Por todas partes, frente a los ataques capitalistas se reanuda la lucha de clases

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Por todas partes, frente a los ataques capitalistas...

... se reanuda la lucha de clases

Prosigue la reanudación de la lucha internacional de la clase obrera. ¡Cuántas veces, a lo largo de su larga historia, patronos y gobernantes no habrán repetido a la clase obrera que ya no existe, que sus luchas por defender sus condiciones de vida eran algo anacrónico y que su objetivo final, echar abajo el capitalismo y construir el socialismo, se había convertido en algo trasnochado, vestigio del pasado. El hundimiento de la URSS y del bloque imperialista del Este, ese viejo mensaje sobre la no existencia del proletariado dio un nuevo impulso que permitió mantener la desorientación en las filas obreras durante una década. Hoy se está disipando esa cortina de humo ideológica. De nuevo, podemos volver a ver y reconocer las luchas proletarias.

En realidad, desde 2003, las cosas han ido cambiando. En la Revista internacional n° 119, del cuarto trimestre de 2004, la CCI publicó una resolución sobre la lucha de clases en la que dábamos cuenta de un giro en las perspectivas de la lucha proletaria con las luchas significativas que hubo en Francia y Austria en reacción a los ataques contra las pensiones. Tres años más tarde, ese análisis parece confirmarse más y más. Pero antes de dar los ejemplos más recientes de esa perspectiva, examinemos una de las condiciones de primera importancia para el desarrollo de la lucha de clases.

Intensificación de la austeridad y desgaste de los discursos
de “acompañamiento” de los ataques

Una de las explicaciones de 2003 ante la renacimiento de la lucha de la clase era que se debía a la renovada brutalidad de los sacrificios impuestos a una clase obrera que pretendían inexistente.

“Precisamente en los últimos tiempos, sobre todo desde el inicio del siglo xxi, ha vuelto a aparecer como una evidencia la crisis económica del capitalismo, tras las ilusiones de los años 90 sobre la “recuperación”, los “dragones” o “la revolución de las nuevas tecnologías”. Al mismo tiempo, el nuevo escalón de la crisis ha llevado a la clase dominante a intensificar la violencia de sus ataques económicos contra la clase obrera, a generalizar esos ataques” (Revista internacional nº 119, 2004).

En 2007, la aceleración y la extensión de los ataques contra el nivel de vida de la clase obrera no han cesado ni mucho menos. De ello, la experiencia británica, entre los países capitalistas avanzados, es un buen ejemplo muy significativo; pero muestra también hasta qué punto el “envoltorio” ideológico que adorna esos ataques está perdiendo su poder embaucador ante quienes deben soportarlos.

La era del gobierno del “New Labour”, el Neolaborismo, del primer ministro Tony Blair, aparecido en 1997 en un momento en que el optimismo ambiente sobre el capitalismo estaba en lo más alto, acaba de terminarse. En aquel entonces, siguiendo la euforia de los años 90 tras el desmoronamiento del bloque del Este, el “New Labour” anunció que había roto con las tradiciones del “viejo” Laborismo; ya no hablaba de “socialismo”, sino de “tercera vía”; no hablaba ya de clase obrera, sino de pueblo, y ya no de división en la sociedad, sino de participación. Se gastaron cantidades ingentes de dinero en el lanzamiento de ese mensaje populista. Había que democratizar la burocracia estatal. A Escocia y Gales se les gratificó con parlamentos regionales. A Londres se le otorgó una alcaldía. Y, sobre todo, la cantidad de todo tipo de recortes en el nivel de vida de la clase obrera, especialmente en el sector público, se presentó como “reformas” exigidas por la “modernización”. Incluso a las víctimas de esas reformas se les otorgaba la palabra para que opinaran sobre cómo ponerlas en marcha.

Ese nuevo envoltorio para unas medidas de austeridad de lo más tradicional, sólo podía dar el pego en la medida en que la crisis económica podía más o menos disimularse. Hoy las contradicciones aparecen descarnadas. La era de Blair, en lugar de realizar una mayor igualdad, lo que ha hecho es, al contrario, aumentar la riqueza de un polo de la sociedad y la pobreza en el otro. Y eso no sólo afecta a los sectores más desheredados de la clase obrera como los jóvenes, los desempleados y los jubilados, reducidos a una pobreza insoportable, sino también a sectores con mejores sueldos, que ejercen un trabajo cualificado y pueden acceder a créditos. Según los contables de Ernst & Young, estos sectores han perdido 17% de poder adquisitivo en los cuatro últimos años, debido sobre todo al incremento de los gastos domésticos (alimentación, servicios, alojamiento, etc.).

