Polémica con el BIPR - La guerra en Afganistán: ¿estrategia o beneficios petroleros?

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En el fragor de la salvajada  imperialista en Afganistán, los  reducidos grupos de internacionalistas han tomado una posición de clase: han mostrado su rechazo a todos y cada uno de los imperialismos contendientes; han denunciado las ilusiones en la posibilidad de un capitalismo pacífico, negando el más mínimo apoyo a un campo o al otro en nombre de la paz. Igualmente han llamado a un desarrollo de la lucha de clases que lleve a la destrucción, a escala mundial, del sistema capitalista, pues es este sistema el principio y origen de la guerra imperialista. Estos grupos que se reivindican de la herencia de las Izquierdas italiana y alemana, únicas corrientes internacionalistas que sobrevivieron a la quiebra de la Tercera Internacional, y que pasaron la prueba de la IIª Guerra mundial manteniendo contra viento y marea la posición internacionalista del proletariado, forman parte de lo que la CCI denomina el medio político proletario ([1]).

Como contribución al fortalecimiento de este medio pretendemos – como hacemos cada vez que los acontecimientos han puesto a prueba la verdadera naturaleza de las organizaciones revolucionarias – examinar los aspectos positivos y las debilidades de su actual respuesta a la guerra. No nos detendremos en exceso en cuanto a lo que hay en común en la postura de los diferentes grupos. La prensa territorial de la CCI ya ha reconocido y saludado el carácter proletario de sus respuestas ([2]).

Tampoco podemos extendernos debido a problemas de espacio. Sí queremos, en cambio, debatir algunas cuestiones que nos parecen significativas de la explicación que da de la barbarie imperialista uno de estos grupos: el Buró internacional por el Partido revolucionario (BIPR).

En busca de las razones materiales

No es suficiente que las organizaciones revolucionarias sepan que el Estado norteamericano, al igual que las demás potencias imperialistas, no son hostiles al terrorismo en contra de lo que han estado proclamando los pasados cuatro meses: Tampoco podemos conformarnos con señalar que los intereses que mueven a los imperialistas a desencadenar una guerra que ha causado muerte y miseria a una escala masiva no son, ni mucho menos, los de la defensa de la civilización y la humanidad. Es necesario que estas organizaciones puedan explicar también cuál es la verdadera razón de esta barbarie, cuales son los verdaderos intereses de las potencias imperialistas, sobre todo de EE.UU, y si es posible que pueda haber un final a esta pesadilla para la humanidad.

EL BIPR nos ofrece la siguiente explicación de la guerra en Afganistán: los Estados Unidos quieren mantener el dólar como divisa mundial y conservar así el control sobre la industria del petróleo:

«… Estados Unidos necesita que el dólar siga siendo la moneda del comercio mundial si quieren mantener su posición como superpotencia mundial. Así pues, sobre todo para EE.UU le es vital asegurarse que el comercio global de petróleo siga haciéndose fundamentalmente en dólares. Esto implica tener la voz cantante en el transporte del petróleo y en los gaseoductos más aún que la implicación comercial de EE.UU en la extracción en origen. Así ocurre cuando simples decisiones por criterios puramente comerciales están supeditadas a los supremos intereses de conjunto del capitalismo EE.UU, y que el Estado norteamericano llegue a implicarse política y militarmente en la defensa de objetivos más ambiciosos, objetivos que, a menudo, tropiezan con los intereses de otros estados, y especialmente y cada vez más con los de los “aliados” europeos. En otras palabras ésa es la clave de la confrontación imperialista del siglo XXI (…).

