Carlos Marx murió el 14 de Marzo de 1883. Hace pues un siglo que se apagó la voz de quien es considerado por el movimiento obrero como su teórico más insigne.
La burguesía, clase a la que Marx combatió sin tregua durante toda su vida y que se lo devolvió con creces, se propone celebrar ese aniversario a su modo, o sea, echando un montón de mentiras sobre la persona y su labor.
Cada sector de la clase dominante, según su color y los intereses particulares que tiene a cargo defender, según el lugar específico que ocupa en el aparato mistificador, trata el tema a su modo.
Los que opinaban que Marx era un "ser maléfico", una especie de "encarnación del mal" o "una criatura diabólica" han desaparecido prácticamente; en cualquier caso, son los menos peligrosos hoy. En cambio, quedan muchos para quienes Marx, "un hombre, por cierto, muy inteligente y culto, oiga, pero que se equivocó por completo"; otra variante de ese tema es lo de que "si bien el análisis de Marx era válido para el siglo pasado, hoy está, completamente superado"
Sin embargo, los más peligrosos no son los burgueses que, de un modo u otro, rechazan explícitamente los aportes de Marx. La peor ralea son los que se reivindican de él, ya sea los que pertenecen a la rama socialdemócrata, a la estalinista, a la trotskista, o a lo que podría denominarse el ramo "universitario", o también los "marxólogos".
Con ocasión del centésimo aniversario de la muerte de Marx, ya se está viendo a ese mundillo agitarse febrilmente, armando ruido, cacareando con autoridad gallinácea, llenando columnas de periódico y pantallas de televisión.
Nos incumbe a los revolucionarios, y es ése el único y verdadero homenaje que pueda hacérsele a Marx y su labor, denunciar las mentiras, barrer las alabanzas interesadas, restablecer, en suma, la sencilla verdad de los hechos.
Marx descubrió el secreto profundo del modo de producción capitalista: la plusvalía de que se apropia el capitalista gracias al trabajo no pagado de los proletarios. Demostró que en lugar de enriquecerse con su trabajo, el proletario se empobrece, que las crisis son cada vez mas violentas porque la necesidad de mercados es creciente mientras que, en consecuencia, el mercado mundial se encoge cada día más. Se aferró a demostrar que el capitalismo por sus propias leyes, va todo recto hacia su propia destrucción, creando, por necesidad obligada, las condiciones de la instauración del comunismo. Tras llegar al mundo cubierto de sangre y lodo, tras alimentarse cual caníbal de la fuerza de trabajo de los proletarios, el capitalismo saldrá por el foro en medio de un cataclismo.
Por todo eso, la burguesía se ha empeñado desde hace un siglo, en combatir las ideas de Marx. Son legiones de ideólogos dedicadas, intento tras intento, a echar abajo su pensamiento. Profesores, sabios, predicadores de toda confesión han hecho su oficio de la "refutación" de Marx. Dentro incluso del movimiento obrero, el revisionismo se alzó contra los principios básicos del marxismo en nombre de una "adaptación" de éste a las nuevas realidades del momento, a finales del siglo XIX. No fue por casualidad si Bernstein, teórico del revisionismo, se propuso atacar al marxismo en dos puntos básicos:
Esas son las dos ideas esenciales que la burguesía ha agitado como señuelo cada vez que la situación económica del capitalismo parece mejorar de tal modo que pueden caerle unas cuantas migajas a la clase obrera. Y este fue el caso en particular durante el período de reconstrucción que vino tras la segunda guerra mundial con sus economistas y políticos que predecían alegremente el fin de las crisis. Por ejemplo, el premio Nobel de economía, Samuelson, exclamaba en su libro Económics:
"...todo ocurre hoy como si la probabilidad de una gran crisis - una depresión profunda, aguda y duradera como la de 1930, 1870 y 1890 - estuviera reducida a cero."