Y más allá de las razones puramente económicas, otros factores han empujado a la clase obrera a una reflexión más profunda sobre su identidad de clase y sus propios objetivos. La política extranjera británica no puede ya seguir pretendiendo reivindicarse de no se sabe qué valores “éticos” que proclamaba el “New Labour” en 1997: les aventuras en Afganistán e Irak han demostrado que esa política se basa en sórdidos intereses típicamente imperialistas, que intentaron ocultar con mentiras hoy patentes. Al coste de las “hazañas” bélicas que hoy debe soportar el proletariado, se ha añadido un nueva carga: es sobre el proletariado sobre el que pesan más duramente los efectos de la degradación ecológica del planeta.

La semana del 25 al 29 de junio pasado, durante la cual Gordon Brown sucedió a Tony Blair como primer ministro, fue un resumen significativo de la nueva situación: la guerra en Irak causó nuevas víctimas en la fuerzas británicas y 25 000 viviendas resultaron dañadas por las inundaciones tras unas lluvias sin precedentes en Gran Bretaña; y los empleados de correos iniciaron, por primera vez desde más de una década, una serie de huelgas nacionales contra la baja de los salarios reales y las amenazas de reducción de efectivos. Esos síntomas de las contradicciones de la sociedad de clases sólo han quedado parcialmente ocultados por una campaña de unidad nacional y de defensa del Estado capitalista que éste lanzó tras una ofensiva terrorista bastante “chapucera”.

Gordon Brown marcó la pauta del período venidero: menos “cuento”, más “trabajar duro” y más “cumplimiento del deber”.

En los demás países capitalistas principales también, aunque no sea siguiendo el “modelo” británico, sigue aumentando la factura que la burguesía presenta a la clase obrera para que le pague su crisis económica.

En Francia, el mandato del nuevo presidente Sarkozy es claro: medidas de austeridad. Hay que hacer sacrificios para rellenar el agujero de dos mil millones de euros en el presupuesto de la seguridad social. Se implanta una estrategia, a la que se ha llamado no se sabe si seria o cínicamente “flexiseguridad”, cuya finalidad es dar facilidades para aumentar las horas de trabajo, limitar los salarios y despedir al personal. Y están previstos nuevos ataques sobre el servicio público.

En Estados Unidos, país con las mejores tasas de ganancia oficiales de los países capitalistas avanzados, había, en 2005, 37 millones de personas malviviendo bajo el umbral de pobreza, o sea 5 millones más que en 2001 y eso que entonces la economía estaba oficialmente en recesión ([1]).

El boom inmobiliario, alimentado por las facilidades de acceso al crédito, ha permitido hasta ahora ocultar la pauperización creciente de la clase obrera de EEUU. Pero, al haber aumentado los tipos de interés, los créditos no se reembolsan y los embargos de viviendas se multiplican. Se ha parado el boom del ladrillo, el mercado hipotecario de garantías mínimas se hunde al mismo tiempo que se hunden las ilusiones de muchos obreros de tener seguridad y prosperidad.

El salario de los obreros norteamericanos ha bajado 4 % entre 2001 y 2006 ([2]). Los sindicatos otorgan, sin tapujos, su fianza a esa situación. La United Auto Workers Union, por ejemplo, (sindicato de obreros del automóvil) ha aceptado recientemente una reducción de casi 50 % del sueldo horario y una dura rebaja de los subsidios por despido para 17 000 obreros de la factoría Delphi de Detroit que fabrica recambios de automóvil ([3]). (A principios de año se anunció el cierre de la factoría de esa misma empresa, Delphi, en Puerto Real –Cádiz, España–. Resultado: 4000 obreros a la calle)

En el sector automovilístico también, en Estados Unidos, General Motors prevé 30  000 despidos y Ford 10  000: En Alemania, Volkswagen prevé 10 000 nuevos despidos y en Francia, en PSA, 5000.

