El Estado en el período de transición hacia el comunismo (II) - Nuestra respuesta al grupo Oposição Operária (Oposición obrera), Brasil

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Esta es la respuesta de la CCI al artículo “Consejos obreros, Estado proletario, dictadura del proletariado” del grupo Oposição Operária (Opop) ([1]) de Brasil, publicado en el no 148 de esta Revista Internacional [2].

La posición expuesta en el artículo de Opop se reivindica íntegramente de la obra de Lenin El Estado y la revolución, enfoque a partir del cual esta organización rechaza una idea central de la posición de la CCI. Aunque reconociendo la contribución fundamental de esa obra para la comprensión de la cuestión del Estado durante el período de transición, la CCI saca provecho de la experiencia de la Revolución Rusa, de las propias reflexiones de Lenin durante ese período y de los escritos fundamentales de Marx y Engels para extraer lecciones que llevan a poner en entredicho la relación, hasta entonces profesada por las corrientes marxistas, de identidad entre Estado y dictadura del proletariado.

En su artículo, Opop también desarrolla una posición que le es propia en cuanto a lo que ella llama el “pre-Estado”, o sea la organización de los consejos obreros antes de la revolución, llamada a derrocar a la burguesía y su Estado. Volveremos sobre esa cuestión ulteriormente, pues consideramos que es previamente prioritario aclarar nuestras divergencias con Opop en lo que al Estado y el período de transición se refiere.

Lo esencial de la tesis defendida por Opop en su artículo

Para evitarle al lector idas y vueltas incesantes con el artículo de Opop de la Revista Internacional no 148, reproduciremos sus pasajes que consideramos más significativos.

Para Opop, “la separación antinómica entre el sistema de consejos y el Estado posrevolucionario” “se aleja del pensamiento de Marx, Engels y Lenin y (…) refleja cierta influencia de la ideología anarquista sobre el Estado”, lo cual acaba por “romper la unidad que debe existir y persistir en el ámbito de la dictadura del proletariado”. En efecto, “tal separación pone de un lado al Estado como una estructura administrativa compleja, que debe ser gestionada por un cuerpo de funcionarios –un absurdo en la concepción de Estado simplificado de Marx, Engels y Lenin– y de otro, una estructura política, en el ámbito de los consejos, que debe ejercer presión sobre la primera (el Estado como tal)”.

Según Opop, eso sería un error que se explicaría por estas incomprensiones sobre el Estado-comuna y sus relaciones con el proletariado:

  • “una acomodación a una visión influida por el anarquismo que identifica el Estado-Comuna con el Estado burocrático (burgués).” Tal visión “pone al proletariado fuera del Estado posrevolucionario, creando entonces una dicotomía que es, ella misma, el semillero de una nueva casta que se reproduce en el corpus administrativo separado orgánicamente de los Consejos.”
  • “identifica de un modo acrítico el Estado surgido en la URSS posrevolucionaria –un Estado necesariamente burocrático– con la concepción del Estado-Comuna de Marx, Engels y del propio Lenin.”
  • “no considera que las tareas organizativas y administrativas que impone la revolución son tareas políticas ineludibles, cuya ejecución debe ser directamente asumida por el proletariado victorioso. Así, cuestiones candentes, como la planificación centralizada (…) no son cuestiones puramente “técnicas” sino altamente políticas, y que, como tales, no pueden ser delegadas, aunque sean “controladas” desde el exterior por los consejos, a un cuerpo de funcionarios situados fuera del sistema de consejos donde se encuentran los trabajadores más conscientes.”
  • “no percibe que la verdadera simplificación del Estado-Comuna implica, tal como la describe Lenin (…), un mínimo de estructura administrativa y que tal estructura es tan mínima (y en vías de simplificación/extinción) que puede ser asumida directamente por el sistema de consejos.”

Para terminar, Opop explica las lecciones supuestamente erróneas sacadas por la CCI de la Revolución Rusa sobre el carácter del Estado de transición por otro factor: el no tomar en cuenta las condiciones desfavorables que tuvo que enfrentar el proletariado:

“una incomprensión de las ambigüedades que resultaron de unas circunstancias históricas y sociales específicas que bloquearon no sólo la transición sino también el inicio de la dictadura del proletariado en la URSS. Aquí se deja de comprender que los rumbos tomados por la Revolución Rusa, a menos que optemos por la interpretación fácil pero poco consistente según la cual las desviaciones del proceso revolucionario fueron implantadas por Stalin y su camarilla, no obedecieron a la idea de la revolución, del Estado y del socialismo de Lenin, sino a las restricciones que emanaban del terreno social y político de donde emergió el poder en la URSS; entre ellas, sólo para recordar, la imposibilidad de la revolución en Europa, la guerra civil y la contrarrevolución dentro de la URSS. La dinámica resultante era ajena a la voluntad de Lenin, una dinámica sobre la que reflexionó y plasmó en formulaciones reiteradamente ambiguas presentes en sus escritos posteriores hasta su muerte.”

