La crisis económica no es una historia sin fin: anuncia el fin de un sistema y la lucha por otro mundo

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La crisis económica no es una historia sin fin

Anuncia el fin de un sistema y la lucha por otro mundo

Desde 2008, no pasa una semana sin que un país anuncie un nuevo plan de austeridad draconiano. Baja de pensiones de jubilación, alza de impuestos y tasas, congelación de salarios… nada ni nadie puede esquivar los golpes. La clase obrera mundial está hundiéndose en la precariedad y la miseria. El capitalismo se ve sacudido por la peor crisis económica de su historia. El proceso actual, dejado a su propia lógica, conducirá inexorablemente al hundimiento de toda la sociedad capitalista. Eso es lo que demuestra ya desde hoy el callejón sin salida en el que está metido el capitalismo. Todas las medidas tomadas se revelan vanas y estériles. ¡Peor todavía: de forma inmediata, agravan la situación. La clase de los explotadores no tiene la menor solución perenne, ni a corto, ni a medio ni a largo plazo. La crisis no se quedó “parada” en su nivel de 2008, sino que sigue agravándose. Ante tal situación, la impotencia de la burguesía provoca hoy en su mismo seno tensiones, incluso desgarros. De económica, la crisis tiende a volverse también política.

Estos últimos meses, en Grecia, en Italia, en España, en EE.UU., los gobiernos se han vuelto cada vez más inestables o incapaces de imponer su política mientras que se incrementan las divisiones cada vez más importantes entre las diferentes fracciones de la burguesía nacional. Las diversas fracciones nacionales de la burguesía mundial también están a menudo divididas entre ellas sobre qué políticas anticrisis son necesarias. De ahí que las medidas que deberían haberse tomado hace meses, se tomen con retraso, como se ha visto en la zona euro con el “plan de salvaguardia de Grecia”. En cuanto a las actuales políticas anticrisis, como las que las han precedido, solo pueden reflejar la irracionalidad creciente del sistema capitalista. Desde ahora, la crisis económica y la política están dando, conjuntamente, aldabonazos a las puertas de la historia.

Sin embargo, esta gran crisis política de la burguesía no ha de alegrar a los explotados. Ante el peligro que representa la lucha de clases, el proletariado se enfrentará a una unidad férrea, la unión sagrada de la burguesía mundial. Por difícil que sea la tarea que le incumbe al proletariado, posee la fuerza capaz de destruir este mundo agonizante y de construir una nueva sociedad. Todos los explotados del mundo han de hacer suyo colectivamente ese objetivo mediante la generalización de sus luchas.

¿Por qué la burguesía no encuentra solución alguna a la crisis?

En 2008 y 2009, a pesar de la gravedad de la situación económica mundial, a la burguesía le dio un alivio en cuanto la situación pareció haber dejado de deteriorarse. Según ella, en efecto, la crisis sólo era pasajera. La clase dominante y sus especialistas serviles clamaban, en todos los idiomas y a todos los vientos, que dominaban la situación, que todo estaba “bajo control”. El mundo no se enfrentaba sino a un reajuste de la economía, una ligera purga para eliminar los excesos de los años precedentes. Pero a la realidad no le importan los discursos engañadores de la burguesía. El último trimestre del 2011 se bailó al ritmo de cumbres internacionales que todas eran, una tras otra, la “de la última oportunidad” para intentar salvar la zona euro del estallido. Los medios de comunicación, conscientes del peligro, no paran de hablar del tema, de “la crisis de la deuda”. Cada día, la prensa escrita y todas las televisiones dale que dale con sus análisis, tan contradictorios unos como otros. El pánico está presente en todos los discursos. Casi se olvidaría que la crisis sigue desarrollándose fuera de la zona euro: EE.UU., Gran Bretaña, China, etc. El capitalismo mundial encara un problema que no puede ni superar ni resolver. Este problema puede imaginarse como una muralla infranqueable: la “muralla de la deuda”.