Desde hace ya algún tiempo compañías petroleras europeas, entre ellas la italiana ENI, se estaban involucrado en distintos proyectos para traer el petróleo del Caspio y del Cáucaso directamente a las refinerías europeas. Resulta obvio que desde el 1º de Enero (fecha en la que el euro se ha convertido en la moneda de los países de la Unión europea), el proyecto de un mercado alternativo del petróleo va tomando forma, pero Estados Unidos, enfrentado quizás con la más cruel crisis que haya vivido desde la IIª Guerra mundial, no va a dejar que se le escape su propio poder económico y financiero» (“Imperialistas, petróleo e intereses nacionales de EE.UU”; Revolutionary Perspectives nº 23, publicación cuatrimestral de la Communist Workers Organisation, afiliado en Gran Bretaña del BIPR).

Resulta pues que el objetivo de la guerra sería la destrucción del peligro potencial que representarían el régimen talibán y sus secuaces de Al Qaeda para la construcción de un oleoducto que recorrería Afganistán, y que transportaría el petróleo obtenido en los yacimientos de Kazajstan. Todo ello como parte de una estrategia más amplia de EE.UU por controlar la distribución del petróleo. EE.UU pretende asegurar y diversificar las vías de transporte de los suministros mundiales de petróleo, ya que en ello se juega, según el BIPR, el futuro del dólar, y con la suerte del dólar, el estatuto de superpotencia de EE.UU. Los europeos, por su parte, tienen también mucho interés en mejorar la posición de su divisa (el euro) en el mercado petrolero, por lo que oponen sus intereses imperialistas a los de EE.UU cada vez más enérgicamente.

El trasfondo de la intervención de EE.UU en Afganistán es, como dice el BIPR, preservar su posición de “superpotencia mundial”. Por tal entendemos su aplastante superioridad militar económica y política sobre las demás naciones del planeta. Sus oponentes pretenden limitar e incluso llegado el momento arrebatarle esa posición. En otras palabras que, a diferencia de los cuentos de hadas que nos cuentan los media de la burguesía sobre una lucha entre el bien y el mal, entre la democracia y el terror, el BIPR como revolucionarios que son, ponen al desnudo los sórdidos intereses imperialistas de los protagonistas. Detrás del conflicto imperialista se hallan los intereses antagónicos de las potencias imperialistas rivales, acentuadas por la crisis económica.

Es más el BIPR consigue distanciarse de una explicación de la guerra actual (y de la creciente acentuación de las tensiones imperialistas) basada en el interés de encontrar un beneficio económico inmediato. Hace diez años, con motivo de la guerra del Golfo que se veía venir, el BIPR decía que «… la crisis del Golfo se debe en realidad al petróleo y a quien lo controla. Sin petróleo barato los beneficios caerán. Los beneficios de los capitalistas occidentales se ven amenazados y por esa razón, y no por ninguna otra, EE.UU está preparando un baño de ­sangre en Oriente Medio» (Hoja de la CWO, citada en nuestra Revista internacional nº 64).

La victoria norteamericana en la Guerra del Golfo no significó aumento alguno en los beneficios del petróleo ni implicó un cambio significativo en el precio de esta materia prima. Sensibilizados, quizás, por estos resultados, o bien por el hecho de que la antigua Yugoslavia no ha supuesto ningún mercado rentable para las potencias imperialistas que allí luchaban entre sí, en contra de lo que inicialmente pensaba el BIPR, da la impresión que el BIPR ha desarrollado una explicación más global de la situación ([3]). Esta actitud debe ser bienvenida pues la credibilidad de la izquierda marxista depende de su capacidad para comprender el imperialismo en función de un análisis histórico y global, en el que los factores económicos inmediatos no representan la causa de la guerra.

Pero a pesar de este paso adelante del BIPR, estos compañeros siguen considerando que los objetivos imperialistas giran en torno a la posición de las divisas monetarias, lo que no deja de ser un factor económico específico, y dan a la cuestión del petróleo y los oleoductos un peso decisivo en la posición del dólar así como de su nuevo rival, el euro. Sitúan exageradamente el petróleo en el “centro de la confrontación imperialista en el siglo XXI”.

