Conferencia de las secciones de la CCI en Alemania, Suiza y Suecia: la situación en Alemania

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Informe

 

La competitividad del capital alemán en la actualidad

 

Al no haberse constituido como Estado-nación alemán hasta 1870, Alemania se quedó a la zaga en el reparto imperialista del mundo, no pudiendo establecerse nunca como potencia colonial o financiera dominante. La base principal de su poder económico fue y sigue siendo su industria y su fuerza de trabajo de alta capacitación y rendimiento. Mientras que el retroceso económico que sufrió Alemania del Este (antigua República Democrática Alemana, RDA) al formar parte del bloque ruso, Alemania Occidental, en cambio, tras la Segunda Guerra Mundial, fue capaz de aprovecharse de esta situación y al mismo tiempo fortalecerse como potencia industrial. En 1989, Alemania Occidental pasaba a ser la principal nación exportadora del mundo, con el déficit estatal más bajo de todas las potencias dominantes. A pesar de los altos salarios, en comparación con otras naciones, su economía era muy competitiva. También se benefició económicamente de las oportunidades que se le abrieron en el mercado mundial, tanto por su pertenencia al bloque occidental como por su reducido presupuesto militar al haber sido la principal perdedora de las dos guerras mundiales.

A nivel político y territorial, Alemania se aprovecharía más tarde de la caída del bloque del Este en 1989, absorbiendo la antigua RDA. Aunque económicamente la rápida absorción de del Este, que tenía un gran retraso respecto de las pautas internacionales, también representó una carga considerable, sobre todo en lo financiero. Una carga que amenazó la competitividad de la nueva y gran Alemania: durante la década de 1990, perdió terreno en los mercados mundiales, a la vez que el déficit presupuestario del Estado empezó a comenzaron a estar más cerca del de las demás grandes potencias dominantes.

Hoy, un cuarto de siglo más tarde, Alemania ha recuperado en gran medida el terreno perdido. Es el segundo mayor exportador, después de China. El año pasado, el presupuesto del Estado tuvo un superávit de 26 mil millones de euros. El crecimiento, de 1,7%, fue moderado, pero sigue siendo un éxito para un país altamente desarrollado. La cifra oficial de desempleo ha caído a su nivel más bajo desde la reunificación. La política de mantener una producción industrial altamente desarrollada, basada en la propia Alemania, ha sido hasta ahora un éxito.

Como los viejos países industrializados, por supuesto que la base de este éxito es una alta composición orgánica del capital; el producto de, al menos, dos siglos de acumulación. Pero en este contexto, la alta cualificación y habilidades de su población han sido decisivas para su ventaja competitiva. Antes de la Primera Guerra Mundial, Alemania se había convertido en el principal centro de desarrollo científico y de sus aplicaciones a la producción. Con la catástrofe del nacionalsocialismo y la Segunda Guerra Mundial, perdió esa ventaja y no ha mostrado signos de recuperación desde entonces. Lo que queda es su experiencia en el proceso de producción mismo. Desde la desaparición de la Liga Hanseática[1], Alemania nunca fue una potencia marítima estable ni dominante. Pese a ser, durante mucho tiempo, una economía predominantemente campesina, su suelo, en general, es menos fértil que el de Francia, por ejemplo. Sus ventajas naturales se basan en su ubicación geográfica en el corazón de Europa y en sus metales preciosos explotados ya durante la Edad Media. De todo esto surgió una gran capacidad de trabajo, la cooperación entre los artesanos y los industriales, y una capacidad técnica y creadora desarrollada y trasmitida de generación en generación. Aunque su revolución industrial se benefició enormemente de los grandes recursos propios de carbón, la desaparición de la industria pesada desde los años 1970 hasta hoy ha demostrado que no era ahí donde estaba el corazón de la supremacía económica de Alemania, sino en su capacidad  para aumentar los medios de producción y, en mayor medida, para transformar el trabajo vivo en trabajo muerto. En la actualidad, Alemania es el mayor productor del mundo de máquinas complejas. Este sector es la columna vertebral de su economía, incluso más que el sector de la automoción. En el trasfondo de esta fuerza está, también, la experiencia de la burguesía: durante el ascenso del capitalismo, se concentró principalmente en sus actividades económicas e industriales ya que estaba, más o menos, excluida del poder político y militar por la casta de los terratenientes prusianos (los Junkers). La pasión que por la ingeniería desarrolló entonces la burguesía la sigue manteniendo hoy, no sólo en la industria de máquinas-herramienta, a menudo basada en unidades de tamaño medio gestionadas por familias, sino también en su capacidad particular, como clase dominante en su conjunto, para hacer funcionar toda la industria alemana como si se tratara de una sola máquina. La interconexión compleja y altamente eficiente de todas las diferentes unidades de producción y distribución es una de las principales ventajas del capitalismo nacional alemán.

Frente al peso muerto de la economía, en quiebra, de la RDA, Alemania consiguió recuperar la ventaja competitiva perdida, ya en la primera década de este siglo. Dos factores fueron decisivos: en lo organizativo, no solo todas las grandes empresas, sino también las fábricas medianas de mecanizado industrial comenzaron a producir y trabajar a escala mundial, creando redes de producción con base en la propia Alemania. Y, en el plano político y bajo la dirección del SPD (socialdemócrata), los ataques contra los salarios y las prestaciones sociales (la llamada "Agenda 2010") fueron tan brutales que el Gobierno francés llegó a acusar a Alemania de dumping salarial.

Ese cambio fue impulsado por tres elementos de la situación económica internacional, que han demostrado ser particularmente favorables para Alemania:

-Primero, la transición entre el modelo keynesiano y el modelo conocido comúnmente como "neoliberal" de capitalismo de Estado favoreció el avance de las economías orientadas a la exportación. Aun participando muy activamente en la economía keynesiana del bloque occidental a partir de 1945, el "modelo" de la Alemania occidental estuvo influido, desde sus comienzos, por las ideas llamadas "ordoliberales"[2] y no desarrollando nunca el tipo de "estatismo" que sigue obstaculizando la competitividad actual de Francia.

-En segundo lugar, la consolidación de la cooperación económica europea tras la caída del muro de Berlín mediante la creación de la Unión Europea, del euro... Aunque esa consolidación fue impulsada en parte por motivos políticos esencialmente imperialistas (concretamente por el deseo de los países vecinos de Alemania de "controlarla"), este país, al ser el competidor más fuerte en el plano económico, ha sido el que más provecho ha sacado tanto de la Unión Europea como de la unión monetaria. La crisis financiera y la crisis del euro, a partir de 2008, confirmaron que los principales países capitalistas siempre han tenido la capacidad de transferir los peores efectos de la crisis hacia sus rivales más débiles. Los diversos rescates internacionales y europeos, como el caso de Grecia, han servido sobre todo de apoyo a los bancos alemanes (y franceses) a expensas de las economías "rescatadas".

