Texto de Orientación sobre la confianza y la solidaridad (I)

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Publicamos a continuación amplios extractos de la primera parte de un texto de orientación discutido en la CCI durante el verano del 2001 y adoptado por la Conferencia extraordinaria de nuestra organización a finales de marzo del 2002. El texto se refiere a las dificultades organizativas qua ha atravesado la CCI durante el período reciente, de las cuales ya hemos dado parte en nuestro artículo “El combate por la defensa de los principios organizativos” publicado en la Revista internacional nº 110, así como en nuestra prensa territorial.

Al no poder aquí repetir lo que se ha dicho en estos artículos, animamos al lector a remitirse a ellos para lograr una mayor comprensión de las cuestiones tratadas. Hemos añadido al texto, sin embargo, cierta cantidad de notas para facilitar la lectura así como también hemos vuelto a formular ciertos pasajes que solo eran comprensibles para los militantes de la CCI –pues hacen referencia a discusiones internas–, y podían resultar herméticos para el lector.

“ Non ridere, non lugere,
neque detestari, sed intelligere”

(“Ni reír, ni llorar, ni maldecir sino comprender”) La Ética, B. Spinoza

Los debates actuales en la CCI sobre la solidaridad y de la con-fianza comenzaron en los años 1999 y 2000, en respuesta a una serie de debilidades, habidas en el seno de nuestra organización, relacionadas con esos problemas fundamentales. Detrás de incumplimientos concretos en la afirmación de la solidaridad hacia algunos camaradas con dificultades, hemos identificado una debilidad más profunda para desarrollar una actitud permanente y cotidiana de solidaridad entre los militantes. Detrás de ciertas manifestaciones repetidas de inmediatismo a la hora de analizar la lucha de clases y de intervenir en ella (la negativa, por ejemplo, a reconocer la amplitud del retroceso desde 1989) y detrás de una tendencia marcada a consolarnos con “pruebas inmediatas” que supuestamente confirmarían el curso histórico, hemos puesto en evidencia una carencia fundamental de confianza en el proletariado y en nuestro propio marco de análisis. Detrás de la degradación del tejido organizativo que empezó a concretarse particularmente en la sección de la CCI en Francia, hemos sido capaces de reconocer no sólo una falta de confianza entre distintas partes de la organización sino también desconfianza en nuestro propio modo de funcionamiento.

Por otra parte, el haber tenido que encarar algunas expresiones de falta de confianza en nuestras posiciones fundamentales, en nuestros análisis históricos y principios organizativos, de desconfianza entre camaradas y órganos de centralización, nos ha obligado a ir más allá de cada caso particular y plantearnos las cosas de manera más general y fundamental y por lo tanto de manera teórica e histórica.

Más en particular, la reaparición del clanismo (1) en el corazón mismo de la organización nos ha exigido profundizar nuestra comprensión de esas cuestiones. Como lo recoge la resolución de actividades del XIVº Congreso de la CCI:

“… el combate de los años 90 estaba necesariamente dirigido contra el espíritu de círculo y los clanes. Pero, como ya lo dijimos entonces, los clanes eran una falsa respuesta a un problema real: el de la falta de confianza y de solidaridad proletarias en el seno de nuestra organización. Por eso es por lo que la abolición de los clanes existentes no ha resuelto automáticamente ni el problema de la creación en la organización de un espíritu de partido ni el de la instauración de una verdadera fraternidad en nuestras filas, ya que su resolución sólo puede ser el resultado de un esfuerzo profundamente consciente.

“A pesar de haber insistido, en aquel entonces, en que el combate contra el espíritu de círculo es permanente, ha subsistido la idea según la cual –como fue ya el caso en tiempos de la Primera y Segunda internacionales– el problema estaba básicamente ligado a una fase de inmadurez ya superada..

“En realidad, tanto el peligro del espíritu de círculo como el del clanismo están hoy todavía más presentes y son más insidiosos que lo fueron en la época de Marx contra Bakunin o la de Lenin contra el menchevismo. De hecho, existe un paralelismo entre las dificultades actuales de la clase en su conjunto para recuperar tanto su identidad de clase como sus reflejos elementales de solidaridad entre los proletarios que la componen, y las dificultades de la organización de revolucionarios para mantener un espíritu de partido en el funcionamiento cotidiano.

“En ese sentido, al plantearnos las cuestiones de la confianza y la solidaridad como cuestiones centrales del periodo histórico, la organización ha iniciado la continuación de la lucha de 1993, agregándole una dimensión “en positivo” y profundizando pues en el sentido de armarse contra la intrusión de errores organizativos de naturaleza pequeño burguesa.”

El debate actual concierne así, directamente, tanto la defensa como, incluso, la supervivencia de la organización. Y precisamente por estas razones es esencial desarrollar al máximo todas las implicaciones teóricas e históricas de esas cuestiones. Por esto, en relación con los problemas organizativos a los que estamos hoy enfrentados, existen dos enfoques fundamentales: uno, la puesta al desnudo de las debilidades organizativas y de las incomprensiones que han permitido el resurgir del clanismo, y otro, el análisis concreto del desarrollo de esta dinámica. De ambos se ocupará el informe que presentará la Comisión de investigación (2). Este Texto de orientación, por su parte, trata esencialmente de elaborar un marco teórico que permita una comprensión histórica en profundidad y una resolución de esos problemas.

De hecho, es esencial comprender que el combate por el espíritu de partido tiene una dimensión teórica indispensable. Ha sido precisamente la pobreza del debate sobre la confianza y la solidaridad, hasta el presente, uno de los factores que más ha potenciado el desarrollo del clanismo. El hecho mismo de que este Texto de orientación haya sido escrito no al iniciarse el debate sino un año después, es testimonio de las dificultades que la organización ha tenido hasta ser capaz de encarar esas cuestiones. Pero la mejor prueba de esas debilidades es el hecho que el debate sobre la confianza y la solidaridad ha estado acompañado… ¡de un deterioro sin precedentes de los lazos de confianza y de solidaridad entre camaradas!

Estamos aquí, en realidad, ante problemas fundamentales del marxismo, que son la base misma de nuestra comprensión de la naturaleza de la revolución proletaria, que son parte íntegra de la plataforma y de los estatutos de la CCI. En este sentido, la pobreza del debate nos recuerda que los peligros de atrofia teórica, de esclerosis, son permanentes para una organización revolucionaria.

La tesis central de este Texto de orientación es que la dificultad para desarrollar en la CCI una confianza y una solidaridad profundamente arraigadas ha sido un problema fundamental a lo largo de toda su historia. Esta debilidad es a la vez el resultado de las características esenciales del periodo histórico que se abre en 1968. Es una debilidad no únicamente de la CCI sino de toda la generación de proletarios involucrada en este período. Como pone de relieve la resolución del XIVo Congreso:

“Es un debate que debe movilizar al conjunto de la CCI hacia una reflexión profunda ya que contiene las potencialidades para intensificar nuestra comprensión tanto de lo que es la construcción de una organización dotada de una vida verdaderamente proletaria como del período histórico en el que estamos viviendo.”