Pero ¿depende tan directa y decisivamente, como dice el BIPR, la preservación del estatuto de EE.UU como poder hegemónico mundial de la posición del dólar? Y, por otro lado, ¿depende tanto la posición del dólar como divisa mundial del control que EE.UU tenga sobre el petróleo? Permítasenos examinar estas cuestiones con más detalle, empezando por esta última.

Petróleo y dólar

Es cierto que llevar la voz cantante en el control de la producción de petróleo – no olvidemos que muchas de las principales compañías mundiales petroleras son norteamericanas – contribuye a que EE.UU mantenga su poderío económico, y contribuye a que el dólar sea la moneda dominante en el comercio mundial. Ahora bien, no reside ahí la razón esencial por la que el dólar consiguió alcanzar y mantener esa posición de divisa mundial. El dólar conquistó esa posición privilegiada antes de que el petróleo se convirtiera en el principal combustible del planeta. De hecho no es cierto que la fortaleza de ninguna moneda se fundamente esencialmente en el control de las materias primas.

Japón, por ejemplo, no controla prácticamente el suministro de materia prima alguna y, sin embargo, el yen, a pesar del reciente estancamiento de la economía japonesa, sigue siendo una divisa fuerte. A la inversa, la antigua URSS tenía en su poder grandes cantidades de petróleo, pero eso no pudo impedir el colapso económico del país, y no digamos hacer que el rublo llegase a ser la moneda mundial. No fue el control de los suministros de lana o algodón lo que hizo que la libra esterlina fuese la principal moneda del siglo XIX.

Lo que explica que ciertas divisas se convirtieran en las monedas de referencia para el capitalismo mundial es la preponderancia de tal o cual país en producción y comercio mundiales, su peso político y militar respecto a los demás. La libra esterlina alcanzó ese estatuto porque Gran Bretaña fue el primer país del capitalismo moderno. La mayor productividad de sus industrias permitió a sus productos desplazar a los del resto del mundo en términos de precio y calidad, ya que en otros lugares la producción capitalista apenas despuntaba. La potencia militar, especialmente naval, de Gran Bretaña, así como su acumulación de posesiones coloniales, reforzaron la supremacía de la libra y la posición de Londres como centro financiero del mundo.

El desarrollo del capitalismo en otros países minó la supremacía del capitalismo británico, y sus competidores comenzaron a aventajarle en cuanto a productividad. Esas nuevas condiciones del capitalismo, puestas al desnudo por la Primera Guerra mundial, hicieron sonar el réquiem por la esterlina y la Segunda Guerra mundial remató definitivamente su suerte. En un mundo en el que las naciones capitalistas rivales se habían ya repartido el mercado mundial, y buscaban expandirse mediante un nuevo reparto a su favor, la cuestión de la competición militar – el imperialismo – tiende a favorecer más a los países que tienen una escala continental, como por ejemplo Estados Unidos, que a los países europeos cuyo tamaño relativamente pequeño resultaba más apropiado para una primera fase de crecimiento capitalista. El agotamiento de todas las potencias europeas tras la Iª Guerra mundial, incluyendo países vencedores como Gran Bretaña, favoreció la expansión del peso relativo de la producción y de la parte de EE.UU en el comercio mundial, y por lo tanto de la demanda internacional de dólares. Y tras la devastación de Europa en la IIª Guerra mundial, los Estados Unidos, estimulados por un crecimiento descomunal de la producción armamentística, alcanzaron una supremacía económica aplastante en el escenario mundial. En 1950, por ejemplo, generaron ¡la mitad de la producción mundial! El Plan Marshall de 1947 suministró a las economías europeas los dólares que éstas necesitaban desesperadamente para la reconstrucción comprando mercancías norteamericanas. La supremacía del dólar se institucionalizó a escala mundial a través de los acuerdos de Bretton Woods y el establecimiento del Banco mundial y del Fondo monetario internacional bajo la égida de los EE.UU.