-Tercero, la proximidad geográfica e histórica de Europa del Este ha contribuido a hacer de Alemania el principal beneficiario de su transformación, debido a la conquista de mercados hasta ahora fuera de su alcance, incluyendo residuos extracapitalistas.[3]

 

Relación entre el poder económico y la potencia militar del imperialismo alemán

Para ilustrar la importancia de las consecuencias que se derivan de esa fuerza competitiva y sus consecuencias a otros niveles, queremos examinar ahora su relación con la dimensión imperialista. A partir de 1989, Alemania ha podido reivindicar sus intereses imperialistas y su mayor independencia. Ejemplos de ello son las iniciativas, durante el gobierno de Helmut Kohl, para fomentar la desintegración de Yugoslavia (iniciadas con el reconocimiento diplomático de la independencia de los Estados de Croacia y Eslovenia), y la negativa por parte de Gerhard Schröder a dar su apoyo a la segunda guerra de Irak. Durante los últimos 25 años ha habido algunos progresos en el plano imperialista. Por encima de todos está el que tanto la "comunidad internacional" como la población alemana se han ido acostumbrado a las intervenciones militares alemanas en el extranjero. Se ha llevado a cabo la transición de un ejército de servicio obligatorio a un ejército profesional. La industria armamentística alemana ha aumentado su cuota de mercado mundial. Sin embargo, en el plano imperialista, no ha sido capaz de recuperar tanto terreno como en el económico. La dificultad de encontrar suficientes voluntarios para el ejército sigue sin resolverse, y, por encima de todo, el objetivo de la modernización técnica de las fuerzas armadas y de incremento de su movilidad y potencia de fuego no se ha podido alcanzar.

De hecho, durante el período posterior a 1989, el objetivo de la burguesía alemana nunca fue el de intentar, a corto o medio plazo, "presentar" su candidatura para liderar un posible bloque en oposición a Estados Unidos. En el plano militar habría sido imposible, dado el abrumador poderío militar de Estados Unidos y el estatus actual de Alemania: "gigante económico pero enano militar". Cualquier intento de hacerlo habría empujado a sus principales rivales europeos a unirse contra ella. Económicamente, soportar el peso de lo que habría sido un enorme programa de rearme habría arruinado la competitividad de una economía que ya estaba luchando contra la carga financiera de la reunificación y, además, correr el riesgo de enfrentamientos con la clase obrera.

Pero eso no significa en absoluto que Berlín haya renunciado a sus ambiciones de recuperar su estatus, por lo menos de potencia militar europea dominante. Al contrario, desde la década de 1990, Alemania sigue una estrategia a largo plazo para aumentar su poder económico como base para un futuro renacimiento militar. Mientras que la antigua URSS fue un ejemplo de que una potencia militar no puede mantenerse a largo plazo sin una base económica equivalente, más recientemente China confirma la otra cara de la misma moneda: el ascenso económico puede preparar el posterior avance militar.

Una de las claves de tal estrategia a largo plazo es Rusia, pero también Ucrania. En el plano militar, es EE.UU, y no Alemania, quien más se ha beneficiado de la expansión de la OTAN hacia el Este (de hecho Alemania trató de impedir algunas etapas del retroceso ruso). En cambio, es sobre todo en lo económico donde Alemania espera sacar provecho de toda esa zona. A diferencia de China, Rusia no está en condiciones, por razones históricas, para organizar su propia modernización económica. Antes de que comenzara el conflicto ucraniano, el Kremlin había decidido ya intentar tal modernización en cooperación con la industria alemana. De hecho, una de las principales ventajas de este conflicto para Estados Unidos es que puede bloquear (mediante el embargo contra Rusia) esa cooperación económica. Ésa es una de las principales motivaciones de la canciller alemana Merkel (y del presidente francés, Hollande, en este asunto su socio subalterno) para apoyar la mediación entre Moscú y Kiev. A pesar de la ruinosa situación actual de la economía rusa, la burguesía alemana sigue convencida de que Rusia sería capaz de autofinanciar dicha modernización. Los precios del petróleo no siempre van a ser tan bajos como hoy y Rusia también posee cantidad de metales preciosos que vender. Además, la agricultura rusa debe transformarse sobre una base capitalista moderna (esto es especialmente cierto para Ucrania, que - a pesar del desastre de Chernóbil – posee todavía algunas de las tierras más fértiles del planeta). En la perspectiva a medio plazo de escasez de alimentos y aumento de los precios de los productos agrícolas, tales áreas agrícolas pueden alcanzar una importancia económica considerable e incluso estratégica. El temor por parte de Estados Unidos a que Alemania pueda sacar provecho de la Europa oriental para mejorar aún más su peso político y económico relativo en el mundo y reducir, aunque sea poco, el de Estados Unidos en Europa no es infundado.

Un ejemplo de cómo Alemania utiliza ya, con éxito, su fuerza económica para sus propósitos imperialistas es el de los refugiados sirios. Aunque quisiera, sería muy difícil para Alemania participar directamente en los bombardeos actuales en Siria, debido a su debilidad militar. Pero ya que, como consecuencia de su relativamente baja tasa de desempleo, puede absorber una parte de la población de Siria, bajo la forma de la afluencia actual de refugiados, logra así un medio alternativo para influir en la situación en la zona, sobre todo después de la guerra.

En este contexto, no es sorprendente que EE.UU., en particular, trate actualmente de utilizar los medios legales para frenar el poder económico de su competidor alemán; por ejemplo, llevando a Volkswagen y al Deutsche Bank ante los tribunales y amenazándoles con demandas de miles de millones de dólares.

 

Las dificultades de la clase obrera

El año 2015 fue testigo de una serie de huelgas, especialmente la del transporte (Ferrocarriles Alemanes –DB-, Lufthansa,…) y la de los empleados de guarderías infantiles. También hubo movimientos más localizados, aunque significativos, como el del hospital “Charité” de Berlín, durante el cual se solidarizaron enfermeras y pacientes. Todos estos movimientos, muy sectoriales y aislados, se focalizaron en parte hacia las falsas alternativas propuestas por los grandes o los pequeños sindicatos corporativistas, cuyo objetivo era crear confusión en torno a la necesidad de una organización autónoma de los trabajadores. Todos los sindicatos organizaron las huelgas de modo que causaran el máximo de dificultades al público, en un intento de erosionar la solidaridad, pero sólo lograron un éxito parcial al menos en su empeño por evitar que los huelguistas se granjearan la simpatía del público. El argumento esgrimido por los sindicatos en las reivindicaciones en el sector de guarderías infantiles, por ejemplo, de que había que acabar con el régimen de salarios muy bajos en unas profesiones tradicionalmente femeninas, a la vez que lo hacían todo por aislar la huelga, fue, sin embargo, popular entre toda la clase obrera, la cual demostró reconocer que tal "discriminación" era sobre todo un medio para dividir a los obreros.

Sin duda es un fenómeno poco habitual, en todas partes de la Alemania contemporánea, que unas luchas hayan tenido tanta repercusión como éstas en los medios de comunicación a lo largo de 2015. Estas huelgas, aunque evidencian un espíritu de lucha y una solidaridad siempre existente no son signos, sin embargo, de que exista una oleada o una fase de lucha proletaria que se prolongaría en el tiempo o en extensión. Pero sí deben entenderse, al menos en parte, como una manifestación de la situación económica particular de Alemania, como hemos descrito anteriormente. En el contexto de tasa de desempleo relativamente baja y de  escasez de mano de obra cualificada, la propia burguesía plantea la idea de que, después de un periodo de años de caída de los salarios, inaugurado bajo Schröder (caída más dramática que en cualquier otra parte de la Europa occidental), los empleados deben finalmente ser "recompensados" por su "sentido de realismo". El propio nuevo gobierno de Gran Coalición, de democristianos y socialdemócratas, ha marcado la pauta introduciendo finalmente (uno de los últimos países de Europa en hacerlo) una ley sobre el salario mínimo básico y el aumento de algunas prestaciones sociales. En la industria del automóvil, por ejemplo, las grandes empresas pagaron en 2015 primas (a las que denominan "reparto de beneficios") de hasta 9 000 euros por obrero. Eso ha sido todavía más factible porque la modernización del aparato productivo ha sido tan eficaz que la ventaja competitiva alemana - al menos por ahora –se basa mucho menos en los bajos salarios como así ocurría hace una década.