Lo que por lo tanto está en juego va más lejos que la cuestión organizativa en sí misma. Particularmente, la cuestión de la confianza afecta a todos los aspectos de la vida del proletariado y del trabajo de los revolucionarios –del mismo modo que la desconfianza en la clase se manifiesta igualmente por el abandono de las adquisiciones programáticas y teóricas.

1. Los efectos de la contrarrevolución sobre la confianza en sí 
y sobre las tradiciones de solidaridad
de las generaciones contemporáneas del proletariado

a) En la historia del movimiento marxista, no hemos encontrado un solo texto escrito sobre la confianza o sobre la solidaridad. Y, sin embargo, esas cuestiones son centrales en muchas de las contribuciones fundamentales del marxismo, desde La Ideología alemana y El Manifiesto comunista hasta ¿Reforma social o revolución? y El Estado y la revolución. La ausencia de una discusión específica sobre estas cuestiones en el movimiento obrero pasado no indica que tengan un carácter secundario. Todo lo contrario. Son tan fundamentales y evidentes que nunca fueron planteadas por sí ni en sí mismas sino, siempre, en respuesta a otros problemas planteados.

Si estamos obligados hoy a dedicar un debate específico y un estudio teórico a esos temas, es porque han perdido su carácter de “evidencia”.

Esta pérdida es el resultado de la contrarrevolución que comenzó en los años veinte y de la ruptura de la continuidad orgánica de las organizaciones políticas proletarias que esa ruptura causó. Por esta razón, para entender lo que significa experiencia de confianza y de solidaridad vivas en el seno del movimiento obrero, es necesario distinguir dos fases en la historia del proletariado. Durante la primera fase, que va desde los inicios de su autoafirmación como clase autónoma hasta la oleada revolucionaria de 1917 a 1923, la clase obrera fue capaz, a pesar de una serie de derrotas a menudo sangrientas, de desarrollar de manera más o menos contínua su confianza en sí misma y su unidad política y social. Las manifestaciones más importantes de esa capacidad fueron, además de las luchas obreras mismas, el desarrollo de una visión socialista, de una capacidad teórica, de una organización política revolucionaria. Esta acumulación, resultado de un trabajo de decenios y de varias generaciones de proletarios fue interrumpida, incluso destrozada, por la contrarrevolución. Sólo minúsculas minorías revolucionarias fueron capaces de mantener su confianza en el proletariado durante los decenios posteriores. Al poner fin a la contrarrevolución, el resurgir histórico de la clase obrera en 1968 empezó a darle la vuelta a esa tendencia. Sin embargo, las expresiones de confianza en sí y de solidaridad de clase de esta nueva generación proletaria no derrotada permanecieron en su mayor parte arraigadas en las luchas inmediatas. No se basaban todavía, como en el periodo anterior a la contrarrevolución, en una visión socialista ni en una formación política, en una teoría de clase ni en la transmisión de la experiencia acumulada y la comprensión teórica de una generación a otra. En otros términos, la confianza en sí, histórica, del proletariado, y su tradición de unidad activa y de combate colectivo son uno de los aspectos de su combate que más ha sufrido la ruptura de la continuidad orgánica. Igualmente, son los aspectos más difíciles de restablecer ya que dependen, más que muchos otros, de una continuidad política y social vivas. Esto da lugar a su vez a una particular vulnerabilidad de las nuevas generaciones de la clase y de sus minorías revolucionarias.

Primero y ante todo, fue la contrarrevolución estalinista lo que más contribuyó en socavar la confianza del proletariado en su propia misión histórica, en la teoría marxista y en las minorías revolucionarias. El resultado es que el proletariado desde 1968 tiende, más que las generaciones no derrotadas del pasado, a padecer el peso del inmediatismo, de la ausencia de una visión histórica a largo plazo. Al haberle robado gran parte de su pasado, la contrarrevolución y la burguesía de hoy han privado al proletariado de una visión clara de su futuro sin la cual la clase no puede desplegar una confianza más profunda en su propia fuerza.

Lo que distingue al proletariado de cualquier otra clase social de la historia es que desde su primera intervención como fuerza social independiente, ya propuso un proyecto de sociedad futura, basado en la propiedad colectiva de los medios de producción; como primera clase en la historia cuya explotación está basada en la separación radical entre productores y medios de producción y en la sustitución del trabajo individual por el trabajo socializado, su lucha de liberación se caracteriza por el hecho de que su combate contra los efectos de la explotación (común de todas las demás clases explotadas) ha estado siempre ligado al desarrollo de una visión de la sociedad en la que no cabe la explotación. Primera clase en la historia que produce de manera colectiva, el proletariado está llamado a fundar la nueva sociedad sobre una base colectiva consciente. Puesto que es incapaz, en tanto que clase sin propiedad, de ganar ningún poder en el seno de la sociedad actual, el significado histórico de su lucha de clase contra la explotación le revela a sí mismo y a la sociedad en su conjunto, el secreto de su propia existencia: ser el enterrador de la explotación y  de la anarquía capitalistas.

Por esta razón la clase obrera es la primera clase para la cual la confianza en su propia misión histórica es inseparable de la solución que ella aporta a la crisis de la sociedad capitalista.

Esta situación excepcional del proletariado, al ser la única clase de la historia que es a la vez explotada y revolucionaria, tiene dos consecuencias importantes:

  • su confianza en sí mismo es ante todo su confianza en el futuro y está por lo tanto basada, en un grado significativo, en un método histórico;
  • desarrolla en su lucha cotidiana un principio que corresponde a la tarea histórica que debe llevar a cabo, la solidaridad de clase, expresión de su unidad.

La dialéctica de la revolución proletaria es, pues, esencialmente la de la relación entre el objetivo y el  movimiento, entre la lucha contra la explotación y la lucha por el comunismo. La inmadurez natural de los primeros pasos de la “infancia” de la clase en el escenario histórico se caracteriza por un paralelismo entre el desarrollo de las luchas obreras y el de la teoría del comunismo. La interconexión entre ambos polos no fue entendida al principio por los propios participantes. Esto se reflejó, por un lado, en el carácter, a menudo ciego e instintivo, de las luchas obreras y, por otro, en el utopismo del proyecto socialista.

La maduración histórica del proletariado unió esos dos elementos. Esa maduración se concretó en las revoluciones de 1848-49 y sobre todo en el nacimiento del marxismo, la comprensión científica del movimiento histórico y del objetivo final del proletariado.

Dos décadas más tarde, la Comuna de Paris, producto de esa maduración, revela la esencia de la confianza del proletariado en su propio papel: la aspiración a tomar la dirección de la sociedad para transformarla según su propia visión política.