Lo que hoy es fatal para el capitalismo es su deuda bruta. Es verdad que una deuda en un lugar del mundo corresponde a un crédito del mismo monto en otro lugar, de ahí que algunos afirmen que el endeudamiento mundial es nulo. Pero se trata de una pura ilusión, un malabarismo contable, un juego de escrituras en papel mojado. En el mundo real, todos los bancos, por ejemplo, están en situación de quiebra casi permanente. Y sin embargo su balance está “equilibrado”, como les gusta decir. ¿Pero qué valen realmente sus haberes de deuda griega, italiana, o los que corresponden a hipotecas inmobiliarias españolas o norteamericanas? La respuesta es clara y rotunda: ¡nada o poco más! Las arcas están vacías, lo único que hay en ellas son… deudas y más deudas.

Pero ¿por qué el capitalismo se enfrenta a semejante problema a principios del 2012? ¿De dónde viene esa marea de dinero prestado, totalmente desconectado de la riqueza real de la sociedad desde hace ya mucho tiempo? El manantial del que surge la deuda es el crédito. Son los préstamos otorgados por los bancos centrales o los bancos privados a los Estados y a todos los agentes económicos de la sociedad. Esos préstamos se vuelven trabas para el capital cuando ya no pueden ser reembolsados, cuando es necesario crear nuevas deudas para pagar los intereses de las antiguas deudas o para intentar reembolsar aunque sólo sea una parte.

Sea cual sea el organismo que emite moneda, bancos centrales o privados, es vital, desde el punto de vista del capital global, que se produzcan las suficientes mercancías vendidas con ganancias en el mercado mundial. Es la condición misma de la supervivencia del capital. Ya no es así desde hace más de cuarenta años. Para que se venda el conjunto de las mercancías producidas, se ha de pedir prestado tanto para pagar las mercancías en el mercado como para reembolsar las deudas contraídas y pagar los intereses existentes que con el tiempo se van acumulando. Y para ello no hay otra solución que la de contraer nuevas deudas. Llega entonces el momento en el que la deuda global de los particulares, bancos o Estados ya no puede ser pagada, y cada vez más a menudo ni siquiera el servicio de la deuda. Ha llegado entonces la hora de la crisis general de la deuda. Es el momento en el que el endeudamiento y la creación cada vez más importante de dinero ficticio por el capitalismo se vuelven un veneno que va contaminando mortalmente todo el organismo del capital.

¿Cuál es la gravedad real de la situación económica mundial?

El principio de este año 2012 ve la economía mundial volver a caer en recesión. Las mismas causas producen siempre los mismos efectos, pero más graves, más dramáticos. El sistema financiero casi se hundió a principios de 2008. Los nuevos créditos otorgados por los bancos a la economía se fueron haciendo cada vez más escasos y la economía acabó entrando en recesión. Desde entonces, los bancos centrales norteamericano, británico y japonés, entre otros, han inyectado millones de millones de dólares. El capitalismo ha podido de esta forma postergar los problemas y relanzar un mínimo la economía permitiendo también que no se hundan los bancos y los seguros. ¿Cómo ha procedido? La respuesta es hoy de sobras conocida. Los Estados se han superendeudado ante los bancos centrales y los mercados, tomando a su cargo una pequeña parte de las deudas de los bancos. Sin embargo, eso no ha servido para nada.

En este principio de 2012, el callejón sin salida en el que está metido el capital global queda ilustrado, entre otras cosas, en los 485 mil millones de euros que acaba de otorgar el BCE para salvar a los bancos de la zona de una quiebra inmediata. El BCE ha prestado dinero, por mediación de los bancos centrales de los países de la zona, a cambio de activos-basura. Activos que son partes de deudas de los Estados de dicha zona. Los bancos deben entonces a su vez comprar nuevas deudas de Estados para que éstos no se hundan. Cada uno sostiene al otro, cada uno compra la deuda del otro con dinero creado únicamente para eso. De modo que si uno tropieza, el otro también cae.

