El Manifiesto comunista se escribió en un momento decisivo de la historia de la lucha de clases: el periodo en que la clase representante del proyecto comunista, el proletariado, comenzaba a constituirse en clase independiente en la sociedad. A partir del momento en que el proletariado desarrolló su propia lucha por sus condiciones de existencia, el comunismo dejó de ser un ideal abstracto elaborado por las corrientes utópicas, para convertirse en el movimiento social práctico que lleva a la abolición de la sociedad de clases y a la creación de una comunidad humana auténtica. Como tal, la principal tarea del Manifiesto comunista era la elaboración de la verdadera naturaleza del objetivo comunista de la lucha de clases así como los principales medios para alcanzarlo. Eso es lo que muestra la importancia del Manifiesto comunista en nuestros días frente a las falsificaciones burguesas del comunismo y la lucha de clases, su actualidad que la burguesía trata de ocultar. Hemos tratado el Manifiesto varias veces en nuestra prensa, recientemente en nuestros artículos «1848: el comunismo como programa político»([1]) en «El Manifiesto comunista de 1848, arma fundamental del combate de clase obrera contra el capitalismo» ([2]). En este artículo retomamos más particularmente un aspecto: el Manifiesto contiene ya la mayor parte de los argumentos para combatir el estalinismo.
«Un espectro recorre Europa: el espectro del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han reunido en una Santa Alianza para abatirlo: del Papa al Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los policías alemanes».
Estas líneas que abren el Manifiesto comunista escrito hace ahora exactamente 150 años, son hoy más verdad que nunca antes lo habían sido. Uno siglo y medio después que la Liga de los Comunistas hubiera adoptado la famosa declaración de guerra del proletariado revolucionario contra el sistema capitalista, la clase dominante sigue estando extremadamente preocupada por el espectro del comunismo. El Papa, codo con codo con su amigo estalinista Fidel Castro, sigue en cruzada por la defensa del derecho otorgado por Dios a la clase dominante de vivir de la explotación del trabajo asalariado. El Libro negro del comunismo, última monstruosidad de los «radicales franceses», que acusa de forma mentirosa al marxismo de los crímenes de su enemigo estalinista, está siendo traducido al inglés, el alemán y el italiano ([3]). En cuanto a la policía alemana, movilizada como siempre contra las ideas revolucionarias, ha recibido oficialmente, mediante un cambio de la constitución democrática burguesa, el derecho a realizar electrónicamente encuestas y escuchas contra el proletariado en cualquier lugar y en cualquier momento ([4]).
1998, año del 150 aniversario del Manifiesto comunista, constituye una nueva cumbre en la lucha histórica que libran las clases dominantes contra el comunismo. Aprovechando todavía ampliamente el hundimiento en 1989 de los regímenes estalinistas europeos que presentan como el «fin del comunismo» y siguiendo las huellas del 80 aniversario de la Revolución de octubre, la burguesía alcanza nuevos records de producción en su propaganda anticomunista. Podríamos imaginarnos que la cuestión del Manifiesto comunista ofrecería una nueva ocasión para intensificar esa propaganda.
Sin embargo ha ocurrido justo lo contrario. Pese al evidente significado histórico de la fecha de enero de 1848 – el Manifiesto es, con la Biblia, el libro más veces publicado a nivel mundial en el siglo XX – la burguesía ha escogido la política de ignorar prácticamente el aniversario del primer programa verdaderamente comunista revolucionario de su enemigo de clase. ¿Cuál es la razón de ese silencio ensordecedor?
El 10 de enero de 1998 la burguesía alemana ha publicado en el Frankfurter Allgemeine Zeitung una toma de posición sobre el Manifiesto comunista. Tras proclamar que «los obreros del Este se habían desembarazado del comunismo» y de afirmar que «la dinámica flexibilidad del capitalismo permitirá superar todas las crisis», desmintiendo de esta forma a Marx, la toma de posición concluye: «150 años después de la aparición del Manifiesto no tenemos que tener miedo de ningún espectro».