¿Qué origina esa sorprendente confianza en sí de una clase oprimida, desposeída, que concentra toda la miseria de la humanidad entre sus filas y que se reveló a sí misma con toda claridad desde 1870? Como la de todas las clases explotadas, la lucha del proletariado contiene un aspecto espontáneo. El proletariado no puede sino reaccionar a los ataques y las dificultades que le impone la clase dominante. Pero contrariamente a las luchas de todas las demás clases explotadas, las del proletariado tienen ante todo un carácter consciente. Los avances de su lucha son primero y ante todo producto de su propio proceso de maduración política. El proletariado de París era una clase educada políticamente y que había pasado por diferentes escuelas de socialismo, desde el blanquismo hasta el prudhonismo. Es esa formación política alcanzada durante los decenios precedentes lo que explica en gran medida la capacidad de la clase para desafiar de tal manera el orden dominante (como también explica los defectos de ese movimiento). Al mismo tiempo, 1870 también fue el resultado del desarrollo de una tradición consciente de solidaridad internacional que caracterizó todas las principales luchas desde los años 1860 en Europa occidental.

En otras palabras, la Comuna fue el producto de una maduración subterránea, caracterizada particularmente por la mayor confianza de la clase en su misión histórica y por una práctica más desarrollada de su solidaridad de clase. Una madurez cuyo punto culminante fue la Primera internacional.

Con la entrada del capitalismo en su período de decadencia se acentúa el papel central de la confianza y de la solidaridad, pues la revolución proletaria se inscribe en el orden del día de la historia. Por un lado, el carácter espontáneo del combate obrero tiene que desarrollarse más, pues el proletariado tropieza con la imposibilidad de organizar las luchas a través de los partidos de masas y de los sindicatos(3). Por otro lado, la preparación política de estas luchas, mediante el fortalecimiento de la confianza y la solidaridad, se hace aun más importante. Los sectores más avanzados del proletariado ruso que, en 1905, fueron los primeros en descubrir el arma de la huelga de masas y de los consejos obreros, habían pasado por la escuela del marxismo a través de una serie de fases: la de la lucha contra el terrorismo, la formación de los círculos políticos, las primeras huelgas y manifestaciones políticas, la lucha por la formación del partido de clase y las primeras experiencias de agitación de masas. Rosa Luxemburg, la primera en comprender el papel de la espontaneidad en la época de la huelga de masas, insiste en que sin tal escuela de socialismo los acontecimientos de 1905 jamás hubiesen sido posibles (ver Rosa Luxemburg, La Revolución rusa).

Pero es la oleada revolucionaria de 1917-23 y, sobre todo, la Revolución de octubre las que revelan más claramente el carácter de las cuestiones en torno a la confianza y la solidaridad. La quintaesencia de la crisis histórica estaba contenida en la cuestión de la insurrección. Por primera vez en la historia de la humanidad, una clase social estuvo en posición de cambiar deliberada y conscientemente el curso de los acontecimientos mundiales. Los bolcheviques recuperan el concepto de Engels sobre “El arte de la insurrección”. Lenin declara que la revolución es una ciencia. Trotski habla del “álgebra de la revolución”. A través del estudio de la realidad social, a través de la construcción de un partido de clase capaz de superar las pruebas de la historia, a través de una preparación paciente y vigilante del momento en el que las condiciones objetivas y subjetivas para la revolución estén reunidas, y mediante la audacia revolucionaria necesaria para aprovechar la ocasión, el proletariado y su vanguardia empezaron, en lo que es un triunfo de conciencia y de organización, a superar la alienación que condena a la sociedad a ser la víctima impotente de fuerzas ciegas. Al mismo tiempo, la decisión consciente de tomar el poder en Rusia y por tanto de asumir todas las adversidades de tal acto en interés de la revolución mundial, fue la expresión más elevada de la solidaridad de clase. Es una nueva cualidad en el camino ascendente de la sociedad, el inicio del salto desde el reino de la necesidad hasta el de la libertad. Y es la esencia de la confianza del proletariado en sí mismo y de la solidaridad entre sus filas.

b) Uno de los más viejos principios de la estrategia militar es la necesidad de ahogar la confianza y la unidad del ejército enemigo. Igualmente, la burguesía ha comprendido la necesidad de combatir estas cualidades en el proletariado. Particularmente, con el ascenso del movimiento obrero durante la segunda mitad del siglo XIX, la necesidad de destruir la idea de solidaridad obrera pasó a ser central en la visión del mundo de la clase capitalista, como lo atestigua la promoción de ideologías como el darwinismo social, la filosofía de Nietzche, el “socialismo” elitista del Fabianismo, etc. Sin embargo, justamente hasta que su sistema no entró en decadencia la burguesía no fue capaz de encontrar los medios para hacer retroceder esos principios en el seno de la clase obrera. En particular, la represión feroz que impuso al proletariado de Paris en 1848 y en 1870, y al movimiento obrero en Alemania bajo las Leyes antisocialistas (1878-1890), aunque provocaron retrocesos momentáneos en el progreso del socialismo no consiguieron dañar ni la confianza histórica de la clase obrera ni sus tradiciones de solidaridad.

Los acontecimientos de la Primera guerra mundial revelan que fue la traición de los principios proletarios por los partidos de la clase obrera misma, sobre todo por partes de las organizaciones políticas de la clase lo que destruyó esos principios “desde dentro”. La liquidación de esos principios en el seno de la socialdemocracia había comenzado ya a principios del siglo XX con el debate sobre el “revisionismo”. El carácter destructor, pernicioso de ese debate no sólo apareció en la penetración de posiciones burguesas y en el abandono progresivo del marxismo, sino y sobre todo, en la hipocresía que introducía en la vida de la organización. Aunque, formalmente, la posición de la Izquierda fue la que se adoptó, en realidad, el resultado principal de ese debate fue el aislamiento completo de la Izquierda, sobre todo en el partido alemán. Las campañas oficiosas de denigración contra quien estaba a la cabeza de la vanguardia en el combate contra el revisionismo, Rosa Luxemburg, descrita en los pasillos de los congresos del partido como un elemento extraño, sedienta incluso de sangre, preparaban ya el terreno para su asesinato en 1919.

De hecho, el principio fundamental de la contrarrevolución que comienza en los años veinte es la demolición de la idea misma de confianza y solidaridad. El principio despreciable del “chivo expiatorio”, barbarie de la Edad Media, reaparece en el capitalismo industrial con la caza de brujas de la Socialdemocracia contra los espartaquistas y del fascismo contra los judíos, tratadas como minorías “diabólicas” quienes, solas, impiden el retorno de la pacífica armonía a la Europa de posguerra. Pero es sobre todo el estalinismo, o sea la “punta de lanza” de la ofensiva burguesa, el que sustituyó los principios de confianza y solidaridad por los de la desconfianza y la denuncia entre los jóvenes partidos comunistas y quien despretigió el objetivo del comunismo y de los medios para lograrlo.