Por otra parte, al presidente Nixon no le daba miedo declarar, el día de su toma de posesión, en Enero de 1969, nada menos que: "Por fin hemos aprendido a gestionar una economía moderna de manera a asegurar su continua expansión". Y de este modo se expresaban hasta principios de los 70 los que con autoridad científica afirmaban que "Marx estaba superado"[1]
Desde entonces, ya no se oyen semejantes opiniones. La crisis se despliega sin pausa. Todos los potingues mágicos preparados por los premios Nóbel de las diversas escuelas han fracasado lamentablemente e incluso lo han puesto peor.
Al capitalismo le llegó la hora de los récord: plusmarca de endeudamiento, de cantidad de quiebras, de infrautilización de capacidades productivas, de desempleo. El espectro de la gran crisis de 1929 vuelve a espantar a la burguesía y a sus profesores a sueldo. Su estúpido optimismo ha dejado el sitio al pesimismo más sombrío y al desconcierto. Hace ya años, el mismo premio Nóbel Samuelson, podía comprobar, desamparado, ¡la crisis de la ciencia económica!, que aparecía incapaz de aportar soluciones a la crisis. Hace año y medio, otro premio Nóbel, Friedman, confesaba que "ya no entendía nada de nada". Más recientemente, otro Nóbel más, Von Hayek constataba que "el crac es inevitable", y "no se puede hacer nada en contra".
En el epílogo a la segunda edición alemana del Capital, Marx hacía constar que "la crisis general ... (por) la extensión universal del escenario en que habrá de desarrollarse y la intensidad de sus efectos, harán que les entre por la cabeza la dialéctica hasta a esos mimados advenedizos del nuevo sacro imperio prusiano - alemán", que crecieron como hongos durante una fase de prosperidad del capitalismo. Esos advenedizos de hoy, especialistas de la manipulación, los economistas, están viviendo la misma experiencia, pero la crisis desenfrenada de nuestros días los está volviendo tontos de solemnidad. Empiezan, eso sí, a comprender con espanto que su "ciencia" es impotente, que no "puedan hacer nada" para sacar al capitalismo del abismo.
No sólo Marx no está "trasnochado" hoy; lo que importa es afirmar claramente que nunca sus análisis habían sido tan actuales.
Toda la historia del siglo XX es una ilustración de la validez del marxismo, las dos guerras mundiales y la crisis de los años 30 fueron la prueba del carácter insuperable de las contradicciones que corroen el modo de producción capitalista. El auge revolucionario de los años 1917 - 23, a pesar de su derrota, confirmó que el proletariado es la única clase revolucionaria de hoy, la única fuerza de la sociedad capaz de echar abajo al capitalismo, de ser el "enterrador", como dice el Manifiesto Comunista, de ese sistema moribundo.
La crisis aguda del capitalismo que se despliega hoy está barriendo todas las ilusiones sembradas por la reconstrucción de la segunda posguerra. Las ilusiones de un capitalismo próspero, de la "coexistencia pacífica" entre ambos grandes bloques imperialistas, del "aburguesamiento" del proletariado y del final de la lucha de clases, han sido barridas todas ellas por el resurgir de la clase obrera desde 1968-69 confirmado en los años siguientes hasta el momento álgido de los combates en Polonia en 1980. Una vez más queda al descubierto con toda claridad la alternativa plasmada por Marx y Engels: "Socialismo o caída en la barbarie".
Por todo eso, el primer homenaje al pensamiento de Marx en el centésimo aniversario de su muerto lo hacen los hechos mismos: la crisis, la agravación irremediable de las convulsiones capitalistas, el resurgir histórico de la lucha de clase. Ese es el mejor homenaje a quién escribía en 1844: "Saber si el pensamiento humano puede alcanzar la verdad objetiva no es una cuestión de teoría sino que es una cuestión práctica. Es en la práctica en donde el ser humano debe probar la verdad, o sea la realidad, la potencia, la materialidad de su pensamiento" (Karl Marx : Tesis sobre Feuerbach)
"En vida de los grandes revolucionarios, las clase opresoras los someten a constantes persecuciones, acogen su doctrinas con la rabia mas salvaje, con el odio mas furioso, con la campaña mas desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para "consolar" y engañar a las clases oprimida, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de éstas, envileciéndola (Lenin, El Estado y la Revolución).
