China 1928-1949 – II - Un eslabón de la guerra imperialista

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China 1928-1949 - II

Un eslabón de la guerra imperialista

En la primera parte de este artículo (Revista internacional nº 81) intentamos rescatar la legítima experiencia histórica revolucionaria de la clase obrera en China. La heroica tentativa insurreccional del proletariado de Shangai del 21 de marzo de 1927 fue, a la vez, la culminación del impetuoso movimiento de la clase obrera iniciado en 1919 en China, y el último destello de la oleada revolu­cionaria internacional que había estremecido al mundo capitalista desde 1917. Sin embargo, las fuerzas coaligadas de la reacción capitalista: el Kuomingtang, los “señores de la guerra”, las grandes potencias imperialistas, contando además con la complicidad del Ejecutivo de una Tercera Internacional en acelerado proceso de degeneración, lograron derrotar completamente aquel movimiento.

Los acontecimientos posteriores nada tuvieron que ver ya con la revolución proletaria. Lo que la historia oficial llama “revolución popular china” fue, en realidad, una sucesión de­senfrenada de pugnas por el control del país entre fracciones burguesas antagónicas, detrás de las cuales se hallaba siempre una u otra gran potencia. China se convirtió en una más de las regiones “calientes” de los enfrentamientos imperialistas que desembocaron en la Segunda Guerra mundial.

La liquidación del partido proletario

El año 1928 es señalado por la historia oficial como decisivo para la vida del Partido comunista de China, pues fue el año de la creación del “Ejército rojo” y del inicio de la “nueva estrategia” basada en la movilización de los campesinos, los supuestos cimientos de la “revolución popular”. Y, en efecto, aquél fue un año decisivo para el PCCh, aunque no en el sentido indicado por la historia oficial. El año 1928 marca, de hecho, la liquidación del Partido comunista de China en tanto que instrumento de la clase obrera. El reconocimiento de ese acontecimiento constituye el punto de partida para comprender los acontecimientos posteriores en China.

Por una parte, con la derrota del prole­tariado, el partido fue desarticulado y ­ severamente diezmado. Como ya mencionábamos, alrededor de 25000 militan­tes comu­nistas fueron asesinados y muchos miles más fueron perseguidos por el Kuomingtang. Estos militantes constituían la flor y nata del proletariado revolucionario de las grandes ciudades, el cual, a falta de organismos del tipo de los consejos, se había agrupado masivamente en el seno del partido durante los años anteriores. En adelante, no sólo ninguna otra hornada de obreros ingresaría nuevamente al Partido, sino que su composición social cambiaría radicalmente –como veremos en el apartado siguiente–, tanto como sus principios políticos.

Pues la liquidación del Partido no fue únicamente física sino, ante todo, política. El período de la persecución más feroz contra el Partido comunista chino coincidió con el del ascenso irrefrenable del estalinismo en la URSS y en la Internacional. Estos acontecimientos simultáneos aceleraron dramáticamente el oportunismo que había sido inoculado durante años por el Ejecutivo de la Internacional en el PCCh, hasta volverse un proceso de rápida degeneración. Así, entre agosto y di­ciembre de 1927 el Partido encabezó una serie de tentativas aventureras, desesperadas y caóticas, entre las que se cuentan: la “revuelta del otoño”, alzamiento de algunos miles de campesinos en ciertas re­giones que se hallaban bajo la influencia del Partido; el motín de las tropas nacionalistas de Nanchang (en las que actuaban algunos comunistas); y, finalmente, la llamada “insurrección” de Cantón del 11 al 14 de diciembre, que en realidad fue un intento de asalto “planificado”, no secundado por el conjunto del proletariado de la ciudad y que concluyó en un nuevo baño de sangre. Todas estas acciones terminaron en derrotas desastrosas a manos de las fuerzas del Kuomingtang, aceleraron la dispersión y desmoralización del Partido comunista y significaron el aplastamiento de los últimos impulsos revolucionarios de la clase obrera.

Dichas tentativas aventureras habían sido instigadas por los elementos que Stalin había logrado poner al frente del PCCh, y su objetivo era justificar la tesis del propio Stalin sobre el “ascenso de la revolución china”, aunque posteriormente los fracasos eran utilizados para expulsar, mediante maniobras, precisamente a quienes se le oponían.

El año 1928 marcó el triunfo de la contrarrevolución estalinista en toda la línea. El 9º plenario de la Internacional aceptó el “rechazo del trotskismo” como condición de adhesión y, finalmente, el 6º Congreso de la Internacional adoptó la nefasta teoría del “socialismo en un sólo país”, es decir, el abandono definitivo del internacionalismo proletario, que marcó la muerte de la Internacional como organización de la clase obrera. En ese marco, se llevó a cabo –también en la URSS– el 6º congreso del PCCh que, con la decisión de preparar un equipo de jóvenes dirigentes incondicionales de Stalin, inició, por decirlo así, la estalinización “oficial” del Partido, es decir, la transformación de éste en un partido diferente, instrumento del nuevo imperialismo ruso en ascenso. Este equipo de los llamados “estudiantes retornados” llegaría para tratar de imponerse en la dirección del Partido chino dos años después, en 1930.

El “Ejército rojo” y los modernos “Señores de guerra”

Pero la estalinización no fue la única vía que siguió la degeneración del PCCh. Por otra parte, la derrota de la serie de aventuras de la segunda mitad de 1927 se tradujo también en la huída de algunos grupos de los que participaron en ellas hacia regiones que eran de difícil acceso para las fuerzas gubernamentales. Estos grupos empezaron a reunirse en destacamentos militares más amplios. Uno de ellos, por ejemplo, era el de Mao Tsetung.