El sindicato Ver.di en Alemania ha negociado hace poco una rebaja de 6 % de los salarios y un aumento del tiempo de trabajo de 4 horas para los empleados de Deutche Telecom. Ese sindicato ha afirmado con el mayor descaro haber llegado a un acuerdo… ¡muy valioso!.

BN Amro, primer banco de Holanda, y el británico Barclays anunciaron su fusión el 23 de abril, una fusión que va a acarrear la supresión de 12  800 empleos, mientras que otros 10  800 serán subcontratados. Airbus, fabricante de aviones, ya ha anunciado la supresión de 10  000 empleos y la empresa de telecomunicaciones Alcatel-Lucent otros tantos.

Si la lucha de clases lo es a escala internacional es porque los obreros están enfrentados básicamente a las mismas condiciones en todo el planeta. Las mismas tendencias en los países desarrollados que acabamos de describir someramente se plasman con diferentes formas entre los trabajadores de los países capitalistas periféricos. En estos, la imposición de una austeridad en constante aumento es todavía más brutal y criminal.

La expansión de la economía china no es, ni mucho menos, un nuevo ímpetu del sistema capitalista; depende, en gran parte, del desamparo en que está la clase obrera china, en unas condiciones de vida en constante deterioro, muy por debajo del nivel de su propia reproducción y supervivencia como clase obrera. Un ejemplo abrumador ha sido el escándalo reciente sobre los métodos de “reclutamiento” en nada menos que 8000 fábricas de ladrillos y pequeñas minas de carbón en las provincias de Shanxi y de Henan. Esas manufacturas dependían del rapto de críos a quienes se les imponía un trabajo de esclavos en unas condiciones infernales. Su única salvación era que sus padres los encontraran. Es cierto que el Estado chino acaba de promulgar unas leyes laborales para impedir esos “abusos” del sistema, protegiendo mejor a los trabajadores emigrantes. Es, sin embargo, muy probable que esas leyes no se apliquen nunca como ocurrió con las precedentes, pues de lo único que esas prácticas infames dependen es de la lógica del mercado mundial. Las compañías estadounidenses ejercen una presión contra esas nuevas leyes laborales, incluso a pesar del mínimo alcance que van a tener. Las multinacionales...

“dicen que esas normas harían aumentar considerablemente los costes laborales, al reducir la flexibilidad. Algunos hombres de negocios extranjeros han advertido que no les quedaría otro remedio que transferir sus actividades fuera de China si no se cambiaban esas disposiciones” ([4]).

La situación es básicamente la misma para la clase obrera de los países periféricos que no se han abierto, como China, a los capitales extranjeros. En Irán, por ejemplo, la consigna económica del presidente Ahmadinejad es “autosuficiencia”. Lo cual no ha impedido que Irán haya sufrido la peor crisis económica desde los años 1970, con una caída drástica del nivel de vida de la clase obrera, enfrentada hoy a un 30 % de desempleo y 18 % de inflación. A pesar del aumento de los ingresos gracias a la subida del precio del petróleo, han tenido que racionarlo, pues de su exportación depende la posibilidad de importar productos petroleros refinados así como la mitad de las necesidades alimenticias.

La lucha de clases es mundial

El incremento y la ampliación de los ataques contra la clase obrera por el mundo entero es una de las razones principales por las que la lucha de clases se ha desarrollado en estos últimos años. No podemos hacer aquí la lista de todas las luchas obreras que ha habido por el ancho mundo desde 2003. Ya hemos escrito sobre muchas de ellas en anteriores números de esta Revista internacional. Vamos aquí a hablar de las recientes.

Primero hay que decir que no podemos hacer un repaso completo. La lucha internacional de nuestra clase no es algo que la sociedad burguesa reconozca “oficialmente” de modo que sus medios de comunicación la consideren como fuerza histórica y distinta que haya que comprender y analizar y sobre la cual haya que llamar la atención. Muy al contrario, muchas luchas son desconocidas o completamente desvirtuadas. Por ejemplo, la importante lucha de los estudiantes en Francia contra el CPE de la primavera de 2006 fue, primero, ignorada por la prensa internacional, para luego acabar siendo presentada como una continuación de los incidentes de violencia ciega que habían sucedido en las barriadas francesas en el otoño de 2005. Lo que la prensa procuró enterrar son las valiosísimas lecciones sobre la solidaridad obrera y la autoorganización que ese movimiento ha aportado.