Igual que en el 2008, pero de forma todavía más drástica, el crédito ya no está dirigido hacia la economía real. Cada uno se resguarda y conserva o protege su dinero para intentar no despeñarse. En este principio de año, en la economía privada, las inversiones de las empresas son escasas. La población pauperizada se aprieta el cinturón. La depresión económica está de vuelta. La zona Euro, como EE.UU., están a un ritmo de crecimiento cercano a cero. El que EE.UU. a finales de 2011 haya conocido una ligera mejora con respecto al resto del año no modifica en nada esa tendencia general que, al cabo, acabará imponiéndose. A corto plazo, según el FMI, el crecimiento en ese país podría situarse en 2012 entre 1,8 y 2,4 %. Si todo va bien, una vez más; o sea en ausencia de un acontecimiento económico de gran envergadura, pero eso es hoy una apuesta que nadie se atrevería a hacer…

Los países emergentes como India o Brasil ven sus propias actividades reducirse rápidamente. La propia China, presentada desde el 2008 como la nueva locomotora de la economía mundial, va oficialmente cada día peor. Un artículo publicado en la página web de China Daily el 26 de diciembre afirma que dos provincias (una de ellas, Guangdong, sin duda una de las más ricas puesto que posee una parte muy importante del sector manufacturero para productos de gran consumo) han informado a Pekín que iban a retrasar el pago de los intereses de su deuda. O sea que la quiebra también amenaza a China.

El año 2012 se presenta como un período de contracción de la actividad mundial cuya amplitud nadie puede calcular. El crecimiento mundial se evalúa en torno al 3,5 % en el mejor de los casos. Durante el mes de diciembre, el FMI, la OCDE y todos los organismos de previsión económica han revisado a la baja sus cifras de crecimiento. Se impone entonces una constatación: unas inyecciones colosales de nuevos créditos han acabado erigiendo, en 2008, lo que se llama el muro de la deuda. Y, desde entonces, otras nuevas deudas lo único que han hecho es levantar todavía más esa muralla, con un impacto cada vez más limitado para relanzar la economía. Y, mientras tanto, el capitalismo se asoma cada vez más al borde del abismo: para 2011, el financiamiento de la deuda, o sea el dinero necesario para pagar las deudas que han llegado a vencimiento, alcanza 10 billones ([1]) de dólares. Está previsto para 2012 que esa partida alcance los 10 billones y eso cuando, al mismo tiempo, el ahorro mundial se calcula en 5.000 millones. ¿Dónde va poder encontrar esa financiación el capitalismo?

El fin de año de 2011 habrá visto aparecer en primer plano la crisis de la deuda en bancos y seguros, que ha venido a añadirse a las deudas soberanas de los Estados e imbricarse cada vez más con ellas. Es entonces legítimo preguntarse hoy ¿quién va hundirse primero? ¿Un gran banco privado y, por lo tanto, todo el sector bancario mundial? ¿Otro Estado como Italia o Francia? ¿China? ¿La zona Euro? ¿El dólar?

De la crisis económica a la crisis política

En el número anterior de la Revista Internacional, pusimos en evidencia la magnitud de los desacuerdos que habían surgido entre los principales países para encarar el problema de la financiación de la suspensión de pagos de ciertos países, constatadas (Grecia) o amenazantes (Italia, etc.), y las diferencias en la percepción del problema de la deuda mundial entre Europa y EE.UU. ([2]).

Desde 2008, como todas las políticas han llevado a callejones sin salida, han surgido desacuerdos en todas las burguesías nacionales sobre la deuda y el crecimiento, que han provocado crispaciones que se van transformando poco a poco en conflictos y enfrentamientos abiertos. Con la evolución inevitable de la crisis, ese “debate” solo está empezando.

Los hay que quieren intentar reducir el monto de la deuda mediante una austeridad presupuestaria brutal e implacable. Éstos solo tienen una consigna: recortar drásticamente en todos los gastos del Estado. Grecia es un modelo que muestra el camino a todos ellos. La economía real conoce una recesión del 5 %. Los comercios cierran, el país y la población se hunden en la ruina y la miseria. Y, sin embargo, esa política desastrosa se generaliza por casi todas partes: Portugal, España, Italia, Irlanda, Gran Bretaña, etc. La burguesía sigue ilusionándose, como esos médicos del siglo xvii que creían en las virtudes de la sangría para tratar a un enfermo anémico. La actividad económica no puede aguantar semejante medicación sin acabar falleciendo.