Es de notar que, desde sus primeros años de militancia, Mao Tsetung no dio muchas pruebas de intransigencia proletaria. Como uno de los representantes del ala oportunista, ocupó un puesto administrativo de segundo orden durante el periodo de la alianza del PCCh con el Kuomingtang. Al romperse ésta, huyó a su natal Junán donde, siguiendo las directrices estalinistas, se encargó de dirigir la “revuelta campesina del otoño”. El desastroso final de la aventura le obligó, junto con unos cientos de campesinos, a replegarse aún más, hasta el macizo montañoso de Chingkang. Allí, para poder establecerse, hizo un pacto de unión con los bandidos que controlaban la zona, de quienes aprendió sus métodos de asalto. Por último, su grupo se fusionó con los restos de un destacamento del Kuomingtang al mando del oficial Chu Te, quien a su vez huía a las montañas luego del fallido alzamiento de Nanchang.

Para la historia oficial, el grupo de Mao habría dado origen al llamado “ejército rojo” o “popular” y a las “bases rojas” (regiones controladas por el PCCh). Mao habría “descubierto” por su cuenta, al fin, algo así como la “estrategia correcta” para la revolución china. A decir verdad, el de Mao fue uno entre otros destacamentos de composición similar que se formaron si­multáneamente en media docena de diferentes regiones. Todos ellos iniciaron una política de reclutamiento de campesinos y avance y ocupación de ciertas regiones, logrando resistir los embates del Kuomingtang durante algunos años, hasta 1934. Lo importante a retener aquí es la fusión política e ideológica que se dio entre lo que había sido el ala oportunista del PCCh, con partes del Kuomingtang (el Partido de la burguesía) e incluso con mercenarios (provenientes de las bandas de campesinos desclasados). En realidad, el desplazamiento geográfico que se operaba en el escenario histórico, de las ciudades al campo, no correspondía a un mero cambio de estrategia, sino que marcaba nítidamente el cambio en el carácter de clase que se operaba en el Partido comunista.

En efecto, según los historiadores maoístas, el “ejército rojo” era un ejército campesino guiado por el proletariado. En realidad, al frente de ese ejército no se ha­llaba ya la clase obrera, sino militantes del PCCh –de origen pequeñoburgués casi todos– que, por el contrario, nunca habían hecho suya completamente la perspectiva histórica de la lucha de la clase obrera, (perspectiva que abandonaron definitivamente ante la derrota de ésta), mezclados con oficiales del Kuomingtang resentidos. Años después, esta mezcla se consolidaría aún más, con un nuevo desplazamiento hacia el campo de profesores y estudiantes universitarios, nacionalistas y liberales, quienes formarían los cuadros “educadores” de los campesinos durante la guerra contra Japón.

Socialmente, el Partido comunista de China se convirtió así en el representante de las capas de la burguesía y la pequeña burguesía desplazadas por las condiciones reinantes en China: intelectuales, profesores y militares de carrera, que no hallaban sitio, ni en los gobiernos locales a los que sólo podían acceder los notables, ni en el gobierno central, cerrado y monopólico, de Chiang Kaishek.

En correspondencia, la ideología de los dirigentes del “ejército rojo” se volvió una mezcolanza de estalinismo con sunyatsenimo. Un lenguaje seudomarxista lleno de frases sobre “el proletariado” apenas matizaba el objetivo, cada vez más abiertamente declarado, de establecer, con la ayuda de un gobierno “amigo”, en oposición al gobierno burgués “dictatorial” de Chiang Kaishek, otro gobierno, igualmente burgués, aunque “democrático”. En el mundo de la realidad del capitalismo decadente, esto se plasmó en la inmersión completa del nuevo PCCh y su “ejército rojo” en las pugnas imperialistas.

El campesinado chino: ¿una clase revolucionaria especial?

Es cierto, sin embargo, que las filas del “ejército rojo” estaban constituidas básicamente por campesinos pobres. Este hecho (junto con el de que el Partido seguía llamándose “comunista”) se halla en la base de la creación del mito de la “revolución popular china”.

Desde mediados de los años 20 existían ya teorizaciones en el PCCh, sobre todo entre quienes menos confiaban en la clase obrera, que atribuían al campesinado chino un carácter de clase especialmente revolucionario. Se podía leer, por ejemplo que “las grandes masas campesinas se han alzado para cumplir su misión histórica... derribar a las fuerzas feudales rurales” ([1]). En otras palabras, había quien consideraba al campesinado como una clase histórica, capaz de realizar ciertos objetivos revolucionarios con independencia de otras clases. Con la degeneración política del PCCh, dichas teorizaciones fueron aún más lejos, hasta atribuir al campesinado chino ¡la capacidad de sustituir al proletariado en la lucha revolucionaria! ([2]).

Apuntalándose en la historia de las rebeliones campesinas en China, se pretendía demostrar la supuesta existencia de una “tradición” (por no decir “conciencia”) revolucionaria entre el campesinado chino. En realidad, lo que esa historia muestra es precisamente que los campesinos chinos han carecido de un proyecto histórico revolucionario viable propio, tal como ha sido el caso con los campesinos del resto del mundo, y tal como lo ha demostrado, una y otra vez, el marxismo. En el ascenso del capitalismo, en el mejor de los casos, abrieron el paso a las revoluciones burguesas, pero en la decadencia del capitalismo los campesinos pobres sólo pueden luchar revolucionariamente si se adhieren a los objetivos revolucionarios de la clase obrera, pues en caso contrario se convierten en un instrumento de la clase dominante.

