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Editorial
La difícil reanudación de la lucha de la clase
En Oriente Próximo, la paz entre Israel y la OLP está apareciendo como lo que es: la continuidad de una guerra que nunca ha cesado en esta parte del mundo. Oriente Próximo, campo de batalla de los grandes intereses imperialistas desde la Iª Guerra mundial, lo seguirá siendo mientras siga existiendo el capitalismo mundial al igual que todas las demás regiones en las que no han cesado nunca las guerras abiertas o larvadas. En la antigua Yugoslavia la guerra continúa. Ahora hasta hay luchas dentro de cada uno de los campos, entre serbios, croatas y entre musulmanes. La explicación «étnica» dada para esta guerra ha quedado trágicamente cuestionada por los últimos combates. Los medios de comunicación han preferido no hablar mucho de ellos. Con el pretexto de «derecho a la independencia» de los «pueblos», Yugoslavia se convirtió en siniestro campo de experiencia de los nuevos enfrentamientos entre grandes potencias provocados por la desaparición de los antiguos bloques imperialistas. Tampoco allí habrá vuelta atrás mientras el capitalismo tenga las manos libres para llevar a cabo su política diplomático-guerrera en nombre de la ayuda «humanitaria». En Rusia la situación sigue empeorando. El naufragio económico y la inestabilidad política que ya han arrastrado a partes enteras de la ex URSS a guerras sangrientas afecta ahora al corazón mismo de Rusia. El riesgo de extensión de un caos «a la yugoslava» es muy real. Tampoco allí tiene el capitalismo más perspectiva que guerras y más guerras. Guerras y crisis, descomposición social, ése es el «porvenir» que el capitalismo ofrece a la humanidad en esta última década del milenio.
En los países «desarrollados», centro neurálgico de ese sistema de terror, de muerte y de miseria que es el capitalismo mundial, las luchas obreras han vuelto a surgir desde hace algunos meses, tras cuatro años de retroceso y pasividad. Esas luchas, inicio de una movilización obrera contra unos planes de austeridad de una brutalidad desconocida desde la IIª Guerra mundial, llevan en sí el germen de la única posibilidad de respuesta a la decadencia y descomposición del modo de producción capitalista. Con todos sus límites, han sido ya un paso en el combate de clase, una lucha masiva e internacional del proletariado, única perspectiva para poner freno a los ataques contra las condiciones de existencia, la miseria y las guerras que están hoy asolando el planeta.
El desarrollo de la lucha de clases
Desde hace ahora varios meses, se han venido multiplicando las huelgas y las manifestaciones en los principales países de Europa del Oeste. Se ha roto la calma social que reinaba desde hace cuatro años.
La brutalidad de los despidos y de las bajas de salarios y todas las demás medidas de acompañamiento han provocado por todas partes el incremento de un descontento que, en varias ocasiones, se ha plasmado en una combatividad reencontrada, una voluntad expresa de luchar, de no resignarse frente a las amenazas de los ataques contra las condiciones de vida de la clase obrera.
Y aunque por todas partes, los movimientos siguen estando muy encuadrados por los sindicatos, no por ello dejan de ser un momento importante de la lucha de clase. El que en todos los países, los sindicatos llamen a jornadas de manifestación y a huelgas es un síntoma del auge de la combatividad en las filas obreras. Los sindicatos, por el lugar que ocupan en el Estado capitalista como guardianes del orden social para el capital nacional, perciben claramente que la clase obrera no está dispuesta a aceptar pasivamente esos ataques contra sus condiciones de existencia y toman la delantera. Encerrando y canalizando las reivindicaciones en el corporativismo y el nacionalismo, desviando la voluntad de luchar hacia atolladeros, los sindicatos despliegan una estrategia para con ella hacer abortar el desarrollo de la lucha de la clase. Y esa estrategia es, en negativo, el signo de que una verdadera reanudación de la lucha de la clase está en ciernes a escala internacional.
La reanudación de la combatividad obrera
Los últimos meses de 1993 han estado marcados por huelgas y manifestaciones en Bélgica, Alemania, Italia, Gran Bretaña, Francia y España.
