Editorial (verano de 2015)

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En este medio año de 2015, ya ha pasado el centenario de la Gran Guerra, como se ha llamado siempre a la 1914-18. La coronas de flores que se colocaron ante los miles de monumentos a los caídos están marchitas y polvorientas desde hace tiempo, las exposiciones temporales en municipios y demás locales públicos han vuelto al desván de los olvidos, los políticos ya han olvidado sus vibrantes e hipócritas discursos, y la vida ha vuelto a unos cauces que se presentan como “normales”.

En cambio, cien años atrás, en 1915, la guerra no está ni mucho menos terminada. Muy al contrario. Ya nadie se hace la ilusión de que podrá volver a casa “antes de Navidad”. Desde que el avance de los ejércitos alemanes ha sido atajado en el Marne en septiembre de 1914, el conflicto se ha estancado en el barrizal de la guerra de trincheras. En la segunda batalla  de Ypres, en abril de 1915, los alemanes han lanzado por primera vez gases de guerra que pronto serán utilizados pos los ejércitos de ambos bandos. Y ya hay muertos por cientos de miles.

La guerra va a ser larga, terribles los sufrimientos causados, ruinosos sus costes. ¿Cómo hacer para que las poblaciones acepten los horrores que soportan? A esta tarea de cínicos de dedican las oficinas de propaganda de los diferentes Estados. Es el tema del primer artículo de esta Revista. En ese ámbito, como en tantos otros, 1914 significó la entrada en un período cardinal que conocerá la instalación progresiva de un capitalismo de Estado omnipresente, única respuesta posible a la decadencia de la forma social dominante.

Pero también en 1915 se empiezan a ver los primeros signos de una resistencia obrera, en Alemania en particular, donde la fracción parlamentaria del partido socialista, el SPD, dejó de votar por unanimidad los créditos de guerra como lo había hecho en agosto del año anterior. A los primeros revolucionarios en salirse de las filas para oponerse a la guerra, Otto Rühle y Karl Liebknecht, se les unieron otros más. Ese movimiento de oposición a la guerra, que agrupó a un puñado de militantes de los diferentes países beligerantes, se plasmará en septiembre de 1915 en la primera conferencia de Zimmerwald.

Los grupos reunidos en el pueblo suizo de Zimmerwald no formaban, ni mucho menos, un frente unido. Junto a los bolcheviques revolucionarios de Lenin, para los cuales sólo la guerra civil para el derrocamiento del capitalismo podía replicar a la guerra imperialista, había una corriente –mucho más numerosa– que esperaba todavía encontrar un terreno de entendimiento con los partidos socialistas pasados al enemigo. A esa corriente se la llamó “centrista”, e iba a tener un papel importante en las dificultades y en la derrota de la revolución alemana de 1919. Ese es precisamente el tema de un texto interno escrito por Marc Chirik en diciembre de 1984 del que publicamos aquí amplios extractos. El USPD centrista ya no existe, pero sería un error pensar que el centrismo como tipo de comportamiento político habría desaparecido también; muy al contrario, como lo demuestra ese texto, es incluso muy característico de la decadencia du capitalismo.

Para concluir, publicamos también en esta Revista International un nuevo artículo sobre la lucha de clases en África, más concretamente en Sudáfrica. Este artículo trata del período sombrío que va de la Segunda Guerra Mundial hasta la reanudación de las luchas a finales de los años 1960; en él se demuestra que, a pesar de la división impuesta por el régimen del apartheid, la lucha obrera sobrevivió y no puede reducirse, ni mucho menos, a un apoyo accesorio al movimiento nacionalista dirigido por el ANC de Nelson Mandela.

CCI, julio de 2015

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