Otra parte de la burguesía quiere monetizar la deuda, o sea transformarla en emisión de moneda. Es lo que hacen por ejemplo las burguesías norteamericana y japonesa, hasta niveles desconocidos hasta ahora. Es también lo que hace a pequeña escala el Banco Central Europeo. Esta política tiene el mérito de darle un poco de tiempo al tiempo. Permite poder hacer frente a corto plazo a los vencimientos de la deuda. Permite frenar la rapidez del desarrollo de la recesión. Pero contiene un reverso catastrófico para el capitalismo, el de provocar a medio plazo el hundimiento global del valor de la moneda. Ahora bien, el capitalismo no puede funcionar sin moneda, como no puede vivir el hombre sin respirar. Añadirle deuda a la deuda cuando ésta, como en EE.UU., Gran Bretaña o Japón, ya no permite un relanzamiento duradero de la actividad conduce al fin y al cabo, y también en este caso, a un desmoronamiento de la economía.

Y, en fin, también los hay que desean combinar ambas soluciones. Quieren a la vez la austeridad, pero acompañada de un relanzamiento mediante la creación monetaria. El atolladero total en que está la burguesía no puede quedar mejor plasmado que en esa, digamos, orientación. Y sin embargo es la que aplica ya Gran Bretaña desde hace dos años y es la que reclama Monti, el nuevo jefe de gobierno italiano. Esa parte de la burguesía que, como él, está a favor de semejante política razona así: “Si hacemos esfuerzos para reducir drásticamente los gastos, los mercados retomarán confianza en la capacidad de los Estados para rembolsar. Entonces nos prestarán con tipos de interés razonables y podremos endeudarnos de nuevo.” Y vuelta a empezar. Esa parte de la burguesía todavía se cree que las cosas pueden volver hacia atrás, a la situación que prevalecía antes de 2007-2008.

Ninguna de esas alternativas es viable, ni a corto plazo siquiera. Todas llevan al capital hacia un callejón sin salida. Si la creación monetaria expansiva efectuada por los bancos centrales parece ser la vía que va a permitir un respiro, el final del camino es idéntico: el desmoronamiento histórico del capitalismo.

 

Gobiernos cada vez más inestables

El atolladero económico del capitalismo engendra inevitablemente la tendencia histórica de la burguesía hacia su crisis política. Desde la pasada primavera, en pocos meses, hemos asistido a crisis políticas espectaculares sucesivamente en Portugal, EE.UU., Grecia e Italia. Más solapadamente, la misma crisis sigue avanzando encubierta, de momento, en otros países centrales como Alemania, Gran Bretaña y Francia.

A pesar de todas sus ilusiones, una parte creciente de la burguesía mundial empieza a entrever, aunque no sea totalmente, el estado catastrófico de su economía. Se empiezan a oír declaraciones cada día más alarmistas. Como respuesta a ese aumento de la inquietud, de la angustia y el pánico en la propia burguesía, también aumentan las certidumbres cada vez más rígidas en los diferentes sectores de la clase dominante, incluido el nivel nacional. Cada cual se aferra a lo que considera ser la mejor forma de defender el interés de la nación, según el sector económico o político al que pertenece. La clase dominante se enfrenta alrededor de esas opciones caducas que acabamos de ver. Cualquier orientación política propuesta por el equipo gubernamental provoca oposiciones violentas en los demás sectores de la burguesía.

En Italia, la pérdida total de credibilidad de Berlusconi para aplicar los planes de austeridad que iban supuestamente a reducir la deuda pública, ha permitido, bajo la presión de los mercados y con el garantía de los principales dirigentes de la zona Euro, echar al antiguo presidente del Consejo italiano. En Portugal, en España, en Grecia, más allá de las peculiaridades nacionales, son las mismas razones las que provocaron las salidas precipitadas de los equipos gubernamentales.