Han sido las huelgas y manifestaciones en Alemania[1] al principio del otoño las que han dado la salida. Todos los sectores estuvieron afectados por la fuerte oleada de descontento. Los sindicatos se vieron obligados a hacer maniobras de envergadura en los principales sectores industriales. Organizaron, por ejemplo, una manifestación de 120 000 obreros de la construcción el 28 de octubre en Bonn y «negociaron» la semana de 4 días con disminución de salarios en Volkswagen.
En Italia, donde los primeros signos de reanudación internacional de la lucha se manifestaron ya en septiembre del 92, con una movilización importante contra el plan del gobierno Amato y contra los sindicatos oficiales firmantes de dicho plan, se han multiplicado las huelgas y las manifestaciones desde septiembre de 1993. Al estar tan desprestigiadas, las grandes centrales sindicales han entregado el relevo a las organizaciones sindicalistas de base. El 25 de septiembre, 200 000 personas se manifestaron convocadas por las «coordinadoras de consejos de fábrica». El 28 de octubre, 700 000 personas participaron en las manifestaciones organizadas en el país y la huelga de 4 horas de ese día fue seguida por 14 millones de asalariados. El 16 de noviembre fue la manifestación de 500 000 asalariados del sector de la construcción. El 10 de diciembre se desarrollaron manifestaciones de los metalúrgicos de Fiat en Turín, Milán y Roma.
En Bélgica, el 29 de octubre recorrieron Bruselas 60 000 manifestantes convocados por la FTGB sindicato socialista. El 15 de noviembre se organizan huelgas rotativas en los transportes públicos. El 26 noviembre, calificado de «viernes rojo» por la prensa burguesa, la huelga general contra el plan global del primer ministro ha sido la huelga más importante desde 1936, convocada por los dos grandes sindicatos, la FTGB y el cristiano la CSC, que paralizó el país entero.
En Francia, en octubre, fue la huelga del personal de tierra de la compañía Air France y después toda una serie de manifestaciones y huelgas localizadas sobre todo en los transportes públicos, el 26 de noviembre. En Gran Bretaña se pusieron en huelga 250 000 funcionarios el 5 de noviembre. En España, el 17 de noviembre tuvo lugar una manifestación de metalúrgicos en Barcelona contra el plan de despidos en las fábricas SEAT. El 25 de noviembre se organiza una gran jornada de manifestaciones sindicales en todo el país contra el «pacto social» del gobierno, la baja de salarios, de las pensiones, de los subsidios de desempleo, en la cual participan decenas de miles de personas en Madrid, Barcelona y en todo el país.
El blackout o la censura por omisión
En cada país la propaganda mediática de prensa, radio y televisión lo hace todo por ocultar los acontecimientos que interesan a la clase obrera. Y lo hacen de manera que los acontecimientos que ocurren en otros países no sean casi nunca tratados. Si algunos periódicos hacen mención breve de huelgas y manifestaciones, la llamada prensa «popular» y la televisión ejercen el oportuno blackout. Por ejemplo, casi nada se ha mencionado de las huelgas y manifestaciones ocurridas en Alemania en los media de otros países. Y cuando la realidad de la «agitación social» no puede ser ocultada, cuando se trata de acontecimientos nacionales, cuando se trata de maniobras de la burguesía que le sirven en su propaganda o cuando la importancia de lo ocurrido se impone a la «información», ésta se presenta como algo específico a esta o aquella empresa, como algo «típico» de tal o cual sector, como algo propio de tal o cual país. Son siempre las reivindicaciones más corporativistas y nacionalistas de los sindicatos las que se mencionan. O, también, hacen llenar las pantallas con algaradas espectaculares y estériles, con enfrentamientos minoritarios con las fuerzas del orden como los de Francia cuando el conflicto de Air France o en Bélgica cuando el «Viernes rojo».
Y sin embargo, detrás de la ocultación o de la deformación de la realidad, es la misma situación la que fundamentalmente prevalece en todos los países desarrollados, especialmente en Europa occidental y que es la base de la reanudación de las luchas de la clase. La multiplicación de las huelgas y las manifestaciones es ya de por sí la señal de la reanudación de la combatividad obrera, del descontento creciente contra la baja del nivel de vida que se extiende cada día más a todas las capas de la población, y contra el desempleo masivo.