En 2003, la CCI analizó la lucha de clases internacional, que se inició con las protestas contra los ataques a las pensiones en Francia y Austria, como un giro (no espectacular, casi imperceptible), como un avance en positivo de la lucha de clases; cambio entendido, principalmente, como un inicio de comprensión por parte de la generación hoy activa (por primera vez tras la Segunda Guerra Mundial) de que sus hijos no sólo no tendrán mejores condiciones de vida que ella misma, sino que las tendrán incluso peores. Estas luchas dieron lugar a las primeras expresiones significativas de solidaridad entre generaciones en las luchas obreras. El cambio se expresó, en los "lugares de trabajo", más en la conciencia que en el espíritu de lucha, en la medida en que el miedo al desempleo y el aumento de la inseguridad laboral actuaban como factores de intimidación a la hora de entrar en huelga. En Alemania, la respuesta inicial de los parados ante la Agenda 2010 (las "manifestaciones de los lunes") se agotó también rápidamente. Sin embargo una nueva generación, que no había padecido directamente aun el yugo del trabajo asalariado, comenzó a salir a las calles (uniéndose a menudo a los trabajadores precarios) para expresar no sólo su propia ira y preocupación por el futuro, sino también (más o menos conscientemente) su relación con la clase obrera en su conjunto. Estas manifestaciones, que se extendieron por países como Turquía, Israel y Brasil, que alcanzaron su punto más alto en el movimiento anti-CPE (Contrato de Primer Empleo) en Francia, en el de los Indignados en España, también encontraron un eco, pequeño, débil, aunque significativo, en el movimiento de estudiantes y escolares en Alemania. Sin embargo, no han producido todavía una decantación de una nueva generación de revolucionarios.

En Alemania, esto se expresó en el modesto pero combativo movimiento de los Occupy, más abierto que anteriormente a las ideas internacionalistas. El lema de las primeras manifestaciones de Occupy fue: "¡Abajo el capital, el Estado y la nación!" Por primera vez en décadas, en Alemania la incipiente politización no parecía estar dominada por la ideología antifascista y de liberación nacional. Esto sucedía en respuesta a la crisis financiera de 2008, seguida por la crisis del euro. Algunas de aquellas pequeñas minorías comenzaron a pensar que el capitalismo estaba al borde del desplome. La idea que empezó a desarrollarse era que posiblemente Marx tenía razón acerca de la crisis del capitalismo, que podría también tener razón sobre la naturaleza revolucionaria del proletariado. Y crecía la esperanza de que los ataques masivos a escala internacional se enfrentaran rápidamente a una oleada igualmente masiva de la lucha de clases internacional. "Hoy Atenas, mañana Berlín, solidaridad internacional contra el capital" se convirtió en la nueva consigna.

La burguesía, aunque logró poner fin a esa fase de la lucha de clases no logró infligir una derrota histórica al proletariado, y de momento ha logrado atajar la apertura política que se inició en el año 2003. Lo que había comenzado en EEUU como crisis hipotecaria (subprimes) fue una verdadera amenaza para la estabilidad de la estructura financiera internacional. El peligro acechaba. No había tiempo para interminables negociaciones entre gobiernos sobre cómo hacerle frente. La bancarrota de Lehman Brothers permitió obligar a los gobiernos en todos los países industrializados a tomar medidas inmediatas y radicales para salvar la situación (como más tarde escribió el Herald Tribune: "de no haber ocurrido, el desastre de Lehman debería haber sido inventado"). Pero también fue beneficiosa en otro plano: contra la clase obrera. Es posible que sea la primera vez en que la burguesía mundial ha respondido a una crisis importante, aguda, de su sistema, no minimizando, sino exagerando su importancia. Se les repetía a los obreros del mundo que, si no aceptaban de inmediato los ataques masivos, los Estados y con ellos los fondos de pensión y de seguros podrían ir a la quiebra y los ahorros privados se derretirían como la nieve bajo el sol. Esta ofensiva de terror ideológico, era similar a la estrategia militar de "conmoción y pavor" utilizada por Estados Unidos en la segunda guerra de Irak con el objetivo de paralizar, traumatizar y desarmar al oponente. Y funcionó. Al mismo tiempo, existía la base objetiva para no atacar simultáneamente a todos los sectores centrales del proletariado mundial puesto que amplios sectores de la clase obrera en Estados Unidos, Gran Bretaña, Irlanda y en el sur de Europa, padecían mucho más que en Alemania, Francia y otros lugares del norte de Europa.

El segundo capítulo de esta ofensiva de terror y división fue la crisis del euro, cuando al proletariado europeo se le dividió con éxito entre norte y sur, entre griegos “holgazanes” y alemanes “nazis y arrogantes”. En este contexto, la burguesía alemana escondía otro as en la manga: el éxito económico de Alemania. Incluso las huelgas de 2015, y más concretamente los recientes aumentos de salarios y de prestaciones sociales, los ha utilizado para aporrear, tanto dentro del país como hacia todo el proletariado europeo, el mismo mensaje: que sus sacrificios, en aras de las exigencias de la crisis, tiene sentido y les reportará beneficios a la larga.

Ese mensaje de que la lucha no compensa, quedaba resaltado por el hecho de que, en los países donde la estabilidad política y económica es particularmente frágil y la clase obrera más débil, los movimientos de protesta de la joven generación (“la Primavera árabe”) solo lograron suscitar nuevas oleadas de represión o guerras intestinas e imperialistas. Todo eso refuerza la sensación de impotencia y falta de perspectivas en el conjunto de la clase.

El que el capitalismo siga en pie y haya fracasado el proletariado europeo para oponerse a los ataques masivos, influyeron también en los precursores de una nueva generación de minorías revolucionarias. El aumento de reuniones públicas y manifestaciones que caracterizó aquella fase en Alemania, fue suplantada por una fase de desmoralización. Desde entonces, ha habido otras movilizaciones -contra PEGIDA[4], contra el TTIP[5] , contra la ingeniería genética o la vigilancia por Internet - pero todas ellas carentes de la menor crítica fundamental del capitalismo como sistema.

Y desde el verano de 2015, tras las ofensivas en torno a la crisis financiera y el euro, ha habido otra ofensiva ideológica en torno a la actual crisis de los refugiados, la cual está siendo también utilizada al máximo por la clase dominante contra todo proceso de reflexión en el proletariado. Pero más que la propaganda burguesa fue la oleada de refugiados misma lo que ha dado un golpe suplementario a los primeros gérmenes de una incipiente recuperación de la conciencia de clase tras el impacto de 1989 (campañas alimentadas con el eslogan: "muerte del comunismo"). El hecho de que millones de personas en la "periferia" del capitalismo arriesguen sus vidas para entrar en Europa, América del Norte y otras "fortalezas", no puede sino reforzar, por ahora, la impresión de que es un privilegio vivir en las zonas desarrolladas del mundo y de que la clase obrera del centro del sistema y, en ausencia de toda alternativa al capitalismo, podría, al fin y al cabo, tener algo que defender dentro de tal sistema. Además, el conjunto de la clase despojada por ahora de su propia herencia política, teórica y cultural tiende a ver las causas de esta emigración desesperada no en la naturaleza misma del capitalismo, ni en relación con las contradicciones propias de los países democráticos, sino como resultado de la ausencia de capitalismo y de democracia en las zonas de conflicto.

Todo esto hizo aumentar el retroceso, tanto de la combatividad como de la conciencia, de la propia clase.

