La propaganda durante la Primera Guerra Mundial

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La manipulación hábil y consciente de las costumbres y opiniones de las masas es un componente de la primera importancia de la sociedad democrática. Quienes manipulan ese mecanismo secreto de la sociedad constituyen un gobierno invisible, verdadero poder dirigente de nuestra sociedad”. Edward Brenays, Propaganda, 1928[1]

La propaganda no se inventó desde luego durante la Primera Guerra Mundial. Cuando uno contempla admirativo los bajorrelieves esculpidos en las escalinatas monumentales de Persépolis en los que se ven pueblos en fila portando sus tributos y depositando los productos del Imperio a los pies del gran rey Darío, o las hazañas de los faraones inmortalizadas en la piedra de Luxor, o la Galería de los Espejos del castillo de Versalles, lo que contemplamos son obras de propaganda cuyo objetivo es comunicar el poderío y la legitimidad del monarca a sus súbditos. La puesta en escena del desfile de las tropas imperiales en Persépolis seguro que habría sido elocuente para el Imperio británico del siglo XIX cuando éste organizaba desfiles inmensos y llenos de colorido para alardear de su potencia militar durante los durbar de Delhi, las grandes ceremonias destinadas a reafirmar la lealtad de los potentados locales a la corona británica.

En 1914 la propaganda no era pues nada nuevo, pero la guerra sí que transformó profundamente su significado y forma. Durante los años siguientes a la guerra, el término “propaganda” evocaba la repugnancia a la manipulación indecente o fabricación de información por el Estado[2]

Al término de la Segunda Guerra Mundial, tras la experiencia del régimen nazi y de la Rusia estalinista, la propaganda adquirió una connotación todavía más siniestra: omnipresente y excluyente de toda otra fuente de información, metida hasta el último rincón de lo cotidiano, la propaganda aparece como una especie de lavado de cerebro. En realidad, sin embargo, la Alemania nazi y la Rusia estaliniana no fueron sino caricaturas grosera del aparato de propaganda omnipresente instaurado por la democracias occidentales después de 1918 que desarrollaron con cada mayor sofisticación las técnicas que se habían puesto en marcha durante la guerra. Cuando Edward Bernays [3] de quien hemos citado el trabajo precursor sobre la propaganda al principio de este artículo, abandonó el US Comittee on Public Information ("Comité estadounidense para la información pública", que en realidad era la oficina gubernamental para la propaganda bélica) al final de la guerra se estableció por su cuenta como consultor para la industria privada, no ya en propaganda sino en "relaciones públicas"- una terminología que él mismo inventó. Fue una decisión deliberada y consciente: ya entonces, Bernays sabía que la palabra "propaganda" estaba estigmatizada de manera indeleble ante la opinión pública por la marca infamante de la mentira.

La Primera Guerra mundial fue el momento en que el Estado capitalista tomó por primera vez el control masivo y totalitario de la información, mediante la propaganda y la censura, con una única finalidad: la victoria en la guerra total. Como en todos los demás aspectos de la vida social (la organización de la producción y de las finanzas, el control social de la población y muy especialmente, de la clase obrera, la transformación de la democracia parlamentaria, formada por intereses burgueses divergentes, en una cáscara vacía) la Primera Guerra mundial marcó el principio de la absorción y del control del pensamiento y de la acción sociales. Después de 1918, los hombres que, como Bernays, habían trabajado para los ministerios de la propaganda durante la guerra, se emplearon en la industria privada como responsables de las "public relations", consultores en publicidad, expertos en "comunicación" como hoy se les llama. Esto no significa ni mucho menos que el Estado había dejado de implicarse. Al contrario, el proceso iniciado durante la guerra de la ósmosis constante entre Estado e industria privada prosiguió. La propaganda no desapareció, sino que se convirtió en una parte tan omnipresente y tan normal de la vida cotidiana que se ha vuelto invisible, uno de los mecanismos más insidiosos y poderosos de la "democracia totalitaria" de hoy. Cuando George Orwell escribió su alarmante y gran novela, 1984 (escrita en 1948, de ahí el título), imaginó un futuro en el que los ciudadanos estarían obligados a instalar en su casa una pantalla mediante la cual estarían todos sometidos a la propaganda estatal: sesenta años más tarde, son las propias personas las que se compran su tele y se divierten sin que nadie se lo exija con productos cuya sofisticación aventaja con creces al "Ministerio de la Verdad" de Big Brother[4].

El advenimiento de la guerra planteó a las clases dominantes un problema históricamente sin precedentes, aunque todas sus implicaciones fueron apareciendo poco o poco a medida que avanzaba la propia guerra. Fue, primero, una guerra total que involucró a masas inmensas de tropas: nunca antes había habido semejante porcentaje de la población masculina en armas. Segundo, y en parte como consecuencia de tal masividad, la guerra incorporó a toda la población civil en la producción de equipos y pertrechos militares, directamente para la ofensiva (cañones, fusiles, municiones, etc.) o la fabricación de uniformes, abastecimientos y transportes. A los hombres se les mandó en masa al frente; y a las mujeres a fábricas y hospitales. También había que financiar la guerra; era imposible obtener unas cantidades tan enormes alzando impuestos, de modo que una de las preocupaciones más importantes de la propaganda estatal fue hacer llamamientos al ahorro por la nación vendiendo bonos de la defensa nacional. Puesto que toda la población tenía que participar directamente en la guerra, toda la población debía estar convencida de que la guerra era justa y necesaria, presuposición que no era nada evidente:

"Las resistencias psicológicas a la guerra en las naciones modernas son tan grandes que cada guerra debe aparecer como una guerra de defensa contra un agresor amenazante y asesino. No debe quedar ambigüedad sobre aquéllos a los que debe odiar la población. No puede quedar el menor resquicio por el que penetre la idea de que la guerra se debe a un sistema mundial de negocios internacionales o a la imbecilidad y maldad de todas les clases gobernantes, sino que se debe a la rapacidad del enemigo. Culpabilidad e inocencia deben quedar geográficamente establecidas: la culpabilidad debe estar del otro lado de la frontera. Si la propaganda quiere movilizar todo el odio de la población, debe vigilar que todas las ideas que circulan responsabilicen únicamente al enemigo. Podrán permitirse en ciertas circunstancias algunas variaciones de esa consigna principal, que vamos a intentar especificar, pero ese argumento debe ser siempre el esquema dominante.

Los gobiernos de Europa occidental no podrán nunca estar totalmente seguros de que el proletariado de dentro de sus fronteras y bajo su autoridad y que posee una conciencia de clase, vaya a alistarse tras sus trompetas bélicas"[5]

La propaganda comunista y la propaganda capitalista

Etimológicamente, la palabra propaganda significa lo se debe propagar, difundir, darse a conocer, del latín propagare: propagar. Fue usado singularmente para un organismo de la Iglesia Católica creado en 1622: la Sacra Congregatio de Propaganda Fide ("Congregación para la Propagación de la Fe"). A finales del siglo XVIII, con las revoluciones burguesas, la palabra se empezó también a usar para la propaganda de actividades laicas, en particular para la difusión de las ideas políticas. En ¿Qué hacer?, Lenin citando a Plejánov escribía: “El propagandista comunica muchas ideas a una sola o a varias personas, mientras que el agitador comunica una sola idea o un pequeño número de ideas, pero, en cambio, a toda una multitud

En su texto de 1897, “Las tareas de los socialdemócratas rusos”, Lenin insiste en la importancia de “una actividad de propaganda cuyo objetivo sea dar a conocer la doctrina del socialismo científico, difundir entre los obreros una idea justa del régimen económico y social actual, de los fundamentos y desarrollo de ese régimen, de las diferentes clases de la sociedad rusa, de sus relaciones, de la lucha de clases entre ellas, (…) una idea justa de la tarea histórica de la socialdemocracia internacional". Lenin insiste una y otra vez sobre la necesidad de educar a obreros conscientes ("Carta a la Unión del Norte del POSDR", 1902) y para ello, los propagandistas deben ante todo educarse ellos también, deben leer, estudiar, adquirir experiencia ("Carta a un camarada sobre nuestras tareas de organización", septiembre de 1902), insiste en que los socialistas se consideren como los herederos de lo mejor de la cultura pasada (“¿A qué herencia renunciamos?”, 1897). Para los comunistas, la propaganda es, por lo tanto, educación, es desarrollo de la conciencia y del espíritu crítico, que son inseparables de un esfuerzo voluntario y consciente por parte de los obreros mismos para adquirir esa conciencia.

