: la descentralización pequeño burguesa, anarquista. En efecto, los Bolcheviques confundían con frecuencia las formas burguesas de centralización jerárquica con el centralismo y la autodisciplina desde la base, que son distintivos del proletariado. En cualquier caso, las reclamaciones de la Oposición Militar, fueron rechazadas y el grupo se disolvió rápidamente. La estructura jerárquica del Ejército Rojo, junto al desmantelamiento de las milicias de fábrica, iba a permitir su utilización como fuerza represiva contra el proletariado desde 1921 en adelante.
Pese a la persistencia de tendencias de oposición en el Partido durante el período de guerra civil, la necesidad de unirse contra el ataque de la contrarrevolución actuó como fuerza aglutinadora tanto dentro del Partido como en todas las clases y capas sociales que apoyaban el régimen soviético contra los Blancos. Las tensiones internas del régimen fueron madurando durante este período y acabaron saliendo a la luz cuando las hostilidades cesaron y el régimen tuvo que hacer frente a las tareas de reconstrucción de un país devastado. Las discrepancias sobre cómo debía afrontar el régimen soviético la nueva etapa aparecieron en 1920-21 con rebeliones campesinas, descontento en la marina, huelgas obreras en Moscú y Petrogrado, y culminaron en el levantamiento obrero de Kronstadt en marzo de 1921. Estos antagonismos se expresaron inevitablemente dentro del propio Partido. La Oposición Obrera fue, en los traumáticos años de 1920-21, el foco central de la discrepancia política dentro del Partido Bolchevique.
b) La Oposición Obrera
En el X Congreso del Partido -marzo de 1921, estalló una controversia sobre la cuestión sindical, que se fue agudizando a partir del momento en que acaba la guerra civil. Aparentemente era un debate sobre el papel de los sindicatos en la dictadura del proletariado, pero en realidad el debate reflejaba problemas más graves, sobre el futuro del régimen soviético y el de sus relaciones con la clase obrera.
A grandes rasgos, había tres posiciones en el Partido: la de Trotsky, que apoyaba la total absorción de los sindicatos por el “Estado obrero”, donde tendrían la tarea de estimular la productividad del trabajo; la de Lenin, quien decía que los sindicatos todavía tenían que actuar como órganos defensivos de la clase, incluso contra el Estado obrero ya que , señalaba él, este Estado sufría de “deformaciones burocráticas”; y, finalmente, la del grupo Oposición Obrera, que defendía la gestión de la producción por los sindicatos industriales, independientes del Estado soviético. Aunque el marco general de este debate era profundamente inadecuado, la Oposición Obrera expresaba de manera confusa y titubeante no sólo la antipatía del proletariado hacia la burocracia y los métodos militares, que eran ya la marca del régimen, sino también las esperanzas de la clase obrera de que mejorasen las cosas una vez que los rigores de la guerra civil habían cesado.