Así, ya la rebelión de los Taiping (el movimiento del campesinado chino más “puro” e importante, que estalló en 1850 contra la dinastía manchú y fue aplastado totalmente hasta 1864) mostró los límites de la lucha campesina. Los Taiping querían instaurar el reino de dios en la Tierra, una sociedad sin propiedad privada individual, en la que un monarca legítimo, verdadero hijo de dios, sería depositario de toda la riqueza de la comunidad. Es decir, al reconocimiento de la propiedad privada como fuente de sus males, no le seguía –y no podía ser de otra manera– un proyecto viable de sociedad futura, sino sólo una utopía de retorno a una dinastía idílica perdida. En los primeros años, las potencias capitalistas europeas que ya penetraban en China, dejaron hacer a los Taiping, como un medio de debilitar a la dinastía, y la rebelión se extendió por todo el reino, pero los campesinos fueron incapaces de formar un gobierno central y de administrar las tierras. El movimiento alcanzó su punto culminante en 1856, con el fracaso de la toma de la capital imperial de Pekín y, finalmente, empezó a extinguirse en medio de una represión masiva, en la cual colaboraron por fin las potencias capitalistas. De este modo, la rebelión de los Taiping debilitó a la dinastía manchú, sólo para abrir las puertas a la expansión imperialista de Gran Bretaña, Francia y Rusia. El campesinado sirvió la mesa a la burguesía ([3]).

Décadas después, en 1898, estalló otra revuelta, de menor envergadura, la de los Yi Ho-tuan (boxeadores), dirigida originalmente contra la dinastía y los extranjeros. Sin embargo, esta revuelta marcó, de hecho, la descomposición y el final de los movimientos campesinos independientes, pues la emperatriz logró apoderarse de ella para utilizarla en su propia guerra contra los extranjeros. Con la desintegración de la dinastía y la fragmentación de China a principios de siglo, de entre la masa flotante de campesinos pobres o sin tierra, muchos empezaron a enrolarse, en cantidades crecientes, en los ejércitos profe­sionales de los “señores de la guerra” regionales. Finalmente, las tradicionales sociedades secretas para la protección de los campesinos, se transformaron en ma­fias al servicio de los capitalistas, cuya ­ función en las ciudades era la de controlar la fuerza de trabajo y servir como rompehuelgas.

Es cierto que las teorizaciones sobre el carácter revolucionario del campesinado encontraban una justificación en la efectiva reanimación del movimiento campesino, sobre todo en el sur de China. Sin embargo, esas teorizaciones pasaban por alto que era la revolución en las grandes ciudades la que había provocado dicha reanimación y que, justamente, la única esperanza de emancipación para el campesinado podía provenir del triunfo del proletariado urbano.

Pero la constitución del “ejército rojo” chino nada tuvo que ver ni con el proletariado, ni con la revolución. Nada tuvo que ver, digamos, con la constitución de las milicias revolucionarias propias de los pe­ríodos insurreccionales. Es cierto que los campesinos se sumaban al “ejército rojo” empujados por las terribles condiciones de vida que padecían, con la esperanza de obtener o defender sus tierras, o buscando un modo de vida como soldados, pero estas eran las mismas causas por las cuales los campesinos se sumaban a cualquiera de los otros ejércitos de los “señores de la guerra” que pululaban en China en ese tiempo. Tan fue así, que al principio el “ejército rojo” tuvo que emitir ordenanzas prohibiendo los saqueos a las poblaciones tomadas. Para el proletariado, el “ejército rojo” era algo totalmente ajeno, como se mostró en 1930, cuando, al tomar la importante ciudad de Changsha, el “ejército rojo” no pudo sostenerse más que por unos pocos días, debido fundamentalmente a que fue recibido con frialdad y hasta hostilidad por los trabajadores de la ciudad, quienes rechazaron su llamado a apoyarlo mediante una nueva “insurrección”.

La diferencia entre los “señores de la guerra” tradicionales y los dirigentes del “ejército rojo”, nuevos “señores de la guerra”, era que los primeros se habían ya establecido dentro de la estructura social de China y eran visiblemente parte de las clases dominantes, mientras que los segundos pugnaban apenas por abrirse paso en ella, lo que les permitía alimentar las esperanzas de los campesinos, y les confería un carácter más dinámico y agresivo, una disposición más hábil y flexible para formar alianzas y venderse al mejor postor imperialista.

En suma, la derrota de la clase obrera en 1927 no catapultó a los campesinos al frente de la revolución, sino que por el contrario, los dejó a la deriva en la tempestad de las pugnas nacionalistas e imperialistas. En estas pugnas los campesinos fueron sólo la carne de cañón.

El escenario de las pugnas imperialistas

Con el aplastamiento de la clase obrera, el Kuomingtang se convirtió, por cierto tiempo, en la institución más fuerte de China, la única capaz de garantizar la unidad del país -combatiendo o estableciendo alianzas con los “señores de la guerra” regionales-, y, por tanto, se convirtió también en el eje de las disputas entre las potencias imperialistas.

Mencionábamos ya, en la primera parte de este escrito, cómo, desde 1911, detrás de las pugnas por formar un gobierno nacional, se hallaban las grandes potencias imperialistas. Para comienzos de los años 30 las relaciones de fuerza entre ellas se había modificado en varios sentidos.