Esas palabras de Lenin escritas en 1917 contra la socialdemocracia y sobre todo contra al "Papa" de ésta, Karl Kautsky, se han realizado con creces después, a una escala que su autor no hubiera imaginado nunca, pues él mismo fue transformado, tras su muerte, en "icono inofensivo" en el sentido más real de la palabra: su momia instalada en un lugar de peregrinación.
La socialdemocracia en degeneración, pasada abiertamente al campo burgués en 1914, había hecho ya mucha labor para "castrar" el pensamiento de Marx, vaciándolo de todo contenido revolucionario. La primera ofensiva contra el marxismo, el de Bernstein a finales del siglo XIX, se propuso "revisar" la teoría; la de Kautsky, por los años 1910, se hizo en nombre de la "ortodoxia marxista". Espigando por aquí y por allá citas de Marx y Engels, les hacían decir todo lo contrario de su pensamiento verdadero. Así ocurrió, en particular, con la cuestión del Estado burgués. Aún cuando, tras la Comuna de París, Marx afirmó claramente la necesidad de destruirlo, Kautsky, ocultándolo, se las agencia para encontrar fórmulas que podrían dar crédito a la idea contraria. Y como ningún revolucionario, incluidos los mas insignes, está a salvo de ambigüedades, e incluso de errores, Kaustsky consiguió lo que se proponía en beneficio de las prácticas reformistas de la socialdemocracia, en detrimento del proletariado y de su lucha.
La ignominia socialdemócrata no se paró en la falsificación del marxismo. La falsificación anunciaba, después de haber trabajado por la desmovilización total del proletariado frente a la amenaza de guerra, la traición completa, el paso con armas y equipo al campo de la burguesía. En nombre del "marxismo" saltó a pies juntillas en el charco de sangre y lodo de la primera guerra imperialista y ayudó a la burguesía mundial a tapar las brechas que en el edificio ruinoso del capitalismo había abierto la revolución de 1917, mandó asesinar a Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y millares de espartaquistas en 1919. Usurpando el nombre de Marx, la socialdemocracia obtuvo poltronas ministeriales en los gobiernos burgueses, puestos de jefes de policía, gobernadores en las colonias. Invocando a Marx se convirtió en verdugo del proletariado europeo y de las poblaciones de las colonias.
Pero la palma de la vileza e ignominia se la llevaría el estalinismo, continuador y superador con creces de las falsificaciones socialdemócratas del marxismo, las cuales se quedaron cortas al lado de las de aquél. Nunca antes, una ideología de la burguesía había dado pruebas de semejante cinismo para deformar la menor frase, dándole el sentido contrario de su sentido profundo.
Aun cuando el internacionalismo, la negación del patrioterismo de cualquier tipo, había sido la piedra clave tanto de la revolución de Octubre de 1917 como de la fundación de la Internacional Comunista, le incumbe a Stalin y a sus cómplices inventar la monstruosa teoría de la "construcción del socialismo en un solo país". Y eso lo hace ¡en nombre de Engels y de Marx, que escribían ya en 1847!: "La revolución comunista... no será revolución puramente nacional, se producirá a la vez en todos los países civilizados... Es una revolución universal" (Principios del comunismo).