El período de transición y la existencia de un Estado
durante tal período son inevitables

La diferencia entre marxistas y anarquistas no está en que éstos concebirían el comunismo como una sociedad sin Estado y aquellos con él. Estamos todos totalmente de acuerdo en que el comunismo solo puede ser una sociedad sin Estado. Es entonces más bien en los pseudomarxistas de la socialdemocracia, herederos de Lassalle, en los que se plasmó esa diferencia fundamental, ya que para éstos es el Estado el motor de la transformación socialista de la sociedad. Fue contra ellos contra quienes Engels redactó este pasaje del Anti-Dühring:

“En cuanto deja de haber clase que mantener en opresión, en cuanto desaparecen el dominio de clase y la lucha por la existencia individual, condicionada por la anarquía anterior de la producción, desaparecen también las colisiones y los excesos dimanantes de todo ello, no hay ya nada que reprimir y que haga necesario un poder represivo especial, un Estado. El primer acto en el cual el Estado aparece realmente como representante de la sociedad entera –la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad– es al mismo tiempo su último acto independiente como Estado. La intervención de un poder estatal en relaciones sociales va haciéndose progresivamente superflua en un terreno tras otro, y acaba por inhibirse por sí misma. En lugar del gobierno sobre personas aparece la administración de cosas y la dirección de procesos de producción. El Estado no “se suprime”, sino que se extingue. De acuerdo con ese principio hay que calibrar la fraseología que habla de un “Estado libre popular” ([3]), y tanto desde el punto de vista de su justificación temporal para la agitación cuanto desde el de su definitiva insuficiencia científica, y también con ese criterio puede estimarse la exigencia de los llamados anarquistas, que quieren suprimir el Estado de hoy a mañana” ([4]).

El verdadero debate con los anarquistas versa sobre su desconocimiento total de un período inevitable de transición y sobre su voluntad de dictar a la historia un brinco a pies juntillas inmediato y directo del capitalismo a la sociedad comunista.

Sobre la necesidad del Estado durante el período de transición, estamos totalmente de acuerdo con Opop. Por eso nos sorprende que afirme que la CCI “se aleja del pensamiento de Marx, Engels y Lenin y (…) refleja cierta influencia de la ideología anarquista sobre el Estado”. Desde un punto de vista marxista, ¿puede estar cerca nuestra posición de la de los anarquistas que piensan que se puede abolir el Estado del día a la mañana?

Si nos referimos a lo escrito por Lenin en El Estado y la revolución sobre la crítica marxista al anarquismo acerca del Estado, se puede ver que no confirma para nada la visión que tiene Opop:

“Marx subraya intencionadamente –para que no se tergiverse el verdadero sentido de su lucha contra el anarquismo– la “forma revolucionaria y transitoria” del Estado que el proletariado necesita. El proletariado sólo necesita el Estado temporalmente. Nosotros no discrepamos en modo alguno de los anarquistas en cuanto al problema de la abolición del Estado, como meta final. Lo que afirmamos es que, para alcanzar esta meta, es necesario el empleo temporal de las armas, de los medios, de los métodos del Poder del Estado contra los explotadores, como para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida” ([5]).

La CCI está totalmente de acuerdo con esa formulación, excepto una palabra: se trata de la calificación de “revolucionaria” a esa forma pasajera del Estado. ¿Puede ser aparentado este matiz con una variante de las concepciones anarquistas, como pretende Opop, o más bien abre un debate mucho más profundo sobre la cuestión del Estado?

¿Cuál es el verdadero debate?

Efectivamente, sobre la cuestión del Estado, nuestra posición difiere de la de El Estado y la revolución y de la Crítica del programa de Gotha para el cual, durante el  período de transición “no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado” ([6]). Ese es el fondo de nuestro debate: ¿por qué no puede haber identidad entre la dictadura del proletariado y el Estado del período de transición que surge tras la revolución? Es ésa una idea que choca a muchos marxistas: ¿de dónde sacará la CCI su posición sobre el Estado del período de transición? Pues no la saca de su imaginación sino de la historia, de las lecciones que sacaron generaciones de revolucionarios, de reflexiones y elaboraciones teóricas del movimiento obrero. Y más precisamente:

  • de las precisiones sucesivas sobre la comprensión de la cuestión del Estado aportadas por el movimiento obrero hasta la Revolución Rusa, retomadas magistralmente por El Estado y la revolución de Lenin;
  • de tomar en cuenta el conjunto de consideraciones teóricas de Marx y Engels sobre la cuestión del Estado, que contradice la idea de que el Estado durante el período de transición pudiera ser un factor de transformación socialista de la sociedad;
  • de la degeneración de la Revolución Rusa, que ilustró cómo fue el Estado el factor principal de la evolución de la contrarrevolución en el bastión proletario;
  • de ciertas tomas de posición críticas durante ese proceso de Lenin en 1920-21, que afirman que el proletariado ha de poder defenderse contra el Estado y aún estando limitadas por la propia dinámica que iba a llevar a la contrarrevolución, son un enfoque esencial sobre el carácter y el papel del Estado durante el período de transición.

Con ese método la Izquierda comunista de Italia realizó un trabajo de balance de la oleada revolucionaria mundial ([7]). Según ella, la toma del poder por el proletariado no impide que sigan existiendo clases sociales, y, por lo tanto, que siga subsistiendo un Estado, que fundamentalmente es un instrumento de conservación de la situación adquirida y nunca un instrumento de transformación de las relaciones de producción hacia el comunismo. En esas condiciones, la organización del proletariado como clase, por medio de los consejos obreros, ha de imponer su hegemonía sobre el Estado pero nunca identificarse con él. Ha de ser capaz, si es necesario, de oponerse al Estado, como ya lo empezó a entender parcialmente Lenin en 1920-21. Y al apagarse la vida en los soviets (lo que era inevitable debido al fracaso de la revolución mundial) el proletariado perdió esa capacidad de actuar e imponerse al Estado, de modo que éste pudo desarrollar las tendencias conservadoras que le son propias hasta ser el sepulturero de la revolución en Rusia, absorbiendo en sus engranajes al propio Partido bolchevique, hasta convertirlo en instrumento de la contrarrevolución.