Por una parte, con la contrarrevolución estalinista, se iniciaba una nueva política imperialista rusa. La “defensa de la patria socialista” de la URSS significaba la creación de una zona de influencia a su alrededor, que le sirviera a la vez de colchón de protección. Esto se tradujo, para el caso de China, no sólo en el apoyo a las “bases rojas” formadas a partir de 1928, -a las cuales Stalin no les auguraba un gran futuro-, sino ante todo en la búsqueda de una alianza con el gobierno del Kuomingtang.

Por otra parte, Estados Unidos, se alzaba cada vez más como un aspirante a dominar exclusivamente todas las regiones bañadas por el Océano Pacífico, sustituyendo, con su dominio financiero creciente, el antiguo dominio colonial de las viejas potencias como Inglaterra y Francia. Más, para lograrlo, tenía que acabar primero con los sueños expansionistas de Japón. De hecho, desde principios de siglo estaba planteado ya que Japón y Estados Unidos a la larga no cabrían ambos en el Pacífico. Y el enfrentamiento abierto entre Japón y Estados Unidos estalló (10 años antes del bombardeo sobre Pearl Harbor) con la guerra por el control de China y del gobierno del Kuomingtang.

Finalmente, fue Japón, de entre las potencias inmiscuidas en China la más necesitada de mercados, así como de fuentes de materias primas y de mano de obra barata, la que hubo de tomar la iniciativa en la pugna imperialista por China cuando, en septiembre de 1931, ocupó Manchuria, y a partir de enero de 1932 invadió las provincias del norte de China y estableció una cabeza de puente en Shanghai, luego de un bombardeo “preventivo” sobre los barrios obreros de la ciudad. Japón estableció alianzas con algunos “señores de la guerra” y empezó a instaurar los llamados “regímenes títeres”. En tanto, Chiang Kaishek únicamente ofreció una resistencia de fachada contra la invasión, pues él mismo había entrado en tratos con Japón. Estados Unidos y la URSS reaccionaron entonces, cada uno por su cuenta, haciendo presión sobre el gobierno de Chiang Kaishek para que iniciara una resistencia efectiva contra Japón. Estados Unidos, sin embargo, tomó las cosas con mayor calma, pues esperaba que Japón se empantanara en una larga y desgastante guerra en China (como ocurriría efectivamente).

Por su parte, en 1932, Stalin, ordenó a las “bases rojas” declarar la guerra a Japón, y simultáneamente estableció relaciones diplomáticas con el régimen de Chiang Kaishek –en el mismo periodo en que éste atacaba furiosamente las “bases rojas”. En 1933, Mao Tsetung y Fang Chimin propusieron una alianza con unos generales del Kuomingtang que se habían rebelado contra Chiang Kaishek por su política de colaboración con Japón, pero los “estudiantes retornados” rechazaron esa alian­za... para no romper los lazos de Rusia con el régimen de Chiang. Este episodio muestra que el PCCh se había metido ya en el juego de las pugnas y alianzas interburguesas, aunque en ese momento Stalin consideraba al “ejército rojo” sólo como un “elemento de presión” y prefería apoyarse más en una alianza duradera con Chiang Kaishek.

La Larga marcha... a la guerra imperialista

Fue en ese marco de tensiones imperialistas en aumento cuando, durante el verano de 1934, los destacamentos del “ejército rojo” que se hallaban en las “bases guerrilleras” del sur y del centro iniciaron un desplazamiento hacia el noroeste de China, por las regiones agrestes más alejadas del control del Kuomingtang, hasta concentrarse en la región de Shensi. Este desplazamiento conocido como la “Larga marcha” es, para la historia oficial, el acto más significativo, épico, de la “revolución po­pular china”. Los libros de historia rebosan de capítulos de heroísmo, cuando los destacamentos atravesaban los ríos, pantanos y montañas... sin embargo, el análisis de los acontecimientos pone al descubierto los sórdidos intereses burgueses que se hallaban detrás de ese desplazamiento.

Ante todo, el objetivo fundamental de la “larga marcha” era el enrolamiento de los campesinos en la guerra imperialista que se estaba cocinando entre Japón, China, Rusia y Estados Unidos. De hecho, Po Ku (estalinista del grupo de “estudiantes retornados”) había planteado desde antes la posibilidad de que algunas unidades del “ejército rojo” fueran enviadas a luchar contra los japoneses. Los libros de historia subrayan, que la salida de la “zona so­viética” de la región sureña de Kiangsi obedeció ante todo al cerco insoportable establecido por el Kuomingtang, pero son am­bi­guos cuando reconocen que las fuerzas del “ejército rojo” fueron expulsadas debido en gran parte al cambio de táctica ordenada por los estalinistas, de la lucha de guerrillas que había permitido al “ejército rojo” resistir por varios años, a combates frontales contra el Kuomingtang. Esos enfrentamientos provocaron la ruptura de la frontera de “seguridad” de la zona gue­rrillera y la consiguiente necesidad de abandonarla, pero ello no fue un “grave error” de los “estudiantes retornados” (co­mo posteriormente acusaría Mao, aunque él mismo participara en esa estrategia), sino un éxito para los objetivos de los estalinistas: obligar a los campesinos armados a abandonar sus tierras, hasta entonces defendidas con tanto ahínco, para que marcharan hacia el norte, concentrándose en un sólo ejército regular apto para la guerra que se avecinaba.