 

El problema del populismo político

Aunque el fenómeno de terror de derechas hacia los extranjeros y los refugiados no sea nuevo en Alemania desde la reunificación y en especial (aunque no exclusivamente) en sus nuevos estados federales del Este, la expansión de un movimiento político populista estable en Alemania había sido impedida con éxito por la propia clase dominante. Pero en el contexto de la crisis del euro, cuya fase aguda duró hasta el verano de 2015, y de la "crisis de refugiados" que la siguió, se produjo una nueva oleada de populismo político. Se manifestó principalmente en tres áreas: el ascenso electoral de Alternativa por Alemania (Alternative für Deutschland, AfD), que se formó en su origen en oposición al plan de rescate griego, y en base a una vaga oposición a la moneda común europea; un movimiento de protesta populista de derechas centrado en las "manifestaciones de los lunes" en Dresde (PEGIDA); un recrudecimiento del terrorismo de derechas hacia los refugiados y extranjeros, como el de la "Organización Clandestina Nacionalsocialista" (Nationalsozialistischer Untergrund, NSU).

Tales fenómenos no son nuevos en la escena política alemana; pero hasta ahora la burguesía había logrado siempre impedirles alcanzar cualquier tipo de presencia estable y parlamentaria. Durante el verano de 2015, parecía que los sectores dominantes lo iban a conseguir una vez más. La AfD, que había sido desposeída de su tema (la crisis “griega’’…) y de algunos de sus recursos financieros, sufría su primera escisión. Pero el populismo ha estado rápidamente de vuelta –con más fuerza que antes- gracias a la nueva ola de inmigración. Y, dado que el problema de la inmigración podría desempeñar un papel más o menos dominante en un futuro próximo, aumenta la posibilidad de que AfD se establezca como un componente nuevo y duradero del panorama político.

La clase dominante es capaz de utilizar todo esto para hacer más interesante su juego electoral, estimulando las ideologías democráticas y antifascistas, y también para difundir la división y la xenofobia. Sin embargo, este proceso no se corresponde directamente con sus intereses de clase ni está en condiciones de controlarlo completamente.

La crisis del euro y sus efectos en la escena política alemana muestran que existe una estrecha relación entre la intensificación de la crisis global del capitalismo y el avance del populismo. La crisis económica aumenta la inseguridad y el miedo, intensificando la lucha por la supervivencia. También aviva las llamas de la irracionalidad. Alemania, económicamente hablando, tendría mucho que perder con cualquier debilitamiento de la cohesión de la Unión Europea y el euro. Para Alemania hay millones de empleos que dependen directa o indirectamente de las exportaciones y del papel que desempeña en la UE. En un país así, es de lo más irracional cuestionar la UE, el euro o la orientación del conjunto del mercado mundial y no es pues casual que la reciente aparición de esos movimientos xenófobos esté suscitada por las inquietudes ante la estabilidad de la nueva moneda europea.

La capacidad de razonar, aunque no sea la única, tiene importancia vital para el entendimiento humano. La racionalidad se asienta, como el proceso del cálculo, en el pensamiento. Esto incluye la capacidad de calcular sus propios intereses objetivos, lo que es no sólo indispensable para la sociedad burguesa, sino también algo fundamental para la lucha proletaria de liberación. Históricamente, surge y se desarrolla, en gran medida, bajo el impulso del intercambio de equivalentes y ya que es en el capitalismo donde el dinero desarrolla plenamente su papel como equivalente universal, la moneda y la confianza que ésta inspira desempeñan un papel de primera importancia en el "formateo" de la racionalidad en la sociedad burguesa. Por lo tanto, la pérdida de confianza en el equivalente universal es una de las principales fuentes de irracionalidad dentro de la sociedad burguesa. Razón por la que las crisis monetarias y los períodos de hiperinflación son especialmente peligrosos para la estabilidad de las relaciones sociales. La inflación de 1923 en Alemania fue uno de los factores más importantes entre los que cimentarían el triunfo del nacionalsocialismo diez años más tarde.

Por otra parte, la oleada actual de refugiados e inmigrantes, resalta e ilustra otro aspecto del populismo: se acentúa la competencia entre las víctimas del capitalismo y la tendencia a la exclusión, la xenofobia, la búsqueda de chivos expiatorios...La miseria en el reino del capitalismo genera tres cosas: en primer lugar, una acumulación de la agresividad, de odio, de perversidad y un ansia de destrucción y autodestrucción; en segundo lugar, la proyección de tales impulsos antisociales contra los demás (hipocresía moral); en tercer lugar, el hecho de dirigir esos impulsos no contra la clase dominante, que parece demasiado poderosa para ser desafiada, sino en contra de las clases y de los estratos sociales aparentemente más débiles. Esa composición de tres facetas aflora, sobre todo en ausencia de lucha colectiva del proletariado, cuando los individuos como tales se sienten impotentes frente al capital. El punto culminante de ese trío, raíz en el populismo, es el pogromo. Aunque la agresividad populista también se expresa en contra de la clase dominante, lo que a ésta en verdad exige el populismo a voz en grito es protección y favores. Su deseo es que la burguesía o bien elimine a quienes considera como sus rivales amenazantes o sino que tolere que comiencen los populistas a hacerlo por cuenta propia. Esa "revuelta conformista", característica permanente del capitalismo, se agudiza con la crisis, la guerra, el caos, la inestabilidad. En la década de 1930, pudo desarrollarse gracias a la derrota histórica mundial del proletariado. Hoy, el contexto es la ausencia de toda perspectiva: es la fase de descomposición.

Como ya ha desarrollado la CCI en sus Tesis sobre la descomposición, una de las bases sociales y materiales del populismo es el proceso de desclasamiento, la pérdida de toda identidad de clase. A pesar de la fuerza económica del capital nacional alemán y la escasez que tiene de trabajadores cualificados, hay una parte importante de la población alemana que, hoy, aunque esté en el desempleo no es realmente un factor activo del ejército industrial de reserva (listo para tomar los puestos de trabajo de los demás y por lo tanto para ejercer una presión a la baja sobre los salarios), sino más bien pertenece a lo que Marx llama la capa de los Lázaro de la clase obrera. Debido a los problemas de salud, o a la incapacidad para soportar el estrés del trabajo capitalista moderno y la lucha por la existencia, o la falta de cualificaciones adecuadas, este sector es "de empleo imposible" desde el punto de vista capitalista. En lugar de presionar sobre los niveles salariales, estas capas lo que incrementan es la masa salarial del capital nacional debido a las prestaciones que éste les debe otorgar para que sobrevivan. Este es también ese sector que hoy siente a la mayoría de los refugiados como rivales potenciales.

Dentro de ese sector, hay dos grupos importantes de la juventud proletaria, parte de la cual puede inclinarse hacia la movilización como carne de cañón para las camarillas burguesas e incluso también como protagonistas activos de pogromos. El primero está compuesto por descendientes de la primera o segunda generación de trabajadores inmigrantes (Gastarbeiter). Al principio se pensaba que estos trabajadores inmigrantes no permanecerían en el territorio cuando ya no se les necesitase y, sobre todo, que no traerían a sus familias con ellos ni formasen su propia familia en Alemania. Pero ha ocurrido lo contrario y la burguesía no ha hecho ningún esfuerzo especial para educar a los hijos de estas familias. El resultado hoy es que, debido a que los empleos no cualificados han sido en gran parte "exportados" a lo que antes solía llamarse "países del tercer mundo", una parte de esta juventud proletaria está condenada a vivir de los subsidios estatales y nunca podrá integrarse en el trabajo asociado. El otro grupo está formado por hijos de la masa de parados traumatizados de los despidos masivos en Alemania del Este después de la reunificación. Una parte de ellos, alemanes más que inmigrantes, que no fue educada para ponerse al nivel “occidental” de un capitalismo altamente competitivo, y no se ha atrevido a ir a la Alemania Occidental a encontrar trabajo después de 1989 como han hecho los más intrépidos, ha integrado ese ejército de gente que vive de subsidios. Esos sectores son particularmente vulnerables a lumpenización, la criminalización y la politización en sus formas degeneradas y xenófobas.