Este artículo, relegado a la página 13 del suplemento económico y bursátil, no es una tentativa demasiado feliz de la clase dominante para acreditarse: junto a él, en la misma página, hay un artículo sobre la terrible crisis económica en Asia y otro sobre un nuevo récord oficial en la tasa de paro en Alemania rozando ya los 4,5 millones. Las páginas de la prensa burguesa demuestran por sí mismas la falsedad de la pretendida refutación del marxismo por la historia. En realidad, no existe hoy documento que perturbe más profundamente a la burguesía que el Manifiesto comunista, y ello por dos razones. La primera porque su demostración del carácter históricamente limitado del modo de producción capitalista, de la naturaleza insoluble de sus contradicciones internas que confirma la realidad presente, continúa inquietando a la clase dominante. La segunda porque, ya precisamente en la época, el Manifiesto fue escrito para disipar las confusiones existentes en la clase obrera sobre la naturaleza del comunismo. Desde un punto de vista actual, podemos leerlo como una denuncia moderna de la mentira según la cual el estalinismo habría tenido algo que ver con el socialismo. Esta mentira es hoy una de las principales cartas de la clase dominante contra el proletariado.
Por estas dos razones la burguesía tiene un interés vital en evitar todo tipo de publicidad que pudiera atraer la atención sobre el Manifiesto comunista y sobre lo que contiene realmente este célebre documento. En particular, no quiere que nada sea hecho o dicho que pudiera agudizar la curiosidad de los obreros y llevarlos a leerlo ellos mismos. Basándose sobre el impacto histórico del hundimiento del estalinismo, la burguesía va a seguir proclamando que la historia ha refutado el marxismo. Sin embargo, evitará prudentemente todo examen público del objetivo comunista, tal y como lo ha definido el marxismo, y del método materialista histórico utilizado con este fin. Como el Manifiesto comunista refuta por adelantado la idea del «socialismo en un solo país» (inventada por Stalin) y como ha estallado en mil pedazos su pretendida superación de la crisis del capitalismo, la burguesía continuará todo el tiempo que le sea posible ignorando la poderosa argumentación de este documento. Se sentirá más segura de sí misma combatiendo el espectro burgués del «socialismo en un solo país» de Stalin, presentado como la espantosa puesta en práctica del marxismo por la Revolución rusa.
En cambio para el proletariado, el Manifiesto comunista es la brújula para el porvenir de la especie humana que muestra la salida al callejón sin salida mortal en el cual el capitalismo decadente entrampa a la humanidad.
La referencia al «espectro del comunismo» al comienzo del Manifiesto del Partido comunista de 1848 se ha convertido en una de las expresiones más célebres de la literatura mundial. Sin embargo no se sabe generalmente a qué hace referencia verdaderamente ese pasaje. En realidad, la atención del público de la época no se centraba tanto en el comunismo del proletariado sino sobre el comunismo falso y reaccionario de las otras capas sociales e incluso de la misma clase dominante. Lo que quería decir realmente es que la burguesía, no osando combatir abiertamente y por tanto reconocer públicamente las tendencias comunistas que estaban actuando entonces en la lucha proletaria, utilizaba esta confusión para luchar contra el desarrollo de una lucha obrera autónoma. «¿Qué partido de oposición no ha sido tildado de comunista por sus adversarios en el poder?» se pregunta el Manifiesto, «¿Qué partido de la oposición no ha lanzado la acusación oprobiosa de comunista al más oposicional que exista, lo mismo que contra sus adversarios reaccionarios?».
Ya en 1848 este «espectro del comunismo» impostor estaba en el centro de la controversia pública lo cual hacía particularmente difícil al joven proletariado tomar conciencia de que el comunismo, lejos de ser una cosa separada u opuesta a la lucha de clase cotidiana, no era otra cosa que su misma naturaleza, la significación histórica y el objetivo final de la misma. Eso es lo que permitía enmascarar que, como decía el Manifiesto, «las concepciones teóricas de los comunistas (...) no hacen sino expresar, en términos generales, las condiciones reales de una lucha de clases existente, un movimiento histórico que se desarrolla ante nuestros ojos».