Los libros de historia suelen conferirle también a la “larga marcha” el carácter de una especie de movimiento social o lucha de clases. Supuestamente, a su paso, el “ejército rojo” iría “sembrando la semilla de la revolución”, propagandizando e incluso repartiendo las tierras entre los cam­pesinos. En realidad, estas acciones tenían como mero objetivo utilizar a los campesinos no integrados al ejército para proteger las espaldas del grueso del “ejército rojo”. Ya desde el inicio de la “larga marcha”, la población civil que habitaba las “bases rojas” fue utilizada como parapeto para permitir la retirada del ejército. Esta táctica –alabada como “muy ingeniosa” por los historiadores– consistente en dejar a los civiles como blanco para proteger los movimientos del ejército regular, es propia de los ejércitos de las clases dominantes, y no tiene nada de “heroico” dejar matar a niños y ancianos, para que los soldados entrenados se salven.

La “larga marcha” no fue un camino de la lucha de clases, sino por el contrario, fue el camino hacia los acuerdos y alianzas con los que hasta entonces se catalogaba como “reaccionarios feudales y capitalistas” y que, por arte de magia se volvieron “buenos patriotas”. Así, el 1º de agosto de 1935, estando los destacamentos de la “Larga marcha” estacionados en Sechuan, el PCCh lanzó un llamamiento a la unidad nacional de todas las clases para expulsar a Japón de China. En otros términos, el PCCh llamaba a todos los trabajadores a abandonar la lucha de clases para unirse con sus explotadores y servir como carne de cañón en la guerra de estos últimos. Ese llamamiento era la aplicación anticipada de las resoluciones del séptimo y último congreso de la Internacional comunista, que tenía lugar por esos mismos días, y que lanzó la nefasta consigna del “frente popular antifascista”, por medio de la cual los partidos comunistas estalinizados colaboraron con las burguesías nacionales, convirtiéndose en los mejores enganchadores de trabajadores para la segunda carnicería imperialista mundial que ya se aproximaba.

Oficialmente, la “larga marcha” culmi­nó en octubre de 1935, cuando el destacamento de Mao arribó a Yenán (provincia de Shensí, en el noroccidente del país). Años después, el maoísmo haría de la “larga marcha” la obra gloriosa y exclusiva de Mao Tsetung. A la historia oficial le gusta pasar por alto que Mao llegaba a una “base roja” ya establecida de antemano, y que llegaba desastrosamente con apenas unos 7000 hombres de los 90 000 que habían salido de Kiangsi, pues miles habían muerto (víctimas de las trampas naturales más que de los ataques del Kuomingtang), y miles más habían permanecido en Sechuan, por una escisión entre las camarillas dirigentes. No fue sino hasta finales de 1936 que el grueso del “ejército rojo” se concentró realmente, con la llegada de los destacamentos provenientes Junán y Sechuan.

La alianza del PCCh con el Kuomingtang

A lo largo de 1936, la labor de reclutamiento de campesinos llevada a cabo por el PCCh fue apuntalada por cientos de estudiantes nacionalistas que se marcharon al campo luego del movimiento antijaponés de la intelectualidad burguesa de finales de 1935 ([4]). Esto no significaba que los estudiantes se volvieran “comunistas” sino que al contrario, como decíamos más arriba, el PCCh era ya un organismo que la burguesía identificaba como suyo, afín a sus intereses de clase.

Pero la burguesía china no era unánime en cuanto a la oposición contra Japón. Se hallaba dividida en sus inclinaciones hacia una u otra gran potencia. Esto era lo que reflejaba el generalísimo Chiang Kaishek quien, como ya veíamos, no se decidía a emprender una campaña frontal contra Japón, y trataba de esperar hasta que la balanza de las fuerzas imperialistas se inclinara claramente hacia uno u otro bando. Los generales del Kuomingtang y los “señores de la guerra” regionales se hallaban asimismo divididos.

En ese ambiente ocurrió el llamado “incidente de Sian”. En diciembre de 1936, Chang Hsuehliang –un general del Kuomingtang antijaponés– y Yang Hucheng –el “señor de la guerra” de Sian–, quienes se hallaban en buenos tratos con el PCCh, arrestaron a Chiang Kaishek e iban a procesarlo por traición. Sin embargo, Stalin ordenó inmediata y tajantemente al PCCh no solamente liberar a Chiang Kaishek sino además incluir a las fuerzas de éste en el “frente popular”. Los días siguientes se llevaron a cabo negociaciones teniendo a Chou Enlai, Yeh Chienying y Po Ku como representantes del PCCh (es decir de Stalin), a Tu Soong (el más grande y corrupto monopolista de China, pariente de Chiang) como representante de Estados Unidos, y el propio Chiang Kaishek, quien finalmente fue “obligado” a ponerse del lado de Estados Unidos y la URSS –por el momento aliados contra Japón– a cambio de lo cual logró mantenerse como jefe del gobierno nacional y que el PCCh y el “ejército rojo” (el cual cambiaría su nombre a “Octavo Ejército”) se pusieran bajo su mando. Chou Enlai y otros “comunistas” participarían en el gobierno de Chiang, en tanto Estados Unidos y la URSS proporcionarían ayuda militar a Chiang Kaishek. (En cuanto a Chang Hsuehliang y Yang Hucheng, ellos fueron abandonados a la venganza de Chiang, quien hizo prisionero al primero y asesinó al segundo).