Comparemos lo dicho con lo que escribe Bernays: La máquina de vapor, la rotativa y la escuela pública, triunvirato de la revolución industrial, usurparon el poder de los reyes y se lo entregaron al pueblo. De hecho, el pueblo ganó el poder que perdió el rey. Pues el poder económico tiende a arrastrar tras de sí el poder político, y la historia de la revolución industrial atestigua cómo ese poder pasó de manos del rey y la aristocracia a la burguesía. El sufragio y la escolarización universales reforzaron esta tendencia e incluso la burguesía empezó a temer al pueblo llano. Pues las masas prometían convertirse en rey. Hoy en día, sin embargo, despunta la reacción. La minoría ha descubierto que influir en las mayorías puede serle de gran ayuda. Se ha visto que es posible moldear la mente de las masas de tal suerte que éstas dirijan su poder recién conquistado en la dirección deseada. (…) La alfabetización universal debía educar al hombre llano para que pudiera someter a su entorno. Tan pronto como pudiera leer y escribir, dispondría de una mente preparada para gobernar. Así rezaba la doctrina democrática. Pero en lugar de una mente, la alfabetización universal ha brindado al hombre sellos de goma, sellos de goma tintados con eslóganes publicitarios, con artículos de opinión, con datos científicos, con las banalidades de las gacetillas y los tópicos de la historia, pero sin el menor rastro de pensamiento original. Los sellos de goma de un hombre cualquiera son duplicados idénticos a los que tienen otros millones de hombres, de modo que cuando se expone a esos millones de personas a los mismos estímulos, todos reciben las mismas improntas. (…)

De hecho, la práctica propagandística desde el final de la guerra ha asumido formas muy diferentes de aquellas que imperaban hace veinte años. No nos equivocamos si entendemos que esta nueva técnica merece por derecho propio el nombre de nueva propaganda. La nueva propaganda no sólo se ocupa del individuo o de la mente colectiva, sino también y especialmente de la anatomía de la sociedad, con sus formaciones y lealtades de grupos entrelazadas. Concibe al individuo no sólo como una célula en el organismo social sino como una célula organizada en la unidad social. Basta tocar una fibra en el punto sensible para obtener una respuesta inmediata de ciertos miembros específicos del organismo.[6]

Bernays quedó muy impresionado por las teorías de Freud, especialmente por su obra Massenpsychologie und Ich-Analyse ("Psicología de las masas y análisis del yo"); Freud consideraba que el trabajo del propagandista no iba dirigido, ni mucho menos, a educar y desarrollar el espíritu consciente, sino que su trabajo era manipular el inconsciente. “Trotter y Le Bon, escribe aquél, concluyeron que el espíritu de grupo no piensa stricto sensu. En lugar de pensamientos, tiene impulsos, hábitos y emociones.” Por consiguiente, “si conocemos el mecanismo y los motivos que impulsan a la mente de grupo, ¿no sería posible controlar y sojuzgar a las masas con arreglo a nuestra voluntad sin que éstas se dieran cuenta?”[7] ¿Y en nombre de quién debe emprenderse tal manipulación? Bernays usa la expresión "gobierno invisible": está claro que aquí se refiere a la gran burguesía o incluso a sus organismos superiores: "El gobierno invisible tiende a concentrarse en las manos de unos pocos como consecuencia del elevado coste que implica manipular la maquinaria social que controla las opiniones y costumbres de las masas. Anunciarse a gran escala, para unos cincuenta millones de personas, es caro. Alcanzar y persuadir a los líderes de grupo que dictan los pensamientos y las acciones de la gente tampoco es barato.” [8]

Organizarse para la guerra

Bernays escribió su libro en 1928, basándose en gran parte en su trabajo de propagandista durante la guerra, aunque en agosto de 1914 todo eso no pertenecía todavía al presente. Los gobiernos europeos llevaban ya tiempo con la costumbre de manipular la prensa, proporcionándole historias cuando no artículos completos, pero ahora había que organizar la manipulación, como la propia guerra, a una escala industrial: el objetivo, como lo escribió el general Ludendorff [general en jefe de los ejércitos alemanes durante la Iª GM] era “moldear la opinión pública sin mostrarlo”. [9]

Hay una diferencia sorprendente entre los métodos adoptados por las potencias continentales y los de Gran Bretaña y Estados Unidos. En el continente, la propaganda era ante todo una cuestión militar. Austria fue la más rápida en reaccionar: el 28 de julio de 1914, cuando todavía la guerra era un conflicto localizado entre Serbia y el Imperio Austrohúngaro, el KuK KriegsPressequartier ("Oficina de prensa de guerra imperial y real") se creó como división del alto mando del ejército. En Alemania, el control de la propaganda se repartió, el principio, entre la Oficina de prensa del Estado Mayor del ejército y la Nachrichtenabteilung (Agencia de noticias) del Ministerio de Relaciones Exteriores que se limitaba a organizar la propaganda hacia los países neutrales; en 1917, los militares crearon le Deutsche Kriegsnachrichtendienst ("Servicio alemán de Información de guerra") que guardó el control de la propaganda hasta el final[10]. En Francia, en octubre de 1914, se montó una Sección de Información que editaba boletines militares y más tarde artículos en tanto que división de la información militar. Bajo el mando del general Nivelle, esa Sección se transformó en Servicio de Información para los ejércitos, siendo ese Servicio el que acreditaba a los periodistas para el frente. El Ministerio de Relaciones Exteriores tenía su propia Oficina de Prensa e Información. En 1916 fusionaron en una única Casa de la Prensa.

Gran Bretaña, con sus 150 años de experiencia dirigiendo un vastísimo imperio a partir de la población de una isla pequeña, era a la vez más informal y más secreta. La War Propaganda Bureau (Oficina de Propaganda de Guerra) creada en 1914 no estaba dirigida por militares, sino por el político liberal Charles Masterman. No se la conoció nunca por ese nombre, sino, simplemente, por el de Wellington House, un edificio donde estaba ubicada la National Insurance Commission, que servía de tapadera a la Oficina de Propaganda. Al principio, al menos, Masterman se concentró en coordinar el trabajo de autores conocidos como John Buchan y HG Wells[11]. Las publicaciones de la Oficina fueron impresionantes: en 1915, imprimió 2,5 millones de libros, enviando regularmente newsletters a 360 periódicos de Estados Unidos[12]. Al terminar la guerra, la propaganda británica estaba en manos de dos magnates de la prensa: Lord Northcliffe (dueño del Daily Mail y del Daily Mirror) se encargaba de la propaganda británica primero hacia Estados Unidos y luego hacia los países enemigos, mientras que Max Aitken, más tarde Lord Beaverbrook, era responsable de un verdadero Ministerio de Información que debía sustituir la Oficina de la Propaganda. Lloyd George, primer ministro británico durante la guerra, respondió a las protestas contra la influencia excesiva que se había dejado a los barones de la prensa, que "él pensaba que sólo los hombres de prensa podían llevar a cabo esa labor", según Lasswell; éste prosigue haciendo notar que "los periodistas se ganan la vida contando historias en un estilo breve y preciso. Saben cómo alcanzar al hombre de la calle, utilizando su vocabulario, sus prejuicios y sus entusiasmos (…), no les estorban lo que el Dr. Johnson llamó ‘escrúpulos inútiles’. Sienten las palabras, los estados de ánimo y saben que al público no le convence únicamente la lógica sino que le seducen las historias.[13]"

Cuando Estados Unidos entró en guerra en 1917, su propaganda adquirió de inmediato un carácter industrial, típico del genio logístico del país. Según George Creel que dirigía el Committee on Public Information, "se publicaron unos treinta folletos en varias lenguas, 75 millones de ejemplares circularon por Estados Unidos y otros millones por el extranjero (…). Los Four-Minute Men [14] dirigían el servicio voluntario de 75 000 oradores que operaban en 5 200 comunidades; llegaron a un total de 775 190 discursos[15] (…); utilizaron 1 438 dibujos preparados por los voluntarios para fabricar carteles, pegatinas y demás (…). Las películas tuvieron un gran éxito comercial en Estados Unidos y fueron eficaces en el extranjero, como los Pershing’s Crusaders ("Los cruzados del general Pershing"), la American Answer ("La respuesta de Estados Unidos") y Under 4 Flags ("Bajo 4 banderas"), etc.[16]

Lo de los voluntarios es significativo de la simbiosis creciente entre el aparato de Estado y la sociedad civil que caracteriza al capitalismo de Estado democrático: Alemania tenía su "Liga pangermánica" y su "Partido de la Patria", Gran Bretaña su "Consejo de Súbditos británicos leales a la Unión del Imperio Británico", y EE.UU su "Liga patriótica norteamericana" y su "Orden patriótica de Hijos de América" (que eran sobre todo grupos de autodefensa).