Sin embargo, la aniquilación de esos principios no se logró en una noche. Incluso durante la Segunda Guerra mundial, docenas de miles de familias obreras mantenían aun suficiente solidaridad como para arriesgar su vida ocultando a quienes estaban perseguidos por el Estado. Y ahí tenemos la lucha del proletariado holandés contra la deportación de los judíos para recordarnos que la solidaridad de la clase obrera constituye la única solidaridad real con el conjunto de la humanidad. Pero ese fue el último movimiento de huelga del siglo XX en el que los comunistas de izquierda tuvieron una influencia significativa (4).

Como sabemos, la contrarrevolución fue superada por una nueva generación de obreros, no derrotada, obreros que en 1968 tuvieron, una vez más, confianza para tomar en sus manos la extensión de su lucha y de su solidaridad de clase, para volver a plantear la cuestión de la revolución y para generar nuevas minorías revolucionarias. Ahora bien, traumatizada por la traición de todas las principales organizaciones obreras del pasado, esta nueva generación adoptó una actitud de escepticismo hacia la política, hacia su propio pasado, su teoría de clase, hacia su misión histórica. Eso no la protege del sabotaje de la izquierda del capital pero sí le impide restablecer las raíces de la confianza en sí misma y revivir de forma consciente su gran tradición de solidaridad. También las minorías revolucionarias están profundamente afectadas De hecho, por primera vez surge una situación en la que aún teniendo las posiciones revolucionarias un eco creciente en la clase, las organizaciones que las defienden no son reconocidas, incluso ni por los obreros más combativos, como pertenecientes a la clase.

A pesar de la impertinencia y la altanería de esta nueva generación pos-1968 que logró al principio coger por sorpresa a la clase dominante, tras su escepticismo hacia la política reside una profunda falta de confianza en sí misma. Jamás antes habíamos visto tal contraste entre, de un lado, su capacidad para implicarse en las luchas masivas, gran parte de ellas autoorganizadas; y de otro, la ausencia de esa seguridad elemental que caracterizó al proletariado desde los años 1848-50 hasta 1917-18. Y esa falta de confianza en sí marca, también profundamente, las organizaciones de la Izquierda comunista. No sólo las nuevas, como la CCI o la CWO, sino también a un grupo como el PCInt bordiguista, el cual, tras haber sobrevivido a la contrarrevolución, estalló a comienzos de los ochenta a causa de su impaciencia por ser reconocido por el conjunto de la clase. Como sabemos, el bordiguismo y el consejismo teorizaron, durante la contrarrevolución, esa pérdida de la confianza en sí mismo, estableciendo una separación entre los revolucionarios y la clase en su conjunto, llamando a una parte de la clase a desconfiar de la otra (5). Además ambas, la idea bordiguista de “la invariación” y su opuesta consejista de “un nuevo movimiento obrero”, son, teóricamente, falsas respuestas a la contrarrevolución a ese nivel. Pero la CCI, aunque haya rechazado tales teorizaciones, tampoco ha sido inmune a los daños causados en la confianza en sí mismo del proletariado y al deterioro de los cimientos en que se basa esa confianza.

Así podemos ver cómo, en este periodo histórico, la falta de confianza de la clase en sí misma, de los obreros en los revolucionarios y viceversa; la falta de confianza de las organizaciones en sí mismas, en su papel histórico, en la teoría marxista y en los principios organizativos heredados del pasado y la falta de confianza del conjunto de la clase en la naturaleza histórica, a largo plazo, de su misión están todas ligadas.

En realidad, esa debilidad política, heredada de la contrarrevolución, es uno de los principales factores que conforman la  fase de descomposición en que ha entrado el capitalismo. Cortado de su experiencia histórica, de sus armas teóricas y de la visión de su papel histórico, el proletariado carece de la confianza necesaria para llevar adelante una perspectiva revolucionaria. Con la descomposición, esta falta de confianza, esa falta de perspectiva lo acaba siendo para la sociedad entera, encarcelando a la humanidad en el presente (6). No es ninguna coincidencia si el periodo histórico de descomposición se inauguró con el hundimiento del principal vestigio de la contrarrevolución, o sea, los regímenes estalinistas. El resultado de ese desprestigio continuado de su objetivo de clase y de sus armas políticas es que el movimiento proletario está confrontado una vez más a una situación sin precedente histórico: una generación no derrotada pierde en gran medida su identidad de clase. Para salir de esa crisis deberá aprender de nuevo la solidaridad de clase, volver a desarrollar una perspectiva histórica, redescubrir en el ardor de la lucha de clases la posibilidad y la necesidad para las diferentes partes de la clase de confiar unas en las otras. El proletariado no ha sido derrotado. Ha olvidado pero no ha perdido las lecciones de sus combates. Lo que si ha perdido, sobre todo, es su confianza en sí mismo.

Por eso las cuestiones de la confianza y de la solidaridad están entre las principales claves de esta situación de atolladero, de estancamiento histórico. Ambas son centrales para el futuro de la humanidad, para el reforzamiento de la lucha obrera en los años por venir, para la construcción de la organización marxista, para la materialización de una perspectiva comunista en el seno de la lucha de clase.

2. Los efectos en el seno de la CCI
de las debilidades en la  confianza y la solidaridad

a) Como lo muestra el Texto de orientación de 1993 (7), todas las crisis, tendencias y escisiones en la historia de la CCI tienen sus raíces en la cuestión organizativa. Incluso cuando había importantes divergencias políticas, no hubo acuerdo sobre esas cuestiones entre los miembros de las “tendencias”, y esas divergencias tampoco justificaban una escisión y ciertamente menos el tipo de escisión irresponsable y prematura que ha acabado siendo la regla general en el seno de nuestra organización.

Como lo muestra el Texto de orientación del 93, todas esas crisis tienen como origen el espíritu de círculo y en particular el clanismo. De eso podemos concluir que a lo largo de la historia de nuestra Corriente el clanismo ha sido la manifestación principal de la pérdida de confianza en el proletariado y la causa principal de la puesta en entredicho de la unidad de la organización. Es más, como su evolución ulterior fuera de  la CCI lo ha confirmado frecuentemente, los clanes son el principal portador del germen de degeneración programática y teórica en nuestras filas (8).

Este hecho, puesto a la luz hace ocho años, es tan sorprendente que merece una reflexión histórica. El XIVº Congreso de la CCI ha comenzado ya esta reflexión mostrando, que en el movimiento obrero del pasado, el peso predominante del espíritu de círculo y del clanismo quedó limitado a los inicios del movimiento obrero mientras que la CCI ha estado atormentada por ese problema a lo largo de su existencia. La verdad es que la CCI es la única organización en la historia del proletariado en la cual la penetración de una ideología extraña se manifiesta, tan particular y dominantemente, a través de problemas organizativos.