Con el final del período de reconstrucción a finales de los años 60, las economías europea y japonesa habían mejorado su posición económica respecto a la de los Estados Unidos. Pero incluso el relativo debilitamiento de la economía estadounidense, si bien condujo efectivamente a la devaluación del dólar, no significó de manera inmediata el final de su posición privilegiada, sino que por el contrario, EE.UU disponía de más medios para aprovecharse de la nueva situación. El final de la paridad del dólar respecto al oro decretada por Washington en 1971, permitió a EE.UU mantener el poder del dólar y la posición competitiva de la producción de ese país, manipulando la tasa de intercambio lo que también le ayudó a abaratar su creciente deuda externa (un método que ya había sido empleado por Gran Bretaña en los años 30 para preservar el papel de la libra esterlina tras el eclipsamiento de su economía por la de EE.UU). A comienzos de los años 80, el alza de los tipos de interés y la desregularización del movimiento de capitales, con la consiguiente explosión de la especulación financiera, ayudó a desplazar los efectos de la crisis hacía otros países. Detrás de estas medidas, la supremacía militar de los EE.UU que se ha convertido en incontestable tras el colapso de la Unión Soviética, asegura que el Rey Dólar siga conservando su trono.

El papel del petróleo en la primacía del dólar es pues relativamente insignificante. Incluso aunque sea cierto que en la llamada “primera crisis del petróleo” en 1971-72, a través de su influencia en la fijación de precios del petróleo por parte de la OPEP, manipuló para meterse en sus bolsillos enormes fondos de las potencias europeas y japonesa a través de Arabia Saudí, tales manipulaciones no son, ni de lejos, los principales instrumentos de la supremacía del dólar.

Lo que cuenta en la hegemonía del dólar es la dominación económica, política y militar de EE.UU sobre el mercado mundial en el que se compra y vende el petróleo así como otras materias primas, y este dominio obedece a factores de naturaleza más general e histórica que los simplemente dependientes del control del petróleo.

El BIPR cree, sin embargo, que la aceleración de las aventuras militares de los norteamericanos en Asia Central forma parte de una estrategia preventiva, de más largo alcance, para ocupar los centros de producción de petróleo y las rutas de su transporte para impedir a las potencias europeas que sean ellas quienes los controlen. El supuesto objetivo sería impedir que el euro, la moneda única de la Unión Europea, arrebate al dólar su corona, impidiendo así que la Unión Europea se enfrente a EE.UU como bloque imperialista rival.

Si nuestra explicación es la correcta, eso implica que las potencias europeas tendrían mucho más que hacer que simplemente incrementar su influencia en la industria petrolera para desplazar al dólar por el euro. Incluso aunque la Unión Europea fuera una entidad realmente unificada desde un punto de vista económico y ­político, eso no quita que su Producto Interior Bruto per cápita sea, en conjunto, las 2/3 partes del de EE.UU. Pero la Unión Europea, aún cuando ya dispone de una moneda común, se halla todavía fragmentada en varias unidades capitalistas nacionales en competencia, lo que debilita su poder económico frente al de Norteamérica. El Banco central europeo no tiene la misma unidad de intervención sobre política monetaria y fiscal que la Reserva federal de Estados Unidos, lo que explica el que, hasta ahora, haya tendido a copiar las políticas de ésta última. La economía alemana, el polo políticamente más fuerte de la zona euro, solo es todavía la tercera potencia económica mundial detrás de EE.UU y Japón, y eso no se debe, ni mucho menos, a su falta de control sobre el petróleo y los oleoductos.

En cuanto al plano militar y político, las divisiones son aún mucho más profundas, ya que en la Unión Europea coexisten intereses imperialistas contrapuestos, no sólo entre las naciones que la componen, sino incluso sobre su actitud frente a EE.UU. La principal potencia económica europea, Alemania, sigue siendo un enano  en el plano militar, comparada con Gran Bretaña o Francia, sus rivales principales (y vale la pena poner de relieve que una de las principales potencias militares y una de las economías más importantes de Europa, Gran Bretaña, ni siquiera forma parte de la zona euro). Alemania está desarrollando actualmente su poderío militar, sus tropas han intervenido fuera de sus fronteras (Kosovo) por vez primera desde la IIª Guerra mundial. Sin embargo, su capacidad para proyectar su potencia militar no va más allá que de sus vecinos más cercanos de Europa del Este.