La contribución de la historia
para comprender el problema del Estado durante el período de transición

El Estado y la revolución de Lenin fue en sus tiempos la síntesis más acabada de lo que el movimiento obrero había elaborado sobre el Estado y el ejercicio del poder por parte de la clase obrera ([8]). Esa obra es una ilustración excelente de cómo se ha ido aclarando, gracias a la experiencia histórica, la cuestión del Estado. Basándonos en ella, vamos a recordar ahora las precisiones sucesivas que ha ido haciendo el movimiento obrero sobre la comprensión de esas cuestiones.

  • El Manifiesto del partido comunista de 1848 pone en evidencia la necesidad para el proletariado de tomar el poder político, de constituirse en clase dominante, y concibe que ese poder será ejercido mediante el Estado burgués tomado por el proletariado: “El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas” ([9]).
  • en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte (1852), la formulación se hace mas “precisa” y “concreta” (según las palabras de Lenin) que en El Manifiesto. Por primera vez se habla de la necesidad de destruir el Estado: “Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación, consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor” ([10]).
  • A través de la experiencia de la Comuna de París (1871), Marx ve, como dice Lenin, “un paso práctico más importante que cientos de programas” ([11]) que justifica para él como para Engels que El Manifiesto “haya quedado a trozos anticuado” ([12]), y deba modificarse por un nuevo prólogo. La Comuna demostró claramente, prosiguen, que “la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines” ([13]).

La Revolución de 1917 no dejó a Lenin tiempo para escribir en El Estado y la revolución los capítulos dedicados a los aportes de las revoluciones rusas de 1905 y de febrero de 1917. Se conformó con identificar a los soviets como herederos naturales de la Comuna de París. Se puede añadir que aunque ninguna de ambas revoluciones permitió al proletariado tomar el poder político, la de 1917 suministra lecciones suplementarias respecto a la experiencia de la Comuna de París en lo que al poder de la clase obrera se refiere: los soviets de diputados obreros basados en las asambleas en los lugares de trabajo están más adaptados a la expresión de la autonomía de clase que lo estuvieron las unidades territoriales de la Comuna.

El Estado y la revolución no sólo es la síntesis de lo mejor que el movimiento obrero había escrito hasta entonces sobre el tema, sino que además contiene adelantos propios de Lenin. Cuando sacaron las lecciones esenciales de la Comuna de París, Marx y Engels dejaron sin embargo ambigüedades sobre la posibilidad para el proletariado de llegar pacíficamente al poder mediante el proceso electoral en ciertos países, precisamente en aquellos que disponían de instituciones parlamentarias más desarrolladas y del aparato militar menos importante. Lenin no tuvo reparo alguno en corregir a Marx, utilizando para ello el método marxista y situando el problema en el marco histórico idóneo:

“Hoy, en 1917, en la época de la primera gran guerra imperialista, esta limitación hecha por Marx no tiene razón de ser. (…) Hoy, también en Inglaterra y en Norteamérica es “condición previa de toda revolución verdaderamente popular” el romper, el destruir la “máquina estatal existente” ([14]).

Sólo una visión dogmática podría acomodarse con la idea de que El Estado y la revolución de Lenin sería la última y suprema etapa en la clarificación de la noción de Estado en el movimiento marxista. Si existe una obra que sea la antítesis de tal visión, es precisamente esa: Ni la propia Opop teme apartarse de la letra de Lenin llevando a su extremo la idea de la cita precedente:

“Hoy, la tarea de establecer los consejos como forma de organización estatal se sitúa en la perspectiva, no de un sólo país, sino a escala internacional, siendo ése el reto principal de la clase obrera” ([15]).

Redactado en agosto-septiembre de 1917, El Estado y la revolución sirvió muy rápidamente de arma teórica con el estallido de la Revolución de Octubre, para la acción revolucionaria por el derrocamiento del Estado burgués y la instauración del Estado-Comuna. Las lecciones sacadas de la Comuna de París fueron así sometidas a la prueba de la historia durante unos acontecimientos, los de la Revolución Rusa y de su degeneración, de una magnitud mucho más considerable.

¿Pueden sacarse lecciones
de la oleada revolucionaria mundial de 1917-23 sobre al papel del Estado?

Opop responde por la negativa a esa pregunta en la medida en que, según ella, las condiciones en Rusia eran tan desfavorables que no permitieron la instauración de un Estado obrero tal como lo describe Lenin en El Estado y la revolución. Nos reprocha que identifiquemos “el Estado surgido en la URSS posrevolucionaria –un Estado necesariamente burocrático– con la concepción del Estado-Comuna de Marx, Engels y del propio Lenin”. Y añade:

“Se olvida así que el rumbo tomado por la Revolución Rusa (…) no obedecía a la idea de la revolución, del Estado y del socialismo de Lenin, sino a unos límites que se debían al terreno social y político de donde emergió el poder en la URSS” ([16]).