Este problema sin precedentes debe entenderse dentro del contexto histórico de los tres últimos decenios. La CCI, heredera de la más elaborada síntesis de la herencia del movimiento obrero y en particular de la Izquierda comunista, (…) Pero la historia nos muestra que la CCI ha asimilado su herencia programática con más facilidad que su herencia organizativa. Ello es debido principalmente a la ruptura de la continuidad orgánica causada por la contrarrevolución. Primero porque es más fácil asimilar las posiciones políticas por el estudio y la discusión de textos del pasado que integrar las cuestiones organizativas que son una tradición viva cuya transmisión depende muy fuertemente de la existencia  de vínculos entre las generaciones. Segundo, porque el golpe asestado por la contrarrevolución a la confianza en sí de la clase ha afectado principalmente a su confianza en su misión política y en sus organizaciones políticas. Así, mientras que la validez de nuestras posiciones programáticas ha estado a menudo confirmada de manera espectacular por la realidad (y después  de 1989 esta validez ha sido incluso confirmada por un número creciente de elementos del pantano), nuestra construcción organizativa no ha tenido tan rotundo éxito. En 1989, fin del periodo de posguerra, la CCI no había dado ningún paso decisivo en términos de crecimiento numérico, difusión de su prensa, impacto de su intervención en la lucha de clases, ni en el nivel de reconocimiento de la organización por el conjunto de la clase.

Es, desde luego, una situación histórica paradójica. Por un lado, el fin de la contrarrevolución y la apertura de un nuevo curso histórico han favorecido el desarrollo de nuestras posiciones: la nueva generación no derrotada desconfiaba, más o menos abiertamente frente a la izquierda del capital, las elecciones burguesas, el sacrificio por la nación, etc. Pero por otro, nuestro militantismo comunista podríamos decir que es por lo general menos respetado que en la época de Bilan. Esta situación histórica ha generado dudas, profundamente arraigadas respecto a la misión histórica de la organización. Estas dudas han aflorado, con frecuencia a nivel político general, a través del desarrollo de concesiones abiertamente consejistas, modernistas o anarquistas –en otros términos, capitulaciones más o menos abiertas al ambiente dominante. Pero sobre todo, donde aparecen de manera más vergonzante es a nivel organizativo.

A eso hay que añadir que aunque en la historia de la lucha de la CCI por el espíritu de partido hay similitudes con las organizaciones del pasado – la asimilación de la herencia de los principios de funcionamiento de nuestros predecesores y su fijación a través de una serie de luchas organizativas– hay igualmente grandes diferencias. La CCI es la primera organización que forja el espíritu de partido no en condiciones de ilegalidad  sino dentro de una atmósfera impregnada de ilusiones democráticas. En lo que se refiere a esta cuestión la burguesía ha aprendido de la historia: no es la represión, sino el desarrollo de una atmósfera de desconfianza lo que constituye la mejor arma para la liquidación de la organización. Lo que es verdadero para el conjunto de la clase lo es también para los revolucionarios: es la traición a los principios internos lo que destruye la confianza proletaria.

El resultado es que la CCI no ha sido nunca capaz de desarrollar ese modo de solidaridad que en el pasado siempre se forjó en la clandestinidad y que constituye uno de los principales componentes del espíritu de partido. Además, el democratismo es el terreno ideal para el cultivo del clanismo ya que es la antítesis viva del principio proletario según el cual cada uno da lo mejor de sus capacidades a la causa común; favorece el individualismo, el informalismo y el olvido de los principios. No debemos olvidar que los partidos de la segunda Internacional fueron en gran parte destruidos por el democratismo y que incluso el triunfo del estalinismo ha sido democráticamente legitimado, como lo puso de relieve la Izquierda italiana (…).

b) Es evidente que el peso de todos esos factores negativos se ha multiplicado con la apertura del periodo de descomposición. No repetiremos lo que ha dicho la CCI sobre este tema. Lo que es importante aquí es que como la descomposición tiende a dislocar las bases sociales, culturales, políticas, ideológicas de la comunidad humana, minando en particular la confianza y la solidaridad; hay, actualmente, en la sociedad una tendencia a reagruparse en clanes, camarillas, bandas… Estos agrupamientos, cuando no están basados en intereses comerciales o en otros intereses materiales, tienen frecuentemente un carácter irracional, basado en lealtades personales en el seno del grupo y en odios con frecuencia absurdos hacia enemigos ­ reales o imaginarios. En realidad ese fenómeno es, en parte, un retorno, en el contexto actual, a formas atávicas completamente pervertidas de confianza y solidaridad que reflejan la pérdida de confianza en las estructuras sociales existentes y un intento de protegerse de la creciente anarquía en la sociedad. Ni que decir tiene que estos agrupamientos, lejos de representar una respuesta a la barbarie de la descomposición, son una expresión de ésta. Es significativo que hoy estén afectadas las dos clases principales de la sociedad. De hecho, por ahora sólo los sectores más fuertes de la burguesía parecen ser más o menos capaces de resistir al desarrollo de ese fenómeno. Para el proletariado el grado con que le afecta a su vida cotidiana este fenómeno es sobre todo la manifestación del daño causado a su identidad de clase y a la necesidad que se deriva de él: recuperar su solidaridad de clase.

Como se dijo en el XIVo Congreso de la CCI: a causa de la descomposición la lucha contra el clanismo no la hemos dejado atrás sino que está delante de nosotros.

c) Así pues, podemos decir que el clanismo es la expresión principal de la pérdida de confianza en el proletariado en la historia de la CCI. Pero la forma que toma es la de una desconfianza abierta no hacia la organización sino hacia una parte de ésta. En realidad y sin perder de vista lo anterior, lo que da sentido a su existencia es la puesta en entredicho de la unidad de la organización y de sus principios de funcionamiento. Por eso el clanismo, aunque inicie su andadura partiendo de una preocupación correcta y con una confianza más o menos intacta, va desarrollando necesariamente tal desconfianza hacia quienes no están de su lado hasta llegar a la paranoia abierta. En general, quienes son víctimas de esta dinámica son de hecho inconscientes de esta realidad. Eso no quiere decir que un clan no tenga cierta conciencia de lo que hace. Pero es una falsa conciencia que sirve para engañarse a sí mismo y engañar a los demás.

El texto de orientación de 1993 explicaba ya las razones de ésta vulnerabilidad que en el pasado afectó a militantes como Martov, Plejanov o Trotski: el peso particular del subjetivismo en las cuestiones organizativas. (…)

En el movimiento obrero el clanismo ha tenido casi siempre por origen la dificultad de distintas personalidades para trabajar conjuntamente. En otros términos, el clanismo representa una derrota frente a la etapa inicial de la construcción de cualquier comunidad. Por esa razón las actitudes clánicas aparecen a menudo en los momentos en que llegan nuevos miembros o en los de formalización y de desarrollo de estructuras organizativas. En la Primera Internacional fue la incapacidad del recién llegado, Bakunin, para “encontrar su sitio” lo que cristalizó los resentimientos preexistentes hacia Marx. En 1903 al contrario, fue la preocupación acerca del estatuto de la “vieja guardia” lo que provocó lo que acabó siendo, en la historia, el menchevismo. Eso, evidentemente, no impidió a un recién llegado como Lenin defender el espíritu de partido, ni a un Trotski, quien con su llegada provocó más de un resentimiento, ponerse junto a quienes habían tenido miedo de él (9).