Ese desarrollo de la lucha de clases no es más que un principio. Y se enfrenta a las dificultades propias del período histórico actual.
Las dificultades de la clase obrera frente a la estrategia sindical y política
La clase obrera está volviendo a luchar tras un período de reflujo de los combates obreros, un período que ha durado casi cuatro años.
La mentira estalinismo igual a comunismo sigue pesando
El proletariado quedó primero desorientado por las campañas ideológicas sobre el «fin del comunismo» y «el fin de la lucha de clases», campañas machacadas hasta la saciedad desde la caída del muro de Berlín en 1989. Esas campañas han presentado la muerte del estalinismo como «fin del comunismo», atacando directamente la conciencia latente en la clase obrera sobre la necesidad y la necesidad de luchar por otra sociedad. Usando y abusando de la mayor mentira del siglo, identificando la forma estaliniana de capitalismo de Estado al comunismo, la propaganda de la burguesía ha desorientado a la clase obrera. En su gran mayoría, ésta ha percibido el hundimiento del estalinismo como la imposibilidad de instaurar otro sistema diferente del capitalismo. En lugar de esclarecer la conciencia de clase sobre la naturaleza capitalista del estalinismo, el final de éste ha permitido en cierto modo dar mayor credibilidad a la mentira de la naturaleza «socialista» de la URSS y de los países del Este. Un profundo reflujo en la conciencia de la clase obrera, que se estaba liberando lentamente del peso de esa mentira, gracias a sus luchas desde finales de los años 60, ha vuelto a producirse desde la caída del muro, lo cual explica el más bajo nivel de huelgas y manifestaciones obreras nunca visto en Europa del Oeste desde la II Guerra mundial.
Sigue perdurando la confusión que desde hace tantas décadas ha reinado en la clase obrera sobre su propia perspectiva, el comunismo, mentirosamente asimilado a la contrarrevolución capitalista del bestial estalinismo. Y sigue siendo propalada por la propaganda tanto por las fracciones de la burguesía que denuncian el «comunismo» para ponderar los méritos de la «democracia» liberal o socialista como por las fracciones que defienden las «conquistas socialistas» de la barbarie estalinista, los partidos «comunistas» y las organizaciones trotskistas[2].
Todas las ocasiones son buenas para alimentar la confusión. Cuando los enfrentamientos en Moscú de octubre de 1993 entre el gobierno de Yeltsin y los «rebeldes del Parlamento», la propaganda no cesó de presentar a los diputados «conservadores» como «los verdaderos comunistas» (insistiendo que naturalmente sólo pueden entenderse con los fascistas), volviendo una y otra vez a hacer más espeso el humo ideológico sobre el «comunismo», utilizando esta vez el cadáver del estalinismo para una vez más bombardear su mensaje contra la clase obrera. Los llamados partidos comunistas y las organizaciones trotskistas, por su parte, tras la desilusión que están provocando los estragos de la crisis en la ex URSS y en los ex países «socialistas», están volviendo a levantar la voz defendiendo lo buenas que eran las «conquistas socialistas»[3]...antes del «retorno del capitalismo».
La mentira que es asimilar el estalinismo al comunismo, que oculta la verdadera perspectiva del comunismo, va a seguir siendo alimentada por la burguesía. Sólo podrá la clase obrera superar ese obstáculo a su toma de conciencia cuando sea capaz de poner al desnudo, en la práctica de sus luchas, el papel contrarrevolucionario y capitalista del estalinismo y de sus epígonos «desestalinizados» que pululan por los sindicatos, organizaciones de la izquierda del capital.
El peso del sindicalismo
Las promesas de un «nuevo orden mundial» que iba a abrir una «nueva era de paz y de prosperidad» bajo la dirección del capitalismo «democrático» también han contribuido al reflujo de la lucha de la clase, de la capacidad de la clase obrera para responder a los ataques contra sus condiciones de existencia.
La guerra del Golfo en 1991 echó por los suelos las «promesas de paz», siendo un factor de esclarecimiento de las conciencias sobre la naturaleza de esa «paz» según el capitalismo «triunfante», pero a la vez generó un sentimiento de impotencia que aniquilaba la combatividad obrera.
