El archimediático ex consejero de F. Mitterrand en el Elíseo, Jaques Attali, nos ha obsequiado recientemente con un libro sobre la vida de Marx, titulado Karl Marx o el espíritu del mundo. La aparición de este libro, más de quince años después de que la burguesía pusiese en escena sus campañas sobre la muerte del comunismo, y justamente cuando la clase obrera comienza a levantar cabeza, no es fruto de la casualidad. Frente a un creciente cuestionamiento del capitalismo, y a un desarrollo de las luchas del proletariado, la burguesía sabe que su mejor arma es desviar a su enemigo al terreno nefasto de la defensa de la democracia. Esa es la razón, sin duda, para que uno de sus intelectuales más significados se haya propuesto hacer de Marx un icono inofensivo, situándolo en las antípodas del comunismo, endosándole encima la etiqueta de ser uno de los “padres fundadores de nuestras modernas democracias”.
En su recién impresa obra, el costalero del Sr. Mitterrand se pavonea de haber escrito una biografía “de referencia”, “objetiva” y lo “más completa posible” (es verdad: se mencionan todas y cada de las crisis de furunculosis que padeció el viejo Marx, lo que desde luego atestigua la seriedad de la obra). Evidentemente, de “objetiva” nada de nada, salvo el punto de vista de un burgués y de su clase, que no pueden sino denigrar a uno de los más grandes combatientes de la clase obrera.
Attali ya no describe a Marx como un demonio de “ideas sanguinarias”, tal y como siempre le ha gustado presentarlo a la burguesía (véase si no el libro de Françoise Giroud en su libro Jenny Marx o la mujer del diablo). No. Para Attali, Marx es el “espíritu del mundo”, pero un espíritu, eso sí, totalmente democrático: “Periodista ante todo, la libertad de pensamiento le parece el más sagrado de los derechos; para él la democracia parlamentaria debe ser protegida, pase lo que pase” (pág. 203). Utilizando esta clase de recursos, al margen de todo contexto, nuestro biógrafo desarrolla un virulento ataque contra Marx: «Este libro permite (…) reinterpretar un siglo XIX del que todos somos herederos y comprender como algunos de sus sucesores (de Marx) han creado nuestras democracias; mientras que otros han usurpado y distorsionado sus ideas, convirtiéndolas en el fundamento de las dos principales barbaries de la historia.” (pág. 4 de las solapas).
Con el elogio,… el oprobio. Así se nos presenta a Marx como padre espiritual de la democracia burguesa y cuyo verdadero legado lo constituiría el reformismo pequeño burgués que floreció en el seno de la Segunda Internacional en torno a revisionistas de la calaña de Bernstein.
O sea que Marx no habría sido nunca marxista. Es más: el marxismo (es decir la concepción revolucionaria del mundo) sería exactamente lo contrario del pensamiento de Marx: “lo que acabaría siendo después de Marx, contra Marx, el marxismo”. Si hay alguien que se supere a sí mismo en insolencia ese es Monsieur Attali. Para que la salsa de un Marx “campeón del parlamentarismo burgués” ligue, hay que añadirle además un ingrediente que le dé consistencia. Attali se sirve de una entrevista concedida por Marx al periódico americano New York World en julio de 1871, en relación con el movimiento obrero en Inglaterra: “cuando el periodista le interroga sobre las formas democráticas o violentas que debe tomar la conquista del poder, él responde que la revolución es inútil en una situación democrática porque (y sigue la respuesta de Marx): “En Inglaterra, por ejemplo, la vía obrera que lleva al poder político está abierta para la clase obrera. Una insurrección sería una locura allí donde la agitación pacífica puede lograrlo todo con prontitud y seguridad.” (pág. 351).
Lo que se le escapa a Attali es que Marx no era un “cerebro infalible”. Por otra parte el marxismo no es la teoría de la verdad acabada y caída directamente del cielo, sino un método vivo de pensamiento que se nutre constantemente de la experiencia histórica para criticarse a sí mismo, volver sobre sus errores e incomprensiones y finalmente superarlos. Por eso, el pensamiento de Marx no está exento de errores[1] que él mismo, o el movimiento obrero corrigieron después. La extrapolación abusiva de las posibilidades abiertas por el desarrollo del movimiento obrero en Inglaterra constituye un ejemplo típico de estos errores.
Marx pasó la mitad de su vida en Londres, rodeado del proletariado más desarrollado engendrado por la primera potencia industrial del siglo XIX, y también del más organizado a través de sus “trade-unions” (los primeros sindicatos). Es lógico que muchos revolucionarios, y también Marx, pusiesen sus esperanzas en esta vanguardia del proletariado mundial. Sin embargo tal esperanza se vio frustrada. Precisamente el peso de las “trade-unions” y de la lucha por la defensa de los intereses económicos en las condiciones legales de la democracia, acabaron minando desde dentro el desarrollo político del movimiento obrero en Inglaterra. Mientras que Marx veía en la 1ª Internacional fundada en 1864 la expresión de la unificación del proletariado mundial, base necesaria para la revolución futura, los jefes tradeunionistas no la concebían más que como medio de asegurar el éxito de las huelgas al impedir la entrada de esquiroles en Inglaterra.