(…)

Es precisamente porque el espíritu de partido supera el individualismo, por lo que es capaz de respetar la personalidad y la individualidad de cada uno de sus miembros. El arte de la construcción de la organización consiste, ni más ni menos, en tomar en consideración todas esas personalidades, tratar de armonizarlas al máximo y permitir a cada una dar lo mejor de sí mismas a la colectividad. El clanismo, al contrario, se cristaliza precisamente en torno a una desconfianza hacia las personalidades y su distinto peso en el entorno. Por eso es tan difícil identificar una dinámica clánica al principio. Incluso si muchos camaradas sienten el problema, la realidad del clanismo es tan sórdida y ridícula que se necesita coraje para declarar que “El emperador va desnudo”, como en el cuento tradicional recogido por Andersen (El nuevo traje del emperador).

Como lo resaltó en cierta ocasión Plejánov, en la relación entre la conciencia y las emociones, éstas últimas desempeñan el papel conservador. Pero eso no quiere decir que el marxismo comparta el desprecio racionalista burgués hacia ese papel. Hay emociones que sirven y otras que perjudican a la causa del proletariado. Es cierto que la misión de este último no se realizará sin un desarrollo gigantesco de su pasión revolucionaria, sin una voluntad inquebrantable de vencer, sin un desarrollo inaudito de la solidaridad, de la generosidad y del heroísmo sin los cuales las pruebas de la lucha por el poder y de la guerra civil no podrían nunca ser soportadas. Y sin el cultivo consciente de los rasgos sociales e individuales de la verdadera humanidad, una sociedad nueva no puede fundarse. Estas cualidades no hay que considerarlas como precondiciones. Hay que forjarlas en la lucha, como decía Marx.

3. El papel de la confianza y de la solidaridad
en el progreso de la humanidad

[…]

Contrariamente a la actitud de la burguesía revolucionaria para quien el punto de arranque de su radicalismo fue el rechazo del pasado, el proletariado ha basado siempre, conscientemente, su perspectiva revolucionaria en todas las adquisiciones de la humanidad que le han precedido. Fundamentalmente, el proletariado es capaz de desarrollar tal visión histórica porque su revolución no defiende ningún interés particular opuesto a los intereses de la humanidad en su conjunto. Por tanto, la preocupación del marxismo, en todas las cuestiones teóricas planteadas por esta misión, ha sido siempre tomar como punto de partida todas las adquisiciones que le han sido trasmitidas. Para nosotros no solamente la conciencia del proletariado sino la de la humanidad en su conjunto es algo que se acumula y se trasmite a través de la historia. Tal fue la preocupación y el modo de hacer de Marx y Engels respecto a la filosofía clásica alemana, la economía política inglesa o el socialismo utópico francés.

También debemos entender aquí que la confianza y la solidaridad proletarias son concreciones específicas de la evolución general de esas cualidades en la historia de la humanidad. Sobre estas dos cuestiones la tarea de la clase obrera es ir más allá de lo ya realizado, pero, para realizarlo, la clase debe basarse en lo ya cumplido.

Las cuestiones planteadas aquí son de una importancia histórica fundamental. Sin una mínima solidaridad como base es imposible realizar la sociedad humana. Y sin al menos  una confianza mutua rudimentaria ningún proceso social es posible. En la historia, la ruptura de esos principios siempre ha desembocado en la barbarie.

a) La solidaridad es una actividad práctica de apoyo mutuo entre los seres humanos en su lucha por la existencia. Es una expresión concreta de la naturaleza social de la humanidad. Contrariamente a impulsos tales como la caridad o el sacrificio personal que presuponen la existencia de un conflicto de intereses, la base material de la solidaridad es una comunidad de intereses. Por eso la solidaridad no es un ideal utópico sino una fuerza material tan vieja como la propia humanidad. Pero ese principio, que representa el medio más eficaz y a la vez colectivo de defender sus propios intereses materiales “sórdidos”, puede alumbrar las acciones más desinteresadas incluso el sacrificio de su propia vida. Este hecho, que el utilitarismo burgués no ha sido nunca capaz de explicar, resulta de la simple realidad según la cual, a partir del momento en que existen intereses comunes, las partes se someten al bien común. La solidaridad es pues la superación no del “egoísmo” sino del individualismo y del particularismo en interés del conjunto. Por eso, la solidaridad es siempre una fuerza activa caracterizada por la iniciativa y no por la actitud de esperar la solidaridad de los demás. Allí donde reina el principio burgués de cálculo de las ventajas y de los inconvenientes no hay solidaridad posible.

Aunque en la historia de la humanidad la solidaridad entre los miembros de la sociedad fue primeramente un reflejo instintivo, según la sociedad humana se iba haciendo más compleja y conflictiva más alto era el nivel de conciencia necesario para su desarrollo. En ese sentido la solidaridad de clase del proletariado constituye la forma más alta de la solidaridad humana hasta ahora.

No obstante, para que florezca la solidaridad no basta con la conciencia de su necesidad en general, también es necesario cultivar las emociones sociales. Para desarrollarse, la solidaridad requiere un marco cultural y organizativo que favorezca su expresión. Si tal marco se da en un agrupamiento social, es posible el desarrollo de costumbres, tradiciones y reglas “no escritas” de solidaridad que pueden trasmitirse de una generación a otra. En ese sentido, no tiene solamente un impacto inmediato sino también histórico.

Pero a pesar de tales tradiciones, la solidaridad tiene siempre un carácter voluntario. Por eso, la idea del Estado como encarnación de la solidaridad, que cultivaron en particular la socialdemocracia y el estalinismo, es una de las más grandes mentiras de la historia. La solidaridad no puede jamás ser impuesta contra la voluntad. Ella no es posible sin que quienes expresan la solidaridad y quienes la reciben compartan la convicción de su necesidad. La solidaridad es el cemento que mantiene cohesionado un grupo social, el catalizador que transforma un grupo de individuos en una sola fuerza unida.

b) Como la solidaridad, la confianza es una expresión del carácter social de la humanidad. Como tal presupone también una comunidad de intereses. No puede existir sino en relación con otros seres humanos que comparten objetivos y actividades. De ahí se derivan sus dos componentes fundamentales: confianza mutua de los participantes y confianza en el objetivo compartido. Las bases principales de la confianza social son siempre un máximo de claridad y de unidad.

Sin embargo, la diferencia esencial entre el trabajo humano y el trabajo animal, entre el trabajo del arquitecto y la construcción de una colmena por las abejas, como dice Marx, reside en la premeditación de ese trabajo sobre la base de un plan (10). Por eso la confianza va siempre ligada al futuro, a algo que en el presente no existe sino en forma de idea o de teoría. Por eso también la confianza mutua es siempre concreta, basada en las capacidades de una comunidad para llevar a cabo una tarea determinada.