Incluso los expertos monetarios de la burguesía admiten que esa debilidad militar y los intereses contradictorios en el seno de la Unión son una seria amenaza para el euro: « Glyn Davies, autor de Una historia de la moneda desde los tiempos remotos a la actualidad, señaló que la mayor amenaza que a largo plazo se cierne sobre la unión monetaria en Europa serán las guerras o las “disputas sobre actitudes hacia países que están en guerra”.

“El aspecto político es donde está la dificultad” dijo. “Si se dispone de una fuerte unión política se podrán resistir muchos ataques. Pero si aparecen diferencias políticas, eso puede debilitar considerablemente la unión monetaria” » (International Herald Tribune, 29.12.2001).

Consecuentemente, por esta y otras razones, el euro verá dificultado el arrebatar al dólar la confianza de la economía mundial.

Por todo ello, no puede considerarse que la dominación del dólar sobre la economía mundial sea la razón válida para la enorme campaña militar llevada a cabo en Afganistán. Como decíamos en nuestro último Congreso internacional: “EE.UU quiere controlar esta región a causa de su petróleo; pero no para obtener ganancias económicas, sino para que Europa no pueda abastecerse de esa fuente de energía necesaria en caso de guerra. Podemos recordar que durante la Segunda Guerra mundial, en 1942, Alemania había dirigido una ofensiva sobre Bakú para tratar de apropiarse de esa fuente tan necesaria para mantener la guerra. La situación es diferente para Azerbaiyán y Turquía por ejemplo, para quienes la cuestión del petróleo representa un beneficio inmediato apreciable. Pero el reto central de la situación no es ese” (“Informe sobre las tensiones imperialistas”, Revista Internacional nº 107) ([4]).

¿Depende la hegemonía imperialista norteamericana del dólar?

La segunda cuestión que plantea el BIPR es: ¿depende el estatuto de superpotencia de EE.UU del papel predominante del dólar? Debemos contestar que no, al menos en la forma decisiva que sugiere el BIPR. Como hemos argumentado, es la supremacía militar de EE.UU la causa del estatuto del dólar: éste no es sino el resultado de aquélla. Por supuesto que la preeminencia económica y monetaria de los Estados Unidos en la economía mundial es un factor crucial para su supremacía militar. Pero lo militar y lo estratégico no se desprenden automática, mecánica e inmediata o proporcionalmente del poderío económico. Hay innumerables ejemplos que prueban lo anterior. Japón y Alemania son las potencias económicas mundiales más fuertes después de EE.UU, pero son enanos militares comparadas con Francia y Gran Bretaña, que aunque más débiles económicamente, poseen armamento nuclear. La URSS era extremadamente débil desde el punto de vista económico pero fue capaz de discutir la superpotencia americana en el ámbito militar durante 45 años. Y a pesar del relativo debilitamiento económico que se ha producido en Estados Unidos desde 1969, su fortaleza militar y estratégica respecto a sus más cercanos rivales se ha visto considerablemente aumentada.

EE.UU, como cualquier otro país, no puede confiar en las capacidades de su moneda para ver garantizada automáticamente su posición imperialista. Por el contrario, los Estados Unidos deben continuar dedicando enormes y costosos recursos a la defensa de sus intereses militares y estratégicos para poner a prueba y aventajar a sus principales rivales imperialistas, y reducir así sus pretensiones de desafiar su liderazgo mundial. La campaña antiterrorista puesta en marcha por EE.UU desde el 11 de Septiembre ha marcado un éxito significativo en esta lucha imperialista. Ha obligado a las demás potencias a apoyar sus objetivos militares y estratégicos, sin dejar a ninguna de ellas más que unas pocas migajas de prestigio por su apoyo al rápido éxito militar de las fuerzas americanas en Afganistán sobre el régimen talibán. Al mismo tiempo ha incrementado su peso estratégico en Asia central. La exhibición de su superioridad militar ha sido tan devastadora que su renuncia al Tratado Antimisiles con Rusia, ha evocado sólo unas tímidas críticas por parte de los anteriormente vociferantes oponentes en las capitales europeas. Los EE.UU pueden ahora extender más fácilmente sus campañas “antiterroristas” a otros países.