Ahí reside la dramática actualidad del Manifiesto comunista. Hace siglo y medio, de la misma forma que hoy, muestra la vía al refutar todas las distorsiones antiproletarias del comunismo. Frente a un fenómeno histórico enteramente nuevo –el paro masivo y la pauperización de las masas en la Inglaterra industrializada y la alteración de Europa, todavía semifeudal, por crisis comerciales periódicas, la extensión internacional del descontento revolucionario de las masas en las vísperas de 1848– los sectores más conscientes de la clase obrera buscaban balbuceando una comprensión más clara del hecho de que al crear una clase de productores desposeídos, enlazados internacionalmente en el trabajo asociado por la industria moderna, el capitalismo había creado su propio sepulturero potencial. Las primeras grandes huelgas obreras colectivas en Francia y en otros lugares, la aparición del primer movimiento político proletario masivo en Gran Bretaña (el Cartismo) y los esfuerzos por elaborar un programa socialista por las organizaciones obreras, sobre todo alemanas (de Weitling a la Liga de los Comunistas) expresaban estos avances. Pero para que el proletariado estableciera su lucha sobre una base de clase sólida, era preciso aclarar ante todo el objetivo comunista de este movimiento y combatir por tanto conscientemente el «socialismo» de las demás clases. La clarificación de esta cuestión era urgente puesto que la Europa de 1848 estaba al borde de movimientos revolucionarios que iban a alcanzar su apogeo en Francia con el primer cara a cara masivo entre la burguesía y el proletariado durante las jornadas de junio de 1848.
Por ello el Manifiesto comunista dedica todo un capítulo a denunciar el carácter reaccionario del socialismo no proletario. Incluye especialmente las expresiones verdaderas de la clase dominante opuesta a la clase obrera:
– el socialismo feudal que tiene en parte como objetivo movilizar a los obreros detrás de la resistencia reaccionaria de la nobleza contra la burguesía;
– el socialismo burgués «una parte de la burguesía busca paliar las taras sociales a fin de consolidar la sociedad burguesa».
Era ante todo y sobre todo para combatir esos «espectros del comunismo» por lo que el Manifiesto fue escrito. Como declara a continuación «ha llegado el momento de que los comunistas expongan públicamente, ante todo el mundo, sus concepciones, sus objetivos y sus tendencias; que opongan a la leyenda del espectro un manifiesto del partido».
Los elementos esenciales de esta exposición eran la concepción materialista de la historia y de la sociedad comunista sin clases destinada a reemplazar el capitalismo. Es la resolución brillante de esta tarea histórica lo que hace hoy del Manifiesto comunista el punto de partida indispensable de la lucha proletaria contra los absurdos ideológicos de la burguesía legados por la contrarrevolución estalinista. El Manifiesto comunista, lejos de ser un producto caduco del pasado, estaba ya muy adelantado a su época en 1848. En el momento de su publicación se pensaba erróneamente que estaba próxima la caída del capitalismo y la victoria de la revolución proletaria, pero solo con la llegada del siglo XX el cumplimiento de la visión revolucionaria del marxismo se puso al orden del día. Al leer hoy el Manifiesto se tiene la impresión de que acaba de ser escrito por lo precisa que es su formulación de las contradicciones de la sociedad burguesa actual y la necesidad de su resolución por la lucha de clases del proletariado. Esta actualidad verdaderamente subyugante del Manifiesto es la prueba de que constituye una emanación de una clase auténticamente revolucionaria teniendo en sus manos el destino de la humanidad, dotada de una visión a largo plazo a la vez gigantesca y realista de la historia humana.
Evidentemente sería un error comparar el ingenuo socialismo feudal y burgués de 1848 con la contrarrevolución estalinista de los años 30 que, en nombre del marxismo, destruyó la primera revolución proletaria victoriosa de la historia, liquidó físicamente la vanguardia comunista de la clase obrera y sometió al proletariado a la explotación capitalista más bestial. Sin embargo, el Manifiesto comunista había desenmascarado el denominador común del «socialismo» de las clases explotadoras. Lo que Marx y Engels describen del socialismo «conservador y burgués» de la época se aplica plenamente al estalinismo del siglo XX.