También, contrariamente a la solidaridad que es una actividad y que no existe sino en el presente, la confianza es ante todo una actividad encaminada al futuro. Eso es lo que le da su carácter enigmático, difícil de definir o identificar, difícil de mantener o desarrollar. No hay casi ninguna otra faceta de la vida humana sobre la que haya habido tanto equívoco y tanto autoengaño. De hecho la confianza está basada en la experiencia, en lo aprendido a fuerza de tanteos, de ir probando hasta poder establecer objetivos realistas y desarrollar los medios apropiados. Ya que su cometido es posibilitar el nacimiento de un proyecto, ella no pierde nunca su carácter teórico. Ninguna de las grandes realizaciones de la humanidad habría sido jamás posible sin esta capacidad de perseverar en una tarea realista pero difícil en ausencia de resultados inmediatos. La ampliación del alcance de la conciencia es lo que permite el crecimiento de la confianza, mientras que el impacto de fuerzas ciegas e inconscientes sobre la naturaleza, la sociedad y el individuo tiende a destruir esa confianza. No es tanto la existencia de peligros lo que asfixia la confianza humana sino, más que nada, la incapacidad para comprenderlos. La vida plantea constantemente nuevos peligros, la confianza es particularmente frágil y aunque se necesitan años para desarrollarla es fácil destruirla del día a la mañana.

Como la solidaridad, la confianza no puede ser ni decretada ni impuesta, pero requiere una estructura y una atmósfera adecuadas para su desarrollo. Lo que hace tan difíciles las cuestiones de la solidaridad y la confianza es el hecho de que no son solamente un asunto de la mente sino también del corazón. Es necesario “sentirse confiado”. La ausencia de confianza deja paso al reino del miedo, de la incertidumbre, de la duda y de la parálisis de las fuerzas colectivas conscientes.

c) Aunque la ideología burguesa hoy se pueda sentir confortada, por aquello de la pretendida “muerte del comunismo”, en su convicción de que la eliminación de los débiles de la lucha competitiva por la supervivencia es lo único que asegura la perfección de la sociedad, la realidad es que esas fuerzas colectivas y conscientes son las bases para la ascensión del género humano.

Ya los antecesores de la humanidad pertenecían ciertamente  a esas especies animales altamente desarrolladas a quienes los instintos sociales dieron una ventaja decisiva en la lucha por la supervivencia. Esas especies llevaban en sí las marcas rudimentarias de la fuerza colectiva: los débiles estaban protegidos y la fuerza de cada miembro individual se convertía en la fuerza de todos. Estos aspectos han sido cruciales en la emergencia de la humanidad, pues sus crías quedan indefensas durante más tiempo a lo largo de su vida que cualquier otra especie. Con el desarrollo de la sociedad humana y de las fuerzas productivas, esa dependencia del individuo respecto a la sociedad no ha cesado jamás de crecer: los instintos sociales (a los que Darwin llamó “altruistas”) que existían ya en el mundo animal, adquieren más y más un carácter consciente. El desinterés, el valor, la lealtad, la dedicación a la comunidad, la disciplina y la honestidad son glorificadas en las primeras expresiones culturales de la sociedad como primeras manifestaciones de una solidaridad verdaderamente humana.

Pero el hombre es por encima de todo la única especie que utiliza las herramientas que ella misma ha fabricado. Es esta manera de obtener los medios de subsistencia lo que dirige la actividad humana hacia el futuro.

“En el animal, la acción sigue de manera inmediata a la impresión. Encuentra su presa o su comida e inmediatamente salta, atrapa, come o hace todo lo necesario para mantenerla y eso es un instinto heredado. Entre la impresión y la acción del hombre, al contrario, pasa por su cabeza una larga cadena de pensamientos y de consideraciones. ¿De dónde procede esa diferencia? No es difícil ver que está ligada a la utilización de herramientas. De igual manera que los pensamientos surgen entre las impresiones del hombre y sus acciones, la herramienta aparece entre el hombre y lo que busca obtener. Además, de la misma manera que el utensilio se sitúa entre el hombre y los objetos exteriores, el pensamiento debe surgir entre la impresión y la realización”. Él coge un utensilio “y su espíritu debe hacer también el mismo recorrido, no seguir la primera impresión” (Anton Pannekoek, Marxismo y darwinismo).

Aprender a “no dejarse arrastrar por la primera impresión” es una buena descripción del salto desde el mundo animal al género humano, del reino del instinto al de la conciencia, de la prisión inmediatista del presente a la actividad orientada hacia el futuro. Todo desarrollo importante en la primera sociedad humana estuvo acompañado de un reforzamiento de ese aspecto. También con la aparición de las sociedades agrícolas sedentarias, a los viejos ya no se les mataba sino que se les cuidaba y quería como a quienes podían trasmitir la experiencia.

En el llamado comunismo primitivo, esta confianza embrionaria en la potencia de la conciencia para dominar las fuerzas de la naturaleza debió ser extremadamente frágil mientras que la fuerza de la solidaridad en el seno de cada grupo debió ser poderosa. Pero hasta la aparición de las clases, de la propiedad privada y del Estado, esas dos fuerzas, por desiguales que fueran, se reforzaron mutuamente una a la otra.

La sociedad de clases hizo estallar esa unidad acelerando la lucha por el dominio de la naturaleza, pero a la vez sustituyó la solidaridad social por la lucha de clases en el seno de la misma sociedad. Sería erróneo creer que ese principio social general fue sustituido por la solidaridad de clase. En la historia de la sociedad de clases, el proletariado es la única clase capaz de una real solidaridad. Mientras que las clases dominantes han sido siempre clases explotadoras para quienes la solidaridad no ha sido jamás otra cosa que la oportunidad del momen­ to, el carácter necesariamente reaccionario de las clases explotadas significó que su solidaridad tuviese también necesariamente un carácter fugaz, utópico como fue el caso de “la comunidad de bienes” de los primeros cristianos y de las sectas de la Edad Media. La principal expresión de la solidaridad social en el seno de la sociedad de clases, antes del advenimiento del capitalismo es la que se derivaba de los vestigios de la economía natural, incluidos los derechos y los deberes que vinculaban todavía a clases opuestas entre sí. Todo eso fue finalmente destruido por la producción de mercancías  y su generalización bajo el capitalismo.

“Si en la sociedad actual, los instintos sociales conservan aun su fuerza, es solamente gracias a que la producción generalizada de mercancías sigue siendo todavía un fenómeno nuevo, de apenas un siglo, pero en la medida en que el comunismo democrático primitivo desaparezca y… deje por consiguiente de ser la fuente de instintos sociales; brotará un nuevo y más rico manantial, la lucha de clases de las clases ascendentes populares explotadas” (Karl Kautsky, La concepción materialista de la historia).