Los líderes de la Oposición Obrera provenían en su mayoría del aparato sindical, aunque parece que contaban también con el considerable apoyo de la clase obrera en las zonas del Sudeste de la Rusia Europea y en Moscú, especialmente entre los metalúrgicos. Schliápnikov y Medvedev, dos de los líderes del grupo, eran obreros del metal. Pero la figura más famosa entre ellos era Alexandra Kolontai, quien redactó el texto programático de la Oposición Obrera, y un “Proyecto de Tesis sobre la cuestión sindical” que fue presentado por el grupo al X Congreso. Todas las fuerzas y debilidades del grupo se vislumbraban en ese texto, que comenzaba afirmando:
“La Oposición Obrera salió de las entrañas del proletariado industrial de la Rusia Soviética y se ha fortalecido no sólo a causa de las condiciones intolerables de vida y trabajo que padecen siete millones de proletarios industriales, sino también por las vacilaciones, oscilaciones y contradicciones de nuestra política gubernamental e incluso por sus desviaciones de la línea de clase clara y consecuente del programa comunista.” (A. Kolontai: “La Oposición Obrera”)
Kolontai prosigue describiendo las terribles condiciones económicas a las que se enfrentaba el régimen soviético acabada la guerra civil, y llama la atención sobre el crecimiento de una casta burocrática cuyos orígenes no eran la clase obrera sino la “intelligentsia”, el campesinado, los restos de la vieja burguesía, etc... Este estrato social había venido a dominar cada vez más el aparato soviético y el propio Partido, infectándolos de “carrerismo” y espíritu de trepa y de un ciego desdén hacia los intereses proletarios. Para la Oposición Obrera el Estado soviético mismo no era un auténtico órgano proletario sino una institución heterogénea obligada a mantener el equilibrio entre las distintas clases y estratos de la sociedad rusa. Kollontai insistía en que la manera de asegurar que la revolución se mantuviera fiel a sus metas originales no era confiando la dirección a tecnócratas no proletarios y a órganos socialmente mixtos del Estado, sino contando con la actividad y el poder creador de las propias masas trabajadoras:
“Los líderes de nuestro Partido han perdido de vista lo que es evidente para cualquier obrero, que es imposible decretar el Comunismo. El comunismo sólo puede crearse por un proceso de investigación práctica, con errores tal vez, pero sólo con la capacidad creadora de la clase obrera misma.” (Kolontai. Ibídem)
Estas observaciones generales de Oposición Obrera eran muy perspicaces en muchos aspectos, pero el grupo fue incapaz de contribuir con más y por mucho tiempo fuera de lo que eran estas generalidades. Las propuestas concretas que ellos adelantaron como solución a la crisis de la revolución se basaban en una serie de errores fundamentales, lo que expresa el enorme atolladero que tenía ante sí el proletariado ruso en aquella coyuntura.
Para Oposición Obrera, los órganos que expresaban los auténticos intereses de clase del proletariado no eran otros sino los sindicatos, o más bien los sindicatos industriales. La tarea de construir el comunismo debía, en consecuencia, ser confiada a los sindicatos:
“La Oposición Obrera reconoce en los sindicatos a los gestores y creadores de la economía comunista”. (Kolontai. Ibídem)
De tal manera que, mientras los comunistas de izquierda en Alemania, Holanda y otros países denunciaban a los sindicatos como uno de los principales obstáculos en el camino de la revolución proletaria, la Izquierda en Rusia los ensalzaba como los ¡órganos potenciales para la transformación comunista! Los revolucionarios en Rusia parecían tener grandes dificultades para comprender que los sindicatos ya no podían desempeñar ninguna tarea útil para el proletariado, en la época de la decadencia del capitalismo. Aunque la aparición de comités de fábrica y de consejos en 1917 significó la muerte de los sindicatos como órganos de lucha de la clase obrera, ninguno de los grupos de Izquierda en Rusia lo había comprendido verdaderamente, ni antes ni después de la aparición de Oposición Obrera. En 1921, cuando Oposición Obrera caracterizaba a los sindicatos como la columna vertebral de la revolución, los auténticos órganos de la lucha revolucionaria, los comités de fábrica y los consejos obreros (soviets) ya habían sido castrados. En el caso de los Comités de fábrica, fue su incorporación a los sindicatos después de 1918 lo que les eliminó definitivamente como órganos de clase. La capacidad de tomar decisiones pasó a manos de los sindicatos que, pese a las buenas intenciones de sus defensores, no podían devolver el poder al proletariado en Rusia. De haberse presentado un proyecto así, en realidad hubiera significado simplemente la transferencia del poder de una rama del Estado a otra.