Aunque el populismo sea el producto de su sistema, la burguesía no puede producir o eliminar este fenómeno a su antojo. Pero sí que puede manejarlo para sus propios fines, y alentar o desalentar su desarrollo en mayor o menor medida. Generalmente hace las dos cosas. Pero tampoco esto puede dominarlo fácilmente. Incluso en el contexto del capitalismo de Estado totalitario, es difícil para la clase dominante lograr mantener una coherencia ante tal situación. El propio populismo está hondamente arraigado en las contradicciones del capitalismo. La acogida de refugiados hoy día se basa en los intereses objetivos de importantes sectores del capitalismo alemán. Las ventajas económicas son incluso más evidentes que las ventajas imperialistas. Por eso los líderes de la industria y del mundo de los negocios son ahora los partidarios más entusiastas de la "cultura de la acogida". Estiman que Alemania necesitará la llegada de alrededor de un millón de personas cada año en el próximo periodo, en previsión de la escasez de mano de obra cualificada y sobre todo de la crisis demográfica provocada por la invariablemente baja tasa de natalidad del país. Los refugiados de las guerras y otros desastres suelen ser trabajadores especialmente diligentes y disciplinados, dispuestos no sólo a trabajar por salarios bajos, sino también a tomar iniciativas y asumir riesgos. Además, la integración de los recién llegados de otros países, y la apertura cultural que exige es en sí misma una fuerza productiva (y sin duda también una fuerza potencial para el proletariado). Un posterior éxito de Alemania en ese aspecto podría darle mayor ventaja respecto a sus competidores europeos.

Hay que considerar que la exclusión es, al mismo tiempo, el reverso de la medalla de la política de inclusión de Merkel. La inmigración que hoy se requiere ya no es la mano de obra no cualificada de las generaciones Gastarbeiter, ahora que los empleos sin cualificación se concentran en la periferia del capitalismo. Los nuevos inmigrantes deben llegar con altas cualificaciones, o al menos la voluntad de adquirirlas. La situación actual exige una selección mucho más organizada y despiadada que en el pasado. Debido a estas necesidades contradictorias de inclusión y de exclusión, la burguesía fomenta simultáneamente la apertura y la xenofobia. Respondiendo hoy a esa necesidad mediante la división del trabajo entre derecha e izquierda, incluso dentro del partido Cristianodemócrata de Merkel y de su gobierno de coalición con el SPD. Pero detrás de la disonancia existente entre los diferentes grupos políticos con respecto a la cuestión de los refugiados, no sólo hay una división del trabajo, sino también diferentes preocupaciones e intereses. La burguesía no es un bloque homogéneo. Mientras que las partes de la clase dominante y del aparato del Estado más próximos a la economía apoyan la integración, el conjunto del aparato de Seguridad está horrorizado por la apertura de las fronteras por Merkel en verano de 2015, por el número de personas llegadas desde entonces, debido a la pérdida de control de quienes entran en el territorio del Estado, acabando en un descontrol temporal. Además, en el seno del aparato represivo y judicial están, inevitablemente, quienes simpatizan con la extrema derecha y la protegen, debido a una obsesión compartida por la ley, el orden, el nacionalismo, etc.

En lo que concierne a la propia casta política, no sólo pertenecen a ella quienes (barruntando el ambiente en su circunscripción electoral) flirtean con el populismo por oportunismo; también hay muchos que comparten esa mentalidad. A eso podemos añadir las contradicciones del propio nacionalismo: al igual que todos los Estados burgueses modernos, Alemania fue fundada en mitos relacionados con una historia, una cultura y hasta una sangre compartida. En tal contexto, incluso la burguesía más poderosa no puede inventar y reinventar a voluntad diferentes definiciones de la nación para adaptarlas a sus intereses cambiantes. Tampoco tiene necesariamente un interés objetivo en hacerlo, puesto que los viejos mitos nacionalistas continúan siendo necesarios ya que son una poderosa palanca del "divide y vencerás" en el interior, y de la movilización para apoyar las agresiones imperialistas en el exterior. Por tanto no tan es tan evidente, hoy por hoy, que un negro o un musulmán puedan ser "alemanes".

 

¿Cómo enfrenta, la clase dominante alemana, la "crisis de los refugiados"?

En el contexto de la descomposición y de la crisis económica, el principal impulsor del populismo en Europa en las últimas décadas ha sido el problema de la inmigración. Este problema se ha agudizado hoy por el éxodo más masivo desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué este flujo da la impresión de ser un problema de mayor calado político en Europa que en países como Turquía, Jordania, o incluso Líbano donde reciben contingentes mucho mayores? En los viejos países capitalistas, las tradiciones precapitalistas de hospitalidad y las estructuras sociales y económicas de subsistencia que las acompañan, están radicalmente atrofiadas. También está el hecho de que estos migrantes proceden de culturas diferentes. Por supuesto, esto no es un problema en sí mismo, al contrario. Pero el capitalismo moderno hace de eso un problema. En Europa occidental, en particular, el Estado del bienestar es el principal organizador de la ayuda y la cohesión social. Y se supone que es el Estado el que debe acoger a los refugiados, lo cual los pone en competencia con los "indígenas" pobres en el empleo, la vivienda y las prestaciones sociales.

Hasta el momento, debido a su relativa estabilidad económica, política y social, la inmigración, y con ella el populismo, han causado menos problemas en Alemania que en la mayoría de los países de Europa occidental. Pero en la situación actual, la burguesía alemana se enfrenta cada vez más al problema, no sólo de puertas adentro sino también en el contexto de la Unión Europea.

En la propia Alemania, el ascenso del populismo de derechas perturba los planes de la clase dominante para integrar a una parte de los inmigrantes. Este es un problema real, porque, hasta ahora, todas las tentativas de aumentar la tasa de natalidad "en casa" han fracasado. El terror derechista también altera la reputación del país en el exterior -un punto muy sensible considerando los crímenes de la burguesía alemana en la primera mitad del siglo XX. El establecimiento de la AfD como fuerza parlamentaria estable podría complicar la formación de futuros gobiernos. A nivel electoral, es hoy un problema sobre todo para la CDU/CSU, el partido gubernamental dominante, que hasta ahora, bajo Merkel, ha sido capaz de atraer tanto a votantes socialdemócratas como conservadores, consolidando su posición dominante frente al SPD.

Pero es, sobre todo, en el ámbito europeo donde el populismo amenaza los intereses de Alemania actualmente. El estatus de Alemania como agente económico mundial, y en menor grado, político, depende en gran medida de la existencia y coherencia de la UE. La llegada al gobierno de partidos populistas, más o menos antieuropeos, en Europa del Este (ya es así en Hungría y Polonia) y especialmente en Europa Occidental, tendería a obstaculizar dicha cohesión. Esta es concretamente la razón de que Merkel haya declarado que la respuesta que se dé al problema de los refugiados será lo que "decidirá el destino de Alemania". La estrategia de la burguesía alemana frente a tal problema es un intento de transformar, a nivel europeo, la migración más o menos caótica del período de posguerra y de la descolonización después en una inmigración meritoria, altamente selectiva, más semejante al modelo canadiense o australiano. El cierre más eficaz de las fronteras exteriores de la UE es una precondición para la transformación propuesta de una inmigración ilegal en una inmigración legal. Esto también implicaría el establecimiento de cuotas anuales de inmigración. En lugar de que tengan que pagar sumas ominosas para pasar clandestinamente a la Unión Europea, a los emigrantes se les alentaría a "invertir" en su propia cualificación para mejorar sus posibilidades de acceso legal. En lugar de partir hacia Europa por su propia iniciativa, los refugiados aceptados serían transportados hasta los lugares de acogida y de empleo ya previstos para ellos. La otra cara de la moneda es que los inmigrantes no deseados serían detenidos en la frontera, o brutal y rápidamente expulsados si ya han logrado acceder. Tal conversión de las fronteras de la UE en cribas de selección (un proceso ya en marcha) es presentada como un proyecto humanitario para reducir el número de ahogados en el Mediterráneo que, a pesar de toda la manipulación de los medios, se ha convertido en una fuente de vergüenza moral para la burguesía europea. Al insistir en una solución europea más que nacional, Alemania asume sus responsabilidades ante la Europa capitalista, al mismo tiempo que hace hincapié en su pretensión de liderar políticamente el viejo continente. Su objetivo es nada menos que desactivar la bomba retardada de la inmigración, y con ella el populismo político en la UE.