Hoy, la crisis económica y la generalización de los ataques a las condiciones de vida que acompañan a esa crisis, empuja al proletariado a emerger lentamente de la pasividad que ha imperado en sus filas. El auge de la combatividad significa que esas promesas de «prosperidad» no se las cree nadie. Los hechos están ahí. El capitalismo no puede ofrecer más que miseria. Los sacrificios aceptados no son sino el preámbulo a más sacrificios. La economía capitalista está enferma, y son los trabajadores quienes pagan.
La reanudación actual de la lucha de clases está, pues, marcada por dos aspectos a la vez; por un lado, la confusión persistente en la clase obrera sobre la perspectiva general de sus luchas, a escala histórica, la perspectiva del comunismo de que es portadora y, por otro lado, la conciencia de la necesidad de luchar contra el capitalismo.
Por eso, la característica principal de esta reanudación es el control por parte de los sindicatos de las luchas actuales, la práctica ausencia de iniciativas autónomas por parte de los obreros, el débil rechazo del sindicalismo. Si no se desarrolla en la conciencia, aunque sea de modo difuso, la posibilidad de echar abajo el capitalismo, la combatividad se agota en sí misma. Si queda limitada a reivindicar en el marco impuesto por el capitalismo, la combatividad se encierra en el terreno propio del sindicalismo. Por eso, hoy, los sindicatos están logrando arrastrar a los obreros fuera de su terreno de clase:
– formulando reivindicaciones en un marco corporativista, en el de la defensa de la economía nacional, en detrimento de las reivindicaciones comunes a todos los obreros;
– «organizando» «acciones» que sólo sirven a desahogar el descontento, haciendo creer a la clase obrera que es la única manera de luchar por sus reivindicaciones, cuando en realidad es llevada a atolladeros, enrolada en acciones aisladas, y eso cuando no la pasean en procesiones inofensivas para el Estado.
Una burguesía que se prepara al enfrentamiento...
Salvo raras excepciones, como cuando el inicio del movimiento de los mineros del Ruhr en Alemania, en septiembre, todos los movimientos que se han desarrollado han sido encuadrados y «organizados» por los sindicatos. Sin olvidar alguna que otra acción llevada a cabo por el sindicalismo de base, más radical, desarrollada bajo la mirada condescendiente de las grandes centrales, cuando no han sido éstas las que han organizado su propia «crítica»[4] mediante ciertas formas de sindicalismo radical. Toda esta capacidad de maniobra de esos órganos de encuadramiento del capital en el seno de la clase obrera ha sido posible gracias, primero, al bajo nivel de conciencia en la clase obrera sobre la función que desempeñan los sindicatos en el sabotaje de las luchas y, segundo, a la estrategia que lleva preparando la burguesía sobre las «consecuencias sociales de la austeridad», o sea y dicho claramente del peligro de la lucha de clases.
Pues mientras que el proletariado tiene dificultades para reconocerse como clase, para tomar conciencia de su ser, la burguesía no tiene, en cambio, dificultad alguna para ver el peligro que representan las luchas obreras, las huelgas, las manifestaciones. La clase dominante conoce, por experiencia, el peligro de la lucha de la clase para el capitalismo, a lo largo de toda su historia y especialmente durante las oleadas de luchas que ha tenido que encuadrar, contener y enfrentar a lo largo de estos veinticinco últimos años[5]. Con las medidas especialmente drásticas que va a tener que tomar en medio de la tormenta económica actual, la burguesía lo hace todo por planificar sus ataques, incluso prever las reacciones de hastío y cólera, y la combatividad que necesariamente van a provocar.
No es pues de extrañar que, del mismo modo que la burguesía escogió el momento en que se desataron las luchas obreras en la Italia de septiembre de 1992 para así desahogar prematuramente al proletariado de ese país, evitándose así contagios en otros países europeos[6], la mayoría de los movimientos actuales dependen de un modo u otro de un calendario sindical. Por un lado las «jornadas de acción», por otro la tabarra con los «ejemplos», como el de Air France o el «Viernes rojo» en Bélgica, todo ello programado en gran medida por el aparato político y sindical de la clase dominante, para «soltar presión» en la clase obrera. Y eso, además, en acuerdo con los «socios» de los demás países.