El ejemplo de Estados Unidos es históricamente el más significativo. Se trata de la potencia mundial más importante. En verano, la burguesía norteamericana anduvo a la greña sobre si aumentar o no los límites de la deuda. Ese aumento ya se ha hecho varias veces desde finales de los 60 sin que aparentemente provocara mayores problemas. ¿Por qué entonces la crisis ha tomado tanta amplitud que la economía norteamericana ha estado a dos dedos de una parálisis total? Es verdad que una fracción de la burguesía que está ganando un peso creciente en la vida política de la clase dominante norteamericana, el Tea Party, es una partida de desfasados e irresponsables incluso desde el punto de vista de la defensa de los intereses del capital nacional. Sin embargo, contrariamente a lo que han intentado hacernos creer, no es el Tea Party la causa primera de la parálisis de la administración central norteamericana, sino el enfrentamiento abierto entre demócratas y republicanos en el Senado y la Cámara de Representantes, cada uno pensando que la solución que proponía el otro era catastrófica, inadaptada y suicida para el país. De ahí ha salido un compromiso dudoso, frágil y muy probablemente de corta duración. Su prueba de fuego será cuando lleguen las próximas elecciones norteamericanas, dentro de unos meses. La continuación del debilitamiento económico de EE.UU. no podrá sino alimentar el desarrollo de la crisis política en ese país.

El punto cada vez más muerto en que están inmersas las políticas económicas actuales también se percibe en las exigencias contradictorias de los mercados financieros a los gobiernos. Esos famosos mercados también exigen a los gobiernos a la vez planes de rigor draconianos y más reactivación. Cuando pierden confianza en la capacidad de un Estado para rembolsar una parte significativa de su deuda, aumentan entonces rápidamente los tipos de interés de sus préstamos. Al cabo, el resultado es seguro: esos Estados ya no pueden seguir pidiendo préstamos a los mercados. Se vuelven totalmente dependientes de los bancos centrales. Después de Grecia, es lo que está ocurriendo actualmente en España e Italia. El callejón económico se va cerrando más todavía ante esos países y la crisis política saca de ello nuevas fuerzas.

La actitud de Cameron en la pasada cumbre de la Unión Europea, negándose a rubricar una disciplina presupuestaria y financiera para todos es otro tañido a muerto para esa Unión. La economía británica sobrevive efectivamente gracias a los beneficios de su sector financiero. El mero hecho de considerar un principio hipotético de control sobre ese sector es algo inconcebible para buena parte de los conservadores británicos. Esa toma de posición de Cameron ha provocado un enfrentamiento entre liberales demócratas y conservadores en el país, debilitando aun más la coalición en el poder. Como también provocó disensiones en Gales y Escocia sobre el tema de la pertenencia o no a la Unión Europea.

En fin, otro factor que favorece el desarrollo de la crisis política de la burguesía empieza a surgir en los debates. El callejón sin salida en el que está el capital hace resurgir un demonio olvidado, cerrado bajo llave desde hace mucho tiempo, que podemos calificar de neoproteccionismo. En EE.UU., en la zona Euro, gran parte de los conservadores y partidos populistas, tanto de izquierdas como de derechas, entonan el himno de la instalación de nuevas barreras aduaneras. Para esa parte de la burguesía, a la que se unen ciertos sectores demócratas o socialistas, se ha de reindustrializar el país, producir y consumir “nacional”. En ese terreno, China protesta ante las medidas de represalia ya tomadas por EE.UU. contra ella. Y, sin embargo, en Washington, las tensiones sobre el tema distan mucho de apaciguarse. El tan famoso Tea Party, pero también una parte significativa del partido conservador, lleva esas exigencias hasta la caricatura, hasta obligar a los demócratas y a Obama (como sobre el tema del límite de la deuda) a saltar al ruedo para calificar a esos sectores de la burguesía norteamericana de nostálgicos e irresponsables. Ese fenómeno apenas empieza. De momento, nadie es capaz de prever bajo qué forma y con qué velocidad se va a desarrollar. Pero lo que sí es cierto, es que eso tendrá un impacto importante sobre la coherencia de conjunto de la vida de la burguesía, sobre su capacidad para mantener partidos y equipos gubernamentales estables.

Se mire como se mire la crisis en la clase dominante, lo único que de ella se deduce es que va en una sola dirección, la de la inestabilidad creciente de los equipos dirigentes y gubernamentales, incluidos los de las principales potencias del planeta.