Fue en ese contexto en el que el gobierno de Merkel, en el verano de 2015, abrió las fronteras alemanas a los refugiados. En ese momento, los refugiados sirios, que anteriormente estaban dispuestos a permanecer en la Turquía oriental, comenzaron a perder la esperanza de volver a casa y partieron en masa hacia Europa. Al mismo tiempo, el gobierno turco decide dejarlos salir hacia Europa para chantajear a la Unión Europea que está bloqueando su candidatura como país integrante. En esta situación, el cierre de las fronteras alemanas habría ocasionado un hacinamiento de miles de refugiados en los Balcanes, una situación caótica y casi incontrolable. Pero al levantar temporalmente el control de sus fronteras, Berlín suscitó un nuevo flujo migratorio de gente desesperada que inmediatamente se creyó que Alemania la estaba invitando a entrar. Todo esto demuestra la realidad de un momento de pérdida potencial del control de la situación.

Por la manera tan radical con la que Merkel se identifica con "su" proyecto, las posibilidades de éxito de la "solución europea" que propone, se deteriorarían considerablemente si no consiguiese ganar las elecciones de 2017. Uno de los puntos principales de la campaña para la reelección de Merkel parece ser el económico. Ante la actual desaceleración del crecimiento en China y Estados Unidos, la economía alemana, orientada hacia la exportación, se encaminaría hacia la recesión. Un aumento del gasto estatal y de las inversiones en construcciones para los "refugiados" podría evitar tal contingencia hasta las elecciones.

A diferencia de la década de 1970, cuando en una serie de grandes países occidentales los partidos capitalistas de izquierda entraron en el gobierno ("la izquierda al poder") o en la de1980 (“la izquierda en la oposición"), la actual estrategia del gobierno y el "juego" electoral en Alemania están determinados, mucho menos que anteriormente, por la amenaza inmediata de la lucha de clases y mucho más que antes por los problemas de la inmigración y el populismo.

 

Los refugiados y la clase obrera

La solidaridad con los refugiados expresada por una parte significativa de la población de Alemania, aunque ha sido explotada al máximo por el Estado para promover una imagen humana del nacionalismo alemán, abierto al mundo, fue espontánea y, al principio, "autoorganizada"; todavía hoy, más de seis meses después del inicio de la crisis actual, la gestión estatal de la afluencia de emigrantes se hundiría si no fuera por las iniciativas de la población. Pero estas actividades en sí mismas no tienen nada de proletario. Al contrario, esas personas hacen la parte del trabajo que el Estado no puede o no quiere hacer, a menudo incluso sin ningún tipo de retribución. Para la clase obrera, el problema central es que la solidaridad no puede realizarse actualmente en su propio terreno de clase. De momento, tiene un carácter muy apolítico, desconectado de cualquier oposición explícita a la guerra imperialista en Siria, por ejemplo y, del mismo modo las ONG y todas las múltiples organizaciones "críticas" de la sociedad civil (en realidad inexistente), esas estructuras han sido transformadas, más o menos inmediatamente, en apéndices del Estado totalitario.

Sería un error tomar esa solidaridad como un simple acto de caridad; sobre todo porque se ha expresado hacia posibles competidores en el mercado de trabajo y en otros aspectos. En ausencia de las tradiciones precapitalistas de hospitalidad en los viejos países capitalistas, el trabajo asociado y la solidaridad son, para la mayoría del proletariado, la principal base social y material de tal solidaridad. En general su espíritu no acepta aquello de "ayudar a los pobres y los débiles"; al contrario, entienden que la respuesta es la cooperación y la creatividad colectiva. A largo plazo, si la clase comienza a recuperar su identidad, su conciencia y el legado de generaciones precedentes, la experiencia actual de solidaridad se podrá integrar en la experiencia histórica de la clase y en la búsqueda de su perspectiva revolucionaria. Hoy, entre los trabajadores en Alemania, al menos potencialmente, los impulsos solidarios expresan un atisbo de memoria y de conciencia de clase, y nos recuerdan que también en Europa, la experiencia de la guerra y de los desplazamientos masivos de población no es algo tan antiguo y que la falta de solidaridad ante estas experiencias durante la contrarrevolución (antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial), no deben repetirse hoy.

En el capitalismo, el polo opuesto al populismo no es la democracia ni el humanismo, sino el trabajo asociado, principal contrapeso a la xenofobia y al pogromo. Resistir a la exclusión, resistir a la obsesión del chivo expiatorio ha sido siempre algo permanente y esencial de la lucha proletaria cotidiana. Puede que estemos al comienzo de un caminar a tientas hacia el reconocimiento de que las guerras y otros desastres que obligan a la gente a huir, son parte de ese proceso permanente de separaciones forzosas y violentas a través del cual se ha ido constituyendo el proletariado. El rechazo de quienes lo han perdido todo a quedarse dócilmente allí donde la clase dominante quiere que permanezcan, su negativa a renunciar a la búsqueda de una vida mejor, son momentos constitutivos de la combatividad proletaria. La lucha por su movilidad contra el régimen disciplinario capitalista es uno de los más viejos componentes vitales del trabajo asalariado "libre".

 

La mundialización y la necesidad de una lucha internacional

En el apartado del balance en que tratamos la lucha de clases, hemos dicho que las huelgas de 2015 en Alemania fueron más la expresión de una situación económica nacional temporal y favorable que el indicio de una combatividad generalizada a nivel europeo o internacional. Sigue siendo cierto que se ha vuelto cada vez más difícil para la clase obrera defender sus intereses inmediatos mediante huelgas u otros medios de lucha. Esto no significa que las luchas económicas no sean ya posibles o que hayan perdido su entidad (como la denominada tendencia Essen, del KAPD, concluía erróneamente en la década de 1920). Al contrario, eso significa que la dimensión económica de la lucha de clases contiene una dimensión política mucho más directa que en el pasado, una dimensión que es muy difícil de asumir.

Las recientes resoluciones del Congreso de la CCI han identificado correctamente uno de los factores objetivos que inhibe el desarrollo de las luchas en defensa de sus intereses económicos inmediatos: la intimidante losa del desempleo masivo. Aunque no es el único, ni siquiera el principal, factor económico de esa inhibición, sí que lo es, y fundamental, la llamada mundialización -fase actual del capitalismo de Estado totalitario-, marco en el que se encuentra hoy la economía mundial.