En todo caso, por muy decepcionante que resultara el desarrollo del movimiento obrero inglés, y a pesar de su error de generalizar una particularidad de éste, Marx jamás de afirmar que la lucha de clases es el motor de la historia. Tres años después de la muerte de su viejo amigo y camarada de combate, Engels escribió en el Prefacio a la traducción inglesa de El Capital que: «Ciertamente, debe escucharse… la voz de un hombre para quien la teoría es el resultado de una vida consagrada al estudio de las condiciones económicas de Inglaterra; este estudio le lleva a concluir que, al menos en Europa, Inglaterra es el único país en el cual la inevitable revolución podría efectuarse por medios legales y pacíficos. Sin embargo a él (se refiere a Marx. N de la R.) no se le olvidó nunca añadir que en absoluto esperaba que las clases dominantes de Inglaterra se sometiesen, sin “rebelión esclavista”, a esta revolución ‘pacífica y legal’»
Attali se dedica pues a la clásica argucia de sacar de contexto tal o cual cita de Marx. Es verdad que, desde su etapa en la Liga de los Comunistas de 1848, Marx combatió enérgicamente el abstencionismo, y el boicot a las elecciones que erigieron en principio primero los blanquistas y luego los bakuninistas, partidarios de “tomémoslo todo, ya mismo. Pero eso no significa que Marx fuera un apóstol del parlamentarismo. Se trata , en realidad de una de las primeras lecciones del socialismo científico: la revolución proletaria no es posible sin que la economía capitalista, a través del desarrollo de su producción industrial, asiente las condiciones materiales de una nueva sociedad, capaz de liberar a la humanidad de sus cadenas. Para Marx la participación en las elecciones en el siglo XIX en apoyo de las fracciones más progresistas de la burguesía, no tenía otro sentido que el de acelerar el movimiento de la historia, derribar los obstáculos del absolutismo, favorecer en todas partes el desarrollo del capitalismo y de la clase obrera y acercarse, así, al momento en que la revolución comunista mundial pudiera estar verdaderamente a la orden del día. Marx tenía claro que ésta no contaría con el consentimiento democrático de la burguesía. Por eso, pese al error cometido respecto a Inglaterra (como respecto a EEUU y Holanda) añadirá mas tarde: «Debemos igualmente reconocer que en la mayor parte de los países del continente la fuerza ha de ser la palanca de nuestras revoluciones. Habrá que recurrir, durante un tiempo, a la fuerza, para imponer el reinado del trabajo durante un tiempo con el fin de imponer el reino del trabajo». (Discurso pronunciado en Ámsterdam en setiembre de 1872). Podríamos poner multitud de citas que demuestran que ese era el sentido profundo del progenitor más ilustre del socialismo científico. Nos conformaremos con dos:
- «Si el proletariado en su lucha contra la burguesía se constituye, como debe ser, en clase; si se erige por la fuerza de una revolución en clase dominante; destruye por la violencia el antiguo régimen de producción; destruye al mismo tiempo que ese régimen las condiciones del antagonismo de clase, (…)» (Manifiesto Comunista).
- «En la Edad Media existía en Alemania un tribunal secreto, la “Santa Vehma” que escarmentaba todas las fechorías cometidas por los poderosos. Cuando se veía una cruz roja pintada en una casa se sabía que su propietario se las iba a ver con la Santa Vehma. Hoy la misteriosa cruz roja marca todas las casas de Europa (dicho de otra manera, las naciones europeas. N de la R.). La propia historia hará justicia y el proletariado ejecutará la sentencia.” (Discurso de Marx pronunciado en una fiesta de los Cartistas de Londres el 14 de abril de 1856).
Presentar a Marx como “parlamentario y padre fundador de la democracia moderna” es ya una indignante calumnia. Pero Jacques Attali no se para en barras, y viene a decirnos que si no vemos a ese “Marx demócrata”, al que evidentemente él “conoce bien” desde lo alto de su erudición burguesa, es porque el “gran pensador de la democracia” fue traicionado por su más fiel camarada, Federico Engels, quien en su Anti-Dühring, (siempre según Attali): «inicia la perversión de la filosofía de la libertad que Marx elaboró en sus propios textos». (pág. 390). J. Attali apunta, ¡y dispara!, a Engels cuando dice que «las ideas (de Marx), que serán un día, y quizá el lo presentía, usurpadas y tergiversadas por los demonios» (pág. 286). ¡Ya nos extrañaba que tardara en salir el “demonio marxista”!.