A una escala más amplia, la industria cinematográfica [17] participó a la vez de manera independiente y bajo dirección gubernamental o también de una mezcla menos formal de ambas. En Gran Bretaña, el Comité de alistamiento parlamentario – que no era una agencia gubernamental en sentido propio, sino más bien un agrupamiento informal de diputados – encargó la película de alistamiento titulada You! en 1915. Y el primer largo metraje de guerra – The Battle of the Somme, 1916 – fue producido por un cártel industrial, el Comité Británico para Filmes de Guerra, que pagó para obtener la autorización de filmar en el frente y vendió el filme al gobierno. Hacia el final de la guerra, en 1917, Ludendorff, del Alto Mando Alemán, creó la Universum-Film-AG (conocida por las siglas UFA) cuyo objetivo era “la instrucción patriótica”; la financiaron en común el Estado y la industria privada, convirtiéndose, después de la guerra, en la compañía cinematográfica privada más importante de Europa. [18]

Terminemos por algo más estratégico: quizás el mejor premio que ganó la propaganda de guerra fue el apoyo de Estados Unidos. Gran Bretaña dispuso de una ventaja enorme; en cuanto empezó la guerra, la Royal Navy cortó el cable transatlántico submarino de Alemania y, a partir de entonces, las comunicaciones entre Europa y EE.UU sólo podían pasar por Londres. Alemania intentó replicar mediante el primer transmisor de radio mundial instalado en Nauen pero eso fue antes de que la radio fuera un medio de comunicación de masas y su impacto fue marginal.

El objetivo de propaganda

¿Qué objeto tenía la propaganda? En lo general, la propaganda buscaba algo que nunca se había intentado antes: aglomerar todas las energías materiales, físicas y psicológicas de la nación orientándolas hacia un objetivo único: la derrota aplastante del enemigo.

La propaganda orientada directamente hacia las tropas combatientes era relativamente limitada. Esto podrá parecer paradójico, pero se debe a la realidad misma de la base de toda propaganda: aunque lo subyacente de ella sea una mentira (la idea de que la nación está unida, sobre todo las clases sociales, y que todos tienen un interés común en defenderla) pierde su eficacia cuando dista tanto de la realidad que están viviendo aquellos en quienes intenta influir. [19]

Durante la Primera Guerra Mundial, las tropas en el frente solían burlarse amargamente de la propaganda que les era destinada consiguiendo incluso producir su propia “prensa” que caricaturizaba la prensa amarillista que se les entregaba en las trincheras: los británicos tenían el Wipers Times [20], los franceses Le rire aux éclats (Reír a carcajadas), Le Poilu (El Peludo, nombre que se les daba a los soldados) y Le Crapouillot. Las tropas alemanas tampoco se creían la propaganda: en julio de 1915, un regimiento sajón en Ypres mandó un mensaje a las líneas británicas pidiéndoles: "Mandadnos un periódico inglés para poder enterarnos de la verdad".

La propaganda también se destinaba a las tropas enemigas, franceses y británicos se aprovechaban de la ventaja de los vientos dominantes del Oeste para mandar globos que lanzaban octavillas sobre Alemania. Existen pocas pruebas de que tal cosa tuviera mucho efecto.

El blanco principal de la propaganda era, pues, el frente interior y no las tropas combatientes. Se pueden distinguir varios objetivos de importancia diversa según las circunstancias específicas de cada país. Hay tres que resaltan:

  1. La financiación de la guerra. Desde el principio, era evidente que el presupuesto normal no iba a cubrir unos costes del conflicto que fueron aumentando hasta niveles inconcebibles durante la guerra. La solución fue solicitar los ahorros acumulados del país mediante empréstitos de guerra siempre voluntarios incluso en los regímenes autocráticos[21].
  2. El reclutamiento para los ejércitos. Para las potencias del continente europeo donde el servicio militar era obligatorio desde hacía muchos años[22], el problema del reclutamiento no se planteaba especialmente. En cambio, en el Imperio Británico y en Estados Unidos la cosa era muy diferente: Gran Bretaña no impuso el servicio militar hasta 1916, Canadá hasta 1917, y en Australia, dos referéndums sobre el tema fueron negativos, disponiendo el país únicamente de voluntarios; en Estados Unidos, un proyecto de ley estaba listo para cuando el país entrara en guerra, pero la falta de entusiasmo por la guerra en la población era tal, que el gobierno tuvo que "reclutar" a gente para apoyar el proyecto.
  3. El apoyo a la industria y la agricultura. La totalidad del aparato productivo de la nación debía funcionar constantemente a pleno rendimiento y estar totalmente orientado hacia objetivos militares. Eso significa, inevitablemente, austeridad para la población en general pero también acarrea un gran trastorno en la organización de la industria y de la agricultura: las mujeres deben sustituir a los hombres del frente, en los campos y en las fábricas.

Así fue con el frente interior. Pero ¿y qué ocurrió con el exterior? La guerra de 1914-18 fue por vez primera en la historia una guerra verdaderamente mundial y, por ello, la actitud de las potencias neutrales podía tener una importancia primordial. La cuestión se planteó de inmediato con el bloqueo económico británico de la costa alemana, impuesto a todos los navíos incluidos los de las potencias neutrales: ¿qué actitud iban a tomar los gobiernos neutrales hacia tal violación evidente de los acuerdos internacionales sobre la libre circulación por los mares? El mayor esfuerzo hacia los Estados neutros que se hizo fue, con mucho y por ambos lados, el de intentar llevar a Estados Unidos, única gran potencia industrial en no haberse implicado desde el principio en el conflicto, a entrar en él. La intervención de EE.UU junto a la Entente no era algo ya hecho de antemano: podía haberse mantenido neutral y echar mano de los despojos una vez que los europeos se hubieran apaleado hasta el agotamiento; si EE.UU entraba en guerra, podía haberlo hecho también en el campo alemán: Gran Bretaña era su principal rival comercial e imperial y permanecía la vieja antipatía histórica hacia Gran Bretaña desde la revolución americana y la guerra de 1812 entre ambos países.

Los resortes de la propaganda

Los objetivos de la propaganda que acabamos de ver son, en sí mismos, racionales o, al menos asequibles al análisis racional. Pero todo eso no contesta a la pregunta que las amplias masas de la población podrían hacerse: ¿por qué debemos combatir? ¿La guerra para qué? O sea, ¿por qué es necesaria la propaganda? ¿Cómo convencer a millones de hombres a lanzarse a mutuo degüello en la orgía asesina que fue el frente occidental, año tras año? ¿Cómo hacer aceptar a millones de civiles la alucinante carnicería de sus hijos, hermanos, maridos, el agotamiento físico del trabajo en la fábrica, las privaciones del racionamiento?

El modo de razonar de las sociedades precapitalistas ya no funciona aquí. Como lo subraya Lasswell: "Los vínculos de lealtad y de afección personales que unían al hombre con su jefe se habían deshecho desde hacía mucho tiempo. La monarquía y el privilegio de clase habían perecido; la idolatría del individuo pasa por ser la religión oficial de la democracia. Es un mundo atomizado…[23] Pero el capitalismo no es únicamente la atomización del individuo, también ha hecho nacer una clase social opuesta a la guerra por razones inherentes a su ser, una clase capaz de echar abajo el orden existente, una clase revolucionaria diferente de todas las demás porque su fuerza política se basa en su conciencia y su conocimiento. Es una clase al que el propio capitalismo está obligado a educar para que cumpla su papel en el proceso de producción. ¿Cómo dirigirse entonces a una clase obrera educada y formada en el debate político?

En esas condiciones, la propaganda "es une concesión a la racionalidad del mundo moderno. Un mundo instruido, un mundo educado prefiere desarrollarse basándose en argumentos e informaciones (…) Todo un aparato de erudición difundida populariza los símbolos y las formas del llamamiento pseudo-racional: el lobo de la propaganda no duda en vestirse con piel de cordero. Todos los hombres elocuentes de aquel entonces (escritores, reporteros, editores, predicadores, conferenciantes, profesores, políticos) se ponen al servicio de la propaganda amplificando la voz del amo. Todo se lleva con el ceremonial y el disfraz de la inteligencia pues es una época racional que requiere que la carne cruda sea asada por chefs mañosos y competentes". Las masas deben ser atiborradas con una emoción inconfesable, que deberá por lo tanto estar sabiamente cocida y bien aderezada: "Una nueva llamarada debe restañar el chancro del desacuerdo y reforzar el acero del entusiasmo bélico[24]."