Estamos de acuerdo con Opop para afirmar que la primera lección que debe extraerse de la degeneración de la Revolución Rusa es que fue producto del aislamiento del bastión proletario debido a la derrota de los demás intentos revolucionarios en Europa, en particular en Alemania. En efecto, no sólo es imposible en un solo país la transformación de las relaciones de producción hacia el socialismo, sino que tampoco es posible que se mantenga en él un poder proletario aislado en un mundo capitalista. Sin embargo, ¿no habrá otras lecciones de gran importancia que sacar de esa experiencia?

¡Claro que sí! Y Opop saca una de ellas, a pesar de que contradiga explícitamente un pasaje de El Estado y la revolución que concierne la primera fase del comunismo: “…ya no será posible la explotación del hombre por el hombre, puesto que no será posible apoderarse, a título de propiedad privada, de los medios de producción, de las fábricas, las máquinas, la tierra, etc.” ([17]). En efecto, lo que demostraron la Revolución Rusa y, sobre todo, la contrarrevolución estalinista es que la simple transformación del aparato productivo en propiedad de Estado no acaba con la explotación del hombre por el hombre.

De hecho, la Revolución Rusa y su degeneración son acontecimientos de tal magnitud que es imposible no sacar lecciones de ellas. Por primera vez en la historia, expresión mas avanzada de una oleada revolucionaria mundial, el proletariado toma el poder político en un país y surge un Estado llamado en aquel entonces Estado proletario. Posteriormente ocurre ese acontecimiento también totalmente inédito en la historia del movimiento obrero, la derrota de una revolución que no ocurre de una forma clara, o sea abiertamente aplastada y salvajemente reprimida por la burguesía como así fue con la Comuna de París, sino como consecuencia de un proceso de degeneración interna que acabó tomando el ignominioso rostro del estalinismo.

Ya en las semanas que siguen la insurrección de Octubre, el Estado-Comuna es otra cosa que “los obreros armados” tal como lo describe El Estado y la revolución ([18]). Por encima de todo, con el aislamiento creciente de la revolución, el nuevo Estado se ve cada día más infectado por la gangrena de la burocracia, alejándose más y más de los órganos elegidos por el proletariado y los campesinos pobres. Muy lejos de empezar a decaer, el nuevo Estado está invadiendo toda la sociedad. Muy lejos de doblegarse ante la voluntad de la clase revolucionaria, se convierte en eje central de una especie de degeneración y de contrarrevolución internas. Mientras tanto los soviets se vacían de su impulso vital, transformándose en apéndices de los sindicatos en la gestión de la producción. Así es como la misma fuerza que hizo la revolución y hubiera debido controlarla fue perdiendo su expresión política autónoma y organizada. El vector de la contrarrevolución fue nada menos que el Estado, y cuantas más dificultades sufría la revolución y más se iba debilitando el poder de la clase obrera, tanto más manifestaba el Estado-Comuna su carácter no proletario, conservador cuando no reaccionario. Vamos a explicarnos sobre esa caracterización.

De Marx y Engels a la experiencia rusa: la convergencia
hacia una misma caracterización del Estado del período de transición

Sería un error limitarse a la formulación de Marx en la Crítica del programa de Gotha sobre la caracterización del Estado del periodo de transición, identificándolo a la dictadura del proletariado. Existen otras caracterizaciones del Estado hechas por los mismos Marx y Engels, y más tarde por Lenin y por la Izquierda Comunista, que contradicen en el fondo la formula “Estado-Comuna = dictadura del proletariado” para confluir hacia la idea de un Estado naturalmente conservador, incluyendo el Estado-Comuna del periodo de transición.

El Estado de transición es la emanación de la sociedad, no la del proletariado

¿Cómo explicamos el surgimiento del Estado? Engels no deja la menor ambigüedad:

“Así pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad; tampoco es “la realidad de la idea moral”, “ni la imagen y la realidad de la razón”, como afirma Hegel ([19]). Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del “orden”. Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado” ([20]). Lenin recoge ese pasaje de Engels en El Estado y la revolución. A pesar de todos los acondicionamientos aportados por el proletariado al Estado-Comuna de transición, éste conserva, como todos los Estados de las sociedades de clase del pasado, ese carácter de ser un órgano conservador al servicio del mantenimiento del orden dominante, es decir de las clases económicamente dominantes. Eso tiene implicaciones, a nivel teórico y práctico, que nos llevan a hacernos unas cuantas preguntas: ¿Quién ejerce el poder durante el período de transición: el Estado o el proletariado organizado en consejos obreros? ¿Cuál es la clase económicamente dominante de la sociedad de transición? ¿Cuál es el motor de la transformación social y del decaimiento del Estado?

Por su carácter, el Estado de transición no puede estar
al servicio únicamente de los intereses de clase del proletariado

Allí donde ha sido derrocado el poder político de la burguesía, las relaciones de producción siguen siendo relaciones capitalistas incluso si la burguesía ya no está presente para apropiarse de la plusvalía producida por la clase obrera. El punto de partida de la transformación comunista está condicionado por la derrota militar de la burguesía en una cantidad suficiente de países decisivos, lo que permite darle una ventaja política a la clase obrera a nivel mundial. Es entonces el periodo en el que se van desarrollando lentamente las bases del nuevo modo de producción en detrimento del antiguo, hasta suplantarlo y volverse modo dominante de producción.