La mundialización del capitalismo global no es en sí misma un fenómeno nuevo. Nos lo encontramos ya en la base del primer sector de la producción capitalista altamente mecanizada: la industria textil en Gran Bretaña, centro de un triángulo en el que están relacionados la caza de esclavos en África y su trabajo en las plantaciones de algodón de Estados Unidos. En términos de mercado global el nivel de mundialización alcanzado antes de la Primera Guerra Mundial no se volvió a conseguir hasta finales del siglo XX. Sin embargo, en las últimas tres décadas, la globalización ha adquirido una nueva cualidad, especialmente en dos niveles: el de la producción y el de las finanzas. El esquema de una periferia capitalista proveedora de mano de obra barata, de plantaciones agrícolas y de materias primas a los países industrializados del hemisferio Norte ha sido, si no eliminado totalmente, al menos sí modificado y sustituido, en gran parte, por redes globales de producción, siempre centradas, eso sí, en los grandes países dominantes mientras que las actividades industriales y de servicios se extienden por todo el planeta. En este corsé "ordoliberal" existe la tendencia a que ningún capital nacional, ninguna industria, ningún sector, ningún negocio,..., pueda en manera alguna evitar la competencia internacional directa. No hay casi nada de lo que se produce en cualquier parte del mundo que no pueda ser producido en otros lugares. Cada Estado-nación, cada región, cada ciudad, cada barrio, cada sector de la economía está condenado a competir para atraerse inversiones globales. El mundo entero está como embrujado, como condenado a esperar la salvación con la llegada de capital en forma de inversiones. Esta fase del capitalismo no es ni mucho menos un producto espontáneo, sino un orden estatal introducido e impuesto, especialmente, por los viejos estados-nación burgueses dominantes. Uno de los objetivos de esta política económica es encarcelar a la clase obrera de todo el mundo en un monstruoso sistema disciplinario.

En ese plano, podríamos dividir la historia de las condiciones objetivas de la lucha de clases, aunque muy esquemáticamente, en tres fases: durante el ascenso del capitalismo, los obreros se enfrentaban, en primer lugar, a capitalistas individuales y, por lo tanto, podían organizarse más o menos eficazmente en sindicatos. Con la concentración del capital en manos de las grandes empresas y del Estado, esos medios de lucha perdieron su eficacia, de modo que, en aquel entonces, cada huelga se enfrentaba directamente a la burguesía entera, centralizada en el Estado. El proletariado necesitó mucho tiempo para encontrar una respuesta eficaz a aquella nueva situación y así surgió la huelga de masas de todo el proletariado a escala de un país entero (Rusia, 1905), la cual ya contiene en lo más profundo de su ser la potencialidad de la toma del poder y la extensión a otros países (primera oleada revolucionaria desencadenada por el Octubre rojo). Hoy, con la mundialización contemporánea, una tendencia histórica objetiva del capitalismo decadente alcanza su pleno desarrollo: cada huelga, cada acto de resistencia económica de los obreros, en cualquier parte del mundo, se encuentran inmediatamente enfrentado a la totalidad del capital mundial, siempre dispuesto a retirar la producción y la inversión e irse a producir en otro lugar. Por ahora, el proletariado internacional ha sido incapaz de encontrar una respuesta adecuada, ni siquiera vislumbrar lo que podría parecerse a tal respuesta. No sabemos si finalmente lo conseguirá. Pero parece claro que el desarrollo en esta dirección necesitará mucho más tiempo que la transición que hubo entre los sindicatos y la huelga de masas. Por un lado, la situación del proletariado en los viejos países centrales del capitalismo -como Alemania, en la “cima” de la jerarquía económica- debería ser mucho más dramática de lo que es hoy. Por otro lado, el paso a dar requerido por la realidad objetiva -lucha de clases internacional consciente, la "huelga de masas internacional" – le exige al proletariado mucho más esfuerzo que el paso entre la lucha sindical y la huelga de masas en un país. Porque obliga a la clase obrera a desafiar no sólo el corporativismo y el localismo, sino también las principales divisiones de la sociedad de clases, frecuentemente arrastradas durante muchos siglos, incluso milenios, de antigüedad, como la nacionalidad, la cultura étnica, la raza, la religión, el sexo, etc. Este es un paso mucho más profundo y político.

Al reflexionar sobre lo anterior, debemos tener en cuenta que los factores que impiden el desarrollo por el proletariado de su propia perspectiva revolucionaria no son sólo del pasado sino también del presente; que las causas no son sólo políticas sino también económicas (más exactamente, económico- políticas).

 

Presentación del Informe (marzo de 2016)

 

Cuando la crisis financiera de 2008, en la CCI existía una tendencia a cierto "catastrofismo" económico, una de cuyas expresiones fue la idea, propuesta por algunos compañeros, de que el colapso de los países capitalistas centrales, como Alemania, podría estar al orden del día. Una de las razones por las que hemos hecho de la fuerza económica y de la competitividad de Alemania un eje de este informe es el deseo de contribuir a superar esas debilidades. Pero también queremos aplicar la capacidad de matizar contra el pensamiento esquemático. Debido a que el propio capitalismo tiene un modo abstracto de funcionamiento (basado en el intercambio de equivalentes) hay una tendencia, comprensible pero perjudicial, a ver los asuntos económicos de manera demasiado abstracta; por ejemplo, a juzgar la relativa fortaleza económica de los capitales nacionales únicamente en términos muy generales (tales como la tasa de composición orgánica del capital, la abundancia de mano de obra necesaria para la producción, la mecanización, … como se mencionan en el informe), olvidando que el capitalismo es una relación social entre seres humanos y, sobre todo, entre las clases sociales.

Debemos aclarar un punto: cuando el informe dice que la burguesía estadounidense utiliza medios jurídicos (multas contra Volkswagen y otros) para contrarrestar la competencia alemana, la intención no era dar la impresión de que Estados Unidos no tiene fuerzas económicas propias que hacer valer. Por ejemplo, Estados Unidos está por delante de Alemania en el desarrollo de los automóviles eléctricos y sin conductor y no es totalmente inverosímil que una de las hipótesis que circulan en las redes sociales sobre el llamado escándalo Volkswagen (que la información sobre la manipulación de las medidas de emisión de gases por parte de esa empresa podría haberse filtrado desde dentro de la burguesía alemana a las autoridades de Estados Unidos para obligar a la industria automovilística alemana a ponerse al día en ese plano).

Sobre cómo es utilizada la crisis de los refugiados con fines imperialistas, es necesario actualizar el Informe. En estos momentos, tanto Turquía como Rusia utilizan masivamente la situación crítica de los refugiados para chantajear al capital alemán y debilitar lo que queda de cohesión europea. La manera con la que Ankara permite a los refugiados ir hacia oeste ya se menciona en el informe. El precio de la cooperación de Turquía sobre este problema no se limitará a unos cuantos miles de millones de euros. Rusia, por su parte, ha sido acusada recientemente, por varias organizaciones no gubernamentales (ONG) y organizaciones de ayuda a los refugiados, de bombardear deliberadamente hospitales y zonas residenciales en las ciudades de Siria para así provocar nuevas huidas de refugiados. Por lo general, la propaganda rusa utiliza sistemáticamente la cuestión de los refugiados para avivar las llamas del populismo político en Europa.

Y volviendo a Turquía, este país exige no sólo dinero, sino también la aceleración del acceso, sin visado, de sus ciudadanos a Europa y de las negociaciones para su adhesión a la UE. A Alemania, le exige además el cese de la ayuda militar a las unidades kurdas en Irak y Siria.