En un sentido, podemos decir que el problema al que se enfrentó la clase dominante en 1914 fue encontrarse ante otras perspectivas para el porvenir muy diferentes: hasta 1914, la Segunda Internacional había repetido sin cesar, con la mayor solemnidad, que la guerra, a la que con plena razón ella vislumbraba como algo inminente, sería una guerra por los intereses de la clase capitalista. Y la Internacional llamó a la clase obrera internacional a oponerse a tal guerra blandiendo la perspectiva de la revolución o, cuando menos, la de una lucha de clases masiva e internacional[25]; para la clase dominante, su única y verdadera perspectiva, la guerra, la perspectiva de una espantosa carnicería en defensa de los intereses de una pequeña clase de explotadores, tenía que ser ocultada a toda costa. El Estado burgués debía asegurarse el monopolio de la propaganda destruyendo o seduciendo a las organizaciones que expresaban la perspectiva de la clase obrera y, al mismo tiempo, ocultar su propia perspectiva tras la ilusión de que la derrota del enemigo abriría un nuevo periodo de paz y prosperidad – una especie de "nuevo orden mundial " como lo diría mucho más tarde George Bush.

Eso introdujo dos aspectos fundamentales de la propaganda bélica: los "objetivos de guerra" y el odio al enemigo. Ambos están estrechamente ligados: "Para movilizar el odio de la población contra el enemigo, había que representar la nación adversa como un agresor amenazante y asesino (…). Mediante la elaboración de los objetivos de guerra el trabajo de obstrucción del enemigo se hace evidente. Representar la nación adversa como satánica: viola todos los modelos morales (las costumbres) del grupo, es un insulto a su propia autoestima. Mantener el odio depende de que hay que completar las representaciones del enemigo amenazante, obstructor, satánico, con la afirmación de la seguridad de la victoria final[26]."

Ya antes de la guerra se había llevado a cabo todo un trabajo por parte de psicólogos sobre la existencia y la naturaleza de lo que Gustave Le Bon [27] llamó espíritu de grupo, una especie de inconsciente colectivo formado por "la muchedumbre" en el sentido de la masa anónima de individuos atomizados, separados de obligaciones y vínculos sociales, que es lo característico de la sociedad capitalista, principalmente de la pequeña burguesía.

Lasswell comenta que "Todas las escuelas de pensamiento psicológico parecen estar de acuerdo en que (…) la guerra posee un tipo de influencia con grandes capacidades de liberación de los impulsos reprimidos, autorizando su expresión externa directamente. Hay pues un consenso general de que la propaganda puede contar con aliados muy primitivos y poderosos para movilizar a sus poblaciones en el odio guerrero del enemigo". Cite también a John A Hobson, The psychology of jingoism (1900), (Psicología del chovinismo) [28] que habla de "un patriotismo grosero, alimentado por los rumores más virulentos y los llamamientos más violentos al odio y el deseo bestial de sangre [que] se trasmite por contagio rápido en la vida de las muchedumbres de las ciudades haciéndose atractivo por todas partes gracias a la satisfacción que proporciona a unas apetencias insaciables y extraordinarias. Lo que define el patrioterismo (jingoism) es menos el sentimiento brutal de la participación personal en la exaltación que el sentimiento de una imaginación neurótica.[29]

Hay aquí, sin embargo, cierta contradicción. Al capitalismo, como dijo Rosa Luxemburg, le gusta alardear de civilizado, y de hecho tiene esa imagen de sí mismo[30]; sin embargo, bajo la superficie hay un volcán ardiente de odio y violencia que acaba explotando abiertamente o es reavivado para la acción por la clase dominante. La pregunta sigue ahí: esa violencia, ¿se debe al retorno a instintos primarios agresivos o es causada por el carácter neurótico, antihumano de la sociedad capitalista? Es cierto que los seres humanos tienen instintos agresivos, asociales, como también los tienen sociales. Hay, sin embargo, una diferencia fundamental entre la vida social de las sociedades arcaicas y la del capitalismo. En aquéllas, la agresión está contenida y regulada por toda una red de interacciones y obligaciones sociales fuera de las cuales la vida no sólo es imposible sino incluso inimaginable. En el capitalismo, la tendencia es a la separación del individuo de todos los vínculos y de todas las responsabilidades sociales[31]. La consecuencia de ello es un profundo empobrecimiento emocional y una menor resistencia a los instintos antisociales.

Un elemento importante en la cultura del odio en la sociedad capitalista es la conciencia culpable. Ésta no surgió, desde luego, con el capitalismo: es, según explica Freud, algo muy antiguo en la vida cultural del hombre. La capacidad de los seres humanos para reflexionar y escoger entre dos acciones diferentes los pone ante el bien y el mal, y, por ello, ante conflictos morales. Una consecuencia de esa misma libertad es el sentimiento de culpabilidad, producto de la cultura cuya fuente es la capacidad de reflexión pero que es en gran parte inconsciente y por lo tanto susceptible de ser manipulada. Uno de los medios con los que el inconsciente se encarga de la culpabilidad es la proyección: el sentimiento de culpabilidad se proyecta sobre “el otro”. El odio de sí de la conciencia culpable se alivia proyectándolo hacia el exterior, contra quienes sufren de injusticia y que son, por ello, la causa del sentimiento culpable. Podría objetarse, con toda justicia, que el capitalismo no es, ni mucho menos, la primera sociedad en la que el asesinato, la explotación y la opresión han existido. La diferencia con todas las sociedades precedentes, es que el capitalismo pretende basarse en “los derechos humanos”. Cuando Gengis Kan masacraba a la población de Jorasán, no pretendía hacerlo por su bien. Los pueblos oprimidos, sometidos y explotados por el capitalismo imperialista pesan sobre la conciencia de la sociedad burguesa sean cuales sean las autojustificaciones (apoyadas, las más de las veces, por la Iglesia) que pueda inventarse para uso propio. Antes de la Primera Guerra Mundial, el odio de la sociedad burguesa iba dirigido lógicamente contra los sectores más oprimidos de la sociedad, de modo que las imágenes de odio que precedieron a las del odiado alemán fueron las caricaturas de los irlandeses en Gran Bretaña, o de los negros en Estados Unidos, por poner esos ejemplos.

El odio al enemigo es mucho más eficaz si puede combinarse con la convicción de su propia virtud. Odio y humanitarismo son, pues, dos buenos compinches en tiempos de guerra.

Es sorprendente que los regímenes autocráticos más atrasados, el de Alemania y el del Imperio Austrohúngaro, no hubieran sido capaces de manejar esas herramientas propagandísticas con el éxito y la sofisticación de Gran Bretaña, de Francia y, más tarde, de Estados Unidos. A este respecto, el caso más llamativo, por no decir caricaturesco, es el de Austria-Hungría, imperio multiétnico tentacular, compuesto, en gran parte, de minorías contaminadas por un nacionalismo indisciplinado. A su casta dominante, aristocrática y semifeudal, alejada de las aspiraciones de su población, le era ajena la falta de escrúpulos de un Poincaré, un Clémenceau o un Lloyd George. Su visión social se limitaba al ámbito de Viena, ciudad multicultural de la que Stefan Zweig podía escribir que "la vida era dulce en aquella atmosfera de conciliación espiritual y, sin él darse cuenta, cada burgués de la ciudad recibía de ella una educación a ese cosmopolitismo que rechazaba todo nacionalismo romo, que lo elevaba a la dignidad de ciudadano del mundo."

No es de extrañar que en la propaganda austrohúngara se combinaran una imaginería medieval y un estilo art nouveau: San Jorge aplastando a un enemigo simbolizado por un dragón anónimo y mítico [fig. 1]

fig. 1

fig. 2

o un hermoso príncipe de resplandeciente armadura conduciendo a su dama hacia el luminoso reino de la paz [fig. 2]; (ambos carteles servían para los empréstitos de guerra).[32]

A pesar de su autoritarismo prusiano brutal, la casta aristocrática alemana conservaba todavía un cierto sentido de Noblesse oblige, al menos en la visión que tenía ella de sí misma y que intentaba mostrar hacia afuera. Según Lasswell, la ineficacia alemana se debía a la falta de imaginación de los militares alemanes que guardaron el control de la propaganda durante toda la guerra; pero no sólo es eso: a principios de 1915, las Leitsätze der Oberzensurstelle (oficinas de la censura) establecieron para los periodistas las directivas siguientes: "El lenguaje hacia los Estados enemigos podrá ser duro (…). La pureza y la grandeza del movimiento que ha embargado a nuestro pueblo exigen un lenguaje digno (…). Los llamamientos a la guerra, al exterminio de los demás pueblos son repugnantes; el ejército sabe dónde debe reinar la severidad y dónde la clemencia. Nuestro escudo debe permanecer incólume. Los llamamientos de ese tipo que hace la prensa amarillista enemiga no podrán ser una justificación para que adoptemos nosotros tal comportamiento."

