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La terrible tragedia obrera de España 1936, que aún hoy se presenta cínicamente como «la revolución social española», o como «una gran experiencia revolucionaria», marcaba al contrario, a través del aplastamiento tanto ideológico como físico (más de un millón de muertos entre 1931 y 1939 en España) de las últimas fuerzas vivas del proletariado europeo, el triunfo de la contra-revolución. Esta masacre fue un ensayo general, que abría las puertas al desencadenamiento de la guerra imperialista mundial.
Los años 1930 a 39 son los años de la preparación de la guerra, que se lleva a cabo sobre las cenizas de la oleada revolucionaria que surgió contra la Iª Guerra mundial. En todo el mundo el proletariado es doblegado, derrotado, atenazado al capitalismo –que lo desvía de su terreno de clase a través de la falsa alternativa “fascismo-democracia”- y sometido a la histeria nacionalista que lo lleva inexorablemente a la guerra.
Al mismo tiempo, tras la muerte de la Internacional Comunista concretizada por la proclamación del “socialismo en un solo país”, prácticamente casi todas las organizaciones obreras en plena degeneración, pasan al campo de la burguesía o tienden a desagregarse completamente. Los “partidos comunistas” se convierten en correas de transmisión de “la defensa de la patria socialista” a las órdenes de la contra-revolución estalinista. Las únicas voces que se hacen oír a contracorriente y se mantienen firmemente en posiciones de clase, como “BILAN” (órgano entre 1933 y 1938 de la Izquierda Comunista de Italia en el extranjero) son las de un puñado de revolucionarios.
España 1936: La izquierda desvía la lucha obrera y somete al proletariado al Estado burgués
España, donde subsistía una fracción del proletariado mundial que aún no había sido aplastada porque este país no había participado en la Iª Guerra mundial, va a convertirse en el centro de una vasta maniobra de la burguesía unida para llevar a los obreros a abandonar su terreno de clase y desviarlos al terreno capitalista de una batalla exclusivamente militar e imperialista.
Por su situación geopolítica de puerta de Europa, cerrando por una parte un lado del Mediterráneo y abriendo las rutas del Atlántico y África de otro, España constituía el terreno ideal en que las tensiones imperialistas exacerbadas por la crisis iban a afirmarse, sobre todo de parte del imperialismo alemán y del italiano, que buscaban asegurarse una posición de fuerza en el Mediterráneo y acelerar el curso a la guerra.
Además, las estructuras arcaicas de este país, profundamente sacudidas por el desencadenamiento de la crisis económica mundial del capitalismo en los años 30, ofrecían un terreno favorable para desviar la lucha obrera. De esta forma se mantuvo el mito de una «revolución democrático burguesa» que los obreros tendrían que llevar a cabo, para embarcarlos tras la alternativa «república contra monarquía» que preparaba el terreno para la lucha «antifascismo contra fascismo».
Tras la dictadura militar de Primo de Rivera, instaurada en 1923 y que contaba con la colaboración activa del sindicato socialista, UGT, la burguesía española elaboró en agosto de 1930, el “Pacto de San Sebastián”, al que se asocian los dos grandes sindicatos, UGT y CNT, éste último dominado por los anarcosindicalistas, que establecía preventivamente las bases de una “alternativa republicana” al poder monárquico. Después, el 14 de Abril de 1931, se hizo abdicar al rey Alfonso XIII ante la amenaza de una huelga de ferrocarriles y se proclamó la república. Con las elecciones, una coalición republicano-socialista llegaría al poder. El nuevo gobierno “republicano y socialista” no tardó en mostrar su naturaleza antiobrera. Desencadenó violentamente la represión contra los movimientos de huelga que surgían frente al rápido aumento del paro y de los precios, causando centenas de muertos y de heridos entre los obreros, particularmente en Enero de 1933, en Casas Viejas, en Andalucía. En el curso de esta oleada de represión, el republicano “de izquierdas” Azaña, ordenó a la tropa: «¡Ni heridos, ni prisioneros, disparad a la barriga!».
Esta sanguinaria represión de las luchas obreras, desencadenada en nombre de la democracia y que duraría dos años, permitió organizarse a las fuerzas de derecha y llevó al hundimiento de la coalición gubernamental. En 1933, las elecciones van a dar la mayoría a la derecha. Una parte del Partido Socialista, caído en gran desconsideración debido a la represión que había llevado a cabo, va a aprovechar para dar un giro a la izquierda.
La preparación del frente de guerra imperialista, es decir la necesidad de desviar la lucha obrera en un momento en el que se desarrollan las huelgas obreras, es la realidad en el seno de la cual se articula la actividad de las organizaciones políticas de izquierda. En Abril-Mayo de 1934 es cuando las luchas tomaron mayor amplitud. Los obreros de la metalurgia en Barcelona, los de ferrocarriles, y sobre todo los de la construcción en Madrid, se lanzan a luchas muy duras. Frente a estas luchas, toda la propaganda de la izquierda y de la extrema izquierda toma el eje del antifascismo, para embarcar a los obreros en una política de “frente unido de todos los demócratas”, auténtica camisa de fuerza para el proletariado.