Así quedó firmada la nueva alianza entre el PCCh y el Kuomingtang. Sólo mediante las contorsiones ideológicas más grotescas y la propaganda más asquerosa pudo el PCCh justificar ante los ojos de los trabajadores su nuevo trato con Chiang Kaishek, el mismo carnicero que había ordenado el aplastamiento de la revolución proletaria y el asesinato de decenas de miles de trabajadores y militantes comunistas en 1927. Es cierto que, desde mediados de 1938, las hostilidades entre las fuerzas del Kuomingtang dirigidas por Chiang y el “ejército rojo” se reanudaron. Esto ha permitido a los historiadores oficiales manejar la idea de que el pacto con el Kuomingtang era sólo una “táctica” del PCCh dentro de la “revolución”. Pero el significado histórico de dicho pacto no radica tanto en el logro o no de la colaboración entre el PCCh y el Kuomingtang, sino en haber puesto en evidencia que entre estas dos fuerzas no existía un antagonismo de clase sino que, por el contrario, perseguían los mismos intereses. Que este PCCh no tenía ya nada que ver con el PCCh proletario de los años 20 que se había enfrentado al capital, y que no era ya sino un instrumento más del capital, el enganchador número uno de campesinos para la matanza imperialista.

Bilan: una luz en la noche de la contrarrevolución

En julio de 1937 Japón inició la invasión a gran escala sobre China y estalló abiertamente la guerra chino-japonesa. Sólo un puñado de pequeños grupos revolucionarios que sobrevivían a la contrarrevolución, los de la Izquierda comunista, tales como el Grupo de comunistas internacionalistas en Holanda, o el grupo de la Izquierda comunista italiana que publicaba en Francia la revista Bilan (Balance), fueron capaces de anticipar y denunciar que lo que se jugaba en China no era la “liberación nacional”, ni mucho menos la “revolución”, sino el predominio de una de las tres grandes potencias imperialistas interesadas en la región: Japón, Estados Unidos o la URSS. Que la guerra chino-japonesa, de igual modo que la guerra española y otros conflictos regionales, era ya el preludio ensordecedor de la segunda carnicería imperialista mundial. En contraste, la Oposición de Izquierda de Trotski, que en su constitución en 1928 todavía había sido capaz de denunciar la política criminal de Stalin de colaboración con el Kuomingtang como una de las causas de la derrota de la revolución proletaria en China, esta Oposición de izquierda, presa de un análisis erróneo del curso histórico que le hacía ver en cada nuevo conflicto imperialista regional una nueva posibilidad revolucionaria, y presa en general de un oportunismo creciente, consideraba la guerra chino-japonesa como “progresista”, como un paso adelante para la “tercera revolución china”. A finales de 1937, Trotski afirmaba sin rubor que “si hay una guerra justa, es la guerra del pueblo chino contra sus conquistadores... todas las organizaciones obreras, todas las fuerzas progresistas de China, sin ceder en su programa y en su independencia política, cumplirán hasta el fin su deber en esta guerra de liberación, independientemente de su actitud frente al gobierno de Chiang Kaishek” ([5]). Con esta política oportunista de defender la patria “independientemente de la actitud ante el gobierno”, Trotski abría de par en par las puertas para el enrolamiento de los obreros en las guerras imperialistas detrás de los gobiernos, y para la transformación, a partir de la Segunda Guerra mundial, de los grupos trotskistas en agentes enganchadores de carne de cañón para el capital. La Izquierda comunista italiana, por el contrario, en su análisis sobre China fue capaz de mantener firmemente la posición internacionalista de la clase obrera. La posición sobre China constituyó uno de los puntos medulares de su ruptura de relaciones con la Oposición de izquierda de Trotski. Lo que se definía era una frontera de clase. Para Bilan, “las posiciones comunistas ante los acontecimientos de China, de España y de la situación internacional actual no pueden fijarse más que a partir de la eliminación rigurosa de todas las fuerzas que actúan en el seno del proletariado y le llaman a participar en la masacre de la guerra imperialista” ([6]). “(...) Todo el problema consiste en determinar qué clase conduce la guerra y en establecer una política adecuada. En el caso que nos ocupa, es imposible negar que es la burguesía china la que conduce la guerra. Ya sea ésta la agresora o la agredida, el deber del proletariado es luchar por el derrotismo revolucionario al igual que en Japón” ([7]). En el mismo sentido, la Fracción belga de la Izquierda comunista internacional (ligada a Bilan) escribía: “Al lado de Chiang Kaishek, verdugo de Cantón, el estalinismo participa en el asesinato de los obreros y campesinos chinos bajo la bandera de la ‘guerra de independencia’. Y sólo su ruptura con el Frente nacional, su fraternización con los obreros y campesinos japoneses, su guerra civil contra el Kuomingtang y todos sus aliados, bajo la dirección de un Partido de clase, puede salvarlos del desastre” ([8]). La firme voz de los grupos de la Izquierda comunista ya no fue escuchada por una clase obrera derrotada y desmoralizada, la cual se dejó arrastrar a la carnicería mundial. Sin embargo, el método de análisis y las posiciones de estos grupos representaron la permanencia y profundización del marxismo y constituyeron el puente entre la vieja generación revolucionaria que vivió la oleada insurreccional del proletariado a principios de siglo y la nueva generación revolucionaria que se alza con el fin de la contrarrevolución a finales de los años 60.

1937-1949: ¿Con la URSS o con Estados Unidos?

Como es sabido, la Segunda Guerra mundial finalizó con la derrota de Japón, junto con las potencias del Eje en 1945, y esta derrota implicó su retirada completa de China. Pero el final de la guerra mundial no fue el final de los enfrentamientos impe­rialistas. Enseguida quedó establecida la rivalidad entre las dos grandes potencias –Estados Unidos y la URSS– que por más de 40 años mantuvieron al mundo al borde de una tercera -y última- guerra mundial. Y China se convirtió inmediatamente, cuan­ do el ejército japonés aun no terminaba de retirarse, en un terreno del enfrentamiento entre estas dos potencias.