Es significativo que la Organización Internacional del Trabajo, fundada y subvencionada por Naciones Unidas, no se interese en absoluto por los acontecimientos relacionados con la lucha internacional de clase. En lugar de eso, lo que pretende es aliviar la situación, horrible cierto es, de millones de víctimas de la rapacidad del sistema capitalista defendiendo más o menos unos derechos humanos individuales… en el marco legal del mismo sistema que provoca esas situaciones.

En cierto modo, sin embargo, la ocultación oficial a la que se somete a la clase obrera, expresa, por la contraria, su potencial de lucha y su capacidad de derribar el capitalismo.

Durante el año pasado, más o menos desde que se terminó el movimiento masivo de los estudiantes franceses tras la anulación del proyecto de CPE (Contrato de primer trabajo) por el gobierno francés, la lucha de la clase en los países capitalistas principales ha intentado replicar a la presión en aumento constante sobre los salarios y las condiciones de trabajo. Ha sido a veces mediante acciones esporádicas en muchos países y en diferentes actividades y también amenazas de huelga.

En Gran Bretaña, en junio de 2006, los obreros de la fábrica de automóviles Vauxhall pararon espontáneamente. En abril de ese año, 113  000 funcionarios de Irlanda del Norte hicieron un día de huelga. En España, el 18 de abril, una manifestación reunió a 40  000 personas, obreros procedentes de todas las empresas de la Bahía de Cádiz, que expresaban su solidaridad en la lucha de sus hermanos de clase despedidos por Delphi. El Primero de mayo, un movimiento más amplio todavía movilizó a obreros llegados de otras provincias de Andalucía. Un movimiento tal de solidaridad fue, en realidad, el resultado de la búsqueda activa de apoyo iniciada por los obreros de Delphi, de sus familias y, muy especialmente, de las mujeres, organizadas para ello en un colectivo cuyo objetivo era recabar la más amplia solidaridad posible.

Y en la misma época hubo paros de trabajo en las factorías de Airbus de varios países europeos para protestar contra el plan de austeridad de la empresa. Han sido a menudo jóvenes obreros, una nueva generación de proletarios, los que participaron más activamente en esas luchas, en Nantes y Saint-Nazaire en Francia, en donde se expresó ante todo una voluntad profunda de desarrollar la solidaridad con los obreros de la producción de Tou­louse, que habían cesado el trabajo.

En Alemania hubo durante 6 semanas toda una serie de huelgas de los empleados de Telekom contra las reducciones de que hablamos más arriba. En el momento de escribir este artículo, los ferroviarios alemanes están luchando por los salarios. Ha habido muchas huelgas salvajes: mencionemos, en particular, la de los obreros aeroportuarios italianos.

Pero ha sido en los países “periféricos” donde hemos asistido, en el período reciente, a la continuación de una extraordinaria serie de luchas obreras explosivas y extensas, a pesar del riesgo de una represión brutal y sangrienta.

En Chile, la huelga de los mineros del cobre. En Perú, en primavera, huelga ilimitada a escala nacional de los mineros de carbón, la primera desde hace 20 años. En Argentina, en mayo y junio: asambleas generales de los empleados del metro de Buenos Aires y lucha organizada contra el acuerdo sobre los salarios amañado por su propio sindicato. En mayo del año pasado, en Brasil, los obreros de las factorías Volkswagen llevaron a cabo acciones en Sao Paulo. El 30 de marzo de este año, ante la peligrosidad del tráfico aéreo en Brasil y la amenaza de que encarcelaran a 16 de los suyos, 120 controladores aéreos se negaron a trabajar, paralizando así 49 de los 67 aeropuertos del país. Esta acción es tanto más notoria porque se trata de un sector sometido en gran parte a una disciplina militar. Los obreros resistieron a las fuertes presiones del Estado, a las amenazas, a las calumnias proferidas incluso por ese “amigo de los obreros” que pretende ser el presidente Lula. Desde hace varias semanas, un movimiento de huelgas que afecta a la metalurgia, al sector público y a las universidades es el movimiento de clase más importante desde 1986 en ese país.