Todavía es difícil medir si la ofensiva norteamericana de los últimos 3 meses ha hecho más seguros que antes los suministros de petróleo para EE.UU, o si ha reforzado la aplastante superioridad del dólar sobre el euro. La verdadera victoria de EE.UU se sitúa en los planos militar y estratégico, como así sucedió ya tras la guerra del Golfo. Los beneficios económicos serán tan difíciles de encontrar como lo fueron también entonces.

El control del petróleo para tener ventajas económicas no es la causa decisiva que hace que EE.UU se gaste miles de millones de dólares por mes en la guerra de Afganistán, y ponga en peligro la estabilidad de Pakistán, por donde el supuesto oleoducto debería continuar tras abandonar Afganistán.

La CWO ya mostraba en un artículo publicado en 1997 (“Tras los talibanes se encuentra el imperialismo EE.UU”) que no había nada intrínseco al régimen talibán que amenazara los intereses petroleros de EE.UU. Al contrario, los EE.UU veían este régimen como un factor de estabilidad comparado con sus predecesores. Incluso tras albergar a Osama Bin Laden, el régimen no presentaba obstáculos que fueran insuperables para acomodarse a EE.UU y sus intereses ([5]).

El papel del petróleo en la guerra imperialista de nuestros días

La época en la que las potencias capitalistas iban a la guerra para obtener beneficios económicos directos o inmediatos, representó una fase embrionaria en la evolución del imperialismo que apenas duró más allá del siglo XIX. Una vez que las principales potencias imperialistas se hubieron dividido el mundo entre sí bajo la forma colonial o de áreas de influencia, la posibilidad de un beneficio económico directo de la guerra se ha convertido en algo cada vez más improbable. Cuando la guerra se convierte en un problema de conflicto militar con otras potencias imperialistas, empezaron a predominar unas consideraciones estratégicas de mayor calado, acarreando la preparación industrial y los gastos a una escala masiva. La guerra acaba siendo menos una cuestión de beneficio económico y más un problema de supervivencia de cada Estado a expensas de sus rivales.

La ruina de muchas de las potencias capitalistas contendientes en las dos guerras mundiales atestigua que el imperialismo, en vez de ser la “fase superior” del capitalismo como pensaba Lenin, es más bien una expresión de su período de decadencia, en la que el capitalismo se ve forzado, dados los límites nacionales de su propio sistema, a “hacer humo” de hombres y máquinas en el campo de batalla en lugar de valorarlos en el proceso productivo ([6]).

En lugar de que la guerra esté al servicio de la economía, ésta se ha puesto al servicio de la guerra, y las materias primas no están fuera de ese principio general. Si las potencias imperialistas quieren controlar materias primas cruciales como el petróleo, no es porque la burguesía crea, como sí lo hace el BIPR, que esto les asegurará la salud de sus beneficios o de su moneda, sino a causa de su importancia militar.“El mayor programa de construcción militar en tiempo de paz en la historia norteamericana fue ejecutado por el Comité de servicios de armamento de la Cámara. Un informe al Comité de asuntos exte­riores del Parlamento llamaba la atención sobre la importancia estratégica del Medi­terráneo Oriental y de Oriente Medio ‘al menos tan relevante como el propio área del Tratado del Atlántico Norte’. Es necesario el establecimiento de bases en los Estados árabes y en Israel para proteger las rutas marítimas y aéreas. La protección de esta región es vital, señala el informe ‘porque esta área se asienta sobre gigantescas reservas de petróleo que el mundo libre necesita ahora para su esfuerzo militar cada vez más extenso’” (International Herald Tribune, 1951).