Gran Bretaña y Francia no tenían semejantes escrúpulos, ni tampoco Estados Unidos. [33]

fig. 3

A ese respecto, es llamativo el contraste entre la manera con la que Gran Bretaña y Alemania trataron el caso Edith Cavell. Edith Cavell era una enfermera británica que trabajaba en Bélgica para la Cruz Roja. Al mismo tiempo, ayudaba a las tropas británicas, francesas y belgas a alcanzar Inglaterra por Holanda (se dijo también, sin que se confirmara, que trabajaba para la oficina de información británica). Los alemanes detuvieron a Cavell, la juzgaron, la declararon culpable de traición bajo la ley militar alemana y la ejecutaron [fig. 4] en 1915.

fig. 4

Fue un regalo caído del cielo para los británicos que montaron un escándalo enorme con el objetivo de reclutar en Gran Bretaña y desprestigiar la causa alemana en Estados Unidos. Una riada de carteles, tarjetas postales, folletos y hasta sellos utilizaron sin cesar ante el público el destino trágico de la enfermera Cavell (en el pasquín aparece mucho más joven que lo era).

Alemania no es que ya no fuera capaz de replicar, ni siquiera lo fue para aprovecharse de las ocasiones. "Poco después de que los Aliados hubieran armado el mayor alboroto en torno a la ejecución de la enfermera Cavell, los franceses ejecutaron a dos enfermeras alemanas en circunstancias muy parecidas", cuenta Lasswell[34]. Una periodista norteamericana le preguntó al oficial encargado de la propaganda alemana por qué “no habían armado el mismo ruido en torno a las enfermeras que los franceses habían matado hace días", a lo que el alemán contestó: "¿Protestar? ¿Por qué? ¡Los franceses tenían todo el derecho de ejecutarlas!"

Gran Bretaña utilizó a fondo la ocupación de Bélgica por Alemania, con una buena dosis de cinismo por cierto, pues la invasión alemana frustraba sencillamente los planes de guerra británicos. Gran Bretaña propaló historias atroces de lo más macabro: las tropas alemanas mataban a las criaturas a bayonetazos, hacían caldo con los cadáveres, ataban a los curas cabeza abajo en los badajos de las campanas en su propia iglesia, etc. Para dar más verosimilitud a esos cuentos de lo más fantasioso, Gran Bretaña encargo un informe sobre "Las supuestas atrocidades alemanas", bajo la responsabilidad de James Bryce que había sido un respetado embajador en Estados Unidos (1907-1913) y al que se le conocía por ser un erudito amante de la cultura alemana (había hecho sus estudios en Heidelberg) con lo que presentaba muchas garantías de imparcialidad. En las guerras, las atrocidades forman parte de ellas, sobre todo cuando se trata de un ejército de reclutas mandado por políticos incompetentes que se encuentra en medio de una población civil insumisa[35], o sea que es evidente que algunos de los casos condenados por el "Informe Bryce", como así se le conoció, eran ciertos. Sin embargo, el comité no pudo entrevistar a ningún testigo de las supuestas atrocidades, siendo la mayoría de ellas puro invento, especialmente las historias más indignantes de violaciones y mutilaciones. A los aliados tampoco parecía disgustarles darle un toque de sensacionalismo pornográfico, publicando pasquines con mujeres medio desnudas con poses sugestivas, o sea un llamamiento simultáneo al puritanismo patriotero y a la indecencia pornográfica.[fig. 5]

fig. 5 Postal francesa mostrando a civiles belgas utilizados de “escudo humano”

Los llamamientos en ayuda a las viudas y huérfanos belgas lanzados por organizaciones como el Committee for Belgian Relief (Comité de socorro a Bélgica), con la ayuda de un ilustre elenco de conocidos autores como Thomas Hardy, John Galsworthy y George Bernard Shaw entre los más conocidos en Gran Bretaña[36], o lo llamamientos a aumentar los fondos para la Cruz Roja belga [fig. 6], precursores de las intervenciones militares "humanitarias" de hoy (aunque resulte atrevido comparar el "talento" de alguien como Bernard Henri-Lévy con el de Thomas Hardy).

Fig. 6

El desamparo de Bélgica se utilizó sin descanso una y otra vez y en todo tipo de contextos: para reclutar, para denunciar la barbarie alemana o el desprecio maligno de Alemania por los acuerdos diplomáticos (no se cesó de mencionar cómo Alemania había renegado su compromiso de honrar y defender la neutralidad de Bélgica) y, sobre todo, para granjearse la simpatía de Estados Unidos para la causa franco-británica.

Las tentativas de Alemania de replicar a tales andanadas de campañas de odio por parte de la Entente, basadas en historias de atrocidades y en una animadversión cultural, fueron legalistas, al pie de la letra y sin imaginación. Alemania quedó, en efecto, a la defensiva, constantemente forzada a responder a los ataques de los aliados de la Entente, pero sin utilizar con eficacia las infracciones de los aliados a la ley internacional, como hemos visto con el ejemplo de Cavell.

Hablando de las campañas de odio y de atrocidades, Lasswell escribe que: "Siempre es difícil para las mentes simples de la nación poner un rostro a un enemigo tan grande como una nación. Necesitan a individuos sobre los que descargar el odio. Por eso es importante separar a un puñado de jefes enemigos y acusarlos de todos los pecados del decálogo." Y prosigue: "A nadie lo maltrataron tanto como al Káiser".[37] [fig. 7]

Fig 7

Al Káiser se le presentaba como la encarnación de todo lo bárbaro, militarista, brutal, autocrático – "el perro rabioso de Europa" como lo bautizó el Daily Express británico, o incluso "la bestia del Apocalipsis" según el diario Liberté de Paris. Puede hacerse un paralelo evidente con el uso de Sadam Husein o de Osama Ben Laden por la propaganda para justificar las guerras en Irak et en Afganistán.

El odio de lo que es diferente, de todo aquel que no pertenece al grupo, es una poderosa fuerza de unificación psicológica. La guerra – y ante todo la guerra total de las masas nacionales– requiere que les energías psicológicas de la nación estén soldadas en una única tensión. Todo la nación debe ser consciente de sí misma como unidad, lo cual implica la erradicación de la conciencia del hecho evidente de que tal unidad no existe, es un mito, pues la tal nación está en realidad compuesta de clases opuestas con intereses antagónicos. Una manera de realizar tal cosa es seleccionar la figura emblemática de la unidad nacional, real o simbólica o ambas cosas a la vez. Los regímenes autocráticos tenían a sus guías: el Zar en Rusia, el Káiser en Alemania, el Emperador en Austria-Hungría. Gran Bretaña tenía el Rey y la imagen simbólica de Britannia, Francia y Estados Unidos tenían a la Republica, encarnadas respectivamente por Marianne y Lady Liberty. El inconveniente de los símbolos positivos es que puede criticarse, especialmente si la guerra empieza a ir mal. El Káiser era también, en fin de cuentas, el símbolo del militarismo prusiano y de la dominación de los Junkers que no levantaban precisamente un entusiasmo general en Alemania; y el Rey en Gran Bretaña podía también ser asimilado a la casta dominante, aristocrática, arrogante y privilegiada. El odio hacia el exterior de la nación, contra el enemigo, no tenía, evidentemente, esas desventajas. Las derrotas del personaje odiado podrán hacerlo despreciable pero nunca menos odioso y sus victorias, más odioso todavía: "…el jefe o la idea [pueden] tener un carácter negativo, por decirlo así, o sea que el odio por una persona determinada [es] susceptible de servir para la misma unión y la creación de vínculos afectivos que cuando se trata de una devoción positiva a esa misma persona[38]." Podríamos decir que cuanto más está fracturada y atomizada la sociedad tanto más agudas son las verdaderas contradicciones sociales en su seno, y mayor es el vacío emocional y espiritual de su vida mental, y más se acumula la frustración y el odio y con mayor eficacia pueden dirigirse en animadversión contra un enemigo exterior. O, por decirlo de otra manera, cuanto mayor ha sido la evolución de la sociedad hacia un totalitarismo capitalista desarrollado, ya sea éste de corte estalinista, fascista o democrático, tanto más utiliza la clase dominante el odio hacia el exterior como medio de unificación de un cuerpo social atomizado y dividido.

No será hasta 1918 cuando empezarán a aparecer en Alemania pasquines de los que se puede decir que ya prefiguran la propaganda antijudía nazi. No iban contra los enemigos militares de Alemania sino contra la amenaza interior representada por la clase obrera y, muy especialmente, contra su parte más combativa, más consciente y más peligrosa: Spartacusbund, la Liga Espartaquista. [fig. 8]

fig.8

Fue la “Unión de lucha contra el bolchevismo”, de derechas, la que editó esos dos carteles, aliada a las unidades de cuerpos francos formadas por soldados desmovilizados e individuos del lumpen que iban a asesinar a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht bajo las órdenes del gobierno socialdemócrata. Cabe preguntarse lo que pensaban los obreros de la idea de que el bolchevismo fuera el responsable "[de la] guerra, [del] desempleo y [del] hambre" como pretende el pasquín [fig. 9].

fig. 9

De igual modo que el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) utilizó los cuerpos francos a la vez que los desaprobaba, el pasquín de la figura 10

Fig. 10

(sin duda editado por la socialdemocracia ya que el niño porta una bandera roja) evita referirse directamente al bolchevismo o a Spartakus pero sí que transmite el mismo mensaje: "No estrangulemos al bebé “Libertad” con el desorden y el crimen, si no, nuestros hijos se morirán de hambre!"