Con el mazazo de medidas antiobreras, en un contexto de desorientación política e ideológica, el peso de las ilusiones sindicalistas y el cuidado que la burguesía pone en su estrategia, explican por qué la combatividad no ha hecho retroceder en ningún sitio a los ataques antiobreros. Y además, el proletariado está también soportando la presión de la descomposición social. El ambiente de individualismo obtuso que se respira va en contra de la necesidad de desarrollar la lucha colectiva y la solidaridad, favoreciendo las maniobras de división del sindicalismo. La burguesía utiliza su propia descomposición para volver sus efectos contra la toma de conciencia del proletariado.
... y utiliza la descomposición
La descomposición que está gangrenando la sociedad burguesa, en la que impera la mentira y el sucio trapicheo por sacar tajada de un pastel cada vez más reducido, empuja a la clase dominante al sálvese quien pueda.
Los escándalos y los diversos casos que se han producido en el mundo político, financiero, industrial, deportivo o nobiliario, según los países, no sólo son una mascarada para periódicos sensacionalistas. Son, al fin y al cabo, el resultado de la agudización de las rivalidades en el seno de la clase dominante. Hay sin embargo algo que pone de acuerdo a todos esos altos círculos de la «sociedad» en lo que a los diferentes «casos» se refiere, y es la enorme publicidad recurrente que se hace en torno a ellos para así ocupar al máximo el campo visual de la información.
Italia, con su operación «manos limpias» se ha convertido en ejemplo de antología. De puertas afuera, la operación debe servir para moralizar y sanear la vida pública y el comportamiento de los políticos. En realidad, de lo que se trata es de un ajuste de cuentas entre diferentes fracciones de la burguesía, entre los diversos clanes del aparato político, esencialmente entre las tendencias pro-EEUU, cuyo más fiel servidor ha sido durante cuarenta años la Democracia cristiana, y las tendencias favorables a una alianza con el eje franco-alemán[7].
En otros países, como en Gran Bretaña, sacan a relucir el culebrón de la familia real. En Francia también, el escándalo Tapie y otros folletines político-mediáticos son los asuntos tratados sistemáticamente en primera plana de la «actualidad». La verdad es que a nadie le importa un rábano esas historias. Pero ése es precisamente el objetivo: cuanto menos información, mejor y, en filigrana, el mensaje de la clase dominante «la política, incluso la que nosotros hacemos, es algo asqueroso, basta con mirar las pantallas de televisión»; eso si por casualidad se les ocurriera a los obreros ocuparse ellos mismos de política.
Las campañas «humanitarias», para «dar cobijo al extranjero» en Alemania, o «acoger a un niño de Sarajevo» en Gran Bretaña, o la insistencia en torno a los asesinatos cometidos por niños en Gran Bretaña o en Francia, son también ilustraciones de cómo utiliza la descomposición la ideología dominante para así mantener un sentimiento de impotencia y de miedo, desviar la atención de los verdaderos problemas económicos, políticos y sociales.
Lo mismo ocurre con el uso sistemático de las imágenes de guerra, como en Oriente Próximo o en la ex Yugoslavia, en donde los intereses imperialistas son ocultados, imágenes que hacen surgir un difuso sentimiento de culpabilidad, que inducen a aceptar las condiciones de explotación en los países en «paz».
Las perspectivas de la lucha de clases
Todas las dificultades de la lucha de clases no significan ni mucho menos que los combates estén perdidos de antemano y que de ellos nada se pueda sacar. Muy al contrario, el despliegue de la estrategia concertada de la burguesía internacional contra la clase obrera, aunque sea un obstáculo para el despliegue de las luchas, también es el signo de una tendencia real a la movilización y a la combatividad, como también una tendencia a la reflexión sobre lo que hoy está en juego.
Es más «por defecto» que por adhesión si los obreros se entregan a los sindicatos. Y esto no tiene nada que ver con lo que ocurría en los años 30, cuando miles de obreros se afiliaban entusiastas a esas organizaciones de encuadramiento al servicio del capital, lo cual no era sino el resultado de la derrota histórica de la clase obrera. También es más «por defecto» que por adhesión a la política de la burguesía si el proletariado tiene tendencia todavía a seguir a los partidos de la izquierda del capital que se pretenden «obreros», contrariamente a los años 30 cuando la adhesión entusiasta a los frentes populares (que era la otra vertiente a la sumisión al nacionalsocialismo o al estalinismo).