«Por transformación de las condiciones materiales de vida, este socialismo no entiende en manera alguna la abolición de las relaciones de producción burguesas, la cual no puede ser alcanzada más que por medios revolucionarios; pretende hacerlo únicamente por la implantación de reformas administrativas que se realizan sobre la base misma de esas relaciones de producción sin afectar, por tanto, las relaciones entre capital y trabajo asalariado y que, en el mejor de los casos, permiten a la burguesía disminuir los gastos de su explotación y aligerar el presupuesto estatal».
El estalinismo ha proclamado que pese a la persistencia de lo que ha llamado trabajo asalariado «socialista» el producto de su trabajo pertenecía a la clase productora porque la explotación personal por capitalistas individuales había sido sustituida por la propiedad del Estado. Como respuesta, el Manifiesto comunista se pregunta: «¿Es que el trabajo asalariado, el trabajo de los proletarios, crea un determinado tipo de propiedad?» y responde: «En manera alguna. Crea el Capital, es decir, la propiedad que explota el trabajo asalariado y que no puede crecer más que a condición de producir un excedente de trabajo asalariado con el fin de explotarlo de nuevo. En su forma actual, la propiedad evoluciona en el antagonismo entre capital y trabajo (...) Ser capitalista es ocupar no solamente una posición personal sino sobre todo una posición social. El capital es un producto colectivo y no puede ser puesto en movimiento más que por la actividad común de un gran número de miembros de la sociedad, en última instancia, de todos sus miembros. Consecuentemente, el capital no es una potencia personal sino una potencia social».
Esta comprensión fundamental, a saber, que la sustitución jurídica de los capitalistas individuales por la propiedad del Estado no cambia para nada –contrariamente a la mentira estalinista– la naturaleza capitalista de la explotación del trabajo asalariado, fue formulada de forma aún más explícita por Engels.
«Sin embargo, ni la transformación en sociedades por acciones, ni la transformación en propiedad del Estado, suprimen la naturaleza como Capital de las fuerzas productivas (...) El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista: el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Cuantas más fuerzas productivas coloca bajo su propiedad, más se convierte en capitalista colectivo y más explota a los ciudadanos. Los obreros siguen siendo asalariados, proletarios. La relación capitalista no es suprimida sino que es llevada a su colmo».
Sin embargo, al definir la diferencia fundamental entre capitalismo y comunismo, el Manifiesto anticipa claramente el carácter burgués de los antiguos países estalinistas.
«En la sociedad burguesa, el trabajo vivo no más que un medio de aumentar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, enriquecer y estimular la vida de los trabajadores. En la sociedad burguesa el pasado domina al presente, en la sociedad comunista el presente domina al pasado».
Por ello el éxito de la industrialización estalinista en Rusia durante los años 30 a expensas de las condiciones de vida de los obreros y mediante una reducción drástica de las mismas, constituye la mejor prueba de la naturaleza de ese régimen. El desarrollo de las fuerzas productivas en detrimento del consumo de los productores es la tarea histórica del capitalismo. La humanidad ha debido pasar por el infierno de la acumulación del capital con el fin de que sean creadas las precondiciones materiales de una sociedad sin clases. El socialismo, por el contrario, en cada uno de sus pasos, en cada etapa hacia ese objetivo, se caracteriza ante todo y sobre todo, por un crecimiento cuantitativo y cualitativo del consumo, en particular de los alimentos, el vestido y la vivienda. Por ello, el Manifiesto identifica la pauperización absoluta y relativa del proletariado como la característica primordial del capitalismo: «La burguesía es incapaz de mantenerse como clase dirigente y de imponer a la sociedad, como ley suprema, las condiciones de vida de su clase. No puede reinar porque no puede asegurar la existencia del esclavo en el interior mismo de su esclavitud: se ve forzada a dejarla caer tan bajo que se ve obligada a alimentarlo en lugar de ser alimentado por ella. La sociedad no puede vivir bajo la burguesía: la existencia de la burguesía y la existencia de la sociedad se han hecho incompatibles».