Tras la revolución y mientras no esté realizada la comunidad humana mundial, o sea que se integre la inmensa mayoría de la población mundial en el trabajo libre y asociado, el proletariado sigue siendo la clase explotada. Contrariamente a las demás clases revolucionarias del pasado, el proletariado no está destinado a convertirse en clase económicamente dominante. Por eso el Estado que surge durante ese periodo como garante del nuevo orden económico, a pesar de que el orden impuesto por la revolución ya no sea el de la dominación política y económica de la burguesía, no puede intrínsecamente estar al servicio del proletariado. Al contrario, éste ha de forzar al Estado para que actúe en el sentido de sus intereses de clase.

El papel del Estado de transición: integración de la población
no explotadora en la gestión de la sociedad y la lucha contra la burguesía

En El Estado y la revolución, el mismo Lenin dice que el proletariado necesita un Estado no solo para acabar con la resistencia de la burguesía, sino también para orientar al resto de la población no explotadora en la dirección del socialismo:

“El proletariado necesita el Poder del Estado, organización centralizada de la fuerza, organización de la violencia, tanto para aplastar la resistencia de los explotadores como para dirigir a la enorme masa de la población, a los campesinos, a la pequeña burguesía, a los semiproletarios, en la obra de “poner en marcha” la economía socialista” ([21]).

Apoyamos este punto de vista de Lenin según el cual el proletariado ha de poder arrastrar con él a la inmensa mayoría de la población pobre y oprimida, en la que él puede ser minoritario, para poder derrocar a la burguesía. No existe otra alternativa a esa política. ¿Cómo se concretó en la Rusia revolucionaria? Durante la revolución, surgieron dos tipos de soviets: por un lado los soviets basados esencialmente en los centros de producción y que agrupaban a la clase obrera, también llamados consejos obreros; por otro lado, los soviets basados en unidades territoriales (soviets territoriales) en los que participaban activamente en la gestión local todas las capas no explotadoras de la sociedad. Los consejos obreros organizaban al conjunto de la clase obrera, o sea la clase revolucionaria. Los soviets territoriales ([22]), por su parte, elegían delegados revocables destinados a formar parte del Estado-Comuna  ([23]), cuya función es la gestión de la sociedad en su conjunto. En período revolucionario, las capas no explotadoras, aún siendo favorables al derrocamiento de la burguesía y contrarias a que se restaure dominación, no son en principio favorables a la idea de la transformación socialista de la sociedad. Hasta pueden serle hostil. En efecto, la clase obrera es a menudo minoritaria. Eso es lo que explica por qué, durante la Revolución Rusa, se tomaron medidas cuyo sentido era reforzar el peso de la clase obrera en el seno del Estado-Comuna: 1 delegado por 125 000 campesinos, 1 delegado por 25 000 obreros de las ciudades. Eso no quita que la necesidad de movilizar a una población ampliamente campesina en la lucha contra la burguesía y de integrarla en el proceso de gestión de la sociedad originó, en Rusia, un Estado que no estaba compuesto únicamente de los delegados obreros de los consejos, sino también de delegados de soldados y de campesinos pobres.

Las advertencias del marxismo en contra del Estado,
incluso el del periodo de transición

En su “Introducción” de 1891 a La guerra civil en Francia redactado con ocasión del vigésimo aniversario de la Comuna de Paris, Engels no tuvo reparos en insistir en los rasgos comunes a todos los Estados, sean los clásicos Estados burgueses o el Estado-Comuna del periodo de transición:

“En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado” ([24]).

Considerar al Estado como “un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase” es una idea que prolonga perfectamente la demostración de que el Estado es una emanación de la sociedad entera y no del proletariado revolucionario. Esto tiene implicaciones importantísimas en cuanto a las relaciones entre ese Estado y la clase revolucionaria. A pesar de que no pudieron ser clarificadas totalmente antes de la Revolución Rusa, Lenin en El Estado y la revolución sabrá inspirarse de ellas insistiendo tozudamente en que los obreros sometan a los miembros del Estado a una supervisión y un control constantes, en particular esos elementos del Estado que encarnan lo más claramente una continuidad con el antiguo régimen, como lo son los “expertos” técnicos y militares que los soviets tendrán que utilizar.

Lenin también elabora unas bases teóricas sobre la necesidad de una sana desconfianza del proletariado hacia el nuevo Estado. En el capitulo “Las bases económicas de la extinción del Estado”, explica que, al tener el papel de salvaguardar ciertos aspectos del “derecho burgués”, se puede definir al Estado del periodo de transición como “Estado burgués, ¡sin la burguesía!” ([25]). Aunque esa expresión sea más una llamada a reflexionar que una clara definición del carácter del Estado de transición, Lenin entendió lo esencial: en la medida en que el Estado tiene la tarea de salvaguardar un estado de cosas que todavía no es comunista, el Estado-Comuna revela su carácter fundamentalmente conservador y es lo que lo hace particularmente vulnerable a la dinámica de contrarrevolución.