Para el propósito de este artículo, que es desmitificar la llamada “revolución popular china”, no presenta mucho interés el relato de las vicisitudes de la guerra chino-japonesa. Es interesante, sin embargo, destacar dos aspectos relacionados con la política realizada por el PCCh entre 1937 y 1945.

El primero es relativo a la explicación de la rápida extensión de las zonas ocupadas por el “ejército rojo” entre 1936 y 1945. Como ya hemos dicho, Chiang Kaishek no estaba empeñado en exponer frontalmente sus fuerzas contra los japoneses, y a cada avance de estos tendía a retroceder, a retirarse. Por otra parte, el ejército japonés avanzaba rápidamente hacia el interior de China, pero no tenía la capacidad para establecer una administración propia en todas las regiones ocupadas, y muy pronto tuvo que limitarse a ocupar las vías de comunicación y ciudades importantes. Esta situación trajo como consecuencia dos fenómenos: uno, que los “señores de la guerra” regionales quedaban aislados del gobierno central lo que les conducía, o bien a colaborar con los japoneses formando entonces los llamados “gobiernos títeres”, o bien a colaborar con el “ejército rojo” en la resistencia contra la invasión; dos, que el PCCh supo aprovechar hábilmente el vacío de poder que se formó con la invasión japonesa en el noroccidente rural de China, estableciendo una administración propia.

Esta administración, conocida como la “nueva democracia”, ha sido alabada por los historiadores precisamente como un régimen “democrático” de “nuevo tipo”. Toda la novedad consistía en que, por primera vez en la historia, un partido “comunista” establecía un gobierno de colaboración de clases ([9]), esto es, se preocupaba por mantener estables las relaciones de explotación, resguardaba celosamente los intereses de la clase capitalista y de los grandes terratenientes. El PCCh había descubierto que no era necesario confiscar tierras y entregarlas a los campesinos para ganarse su apoyo: sobrecargados como estaban los campesinos de exacciones, bastaba con una pequeña reducción en los impuestos (tan pequeña como para que los terratenientes y capitalistas estuvieran de acuerdo) para que los campesinos aceptaran de buena voluntad la administración del PCCh y el enrolamiento en el “ejército rojo”. En correspondencia con este “nuevo régimen”, el PCCh estableció igualmente un gobierno de colaboración de clases (entre burgueses, terratenientes y campesinos), conocido como “de los tres tercios”, donde un tercio de los puestos era ocupado por los “comunistas”, otro tercio por miembros de las organizaciones campesinas, y otro tercio por terratenientes y capitalistas. Nuevamente aquí sólo mediante las contorsiones ideológicas más descabe­lladas de los “teóricos” como Mao Tsetung pudo el PCCh “explicar” a los trabajadores este “nuevo tipo” de gobierno.

El segundo aspecto de la política del PCCh que cabe señalar es menos conocido, pues, por razones ideológicas, los historiadores tanto proestadounidenses como maoístas tratan de ocultarlo, a pesar de que está perfectamente documentado. La im­plicación de la URSS en la guerra en Europa, que le dificultó por varios años prestar una “ayuda” seria al PCCh; la nueva oscilación entre Japón y Estados Unidos del gobierno de Chiang Kaishek a partir de 1938, a la espera de un vuelco definitivo en la guerra mundial ([10]); y la entrada de Estados Unidos en la guerra del Pacífico a partir de 1941; todas estas circunstancias hicieron bascular fuertemente al PCCh hacia el lado de los Estados Unidos.

A partir de 1944 una misión de observación del gobierno de Estados Unidos se estableció en la “base roja” principal de Yenán, con el objetivo de sondear las posibilidades de colaboración entre Estados Unidos y el PCCh. Para los dirigentes del PCCh –en particular para la camarilla de Mao Tsetung y Chu Teh– estaba ya claro que Estados Unidos sería la potencia vencedora más fuerte al término de la guerra y deseaban acogerse bajo su sombra. La co­rrespondencia de John Service ([11]), uno de los encargados en esa misión señala insistentemente que según los líderes del PCCh:
el PCCh consideraba muy remota la instauración de un régimen soviético y más bien buscaba la instauración en China de un régimen “democrático” de tipo occidental, estando dispuesto incluso a en­ trar en gobierno de coalición con Chiang Kaishek con tal de evitar la guerra civil al término de la guerra contra Japón;
que el PCCh consideraba necesario un periodo muy largo (de muchas décadas) de desarrollo del capitalismo en China, antes de pensar en la instauración del socialismo. Y si algún día remoto fuera a llegar ese socialismo sería de manera paulatina (y no mediante expropiaciones violentas); que, por lo tanto, de establecer un régimen nacional, el PCCh llevaría a cabo una política de “puertas abiertas” al capital extranjero, principalmente norteamericano;
que el PCCh, vista la debilidad de la URSS por un lado, y la corrupción y propensión hacia Japón de Chiang Kaishek por el otro, desearía la ayuda política, financiera y militar de Estados Unidos. Que el PCCh estaría dispuesto incluso a cambiarse el nombre (como ya lo había hecho el “ejército rojo”) con tal de recibir esa ayuda.

Los miembros de la misión estadounidense insistieron ante su gobierno que el futuro se hallaba del lado del PCCh. Sin embargo, Estados Unidos nunca se decidió a servirse de los “comunistas” y, finalmente un año más tarde, en 1945, ante la retirada de Japón, Rusia invadió rápidamente el norte de China, no quedándole más remedio al PCCh y a Mao que alinearse –temporalmente– con la URSS.