El programa de Oposición Obrera para la regeneración del Partido nació viciado. Explicaba que el creciente oportunismo en el partido era debido pura y simplemente al influjo de elementos no proletarios. Para ellos, si se hacía una purga obrerista contra los miembros que no eran obreros, el Partido podría volver a su buen cauce proletario y si el Partido estuviese formado mayoritariamente de proletarios “puros” y de manos callosas, todo iría bien. Esta “solución” a la degeneración del Partido eludía totalmente la cuestión. El oportunismo del Partido no era debido al personal que lo formaba sino que era una reacción a las presiones y tensiones surgidas frente a él, al tener que mantenerse en el poder en circunstancias cada vez más desfavorables. Dado que estaba ya en marcha un período de reflujo de la revolución, cualquiera que hubiera tenido las riendas del poder se hubiera vuelto un “oportunista”, por muy puro que fuese su “pedigree” obrero. Bordiga señalaba en una ocasión que los obreros tendían a menudo a ser los peores burócratas. Pero la Oposición Obrera jamás se opuso a la concepción de que el Partido debía controlar el Estado para garantizar que éste continuara siendo un instrumento del proletariado:
“El Comité Central de nuestro Partido debe transformarse en el centro supremo de nuestra política de clase, en el órgano del pensamiento comunista y del control permanente de la política real de los soviets y en la encarnación moral de los principios de nuestro programa.” (Kolontai. Ibídem)
La incapacidad de la Oposición obrera para comprender la dictadura del proletariado como algo distinto de la dictadura del partido les llevó a hacer enardecidos votos de lealtad al Partido cuando, en pleno X Congreso, Kronstadt se sublevaba. Eminentes líderes de la Oposición Obrera llegarían incluso a demostrarlo en la práctica, poniéndose a la cabeza de las tropas de asalto que atacaron la guarnición de Kronstadt. Al igual que las otras fracciones de Izquierda en Rusia, no comprendieron en absoluto la importancia de la sublevación de Kronstadt, que fue la última lucha de masas de los obreros rusos para intentar restaurar el poder soviético. Haber ayudado a reprimir la revuelta no salvó a la Oposición Obrera de ser condenada como una “desviación anarquista, pequeño burguesa”, y sus miembros tachados de elementos “objetivamente” contrarrevolucionarios, al final del Congreso.
La prohibición de “fracciones” en el Partido, en el X Congreso, asestó un tremendo golpe a la Oposición Obrera
Confrontados a la perspectiva de un trabajo ilegal, clandestino, la Oposición mostró su incapacidad para mantener su resistencia al régimen. Unos pocos de sus miembros siguieron luchando durante los años 1920, unidos a otras fracciones ilegales; otros simplemente claudicaron. La misma Kolontai acabó como leal servidora del régimen estalinista. En 1922 el periódico comunista de izquierda inglés, The Workers Dreadnought se refería a los “líderes sin principios y faltos de espíritu de la tal “Oposición Obrera” (Workers Dreadnought. Julio 1920-22). Ciertamente, el programa del grupo carecía de firmeza. Pero esto no era debido a la falta de coraje de sus miembros; se debía a lo difícil que era para los revolucionarios rusos romper con el Partido que había sido el espíritu motor de la revolución. Para muchos comunistas sinceros desafiar las premisas del Partido significaba la nada, el vacío. Este apego al Partido -tan profundo que acabaría volviéndose una barrera contra la defensa de los principios revolucionarios- iba a ser aún más pronunciado en la Oposición de Izquierda que surgió después.
Otra razón que explica la debilidad de las críticas de Oposición Obrera al régimen era la casi total falta de perspectiva internacional. Si bien las más fogosas fracciones de Izquierda en Rusia sacaban su fuerza de una clara comprensión de que el único aliado del proletariado ruso y de su minoría revolucionaria era la clase obrera mundial, el programa de Oposición de Izquierda se basaba en la búsqueda de soluciones encuadradas totalmente dentro del Estado ruso.
La preocupación central de Oposición Obrera era: “¿Quién desarrollará los poderes creativos en el plano de la construcción económica?” (Kolontai). La tarea primordial que ellos adjudicaban a la clase obrera rusa era la construcción de una “economía comunista” en Rusia. Su preocupación respecto del problema de la gestión de la producción, la preocupación de crear unas llamadas “relaciones comunistas” de producción en Rusia demostraban la total falta de comprensión de un punto fundamental: El comunismo no puede ser creado en un bastión aislado. El mayor problema al que se enfrentaba la clase obrera rusa era el de la extensión mundial de la revolución y no la “reconstrucción económica” de Rusia.