Con el desarrollo de las fuerzas productivas, la confianza de la sociedad en su capacidad para dominar las fuerzas de la naturaleza crecerá de manera acelerada. El capitalismo ha hecho, con mucho, la principal contribución en ese sentido alcanzando la cumbre en el siglo XIX, el siglo del progreso y del optimismo. Pero al mismo tiempo, al empujar al hombre contra el hombre en la lucha de la competencia y al haber empujado la lucha de clases hasta un punto jamás alcanzado, ha socavado hasta una profundidad sin precedentes otro pilar de la confianza en sí de la sociedad, el de la unidad social. Aun más, para liberar a la humanidad de las fuerzas ciegas de la naturaleza, el capitalismo la ha sometido a la dominación de unas nuevas fuerzas ciegas en el seno de la sociedad misma: las fuerzas que desencadena la producción de mercancías cuyas leyes operan sin control, e incluso incompresiblemente, “a espaldas” de la sociedad. Eso ha traído consigo que el siglo XX el más trágico de la historia, haya hundido a gran parte de la humanidad en una desesperanza indecible.

En su lucha por el comunismo, la clase obrera se basa no solo en el desarrollo de las fuerzas productivas producidas por el capitalismo, sino que además una parte de su confianza la basa para el el porvenir en las realizaciones científicas y las propuestas teóricas aportadas con anterioridad por la humanidad. También la herencia de la clase, acumulada en su lucha por una solidaridad efectiva, comprende toda la experiencia de la humanidad hasta nuestros días en lo que se refiere a la creación de lazos sociales, unidad de objetivos, lazos de amistad, actitudes de respeto y de atención hacia los compañeros de combate, etc.

En el próximo número de esta Revista internacional, publicaremos la segunda y última parte de este texto, la cual abordará las cuestiones siguientes:

  • La dialéctica de la confianza en sí de la clase obrera: pasado, presente, futuro.
  • La confianza, la solidaridad y el espíritu de partido nunca han sido adquisiciones definitivas.
  • No hay espíritu de partido sin responsabilidad individual              

1) Para tener más datos sobre el análisis de la CCI sobre la trasformación del espíritu de círculo en clanismo, sobre los clanes que han existido en nuestra organización y sobre la lucha contra estas debilidades a partir de 1993, vease nuestro texto “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, Revista internacional no 109, y “El combate por la defensa de los principios organizativos”, Revista internacional no 110.

2) Se trata de una Comisión  de investigación nombrada por el XIVº congreso de la CCI. Ver al respecto nuestro artículo de la Revista internacional nº 110.

3) Vease sobre el tema nuestro artículo “La lucha del proletariado en la decadencia del capitalismo”, Revista internacional no 23. En ese artículo ponemos en evidencia las razones por cuales las luchas del siglo XX, contrariamente a las del siglo XIX, no podían apoyarse en una organización previa de la clase.

4) En febrero de 1941, las medidas antisemitas de las autoridades de ocupación alemanas provocaron la movilización masiva de los obreros holandeses. Iniciada en Amsterdam el 25 de febrero, la huelga se extendió al día siguiente a otras ciudades, especialmente, a La Haya, Rotterdam, Groninga, Utrecht, Hilversum, Haarlem, hasta Bélgica incluso, antes de ser reprimida por las autoridades, por las SS en particular. Léase al respecto nuestro libro La Izquierda holandesa.

5) La idea consejista cobre la cuestión del partido desarrollada por la Izquierda comunista holandesa y la idea bordiguista, que es un avatar de la Izquierda italiana, parecen, de entrada, oponerse radicalmente: ésta defiende que el papel del partido es tomar el poder y ejercer la dictadura en nombre del proletariado, incluso, si cabe, oponiéndose al conjunto de la clase, mientras que aquélla estima que todo partido, incluido el comunista, es un peligro para la clase destinado por necesidad a usurparle el poder en detrimento de los intereses de la revolución. En realidad, ambas ideas acaban reuniéndose, pues las dos establecen una separación, cuando no una oposición, entre el partido y la clase , expresando así una falta de confianza fundamental hacia ella. Para los bordiguistas, el conjunto de la clase no es capaz de ejercer la dictadura y por eso le incumbe al partido ejercer esa tarea. A pesar de las apariencias, el consejismo no manifiesta una mayor confianza hacia el proletariado, ya que considera que éste está abocado a dejarse despojar de su poder en beneficio de un partido desde el instante en que existe tal partido.

6) Para nuestro análisis de la descomposición, ver “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo” en la Revista internacional nº 62.

7) Texto publicado en la Revista internacional 109 con el título “La cuestión del funiconamiento de la organización en la CCI”.

8) Y es así porque “En la dinámica de clan, las actuaciones no proceden de un acuerdo político real, sino de lazos de amistad, de fidelidad, de la convergencia de intereses “personales” específicos o frustraciones compratidas. (…) Cuando aparece una dinámica así, los miembros o simpatizantes del clan ya no se determinan, en su comportamiento o las decisiones que toman, en función de una opción consciente y razonada basada en los intereses generales de la organización, sino en función del punto de vista y de los intereses del clan que tienden a plantearse como contradictorios con los del resto de la organización” (“La cuestión del funcionamiento de la ­ organización en la CCI”, Revista internacio­ naln°109). En cuanto unos militantes adoptan esas actuaciones, están obligados a dar la espalda a un pensamiento riguroso, al marxismo, adoptando una tendencia a la degeneración teórica y programática. Por sólo citar un ejemplo, podemos recordar que la agrupación clánica aparecida en la CCI en 1984, y que formaría más tarde la “Fracción Externa de la CCI”, acabó poniendo en entredicho nuestra plataforma, de la que se presentaba como la mejor defensora, y rechazando el análisis de la decadencia del capitalismo, patrimonio de la Internacional comunista y de la Izquierda comunista.

9) Cuando llegó a Europa occidental en otoño de 1902, tras su evasión de Siberia, Trotski venía precedido de su fama de redactor de mucho talento (uno de los seudónimos que le pusieron fue “Pero”, “la Pluma”). Llega rápidemente a ser un colaborador de primer plano de la Iskra publicada por Lenin y Plejánov. En marzo de 1903, Lenin escribe a Plejánov para proponerle que Trotski entre en la redacción de Iskra, pero Plejánov se niega: en realidad lo que Plejánov teme es que el talento del joven militante (23 años) ne acabe haciéndole sombra a su propio prestigio. Fue ésa una de las primeras expresiones del extravío de quien había sido principal artífice de la introducción del marxismo en Rusia. Tras haberse unido a los mencheviques, acabará su carrera como socialpatriota al servicio de la burguesía.

10)  “Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, par su perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que supeditar su voluntad. Y esta supeditación no constituye un acto aislado. Mientras permanezca trabajando, además de esforzar los órganos que trabajan, el obrero ha de aportar esa voluntad consciente del fin a que llamamos atención…” (Marx, El Capital, vol. I, Cap. V. FCE, México)

 

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