La descomposición y su uso por la burguesía vienen a completar las maniobras sindicales en el terreno social (las de los sindicatos oficiales o las de sus apéndices «de base») para poner barreras a la combatividad y entorpecer la toma de conciencia de la clase obrera. Pero la crisis económica y los ataques a las condiciones de vida son un fuerte antídoto contra todas esas maniobras. Y en ese terreno ha empezado a responder la clase obrera. Estamos en los inicios de un largo período de luchas. La repetición de las derrotas sobre las reivindicaciones económicas, por muy dolorosa que sea, también es portadora de reflexión profunda sobre los medios y los fines de la lucha. La movilización obrera lleva en sí esa reflexión. La burguesía no se equivoca: de repente, una «crítica del capitalismo» hecha por... el Papa, es publicada con todo lujo de detalles, y vuelven a aparecer intelectuales que publican artículos en «defensa del marxismo» y demás. El objetivo de ese tipo de iniciativas es hacer frente al peligro que representaría la reflexión en la clase obrera y por la clase obrera.
A pesar de las dificultades, las condiciones históricas actuales señalan un camino que va hacia enfrentamientos de clase entre proletariado y burguesía. La reanudación de la combatividad de aquél es hoy el primer paso en ese camino.
Les incumbe a las organizaciones revolucionarias participar activamente en la reflexión y en el desarrollo de la acción de la clase obrera. En las luchas deberán denunciar sin descanso la estrategia de división y de dispersión, rechazar las reivindicaciones corporativistas, gremiales, sectoriales y nacionalistas, oponerse a los métodos de «lucha» de los sindicatos, que no son sino maniobras para «mojar la pólvora». Deben defender la perspectiva de una lucha general de la clase obrera, la perspectiva del comunismo. Deberán recordar las experiencias de las luchas pasadas, recordar que la clase obrera deberá aprender a controlar con sus propias fuerzas sus luchas, mediante sus asambleas generales, con sus delegados elegidos y revocables por esas mismas asambleas. Deberán defender cada vez que sea posible, la extensión de las luchas por encima de las barreras sectoriales. Deberán impulsar y animar círculos de discusión y comités de lucha en los que todos los trabajadores puedan discutir del porvenir, de los objetivos y de los medios de la lucha de la clase, desarrollar su comprensión de la relación de fuerzas entre proletarios y burguesía, de la naturaleza del combate que abre la perspectiva hacia enfrentamientos de clase de gran amplitud en los años venideros.
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12 de diciembre de 1993
[1] Ver Revista internacional nº 75.
[2] En cuanto al anarquismo, que presenta al estalinismo como resultado del «marxismo», ya ha dado muestras, a pesar de su «radicalismo», que se ha unido a la burguesía. En su variante anarco-sindicalista, como sindicalismo que es, está unido al Estado burgués. En su variante política, es la expresión de la pequeña burguesía.
[3] En Francia, el grupo trotskista Lutte ouvrière ha llevado a cabo una gran campaña de carteles por toda Francia para denunciar el «retorno al capitalismo» en la ex URSS y llamar a la defensa de las pretendidas «conquistas».
[4] Tanto la manifestación en Italia convocada por las «coordinadoras» como las barricadas en las pistas de los aeropuertos de París durante la huelga de Air France.
[5] Tanto más porque quienes dirigen el Estado hoy pertenecen a la generación que tenía 20 años en 1968. Es una generación muy experta en lo «social». Puede ponerse como ejemplo que, en Francia, Mitterrand está rodeado de antiguos «izquierdistas» de Mayo del 68, y que el primer gran servicio que Chirac prestó a su clase fue el haber organizado, en pleno Mayo 68, reuniones secretas entre el gobierno de Pompidou y la CGT para preparar los acuerdos que iban a enterrar el movimiento.
[6] Sobre las luchas en Italia 1992, ver Revista internacional nos 71 y 72.
[7] Sobre Italia, ver Revista internacional nº 73.