De 1934 a 1935, los obreros son sometidos a un verdadero machaconeo ideológico de cara a las elecciones, para poner en marcha un programa de Frente popular y para «enfrentar el peligro fascista».
En Octubre de 1934, empujados por las fuerzas de izquierda, los obreros de Asturias caen en la trampa de un enfrentamiento suicida con el Estado burgués que va a desangrarlos. Su insurrección, y después su heroica resistencia en las zonas mineras y en el cinturón industrial de Oviedo y de Gijón, queda completamente aislado por el PSOE y la UGT, que impiden por todos los medios que la lucha se extienda al resto de España, en particular a Madrid. El Gobierno despliega entonces en Asturias 30000 hombres, con tanques y aviones, para aplastar sin piedad a los obreros, abriendo un periodo de violenta represión en todo el país.
El “Frente popular” entrega los obreros a la masacre
El 15 de Enero de 1935 el conjunto de organizaciones de izquierda, incluyendo los izquierdistas trotskistizantes del POUM, firman la alianza electoral del Frente popular. Los dirigentes anarquistas de la CNT y de la FAI, derogan sus “principios anti-electorales” para cubrir este asunto de un silencio cómplice que equivale claramente a un apoyo. En febrero de 1936 se elige el primer gobierno del Frente Popular. Entretanto se desarrolla una nueva oleada de huelgas y el gobierno lanza llamamientos a la calma, pide a los obreros que cesen las huelgas, planteando que hacen el juego al fascismo; el PCE llegará a decir que «los patronos provocan y animan las huelgas por razones políticas de sabotaje». En Madrid, donde estalla una huelga general el 1º de Junio, la CNT impide una confrontación directa con el Estado, lanzando sus famosas consignas de autogestión. Esta autogestión va a servir para encerrar a los obreros en “su” fábrica, “su” región, o “su” pueblo, particularmente en Cataluña o Aragón.
Sintiéndose lo suficientemente fuertes, los militares se lanzan en Julio a un “pronunciamiento” que parte de Marruecos y está dirigido por un tal Franco, que había llegado a general a las órdenes de la República dominada por los socialistas. La respuesta obrera es inmediata: el 19 de Julio de 1936, los obreros declaran la huelga contra el alzamiento de Franco y se dirigen en masa a los cuarteles para desarmar esa tentativa, sin preocuparse de las directivas en contra del Frente popular y del gobierno republicano. Uniendo la lucha reivindicativa a la lucha política, los obreros frenan con esta acción la mano asesina de Franco. Pero al mismo tiempo, los llamamientos a la calma del Frente popular - «El gobierno manda, el Frente popular obedece»- se respetan en otros sitios. En Sevilla por ejemplo, donde los obreros siguen las consignas del gobierno y esperan, serán masacrados por los militares en un horrible baño de sangre.
A partir de entonces, las fuerzas de izquierda del capital desplegarán plenamente sus maniobras de reclutamiento[1]. En 24 horas, el gobierno que negociaba con las tropas franquistas y organizaba con ellas la masacre de los obreros, cede el sitio al gobierno Giral, más “a la izquierda” y más “antifascista”, que se pone a la cabeza del sublevamiento obrero ¡para orientarlo hacia el enfrentamiento exclusivo con Franco en un terreno exclusivamente militar! A los obreros solo se les dan armas para enviarlos “al frente” contra las tropas de Franco, fuera de su terreno de clase. Más aún, la burguesía tiende la trampa criminal de una susodicha «desaparición del Estado capitalista republicano», mientras que éste se oculta tras un pseudo-“gobierno obrero” que desvía las luchas hacia una Unión Sagrada contra Franco a través de organismos como el Comité central de Milicias antifascistas y el Consejo central de economía. Se crea la ilusión de un “doble poder”, que entrega definitivamente a los obreros en manos de sus asesinos. Las masacres que se producen después en Aragón, Oviedo o Madrid, serán el resultado de la maniobra criminal de la burguesía republicana y de izquierdas que ha hecho abortar las reacciones obreras del 19 de Julio 1936. A partir de ese momento, cientos de miles de obreros se enrolan en las milicias anarquistas y poumistas para “defender la revolución social” y son enviados por el gobierno del Frente popular a que los maten en el frente imperialista “antifranquista”. Estas milicias van a militarizarse rápidamente, y los obreros más combativos, a partir de ese momento, servirán de carne de cañón para los intereses imperialistas que creían combatir.