Una intervención de Lenin en 1920-21 que pone en evidencia
la necesidad para los obreros de poder defenderse contra el Estado

Esas perspicacia teórica favoreció cierta lucidez en Lenin sobre lo que estaba ocurriendo en Rusia, especialmente durante el debate de 1920-21 sobre los sindicatos ([26]), debate que lo opuso entre otros a Trotski que era partidario de la militarización del trabajo y para quien el proletariado tenía que identificarse con el “Estado proletario” y hasta subordinarse a él. Aunque el propio Lenin estaba también encerrado en la espiral del proceso degenerativo de la revolución, defiende, sin embargo, que los obreros necesitan poder mantener órganos de defensa de sus propios intereses ([27]), incluso contra el Estado de transición, a la vez que repite sus advertencias sobre el incremento de la burocracia de Estado. Así plantea Lenin el marco del debate sobre la cuestión, en un discurso en una reunión de delegados comunistas a finales de 1920:

“… el camarada Trotski (…) pretende que la defensa de los intereses materiales y espirituales de la clase obrera no es misión de los sindicatos en un Estado obrero. Eso es un error. El camarada Trotski habla de “Estado obrero”. Permítaseme decir que esto es una abstracción. Se comprende que en 1917 hablásemos del Estado obrero; pero ahora se comete un error manifiesto cuando se nos dice: “¿Para qué defender, y frente a quien defender, a la clase obrera si no hay burguesía y el Estado es obrero?” No del todo obrero; ahí está el quid de la cuestión. En esto consiste cabalmente uno de los errores fundamentales del camarada Trotski. (…) El Estado no es, en realidad, obrero, sino obrero y campesino. Esto en primer término. Y de esto dimanan muchas cosas. (Bujarin: “¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?”) Y aunque el camarada Bujarin grite desde atrás “¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?”, no le responderé. Quien lo desee, puede recordar el Congreso de los Soviets que acaba de celebrarse y en él encontrará la respuesta.

“Pero hay más. En el programa de nuestro Partido –documento que conoce muy bien el autor de El ABC del comunismo– vemos ya que nuestro Estado es obrero con una deformación burocrática. Y hemos tenido que colgarle –¿Como decirlo?– esta lamentable etiqueta, o cosa así. Ahí tenéis la realidad del periodo de transición. Pues bien, dado este género del Estado, que ha cristalizado en la práctica, ¿los sindicatos no tienen nada que defender?, ¿se puede prescindir de ellos para defender los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad? Esto es falso por completo desde el punto de vista teórico (…) Nuestro Estado de hoy es tal que el proletariado organizado en su totalidad debe defenderse, y nosotros debemos utilizar estas organizaciones obreras para defender a los obreros frente a su Estado y para que los obreros defiendan a nuestro Estado” ([28]).

Consideramos que esta reflexión es muy esclarecedora y de la mayor importancia. Arrastrado en la dinámica degenerante de la revolución, Lenin no estuvo desgraciadamente en condiciones para profundizarla (al contrario, volverá luego sobre la caracterización del Estado obrero-campesino). Por otro lado, su intervención tampoco provocó (y eso a causa del propio Lenin) una reflexión ni un trabajo en común con la Oposición Obrera encabezada por Kolontái y Shliápnikov, que en aquél entonces expresaba una reacción proletaria tanto contra las teorías burocráticas de Trotski como contra las verdaderas distorsiones burocráticas que estaban carcomiendo el poder proletario. Sin embargo esa valiosa reflexión no se echó a perder por parte del proletariado. Como ya lo hemos señalado, fue el punto de partida de una reflexión más profunda por parte de la Izquierda Comunista de Italia sobre el carácter del Estado del periodo de transición, transmitida a las nuevas generaciones de revolucionarios.

El proletariado es la fuerza
de transformación revolucionaria de la sociedad, no el Estado

Una de las ideas fundamentales del marxismo es que la lucha de clases es el motor de la historia. No es pues por casualidad si esta idea está expresada ya en la primera frase, justo después de la introducción de El Manifiesto comunista: “La historia de todas las sociedades existentes hasta el presente es la historia de la lucha de clases” ([29]) no el Estado cuya función histórica es precisamente la de “amortiguar el choque, mantenerlo en los límites del “orden” ([30]). Esa característica del Estado de las sociedades de clase también se aplica a la sociedad de transición, en la que la clase obrera sigue siendo la fuerza revolucionaria. El mismo Marx ya distinguió claramente, hablando de la Comuna de París, la fuerza revolucionaria del proletariado y el Estado-Comuna:

“… la Comuna no es el movimiento social de la clase obrera y, por tanto, de una regeneración general de humanidad, sino los medios organizados de acción.

“La Comuna no suprime las luchas de clases, a través de las cuales las clases obreras se esfuerzan por la abolición de todas las clases y, por consiguiente, de cualquier dominación de clase (…) pero ella ofrece el contexto racional en que esa lucha de clases puede recorrer sus diferentes fases del modo más racional y humano” ([31]).

La característica del proletariado tras la revolución, a la vez clase dominante políticamente y todavía explotada económicamente, induce que sea tanto en el plano económico como en el político en donde Estado-Comuna y dictadura del proletariado sean por esencia antagónicos:

  • como clase explotada que es, el proletariado debe defender sus “intereses materiales y espirituales” (cf. Lenin) contra la lógica económica del Estado-Comuna, representante de la sociedad en su conjunto en un momento dado;
  • como clase revolucionaria que es, el proletariado ha de defender sus orientaciones políticas/prácticas con vistas a transformar la sociedad contra el conservadurismo social del Estado y sus tendencias a la autoconservación como órgano que, según Engels, “se pone por encima [de la sociedad] y se divorcia de ella más y más” ([32]).