El imperialismo EE.UU ha sido bastante sincero: el control del petróleo es importante ante todo por razones militares, así podía garantizar su suministro a sus propios ejércitos en tiempos de guerra y cortar su acceso a los ejércitos enemigos de los países rivales.

El verdadero envite revelado por la guerra en Afganistán

Aunque el BIPR reconoce que el capitalismo se encuentra en su etapa histórica de decadencia, este marco teórico desaparece cuando trata de comprender la guerra imperialista actual. La necesidad económica fundamental del capitalismo es todavía la de la acumulación de capital, pero las relaciones de producción que en su día le aseguraron su fantástico desarrollo le impiden ahora encontrar suficientes campos de expansión. La producción creciente se dirige hacia la destrucción en lugar de hacia la reproducción de la riqueza. La comprensión de que la guerra, mientras se hace cada vez más y más necesaria para la burguesía, ha dejado de ser beneficiosa para el sistema capitalista en su conjunto no supone por tanto ninguna negación del materialismo marxista, sino una expresión de la capacidad de éste de comprender las fases sucesivas que atraviesa un sistema económico, en particular desde su fase ascendente a la etapa decadente. En esta última etapa, las exigencias económicas continúan apremiando a la burguesía, sobre todo en los períodos de crisis abierta, no hacia la guerra por un beneficio financiero inmediato o particular, sino hacia una lucha global y en última instancia suicida por obtener una supremacía militar sobre las naciones rivales.

Solo si aplicamos las implicaciones de la decadencia capitalista a los conflictos imperialistas actuales podemos mostrar a la clase obrera el enorme peligro que representa la guerra en Afganistán, y aquellos conflictos que, inevitablemente vendrán después. El BIPR, por su parte, tiende a ofrecer al proletariado una imagen falsa y peligrosamente confiada de un sistema que, como en su fase juvenil, es aún capaz de subordinar sus objetivos militares a las necesidades de la expansión económica.

Más aún, con esta falsa concepción de un imperialismo europeo, unido en torno al euro, el BIPR da una impresión de una evolución relativamente estable del capitalismo mundial hacia dos nuevos bloques imperialistas. Al contrario, los intereses antagónicos y contradictorios de unas potencias europeas frente a otras, así como, frente a EE.UU señala la entrada de un período diferente de la decadencia capitalista. Indica una fase terminal de descomposición en la que, incluso si Alemania intentara afirmarse como polo alternativo a Estados Unidos, el caos imperialista es lo predominante, y en la que los conflictos militares no harán sino multiplicarse de una manera catastrófica.

Es muy cierto pues que la guerra en Afganistán tiene que ver con el mantenimiento y el reforzamiento por parte de EE.UU de su posición como única superpotencia mundial. Pero esa situación no está determinada por factores económicos específicos, como el control del petróleo, tal y como lo plantea el BIPR. Depende mucho más de cuestiones geoestratégicas, de la capacidad de los Estados Unidos de alcanzar una supremacía militar en áreas clave del mundo, y de impedir que sus rivales puedan poner en cuestión seriamente sus posiciones. Son áreas del mundo, que como Afganistán, ya demostraron su valor estratégico para las potencias imperialistas mucho antes de que el petróleo llegara a conocerse como el “oro negro”. No fue por el petróleo si el Imperio británico del siglo XIX envío en dos ocasiones a sus ejércitos a Afganistán y acabó logrando instalar allí un dirigente fantoche. La importancia de Afganistán no deriva del hecho de que pueda alojar un posible oleoducto, sino por su posición central entre las potencias imperialistas de Oriente Medio y Lejano, así como las del sur de Asia. Su control aumentará enormemente el poder de EE.UU no sólo en esa región, sino respecto a los principales imperialismos europeos.