Al haber abandonado su terreno de clase, el proletariado iba a sufrir el degüello en la guerra, y la explotación más salvaje en nombre de la economía de guerra “antifascista” en la retaguardia: disminución de los salarios, inflación, racionamiento, militarización del trabajo, prolongación de la jornada laboral y prohibición del derecho de huelga…
El proletariado de Barcelona se sublevó de nuevo en Mayo de 1937, pero a la desesperada; el Frente popular, con el PCE y su sucursal catalana, el PSUC, a la cabeza, masacraron a los obreros; mientras las tropas franquistas detenían voluntariamente su avance para permitir a los verdugos estalinistas hacer su faena:
«El 19 de Julio los proletarios de Barcelona, con solo sus puños desnudos, aplastaron el ataque de los batallones de Franco, armados hasta los dientes. Ahora, en las jornadas de Mayo de 1937, cuando sobre los adoquines han caído muchas más víctimas que cuando en Julio rechazaron a Franco, ha sido el gobierno antifascista –incluyendo a los anarquistas y del que el POUM es indirectamente solidario- quien ha desencadenado la chusma de las fuerzas represivas contra los trabajadores» Así escribía Bilan en 1938, en el artículo: «Plomo, metralla, cárcel…: Esa es la respuesta del Frente Popular a los obreros de Barcelona que han osado resistir el ataque capitalista».
En esta sangrienta tragedia, todas las organizaciones que se llamaban a sí mismo obreras, no solamente demostraron su integración al Estado burgués, sino que participaron en el aplastamiento del proletariado; unas como el PCE, el PSUC –consagrados como grandes partidos del orden burgués-, el PSOE y UGT, asumiendo directamente también ellas el papel de verdugos, otras, como CNT, FAI, o el POUM, empujando a los obreros a abandonar su terreno de clase en nombre del “frente antifascista” para arrojarlos en brazos de sus asesinos y a la guerra imperialista. La presencia de ministros anarquistas y cenetistas en el gobierno de Cataluña, y después en el gobierno central de Caballero fue un pujante factor que el Frente Popular rentabilizó para engañar a los obreros. Los anarquistas tuvieron un papel estelar en la maniobra de la burguesía, ocupándose de engañar a los obreros sobre la naturaleza de clase del gobierno y del Frente Popular:
«De siempre, por principio y convicción, la CNT ha sido enemiga antiestatal y enemiga de toda forma de gobierno.
Pero las circunstancias… han desfigurado la naturaleza del gobierno y del Estado español.
El gobierno en la hora actual, como instrumento regulador de los órganos del Estado, ha dejado de ser una fuerza de opresión contra la clase trabajadora, así como el Estado no representa ya el organismo que separa la sociedad en clases. Y ambos dejarán aún más de oprimir al pueblo con la intervención en ellos de elementos de la CNT» (Solidaridad Obrera, 4 de Noviembre 1936)[2] (subrayado nuestro)
Todos los organismos del Frente Popular, y en particular los estalinistas, que fueron su brazo armado, declararon una guerra feroz contra los elementos de las raras corrientes que, incluso en medio de una enorme confusión, luchaban por defender posiciones revolucionarias, enviándolos a las posiciones más expuestas del frente, dejándoles sin munición, haciéndolos encarcelar por la policía “republicana”, o pura y simplemente asesinándolos.
Los acontecimientos de España dieron la medida de lo que eran realmente los que se pretendían del lado de los obreros, demócratas en general, socialistas, “comunistas” o anarquistas, que, en la práctica, fueron defensores encarnizados del Estado burgués y del capital nacional, los peores enemigos de la clase obrera.
La guerra de España acabó con la victoria militar de Franco en 1939, cuando las otras fracciones del proletariado mundial, vencidas en todas partes por la contra-revolución, servían a su vez de carne de cañón en el enfrentamiento imperialista generalizado, tras sus burguesías nacionales respectivas.
C.B.
[1] La capacidad de adaptación de la burguesía española frente al proletariado puede ilustrarse por la trayectoria política de Largo Caballero: presidente del sindicato UGT desde 1914, diputado del PSOE, fue consejero de Estado del dictador Primo de Rivera y después ministro de Trabajo del primer gobierno republicano “de coalición” entre 1931 y 1933, después fue uno de los principales artesanos del Frente popular, antes de orientarse hacia posiciones “izquierdistas” que le permitirían llegar a ser jefe de gobierno entre septiembre 1936 y mayo 1937.
[2] Aunque se atribuye la cita a Federica Montseny, aquí hemos tomado la transcripción que hace Burnett Bolloten, La guerra civil española, Alianza Editorial, 2ª reimpresión 1997. En ella indica, inmediatamente antes de la cita : «Para vencer los escrúpulos de los puristas, desde el día en que se reorganizó el gobierno, el principal periódico anarcosindicalista, Solidaridad Obrera, intentó justificar la decisión minimizando la divergencia entre la teoría y la práctica». Después añade una nota, donde da la fecha del 4 de Noviembre de 1936, y cita que el artículo apareció en Solidaridad Obrera (Recuerdos de un cenetista, II pag. 213)