"Los proletarios no tienen patria" (Manifiesto Comunista), en nombre de ellos el partido bolchevique degenerado y los demás partidos llamados "comunistas" llamaban a la defensa de la "patria socialista" y más tarde a la defensa del interés nacional, de la patria, de las banderas de sus países respectivos. Comparado con la historia patriotera de los partidos estalinistas antes, durante y después de la 2da carnicería imperialista, comparado con los titulares de L'Humanité en 1944 de "A cada cual su alemán" y "¡Viva la Francia eterna", el socialchovinismo de los socialistas en 1914 se quedó corto[2]. Enemigo del Estado de manera mucho más consecuente que el anarquismo, enemigo de la religión, el marxismo se ha convertido en manos estalinistas en una especie de la religión de Estado. Marx, que consideraba incompatible la existencia del Estado y la de la libertad, que consideraba Estado y esclavitud como cosas inseparables, es utilizado como martillo ideológico por los poderes en la URSS y sus satélites, es utilizado como pilar portador del aparato represivo policiaco. Marx, que entró en el combate político denunciando la religión como "opio del pueblo", es recitado cual catecismo por millones de escolares. Marx consideraba que la dictadura del proletariado era la condición de la emancipación de los explotados y de la sociedad entera: ahora es en nombre de la "dictadura del proletariado" que la burguesía reina mediante el terror más bestial sobre cientos de millones de proletarios.
Tras la oleada revolucionaria de la primera posguerra, la clase obrera ha soportado la más terrible contrarrevolución de su historia. Y la principal punta de lanza de la contrarrevolución fue la "patria socialista" y los partidos que de ella se reclamaban. Y ha sido en nombre de Marx y de la revolución comunista por la que él lucho toda su vida, que la contrarrevolución ha sido llevada a cabo con su ristra de millones de cadáveres en los campos del estalinismo y del segundo holocausto imperialista. Todas las bajezas en la que se revolcó la socialdemocracia, el estalinismo las renovó multiplicándolas.
A la burguesía no le ha bastando con transformar a Marx y el marxismo en símbolos de la contrarrevolución. Para rematar su labor, tenía que meterlo en disciplinas universitarias, convertirlo en tesis de filosofía, de sociología, de economía. Con ocasión de este centésimo aniversario de su muerte, junto a socialistas y estalinistas, se ve ya agitarse a "marxólogos" y demás, los cuales suelen ser, por cierto, socialistas o estalinistas. Siniestra ironía: Marx, que se negó a hacer carrera universitaria para poder entregarse a la lucha revolucionaria, es colocado junto a filósofos, economistas y demás ideólogos de la burguesía.
Es muy cierto que en muchas áreas del pensamiento, hay un "antes" y un "después" de Marx, y muy especialmente en la economía. Tras la enorme contribución de Marx en la compresión de las leyes económicas de la sociedad, esa disciplina quedó totalmente cambiada. Pero no es ése un fenómeno idéntico al del descubrimiento de una gran teoría en el área de la física, por ejemplo. En este caso, el descubrimiento es el punto de partida de todo un progreso en el conocimiento; así, el "después" de Einstein ha sido una profundización considerable en la interpretación de las leyes del universo. En cambio, los descubrimientos de Marx en economía no inician, para los pontífices economistas de la burguesía, progresos en esa disciplina, sino, al contrario, una enorme regresión. La razón es muy sencilla. Los economistas de antes de Marx eran los representantes intelectuales de una clase portadora del progreso histórico, de una clase revolucionaria en la sociedad feudal: la burguesía. Smith, Ricardo y demás, a pesar de sus insuficiencias, fueron capaces de hacer avanzar el conocimiento de la sociedad porque defendían un modo de producción, el capitalismo, que, en aquel entonces, era una etapa progresiva en la evolución de la sociedad. Contra el oscurantismo típico de la sociedad feudal, les era necesario el mayor rigor científico que sus tiempos les permitían.