La burguesía dividida ante la crisis pero unida frente a la lucha de clase

No le convendría al proletariado alegrarse demasiado por esa crisis política en la que entra la burguesía. Las divisiones, los desgarramientos en el seno de esa clase no son una garantía de éxito para él y su lucha. Todos los proletarios y las nuevas generaciones de explotados han de entender que, sea cual sea el nivel de crisis en el seno de la clase burguesa, sus trifulcas y demás guerras intestinas, siempre se presentará unida ante la amenaza de la lucha de la clase. Eso es la unión sagrada. Así ya fue durante la Comuna de París en 1871. Recordemos que las burguesías prusiana y francesa se estaban enfrentando en una guerra. Pero ante la insurrección de los Comuneros en París, todos esos explotadores se unieron el tiempo necesario para ahogar en sangre el primer gran levantamiento del proletariado de la historia. Todos los grandes movimientos de lucha del proletariado tuvieron que enfrentarse a esa unión sagrada. No habrá nunca excepción a esa regla.

El proletariado no puede apostar sobre las debilidades de la burguesía. Para vencer, no puede contar con las crisis políticas internas de la clase enemiga. La clase obrera solo puede contar con sus propias fuerzas, y sólo con ellas. Hace ahora algún tiempo que vemos esa fuerza nacer y manifestarse en varios países.

En China, país en el que se concentra hoy una parte importante de la clase obrera mundial –y particularmente la clase obrera industrial–, las luchas son prácticamente cotidianas. Se pude hablar en ese país de verdaderos estallidos de rabia que implican no solo a los asalariados sino también más en general a la población pobre y desheredada como el campesinado. Sueldos de miseria, condiciones de trabajo insoportables, represión feroz…, se multiplican los conflictos sociales particularmente en las fábricas cuya producción está afectada por la disminución de la demanda europea y norteamericana. Aquí en una fábrica de zapatos, allá en una empresa de Sichuan, o también en HIP, subcontratista de Apple, en Honda, en Tesco, etc. “Casi hay una huelga por día, resume Liu Kalming” (militante por el derecho laboral) ([3]). Aunque las luchas permanezcan todavía aisladas y carentes de perspectivas, demuestran que los obreros de Asia, como sus hermanos de clase en Occidente, no están dispuestos a aceptar sin reaccionar las consecuencias de la crisis económica del capital. En Egipto, tras las grandes manifestaciones de los meses de enero y febrero del 2011, el sentimiento de revuelta sigue presente entre la población. Corrupción generalizada, miseria total, punto muerto político y económico empujan a la calles y plazas a miles de personas. El gobierno, actualmente dirigido por los militares, responde por la metralla y la calumnia, represión tanto más facilitada debido a que contrariamente al año pasado la clase obrera no es capaz de movilizarse masivamente. Porque ése es el peligro para la burguesía:

“Podemos entender la preocupación del ejército ante la inseguridad y los disturbios sociales que se han desarrollado estos últimos meses. Existe el miedo al contagio de las huelgas a sus propias fábricas en las que sus empleados están privados de todo derecho social o sindical mientras que cualquier protesta es considerada como crimen de traición” (Ibrahim al Sahari, representante del Centro de Estudios Socialistas de El Cairo) ([4]).

Ahí está claramente dicho: el temor de la burguesía es que el movimiento obrero se desarrolle en su propio terreno de lucha. En ese país, las ilusiones democráticas son muy fuertes tras tantos años de dictadura, pero ahí está la crisis económica que aprieta su tenaza. La burguesía egipcia, sea cual sea la fracción que esté en el gobierno tras las elecciones, no podrá impedir que vaya deteriorándose la situación como tampoco que vaya creciendo la impopularidad del gobierno. Todas esas luchas obreras y sociales, a pesar de sus debilidades y sus límites, expresan el inicio de un rechazo, por parte de la clase obrera y de una parte creciente de la población explotada, del destino que les reserva el capitalismo.