Para poder asumir su misión histórica de transformación de la sociedad y acabar con la dominación económica y política de una clase sobre otra, la clase obrera asume su dominación política sobre el conjunto de la sociedad por medio del poder internacional de los consejos obreros, el monopolio del control de las armas y ser la única clase armada en permanencia. Su dominación política también se ejerce sobre el Estado. Ese poder de la clase obrera es por otro lado inseparable de la participación efectiva e ilimitada de las inmensas masas de la clase, de su actividad y organización y solo se acabará cuando cualquier tipo de poder político se vuelva superfluo, cuando hayan desaparecido las clases.

Conclusión

Esperamos haber contestado de forma suficientemente argumentada a las críticas que nuestra posición sobre el Estado de transición suscitaron en Opop. Somos conscientes de no haber contestado específicamente a varias objeciones concretas y explicitas (por ejemplo, “las tareas organizativas y administrativas que impone la revolución son tareas políticas ineludibles, cuya ejecución debe ser directamente asumida por el proletariado victorioso”). Si no lo hemos hecho en este articulo, es porque nos ha parecido necesario presentar previa y prioritariamente las grandes líneas históricas y teóricas de nuestro marco de análisis pues éstas ya son en parte una respuesta explícita a las objeciones de Opop. Podremos volver a desarrollarlas en otro artículo.

Por fin, consideramos que, aún siendo esencial, esa cuestión del Estado en el periodo de transición no es, sin embargo, la única cuya clarificación teórica y práctica haya avanzado considerablemente tras la experiencia de la Revolución Rusa: lo mismo ocurre sobre el papel y el lugar del partido proletario. ¿Su papel es ejercer el poder? ¿Está su sitio en el Estado en nombre de la clase obrera? ¡No! Según nosotros, ésos son errores que, entre otros, contribuyeron en el proceso de degeneración del Partido Bolchevique. Esperamos poder volver sobre ese tema en un próximo debate con Opop.

Silvio, 9/8/2012


[1]) Opop, Oposição Operária (Oposición obrera), existe en Brasil. Véase su publicación en revistagerminal.com. Hace años que la CCI mantiene con Opop relaciones fraternas y de cooperación que ya sean plasmado en discusiones sistemáticas entre ambas organizaciones, panfletos o declaraciones firmadas en común (“Luchas obreras en Brasil – Represión contra la huelga de trabajadores bancarios en Brasil”, https://es.internationalism.org/­taxonomy/term/260) o intervenciones públicas comunes (“Dos nuevas Reuniones Públicas conjuntas en Brasil –OPOP-CCI–, a propósito de las luchas de las futuras generaciones de proletarios”, https://es.internationalism.org/book/export/html/1042) y la participación reciproca de delegaciones a los congresos de nuestras organizaciones.

[2]) Revista Internacional no 148, “El Estado en el periodo de transición del capitalismo al comunismo (I)”,

/revista-internacional/201202/3334/el-estado-en-el-periodo-de-transicion-del-capitalismo-al-comunismo

[3]) Nota de Engels presente en la edición francesa (traducida por nosotros): “El Estado popular libre, reivindicación inspirada por Lassalle y adoptada en el Congreso de unificación de Gotha, fue objeto de una crítica fundamental de Marx en Critica del programa de Gotha.

[4]) Friedrich Engels, La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring (“Anti-Dühring”), Sección tercera: “socialismo”, capítulo II : “Cuestiones teóricas”.

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/anti-duhring/ad-seccion3.htm#264

[5]) Lenin, El Estado y la revolución, Capítulo IV, “Continuación: explicaciones complementarias de Engels”, Apartado 2, “Polémica con los anarquistas”, https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja5.htm.

[7]) Izquierda Comunista Italiana: de la misma manera que el oportunismo en la Segunda Internacional provocó una respuesta proletaria que se plasmó en las de corrientes de izquierda, también hubo corrientes de la izquierda comunista que resistieron a la marea del oportunismo en la Tercera Internacional. La izquierda comunista fue esencialmente una corriente internacional con expresiones en muchos países, desde Bulgaria hasta Gran Bretaña y desde Estados Unidos hasta Sudáfrica. Pero sus representantes más importantes se encontraron precisamente en los países donde la tradición marxista alcanzó su mayor solidez: Alemania, Italia y Rusia.

En Italia, por el otro lado, la Izquierda Comunista –que había ocupado inicialmente una posición mayoritaria dentro del Partido Comunista de Italia- fue particularmente clara sobre la cuestión de la organización y le permitió no sólo entablar una valerosa batalla contra el oportunismo dentro de la Internacional en declive, sino además engendrar una fracción comunista que fuese capaz de sobrevivir al desastre del movimiento revolucionario y desarrollar la teoría marxista durante la sombría noche de la contrarrevolución. A principios de los años 20, sus argumentos a favor del abstencionismo contra la participación en parlamentos burgueses, en contra de fusionar la vanguardia comunista con grandes partidos centristas para dar una ilusión de “influencia de masas”, en contra de los eslóganes de Frente Unido y “gobierno de los trabajadores”, se basaron también en una profunda comprensión del método marxista. Véase para más detalles “La Izquierda Comunista y la continuidad del marxismo”, /cci/200510/156/la-izquierda-comunista-y-la-continuidad-del-marxismo.

[8]) Léase en particular sobre el tema nuestro articulo “II – El Estado y la revolución (Lenin) – Una brillante confirmación del marxismo”, de la serie “El comunismo no es un bello ideal, está a la orden del día de la historia”, Revista internacional  no 91, /revista-internacional/199712/1217/ii-el-estado-y-la-revolucion-lenin-una-brillante-confirmacion-del-. Muchos de los temas abordados en nuestra respuesta a Opop están más desarrollados en ese artículo.