Marx saludó y utilizó las obras de los economistas clásicos. Sin embargo, sus objetivos eran totalmente diferentes de los de aquellos. Si Marx estudió la economía capitalista, no fue, desde luego, para que mejorara su funcionamiento, sino para combatirla y destruirla. Por eso fue por lo que escribió una Crítica de la economía política. Y es precisamente porque enfoca su obra sobre la sociedad burguesa desde el punto de vista de su derrocamiento revolucionario por lo que es capaz de comprender tan bien sus leyes. Sólo una clase que no tiene interés alguno en que se mantenga el capitalismo, o sea el proletariado, puede poner al descubierto sus contradicciones mortales. Si Marx hizo que progresara tanto el conocimiento de la economía capitalista, fue ante todo porque era un combatiente de la revolución proletaria.
Después de Marx, todo progreso nuevo en el conocimiento de la economía capitalista no podía hacerse sino a partir de sus descubrimientos y, por lo tanto, a partir del mismo punto de vista de clase. En cambio, la economía política burguesa, que, por definición, rechaza ese punto de vista, es obligatoriamente una disciplina apologética destinada a justificar con cualquier argumento el mantenimiento del capitalismo, incapaz, por eso mismo, de entender sus verdaderas leyes. El marxismo es la teoría del proletariado, no puede ser una asignatura universitaria. Solo un militante revolucionario puede ser marxista, porque la unidad entre pensamiento y acción es precisamente uno de los fundamentos del marxismo, que se expresa con claridad desde 1844 en las Tesis sobre Feuerbach y sobre todo en la última: "Hasta ahora, los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo de diferentes maneras; de lo que se trata hoy es de transformarlo".
Hay quienes han pretendido hacer de Marx un sabio encerrado con sus libros, fuera del mundo. Nada más lejos de la realidad. Un día que sus hijas le hicieron contestar a un cuestionario (publicado por Riazanov con el título de Confesión), a la pregunta de cual es su idea de la felicidad, Marx les contesta: "La lucha". Y desde luego, fue la lucha la médula de su vida, como lo es de cualquier militante revolucionario.
Desde 1842, cuando todavía no se ha adherido al comunismo, inicia Marx su combate político contra el absolutismo prusiano en la redacción de la Gaceta Renana. Luego será un luchador incansable a quien las autoridades europeas expulsan de un país a otro hasta que se afinca definitivamente en Londres en agosto de 1849. Entre tanto, Marx ha participado directamente en los combates de la oleada revolucionaria que sacudió Europa en 1848-49. Y en los combates participó también con su pluma, dirigiendo la Nueva Gaceta Renana, diario publicado en Colonia entre Junio de 1848 y Mayo del 49, invirtiendo en él todos sus ahorros. Pero su más alta contribución a la lucha del proletariado la hizo en la Liga de los Comunistas. Esa es una constante en Marx: contrariamente a ciertos "marxistas" de hoy, él considera que la organización de revolucionarios era un instrumento esencial de la lucha proletaria. El texto más célebre y el más importante del movimiento obrero, El Manifiesto Comunista, redactado por Marx y Engels en 1847, se titulaba en realidad Manifiesto del Partido Comunista. Fue el programa de la Liga de los Comunistas a la cual se habían adherido los dos compañeros unos meses antes y después de que "fuera eliminado de los Estatutos todo lo que favorecía la superstición autoritaria" (Marx).
Igual que con la Liga de Comunistas, Marx ocupó un lugar preponderante en la fundación y la vida de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), o sea, en la Primera gran organización mundial del proletariado. A él le debemos el Saludo inaugural y los Estatutos de la AIT y la mayoría de los textos fundamentales de ésta, en particular el texto sobre La Guerra Civil en Francia escrito durante la Comuna de París. Pero su contribución a la marcha de la AIT no quedó limitada a eso. De hecho, entre 1864 y 72, su actividad en el seno del Consejo General de la internacional fue cotidiana e infatigable. El era su verdadero animador. Su participación en la vida de la AIT le ocupó cantidad de tiempo y energías que no pudo consagrar a terminar su trabajo teórico. El capital, cuyo primer libro fue publicado en 1867 y los demás sólo después de su muerte en ediciones a cargo de Engels. Pero fue esa una opción deliberada. Marx consideraba su actividad militante en la AIT como fundamental, pues ésta era la organización viva de la clase obrera mundial, de la clase que al emanciparse a sí misma debía emancipar a la humanidad. "La vida de Marx sin la Internacional hubiera sido como una sortija sin diamante", como escribió Engels.