Para la canciller Merkel, que es la partidaria más relevante de una más estrecha colaboración con Ankara sobre los refugiados y una atlantista más o menos ferviente (para ella, la proximidad con Estados Unidos es un mal menor comparada con la de Moscú), es un problema de menos importancia que la que le dan otros miembros de su propio partido. Como el Informe ya ha mencionado, Putin había planeado la modernización de la economía rusa en estrecha cooperación con la industria alemana, en particular con el sector de la ingeniería que, desde la Segunda Guerra Mundial, se encuentra localizado principalmente en el sur de Alemania (incluyendo Siemens, anteriormente basada en Berlín y actualmente en Múnich, que parece haber sido designada para desempeñar un papel central en esta "operación rusa"). En tal contexto podemos entender la relación entre la persistente crítica a la "solución europea" (y "turca"), defendida por Merkel sobre la crisis de los refugiados, por parte del partido asociado a la CDU, la CSU de Baviera, y de la espectacular visita semioficial de los líderes de este partido bávaro a Moscú en el momento álgido de tal controversia[6] . Esta fracción prefiere trabajar con Moscú en lugar de con Ankara. Paradójicamente, los partidarios más fervientes de la Canciller en este asunto no se encuentran hoy en su propio partido, la CDU, sino en su socio de coalición, el SPD, y en la oposición parlamentaria. Lo podemos explicar en parte por una división del trabajo dentro de la Democracia Cristiana en el poder, su ala derecha intentando (sin éxito por el momento) evitar que sus votantes conservadores se pasen a los populistas (AfD); pero también porque hay tensiones regionales (desde la Segunda Guerra Mundial, aunque el gobierno estuvo en Bonn y la capital financiera en Frankfurt, la vida cultural de la burguesía alemana se concentraba principalmente en Múnich; sólo recientemente se ha sentido de nuevo atraída por Berlín, tras el traslado del Gobierno a esta ciudad).

Tras las actuales oleadas de inmigración, no estamos, con toda seguridad, únicamente ante un conflicto de intereses en el seno de Europa, sino que existe además una colaboración y un reparto de la faena entre las diferentes burguesías nacionales; en este caso la burguesía alemana y la austriaca. Al decidirse por el "cierre de la ruta de los Balcanes", Austria ha hecho que Berlín sea menos unilateralmente dependiente de Turquía en la labor de retener a los refugiados, reforzando así, en parte, la posición de Berlín en las negociaciones con Ankara [7].

Mientras una porción significativa del mundo de los negocios apoyó la "política de bienvenida" de Merkel hacia los refugiados el verano pasado, distaba mucho de ocurrir lo mismo con los cuerpos de seguridad del Estado, que estaban absolutamente horrorizados por talafluencia, más o menos controlada y declarada, hacia el país. Todavía no se lo han perdonado a la Canciller. El Gobierno francés y los demás gobiernos europeos no fueron menos escépticos. Todos ellos están convencidos de que los rivales imperialistas del mundo islámico están utilizando la crisis de los refugiados para meter clandestinamente a yihadistas en Alemania, desde donde pueden partir para alcanzar Francia, Bélgica, etc. De hecho, los ataques criminales de la noche de Año Nuevo en Colonia han confirmado que incluso las bandas criminales explotan los procedimientos de asilo para instalar a sus miembros en las principales ciudades europeas. No es necesario ser profeta para predecir que una renovación importante de los cuerpos policiales y de los servicios secretos en Europa será uno de los principales resultados de la situación actual[8].

El Informe establece una relación entre la crisis económica, la inmigración y el populismo político. Si añadimos el creciente papel del antisemitismo, el paralelismo con la década de 1930 es más que impresionante. Pero también es interesante ese paralelo para examinar hasta qué punto la situación en la Alemania de hoy ilustra las diferencias históricas entre ambas épocas. El que no haya ninguna prueba formal, por el momento, de que las secciones centrales del proletariado estén derrotas, desorientadas y desmoralizadas, como lo estaban hace 80 años, es la diferencia más importante, pero no la única. Hoy, la política económica impulsada por la gran burguesía es la mundialización, no la autarquía ni el proteccionismo defendido por los populistas "moderados". Esto evoca un aspecto del populismo contemporáneo todavía poco desarrollado en el Informe: la oposición a la Unión Europea. La UE es, en términos económicos, uno de los instrumentos de la mundialización actual. Y este hecho ha pasado a ser, en Europa, incluso la consigna principal del populismo. Por ejemplo, las negociaciones sobre el TTIP (acuerdo comercial entre América del Norte y Europa), que beneficia a la gran industria y a la agroindustria, a expensas de los pequeños propietarios y productores de zonas como los Estados del “Grupo de Visegrád” (V-4: Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia), forman parte del contexto de la formación reciente de gobiernos populistas en Europa centro-oriental.

En cuanto a la situación del proletariado, la preocupación expresada al final del Informe es que nosotros no solo tenemos que mirar las causas, radicadas esencialmente en el pasado (como la contrarrevolución que siguió a la derrota de la Revolución rusa y mundial desde finales de la Primera Guerra Mundial), para explicar las dificultades de la clase obrera para desarrollar su lucha política en una dirección revolucionaria después de 1968. Todos esos factores, pertenecientes al pasado, aunque no dejan de ser explicaciones profundamente ciertas, no impidieron, sin embargo, ni el Mayo del 68 en Francia ni el otoño caliente de 1969 en Italia. Tampoco deberíamos partir del principio de que el potencial revolucionario expresado en aquella época, de manera embrionaria, estaba condenado al fracaso desde su inicio. Las explicaciones basadas unilateralmente en el pasado conducen a una especie de fatalismo determinista. En lo económico, lo que comúnmente se llama la mundialización es un instrumento, económico y político del capitalismo de Estado, que la burguesía ha encontrado para estabilizar su sistema y contrarrestar la amenaza proletaria; un instrumento frente al cual el proletariado deberá a su vez encontrar una respuesta. Por eso es por lo que los problemas de la clase obrera para desarrollar una alternativa revolucionaria, en los últimos 30 años, están íntimamente ligados a la estrategia político-económica de la burguesía, incluyendo su capacidad para aplazar en el tiempo una catástrofe económica para la clase obrera -y por lo tanto la amenaza de la guerra de clases- en los viejos centros del capitalismo mundial.



[1] La Liga Hanseática fue una alianza industrial y comercial en el norte de Alemania, que dominó el comercio del Báltico durante la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna.

[2] El ‘‘ordoliberalismo” (Ordoliberalismus) es la variante alemana del liberalismo político y económico, pero que propugna la intervención del Estado para garantizar que el mercado libre produzca a un nivel cercano a sus potencialidades económicas. Se concretó en la llamada “Escuela de Friburgo” a la que perteneció el canciller de la RFA, Ludwig Erhard, considerado como el inspirador del llamado “milagro ecónomo alemán” de la posguerra.

[3] Según Rosa Luxemburg, las zonas extracapitalistas se centran en una producción aún no basada directamente en la explotación del trabajo asalariado por el capital, sea esta una economía de subsistencia o una producción, por productores individuales, para el mercado. El poder de compra de tales productores ayuda a hacer posible la acumulación de capital. El capitalismo también moviliza y explota la fuerza de trabajo y las "materias primas" (es decir, los recursos naturales) a partir de esas áreas.

[4] Siglas en alemán de : Europeos Patriotas Contra la Islamización de Occidente.

[5] TTIP: “Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión". Es la  propuesta de acuerdo de libre comercio entre Europa y Estados Unidos.

 

[6] En la conferencia, el debate también señaló acertadamente que lo que se dice en el Informe de que el mundo de los negocios en Alemania apoya como un solo hombre la política de Merkel sobre los refugiados, es muy esquemática y como tal incorrecta. Incluso la necesidad de recursos “frescos” de mano de obra para los empleadores varía enormemente de un sector a otro.

[7] A pesar de que esa convergencia de intereses entre Berlín y Viena, como se ha señalado en el debate, sea temporal y frágil.

 

[8] La infiltración yihadista y la probabilidad de que aumenten los ataques terroristas son una realidad. Pero esta situación y otras son utilizadas por la clase dominante como medio para crear una atmósfera de miedo, de pánico y de sospecha permanente, antídotos contra el pensamiento crítico y la solidaridad dentro de la población obrera.

 

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