Aunque el texto de Kolontai critica “que el comercio exterior con estados capitalistas se realice pasando por encima de los obreros rusos y extranjeros organizados”, la Oposición Obrera compartía la tendencia, que se iba reforzando en la dirección bolchevique, a situar los problemas domésticos de la economía rusa en primer plano, en detrimento de la extensión de la revolución a nivel mundial. El que las dos tendencias hayan defendido posiciones divergentes sobre la reconstrucción económica es lo menos importante cuando se ve que las dos tendían a coincidir en la concepción de que Rusia podía replegarse sobre sí misma por un período indeterminado sin traicionar los intereses de la revolución mundial.
La perspectiva, exclusivamente “rusa”, de la Oposición Obrera, se notaba en su fracaso para establecer lazos firmes con la Oposición Comunista fuera de Rusia. Pese a que el texto de Kolontai fue sacado clandestinamente de Rusia por un miembro del KAPD y publicado por estos y por el Workers Dreadnought, Kolontai se arrepintió pronto de haberlo permitido e ¡intentó que se le devolviera el documento! La Oposición de Izquierda no planteó verdaderas críticas a la política oportunista adoptada por la I.C. -aprobó las 21 condiciones de Admisión de la I.C.- ni tampoco intentó buscar aliados en la oposición a la I.C “en el extranjero”, pese a la obvia simpatía del KAPD y de otros por la Oposición Obrera En 1922, hicieron un último llamamiento al IV Congreso de la I.C., pero limitaron su protesta a cuestiones relativas a la burocracia del régimen y a la falta de libre expresión para los grupos comunistas disidentes, en Rusia. De cualquier modo, recibieron escasa atención por parte de una Internacional que ya había expulsado a muchos de sus mejores elementos y que se preparaba para aprobar la infame táctica del frente único. Al poco de ese llamamiento, los bolcheviques formaron una comisión especial para investigar las actividades de la Oposición Obrera
Esta comisión concluiría diciendo que el grupo constituía una “organización facciosa ilegal” y la represión que siguió puso rápidamente fin a casi todas las actividades del grupo[4]. Oposición Obrera tuvo la mala fortuna de haber sido lanzada al escenario político cuando el Partido, que atravesaba profundas convulsiones, pronto haría imposible toda actividad opositora legal en Rusia. Al tratar de balancearse en los dos columpios: el del trabajo fraccional legal en el Partido y el de la oposición clandestina al régimen, la Oposición Obrera cayó en el vacío; de entonces en adelante, la antorcha de la resistencia proletaria sería llevada por otros luchadores más resueltos e intransigentes.
C.D. Ward
1. Aunque Oposición Obrera dejó de existir a partir de 1922 su nombre, y el de Centralismo Democrático reaparecen continuamente, relacionados a la actividad clandestina, hasta finales de los años 30; lo que parece demostrar que, algunos de los elementos que formaron parte de ellos, combatieron hasta su último aliento
2.cf. “La degeneración de la revolución rusa” y “Lecciones de Kronstadt” en Revista Internacional, nº 3
3. Los mismos bolcheviques engendraron tendencias de extrema izquierda durante el período anterior a la Primera Guerra; en particular los maximalistas, que criticaban la táctica parlamentaria de la organización bolchevique tras la revolución de 1905. Pero, teniendo en cuenta que aquel debate tuvo lugar en la época en que terminaba la fase ascendente del capitalismo, no entraremos ahora a analizar aquellas posiciones. La Izquierda comunista, por el contrario, es un producto específico del movimiento obrero en la época de la decadencia; la Izquierda Comunista tiene su origen en la crítica de la estrategia comunista “oficial” de la Internacional Comunista en su origen, crítica que intentaba definir las tareas revolucionarias del proletariado en el nuevo período.
4. Vean: “Lecciones de la Revolución Alemana”, en Revista Internacional, n° 2