Por la profundidad de su pensamiento y el vigor de su forma de razonar, por la amplitud de su cultura y su búsqueda infatigable de nuevos conocimientos, Marx se asemeja sin dudad alguna a lo que se da en llamar "un sabio". Pero sus descubrimientos no fueron nunca para él fuente de honores ni títulos oficiales ni de ventajas materiales. Su compromiso con la clase obrera, cimiento de la energía con la que llevaba a cabo su trabajo, le granjeó al contrario, el odio y los ataques constantes de la "buena sociedad" de su tiempo. También ello le llevó a tener que pelearse durante casi toda su vida contra una gran miseria material. "No sólo por la pobreza en que vivía, sino por inseguridad total de su existencia, Marx compartió el sino del proletariado moderno", como escribió su biógrafo Franz Mehring.
Y en ningún momento, la adversidad ni las más crueles derrotas sufridas por el proletariado consiguieron desviarlo de su combate. Muy al contrario, como él mismo lo escribía a Johan Philipp Becker:"...todas las naturalezas del mejor carácter, una vez comprometidas por la vía revolucionaria, sacan continuamente nuevas fuerzas en la derrota, se hacen cada vez mas decididas a medida que el río de la historia las arrastra mas lejos".
En la historia del pensar humano, no ha habido nunca maestro que haya sido, a su pesar, traicionado por uno u otro de sus discípulos. También a Marx le ocurrió como a los demás, comprobando aun en vida como su método de análisis de la realidad lo transformaban algunos en vulgar mecanismo. Ya de antemano, Marx declinó toda responsabilidad del uso endulzado que de él hacían ciertos socialdemócratas. Lo que importaba para él, era que se estudiara una sociedad en evolución constante con un método y no que se usaran de cualquier manera cada una de sus palabras y frases como si fuera una escolástica muerta, como leyes invariables. Andar buscando en Marx soluciones listas para su uso, transplantándolas de una época pasada a una época nueva, es helar un pensamiento cuya esencia es la de estar siempre vigilante y ser un arma crítica. Por eso, más que aceptar sin examen lo que nos legó Marx, el marxista de hoy debe determinar con exactitud lo que sigue siendo útil para la lucha de clases y lo que ya no lo es. En una serie de cartas de Engels a Sorge (1886-1894), aquél anima a éste a no caer en el papanatismo beato, ya que, según los propios términos del coautor del Manifiesto Comunista y de La Ideología Alemana, Marx no pretendió nunca construir una teoría rígida, una ortodoxia. Y cuando rechazamos el doctrinarismo "invariante" es porque nos negamos a aceptar un contrasentido absoluto, o sea, una teoría verdadera para siempre jamás, una especie de Verbo que engendraría la acción, que está esperando a los catecúmenos para convertirse en acción.
La teoría de la "invariabilidad" del marxismo es defendida por los Partidos Comunistas Internacionales ("Programa Comunista"), bordiguistas. Aunque esa teoría es, en fin de cuentas, la otra cara de la misma moneda que el "revisionismo", no se pueden poner en el mismo plano. La teoría de la "invariabilidad" fue una reacción contra la degeneración de la Tercera Internacional, contra la contrarrevolución, contra los revisionismos y contra el uso del "marxismo" como religión de Estado. Pero fue, en definitiva, una reacción primaria, superficial, sin la necesaria crítica histórica, una reacción que creía exorcizar el estalinismo y la contrarrevolución transformando los principios del marxismo en dogmas, con lo cual no hacían sino quedarse en el mismo plano que el enemigo de clase[3].