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De 1946 a 1949, el enfrentamiento entre las dos superpotencias condujo directamente a la guerra entre el PCCh y el Kuomingtang. En el curso de la guerra otros generales del Kuomingtang se pasaron con armas y hombres al lado de las “fuerzas populares”. De esta manera, se pueden contar cuatro periodos sucesivos en que la burguesía y la pequeñaburguesía alimentaron al PCCh: El que sucedió a la derrota de la clase obrera, a partir de 1928; el que se dio a raíz del movimiento estudiantil de 1935; el del periodo de la guerra contra Japón; y finalmente el provocado por el desmoronamiento del Kuomingtang. Los “viejos” burgueses –a excepción de los grandes monopolistas ligados directamente con Chiang Kaishek, como los Soong– se mimetizaron en el PCCh y se fundieron con la “nuevos” burgueses surgidos durante la guerra.

En 1949 el Partido comunista de China, al frente del llamado Ejército rojo, tomó el poder y proclamó la República popular. Pero ello nada tuvo que ver, absolutamente nada, con el comunismo. El carácter de clase del Partido “comunista” que tomó el poder en China era completamente ajeno al comunismo, antagónico a la clase obrera. El régimen que se instauró entonces fue, desde el principio, únicamente una modalidad del capitalismo de Estado. El control de la URSS sobre China duró apenas una década y terminó con la ruptura de relaciones entre ambos países. A partir de 1960, China jugó a “independizarse” de las grandes potencias y a ponerse ella misma como gran potencia capaz de crear un “tercer bloque”, aunque ya en 1970 tuvo que virar definitivamente hacia el bloque occidental dominado por Estados Unidos. Muchos historiadores -comenzando por los rusos- acusaron entonces a Mao de “traidor”. Nosotros sabemos ahora que el viraje de China hacia Estados Unidos no fue una traición de Mao Tsetung, sino la realización final de su sueño.

Ldo.

 

(La tercera y última parte de este escrito estará dedicada al ascenso del maoísmo).

 

[1] “Informe sobre una investigación del movimiento campesino en Junán”. Marzo de 1927. En Textos escogidos de Mao Tsetung, Ediciones en Lenguas extranjeras, Pekín, 1976.

2) Isaac Deutscher, entre otros, llegaría años después a la misma conclusión absurda de que, si los sectores desplazados de la burguesía y la pequeñaburguesía urbana podían dirigir al partido comunista, entonces no había razón para que los campesinos no pudieran sustituir al proletariado en una revolución de corte “socialista”. Maoism its origin and Outlook. The chinese cultural revolution (El maoísmo y la Revolución cultural china, Ediciones Era, México, 1971.)

[2] “Informe sobre una investigación del movimiento campesino en Junán”. Marzo de 1927. En Textos escogidos de Mao Tsetung, Ediciones en Lenguas extranjeras, Pekín, 1976.

2) Isaac Deutscher, entre otros, llegaría años después a la misma conclusión absurda de que, si los sectores desplazados de la burguesía y la pequeñaburguesía urbana podían dirigir al partido comunista, entonces no había razón para que los campesinos no pudieran sustituir al proletariado en una revolución de corte “socialista”. Maoism its origin and Outlook. The chinese cultural revolution (El maoísmo y la Revolución cultural china, Ediciones Era, México, 1971.)

[3] La ausencia de un proyecto histórico viable propio queda marcada en los rasgos generales compartidos por los grandes movimientos campesinos (como fueron, por ejemplo la guerra en Alemania del siglo XVI, la rebelión de los Taiping, e incluso la “revolución mexicana” en el sur de 1910): su ideología utópica, que buscaba la recuperación de una situación social perdida irremediablemente, a pesar de tener rasgos comunitarios; su incapacidad de formar un gobierno central unificado, a pesar de que los ejércitos campesinos lograban arrasar las grandes propiedades; su resultado, haber abierto el paso al burguesía (o a ciertas fracciones de ella).

[4] Hay que recordar que las universidades de ese tiempo no eran las universidades masivas de nuestros días, a las que pueden acudir algunos hijos de obreros. En aquel tiempo entre los estudiantes “muchos de ellos eran hijos de la burguesía pudiente o de funcionarios estatales de diversos grados; muchos eran hijos de intelectuales... que habían visto disminuir sus ingresos con la ruina de China, y que podían prever ulteriores desastres con la invasión japonesa” (Enrica Colloti Pischel, La Rivoluzione cinese (La Revolución china, t.2, Ed. Era).

[5] Lutte ouvrière nº 37, 1937-1938, citado en Bilan nº 46, enero 1938.

[6] Bilan nº 45, noviembre 1937.

[7] Bilan nº 46, enero 1938.

[8] Communisme nº8, noviembre 1937.

[9] En la URSS dominaba también la burguesía, pero se trataba de una nueva burguesía, surgida a partir de la contrarrevolución.

[10] Desde mediados de 1938, Chiang Kaishek volvió a sus actos contra el PCCh. En agosto de ese año Chiang puso fuera de la ley a las organizaciones del partido “comunista”, y en octubre cercó la base de Shensí. Entre 1939 y 1940 se sucedieron algunos enfrentamientos entre el Kuomingtang y el “ejército rojo”, y en enero de 1941 Chiang le tendió una celada al 4o ejército (otro destacamento del “ejército rojo”) que se había formado en el centro del país. Con todas estas acciones buscaba ganarse la condescendencia de Japón, pero sin romper con los aliados. Chiang seguía jugando a esperar una definición de la guerra mundial, apostando por los dos bandos.

[11] Publicada en 1974 luego del viraje de China hacia Estados Unidos, con el título de Lost chance in China. The world war II despatches of John S. Service, JW Esherick (editor), Vintage Books, 1974.

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