Attali no se conforma con inventar y sacarse de la chistera un “Marx demócrata” sino que quiere hacer de él un esquizofrénico. Lo verdaderamente cierto es que la mayoría de las obras de Marx y de Engels vieron la luz gracias a una estrecha colaboración entre ambos. Así pasó con La Ideología alemana, el Manifiesto del partido comunista, El Capital,… hasta el Anti Dühring. Aunque la humildad de Engels le llevó a presentarse siempre como «un segundo violón», la verdad es que se trataba de un trabajo concertado. He aquí lo que Engels describe en el Prefacio de su Anti Dühring de septiembre de 1885: «Un comentario de pasada: las bases y el desarrollo de las concepciones de este libro se deben en su mayor parte a Marx, y a mí aunque en menor medida. Dimos por hecho que no escribiría mi exposición sin que él la conociera. Yo le leí todo el manuscrito antes de la impresión y fue él quien redactó el segundo capítulo de la parte sobre la economía»
Así pues, acusando a Engels de traición, Attali llega a la absurda conclusión de que Marx se traicionó a sí mismo.
Aunque su saña contra Engels es indecente, no nos cabe ninguna duda de que si Attali hubiera podido, habría presentado también a un Engels que no tuviera traza alguna de militante revolucionario. Ya otros lo procuraron antes y se dejaron los dientes en el intento. La corriente revisionista de la socialdemocracia alemana intentó travestir a Engels en reformista, adulterando su Prefacio al texto de Marx sobre La lucha de clases en Francia. Rosa Luxemburgo en su Discurso sobre el programa, se sublevó contra ese mangoneo: «Engels no pudo vivir lo suficiente para ver los resultados, las consecuencias prácticas de la utilización que han hecho de su Prefacio (…) Pero yo estoy segura de una cosa: cuando se conocen las obras de Marx y de Engels, cuando se conoce el espíritu revolucionario vivo, auténtico, íntegro que se desprende de sus escritos, de todas sus enseñanzas, te convences de que Engels habría sido el primero en protestar contra los excesos resultantes del puro y simple parlamentarismo (…) Engels e incluso Marx, si hubiesen vivido, habrían sido los primeros en sublevarse violentamente contra eso, para impedir, para frenar tajantemente al vehículo y que no acabase en el fango». Rosa no sabía en ese momento que ya Engels había protestado vivamente contra esas infames manipulaciones. El 1 de abril de 1895 escribió a K. Kautsky para expresar su indignación al ver en el periódico del partido, el Vorwarts, un extracto manipulado de su Prefacio que le hacía “aparecer como partidario, a toda costa, de la legalidad». Igualmente se quejó a Lafargue de que : «[Wilhelm] Liebknecht me acaba de hacer una buena jugada. Ha tomado de mi Introducción a los artículos de Marx sobre Francia desde 1848 a 1858, todo lo que pueda respaldar la táctica pacífica y nunca violenta que le gusta predicar desde hace ya tiempo».
Es cierto que, a diferencia de Engels, Marx no vivió lo suficiente como para defenderse él mismo. Solo los comunistas, sus auténticos herederos, pueden defender su memoria. Es lo que hizo naturalmente Engels en el discurso que pronunció en los funerales de Marx: «…Fue, por encima de todo, un revolucionario. Su misión en la vida ha sido contribuir, de una manera o de otra, a derribar la sociedad capitalista y las instituciones del Estado que ésta ha creado, a liberar al proletariado moderno, de quien fue el primero en definir las condiciones de su emancipación. En el combate se encontraba en su elemento. Luchaba con una pasión, una tenacidad y un éxito sin parangón (…) Marx fue el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Gobiernos absolutistas y republicanos le deportaron. Burgueses, conservadores o demócratas, se han unido contra él. De todo eso él nunca se ocupó salvo en caso de extrema necesidad. Murió adorado, reverenciado y llorado por millones de camaradas revolucionarios desde las minas de Liberia a California, en Europa y en América». Contrariamente a lo que pretenden las obscenas falsificaciones de Attali, para quien el marxismo nació enterrando a Marx, éste ha sido uno de los grandes militantes revolucionarios y de ninguna manera el padre del reformismo pequeñoburgués.
«Decididamente la vía de la revolución es inútil, piensa Marx» (pág. 315). ¿No debería decir, más bien, “piensa Monsieur Attali” puesto que es de eso de lo que se trata? ¿Cómo tomarse ni por un instante en serio a un señor consejero del Elíseo que pretende inmiscuirse en el espíritu de Marx atribuyéndole estupideces que sólo tienen sentido en la boca de un “Señor Consejero”?
El Manifiesto comunista de 1848, redactado por Marx y Engels, muestra muy claramente cual era el objetivo que, sin ningún equívoco, perseguían: «Los comunistas no se rebajan a disimular sus opiniones y sus proyectos. Proclaman abiertamente que sus objetivos no pueden alcanzarse de otra manera que con la destrucción violenta de todo el antiguo orden social. ¡Tiemblen las clases dirigentes ante la idea de una revolución comunista! Los proletarios no tienen nada más que perder que sus cadenas. Tienen, en cambio, todo un mundo por ganar».
Azel (1 de febrero de 2006)
[1] Especialmente en 1848 y en 1864 cuando pensó que ya había condiciones materiales para la revolución estaban presentes. Así, por ejemplo, le escribió a Engels en 1857: «Trabajo como un loco para acabar mi libro sobre la economía política porque sino el sistema se va a venir abajo antes de que haya podido acabar mi libro».