Esa "invariabilidad" no se encuentra en parte alguna en la obra de Marx, pues con esa visión se es incapaz de distinguir lo transitorio de lo permanente. Y al no corresponder a las situaciones nuevas y multiformes queda eliminada como método de interpretación de los hechos. Su verdad es apariencia engañosa por mucho que griten los defensores de esa "invariabilidad".
"Esas ideas sólo tienen interés para una clase saciada, que se siente a gusto, que se ve confortada en la situación presente. Pero no le sirven para nada a una clase que lucha y se esfuerza por progresar y a la que la situación alcanzada deja necesariamente insatisfecha". (En el centro de la concepción materialista, Korsch).
Ser marxista hoy no es pues reivindicarse al pie de la letra de cada uno de los escritos de Marx. Eso plantearía, por cierto, problemas serios teniendo en cuenta que en la obra de Marx hay pasajes que se contradicen. Lo cual no es en absoluto una prueba de falta de coherencia en su pensamiento; incluso sus adversarios han reconocido la impresionante coherencia de su enfoque y de su obra. Es, al contrario, la señal de que su pensamiento estaba vivo, que estaba en constante vigilancia y atento a la realidad y a la experiencia histórica, del mismo modo que:
"...Las revoluciones proletarias como las del siglo XIX se critican a sí mismas sin tregua, interrumpen su curso a cada paso, vuelven a lo que ya parecía cumplido para empezar de nuevo, hacen escarnio de las vacilaciones, flaquezas y miserias de sus primeras tentativas" (Marx, El 18 de Brumario).
Tampoco dudó Marx en poner en tela de juicio sus análisis anteriores. Por ejemplo, en el prefacio a la edición alemana del Manifiesto Comunista de 1872, reconocía que:
"...no hay que dar demasiada importancia a las medidas revolucionarias enumeradas al final del capítulo II. Ese pasaje sería hoy redactado de otra manera por bastantes razones... La Comuna, sobre todo, ha demostrado que la ‘clase obrera no puede contentarse con apoderarse de la máquina estatal dejándola tal como es y haciéndola funcionar para sus propios fines' ".
Ese es el enfoque de los auténticos marxistas. Fue el de Lenin, quién en 1917 combatió contra los mencheviques, los cuales se apoyaban en la letra de la obra de Marx para apoyar a la burguesía y oponerse a la revolución proletaria en Rusia. Fue el de Rosa Luxemburgo, quién en 1906, se enfrenta a los jerifaltes sindicales, los cuales condenan la huelga de masas basándose en un texto de Engels de 1873 escrito contra los anarquistas y su mito de la "huelga general". La defensa de la huelga de masas como arma fundamental de la lucha proletaria del período nuevo, Rosa la hace precisamente en nombre del marxismo:
"Y aunque la revolución rusa hace indispensable la revisión fundamental del viejo punto de vista marxista respecto a la huelga de masas, también es verdad que los métodos y los puntos de vista generales del marxismo salen vencedores bajo forma nueva"(Huelga de Masas, Partido y Sindicatos, Rosa Luxemburgo).
Ser marxista hoy, es utilizar "los métodos y los puntos de vista generales del marxismo", en la definición de las tareas que le impone al proletariado el nuevo período abierto en la vida del capitalismo con la primera guerra mundial, o sea, el período de decadencia de ese modo de producción[4].
Ser marxista hoy es, en particular, denunciar cualquier tipo de sindicalismo por las mismas razones de método que las que llevaron a Marx y a la AIT a animar y apoyar la sindicalización de los obreros. Es combatir cualquier participación en el parlamento y en las elecciones, con el mismo enfoque metodológico que animaba el combate de Marx y Engels contra los anarquistas y su abstencionismo. Es negar el mas mínimo apoyo a las denominadas "luchas de liberación nacional" de hoy por las mismas razones de método que las de la Liga de los Comunistas y la AIT para apoyar en algunos casos y en circunstancias muy precisas a ciertas luchas de liberación nacional de su tiempo.