En Oriente Medio, cada día más devastado por la guerra imperialista, la clase obrera ha logrado, sin embargo, levantar la cabeza. Ha habido huelgas en el sector público en otoño último en Palestina e Israel sobre un tema similar: sueldos impagados y pensiones. Y una oleada de huelgas ha afectado a numerosos sectores en Egipto a principios de año: en las industrias cementeras, las avícolas, las minas, autobuses y ferrocarriles, sector de la salud, y sobre todo en el textil. Los obreros se lanzaron a una serie de huelgas ilegales contra la reducción drástica de los salarios reales y de las primas. Se lanzaron consignas entre los obreros textiles que expresaban claramente la conciencia de pertenecer a una misma clase, de combatir a un mismo enemigo y también la necesaria solidaridad de clase contra las divisiones entre empresas y las que los sindicatos cultivan constantemente (Ver: “Egipto, el germen de la huelga de masas”, Acción proletaria n° 195, mayo 2007 y, en francés, Révolution internationale n° 380, junio de 2007 “Grèves en Egypte : la solidarité de classe, fer de lance de la lutte”). En Irán, según el diario de negocios Wall Street Journal,
“ha habido una serie de huelgas en Teherán y en al menos 20 grandes ciudades desde el otoño pasado. El año pasado una gran huelga de transportes paralizó Teherán, ciudad de 15 millones de habitantes, durante varios días. Hoy están en huelga decenas de miles de obreros de industrias tan diversas como refinerías de gas, papeleras, imprentas de prensa, automóvil y minas de cobre” ([5]).

En las manifestaciones del Primero de mayo, los obreros iraníes se manifestaron en varias ciudades lanzando consignas como “¡No a la esclavitud asalariada!, ¡Sí a la libertad y a la dignidad!”.

En África occidental, en Guinea, un movimiento de huelgas contra los salarios de hambre y la inflación en los productos alimenticios, se propagó por todo el país en enero y febrero, alarmando no sólo al régimen de Lansana Conté sino a la burguesía de toda la región. La represión feroz del movimiento causó 100 muertos.

Perspectivas

No se trata aquí de hablar de una revolución inminente; además esas manifestaciones de la lucha de clases que se están produciendo por todas las partes del mundo no expresan, ni mucho menos, que entre los obreros haya una conciencia de que sus luchas forman parte de una dinámica internacional. Son luchas básicamente defensivas y comparadas a las que hubo entre mayo del 68 en Francia y 1981 en Polonia y más tarde incluso, las de hoy aparecen mucho menos señaladas y más limitadas. El largo período de desempleo, la descomposición creciente frenan todavía fuertemente el desarrollo de la combatividad y la conciencia obreras. Sin embargo, esos acontecimientos tienen un significado mundial. Indican que por todas partes está aumentando la desconfianza de los obreros hacia las políticas catastróficas de la clase dominante en la economía, la política y lo militar.

En comparación con las décadas precedentes, lo que está en juego en la situación mundial es mucho más grave, mucho más acentuados los ataques, mucho mayores los peligros de la situación mundial. El heroísmo de los obreros que así están hoy retando a los poderes de la clase dominante y de su Estado, es mucho más impresionante, aunque sea más silencioso. La situación actual exige hoy de los obreros ir más allá de lo económico y corporativista. Por ejemplo, por todas partes, los ataques contra las pensiones de jubilación ponen de relieve lo comunes que son los intereses de las diferentes generaciones de obreros, viejos y jóvenes. La necesidad de buscar la solidaridad ha sido una característica llamativa en muchas de las luchas obreras actuales.

La perspectiva a largo plazo de la politización de las luchas obreras se expresa en el surgimiento de pequeñas minorías, pero significativas a más largo plazo, pues intentan comprender y unirse a las tradiciones políticas internacionalistas de la clase obrera; el eco creciente de la propaganda de la Izquierda comunista es también un testimonio de ese proceso de politización.

La huelga general de los obreros franceses en mayo de 1968 puso fin al largo período de contrarrevolución que había seguido al fracaso de la revolución mundial en los años 1920. A aquella le siguieron varias oleadas de luchas proletarias internacionales que se acabaron con la caída del muro de Berlín en 1989. Hoy se vuelve a perfilar en el horizonte un nuevo asalto contra el sistema capitalista.

Como,
5/07/2007

 

 

[1]) New York Times, 17 abril de 2007.

[2]) The Economist, 14 septiembre de 2006.

[3]) International Herald Tribune, 30 junio/1o julio de 2007.

[4]) Ibid.

[5]) Wall Street Journal, 10 mayo de 2007.