La psicología de la propaganda

Para Bernays, cómo ya vimos arriba, la propaganda se dirigía "a los impulsos, los hábitos y las emociones" de las masas. Nos parece indiscutible que las teorías de Le Bon, Trotter y Freud sobre la gran importancia del inconsciente y, sobre todo, de lo que Bernays llama "el espíritu de grupo" tuvieron una gran influencia en la producción de la propaganda, al menos en los países aliados. Vale pues la pena examinar los temas de la propaganda bajo ese enfoque. Más que ocuparnos del mensaje muy directo, del tipo “Apoya la guerra”, examínenos su vehículo: la fuente emocional que la propaganda procuraba poner a su servicio.

Llama ya mucho la atención el hecho de que aquella sociedad muy patriarcal, metida en una guerra en la que los combatientes son todos hombres, en un terreno estrictamente masculino, escoge a mujeres como símbolo nacional: Britannia, Marianne, Lady Liberty, Roma eterna. Esas figuras femeninas resultan muy ambiguas. Britannia –mezcla de Atenea y de la autóctona Boadicea – tiende a ser escultural y real pero puede también ser materna, a menudo explícitamente; Marianne lleva los pechos al aire [fig. 11], es generalmente heroica pero, en ocasiones, puede ser de aspecto sencillo, al igual que Roma [fig. 12]; Liberty, que personifica a Estados Unidos, juega en todos los planos a la vez: el majestuoso, el materno y el seductor.

Fig 11

Fig 12

Gran Bretaña y Estados Unidos poseen también su símbolo paterno: John Bull y el Tío Sam, ambos dirigiéndose con severidad desde el cartel hacia el observador "Wanting YOU ! For the armed forces", (…). Un pasquín británico presenta con optimismo la boda entre Britannia y el Tío Sam.

El verdadero arte de la propaganda estriba en sugerir más que en decir claramente, y esta combinación ambigua o más bien esa confusión en las imágenes hace pasar el mensaje a través de todas las fuertes emociones de la infancia y de la familia. La culpabilidad alimentada por el deseo sexual y la vergüenza sexual es un poderoso conductor, sobre todo para los hombres jóvenes a los que se dirigen las campañas de reclutamiento, el cual estaba en una situación crítica en los países "anglosajones" pues en ellos la conscripción se introdujo tardíamente (Gran Bretaña, Canadá), o estuvo muy controvertida (Estados-Unidos) o fue rechazada (Australia). En Gran Bretaña, el uso de la turbación sexual fue perfectamente explícita en la "White Feather Campaign" (Campaña de la Pluma Blanca) orquestada por el almirante Charles Fitzgerald, con el apoyo entusiasta de las sufragetes y de sus dirigentes, Emmeline et Christabel Pankhurst: para esta campaña se reclutó a mujeres jóvenes que se dedicaban a colocar una pluma blanca, símbolo de cobardía, a los hombres no uniformados.[39]

El "King Kong" con casco alemán [fig. 13] y llevando a una mujer medio desnuda es un intento típicamente estadounidense de manipular los sentimientos de inseguridad sexual. El simio negro que rapta a la inocente joven blanca es un tema clásico de la propaganda contra los negros que prevaleció en Estados Unidos hasta los años 1950 y 1960, manejando la idea de la supuesta “animalidad” y las supuestas proezas sexuales de los hombres negros, presentados como una amenaza para las mujeres blancas “civilizadas” y por lo tanto para su “protector” masculino[40]. Eso había permitido a la aristocracia de hacendados blancos del Sur de Estados Unidos atraerse a la "plebe blanca pobre" vinculándola a la defensa del orden existente de segregación y dominación de clase y a apoyar tal orden, cuando sus verdaderos intereses materiales habrían debido de hacer de esos trabajadores los aliados naturales de los trabajadores negros[41]. El mito de "la superioridad blanca" y la secuela de agitaciones emocionales que la acompañan: vergüenza, miedo, dominación y violencia sexuales emponzoñan la sociedad estadounidense, incluida la clase obrera: antes de la Primera Guerra Mundial, el único sindicato con secciones en las que blancos y negros eran iguales fueron los sindicalistas revolucionarios de IWW[42].

Fig. 13

La otra cara de la moneda de la vergüenza y del miedo sexuales es la imagen del “hombre protector”. El soldado moderno, un trabajador en uniforme cuya vida en las trincheras era barro, piojos y la muerte inminente bajo los obuses y las balas de un enemigo al que ni siquiera veía, pintado siempre como galante defensor del hogar contra un enemigo bestial (a menudo invisible invisible) [fig. 14].

Fig. 14

Así, la propaganda consiguió una desviación de uno de los principios primordiales del proletariado: la solidaridad. Desde el principio, la clase obrera tuvo que luchar para proteger a las mujeres y a los niños, para evitarles, en particular, los empleos más peligrosos o malsanos, para limitar sus horas de trabajo o para que se prohibiera el trabajo nocturno. Al proteger la labor de reproducción que las mujeres aseguraban, el movimiento obrero instauraba la solidaridad entre ambos sexos, y también hacia las generaciones futuras, de igual modo que la creación de las primeras mutuas para la jubilación no controladas por el Estado expresaba la solidaridad hacia los mayores que ya no podían trabajar.

Al mismo tiempo, ya desde sus principios, el marxismo defendió la igualdad de sexos como condición sine qua non de la sociedad comunista y a la vez demostró que la emancipación de las mujeres por el trabajo asalariado era una precondición de tal objetivo.

Es sin embargo innegable que las actitudes patriarcales estaban profundamente arraigadas en toda la sociedad, incluida la clase obrera: no se quitan de encima miles de años de patriarcado en unas cuantas décadas. Para afirmar su independencia, las mujeres tenían que organizarse siempre en secciones especiales en el seno de los partidos socialistas y los sindicatos. En esto, el ejemplo de Rosa Luxemburg es significativo: la dirección del SPD creyó que podía reducir su influencia incitándola a que se limitase a la organización de los "asuntos femeninos", a lo que ella se negó en redondo.

La propaganda bélica intentó alterar la solidaridad hacia las mujeres transformándola en ideal "caballeresco" de protección a las mujeres, lo cual es la compensación por el estatuto inferior de las mujeres en la sociedad de clases. [fig. 15]

fig. 15

Esa idea del deber masculino, en especial el deber de caballero, que protege "a la viuda y al huérfano", a los pobres y los oprimidos, hunde sus raíces en lo más profundo de la civilización europea, remontándose a la voluntad de la iglesia medieval de establecer su autoridad moral sobre la aristocracia guerrera. Relacionar la propaganda de 1914 con una ideología promocionada por razones muy diferentes hace mil años podrá parecer fuera de lugar. Sin embargo, las ideologías permanecen como un sedimento en las estructuras mentales de la sociedad, incluso cuando sus bases materiales han desaparecido. De hecho, lo que pudiera llamarse "medievalismo" fue utilizado por la burguesía y la pequeña burguesía en Alemania y Gran Bretaña – y por extensión en Estados Unidos– durante el gran período de industrialización del s. XIX para afianzar el principio nacional. En Alemania, donde la unidad nacional estaba por hacer, hubo un esfuerzo plenamente consciente de crear la visión de un "Volk" unificado por una cultura común; un ejemplo: el proyecto de los hermanos Grimm para resucitar la cultura popular de cuentos y leyendas. En Gran Bretaña, la noción de las "libertades de los ingleses libres" remontaba a la Carta Magna firmada por el rey Juan Iº de Inglaterra en 1215. Las referencias medievales tuvieron una gran influencia en arquitectura, no sólo en la construcción de iglesias (ningún barrio de la época victoriana debía quedarse sin su iglesia seudomedieval) sino también en la de edificios de instituciones científicas como el magnífico Museum of Natural History o de estaciones del ferrocarril como la de St Pancras (ambos en Londres).[43] Los trabajadores no sólo ya vivían en un espacio marcado por imágenes medievales, incluso esas mismas referencias penetraron el movimiento obrero, por ejemplo en la novela utopista de Willam Morris, News from Nowhere ("Noticias de ninguna parte"). Incluso en Estados Unidos, el primer verdadero sindicato se llamó "Knights of Labor" ("Los caballeros del trabajo"). Los ideales aristocráticos de "caballería" y de "galantería" estaban pues muy presentes en una sociedad que, en la vida económica cotidiana, estaba dominada por la codicia, la explotación del trabajo más despiadado y vivía un conflicto inclemente entre las clases capitalista y proletaria.