Ser marxista hoy es rechazar el concepto de partido de masas para la revolución futura, por las mismas razones de principio que hicieron que la Primera y Segunda Internacionales fueran organizaciones de masas.
Ser marxista hoy es sacar las lecciones de toda la experiencia del movimiento obrero, de los aportes sucesivos de la Liga de los Comunistas, de la Primera, Segunda y Tercera Internacionales y de las Fracciones de Izquierda que de ésta última salieron cuando su degeneración, para así ser capaces de fecundar los combates proletarios que la crisis del capitalismo ha hecho surgir desde finales de los 60, dándoles las armas necesarias para destruir el capitalismo.
RC/FM
[1] Hay que señalar que los defensores declarados del sistema capitalista no fueron los únicos defensores de esa idea. En los años 50 y 60 se desarrolló entre grupos e individuos que se reivindicaban, en principio, de la revolución comunista, una tendencia a cuestionar las lecciones básicas del marxismo. Así fue con el grupo "Socialisme ou Barbarie" en Francia, el cual se montó una tesis sobre la "dinámica del capitalismo" afirmando que Marx se había equivocado por completo al intentar demostrar el carácter insoluble de las contradicciones de ese sistema, todo ello bajo la batuta del "gran teórico" Castoriadis (alias Chaulieu, alias Cardan). Las aguas han vuelto desde entonces a sus cauces: el profesor Castoriadis se ha hecho notar como garantía "de izquierdas" de los esfuerzos belicistas del pentágono, publicando un libro en el cual "demuestra" que los EEUU van con mucho retraso respecto a la URSS en lo que a armamento se refiere. Ni más ni menos. De modo tan natural, al rechazar el marxismo, Castoriadis no ha podido sino caer en brazos de la burguesía
[2] Debe quedar claro que todo eso no excusa en nada los crímenes socialdemócratas ni disminuye su gravedad. Es evidente que el proletariado no debe escoger entre la peste socialdemócrata y el cólera estalinista. Ambos van por el mismo camino y persiguen las mismas metas, o sea, el mantenimiento del régimen capitalista con métodos a veces diferentes a causa de las condiciones particulares de los países en que actúan. Lo que hace que el estalinismo sobrepase en ignominia y cinismo a la socialdemocracia es el lugar extremo que ocupa en el capitalismo decadente, en su evolución hacia su forma histórica de capitalismo de Estado y el desarrollo del totalitarismo estatal. Ese proceso inexorable del capital exige, en los países atrasados en los cuales la burguesía privada está menos desarrollada y es ya senil, la presencia de una fuerza política especialmente brutal capaz de instaurar como sea un régimen de capitalismo de Estado. El estalinismo es una de las formas con la que se presentan esas fuerzas políticas; además de llevar a cabo una opresión sangrienta, tiene la peculiaridad de instaurar el capitalismo de Estado en nombre del "socialismo", del "comunismo" o del "marxismo".
[3] Con medios mucho mas limitados, los trotskistas les siguen los pasos a sus hermanos mayores socialdemócratas y estalinistas. Se reivindican de Marx y del marxismo con vehemencia, lo que no impide que desde hace ya mas de 40 años no hayan fallado una ocasión de entregar su apoyo "crítico", como ellos dicen, a las ignominias estalinistas (resistencias, defensa de la URSS, exaltación de las pretendidas luchas de liberación nacional, apoyo a los gobiernos de izquierda...)
[4] Sobre el bordiguismo y los PCInt, han aparecido ya múltiples artículos en esta revista, por ejemplo, en la anterior, № 32, una serie de artículos sobre la crisis del PCInt (Programa Comunista) y en este mismo número, un texto de Internationalisme de 1947