Los obreros de los países centrales del capitalismo tampoco se han quedado pasivos estos pasados meses. El 30 de noviembre en Gran Bretaña, dos millones de personas se concentraron en la calle en repulsa por la degradación de sus condiciones de vida. Esa huelga ha sido la más masiva desde hace décadas en esas tierras en donde la clase obrera (la más combativa de Europa durante los 70) fue aplastada bajo la bota de acero del thatcherismo en los años 80. Por eso, ver a dos millones de manifestantes por las calles británicas, aunque fuera con ocasión de una jornada sindical estéril y sin mañana, es muy significativo del retorno de la combatividad obrera a escala internacional. El movimiento de los Indignados, en particular en España, nos ha mostrado de forma embrionaria de lo que es capaz de hacer la clase obrera. Las premisas de su fuerza han surgido claramente: asambleas generales abiertas a todos, debates libres y fraternos, control de la lucha por el movimiento mismo, solidaridad y confianza en sí (véase nuestro dossier sobre el movimiento de los Indignados en nuestra página web) ([5]). La capacidad que tendrá la clase obrera para organizarse como fuerza autónoma, como cuerpo colectivo unido, será un reto vital ante el desarrollo de las futuras luchas masivas del proletariado. Los obreros de los países centrales del capitalismo, mejor situados para contrarrestar las mistificaciones democráticas y sindicales por estar confrontados a ellas desde hace muchos años, demostrarán entonces al proletariado mundial que es a la vez posible y necesario.

El capitalismo mundial está desmoronándose económicamente, la clase burguesa está sacudida por crisis políticas a repetición. Este sistema muestra cada día más que ya no es viable.

Contar únicamente con nuestras propias fuerzas, también es saber lo que nos falta. Por todas partes empieza a nacer un movimiento de resistencia frente a los ataques del capitalismo. En España, en Grecia, en EE.UU., aparecen críticas expresadas por las fracciones proletarias de los movimientos de impugnación contra este sistema económico podrido. También vemos surgir un esbozo de rechazo del capitalismo. Pero es entonces cuando el problema fundamental que más preocupa a la clase obrera empieza a llegarle a su conciencia: destruir este mundo es una necesidad que se puede entender, pero para sustituirlo ¿por qué otro mundo? Necesitamos una sociedad sin explotación, sin miseria y sin guerras. Una sociedad en la que la humanidad esté por fin unida a escala mundial y ya no dividida en naciones, en clases, ni tampoco clasificada por razas o religiones. Una sociedad en la que cada cual beneficiará de todo lo que necesita para realizarse plenamente. Ese otro mundo, que ha de ser el objetivo de la lucha de la clase obrera cuando ésta emprenda la destrucción del capitalismo, es posible; le incumbe a la clase obrera (activos, desempleados, funcionarios, futuros proletarios todavía escolarizados, que trabajen detrás de una maquina o de una computadora, peones, técnicos y científicos, etc.) tomar a su cargo la transformación revolucionaria que conduce a esa sociedad y que se llama el comunismo, ¡que no tiene, evidentemente, nada que ver con el horripilante monstruo estalinista que usurpó su nombre! No se trata para nada de un sueño o de una utopía. Para existir y desarrollarse, el capitalismo ha desarrollado también los medios técnicos, científicos y de producción que permitirán existir a la sociedad humana mundial y unificada. Por primera vez de su historia, la sociedad podrá salirse del reino de la penuria para crear el de la abundancia y del respeto de la vida. Las luchas que van desarrollándose actualmente por el mundo, aún siendo todavía muy embrionarias, han empezado bajo los golpes de la crisis de este mundo en quiebra a reapropiarse ese objetivo que alcanzar. La clase obrera mundial contiene en sí misma las capacidades históricas de realizarlo.

Tino (10 de enero del 2012)

 

[1]) Recordemos que un billón, en lengua española, es un millón de millones (1+12 ceros). No confundir con el inglés “billion” que son mil millones, equivalente al “milliard” francés (1+9 ceros).

[2]) “La catástrofe económica mundial es inevitable”, https://es.internationalism.org/rint147-editorial.

[3]) En el periódico francés Cette semaine.

[4]) Citado en Révolution internationale no 428, órgano de la CCI en Francia, "En Egypte et dans le Maghreb, quel avenir pour les luttes ?" (“En Egipto y en el Magreb, qué porvenir para las luchas”).