Si la propaganda desviaba la solidaridad entre los sexos hacia una ideología caballeresca reaccionaria, también lo hizo con la solidaridad masculina entre obreros. En 1914, todos los obreros sabían lo importante que era la solidaridad en los lugares de trabajo. Sin embargo, a pesar de la existencia de la Internacional, el movimiento obrero seguía siendo una agrupación de organizaciones nacionales, una solidaridad en lo cotidiano hacia personas del entorno inmediato. La propaganda por el reclutamiento utilizó esos temas y en ningún sitio mejor que en Australia [fig. 16] país en el que no existía el servicio militar.

Mostrar su solidaridad ya no era luchar con sus camaradas contra la guerra, sino unirse a sus camaradas uniformados en el frente. Y como ésta era necesariamente una solidaridad masculina, tiene por lo tanto, igual que en "la defensa de la familia", una fuerte tonalidad "masculina" en muchos de esos pasquines.

Fig. 16

El orgullo y la vergüenza van, inevitablemente, unidos. La orgullosa afirmación de la masculinidad que acompaña, o se supone que acompaña, el hecho de formar parte de los combatientes conlleva la contrapartida de la culpabilidad de no lograr cumplir con lo que a uno le corresponde y no compartir los sufrimientos viriles de sus camaradas. Quizás fuera tal mezcla de emociones lo que impulsó al poeta Wilfred Owen a volver al frente tras haberse recuperado de una depresión nerviosa, a pesar de su horror de la guerra y de su profunda repulsión por las clases dominantes – y la prensa amarillista – a las que consideraba responsables de aquélla. [44]

Freud pensaba no solo que el “espíritu de grupo” está dirigido por el inconsciente emocional sino que además significa un retorno atávico a un estado mental más primitivo característico de las sociedades arcaicas y de la infancia. El yo, con su cálculo consciente habitual en ventaja propia, podía quedar sumergido por el "espíritu de grupo" y, en este caso, ser capaz de realizar acciones que el individuo no imaginaría, tanto para lo mejor como para lo peor, capaz del mayor salvajismo como del mayor heroísmo. Bernays y sus propagandistas compartían sin duda alguna ese punto de vista, al menos hasta cierto punto, pero lo que les interesaba eran los mecanismos de la manipulación y no la teoría. Desde luego no compartían el profundo pesimismo de Freud sobre la civilización humana y sus perspectivas, sobre todo tras la experiencia de la Primera Guerra mundial. Freud era un científico cuya finalidad era desarrollar la comprensión de sí misma de la humanidad haciendo consciente el inconsciente. Ni a Bernays ni a sus empleadores, claro está, les interesaba el inconsciente sino en la medida en que podía permitirles manipular una masa que debía quedar inconsciente. Lasswell considera que se puede ser partícipe del “espíritu de grupo” aún estando solo; dice que la propaganda intenta estar omnipresente en la vida del individuo, aprovechar todas las ocasiones (publicidades en las calles, en los transportes, en la prensa) para intervenir en su pensamiento como miembro del grupo. Se plantean aquí toda una serie de temas muy complejos para ser tratados aquí y ahora en este artículo: la relación entre la psicología individual profundamente influida por la historia personal y las "energías psicológicas" dominantes (a falta de un término mejor) en el conjunto de la sociedad. A nuestro parecer, sin embargo, no hay duda de que tales "energías psicológicas" existen y que las clases dominantes las estudian y procuran utilizarlas para manipular a las masas para sus propios fines. Ignorarlas por parte de los revolucionarios es un peligro para sus análisis y para ellos mismos, pues viven en la sociedad burguesa y por ello están sometidos a su influencia.

La propaganda bélica de 1914 podrá hoy parecer ingenua, absurda, grotesca incluso. La ingenuidad del siglo XIX quedó extirpada en la sociedad por dos guerras mundiales y cien años de decadencia y de guerras sanguinarias. El desarrollo del cine, de la televisión y la radio, la omnipresencia de los medios visuales y la educación universal que exige el proceso de producción han hecho la sociedad más sofisticada; quizás también más cínica, lo cual no la inmuniza, ni mucho menos, contra la propaganda. Al contrario, no sólo se han refinado constantemente las técnicas de propaganda, lo que en el pasado era simplemente publicidad comercial se ha convertido en una de las formas principales de la propaganda.

La publicidad– como Bernays decía que debía ser– ha dejado desde hace tiempo de ser simplemente anuncios de productos, sino que promueve una visión del mundo en el que el producto se hace deseable, una visión del mundo profunda y visceralmente burguesa (y pequeño burguesa) y reaccionaria, y más todavía cuando se pretende “rebelde”.

Los fines de la propaganda de la burguesía no son solo inculcar y propagar; también son, ante todo, ocultar. Recordemos lo que decía Lasswell que hemos citado al principio de este artículo: "No puede quedar el menor resquicio por el que penetre la idea de que la guerra se debe a un sistema mundial de negocios internacionales o a la imbecilidad y maldad de todas les clases gobernantes, sino que se debe a la rapacidad del enemigo." La diferencia con la propaganda comunista es flagrante, pues para los comunistas (como así lo hizo Rosa Luxemburg en su Folleto de Junius) la finalidad de la propaganda es poner de relieve y al desnudo el orden social al que está enfrentado el proletariado y así hacerlo comprensible y abrir la vía al cambio revolucionario. La clase dominante busca ahogar el pensamiento racional y el conocimiento consciente de la existencia social, busca, mediante la propaganda utilizar lo inconsciente para así manipular y someter. Esto es tanto más cierto cuanto más “democrática” es la sociedad, pues allá donde hay una especie de opción y de "libertad" hay que asegurarse de que la población “escoja bien” en total libertad. El siglo XX conoció a la vez la victoria de la democracia burguesa y el poder creciente y cada vez más sofisticado de la propaganda. La propaganda de los comunistas, al contrario, busca ayudar a la clase revolucionaria a liberarse de la influencia de la ideología de la sociedad de clases incluso cuando está profundamente arraigada en el inconsciente. Busca aliar la conciencia racional y el desarrollo de las emociones sociales, a hacer a cada individuo consciente de sí mismo no como un átomo impotente sino como un eslabón de la gran asociación que debe construirse cuya extensión no es sólo geográfica – pues la clase obrera es por esencia internacionalista – sino también histórica, a la vez en el pasado y en el futuro.

Jens, Gianni, 7 junio de 2015


[1] Propaganda, Ig Publishing, 2005

[2] Un libro del pacifista británico, Arthur Ponsonby, Falsehood in wartime, (“Mentiras en tiempos de guerra”) publicado en 1928 provocó una sarta de improperios pues daba detallada cuenta del carácter patrañero de las historias contadas a gran escala sobre las atrocidades cometidas por los alemanes. Fue reeditado once veces entre 1928 y 1942.

[3]. Edward Bernays (1891-1995) nació en Viena. Era sobrino de Sigmund Freud y de su mujer Anna Bernays. Su familia se mudó a Nueva York cuando él tenía un año. Permaneció en estrecho contacto con su tío, muy influido por sus ideas, hizo estudios sobre la psicología de las muchedumbres publicados por Gustave Le Bon y William Trotter. Por lo visto quedó muy impresionado por el impacto que el Presidente norteamericano, Woodrow Wilson, tuvo en las muchedumbres europeas cuando éste recorrió el continente al final de la guerra; Breays atribuyó el éxito a la propaganda americana para el programa de paz en "14 puntos" de Wilson. En 1919, Bernays abrió una oficina de "Consejero en Relaciones públicas" convirtiéndose en un manager reconocido e influyente en campañas publicitarias para las grandes compañías de Estados Unidos, en especial para el tabaco americano (les cigarrillos Lucky Strike) y la compañía United Fruit. Su libro Propaganda puede considerarse como una publicidad dirigida a clientes potenciales. Hay una traducción en castellano de este libro [https://fr.slideshare.net/ICZUS/propaganda-libro-en-pdf-por-edward-bernays] del que hemos extraído las citas.

[4]. Un ejemplo clásico de la relación simbiótica entre la propaganda estatal y las ‘‘Relaciones publicas’’ privadas fue la campaña de publicidad de 1954,cuyo cerebro fue la compañía de Edward Bernays; en nombre de la United Fruit Corporation, para justificar el derrocamiento organizado por la CIA del gobierno guatemalteco que acababa de ser elegido (y cuya intención era nacionalizar les tierras no cultivadas que poseía la United Fruit), sustituyéndolo por un régimen militar de escuadrones de la muerte fascistas, todo ello en nombre de la "defensa de la democracia". Las técnicas usadas contra Guatemala en 1954 se habían esbozado en las oficinas estatales de propaganda durante la Primera Guerra mundial.