Estados Unidos alcanzó su posición imperialista dominante esencialmente porque salió victorioso de las dos guerras mundiales. La clave para conservar esa posición estará también basada fundamentalmente en lo militar.

Como


[1] Ver los libros editados por la CCI, La Izquierda comunista italiana, y La Izquierda comunista germano-holandesa.

[2] Ver, por ejemplo, “Los revolucionarios denuncian la guerra imperialista” en World Revolution (publicación de la CCI en Gran Bretaña) nº 249, noviembre de 2001

[3] En la Revista comunista internacionalista nº 10, el BIPR reconoce incluso la importancia de las cuestiones estratégicas y militares sobre las económicas: «Sigue estando entonces en manos del liderazgo político y del ejército el establecer la dirección política de cada estado en función de una única exigencia: una valoración de cómo alcanzar la victoria militar ya que ésta anula ahora la victoria económica» (“Final de la guerra fría: nuevos pasos hacia un nuevo alineamiento imperialista”).

[4] Hay que subrayar aquí que el BIPR se equivoca sencillamente ya en los hechos cuando dice que: “La región que rodea el mar Caspio es el mayor paraje conocido del mundo por sus reservas sin explotar de petróleo”. Las reservas conocidas de petróleo de toda Rusia ascienden a 63 mil millones de barriles, las de los cinco productores principales de Oriente Medio a más de diez veces esa cantidad; solo ya Arabia Saudí posee más del 25 % de las reservas mundiales conocidas. Además el crudo saudí es mucho más rentable (considerando solo el aspecto económico que tanto le gusta al BIPR), pues solo sale a un dólar por barril extraído y sin el enorme costo que implica la necesaria construcción de oleoductos a través de las montañas de Afganistán o del Cáucaso.

[5] Un libro reciente: Ben Laden: la verité interdite (La verdad prohibida) de Jean-Charles Brisard y Guillaume Dasquie (editions Denoel, París, 2001), trata sobre la diplomacia encubierta entre el gobierno norteamericano y el régimen talibán hasta el 11 de Septiembre, y tiende a señalar la conclusión opuesta a la que plantea el BIPR a propósito de las relaciones entre los intereses petroleros norteamericanos y el desarrollo de las hostilidades militares con Afganistán. Hasta el 17 de julio de 2001, EE.UU intentaba resolver diplomáticamente sus problemas pendientes con el régimen talibán, tales como la extradición de Bin Laden por su ataque al navío norteamericano “Cole”, así como a las embajadas de EE.UU en Nairobi y Dar es Salaam. Y los talibanes no eran ni mucho menos reacios a discutir estas cuestiones. De hecho tras la toma de posesión de Bush, los talibanes propusieron una especie de reconciliación que desembocase finalmente en un reconocimiento diplomático mutuo. Pero a partir de julio de 2001, EE.UU rompió efectivamente esas relaciones, enviando un mensaje muy provocador a los talibanes amenazándoles con acciones militares para detener a Bin Laden, y anunciando que estaban discutiendo con el antiguo monarca Zahir Sha la posibilidad de volver a poner en el trono de Kabul. Esto hace suponer que las intenciones guerreras de EE.UU estaban ya decididas antes del 11 de septiembre y de que el ataque terrorista fuera su pretexto. También nos sugiere que no eran los talibanes quienes impedían un proceso diplomático que hubiera conducido a un Afganistán más estable para los intereses petroleros de EE.UU, sino el propio gobierno norteamericano, el cual tenía otras prioridades. En lugar de la fórmula que plantea el BIPR: una guerra en Afganistán que sirva para estabilizar el país para un oleoducto, los hechos apuntan más bien a una guerra que ha desestabilizado la región entera en aras al objetivo más importante de la superioridad militar y geoestratégica de EE.UU.

[6] El capital se acumula o se “valora” mediante la extracción de sobretrabajo de la clase obrera.

 

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