Esto quiere decir dos cosas: el empobrecimiento lleva al proletariado a la revolución; este empobrecimiento significa que la expansión de los mercados capitalistas no puede seguir la de la producción. Resultado: el modo de producción se rebela contra el modo de intercambio; las fuerzas productivas se rebelan contra un modo de producción que han superado; el proletariado se rebela contra la burguesía; el trabajo vivo contra la dominación del trabajo muerto. El porvenir de la humanidad se afirma contra la dominación del presente por el pasado.
De hecho, el capitalismo ha creado las precondiciones de una sociedad sin clases que puede dar a la humanidad, por primera vez en la historia, la posibilidad de superar la lucha del hombre contra el hombre por la supervivencia, produciendo una abundancia de medios materiales de subsistencia y de cultura humana. Pero estas precondiciones –particularmente, el proletariado mundial y el mercado mundial– no existen más que a escala mundial. La forma más alta de concurrencia capitalista (que no es más que una versión moderna de la lucha secular del hombre contra el hombre en condiciones de penuria) es la lucha económica y militar por la supervivencia entre Estados nacionales. Por ello la superación de la concurrencia capitalista y el establecimiento de una sociedad verdaderamente colectiva y humana no pueden realizarse más que mediante la superación del Estado nacional, a través de una revolución proletaria mundial. Solo el proletariado puede cumplir esa tarea puesto que, como dice el Manifiesto, «los obreros no tienen patria». La dominación del proletariado hará desaparecer cada vez más las demarcaciones y los antagonismos entre los pueblos. «Una de las primeras condiciones de su emancipación es la acción unificada, al menos de los trabajadores de los países civilizados».
Antes del Manifiesto comunista, en los Principios del comunismo, Engels había respondido a la cuestión ¿Esta revolución será posible en un solo país?.
«No. La gran industria, al crear el mercado mundial, ha unido tan estrechamente a los pueblos de la Tierra y sobre todo a los más civilizados que cada pueblo depende de lo que pasa en los demás (...) La revolución comunista, por consiguiente, no será una revolución puramente nacional; se producirá al mismo tiempo en todos los países civilizados, es decir, al menos en Gran Bretaña, América, Francia y Alemania».
He aquí el último golpe mortal del Manifiesto comunista a la ideología burguesa de la contrarrevolución estalinista: la llamada teoría del socialismo en un solo país. El Manifiesto comunista es la brújula que ha guiado la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. Es la consigna gloriosa de «Proletarios de todos los países !Uníos!» que ha guiado al proletariado ruso y a los bolcheviques en su lucha heroica contra la guerra imperialista de la patria capitalista, en la toma del poder por el proletariado para comenzar la revolución mundial. Es el Manifiesto comunista el que ha servido de punto de referencia al famoso discurso de Rosa Luxemburgo sobre el programa, en el congreso de fundación del Partido comunista alemán (KPD), en el corazón de la revolución alemana, y en el congreso de fundación de la Internacional comunista. Del mismo modo, ha sido el internacionalismo proletario sin compromisos del Manifiesto y del conjunto de la tradición marxista lo que inspiró a Trotski en su lucha contra el «socialismo en un solo país» y el que inspiró a la Izquierda comunista en su lucha de más de medio siglo contra la contrarrevolución estalinista.
La Izquierda comunista rinde hoy homenaje al Manifiesto comunista de 1848 no como un vestigio de un pasado lejano, sino como un arma poderosa contra la mentira del estalinismo y como guía indispensable para el necesario porvenir revolucionario de la humanidad.
Krespel
[1] Serie «El comunismo no es un bello ideal sino una necesidad material», Revista internacional no 72, primer trimestre 1993.
[2] Révolution internationale no 276.
[3] El Libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión.
[4] Es lo que se llama «Grosse Lauschangriff», es decir, «Gran ataque de las escuchas», de la burguesía alemana el cual tiene como supuesto objetivo el crimen organizado pero que especifica 50 infracciones diferentes, incluidas formas diversas de subversión.