[5]. Harold Lasswell, Propaganda technique in the World War, 1927. Traducido del inglés por nosotros como todas las citas siguientes. Harold Dwight Lasswell (1902-1978) fue en su tiempo uno de los principales especialistas estadounidenses en Ciencias Políticas; fue el primero en introducir en esa disciplina nuevos métodos basados en las estadísticas, el análisis de contenidos, etc. Se interesó especialmente por el aspecto psicológico de la política y el funcionamiento del "espíritu de grupo". Durante la IIª Guerra mundial, trabajó para la Unidad para la guerra política en el ejército. Fue educado en una pequeña ciudad de Illinois, pero hizo estudios importantes, conoció la obra de Freud gracias a uno de sus tíos, y la de Marx y Havelock Ellis gracias a uno de sus profesores. Su tesis doctoral de 1927, que citamos ampliamente en este artículo, fue sin duda el primer estudio en profundidad sobre el tema que tratamos.

[6] Edward Bernays, Propaganda, p. 47, 48, 55 (versión inglesa).

[7] Ídem., p. 73 y p. 71.

[8] Ídem, p. 63.

[9] Lasswell, ídem, p. 28.

[10] Ver Niall Ferguson, The Pity of War, Penguin Books, 1999, p. 224-225, traducido del inglés por nosotros.

[11] Ver nuestro artículo sobre "Arte y propaganda. La verdad y la memoria" https://es.internationalism.org/ccionline/201507/4108/la-verdad-y-la-mem...

[12] Ferguson, ídem.

[13] Ídem, p. 32.

[14] Los Four-Minute Men fueron un notable invento y de lo más americano. Unos voluntarios tomaban la palabra durante 4 minutos (sobre temas proporcionados por el Comité Creel) en todo tipo de lugares donde hubiera audiencia: en las calles los días de mercado, en el cine cuando cambiaban los carretes, etc.

[15] Como Estados Unidos no entraría en guerra hasta abril de 1917, hubo más de mil tomas de palabra por día. Se estima que 11 millones de personas las escucharon.

[16]. Citado en Lasswell, p.211-212. Nos hemos limitado a lo más significativo de la lista hecha por Lasswell.

[17]. Aunque mudo, el cine era ya un medio importante de entretenimiento del público. En Gran Bretaña, en 1917, ya había más de 4 000 cines que proyectaban todas las semanas para un público de 20 millones (cf. John MacKenzie, Propaganda and Empire, Manchester University Press, 1984, p. 69)

[18]. Cf. Ferguson, ídem, p. 226-225

[19]. Podemos dar dos ejemplos extremos que lo ilustran: en los años 1980, era evidente que nadie se creía nada de la propaganda oficial en el bloque del Este; y, al final de la IIª Guerra Mundial, la población alemana no creía nada de lo que se publicaba en la prensa, excepto, para algunos, el horóscopo cuidadosamente preparado cada día por el Ministerio de la Propaganda (Cf. Albert Speer, Inside the Third Reich, Macmillan 1970, p. 410-411)

[20]. "Wipers" es una deformación en inglés de Ypres (Bélgica), la parte del frente en donde estaba concentrada una grande parte del ejército británico y que conoció uno de los combates más mortíferos de la guerra.

[21]. La guerra también se financió mediante empréstitos en el extranjero, de modo importante en Estados Unidos por parte de Francia y Gran Bretaña. "Como lo dice [el Presidente de EE.UU] Woodrow Wilson, lo que es maravilloso de nuestra ventaja financiera sobre Gran Bretaña y Francia, es que en cuanto acabe la guerra podremos forzarlas a que adopten nuestra modo de ver." (Ferguson, ob.cit., p. 329)

[22]. Y poco antes del estallido de la guerra, Francia aumentó a tres años la duración del servicio militar.

[23]. Lasswell, ídem p. 222

[24]. Lasswell, ídem p. 221

[25] Así era la agitación pública, oficial, de la Internacional. Los acontecimientos mostrarían de manera trágica que la fuerza aparente de la Internacional ocultaba unas debilidades profundas que, en 1914, llevaron a sus partidos constitutivos a traicionar la causa obrera y a apoyar a sus clases dominantes respectivas. Ver nuestro artículo "1914, Primera Guerra Mundial, ¿cómo se produjo la quiebra de la Segunda Internacional?", Revista internacional n°154.

[26]. Lasswell, ídem, p. 195

[27]. Gustave Le Bon (1841-1931) fue un antropólogo et psicólogo francés cuya obra principal, La psychologie des foules (La psicología de las masas /o de las multitudes), se publicó en 1895.

[28]. John Atkinson Hobson (1858-1940) fue un economista británico que se opuso al desarrollo del imperialismo, pensando que contenía los gérmenes de un conflicto internacional. Lenin se basa ampliamente en la obra de Hobson, Imperialism, (con la que polemizó) para escribir El imperialismo, fase suprema del capitalismo.

[29]."Jingoism" es la palabra inglesa que significa “patriotismo agresivo”, que viene de una canción popular inglesa de la época de la guerra ruso-turca de 1877:

"We don’t want to fight but by Jingo if we do
We’ve got the ships, we’ve got the men, we’ve got the money too
We’ve fought the Bear before, and while we"re Britons true
The Russians shall not have Constantinople".

El castellano se usa a menudo, para nombrar al patriotero, la palabra de origen francés “chovinista”, “chovinismo” (de un tal Chauvin, ejemplo de militar patriota exaltado) [NdT]

[30]. Su "apariencia cultivada" no es únicamente una máscara. La sociedad capitalista posee también una dinámica de desarrollo de la cultura, de la ciencia, del arte. Estudiar esto aquí sería muy largo y nos alejaría del tema principal.

[31]. O como lo dijo Margaret Thatcher en el pasado, no hay sociedad, solo hay individuos y sus familias.

[32]. Varias imágenes reproducidas en este artículo se han extraído del libro de Annie Pastor, Images de propagande 1914-1918, ou l’art de vendre la guerre.[Imágenes de propaganda 1914-1918, o el arte de vender la guerra]

[33]. En esa tarjeta postal hay un "poema", un soneto supuestamente escrito por un soldado francés a su hija sobre el tema "¿Qué es un boche?" (término peyorativo francés para designar a los alemanes). Lo traducimos:

"¿Quieres saber, niña, lo que es un monstruo, un boche?
Un boche, querida mía, es un ser sin honor,
un bandido retorcido, zafio, lleno de odio, y feo,
es un monstruo, un ogro envenenador.
es un diablo vestido de soldado que quema pueblos,
fusila a ancianos, a mujeres, sin remordimientos,
remata a los herido, comete saqueos,
entierra a los vivos y despoja a los muertos.
es un cobarde degollador de niños, de niñas,
que ensarta a los bebés a la bayoneta,
aplasta por gusto, sin razón, sin cuartel
es el hombre, niña mía, que quiere matar a tu padre,
destruir tu Patria, torturar a tu madre,
es el teutón maldecido por el mundo entero."

[34]. Ídem., p. 32

[35]. Baste recordar la Guerra del Vietnam durante la cual hubo atrocidades frecuentes y testificadas como la de la matanza de My Lai.

[36]. Cf. Lasswell, ídem p. 138

[37]. Lasswell, ídem p. 88. Puede uno preguntarse, sin embargo, si hay que considerar que es una “cualidad” de mentes menos “simples” el ser capaces de odiar a toda una nación sin tener una figura sobre la que concentrar su odio.

[38]. Freud, Psicología de las masas y análisis del Yo.

[39]. Como podrá imaginarse, los soldados de permiso vivían con disgusto que se les colocara la pluma blanca. Semejante acto podía también ser totalmente demoledor: el abuelo de uno de los autores de este artículo tenía 17 años y era aprendiz en la siderurgia en Newcastle cuando su propia hermana le puso una pluma blanca, lo cual lo incitó a alistarse en la marina de guerra mintiendo sobre su edad.

[40]. Habida cuenta de que en una sociedad patriarcal dominada por los blancos, el predador sexual era ante todo el hombre blanco de mujeres negras, semejante propaganda podría resultar hasta risible si no fuera tan vil.

[41]. Como así ocurrió de manera embrionaria en el siglo XVIII: cf. Howard Zinn, A People's History of the United States

[42]. International Workers of the World

[43]. Incluso en Francia, donde la referencia de base seguía siendo la Revolución de 1789 y la República, hubo un gran movimiento de restauración de la arquitectura medieval por parte de Viollet-le-Duc, por no hablar de la fascinación en la pintura por la vida y hazañas de del rey Luis IX (San Luis).

[44]. Les motivaciones de Owen eran sin duda más complejas como suelen serlo para cada persona. Era, además, oficial y se sentía responsable de "sus" hombres.

 

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Nacimiento de la democracia totalitaria