[9]) Marx y Engels, El Manifiesto del partido comunista, “Proletarios y comunistas”,

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm.

[10])  Marx, El Dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Capítulo VII,

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum7.htm

[11]) Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Capítulo III, “La experiencia de la Comuna de París – 1. ¿En qué consiste el heroísmo de la tentativa de los comuneros?”. En realidad, la expresión aquí utilizada por Lenin es una adaptación de una cita de Marx en una carta a Bracke del 5 de mayo de 1875 sobre el programa de Gotha: “Cada paso de movimiento real vale más que una docena de programas”.

[12]) Marx y Engels, “Prólogo a la edición alemana de 1872” de El Manifiesto, op.cit.,

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm

[13]) Ibídem.

[14]) Lenin, El Estado y la revolución, Capítulo III, op. cit.

[15]) Opop, “El Estado en el período de transición…”, op. cit.

[16]) Ibidem.

[17]) Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Capítulo V, “Las bases económicas de la extinción del Estado – 3. Primera fase de la sociedad comunista”.

https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja6.htm.

[18]) Esa fórmula es extraída de esta cita : “No hay más que derrocar a los capitalistas, destruir, por la mano férrea de los obreros armados, la resistencia de estos explotadores, romper la máquina burocrática del Estado moderno, y tendremos ante nosotros un mecanismo de alta perfección técnica, libre del “parásito” y perfectamente susceptible de ser puesto en marcha por los mismos obreros unidos, dando ocupación a técnicos, inspectores y contables y retribuyendo el trabajo de todos éstos, como el de todos los funcionarios del “Estado” en general, con el salario de un obrero” (Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Cap. III – 3. La abolición del parlamentarismo).

[19]) Nota presente en el pasaje citado de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado – “Hegel: principios de la filosofía del derecho”.

[20]) Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado – “IX: Barbarie y civilización”,

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap9.htm

[21]) Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Capítulo II, “La experiencia de los años 1848-1851 – 1. En vísperas de la revolución”.

https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja3.htm

[22]) En nuestra serie de cinco artículos de la Revista Internacional “¿Qué son los consejos obreros?”, ponemos en evidencia las diferencias sociológicas y políticas existentes entre consejos obreros y soviets territoriales. Los consejos obreros son los consejos de fábrica. A su lado hay también consejos de barrio, incluyendo éstos a los trabajadores de las pequeñas fábricas y de los comercios, los desempleados, los jóvenes, los jubilados, las familias que forman parte de la clase obrera como un todo. Los consejos de fábrica y de barrios (obreros) desempeñaron un papel decisivo en varios momentos del proceso revolucionario (véase los artículos de la serie publicados en la Revista, nos 141 y 142). No es entonces por casualidad si con el proceso de degeneración de la revolución, los consejos de fábrica desaparecieron a finales de 1918, y los consejos de barrio a finales de 1919. Los sindicatos desempeñaron un papel decisivo en la destrucción de los consejos de fábrica, (véase el artículo de la Revista no 145).

[23]) Participaron también de hecho en ese Estado, y de manera cada vez más importante, los expertos, los dirigentes del Ejército Rojo y de la Checa, etc.

[24]) Engels, “Introducción” de 1891 a La guerra civil en Francia,

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gcfran/intro.htm

[25]) Lenin, El Estado y la revolución, op. cit., Capítulo V, “Las bases económicas de la extinción del Estado – 4. Fase superior de la sociedad comunista”. Este es el contexto de la cita de Lenin: “En su primera fase, en su primer grado, el comunismo no puede presentar todavía una madurez económica completa, no puede aparecer todavía completamente libre de las tradiciones o de las huellas del capitalismo. De aquí un fenómeno tan interesante como la subsistencia del “estrecho horizonte del derecho burgués” bajo el comunismo, en su primera fase. El derecho burgués respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone también inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el derecho no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas de aquel. “De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el Estado burgués, sin burguesía!”

[26]) Sobre este tema puede leerse, entre otras cosas, nuestro articulo “Comprender la derrota de la Revolución Rusa”, de la serie “El comunismo no es un bello ideal, está a la orden del día de la historia”, Revista Internacional  no 100.

https://es.internationalism.org/Rint100-pdt

[27]) Se trata en aquel entonces de unos sindicatos que considerados todavía por todos como auténticos defensores de los intereses del proletariado. Esto se explica por el atraso de Rusia, al no haber desarrollado la burguesía un aparato estatal sofisticado capaz de reconocer la utilidad de los sindicatos como instrumentos de la paz social. Por ello, todos los sindicatos que se formaron antes e incluso durante la Revolución de 1917, no eran obligatoriamente enemigos de clase. Hubo en particular una fuerte tendencia a la creación de sindicatos industriales que seguían expresando cierto contenido proletario.

[28]) Lenin, “Sobre los sindicatos, el momento actual y los errores del camarada Trotski”, 30 de diciembre de 1920.

https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas11-12.pdf

[29]) Manifiesto comunista, “I. Burgueses y proletarios”, Ed. Critica (bilingüe)

[30]) Engels, El origen de la familia… – “IX”, op. cit.

[31]) Marx, La Comuna de París y la supresión del Estado (extractos de los borradores de La Guerra Civil en Francia).

[32]) Engels, El origen de la familia…, op. cit.

 

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